Revista Cinegramas - Nº.41

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R E V I S T A S E M A N A L -

DIRECTOR: A. VALERO DE BERNABÉ Año II.-Núm. 41.-Madrid, 23 de Junio de 1935

BJ10 AL CinEMA

n A O O P

nuevoi<^enero\m ^

vfue.-, lot que

c'iuiiiu/,aii, f.stán IIhuíÍo oh

estos momentos una n o t a de infiuiot\iil artística, digna de estímulo en el desarrolle una labor de creciente entusiasmo, en lucha t ( i i medios hostiles o, por lo men(js, indiferentes. Se acusa cada día más v i v a m e n t e el fervor de l"s nuevos directores, de las figuras jóvenes (pu' 'Stán incorporando a nuestro cinema. Kecientomente tuvimos ocasión de comeiitat < on el elogio que ellas se merecían y la satisíacc'ión que para nosostros supuso—<ios filnis cortos de Fernando C Mantilla y Carlos Velo: Felipe II y El Escorial e Infinitos, obras escasas en metraje, pero ricas en contenido, a ccmsiderable distancia, en punto a valor cinematográfico, de otras producciones, que si son gnuidcs en ta-; maño, su interior ostenta, en cambio, el vacio más desolador, haciendo petidanl umchas veces con el cerebro de sus creadores. H o y , después de admirar su último film, queremos dedicar unos comentarios a Eduardo 0 . Maroto, auténtico esjúritu j o v e n , fino catador de un buen cinema y creaflor de un género en nuestra precaria industria. Auncpie \ I a r o t o no tuviera otros méritos-—que sí los tiene, y bien probados -, esto sería suficiente para tomar su nombro en considenu^ión. Quien c o m o él ha sabido d a r i m a nota original en este mundillo cineniatcjgráfico que navtiga haciendo sigua entre 'uediccridades, rutina, mal gusto y ausencia to-. tal d e inquietudes, merece, no un elogio, p o r 'i'li' i-l]..

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lie la admiración de todo... el estímulo i. l e - 1 iiofesionales y la ayuda eficaz de los que deben y pueden hacerlo. X o estamiis, por desgracia, tan sobrados de hombres inteligentes como para desdeñar a los pocos que surgen. T'n solo film i>ufo—Lna de fieras- no» \v

> tdó, y otro—Una de miedo- -confirmó las esperanzas que nos hizo concebir su primera obra. Y he acjuí un caso curioso y ejemplar: con dos l'clículas cortas, Eduardo G. Maroto ha adípii1 ido ante nuestros ojos—y creamos que en esta opinión nos acompañan muchos—^un relieve sujierior al de algunos que se llaman a sí mismos —¡vanidosos!—directores cinematográficos sin más razón que la do que ellos mismos se lo creyeron a fuerza de repetírselo, como el héroe de Daudet. Así, calladamente, de forma modesta, que luu c aún más simpático el esfuerzo; jugándose en la aventura su propio dinero por faltarlo ol apoyo económico de los productores, que con su acostumbrada miopía no vieron claro el asun

p r e m i e ¡i:ii.i tan 'J'I'ail e i n - j

l II munientu <ie «lina dr miedo», segundo (ilm de Kduardo C Maroto, grariosísiiiia part>dia de las pehViilas terrorílieas tan en l>og«

lina esrena ile la parodia cllna de lieras', que reveló a h.duardo C Maroto como director de lina vena eómir»


el ingenio satírico y mordaz de Salvador Maria Granes, hombre capaz de ridiculizar con una sola frase el momento más soleumtí, está olvidado en el presente. Y no porque el ingenio español se h a y a agostado—buena prueba de lo contrario son los dos films de Maroto a que nos referimos—, sino porque muchos de los que podían tocarlo con é x i t o no se deciden a cultivarlo, excepto dos o tres escritores, entre los que no debemos silenciar a Enrique Jardiel Poncela, autor de esa maravillosa parodia que se titula Angelina o el honor de nn brigadier. Siguiendo los jiasos de todos ellos y atemperando la forma a nuestros días para lograr una gracia más fina, más sutil, más intencionada de la que en aquellos tiempos se daba—hoy nos parecería inocente y pueril—, Eduardo G. Maroto, ayudado ]HÍT Miguel Mihura como dialoguista, ha escrito en imágenes sobre la <;inta de cehdoide dos imitaciones burlescas de géneros cinematográficos en boga, que señalan \m m o v i m i e n t o inicial en nuestro cinema muy digno de tenerse en cuenta, puesto que demuestra cumplidamente una o]>inión rej)etida muchas veces en estas columnas: la de que el verdadero cine español está en manos de los jóvenes. T a n grata sorpresa ha sido para nosotros la contemj)la(ión de estas películas de Maroto, que nuestra C'/uciencia nos repriKiliaría no haberlas dedicado im elogio. .Mas al lado de éstos, y marcando un peso ínfimo en la balanza, también hemos de señalar sus defectos; defectos disculpables, y a que con dos solas obras no pueden alcanzarse las cimas de la perfección, porque ello sería tanto como pedir madurez al frato que acaba de nacer. En Una de fieras y en Una de miedo existe el mismo proceso de desarrollo. Magnifi(ías ambas en su iniciación, pierden al final todas las bondades anteriores, quebrando ¡usí, con perjuicio evidente de la armonía general, la línea central del film. Las qltimas escenas no parecen trazadas por la misma mano. H a y en ellas un poco de atropelhuniento. L a gracia, la observación, el rasgo oportuno, lógico y feliz, no encuentran y a su expresión certera, y t o d o el mivgnífico acierto anterior pesa sobre el final para hacer más destacable aún este descenso de calidad. ¿Ansias de acabar? ¿Falta de elementos? Nosotros queremos suponer lo mejor, pensando que no andamos muy lejos de lo cierto: falta de i>ráctica y falta de meditación. Piense .Maroto sus films despacio, huya de la improvisación, y llévelos siempre totalmente resueltos al set, porque así logrará reflejar exactamente en la pantalla su pensamiento sin que pierda en lozanía y en bondad. Si Eduardo f í . .Maroto sigue por este camino, iniciado con tanto éxito, no ha de pasar mucho

Ana María, prolagonigla d « « P a loma dr. mis amores», realización de Fernando Koldán

Eduardo G. Maroto ha creado en el cine español el g é nero burlesco con dos peiícula.s— r^na de fieras y Una de miedo- —graciosas, m o v i das, repletas de humorismo (> intencionadas. .Vmbas son, por sus perfiles grotescos, por su acierto en el tono y en la forma, dos magníficas caricaturas cinematográficas, ágiles de línea, fácilmente resueltas y de una fuerza cómica tal, que ante su vista brota la carcajada espontánea y fresca, lejos de t o d o lo que sea burdo o grosero. L a parodia, género de glorioso abolengo en nuestra literatura, que t u v o imo de sus mejores exponentes en

Anliiñiln rolonié, protn^onisln de «ltala|>lún , realización diVAian

tiempo sin (lue nos dé la ( b r a cuajada, madura y perfe<;ta ipie de su talento se puede esper.ir; aun(|ue algunos .safe ío.s-le combatiuv aun(jue muchos profesionales, «ievorados por celillos artísticos lo desdeñen; aunque le nieguen su ajxiyo los pro ductores, que sólo ])rotegeii al (jue yerra. Porque en este mimdillo caótico y uiurmur.idor del cinema no se perdona jamás al (pie acierta. Los encumbrados sólo desean fracasos ajenos, único medio - ya que con sus obr.is no lo iograxi—de dar brillo al fal.^o prestigio sobre el que asientan su nombre. Una escena del film bufo de l'.duardo Marolo, tV. ahora..., una de ladrones», que esie joven realizador acaba de terminar en lo» IJíludioH C. K. A .

F.

IIERNANDEZ-GIKHAL


y partida noche de los cinemas con sus

rayos artificiales, que son

beso, caricia y halago de los Estudios, en las pantallas

sonoras

de

todo el mundo. En el rápido crepúsculo de la tarde que muero, q u e agoniza prematuramente sin saciarse de vida, miles de mujeres sueñan inocentes

eon

sus sueños e ideal^—escondite de ambiciones^—desde

las butacas. H o l l y w o o d es el astro de la noche que ilumina 1 l a

eiudad

de la gloria,

del

todas

las latitudes.

triunfo y del arte; es la quimera de t o -

dos los sueños. Mil mentes de mujer aspiran, en sus glorias imposibles, el vivir^—con su oropel fastuoso—en los castillos do cartón, en los palacios mentirosos de bambalina y en los lujosos cabarets en los que se derrama el champagne—espumas

ficticias de una v i d a que pasa—al con-

juro diabólico de una música de jazz-band

de locura y bacanal.

Cientos de mujeres en los mismos Estudios, lindas coristas, fondo y cielo en que se mueven las estrellas, aspiran a la celebridad. El calor de los focos—sol del E s t u d i o - 4 i a c e germinar en sus imaginaciones calenturientas de ambición y de gloria el privilegio artístico que no alcanzaron. ¿Llegarán? Pobres libélulas martirizadas por la luz de miles de bujías, no podrán quizá, quemadas en sus vuelos, extender sobre el mundo inverosímil del lienzo de plata sus alas multicolores y radiantes, cual arco iris, de mariposa. Gozad, sin embargo, con vuestro sueño, muchachitas modestas

de

obrador y de oficina. Vosotras, las que v i v í s lejos del suelo de California, bordad vuestro sueño de encaje—lindo siempre por ser vuestro—en la máquina alfabética y odiosa de la burocracia. Pulid vuestras uñas, sangrantes

por pasadas decepciones, y mirad con vuestra

cara, siempre risueña, hacia el porvenir. Tejed en el telar

de vuestro

pensamiento futuras conquistas de nombro y fortuna. En el tapiz dinámico de la pantalla, muchos nombres brillaron. El carrousel v i d a da muchas vueltas... ¿Marlene, Greta

Garbo, N o r m a

de la

Shearer,

Carole L o m b a r d , Jeán H a r l o w , Crawford, A n n a b e l l a . . ? Soñad, soñad despiertas, rubias, platinadas y morenas. L a escalera de la fama es para todos, y nada nos dice por hoy de los nombres famosos que han de surgir un mañana. MARIANO S Á N C H E Z D E P A L A C I O S

H

OLLYWOOD...!

Hollywood

es

la palabra

mágica del siglo. Es el moderno tapete v e r d e de la ruleta del mundo, donde la

mujeres j u ^ a n diariamente su única ficha, exponiendo las ilusiones de su juventud, que es casi siempre toda su fortuna. H o l l y w o o d es la luna de un cielo de cabina que alumbra la espesa


1 crnerpn y

' L cinema se manifiesta de muchas maneras, y de todas las maneras que se manifiesta es, o |»are06 ser, cine. P a r a nosotros tiene muchas categorías, y a cada una de ellas la designamos un valor. V e m o s , por ejemplo, un documental filmado en el mismísimo cráter del Vesubio; en pleno P o l o •Sur, en donde los colosales icebergs aprisionan y estru¡an a las embarcaciones que tratan de navegar iiás allá de lo normal, o en la selva virgen del \irica, plagada de caimanes y leones verdaderos. Si en estos documentales la aventura y audacia leí operador ha sido grande, los espectadores saen diciendo que han visto la película más grande su vida. ^

' "onceden, pues, un valor al film basado en la aiidad de las escenas, absolutamente sin trucos, tn las que han visto de cerca el infernal espectácu0 del Vesubio, los enormes bloqueas de hielo que )arecían derrumbarse sobre la [)antalla y cien ail leones a una di.stancia tan corta del o b j e t i v o jue parecía increíble y temeroso el trabajo dem operador cinematográfico. El público admira odo esto, y ello le basta para decir que es la peicula más grande del año. I'ero vetunos que el úblico no se refiere directa y puramente a la uestión cinema, si es que por cinema entendemos l i e . Se refiere al sensacionalismo de las escenas, aquí está el punto de partida del valor del film. ,uego el valor de una película es nuiy relativo, or obedecer a mil distintas causas que en la layoría de los casos no son cinematográficas. El valor de un film es específico cuando está esposeído de todas las substancias que no sean u propio contenido artístico, l ' n film con valor ropio, cien por cien, lo llamaría y o al (jue se obviese sin más element<»8 que una cámara, en ampo solitario, árido y con toda la sencillez paisaje de una Naturaleza apagada y apacible, quí no intervendría la nu'isica, ni los decorados, 1 los grandes conjuntos de íwtores y figurantes, i los recursos tócnit^os abundantes de un Esidio, ni el personal de producción,.. L a cámara el operador solos. Este sería el cine perfeí;to, iiesto que lo denuis contribuye a darle, en muías ocasiones, la riqueza y el valor de que ca•ce.

E n un sitio contrario a éste están situados los grandes films espectaculares: las revistas de decoradlos fastuosos e inverosímiles, tipo L o calle 42. Música y mujeres y Desfile de candilejas, y las reconstrucciones históricas, como Rey de reyes, IMS Crusiadas, Ben Hur, La luna de Israel, Gólgota y Kl arca de Noé. ¿Sabemos qué es lo nue triunfa en estos films históricos? ¿El arte o el sensacionalismo de sus grandiosos decorados? ¿Podemos decir que son grandes realizadores Cecil B. de Mille, Julién Duvivier, Fred N i b l o , Manfred N o a , r.iulio de A n t o m a r o y Miehael Curtiz? Realizadores lo son, partiendo del significmlo aislado de esta jialabra. Cineastas puros, no. L o que atri\e, lo que entretiene y adquiere v a l o r en sus films es la envoltura formidable de los decorados, que superan a toda ponderación. Miehael Curtiz es el que quizá ha logrado la* más realistas e impresionantes reconstrucciones históricas. Los trucos, que son una fantasía, parecen en La luna de Israel y en Kl arca de Noé una realidad. El episodio bíblico de N o é y las escenas del Arca parecen cobrar una v i d a auténtica en la j)antalla. Aquellos momentos en que N o é es a{)edreado por embustero al anunciar el Diluvio, mientras sus hijos son condenados al más infernal martirio, y el A r c a v a construyéndose poco a poco, son de un relieve y fuerza e m o t i v a incomparables. Después, cuando comienza el Diluvio, los rayos parten en miles de pedazos las columnas gigantescas de los templos, las construcciones se derrumban con un estrépito sobrenatural, la tierra se requebraja, las aguas arrastran enormes masas de cuerpo» humanos que fatigosamente tratan de entrar en el Arca para salvarse... Y el A r c a se cierra impasible, con su carga de animales de todas clases, para navegar a la deriva, como un barco inmenso, por una superficie todo agua. Esta maravilla, desde el pun-

to de vi.sta de reconstracción bíblica e histórica, nadie la ha conseguido hasta ahora como Miehael Curtiz. N i aun Cecil B . de Mille, que es un experto especialista en esta materia. P e r o con ser así Miehael Curtiz en El Arca de Noé y en L o luna de Israel; con obtener del trucaje cinematográfico y de la escenografía los máximos rendimientos, ¿podríamos considerarle superior al doctor Arnold Fank, por ejemplo? El dot!tor Arnold Fank es el contratipo de Miehael Curtiz y , al mismo tiempo, hay cierto paralelismo entre los dos. El doctor Arnold Fank no utiliza para nada el cartón piedra, ni quiere saber lo que son los trucos hechos en el Estudio o en el laboratorio. En esta forma, el doctor .Arnold Fank es la antítesis de Miehael Curtiz. P e r o sus films, de los que podemos citar, como ejemplo. Tempestad en Moni Blanc y S. O. S. Iceberg, no son documentales cuyo único fin consista en instruir al espectador, ni tienden tampoco a producir una emoción suave, combinando aspectos de la lucha del hombre con la Naturaleza...; t o d o es extraño, sensacional e impresionante en los films de nieve del doctor .\rnold Fank, lo mismo que lo puede ser en las obras históricas de Miehael Ciirtiz, A q u i está, pues, el p i m t o de coincidencia de ambos realizadores. Vemos, por lo tanto, que el v a l o r cinematográfico de una película no radica en lo grande por ser grande. L e encontramos más declarado en lo pequeño si es grande, que en lo grande si es pequeño. E n ])roporción, encontramos más valores en El crimen del Sol, film hecho por Curtiz en el desierto de Sahara, sin más escenarios que la arena y el sol, que en El Arca de Noé. L o s valores son parciales en esta obra, pero fuertes y naturales. El Sol todo lo abrasa, incluso el corazón de los oficiales-jefes que mandan las tropas, y lag arenas penetran por los intersticios de las puer-


tas para posarse persistentemente en las ropas, en los trastos, en los comestibles, en todo... Llega una mujer de la ciudad, que es meticulosa y le desagrada todo. El asistente la tiene que limpiar el teclado del piano constantemente y lavar la fruta y los comestibles. Pero no hay ilusión para evocar la música de Oc^ndente, ni agua para presentar las cosas tan limpias como en lx)ndres o París. L a mujer, que es Irene Rich, termina por &star días enteros tumbada sobre una chaise-tongue y comer fruta cubierta de la arena que entra por los rasquicios y jienetra por lo impenetrable. En estíis escenas suaves, sencillas, casi mudas, encuentra toda la emoción el espectador. El Michael Curtiz de El crimen del Sol es el mismo de El supremo ardid, Escuela de viudas. Esclavos de la tierra. Los crímenes del museo, Hay mujeres asi, La mundana, 20.000 años en Sing-Sing, Matando en la sombra, Mandalay, Hembra, Alias the Doctor y o t r a s . Es decir, el mismo délas senci-

Kuth Chaterton e n un momento de « H e m b r a . , pelírula de Michael Curtiz, que nos muestra la última extravagancia de la mujer moderna, en su afán de.superar al hombre |

ello llevado con un sentimiento puramente artístico y humano, pero no con un conocimiento social y económico, como exigen los problemas agudos de nuestra época. L a resjiuesta de K i n g Vidor en Nuestro pan cotidiano es más decidera y terminante, puesto que K i n g Vidor ha i m d i d o el terreno como lo hubiera hecho un economista. L a obra cinematográfica de Michael Curtiz, en suma, cs vasta y meritoria; es heterogénea y expresiva en todas sus formas. Michael Curtiz no se atrasa en nada que se refiera a su profesión. Antes al contrario, en cada nueva producción suya se advierte la impronta vigorosa de su planta, segura y firme, que avanza decidida y triimfal p.»r la ruta del arte. Domina la técnica de presente y estudia la del porvenir. D e esta manera es el único director que c(m aliinco realizó el primer gran film sonoro y el que tiene en su haber el ensayo naás perfecto de cinema en <!olares. Michael Curtiz nació en Budapest, y actualmente sigue trabajando en los Estudios de la W a r ¡•y^^^ ñor Hros First National.

L'iia interesante es•^ena d e «•"Uclavos de I" tierra», realizado chael C u r t i z , e interpretado por Richard Barthelme<4«

JSHI^^ ^

!CHff I l H ' . M f Has y de las complejas realizaciones. Lo.< (^itnenes del museo no es la obra que suscite la emoción terrorífica de los fiUu.s interpretados por Boris Karloff y diri- j gidos por James W h a l e . Es la tragedia del hombre enanaorado d e su a r t e , abrasado por la cera de sus figuras, que después convierte su obra y su museo en el lugar siniestro que necesita para llevar a cabo su venganza. Últimamente, él es una figura de cera más, y sti ro.stro n o existe nada más que cruelmente desfigurado, como su cuerpo y su corazón. Esclavos de la tierra es otro film maravillosamente realizado, pero ingenuamente concebido y terminado. Están im- , p r e s o s en su c o n t e n i d o los i quebrantos más crudos de la ñ crisis y del paro; pero está ^

p n a e s c e n a de c o n - — • j u n t o .le . 2 0 . 0 0 0 años en J»'n«-Sing», rdm de Michael '•urtiz, donde se nos expone con toda crudeza lo que e» la pena de muerte y los «elitos que conducen a ella i

r

A . D E L A M O ALGARA


Katharine H e p burn, cuyo tálenlo la permite el elegíanle ^ e « t o de e x h i b i r H U fealdad como un «Hnobixmo», H e complace en vestir atavíos y locados que, lejos de favorecerla, acentúan más

más ta Hublimié

imperfección de su rostro, como lo muestran estas dos fotos de la g e n i a l actriz

batadoras. Katharine Hepburn, la menos femenina de las estrellas, ha sido la que enamorando en primer plano ha adquirido la más intensa feminidad. IJOS nueve actores que han actuado con ella, en unas recientes mar nifestaciones recogidas por un colega neoyorquino, nos han dicho: Paul Lukas: «Katharine Hepburn es una de las estrellas más frágiles y más sutiles que he tenido en mis brazos durante m i lai^a carrera de actor.» Colín Clive: «Después de haber actuado con ella, me ha sido altamente difícil acostumbrarme a otro temperamento de actriz.» Robert Y o u n g : nerviosa, pero es en extremo sutil y e x q u i s i t a » Douglas Montgomery: « E s la actriz menos difícil de identificar con la personalidad de cada uno.» Douglas P^'airbanks Jr.: « T a n sólo he hallado una que pudiera igualarla, cuyo nombre me callo para no dar pábulo a la opinión.» John Beal: « M e gusta la Hepburn sencillamente por lo bien que se doblega a cada temperamento.» Charles Boyer: « M e encanta la estrella, porque impone su personalidad, porque ditunde su nervio artístico, porque contagia de optimismo. Es subyugadora.» A d o l p h e Menjou: «Nunca se ha sentido la Hepburn más sinceramente admirada que la única v e z en q u e fué mi oponente.» John Barrymore: «Jamás he lanzado indiscretos comentarios a la Prensa sobre la personalidad de las actrices que han trabajado conmigo, y no haré con la Hepburn una excepción. T a n sólo duré q u e es deliciosa...» Deliciosa, ciertamente, en el fondo de su exotismo es esta mujer, que sabe amar comti ninguna ante la c á m a r a Angulosa, rara, es lo más nuevo que al mundo ha importado H o l l y w o o d . N o le han salido aún imitadoras, porque su arte no puede ser imitado. E l l a es la renovación del arte, la que impone tendencias nuevas sin dejar nunca de ser hondamente h u m a n a El amar es humanismo. H e aqui la razón por la que K a t h a r i n e quiebra su breve cintura y besa con sus labios de f u ^ o absorbentes, extraños a los nuevos galanes con quien ha compartido sus primeros planos de amor. Y desde Bill of divorcement pasa a Break of Hearts como una mujer i n c e s a n t e m e n t e renovada. Es la virgen audaz, que anhela el amor sin pensar en los lazos legales que sujetan al hombre que ama. En Cristopher Strong es la J o alocada d e Dittle Women, es el perfil lit e r a r i o v e r t i d o a la imagen, bello p o r su poemático c a n t o de adolescencia. E s la g i tana l o c a concebida por sir James M . Ba-

alhairiino K

H e p b u m lleva relativamente poco tiempo actuando en la pantalla. Su labor ha sido demasiado juzgada, demasiado calificada con tópicos redundantes para que insistamos una v e z más en comentarla. ATHARINE

De miss Hepburn diremos únicamente que es la estrella que se empeña en exhibir su fealdad como snobismo. Es una de las mujeres que saben fingir con m a y o r perfección ante la cámara, reflejando en »u rostro las reacciones espirituales con expresionismo perfecto. A su v e z , la H e p b u m es de las actrices que saben amar..., que saben exhibir el amor en la pantalla con imágenes sublimes. Es una de las más hábiles amadoras, aunque en la v i d a priv a d a haya sido una fracasada en amor. En su corto historial cinematográfico lleva K a t h a r i n e unido a su nombre el de ocho amantes de celuloide, que compartienm con ella los honores estelares. Estos han sido Paul I.,ukas, John Barrymore, Adolphe Menjou, Douglas Fairbanks Jr., Douglas Montgomery, R o b e r t Y o u n g , John Beal, Colín Clive y Charles Boyer. N u e v e amantes ha tenido la H e p b u m entre sus brazos; nos ha fingido, nos ha mentido la pasión desfalleciendo en poses arre-


Adolfo Menjou y Douglas FairbanLs, ron Katharine Hepburn. Anibofi tienen para ella los elogios niá<< cálidos

M

rrie en The little Minister, sin olvidar a la actriz ilusionada de Moming Glory, que recita a Shakespeare; ni a la selvática heroína de los montes en Spitfire. Siendo, por tiltimo, la compositora eminente en Break of Hearts, junto al galán francés Charles Boyer. D e unos brazos a T)tros pasa la actriz bordeando la llama del amor, aunque sin abrasarse en ella. Besa con toda la riqueza de sus matices: con ternura, con voluptuosidad, con pasión, con fiereza; es una amazona del amor brusca y ruda, de mejillas angulosas y cabellera revuelta, de manos contraídas en sublime crispación; es ardiente; es fría sin amaneramiento; en una palabra, es actriz. En la v i d a privada odia el amor. Es una v í c t i m a más de la época moderna, divorciada de Ludlow Smith, el hombre con quien no SUJM) O no pu(h) [lermanecer unida. Y cu t>sc marasmo, ni espera ni sueña. Sus nueve ainadores cinematográficos no influyen para nada en su v i d a gris. Qui/.á el

Y John Beal la admira por su extraña facultad de adaptación al cpartenaire»

Katharine Hepburn y Charles Boyer en una apasionada escena de «Rreak of Hearts», su último film

Único amor que puede más que ella misma es el A r t e , ese sueño de A r t e que cruza sobre su cabeza maravillosa, diríase creada por las pinceladas geniales y primitivistas de un pintor moderno. Esa cabeza, que tiene un colorido de reflejos en oro viejo; esa cabeza que cae vencida lutte el lente en las escenas amorosas; esos labios que ríen con sonrisa de arcángel y se contraen en una mueca de vampirismo. Los hombres en la v i d a cinematográfica de la Hepburn han sido nueve, uno más (pie imijcres t u v o el legendario monarca Barba Azul. En su v i d a privada, su mnor suprem o es el A r t e , es el que ha vencido a la estrella, es un amor al que .se ha entregado ren<lida, y del que esperatuí s mucho todos los públicos del mundo. CKCILIA A. M A N T U A


H

«ginevochico» por aquellas Repúblicas. Contando y o (|uihceo diez y seis años, E aquí una madrileña (jue no conoce Madri<l. Carmen líodrídebuté en L a I fabana (íon IM trapern, el castizo saínete madrileño. Cidtiguez, notabilísima actriz del cine hispano en Hollywood, vé este género bastantes temporadas y luego hice opereta y (oinedia; pero creadora, merced a su extraíjrdinaria ductibilidad artísti(!a, mi gran afición fué siempre la re(;itación. De niña aprendía de memoria de los más opuestos personajes cinematográficos y recitadora admi!.Kla> cUíUitas poesías caían en mis manos, y luego las recitaba ¡uite la farable que siente, vibra y goza con nn verso, llega a la ciudad en la (jne milia y los amigos, subida en una silla vio la luz con los ojos cargado.i de curiosidad y el corazón abierto a tudas —iSí, vamos: era usted el clásico papagayo, que no taita cu ninguna las sensaciones. Del .Madrid «{ue ella dejó al marchar no ([ueda on el do casa amenizando las visitas y las fiestas fainiliaras. hoy sino la entraña. Su a.specto exterior ha sufrido un cambio brusco. Los Carmen Rodríguez contesta riendo: vientos de la post guerra han traído aíjui nuevas formas, nuevas cos— A l g o así. Como le digo, después de dejar la comedia y la opereta, lletumbres, y se hace muy difí<íil buscar y separar de entre ellas la fistmomía gué a N u e v a Y o r k , en 1930. Allí di bastantes recitales, hasta que por característica del viejo .Madrid. entonces surgió el cine sonoro e interpreté unas películas cortas, uue Carmen Kodríguez ha logizado ¡dentifi(;arle en esa alegría estrepitosa (jue fueron seguramente de las primeras que se filmaron en español. Imnele es peculiar, en la simpatía—no por tan decantada menos (rierta — (jue a diattuuente me <;ontrató la Paíhé; f)ero no llegué a trabajar con ella, todos gana desde el primer momento. Carmen Rodríguez está admirada por haber «piedado a poco destruidos sus Estudios ¡)ür un incendio. de Madrid, de «su» Madrid, luuchab vec^es añttrado destle lejanas tierras. Como mi deseo era y a hacer cine, marché a Hollywood y rae surgió Después de saludar a la notable actriz en su casa, los dos hemos sentido ima oportunidad. L a Metro Goldwyn se disponía a filmar Olimpia: ansias de respirar el aire libre. Sentados en la terraza de uno de los cafés de necesitaban una actriz, me probaron y quedé contratada. Así, mi prila Gran Vía, viendo bullir a nuestro lado el nudoso enjambre callejero, (;harmer film fué éste en el que trabajé al lado de María Alba y José lamos. Crespo. - -Dígame, Carmen: ¿cuántos años hace (jue salió de .Madrid? -'¿¿io hizo usted más películas con la —¡Muchos! Unos veinticinco. Y o nací en la calle de Toledo. Metro? •—Barrio castizo. —.Me ha producido mucha alegría y mucha emoción volver a paseaj- por ella. Es uno de los lugares de Madrid (jue después de tantos años de ausencia y teniendo en cuenta que y o .salí a los diez, he recontK-ido inmediatamente. — Usted ha pasado p a r t e de su vida en Sudamérica. —¡Casi toda mi vida! De Madrid marché a .Méjico con mi familia. Mi padre era director y empresario de una Com^ pañía teatral que •--'««Mfllltf^^^l IfO' hacia con .María Fernanda Ladrón de (Juevara Dcsputs j.asé a la F o x , donde interpreté El último de Ion Vargas, con Luana Alcañiz y George l.«wis, y más tarde tomé parte en La llama sagrada, para la Warner Bros. Luego de esto fui llamada nuevamente por F o x , para hacer Ijodrón de amor, con José Mojica, y a continuación, con Paramount, dente alegre, cuyo protagoni.sta fué Roberto R e y . —¡Mucho trabajo en at^uella época!... —Bastante; todo lo que ahora existe de menos. Además, hice jügunos papeles de extranjera en películas yanquis, y cuando todos esperábamos nuevos films, llegó inopinadamente el cierre de los Estudios. Suspendieron su producción española la Warner, la Metro, la Paramount y la Columbia. Sólo quedó trabajando, aunque muy despacio, la F o x . Volví a ella otra vez, y desde entonces tomé parte en casi todos sus films. -—¿Quiere citarme algunos? ~Mi último amor. El caballero de la noche y La crux y la espada, con Jo.sé Mojica los tres; Eran trecs, con .Manuel Arbó; El último rarón sobre la tierra, con Raoul Roulién; Solamente una mujer, con Berta Singerman, y Ojos solteros, con Valentín Parera y Conchita Montenegro, entre otros. —¿Su última obra? —Tango bar, una película que se rodó en Nuev a Y o r k , con Rosita Moreno, Carlos (íardel y Enrique de Rosas. —¿FJI total? —Veintidós peliculas en cinco años. —¡Buena labor! Durante ese largo tiempo de estancia, ¿qué impresión guarda (ie Hollywood? — M u n í f i c a . N o solamente H o l l y w o o d , sino todo California, me pareíie ideal. Es nn sueño, un paraíso. Allí se encuentra a cada paso simpatía, cordialidad y de.sde luego el máximo de comodidades (íon el mínimo de precio. Y o no encuentro palabras para elogiarlo. —¿Quiere hablarme de los artistas hispanos? D e Mojica, de Parera, de .María Alba... —Mojica es el hombre más caballero, más leal y más bueno de Hollywood. N o intriga, no habla mal de nadie; sólo v i v e para su madre y para el arte. —¿Usted cree que se retiró definitivamente del cine? —Ese era su propósito y así me lo manifestó recientemente. Mojica es un artista de corazón y hatse arte por el placer de hacerlo, no pensando en el rendimiento que le ha de producir. Un poco amargado de la vida de los Estudios, que es muy dura y cruel, pensaba retirarse a su rancho de Méjico y allí dedicarse a la música y a la pintura, artes para las que tiene maravillosas


condiciones, y que y a venia cultivando desde muy joven. — ¿ Y los otros? —Valentín Parera, por su distinción, por su don de gentes, tiene infinitas simpatías. Con su esposa, Grace Moore, famosa como cantante en todos los Estados Unidos, componen una de las parejas más cordiales de H o l l y w o o d . María Alba, con quien rae une una gran amistad, vuelve a trabajar d e nuevo con intensidad en los E.studios. H a perfeccionado su inglés y tengo la seguridad de que alcanzará todos los é.xitos que merece. — ¿ A qué obedece la crisis de la producción española en H o l l y w o o d ? — A la incomprensión y a la ambición de los que la dirigieron. —Muchos opinan que los yanquis no les daban oportunidades ni la necesaria libertad para desarrollar sus iniciativas y orientarlas \va/f\& la perfección. — í ^ o no es cierto. A H o l l y w o o d han llegado elementos españoles de prestigio, a quienes se dio carta l)lanca para trabajar. Ellos elegían las obras, hacían los repartos, dirigían la puesta en escena, y si los films no resultaron t o d o lo buenos que se podía esperar, es que ellos no supieron bacterio mejor. Esta es la verdad. N o se cul]>e, por tanto, de todo a los americanos, porque muchas veces ellos fueron los engañados. ^ ¿ R e c u e r d a alguna anécdota curiosa de la v i d a en los Estudios? Carmen Rodríguez queda pensando unos momentos y luego dice riendo: —Durante la filmación de L o cruz y la espada, pelí(íula cjue refleja algunos episodios de la vida de Fray Junípero Sierra en California, ocurrió un suceso muy gracioso. U n o de los personajes principales tenía que dejarse caer del caballo cerca de mí, .y y o , in<lignada, había de descargar lut^o uua buena cantidad de golpes sobre sus espaldas con mi paraguas. Para hacer la ascena se buscó un «doble», naturalmente. Era un muchacho chileno que por cierto tenía un aj)ellido que m o v í a a la risa: se llamaba I.«chuga. Se ensayó la caída, con los paraguazos y las caídas de rigor, diez o doce veces. El « d o b l e » quedó m a t e r i a l m e n t e molido, y hubo de guardar cama durante unos días. L o notable del caso fué que la noche d<

Cnrni.Mi K o i l r í f i í e / y I iiri<pir <l.- H , „ u -

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luir . . ) . • P.iraiiH.iiiu!

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la previus del film aquella es(^na no apareció por ninguna parte. L a habían cortado. —Bien, Carmen. Y usted, ¿qué proyectos trae a España? —^Trabajar, en una p a l a b r a H a r é una toumée a base de recitales, y actuaré en algún film probablemente. Ahora, d e momento, siento ansias de reposo, d e saturarme de este Madrid sin igual, que y a echaba mucho de menos. —I*uas que se cumplan sus deseos como usted los sueña —Muchas gracias. Cuando salimos del café y a as casi de noche. L a Gran V i a comienza a llenarse de luces, la gente se aprieta en las aceras, un ruido de claxons y bocinas llena la calle, y los edificios, con aire de rascacielos fracasados, dibujan su silueta sobre el cielo del atardecer, contorneados por los tubos neón en rojo, en verde, en azul... F. H . - G .


PHKNSA "la

ninfa constante"

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jgjfíjil

j L v ^ 1 "^^^^^Éttl^lHBl ^j2^^^H|^B

N film magistral y un nuevo triunfo de 1 a cinematografía inglesa, que a griui tren se coloca dw;ididiuncnte a la vanguardia del cinema

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/ a constante provisación. Basil Deán sentía el tema desde hace diez ¡I ños y lo ensayó en el teatro y en el cine mudo. Al fin lo ha vestido de imágenes sonoras, y la inquietud, que no acababa de plasmar en arte puro y (pie le perseguía corno una obsesión, haüó el molde adecuado. Basil J)eán ha lanzado seguramente un suspiro de alivio. Tiene algo de íncubo la concepción de una obra de arte (pie se resiste a tomar forma definitiva. La ninfa

mujercita, vuelve a respirar el mismo aire (jue el «príncipe de sus sueños». Niña, no podía hacerse comprender; nuijer, no debe turbar la felicidad ajena. Desgraciado amor el suyo. Un.vs veces, prematuro; otras, t<u-dío, ¡y siempre con.stante! Pero la llama denuncia su exi.stencia. Y cuando la incomprendida v a a ser (li(-hosa y remonta el vuelo, muere de emoción. Transida de felicidad y de espant<j j)or su audacia. Una historia sencilla, vulgar y , a la v e z , ¡tan honda! Los últimos fotogramas son una evoca ción del Tirol en las únicas horas felit^es de iupie Ha [M)bre niña. P o e m a sin comentarios. Y , sin embai-go, de él se desprende la úifinita amargura de esta interrogación: ¿ Y si en aquel paisaje de acuarela, tan tierno y romántico, no hubiese faltado en segiuido término, confimdida con 1(JS detalles inútiles al parecer, la silueta borrosa de una madre? T a l vez sus manos })iadosas, sobre la frente de la ingenua, habrían aplacado al Destino. Fi poema está bañado de luz. L a cámara, .-ca sible como el corazón de la heroína, ha soiprendido los mementos líricos y los ha rimado en e.-tro-

MADItlD-l'AItlS "La generalita" K u b y Keeler y Dick Powell. ¡ A h , y F r a n k Borzage, de director! ¡Ahí es nada! Y eso hubiera s i d o e s t a película: nada o poco menos d e nada, e n otras manos. P e r o la gracia n o está e n el pandero, s i n o en quien lo ÍOCSL. Prueba de ello es que con un asunto que bien examinado viene a ser un reportaje cariñoso de ia Academia Militar de West I*oint, con sus m a i ciales desfiles y las obligadas novatadas de t o d a Academia, militar o no, Frank Borzage se las ingenia para ofrecemos la ilusión de un viaje a las i.slas Ilawai^—donde asistimos a una danza indígfma, maravillosa y sugestiva exaltación del amor—y enseguida nos lleva a la Academia de West Point. Allí, si no a])rendemos táctica ni estrategia militar, nos di.straemos bastante con una comedia musical iinpnjvisada ptu* los cadetes, y en la (¡ue nimibnm .su generala a la encantadora hija ilel director^—Ruby K e e l e r — , tpie tiene de partenaire, como es costumbre, a Dick l'owell. Fr,;nk Borzage, el míiestro en delicadeza y lii isnií), el poeta de las imágenes, s(»gún le han ll.imado, minucio.so y .sutil «;omo im orfebre exquisito que tallara viriles con oro de emociones hum mas, el Borzage de El séptimo cielo y de Adiós a las armas, conserva en esta obra menor. La generalita, el buen gusto, delicadeza y amor a los detalles <iue le han dado una personalidad bien definida entre los mejores realizadores yanquis. ¡Al generalita, por t ( K l o esto y para resumir nuestro juicio en una breve expresión, más que (ine de arte es arte de hacer cine. P A L A C I O DE L A M L S I C A

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.i.a c a n c i ó n <li-l rrc|MÍ--ciilo , película cu la (|ui- Iriihnja con el gran l'rik Korncr. el inolvidable bandido de «Chu-Chin-Chvw»

constante se resistió mucho tiem[)o; era una (juimera, una sombra. Pero Basil Deán logró u|)risionarla. Fué como (piedarse con un ])uñado de sol y arrojarlo .sobre el celuloide. Veamos. El bajo Tirol. Paisajes f)ropicios a la litografía y a las parejas de tórtolos: el lago, el monte, el prado de margaritas, una cabana de mtulera y im crucero sobre una colina; bailes, tip(js y trajes tiroleses c(jn la fanfarria varonil de la j)luma de a v e en el sombrero. En este íonbiente de acuarela, como contraste, el desorden, la imprevisión y la amoralidad de una familia de artistas, en la (|ue hay— primer plano—tres jóvenes ingenuas, dese(iuilibr¡idas y .seiisibkis, en estado casi primitivo. 1,'na de ellas, la más espiritual, adolescente todavía, se enamora de un j o v e n compositor, que la «traiciona», casándose c(jn mía «mujer», sin presumir si({uiera la pa-sión do la chiciuilla. El hogar, .si puede llamarse hogar a la convivencia de seres que ni se comprenden ni se esti- i man, se himde, como los castillos de naipes, \ al primer soplo. Y vuelan las muchaxíhas—pa- j jarillos de Dios—a otros climas. L a m a y o r sei casa; las otras dan en un internado. Pero sei escapan de la jaula, y la precoz enamorada, y a |

fas de imágenes (jue tienen la daridfid y la transparencia (leí sol disuelto en el sutil aire de los A l )eK. Esto se llama })oner la técnica al servicio de a poesía. B a s i l Deán .somete el fetichismo de la máquina a la insj)irtu;ión del artista, y hace del atuendo técnico de los Rstudios espejo en el que se reflejan emtxíiones y en cl (pie se contemplan los espíritus, en vez de muralla sorda y espesa trabtwla con hormigón de laboratcmo y con fueteras de trucos sorprendentes, desde las que .ircabucea la espontaneidad y la belleza de i m arte que ante todo y sobre todo (!s (íspíritu. Victoria llopjier, en el jiapel de Tessa, ia infortunada ninfa, logra n K Í m e n t o s de ternura y d(> [)asión, de sencillez e ingenuidad; de amor y desconsuelo, difícilmente superables. En este sentido, ella es también la heroína, dentro de una Lnter[)reta(;ií'm general, en la que todos ios actores merecen aplauso. Y desjmós de admirar este film cxce})(i('iial, l;i pregunta surge espontánea. ¿Cómo no se ha estrenado antes? ¿Será porque no jiarecc o b r a de gnuí público? Si tal es el criterio que ])reside el orden de los estrenos, ahora es cuando empieza lo mejor de la temporada. ¡Alerta, cim taí<!

" i . a estrella de .Moulin Ittiuye" El cíjuívoco nunca falla, dice una vieja fórmula teatral em{ileada infinidad de veces, espe(;ialmente en el género cómico. Y es cierto, aunque el equívoco sea de lo más i n g e n u o q u e p u e d a imaginarse, como ocurre en este film, donde un marido no conoce a su mujer, porque ella, que es morena, se transforma en rul)ia o x i g e n a d a .\(lmitido el su[)uesto, las situaciones cómicas -uceden con facilidad, y en ellas encuentran iiintivos de lucimiento C(mstan(!e Bonnett, FVancliot T o n e y Tiillio Carminati. El que no se luce gi¿ui cosa es el director, dejando al cameraman, ("harles Rosher, los mayores aciertos del film, que tiene atleraás varios números de revista de la mejor factura y un escuadrón (ie girls, cada una de las cuales es un monumento viviente. Comedieta doblada en re\'ista, La estrella del Motdin Rouge es una película agradable, de las (jue distraen, pasan y se olvidan. ANTONIO G U Z M A N

MERLNO


D

ESPUÉS del éxito rotundo del Congreso Internacional del Film celebrado últimamente en Berlín, se anmicia un aumento de inversión de (lapitales en un 25 por 100, lo que supone una producción superior a la de la última temporada en un porcentaje en relación dire<;ta con el dinero que piensa invertirse en rodajes de cintas cinematográficas. Europa avanza. Y Alemania se empeña—en lucha de «codo a codo» con Inglaterra^—en vestir el maillot amarillo de esta prodigiosa carrera de films. H e allí, a renglón seguido, las últimas j>r;)ducciones del mercado germano.

Marika Kokk, nueva ligura de la cinematografía europea y una de tiu.s más positivas esperanzas para un futuro muy próximo Jarqurline Kranfell, «vedelte- femenina (t e I film de la Ufa «Kl barón gitano» '

L a N . D . L . S. ha contratado a Emil Jannings, después de su é x i t o en El reif viejo y el joven; también a Martha P^fgcrth, Rudolf l'\)rster, Paula Wesscly, l l a r r y I'iel y Angela Salloker. P o r otra parte, la ü . F. A . no descansa. W i l l y Forst interpretará, antes de ir a H o l l y w o o d , Konigswalzer; Peter Lorre, el famoso «vampiro de Dusseldorf», ha regresado de Amórina y prepara un film bajo la direí^ción de K a e l PVeund, film que seguramente será rodado en Viena; Dorotea W i e k , la prodigiosa actriz de Secuestro sensacional, posará, bajo la dirección de Cari Froelich, L«,s' mujeres en tomo al sol, su primer film al regreso de Estados Unidos, de donde fué reclammia por las autoridades del Reich; deán K i e pura ha terminado su última creación Amo a todas las mujeres; Magda Schneider trabaja con el cantante italiano Benjamín (ligli, en No me olvides; ü e z a von Bolvury se encuentra en Berlín rodando StradivariuJi, inspirado en la historia del célebre violín que su creador regaló a la A m a t t i en 1673. L a acción transcurre en Italia y en Hungría; el director ha c(mtratach) expresamente una orquesta de tziganes; en el curso del film aparecerá un desfile de mani(iuíes presentando la última moda do 1914, en cuya época se sitúa la acción; también se tomará c o m o m o t i v o el atentado de Sarajevo; Gustav tVoelich será el protagonista. L a versión germana de Casta diva, que interpreta Martha Eggerth, v a a jjroyectarse en bre-

v e en Berlín con el título de Magdalena; en el Gloria Palast todo Alemania aj)laude la versión indígena de Esposos solteros; en Munich se ( O menzará a rodar muy pronto Carlos el Grande, dirigida por Cari Boes, con Lien Doyers, Erika Glassner, Hermán Speelsmanns, J o e S t o k e l , O . E. llasse, W i l l y Schur y I l u n t e t y v o n Meyerhigk en el reparto; la sección de películas documentales de la 1). F. A . v a a rodar cinco films sobro Polonia, a donde irán cameramen a estudiar el folklore, las ciudades, monumentos, etc.; en Johanisthal .se ha comenzado a filmar una produííción en que intor\'iencn setenta músicos y oin<;ucnta coristas; en Neubabelsbcrg .se han pasado las primertis CSCCUÍVS de Vno más a bordo, en (jue inter\'ienen A n n y Ducaux, T h o m y Bourdello, Ja»([uos Dubesnil, Roger K a r l , Jeán Toulot, José Ser^y, (pie serán dirigidos en la versión francesa por Hoger le B(m; Henry (Jarat tomará parte en otro film que se empezará nuiy pronto en esos mismos Estudios, y cuyo título se desconoce aún; en el mes que viene se |)asará El vendedor de pájaros, con María Andcrgast y W o l í f Alba(>li R e t t y en los principales papeles; |)ront() se harán las versiones germana y francesa de Los 4 de San Pablo, rapsodia húngara; L o maramllosa mentira de Nina Petrovna será dirigida, en su vei-sión francesa, por Je<in Boyer, con Lilián H a r v e y y Jeán Pierre-Aumont eomo protagíHiistas. Bajo la dirección de Frank W y s b a r , El astillero del lucio gris será interpretada per Marianno Hoppe; El comlxUe con el dragón se está impresionando en Munich, que dirige Franz Seitz, con Adele Sandrok y Fritz Odemar como intérpretes más destacados; Luis Trenker, el formidable actor de los films de nieve, dirige ahora el rodaje de El oro de Sutteh; K n u t Hamsura ha hecho Victoria para L u i se Ulrich; Sueños de amor es l'eter l . o r r e , i n una producción sobre la v i d a s u p e r a b l e protade Listz, para la cual se ha gonista de « M » (Kl empozado y a el rodaje de esbandido de Duscenas en Budapest, bajo la s4-ldorf)^ a q u ien lia sido roiifiado direc^ií'm d e Heinz I l i l l e ; el principal - role» otro. Embriaguez de danza, masriiliiio de <KI con la v i d a de la danzarina liombre que sabia Fanny Elsner, v i d a detectidemasiado •


vescn y azarosa. Como final en estas lineas (jue dedicamos a la intensidad de I . iroducsión cinematográfica alcmima, diremos (jue la (m'txima película (jue Marene Dietrich interjiretará j)ara la l'anunount será una adaptaiúí'm de la nov e l a alentana de Wassermann y Franke, Un dia en Aranjuez, historia de una. mujer de sociedml, cuyo carácter impulsivo le nrea uua serie de intrigas y aventiuiís. Marlí'ne ha declarado (jue se encuentra muy satisfecha en jxider traducir ese gui('>n a la pantalla.

Durante varios días ha corrido jior L(»tulrcs el runutr de que la Metro .se [iroponía edificar unos Estudios en Inglaterra para contrarrestar el avance de la jiroducción inglesa. Auncjue nada en contrario puede asegurarse, las autoridades británicas están decididas a intervenir en el astmto caso de qiu- (''st(tome realidad. H a n y Haur, el famoso actor (íontineutal, ha llegado a la cajiital inglesa jiara rodar Noclie.s mosamtas, vcrsif'in nueva de la l'ranecsa, en (jue Batu- encarnó el ¡)apcl principal, teniendo a Annal5ella como o|)()ncn1e; aun(jue se había asegurado (jue Douglas l''airbtmks Jr. ¡rosaría al lado de Baur, los compromisos del actor americano le han liecho volver precipitadanumte a listados T n i d j s , cuando, después de un corto viaje de |)lacer, se jirojjonía desembarcar en Inglaterra. L a London Films prepara im film sobre la vida del famoso cor(>nel L a w r e n e i , bajo el título de Laurence de Arabia; fir&\\ jiarte de la ])ro(hicciün será rodada en el auténtico lugar de Arabia, donde Lawrence era conocido |)or /'.'/ rey sin corona; Jia British Dominions, ^ r ctro lado, ha encargado a la diminuta Eli-

Un marido ideal, que será dirigida por Herbert Selpin, j)robablemente en algi'm Estudio alemán; Zoltan K o r d a ha terminado y a el montaje de Bozanibo, el gran

Un magnífico gesto de i:olman-King en «Héroes y monstruos» (Hombres de Aran)

Un momento de gran intensidad dramática del film de . la Gaumont British «Kl hombre que sabía demasiado.) j .

Nuestra rompatriota \ro"a'onrsta dernim eur<'."S-*o"'d^ ranc'i*'»! d e l rrepÚNculo», en una esrena de dicha película

documental (jue ha filmado en África, y cuyo f»r()tag()nista es el cantor negro Patil Robesnson; Maurccn O'.Sullivan filmará en Inglaterra Soldiers Three, de Fuydard K i p l i n g ; también otra americana—¿hasta cuándo la llegada de gente estadounidense a Europa? - , Magde Evans, so prei)ara j)ara intervenir en el nuevo rodaje de una nueva versión de El tímel, con Kiídiard Dix como oponente; Boris Karloff rodará en Londres El doctor Nikola, y Pcter Lorre, Agente se(reto, con Madeleine Carroll como compañera, bajo la dirección de A l fred Hichcook; Franck Caj)ra llevará a la ])antalla Horizonte perdido, del autor inglés .lames l l i l t o n ; Berthold Vietel dirigirá al alemán Conrad V e i d t on un film (jue todavía no tiene título. Ha sido prosentada en Londres con gran éxito Drake of Englarui, \ isit'm de la v i d a del famoso jiirata, en que intervienen como intérjiretes Mathesón, Seyler, Jane B a x t e r ' y Livesey.

P a r a terminar, ¡ladys aiui gentlemen!, una noticia terrible y maravillosa a la v e z . De Francia. En un convento de París ha ingresado la estrella cinematográfica Jonny Luxouil, la actriz más popidar del cinema francés cu 1!)27. Con ésta son y a cuatro las artistas (juc han ingresado en dií'eitíntes conventos: Jonny, I v o n n e Ilautain, Suzanne Delorme y Marise W e n d i n g . ¡Oh nifias de hoy, ctcmás perseguidoras de puestos en la pantalla de plata! N o olvidar esto. L U I S DK A L D A O L A


maravilla por la finura de porcelana de su cutis. ¿Una ayuda segura para lograr esa perfección? Las diarias fricciones con la espuma del Heno de P r a v i a . Con su p u r e z a y sus a c e i t e s , d e s p i e r t a y f i j a la s u a v i d a d del cutis. P

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JÁBON HEKO DE PRAVIA p e r f u m e r í a

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i N cierta ociisión preguntaron a Jeán Murat: _J - -¿Cuánto ha ganado usted en el cinema? Y el gran actor de la f)antalla franc&sa respondió alegremente: •—-No fo sé. X i lo s a i n é

nunca.

— ¿ P o r qué? Y con una amplia sonrisa de hcml)re sano, fuerte y optimi.sta, una sonrisa en la que brillaba la alegría de v i v i r , repuso: —Odio cordialmente las matemáticas. Y si me guarda el secreto le revelaré mi original sistema de sumar y multiplicar, muy distinto, por cíierto, al de Pitágoras. En cambio, decidle que monte un caballo salvaje, corra unos cien metros, conduzca un auto o pilotee un avión, y veréis cómo con una maestría sin igual lo realiza en el acto. L a práctica de cualquier sport no guarda para él secreto alguno. Y es que su espíritu inniiicto, dinámico y audaz, no ritma bien niás que con as modalidades de la v i d a de hoy. riu vida tiene la viveza, la agilidad y cl dinamismo de un buen film. E n Perigneuse, [lequeña ciudad francesa, nació el día 13 de Junio de 1818. N o cometemos al revelar esta fecha ninguna indiscreción, como tampoco al completarla diciendo que en la actualidad .Jeán .Murat tiene cuarenta y siete años. Porque Jeán Murat, entre otras muchas excelentes cualidad&s, posee la lie carecer de esa coquetería tan propia de las estrellas, sea ctialquiera su sexo. Pueril engaño, porque siempre hay una hoja de registro que en el momento meros deseado les puede dejar en ridículo. H i j o de padres humildes, se educó no obstante en dos colegios y un Liceo. Alumno detestable y turbulento, dejó en ellos profunda huella de su espíritu rebelde y su innata holgazanería. Sin embargo, bien pronto mo.stró predilección por la Geografía y los idiomas, como si una v o z interior le advirtiera que esos eran los conocimientos que habían de serle más útiles en sus correrías por el mundo. A los diez y seis años, desesperada su familia porque no había logrado terminar sus estudios, lo manda a Indochina con un tío suyo. —Donde c o n t i n u é — d i c e con fino humorismo—practicando las cuatro reglas por m i original sistema, cpie aun hoy no he abandonaido. P o r ejemplo: en la multiplicación Jeán Mural, el admirado «galán maduro», va a suspender sus actividades cinematográficas para descansar junto a Madame Murat («neé» Annabella)

y o procedo por etapas. Y o no digo 8 por 8. Sino 8 veces 8. Veamos: 2 veces 8..., 16; 2 veces 16..., 82; 2 veces 32..., 64. ¡Voila! El servicio militar frena un poco sus ímpetus. L a disciplina surte sus efectos. Sin embargo, aun afuií se manifiestan sus aficiones. Jeán presta su servicio en el Cuerpo de Caballería, donde no tarda en di.stinguirse como un extraordinario jinete. Después, Berlín. Se v a a Berlín como secretario del corresponsal del diario parisino Matin. P e r o ha llegado el año catorce. l i a llegado la guerra que envuelve en llamas a Europa. Y la guerra le trae de nuevo a Francia. Otra vez soldado. También ahora como jinpte. Sólo que ha cambiado de cabalgadura. Jeán Murat hace la guerra como aviador. Es uno más do esos héroes del aire que en las noches d r a m á t i c a s de París, cuando las sirenas anunciaban la llegada de los zepelines y aviones enemigos, se lanzaban al abismo de sombras del espacio—acuchillado por los haces luminosos de los reflectores—en busca de la muerte, más que de la victoria. El armisticio le sorprende en N u e v a Y o r k . Y en N u e v a Y o r k se queda para rehacer su v i d a rota por la guerra. Se hace por algún tiempo representante de marcas de automóvil. Pero, ¿y el cinema?, pregimt a r é i s q u i z á . E l c i n e m a le atraía, le sugestionaba. Con frecuencia .se le veía en las salas cinematográficas. ¡Cuántas v e ces, sentado en su butaca y perdido en la penumbra, no so\f\ní tienen ustedes ñó con v i v i r arpiellas magnífia la gentil .\nnabecas aventuras de los jinetes del lla, sin afeites y sin Far-VVest!... Y se v e í a tammaquillajes, tal y como se muestra en bién salvando a la protagonista, la calle y en los esdespués de treinta y dos episopectáculos, junio a dios de luchas y angustias, y su esposo. Jeán .Mudándola uno de afju ellos besos kilométricos con que generalmente terminaban esta clase de cintas. Pero para t o d o en la v i d a hace falta una ocasión propicia, im momento oportuno. Y la ocasión t o d a v í a no se había presentado. P e r o estaba escrito en el libro de los destinos humanos que Jeán conquis-

JUtJMtJUÜa^

lie keWuufi de ta, fuuUaJUa ftM> uhm^ M4e4> dJmehUun. utt paco-

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I conocimientos le llevaron más tarde a ser elegido para rodar con María Bell el primer gran film sonoro de la pantalla francesa La noche e.^ nuestra. — ¿ Y ahora, monsieur Murat?—le han pregimtado. — Y o rodaré con Annabella un film sobre los pilotos de aviación comercial. También Deuxieme Burean, con Pierre Billón. —¿Después? —Una temjxtrada de descanso en nuestra casa, frente al mar. V i v i r al aire \ al sol todo lo posi ble. Gustar del placer de una casa conf o r t a b l e , de u n a buemí mesa, de sentirse l i b r e . Y viajar. Dar por tercera v e z la v u e l t a al mundo en unión de Aimabella, mi mujer.

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P o r su parte, A n nabella—figura '^^^^^^^^^^ vante del écran fran^H/^^^ cés y deliciosa silueta f e m e n i n a - s ( L i i delicioso niega resueltamente a hablar de cine. Acu gesto de a p i ha de terminar el rodaje de L'equipage \ carada i n g e Vnrieté.s, y n(» quiere oír nada que se renuidad de Anlacione con el séptimo arte. nabella — N o . N o hablemos de cinema, por fa.Annabella y vor. Hasta Octubre no quiero ni hablar ni Jeán Murat en pensar en el ciiu». Y a v e , el rodaje de nuespleno idilio, durante un descanso tras últimas cintas nos ha |)rivado hasta en el rodaje de de la luna de miel. T o d a v í a no hemos te«Cara vana», adminido un día, un hermoso día completo para rable creación de nosotros. Deseo v i v i r cuatro o cinco mesela delicada actriz francesa como una mujer vulgar. Me he c o m p r a d una bieiídeta y y o misma iré desde nuestra Jeán .Murat y Anna«'asa—un fefugio lejano frente al mar—a la liella.al iniriarsu viaje de bodas, reflejan villa más próxima por todo lo necesario. • n - U S rostros, su Y a m e parece estar oyendo los comentafrlicidad... rios de las gentes al reconocerme. «¡Oh! Fijaros. Es Amiabella», y el comentario también de las mujeras: « N o es tan bella como parece en el cine.» Quiero poder dedicar, como las demás mujeres, unas horas a mi tocado. N o estar pendiente de la hora en que hay que partir para el Estudio. I r al teatro, al cine, a la.< exposiciones, a todas partes. V i v i r , en un. palabra. Las gentes, acostumbradas a la.maravillas de la pantalla, creen que nuestra v i d a es deliciosa y envidiable. Tienen de nosotras una visión totalmente falsa. Cuando una mujer d i c « a su marido: «Querido, no tengo nada que ponerme», todos sonreímo indulgentes y burlones, porque sábeme que la palabra nada le cuesta al marid' (los trajes sastre, tres de tarde, diez blusaunas pieles y , por lo menos, un traje (!• miche. Sin embargo, si y o dijera esa misma frase a .lean, sería decirle astrictamente la verdad. N i tiemj)o nos queda para nuestras compras. N o se crea por esto que no siento entusiasmo por el cinema. N a d a de eso. l'nicamente que y o lo v e o conu> algo pasajero de mi vida. Muchas veces, al comenzar un nuevo film, no puedo pe menos de pensar: « ¿ Y después? Dentro di diez, quince años? T ú serás una ridicula •M silueta cinematográfi(>a, una silueta denu)|p dée, sin un rollo de película en movimien^ t o . » Y por eso v u e l v o los ojos a mi mari^ do, a quien amo como hombre y no como artista, por([uc sabe como nadie v i v i r la vida, y v i v i r , sobre todo, sus bellos momentos. los más dm-os momentos de su existencia su Es decir, que Annabella y .lean Murat desalegría de v i v i r . aparecen por unos meses de la esfera cinemat< —^Yo siempre supe apreciar en todo instante gráfica para des(;ansar, mientras monsieur Mural lo que la v i d a me ofrecía. L a vida siempre nos emprende, en unión de su mujer, un crucero por ofrece algo bello y agrivdable. Y o aprendí a v i v i r el Mediterráneo, (pie bien }nidiera convertirse en estos momentos en mis horas difíciles. su tercera vuelta al mundo jior las rutas azules Sus entusiasmos por el cinema le llevaron a del mar. Berlín y lx)ndros cuando la aparición del cine

1M|^^^^^K

gloria como actor ci^ ^ ^ ^ ^ ^ nematügráfico. Y la ocasión que antes no aparecía se presentó. Fué en la Exposición colonial de Marsella. U n encuentro con un amigo. A éste acompaña un desconocido para Jeán. Unos saludos y una presentación. El amigo desconocido es el meteur en sccne R o g e r Lión. U n a charla frivola, ligera, sobre mujeres, sobre sport, sobre el cinema. Y de pronto la pregunta seca, b r e v e y concisa, la respuesta ágil y pronta, y por último, la proposición: —¿Está u.sted libre? —Completamente libre. —¿Quiere usted venir conmigo a Portugal para rodar una película? Y así fué como Jeán Murat entró en el cinema interpretando el role principal de Los ojos del alma, y teniendo con)o partenaire a Gil-Clary. D e entonces acá, una larga li.sta de títulos y una lista igualmente larga de triunfos. Los triunfos que fueron labrando su fama de h o y . Se ha dicho de Jeán Murat que ha sid o un hombre de suerte. El no lo niega. P e ro justo es decir que no todo en su v i d a de artista fueron facilidades ni caminos llanos. P o r q u e Jeán Murat conoció las largas esperas en las antesalas de los magnates cinematográficos. Los diálogos ásperos y enojosos. Supo también de las amarguras de la desilusión. N o . N o fué enseguida el actor célebre que recibe a diario cartas perfumadas de admiradoras, pasea (ionduciendo un doce cilindros y dedica retratos a millares. El fino arte tlel gran actor no supieron apret^arlo y valorarlo desde el primer moñiento. P e r o Jeán Murat, que i>racfica como nadie la filnacifia ÍIAI rni+imisTni'

-US

LcciANO

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i' 4^. ÍJLTfmm^vmADEs EN WnWm BODAS y bivokilos Una mujer para dos..., a no ser que uno de lo8 dos esté de más. Joan Crawford entre Robert Montgomery y Franchot Tone, sin saber por quién decidirse. A lo mejor se decide por e»te señor invisible que no aparece en la foto

Cecil B. de .Mille presencia la prueba del vestido que su hija Katherine luce en «Las Cruzada8> y que ha sido creado expresamente por R a l p Jester, afamado especialista en vestuario histórico

Sigue la moda de evocar en la pantalla las figuras históricas y ahora, le ba tocado el turno a la princesa Catalina Matilde, de la Gran Bretaña. Clive Brook se ha tenido que dejar crecer el pelo para este I film, en el que interpreta al «Doctor ^ Struensee»

Rl principe que lodo» los meses aparece en Hollywood. Ksta vez se trata del egipcio Felize Rollo, a quien v e m o s en el Club Trocadero, junto a Marlene Dietrich. I Ya verán ustedes cómo se dedica al ciX ne o se casa con Gloria Smanson

A los bombertiM les ha salido con este rebaño de borregos que vemoM en la finca de Maurén O'Sullivan una seria competencia. Miles de borregos han sido llevados a Hollywood para que se coman el pasto de las colinas, eliminando así el peligro de incendios

LJ\ACASADO

el matrimonio Mary P i c k f o r d Douglas Fairbanks, no quedaba en í r o l l y w o o d otro matrimonio histórico que el de Dolores Costello y John Barrymore. A los visitantes ilustres d e H o l l y w o o d se les enseñaba hasta hace poco, de un modo invariable, la casa de Greta Garbo, el E-studio de Charlie Chaplin y el matrimonio Dolcres Costello-John Barrymore. I

El hombre no escarmienta, y William Powell, entre escena y escena de un film, se dedica a flirtear con Ginger Rogers, a quien no parece desagradarla lo que la dice el maduro ealán. Y ella es casada. \\A que se va a armar

— V e a n , v e a n ustedes el matrimonio m o d e l o de H o l l y w o o d . L l e v a n ocho años sin divorciarse... P e r o el matrimonio modelo, a lo que parece, se ha cansado y a de .ser la admiración de los ilustres viajeros. Y coincidiendo con este cansancio, se pone ahora de manifiesto que el matrimonio modelo era un modelo nada modelo. El marido modelo e s — s ^ ú n la demanda d e divorcio que la esposa modelo ha presentado en N u e v a Y o r k — u n hombre q u e bebe con e.xceso y que maltrata de palabra y — ¡ o h , dolor!—de obra a su encantadora mujercita. L a esposa modelo es—según la demanda de divorcio que el marido modelo ha presentado en Cuba—^una señora c u y o afán d e lujo y ostentación le cuestan al pobrecito marido 85.0(K) dólares todos los años. En resumen, la hi,storia se derrumba, el matrimonio v a a hacer ahora liquidación completa y los viajeros ilustres de í í o l l y w o o d tienen desde ahora un número menos en su programa. Dolores se v a j w r un lado y John por otro. Bien que John lo hace acompañado de lo que él llama su «descubrimiento tiinematográfico». El descubrimiento de John tiene diez y nueve años, se llama Elaine Barrie y le ha acompañado en su viaje a L a Habana, donde por cierto htuí puesto los divorcios a un precio y a una rapidez d e tramitación d e verdadera competencia con Heno. H e aquí, pues, una j o v e n c i t a que nace con suerte a la v i d a de la pantalla. John tiene el

'f}^ gusta así?', pregunta el dibujanlc O r a r d Newzán a Irenne Dunne, mostrándole el diseño del elegante traje que lyi creado para ella en el film «Roberto». A ella i>ar<-ci' q u e l<> cusín el (rnluijii \ n <•{ parece qui- ' •


dres, bajo la dirección de Alexander K o r d a . Y nada tendría de extraño que Elaine Barrie fuera su compañera en el film... y fuera del film. Así es la AÚda y así es el amor. (¡Oh, qué hermoso final!)

porvenir matrimonial, a cambio de abandonar H o l l y w o o d . U n potentado indio le ha escrito recientemente para decirle que él seria feliz si pudiera contar a T h e l m a entre sus mujeres. Indio tenía que ser.

Pero si no hay y a en H o l l y w o o d ruinas matrimoniales que visitar, siempre queda el recurso de seguir las andanzas de la inquieta Merle Oberón. Merle Oberóu juega al matrimonio con la misma facilidad que podía jugar al pingpong, y en el poco tiempo que lleva viviendo en H o l l y w o o d ha conseguido llamar poderosamente la atención con una serie de aventuras amorosas que empiezan en Joseph Schenk—a quien dejó compuesto y sin novia—^y acaban, por ahora, en Leslie H o w a r d . Leslie H o w a r d es, a pesar de su experiencia de la v i d a y de las mujeres, la última víctima de la inquietante estrella inglesa. Ellos están enamorados con esa pasión incontenible y eterna con que se enamoran para siempre durante tres meses los artistas de cine. Hasta tal punto, que Merle, a punto de embarcar para Europa, se quedó en N u e v a Y o r k para c, tar al lado de Leslie. Nuevamente, por quinta o sexta v e z , se lanzó a los cuatro vientos la noticia de la nueva boda. Pero ese hado fatal que se interpone siempre en

Y he aquí otra v e z a Gloría Swanson dispuesta a una nueva experiencia, para la que quiere que le sirva Herbert Marshall, ese actor tan bueno que parecía además un hombre tan formal. ¡Sí, sí! Herbert está dispuesto a 'separarse de su mujer Edna Best, actriz del teatro inglés, para ser el nuevo marido de G l o r i a D e Gloria, que se ha casado tantas veces que ncs es imposible recordar exactamente qué número corresponderá a Herbert Marshall, si efectivamente l l ^ a al sacrificio. ¡Pobre Herbert!

Francis Lederer, galán de moda en l l o l l y « o o d , tenía tanta prisa, que se fué de la peluquería sin que le terminaran la fricción. Fl director de su nuevo film le debe estar aconsejando que se compre un fraseo de fijador. ¡Así se explica la mirada de Franrist

Catalina Kárrena y Cilbert Itoland brindan en el film «Julieta compra un hijo>>. Cilbert recilie en batín a nuestra actriz, lo que permite suponer dos cosasi que Cilbert puede permitirse esa familiaridad o que algo malo va a pasar aquí. Algo malo... o bueno, según se mire

jOle tu cuerpo serrano! Ramonrito Novarro, eon un peinado muy cañí y un traje de «toreador» muy perso•>al, se ha dado crema para estar agitanado, y mira a un toro imaginario, hipnotizándolo ron el fuego de sus ojos. (Viva Sevilla!

los caminos del amor hizo que uno de los vientos fuera a penetrar en la nariz de una señora que resultó ser la legítima esposa de Leslie ante Dios y ante la ley.

Pero lo más fenomenal, lo que más ha asombrado a la colonia cinematográfica en estos tiltimos tiempos, es el hecho de que Frederic March haya podido trabajar junto a Greta Garbo en Ana karenina sin enamorarse de la sueca Todos los partenaires de Greta tenían la obligación de enamorarse de ella, por lo menos mientras durase el rodaje del film. Frederic March se ha saltado a la torera el compromiso. Y ternúuada

A la hora del descanso, el fotógrafo no sorprende a esta «girl>, puesto que se ve bien claro que ella se ha subido los pantalones para el mayor interés fotográfiro. I,a escena está tomada en un E^studio americano. N o hace falta más que ver los pies de la señorita de la derecha

Y la legitima esposa se n i ^ a a que Merle se case con su marido. P o r lo menos, hasta que se divorcie de ella. Es una pretensión no exenta de cierta l ó g i c a • • Joan Crawford continúa deshojando la margarita de la incertidumbre, y los chismosos de H o l l y w o o d se siguen p r ^ u n t a n d o quién será el próximo marido de la que fué esposa del hijo de Douglas. Franchot T o n e era hasta hace muy poco uno de los que, según la v o z de la murmuración, estaba más cerca de hacer subir a Joan en automóvil para llevarla a casa del pastor más próximc. P e r o las últimas noticias dan como descartado de la lista al j o v e n lancero bengali. Joan tiene un nombre más que añadir a la y a larga lista de sns probables maridos. Se dice que ella está prometida secretamente <!on G r ^ o r P i a igorsky, nueva sensación masculina de H o l l y wood. L o s bien informados a s ^ u r a n que la boda se celebrará muy pronto. Como los bien informados se equivocan siempre, esperemos que el nombre de Grt^or Piatigorsky no sea el último t o d a v í a en la colección de Joan Crawford. A T h e l m a T o d d se le ofrece un

ventajoso

Jullio Camiinati y Mary Filis se quedan quietos en la escalera, y ella hace eomo que canta para disimular un poco. (Quietos! Con esa rola, lo diga quien lo diga, no se puede bajar escaleras. ¿Verdad que no?

la película, se ha ido tranquilamente a descansar a Honolulú. T o d o s se preguntan cómo l o ha podido hacer. DON CUPIDO

FERNANDEZ


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OTROS VALIOKOS I*KBAUIOS¡ Entre las demás personas que alcancen clasificación fotogénica especial, distribuiremos numerosos premios (de los que se publicará una lista oportunamente), donados por las firmas cineraatográfícas CIFESA FILMÓFONO, ATLANTIC FILMS, SELECCIONES CAPITOLIO, WARNER BROS FIRST NATIONAL, RADIO FILMS, CINE FÍGARO, etc., etc.

It il Si » Si Todos, sin distinción de edad, pueden ganar un premio 4 en este Concurso, porque el cine necesita la esuella tanto como la actriz de carácter, el galán joven como el actor infantil, Así, pues, remítanos su fotografía, d e b i d a m e n t e franqueada, con la siguiente dirección: f C I N E G R A M A S , NOMBRE Concurso d e Fotogenia, A p a r t a d o 571, Hermosilla, 73, SEUDÓNIMO Madrid. •

nar las que no sean fotogénicas. N o se sostiene correspondencia sobre el Concurso, ni se d e v u e l v e n los originales. El envío d e una fotografía implica la aceptación d e estas bases.

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( S I poM usted t « i d 6 i i i m o , c a t c a d c r e n o s q n t no átt** que p n b I l q u < m o ( s u n o m b r e )

2.* A l dorso d e su fotografía deberá p e g a r el cupón q u e publica C I N E G R A M A S , lleno con letra muy clara. Puede usted enviar una o varías fotografías, siempre q u e cada una Heve su cupón. 3.* Las fotografías así recibidas se publicarán en C I N E G R A M A S con nombre ó seudónimo) pero la revista se reserva el derecho de'elimi-

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4.* En su dia se nombrará un Jurado de toda solvencia, q u e , t e n i e n d o en cuenta las cualidades fotogénicas de los concursante», les adjudicará los respectivos premios. 5.* Las personas q u e no obtengan los primeros premios, pero q u e reúnan cualidades fotogénicas y lo (leseen, serán recomendadas por C I N E G R A M A S a las C o m p a ñ í a s cinematográficas, para q u e les den oportunidad d e actuar en las películas q u e tengan en proyecto.


A lo largo de su brillante historial cinematográfico Ricardo, Cortez ha interpretado los más diversos y antagónicos tinos, v en todos ellos ha sabido imponer su recia personalidad, su temperamento vigoroso de galán netamente varonil, l l l t i m a m e n t e , en « M a n d a l a y » , junto a K a y Francis, y en « W o n d e r - B a r > , con Dolores del R í o , su arte magnífico ha triunfado p l e namente, acusando la fina sensibilidad de su inconfundible estilo, pleno de matices, colmado de sutilidades. La extraña expresión de su rostro de hombre experto en lances d e amor y aventura, su mirar lánguido y c o m o adormecido, su contiucntea puesto y su magnífica dicción, logran siempre, el tono preciso, la .sensación exacta requerida por el papel ue le ha sido confiado. N o es, por lo tanto, una desmesurada lisonja el afirmar que Ricaro Cortez, en el m o m e n t o actual, es uno de los más positivos valores de la moderna cinematografía, y que su justa fama de actor, su prestigio de auténtica « v e d e t t e » , están .basados sobre los sólidos pilares de un arte verdaderamente excepcional.

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En buMa de argumentos y de direetores

E

N e 1 corazón d e la Quinta A v enida esté el despacho d e P h i l R e i s man. Estampa plena y típicamente norteamericana: rascacielos, ruido de motores, fiebre de circulación. P h i l Pleisman es una de las brandes figuras del cinema d e H o l l y w o o d : L a s opiniones de este magnate d e 1 cinema pueden ser interesantes. H a y actualmente planteados algunos problemas de gran importancia en t o m o al arte y la industria del film. •—Desde el punto de v i s t a internacional, ¿cuáles son los problemas que principalmente tiene planteados el cinema? * —Eis ése, amigo m í o , un tema demasiado extenso p a r a apuntarlo en u n a conversación periodí.stica. H a y problemas que afectan al cine en el mismo ritmo que 8 la industria en general. Mejor que empezar el t e m a con miras generales, prefiero hablarle a usted concretamente de lo relacionado c o n nuestra producción. Y en este sentid»—^tomo c o m o punto de apoyo mi propia e x p e r i e n c i a — n o s encontramos en primer término con el gran problema de la selección d e argumentos. U n buen argumento es c o m o e 1 corazón d e t o d a película Y cada día es más difícil el haHazgo de argumentos q u e puedan complacer al inmenso y vario público internacional. Naturalmente, me refiero a los buenos argumentos; los de otra clase se encuentran a cada paso, pero no interesan... —¿Dónde cree usted que se encuentra el meW i l l i a m Powríí < j o r mercado d e arguí.inger Roger, q"' mentos? actuarán j u n t o * —Creo que Paris concomo prolagouisl*" tinúa en e.sto mantedel film .VMtrrWñ^ medianoche» niendo su rango principal, .seguido muy de cerca por Viena. Nuestra entidad tiene en viaje a varios representantes, en busca de actores y argumentos. Ellos nos traen también OS que pueden ser interesantes para nuestro servicio de Informaciones; esos datos contribuyen poderosamente al é x i t o o al fracaso de una cinta. —^¿Qué otros faíítores, con ese de la .selección de argumentos, colaboran fundamentalmente en el é x i t o internacional de un film? — H e aquí tres aspectos fundamentales: la Dirección, la Interpretación, la Censura. Un buen director es necesario. Y es preferible esperar (jue hacer uO nombramiento con premura; esto, a la larga, es perjudicial, económica y artísticamente. Recordaré a usted un caso. Lowell Sherman, que había comenzado a rodar en nuestros estudios el film Btcky Sharp (La Feria de ¡a Vanidad), murió repentinamente, y su mtierte nos planteó un jtroblema de verdadera importancia. Sin embargo, antes de nombrar un director a la ligera, j)referimos esperar, perdiendo con ello mucho dinero, hasta que un día nombramos a Koubén Mamoulián para sustituto del director fallecido. El nuevo director es de una gran competencia, y su labor dirigiendo films de Greta, de Marlene y de Chevalier le han situado en el primer plano de las grandes figuras cinematográficas mundiales.

^Müéhmsá •nh

de J:Í

'P'Vr^umnfop'Jd dirección, k inkrprekcion

JiüjéJái

-La e«nsiira eiiipnialoyráfica <>n los distintos paf<ws - O t r o aspiícto: lu ' c u ^ u i i i . — H a y (jue pensar (pie una mi^ma pelícida v a a ser proyectadla en países muy distintos, ante públicos <le formación y sensibilidad diferentes^ en I^Mados de diverso régimen jiolítico.. Es un aspe<to que reípiiere un gran tacto, una gran delicadeza. Como usted sabe, cada país tiene su correspondiente Negccindo de Censura. Por «ienii lo la < onsura de Singapur no deja pasar un film en el que aparezcan desnudos cl busto, los hombros o los muslos femeninos.

E n Inglaterra n o se quieren las películas en que luchan razas y r e ligiones. E n Au.stralia no se permiten las escenas de hampones o bandidos, ni t a m p o c o las de campai"ias electorales, por pacíficas que sean. L a censura d e Suecia, de Dinamarca y de N o r u e g a no v e tampoco con gusto los films d e b a j o s fondos. — ¿ Y la censura en .Memania? -En tiempos tcjdavía recientes daba mucho que hacer a las Casas productoras de p e l í c u l a s . P e r o después se ha moderado mucho esa severidad. E n Turquía la censura es m u y leve. En Grecia apenas existe. E n cambio, en China hay dentro del mismo país ima ¡ripiecensura, con total independencia cada una: en Shanghai y en Cantón funcionan con completa autonomía las tres oficinas de censura cinematográfica. — ¿ Y en cuanto a los Estados Unidos? — E l problema existe también. Con el siguiente curioso hecho: que aquí se censuran muchos films que están hechos sobre cosas de taatro, y , en cambio, para estas mismas cosas de teatro la censura apenas existe. —¿Cree usted que podrían aminorarse esas distintas dificultades que la censura plantea a l cinematograto? —Desde luego. H a bía que llegar, cinematográficamente, a una mayor relación y c o operación i n t e r n a c i o nales, a una modificación de los reglamentos de censura, a un verdadero acercamiento mundial de todas las Casas productoras. F^sto repercutirá en un aumento considerable de todos los negocios cinematográficos.

Huir B. " ' y , simpática ,^ Of la gran "•"'producción, *l-a feria»

Bl cinema en colores

—^El c i n e m a , q u e ^ z a de día en día, (jue logra perfecciones verdaderamente admirables, ¿qué gran novedad u ( p i é gran adelanto cree usted (jue reserva todavía a los públicos.^ "~~Me parece que la próxima revolución cinematográfica estará en la fotografía en colores de alta calidad, como Robert Edmond Jones nos la presentó ^ La cucaracha. L a belleza de los colores de esa pe(iueña j o y a cinematográfica maravilló a cuantos la vieron en Londres, en París, en Barcelona I m a g i n e st«(J lo ^jyg procedimiento de tecnicolor puede significar, aplicado, ¡>or ejemplo, a la avenida de una gran ciudad, a un desfile militar, a un p a r t i d o fútbol o a una corrida de toros... Jolm H a y W h i t n e y y Marián C. Cooper, elementos directivos de la Pioneer Pictures, tienen hoy puesto todo su empeY y toda BU ilusión en la película Berky Sharp f La Feria de ln Vanilad). Esta será la jirimera cinta de gran metraje hecha conforme al nuevo procedimiento. * está cerca el día en que el público podrá contemplar en la pantalla los mismos colores (pie hieren su retina en la vida normal. "~"¿Tiene usted fe en el nuevo ])r(Kíedimiento? ^ A b s o l u t a Recuerde usted los primeros pasos del cine sonoro, los escepticismos que en .«us comienzos desi)ertó. Como él, se perfeccionará también el color o. la pantalla. T o d o s los productores de H o l l y w o o d están pendientes del éxito que logre en las taquillas (leí mundo 7?ecA"t/S/íar;)/'Lo Feria d « ín U ( m í d « < í ^ 1 este é x i t o es lo que se espera, la futura cinematografía se inclinará ha(;ia el color... ~~~¿Cree usted, señor Reisman, que la televisión dañará y reemplazará al cinema? , ' " " N o . L a radiodifusión no perjudicó al cinema, y tampoco hay que temer, por tanto, a la televisión. Más bien hay que creer que este magnífico adelanto ^^^ficiará al cinema, como le benefició la radio(Íifusión. ^ t a s Bon, expuestas por la palabra concisa y certera del señor Reisman, las opiniones que sobre distintos e imf>ortantes temas del cinema tiene una * 'fts más destacadas figuras (ie la producción de H o l l y w o o d .


A I I M T I O Barrera, Boinas Taeni. Bafael Señalada y Kélix de Pomes, rn un mámenlo esrénico de •Ka(a|ilán , p e l í r u l a realizada brillanlemenle por Klías

Kl pequeño «Chispila». ron Lina YeiroH V Juan de l^nda, antes delrodaje de una esrena de «Kl serreto de Ana María», que se rueda artualniente en Barrelona para "Selecciones (japitolio-


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cidieron encarrilarse por el camino del cine, y con aquellos miles de dólares obtenidos tan fácilmente fundaron la Vitagraph Company, primera entidad productora de verdadera importancia que existió en territorio yanqui, a la v e z que futura veterana, puesto que aun subsiste, aunque su nombre cambiara, en 1915, al cambiar de dirección; aliora es la Warner Bros.

A se v a convirtiendo en muletilla harto insistente eso de que sin los americanos el cine no habría salido aún de los pañales en que se envolvió al nacer. Ahora mismo, cuando se v e a todas luces, sin lugar a la más leve duda, cómo Europa gana terreno cada día a la producción yanqui, quedan románticos o ilusos que defienden, aunque sólo sea en la perspectiva del pasado, el triunfo de Norteamérica, y e x claman conmovidos: «¡Ali, si no llega a ser por la técnica de H o l l y w o o d ! . . . »

¿De dónde venían los fundadores de la V i t t ^ r a p h Company? Pues muy sencillo: Stuart Blackton nació y pasó sus años mozos e n S h e f f i e l d , Inglaterra; Albert E. Smith, que tenía catorce años cuando llegó a los Estados Unidos, vio la luz primera en Faversham, condado de K e n t , también en Inglaterra. Y a ellos se unió, en los tiempos iniciales de su actividad cinematográfica, otro inglés, W i l l i a m R o c k , que aportó dinero e inteligencia pai-a los negocios.

Y no se detienen a pensar que casi todo lo bueno de la técni;a de H o l l y w o o d es europeo, porque europeos la crearon como productores, como animadores, como intérpretes. Ese gran pueblo j o v e n y audaz que es los Estados Unidos de América se limitó a recibir con alegría le que hombres del otro lado del Atlántico le daban; su aportación individual no pasó nunca de perfeccionamientos parciales; jamás, sobre todo en cuanto al nivel artístico se refiere, hizo nada de importancia histórica.

El creador de los trucos cinematográficos en América fué W i l l i a m P a l e y , el cameraman inglés de l a Passion Play, de Hollamar. Albert E. Smith, el fundador de la Vitagraph, fué el primero que t u v o la idea (y esto ocurría en 1899) de impresionar películas con luz artificial. U n judío europeo, H a r r y Cohén, que sería uno de los futuros organizadores de la Metro, fundó en 1905 el primer cine que existió en N u e v a Y o r k : una sala de doscientas localidades, en una calle inmediata a la Quinta Avenida.

Empieza el anecdotario con el célebre pleito de Edison y L u m i é r e . L o s dos, en A m é r i c a el primero y en Francia el segundo, se ocupan por los mismos días en resolver el problema de la reproducción animada de las imágenes, y » Edison corresponde anticiparse en la solución. Pero su sistema no tiene aplicación en la práctica, porque sólo sirve para la visión individual. Y tendrán que venir colaboradores europeos—^W. K . Laurie Dickson, nacido en Francia de padres escoceses, y Eugene \N'illi«m Rock, J. SliiMrt Rlacklon y Albert K. Sniitb. los tres ingleses que Lauste, natural d t París—para perfecciofundaron la Vitagraph Company, primera entidad importante dedicada nar el aparato y lanzarlo al público, conen los Kstados Unidos a la producción de películas trariando los deseos del sabio inventor, que L a histeria de Adolph Zukor nc carece de prefería dedicarlo a sus experimentos particuEl éxito fué ñilminante; apenas difundida la interés. Zukor, que llegaría a presidente de la lares. existencia de aquel film, todos los music-hálls de Paramount-Famous-Lasky Corporation, es húnPero llega a los Estados Unidos el primer emisario de I . u m i é r e , M . Promio, y el cinematí'jgrafo europeo despierta un interés extraordinario, y es, en definitiva, el que prevalecerá en l a explotación. Europa se apunta sus prímeros tantos.

Norteamérica telegrafiaron pidiendo copias. Las ganancias fueron enormes; Blackton y Smith de-

Estamos en 1897. Un americano de origen alemán, Rich. G. HoUaman, director del Edén Museum, de figuras de cera, decide impresionar la primera superproducrión, basada en la tragedia del Calvario. Y para ello contrata como realizador a L . J, Vincent, director de escena del Niblo's Garden, y como operador, al fotógrafo W i l l i a m C. Paley, ingleses ambo.s.

El tercer episodio tiene para nosotros, españoles, dolorosa memoria. El 21 de Abril de 1897, a las pocas horas de estallar la guerra entre Rspaña y los Pastados Unidos, el caricaturista .1. Stuart Blar'kton y su amigo Albert E. Smith se encierran en el Estudio del primero, en el piso más alto del Morse Building neoyorquino, y trabajan hasta el amanecer en la realización de una [)elícula patriótica: Tearing Dnwn the Sjmnish Flag, título que puedo traducirse por Abajo la bandera española.

Friedrirh W . Murnau, el insigne realiztldnr alemán que con su película «Amanecer» revolucionó la técnica de los Kstudios americanos

garo, y desembarcó en los Estados Unidos con quince ái'ios de edad y más ilusiones que dólares. A costa de muchos esfuerzos logró hacerse clientela en Chicago como comerciante en pieles. Un día prestó tres mil dólares a un primo suyo, que poseía en N u e v a Y o r k una tienda de fonógrafos y vi.stas animadas en la Sexta Avenida. Quebró , el negocio, y Zukor se encontró, en virtud de su préstamo, propietario del establetúmiento. Enseguida liquidó sn industria de Chicago y s e trasladó a N u e v a Y o r k para ponerse al frente del comercio que la casualidad le def>arara Realizó a cualquier precio to<la la existencia de fonógrafos y se consagró a las cuestiones cinematográficas. Algún tiempo después se asoció con Marcus L o e w , propietario de una «cadena» do music-halls, y amplió sus horizontes económicos, convirtiendo la vieja tienda de máquinas parlantes en un cine o l e a n t e y cómodo. Un poco más tarde compró los derechos de exhibición en los Estados Unidos de la cinta IJO reina Isabel, pnxlucción francesa, dirigida por l./Ouis Mercantón e interpretafla por Sarah Bernhardt y L o u Tellegen. Zukor pagó por la película 18.0(K) dolaras y ganó GO.OtX), con los cuales se lanzó a impresionar films por su cuenta, tarea que inició con la primera versión en celuloide de la famosa novela de A n t h o n y Hof)e Kl prisitmero de Zenda. Obtenido ol éxito, Zukor concibió y llevó a la práctica ol primer gran plan cinematográficío del mundo: producir cincuenta y dos pe-


Ailolpli /iikor, ol emigrante hiíngaro que fundó la Paramount y organizó el primer plan de produrción r i . nematográfica intensa

lículas al año. Estaba en marcha la verdadera actividad yanqui en materia de cine, y era un europeo quien la hizo posible.

Pero junto al nombre señero de Adolph Zukor, artífice del cine en América, hay que poner el de Cari Laemmle, otra de las figuras extraordinarias en el mundo del celuloide. Taml)ión Cari L a e m m l e es europeo, alemán, para mayor exactitud. Adolescente aún, emigró a los Estados Unidos, y desjiués de pasar muchas dificultades consiguió astabilizar su vida merced a las gímaniúas no nmy abundantes <pie le proporci(maba una modesta sastrería que abriera en Chicago. En V.iOd deciidió cjunbiar de ocu-

pación; vendió su tiendecita por un puñado de dólares, pidió prestados un par de ellos más que le faltabíui, y compró una barraca para exhibición de jielículas. Tres años después fundó ¡a Independent Motion Pictures, marca que tuteló sus primeras producciones. A l poco tiempo la marca se transformó en Universal Pictures Corporation, nombre (juo o.stenta todavía y que es símbolo de prestigio. A Cari L a e m m l e se debe la primera película que, en realidad, llenó por completo los cines de todo el mundo. Se trata de Mercado de almas, dirigida por Loane Tucker; costó la suma^—gigantesca entonces—de 5.690 dólares. En 1912, L a e m m l e compró en el Valle de San Fernando, en California, unos terrenos enormes para construir Estudios y concentrar todas las labores de producción cinematográfica: la Universal City. En veintinueve años de actuación en estas cuestiones, L a e m m l e ha lanzado más de 1.500 películas y ha organizado una cadena de más de B50 cinematógrafos, repartidos por t o d o el territorio norteamericano. Los nombres de Zukor y de L a e m m l e son importantísimos en la historia del cine americano, y no sólo por sus actividades personales, sino también por su valor ejemplar de sembradores de iniciativas, cuya preciosa cosecha nutriría a otros muchos. Lina estadística reciente pone Los cuatro jinetes del Apocalipsis en lugar de honor entre las películas americanas que mayores beneficios dieron a sus productores. El éxito del film se determinaba por la fusión formidable de tres elementos básicos: un asunto interesantísimo y oportuno, una realizaíiión perfecta, una revelación asombrosa de intérjirete. ¿Quién era el autor? Vicente Blasco Ibáilez, español. ¿Quién era el realizador? Hex Ingram, irlsuidés. ¿Quién era el protagtmista? IJodolfo Valentino, italiano.

Otro triunfo y ampii que nadie ha olvidado es el de Amanecer. Fué un éxito de tal categoría, que

Cari Laemmle, alemán, fundador y propietario de U Universal Piotures Corporation

revolucionó en gran manera la técnica de H o l l y wood. Y europeos eran los orfebres de esa maravilla, puesto que el llorado animador alemán Friedrich W . Murnau exigió la facultad de elegir por sí mismo sus colaboradores para su primera película americana. Y un alemán. Cari Meyer, hizo el guión, basado en la obra de otro alemán: Heinrich Sudermann; 5' los cameramen del film eran Charles Ro.sher, inglés, y Cari Stniss, alemán. V,\ l e m a es inagotable. Como lo es también >ii reverso, o sea la superioridad desdeñosa con (jue norteamericimos se imponen a los europeos, ¡iiienes deben la })Otencia de sn gran industria (incmatográfica. CARLOS DE MADRID

S E M A N A PUBUCITASl


amuQío

El anillo de oro eon piedra azul

D

a Valentino, nuestro héroe, malpara<l(í frente al hombre extraño y adusto a quien el pasaje de tercera del patpiebote Cleveland, con rumbo a N u e v a Y o r k , desde El H a v r e , había puesto un mote pavoroso: e¡ Brujo... Rodolfo, sin saber por qué, no tomó a consideración la actitud francamente hostil de aquel hombre que podía ser su paílre. Incluso se interesó mes por el misterio que aquella vida de bía encerrar, por el secreto—tal v e z monstnioso o sencillamente sentimental^—que se encerraba en su alma rebelde. Dejó para otra wasión propicia el logro de su amistad, que deseaba por un obscuro presentimiento. Y el momento llegó de una manera sorprendente, inesperada. Eué casi al fin del viaje, cuando N u e v a Y o r k se divisaba a lo lejos, tras la estatua de la Libertad, con la confusión babélica do sus edificios. Ac(jdatlo en la barandilla, pensativo, pesaroso del monótono viaje, sin una aventura siquiera fugaz, se iba fo mando un plan para atacar la gran urbe, para él inédita, y desarrollarlo inmediatamente del desembarco, con la prisa que sus escasos fondos económicos le i m p e í a n . Tnicamente su juventud, ambiciosa y optimista, pudo guiar e tan lejos de su patria a la metrópoli del dólar, al país tan distinto del suyo, al ambiente que menos podía rimar con sus gustos meridionales. Pero equivocada o no la ruta, y a no hal)ía otro remedio que acej)tarla, con todas sus consecuencias. L o im|)revisto—bueno, malo o vulgar—le esperaba en aquella ciudad tentacular, moderna, dinámica, «sm corazón»—palabras despechadas de los vencidos—•, que se adivinaba a distancia en la embocadura del Hudson... Y estando así, sumergido profimdamente en sus pensamientos, sintió que alguien se instalaba sigiloso a su lado, como una sombra N o prestó atención ninguna ¿Para qué? Conocía el pasaje, tipo por tipo, familia por familia, y su trato no le ofrecía el menor interés y a Gente triste o alegre, pero muy diferente de sí, inci^az de comprenderle. Pero, do pronto, una mano se ajjojó fuertemente en su EJAMOS

Kl amuleto que «el Brujos entregó a Rodolfo ruando el «<>leveland» dio vista a la bahía de Nueva York, y que le fué restituido por el vasco Revilla, luría perennemente en la mano del célebre galin...

hombro, obligándole a volver la cabeza El Brujo le sonreía enigmátictunente, bajo su faz indefinible. Valentino le miró con sorpresa. ¿Estaría loco aquel hombre, que le había rechazado de forma tan violenta y que ahora buscaba su trato con una sonrisa? I b a cayendo la tarde sobre la de(;oración del mar. El Brujo se acercó más a Rodolfo y le dijo: —Joven... N o se extrañe de que venga a hahablarle ahora. T o d o en la v i d a sucede ctiando ha Douglas Fairbanks, Jarkie Cougan y Rodolfo Valentino, en un grupo rolmado de cordialidad, de efusión y de rompañerisniu. ¡\ a están un poro lejos los días en que los nombres de estos rélebres artistas invadían triunfalmente el mundo!...

de suceder, porque está escrito. Y si y o antes rehuí su trato fué porque no quiero perder el tiempo en lo accesorio, y esperaba este instante definitivo. Hubiera sido inútil nuestra amistad, porque y o no jjodía hablarle a usted de su destino hasta hoy, hasta este preciso minuto. Óigame, joven... Conozco su vida como un libro abierto. Sé su pasado y su presente. Y es su porvenir lo que y o quiero asegurar y encauzar, porque ha nacido usted bajo im signo desfavorable, cuya influencia hay que contener o vencer. A eso vamos... Mire: acaso usted no dé importancia a este anillo que v e en mi dedo. Es de oro bajo, con una .sencilla piedra azul; ni siquiera una turquesa o un zafiro... Tome. Es un obsequio mío, que vale por toda una inmensa fortuna Es un tunuleto. El amuleto que le corresponde para triunfar de los días que le esperan, de lucha terrible. L e está a medida en el dedo tuiular. Póngaselo y nc se lo (piite nunca..., nunca, ni para dormir. Tenga iislod fe en él. Mientras lo conserve será usted un triunfador. A sus plantas se arrodillarán las mujeres, y a su paso, los hombres palidecerán de envidia. Será nsted un ídolo de carne, un semidiós, amado, rico y poderoso. Su nombre cetrera de boca en boca, llegando a una celebridad superior a la de un héroe o de im rey. Pero tiemble usted si un día pierde este amuleto, o si, creyéndose inmune e infalible, lo abandona o lo da, despreciando su maravillosa influencia. Ese día comenzará su descenso rápido y morirá al poco tiemjKj, a despecho de su juventud y de su fortaleza física... Acuérdese siempre de mis palabras. Y ahora, adiós, joven. Hasta nunca quizá... El amuleto nülayroso N o era supersticioso entonces Rodolfo Gu^ielmi d'AntonguoUa, convertido luego en el espiritista Rodolfo Valentino- -apellido que tomó del nombre de su madre, Valentina—, y no creyó en las extravagantes profecías de aquel loco del Cleveland. Deambulando por las c&í\es neoyorquinas, 86 miraba la vulgar sortija de oro con


piedra azul, sonriendo incrédulamente. ¡Valiente amuleto, que muy pronto—era su primer día en N u e v a York^—no iba a poderle sacar del apuro, al no ser objeto pignorable!... Pasó dos o tres días relativamente tranquilo. Se hospedó en una modesta pensión italiana—no en el R i t z , como han asegurado R a m o n d y otros apologistas de Valentino-—, hasta que un conocido de su familia, antiguo emigrado, el signar Vittorio Pattarga, regresara de su viaje de inspección al Middle W e s t . H o m b r e complaciente y compasivo, Pattarga acogió a Rodolfo en su casa, hasta encon-

trarle una buena colocación, como agrónomo, al servicio del potentado Cornelio Bliss, que deseaba el trazado de un j udín a la italiana en su pro|)iedad campestre de Westhbury, en L o n g Ishuid. R o d o l f o había encontrado lo que buscaba, que no era tan fácil. P e r o la alegría duró bien poco. l.,a señora d e Bliss, caprichosa y dominante, 86 empeñó en convertir el jardín flamante, recién estrenado, en campo de golf. Y Valentino

Valenlino, cuyo rostro denotaba c o n s l a n t e niente una íntima melancoh'u, tenía, sin embarf^o, fugaces momentos de alegría ingenua, infantil. Helo nijuí obteniendo, entre sonrisas, un retrato del gran pintor e s p a ñ o l Keltrán Masses, el artista admirable que tantas veres le retrató a él

Kl vestuario que RodoKo Valenlino lució en «Kl hijo del Caid.¡ era de lal fastuosidad, que su coste alcanzó la elevada suma d e .3.7.50 dólares. Ved al admirado artista con uno de lot atavíos que exhibió en dicho film

se vio en la calle, y sin un dólar, y a que la escena sostenida con la .señora de Bli.ss fué tan borrascosa, que el buen marido se vio precisado a arrojarle violentamente de su mansión, sin pagarle el mes que le correspondía por despido. Para colmo de contrariedad, su protector, Pattarga, se hallaba ausente de nuevo, y aquella v e z por tiempo indefinido. Fué atjuella noche, en que se disponía a dormir al aire libre, cuando Rodolfo conoció a Víctor R e v i l l a Urquiola, joven vasco, que había terminado sus estudios de canto en Milán y se disponía a emprender una jira de conciertos por los Rstados Unidos. Valentino entró a cenar, de «fiado», en un restaurante frecuentado por compatriotas suyos, en el que había comido varias veces los días de asueto, viniendo a N u e v a Y o r k desde Westhbury. Y hubo de sentarse a la misma mesa que R e v i l l a Urquiola. Este, que dominaba el idioma del Dante, simpatizó con Rodolfo, animándole a referirle su odisea. El joven cantante pagó los dos cubiertos e i n v i t ó a Valentino al Metropolitan, a oír a Caruso. Finalmente, le prestó dinero para que pagase tres días de pensión c o m p l e t a V í c t o r Revilla, al día siguiente, marchaba a comenzar su toumée. A l despedirse, Rodolfo V a lentino quiso demostrar a su amigo su agradecimiento, y en la imposibilidad de darle otra cosa, se desprendió de la sortija del Brujo, contándole de paso sus locas profecías y deseándole toda la suerte que a él le había augurado con tanta prodigalidad. El vasco R e v i l l a aceptó el modesto anillo, interesándose por su rara procedencia, que tal vez le acarrease fortuna en su iiuninente jira de (conciertos. ¡Días terribles los que siguieron en N u e v a Y o r k para Rodolfo Valentino! Años después aun le espantal)a recordarlos. T u v o que dormir en los bancos .del Central Park, como un vagabundo; limpió escaparates y ayudó a un trapero, sólo por la conaida; barrió tiendas; hizo «cola» para obtener la sopa (pie se daba a los pobres en algunos centros benéficos; lavó platos en un restaurante griego de la calle ó5; fué «voceíulor» en el peristilo de la Bolsa... Cuando, a cambio de la comida, fué admitido como bailarín en el restaurantdancing Bustanoby, respiró un poco. Allí, con su simpatía y su modestia, se granjet) el afetito de algunas de las tanguistas de la casa, que consentían durmiera en sus «apartamentos», apiadadas de su situación. Pero sufría tales humillaciones en aquel ambiente de bajo vicio, que estaba deseando ssJir de él. P o r eso, ¡qué alegría v o l v e r a encontrar a R e v i l l a Urquiola, el cantante vasco, y a de regreso de la jira de conciertos! Alegría muy breve, porque su amigo v o l v í a con muy poco dinero, y desilusionado por haber tenido que suspender la toumée a la mitad de la n i t a trazada. Estaba dispuesto a cantar por los cafés de N u e v a Y o r k hasta reunir los suficiente para dar el salto a Milán. Y le devolvía, desde

Kl perfil del Rodolfo Valentino, que encendió el amor en tanto pecho femenino e inundó de lágrimas tantos ojos bellos, cuando una muerte prematura se llevó para siempre al adorado ídolo

luego, el regalo que le hizo a su marcha. Aquel maldito anillo le había dado muy mala suerte. Si no lo quería de nuevo, estaba dispuesto a tirarlo al río íludson. Valentino t u v o ima corazonada, y recobró la sortija, incluso con cierta emoción, pensando que nada más sacarla de su dedo había comenza(lo su miseria física y moral. «¡Quién sabe—pensó—si ahora será el momento vaticinado por el Brujo del Cleveland!...-» Y , en efecto: afpiella misma noche fué avisado para que acudiera al Maxim's, a .sustituir a un bailarín, repentinamente enfermo. N o daba crédito a lo que oía. ¿El bailarín de la última categoría actuando en Broadway?... Fué, llegó... y venció. Allí se quedó fijo. Allí se hizo pareja de la notable Joan Sawyer, creando ambos un tango espectacular, que hizo sensación en el elegante público. Allí, en fin, fué a verle y a contratarlo nada menos que Bonnie Glass, la m á x i m a estrella coreográfica del día. Rodolfo, entonces, se mostró generoso con Víctor R e v i l l a Urquiola, ayudán(lole como si fuera su hermano y no consintiendo que se marchase de Norteamérica sin triunfar. Ambos, muchas veces, contemplaban el anillo, que Valentino no se quitaba del dedo, con la fe entusiasta que pudiera inspirarle un amuleto milagroso...

SANTIAGO (Concluirá

en el próximo

AGUILAR

número.)


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Ki;s artisliis recorren la.s (;allc.s de Barcelona iinploriuido ia caridad ]>úl)ii('a. Se llaman i^iolita, T o n i ó y tíonsalcs. Lolita, que es morena, y además de morena es bailarina, danza con las (ütstañctius, cu tanto <[uc T o n i ó juega la guitarra y canta. Cuando L o lita termina su baile, Tonió suelta a (¡onsalés - el tercer artista—, que es un toro bravo, pero bueno, al que lleva atado con una cuerda, y lo torea entre cl cntusia.smo y la admiración del j)úblico callejero. Desde los balcones y ventan.is l¡vs nuijeres se alíanican írcnéti(;amentc, gritmi de entusiasmo, y al final, cumido Gousalés se deja caer en i cl suelo fingiendo (jue él es nuu'ito, les arrojan hermosos tiestos con flores. lx;lita, T o n i ó y Gonsalcs viven íolices, a pesar de su pobicza. L o l i t a y Tt.nió se aiunn en secreto. Gonsal»;s, i)or su parte, admira el arte de su amo cl toreador y la belleza de la encantadora pequeña Lolita. Como hemos dicho, Gonsalcs es un t(/ro brav o , pero bueno. T a n biicno, ipie cuando sus corapañercs de trabajo no tienen dinero, lo ()rdeñan, y asi, aun(|ue a régimen lácteo, [)uedeu seguir v i v i e n d o . Y es (jue Gonsalés heredó de su

padre la bravura, y de su madre la nuinsedumlirc y las ubres, uuténticíunente suizas. Pero he axpií <pie im día, luegc de haber actuado L o l i t a con un gian suceso, y cuando T o n i ó ha hecho algunos de sus ejercicios de toreador con Gonsalcs, un desconocido salta, t o d o de seguido, al centro del corro de espectadores que forman la plaza; arranca la capa de las manos de Timió y comienza a torear a (ionsalés. Gonsalés, tan hidignado como soqjrendido, le ataca furioso, dispuesto a hacerle una cogida de las buenas. P e r o no lo consigue. El desconocido toreador le burla siempre. Aplaude el público, y entonces el desconocido mata a Gonsalés de una estocada con una navaja. El público aplaude aún más al desconocido, (pie es un valiente y que torea mejor (jue T o n i ó . Este último, comj)iendicndol() así, se oculta, avergonzado, tras de la mantilla de una espectadora. El desc(mocido se acerca a Lolita, que le sonríe con admiración. -—Me llamo Pérez y te amo^—la dice. — Y y o a t i , aunque me llamo Lolita^—le responde ella. YX {)úblico coge en hombros a los dos, y entre aplausos y oles se los lleva.

l.olila, que es uiurena y bailarina, danza con las caHiañuclus al sun de la guitarra que juega Tonió

.\1 (jucdar solo, 'I onió .se arroja sobre el cadáver del infortunado Gonsalés v llora.

Por la carretera que conduce directamente de I5arcelona a Sierra Morena cabalgan Pérez y Lolita. Van l(js dos sobre el mismo caballo^—él, delante; ella, detrás—, sin que les separe m a y o r distancia que la (pie pone un trabuco que P é rez lleva a la espalda. Los dos se aman ya. Barcelona, con .sus j)lazas de toros, sus pintorescos zocos y sus minaretes, v a quedando atrás. Se escucha una bella canción de amor. -—Es uno de mis hombres-—explica Pérez^—. Le Ihunamos d Niño de la Bjspesura porque para (cantar se tiene que esconder detrás de los árboles. —¡Oh! Canta muy bien—elogia ella. —Sí. Pero y o te amo. -—¡Oh!—vuelve a repetir ella. Y se ruboriza encantadoramente.

Arabos llegan al fin a Sierra Morena. Ponen pie a tierra a la entrada de una nuignífica cueva adornada c(->n mantones de Manila, cabezas de toros y panderetas, e inmediatamente se v e n rodeados por varios hombres con sus respectivos trabucos a la espalda. —¡Ole! —¡Bravo! Pérez los hace callar, y ^ en una cajici()n les dice 1^ ipie L o l i t a es su vida, su amor, su ilusión, y que tiene los ojos y el cabello negros, como si los demás no lo vieran. Así hasta que se cansa. Cuando se cansa, calla; aplauden los demás, y Lolita, agradecida y emocionada, no tiene inconveniente en mostrar a todos la liga en donde sujeta la navaja, en v i s t a de lo cual el entusiasmo aumenta. Unos días después, L o lita comienza a inquietarse. De nada vale que Pérez la regale continuamente pulseras, sortijas, pendientes y trajes que pocas veces corresponden a su medida; el amor que le profesa v a convirtiéndose pocío a poco en miedo. L o l i t a , por imos papeles que ha descubierto en la mesa de desptuího de Pérez, sospecha que éste es un bandido, y la sospecha se hace seguridad cl día en que él la regala una diligencia con un mayoral y seis mulas.


Y a no puede dudar ni un momento. —¡Eres un bandido, no me la niegues! — ¡ A mucha honra! — n ponde él deseníadadamentc—. P e r o un bandido generoso que t e da cuanto gana. —Nuestro amor es imposible. ¡Soy ima mujer honrada! — M e lo suponía. Pérez hace un gesto espantoso. — ¡ V a s a dejar de serlo!— termina. Y se abalanza sobre ell;i «jue huye aterrorizada.

tar la tapia, no sin antes haber dejado el dinero que posee y una nota que dice: « F a l ta una peseta Se la traeré en cuanto que pueda.» Duei"ío y a del toro, T o n i ó monta en él y se dirige, en galope vertiginoso, a Sierra Morena. Cuando llega a la cueva del bandido, l>olita, rendida, agotada por los cinco días de lucha, está a punto de ser vencida.

¡¡Pero Tonió ha llegado a tiempo!! Ambos hombres se atacan con sus respectivas navajas, y Pérez cae al suelo muerto. Ijolita huye con T o n i ó soMientras tanto, en Barcelobre el toro. L o s demás banna, Tonió ha organizado una didos los persiguen; pero no suscripción popular |>ara comlogran darlas alcance. prarse un toro que le pennita Ijolita cuenta a Tonió que, ganarse la vida. P o c o a poco según los papeles que descuha reunido unas cuantas pe!)ui>ñn ya del toro, Tonió monta en él, y galopando «e dirige a Sierra Morena brió en la mesa de despacho setas. Tiene y a las equivalendel bandido, ella es hija del tes a la cabeza, el cuello, el cuerpo y las cuaguido. Aun le falta una peseta. ¡Una peseta! Su obispo protestante de Soria, que la raptaron tro patas del animal; pero le faltan aún las desesperación es enorme. Tonió camina de un unos gitanos cuando era niila, y que, por l o dos pesetas que le piden por el rabo. En ballado a otro de la ciudad, enloquecido, desespetanto, será su rica heredera. de intenta convencer al vendedor de teros ( u e rado... U n a v o z interna le dice que a la encanta—Perdóname, Tonió—termina. debe rebajarle las dos pesetas o entregarle un dora pequei-m L o l i t a la amenaza un peligro. El —^¿Perdonarte? T u v e y o la culpa de tu destoro sin rabo; el vendedor, hombre sin corazón, debe ir a salvarla. Pero, ¿cómo? ¿Cómo llegar vío. se niega a ambas cosas. hasta ella? Y luego de este razonamiento, que convence E n Sierra Morena, L o l i t a lucha todavía heSus pasos le conducen impensadamente a la siem[)re a los espectadores, Ix)lita y T o n i ó se roicamente por defender su honor. L l e v a dos tienda del vendedor de toros. Y y a no duda: salbesan por v e z primera. días y medio de lucha. ta la tapia, coge al toro con toda la fuerza de J08É SANTUGINI T o n i ó , eu Barcelona, cuenta el dipero cqnseque es capaz, y con él en los brazos vuelve a salDIBUJOS DE PEINADOS

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Anibo.s hombres se atacan c o n sus re.spectivaH navajas, y Pérez cae al suelo muerto..


Fabricantes de carcajadas

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constituyen una singular pareja de comediantes, cuya revelación se debe al cine sonoro. Cultivan el arte bufo con verdadero acierto, y todas sus parodias y comedias musicales se hallan bien provistas de gracia e ingenio. ¿Quién no recuerda Medio fusilados al amanecer. Los amos del presidio. Atrapándolos como pueden, Diplomanias y Caballeros de capa y espada? E l que haya visto alguna de estas producciones, con seguridad que se reiría de lo lindo, y difícilmente habrá olvidado el nombre de sus protagonistas. A todas sus sátiras, astracanadas y pantomimas sonoras imprimen juventud, gracia y simptatía. Por algo son los artistas cómicos más jóvenes de la f>antalla y los que en menos tiempo lograron hacerse populares. A u n q u e uno y otro por separado y a habían actuado antes en el cine y en las tablas con éxito, mayor ha sido el conseguido desde que les contrataron para que trabajasen juntos. L a vida de Robert Woolsey es un folletín en varias jornadas. H a tenido tantas ilusiones como desengaños. Sufrió algunos tropiezos graves, y los huesos de su cuerpo no están todos sanos. Pero tras una serie de miserias e infortunios, la suerte se hizo con él, y jo que era fracaso se convirtió en triunfo. Este gracioso actor, que con sólo unas gafas— antes redondas y ahora cuadradas—de carey y un cigarro puro descomunal compone la caracterización de su persona, es oriundo de Cincinnati (Ohío). En principio, toda su ambición consistía en llegar a convertirse en un jockey famoso. Cuando estaba a punto de ver realizados sus sueños, un contratiempo, <pie pudo costarle la vida, le hizo desistir de ellos. A l tomar parte en unas carreras celebradas en el turf de Ohío cayó bajo las patas de su caballo, fracturándose una pierna. M B O S

Permaneció algún tiempo recluido en un hospital, y una vez curado de su lesión, volvió a estar sin saber qué hacer ni qué orientación dar a su vida. Recorría las calles y se paraba ante los escaparates con esa indiferencia del sin trabajo. E n más de una ocasión fué detenido por crérsele un individuo sospechoso. Otras veces se metía en los bazares áv. juguetes y se (jucdaba triste mirando los caballos de cartón y las blusas de color, de sus jinetes, condenados a moverse mecánicamente. Sin embargo, un día le fué presentado un v iejo ar-


tista que con otros compañeros se dedicaba a representar comedias por los pueblos. Este encuentro fué providencial, pues gracias a él pudo dedicarse a la escena, ingresando en su Compañía. Pasó el tiempo. Después de representar algunos papeles episódicos, su cabeza se llenó de pájaros, hasta el extremo de hacerse la ilusión de que llegaría a ser un Taima. E n su entusiasmo, incluso llegó a decírselo al empresario. Este le miró de arriba abajo, y tras contemplar el rostro pecoso, los cabellos rojos y la endeble figura del joven artista, no pudo menos que echarse a reír, mientras le decía: — ¡ V a y a , hombre, vaya! ¿Pero usted no sabe que carece de condiciones físicas para llegar a primer actor? Sus ilusiones son mucho mayores que sus merecimientos. — P e r o tengo lo que yo juzgo más esencial p a r a ; triunfar en el teatro: temperamento artístico. | —Se engaña, querido. Eso no basta. —¿Qué no basta? i — N o . Usted está bien para hacer reír. ¿Por qué ' no se dedica al vodevil? N o hablaron más. Durante algunos días W o o l s e y anduvo reflexionando, hasta llegar a convencerse de que aquel hombre tenía razón. E l había nacido para hacer reír, y con las risas de los demás quizá lograra popularidad y fortuna. V se dispuso a trabajar en el vodevil, donde más pronto que lo que esperaba o b tuvo señalados triunfos con sus divertidas creaciones, de las que formaban parte las ya famosas gafas de concha y el cigarro extraordinario. Sus éxitos llegaron a oídos del malogrado Florenz Ziegfeld—<el glorificador de la belleza americana y rey de los Follies*—, quien le escogió para trabajar en Río Rila, donde tenía que dar la réplica a su camarada Bert Weeler. A l hacerse la adaptación cinematográfica de dicha obra, la Casa editora requirió el

concurso de los dos actores, y desde entonces siempre actúan juntos en la pantalla. En cuanto a la vida privada de Bert Weeler, s sabe muy poco. N o obstante, nosotros saldemos que es originario de Patterson ( N u e v a Jersey). Siendo muy joven, contrajo matrimonio con una chica llamada Betty, quien entonces actuaba con él en una Compañía de vodeviles. Pero su matrimonio no fué lo feliz que en principio creyó. A los pocos meses de casados, o sea en 1926, su mujer se enamoró de otro bailarín que atendía por el nombre de Clarence Stroud, y le volvió la espalda. De resultíis de su fracaso matrimonial, el artista enfermó de pena e hizo por olvidar a la ingrata, trasladándose a Texas. Vna. o dos semanas después, hallándose en su retiro, recibió una nueva oferta de Ziegfeld, quien por telégrafo le decía: «Estoy reuniendo gente para el estreno de Río Rita en mi teatro de N u e v a V o r k . l.e necesito a usted solo.» Esto de «solo» lo decía porque en varias ocasiones había rehusado trabajar sin su esp<isa, que, artísticamente, no le interesaba al produceur americano, famoso jX)r sus Follies. E n realidad, esta vez se encontraba bien solo, y por eso no tardó mucho en contestarle de la misma manera que él lo había hecho: «Deseaba usted tan sólo mis servicios para Rio Rita, y esta vez ha logrado salirse con la suya. Acepto su oferta pwrque y a no tengo esposa.» Luego de recibir su certificado de divorcio, el simpático comediante contrajo .segundas nupcias con Bernice Speer, do quien tiene dos hijos, con los cuales pasa sus mejores ratos de diversión. Bert Weeler liabía actuado en películas antes que su compañero; pero su nombre como actor cinematográfico no fué conocido hasta que apareció junto al de Robert W o o l s e y .

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(LILIAN)

Nombre Terdadero: Lillián Helén Muriel Harvey, j nació el 19 de Enero de 1906 en Muswell Hill, Londres. Se educó en Inglaterra, y luego, por obligaciones familiares, pasó a Berlin. Su vocación de bailarina le hizo ingresar en la escuela de danza de la Opera berlinesa, que dirigía la célebre Mary Zimmermann. No tardó en despuntar por su agilidad, su gracia y su maestría en el dominio de los pasos más difíciles, y al poco tiempo apareció por primera vez en un escenario de Viena, como bailarina de revistas. Su prestigio se afirmó y difundió con presteza, y en la vida teatral hubiese continuado, de n » aparecer un día en su camino el realizador cinematogrifico «lemán Richard Eicbberg. A petidAn de Eichberg, intervino en un de escasa importanc^, pero que sirvió para revelar un nuevo valor de la pantalla. Trabajó en los Estudios de Alemania y de Suecia, y en 1928 marchó a su ciudad natal para actuar en dos películas. Su regreso a Berlín coincidió con la aparición del cine parlante, del que no tardA « n ler primera figura por su arte personalitimo, su voz delic{o«a,y también por sa deminio de los idiomas, que le permite interpretar las versiones alemanas, francesas e inglesas de sus films. En Diciembre de 1931 fué elegida por la revista parisina «Pour Vous» como la artista extranjera más fotogénica. En el verano de 1933 fué a Hollywood, contratada por la Fox; hizo allí cuatro películas y decidió volver a Europa, por disconformidad con los métodos de producción de los Estudios yanquis.

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Estatura: 1,75

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Don Q., hijo del zorro, Donald Crisp. Don Juan, Crosland. El cantor de jazz (The Jazz Singer), Crosland. El rey vagabundo (The vagabond King), Ludwig Berger. El crimen del estudio (The Studio murder mysfíhy), Frank Tuttle. El carnet amarillo (The yellow ticket), Raoul Walsh. FiiUUaá (Dishonored).}. VonStern^expreie de Shanghai (Shaníxpress), J. Von Sternberg. El Pu Manché (The mysterious Fu ManchWf, Rowland V . Lee. 'expiación de Fu Manchú (The reof doctor Fu AfantAri ) , líowland r'Lee. El triunfo'^WChan (Charlie m's Chance), John Blystone. El $ misterioso (Charlie Chan's cat on). Hamilton ífáííFadden. El r de CharUe Chan, George H a d ,La huella digital, Eugeflg^ Forde. irlie Chañen París, L ^ B Seiler. aventurero audaz, R o y p K Ruth.

Alan

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Nació el 1 5 de Agosto de 1895 en Granada. Su padr^, ingeniero de minas, explotaba, en sociedad con el duque de las Torres y el conde de Romanones, los terrenos de Cistaras, en la Alpujarra. Para estudiar el bachillerato, Valentín se trasladó a Madrid, y al salir del Instituto emprendió la carrera de las armas, según deseo familiar. Pero como esa actividad no le satisfacía, r i ñ ó ^ ^ y ^ ^ ^ e s , y hubo de atender por s sustento, Trabajó dos años sa de repreaentaciones comer :o fué subjefe del negociado mai una Companía de Seguros: des dedicó a'nMocios de automóviles io por el K i e , Pelíeula» que ha interpretadot se presentó a un español.. le rechi {otogéi| El negro que tenia el alma blanca n París, gun ersión muda), Benito Perojo. La peq^ varias películas, hasndesa María, Benito Perojo. Cota . reso en España se ipncontró razones sin rumbo, Benito Perojo. Los madrileño con Benitib Perojo flaveles de la Virgen, Florián Rey. La iel realizador el ofrecimiento de •bodega, Benito Perojo. El profesor de de categoría en "El negro que mi mujer, Robert Florey.— En Hoalma blapca". Por su figura, su llywood: Yo, tú y ella. Lew Seiler. y su ajÉt mundano logró gran- . Granaderos de amor, John Reinhart. Cuidado, solteras, John Reinhart. Se! en I g ^ l t i m o s años del cine ñora casada necesita marido. James iñol, y al empezar ta producción Tinlíng.^ ano « n Hollywood, marchó allí o por 4a Fox. A los seis meses, tervenide tn ningún film, roldesengañado, cuando coa la famosa cantante de de la pantalla Grace Moofontrajo matrimonio en meses. Su segunda vimis afortunada, y lunfo completo.

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(WARNER)

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(VALENTÍN)

Estatura: bello negro.

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Nació el 3 de Octubre de 1880 en Umea (Suecia). En 1893 llegó a Nueva York con sus padres y sus cuatro hermanos; la familia se instaló en una granja, cerca de Hartford, en el Estado de Connecticut. Warner aprendió rápidamente el idioma inglés y estudió en Hartford y en Boston. A los diez y siete años decidió ganarse la vida por sí mismo en tareas que no fuesen la agricultura, y eonaifuió ingresar en el taller de un joyero de Providencia. No le satisfacía este trabajo, y con diez dólares en el bolsillo marchó a Boston. Quería ser cantante, y se buscó un profesor: pero necesitaba dinero, y aceptó un puesto de ordenanza en una clínica. A poco, renunció a cultivar su vos, y obtuvo la plaza de secretario de una EEacuela de'expresión artística, en la que permaneció tres años observando cuanto se refería al arte teatral. Por fin, se eontrató en u n a Compañía modesta, con salarie de 1 ° dólares semanales. Recorrió los Estados Unidos y pasó a una Compañía dramáticá^^n la que trabajó junto a Alia Nazimova. Se casó con la joven actriz Bdith Schern, y fracasó económicamente en sUj^TODÓsito de montar algunas obras de IbflBp>tras empresas teatrales fueron m e j e r a ^ en 1 9 1 7 ingresó en la constelación cinematográfica en los films de episodios de Pearl White. Se especializó en papeles de villano y, sobre todo, en caracterizar t^os orientides. El cine sonoj ro confirmó su personalida4 7 pue[. D' eminente. Es un actor concienzudo y poco aficionado a exhibicionismos. Su hogar, al cabo de veinte años de matrimonio, es modelo de ventura. castaños.

ha

Amor y toque de retreta (Liebe und Trompetenbasen ) , Richard Eichberg. La terribU Lola (Die Tolle Lola), Richard Eichberg. La casta Susana (Diekeusche Susanne ) , Richard Eichberg. La princesita Ttu-la-la (Prinzessin T rulóla y, Richard Eichberg. El favortto d» ít, guardia (Princesse, a vos ordres t}, Max de Vaucorbeil. El trio de la bencina (Le chemin du MMfadis), Wilhelm Thiele. Pez de tierra (Calais-Douvres), Anatol Lit•wak. Dos corazones y un latido (La filie et le gar(on ) . El Congreso se divierte (Le Congrés s'amuse), Erik Charr|É. Sueño dorado (Un réve Monde), mx¡\ Martin. Mi debilidad (My Wealtness ¡ . David Butler. Mis labios engañan (My lips betray), John soy Susana (I am Su) Rowland V . l.ee.

Estatura: 1.58 metros. Ojos azules. Cal>ellos rubios.

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Ojos pardos. Ca-

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(MADELEINE)

Nació el 1 5 de Junio de 1 9 1 1 en West Bromwich, Staffordshire (Inglaterra), de padre irlandés y madre francesa. Se licenció en Artes en la Universidad de Birmingham, no sin haber logrado sus primeros éxitos de actriz en funciones escolares. Ante la oposición de sus familiares a que siguiera su vocación teatral, aceptó el puesto de profesora de francés en un colegio de niñas de Brighton. Cuando hubo ahorrado veinte libras, abandonó su profesión didáctica y se trasladó a Londres: ocurría esto en i^ij. Tr.inscutrieron unos días sin Mit ni|||(Afkempresario tomara en a l a linda muchacha, que r ui^ignorado temperamento íasta qne Dennis Eadie le con•pel secundario en 1% comedia ", primer paso para una estise tradujo al poco tiempo en « t r a t o de importancia con l « Comde Robert Loraine. Enseguidá'tlcbuel eine en el puesto de protagonista . film de la Stoll Company, y no t a r dó en rodar como estrella tres películas de ta ^umoiM-British. A fines de 1938 volvió alteatro, y en la temporada siguiente fué « i m e r a actriz del Vaudeville de Londres^^n aflo mis tarde ocupó igual categorK^^^l Lyric, y logró áxito resonante c o i ^ ^ P o m e d i a de John Van Druten 'Aftrr All". El 26 de Agosto de I931 ronmatrimonio con el capitán Philip , aristócrata y millonario. Despué| boda trabajó en los te* lio. f logró nombradla Y Q he sido espía". " h f j ^ solo film, p a r 1,64

metros. Oj

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interpretado!

Guns of Loos, Sinclair Hill. The First Born, Miles Mander. The Crooked Billet, Miles Mander. The American Prisoner, Thomas Bentley. Atlantic,^. Pi. Dupont. The W. Plan, Víctor Saville. Young Woodley, Thomas Bentley. The School for Scandal. Maurice Elvey. Madame Guillotine, Reginald Fogwell. Tenorio de Sleeping (Sleepin/f^r)',^Tiiito\ Litwak. Yo he sido esfta (1 Wasa Spy), Víctor Saville. Pat en J^/sj^a (The World Moves OH )l JolmFo^'d, (Hollywood). Dictad* (The E itor), Toepliti ictor Saville. L treinta y nueve V Eteps Alfred Hitch(Thhirty-lj^ cock1.

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mujer po&ee es capaz de ccntener la confidencia que implica el espontáneo reconocimiento de la superioridad plástica de la artista elogiada. Pues bien, lectoras amigas: en este trabajo de h o y y en otros que seguirán después, porque el tema es interesante y no puede ser desarrollado en el breve espacio de que semanalmente disponemos, vamos a revelarte el secreto de la belleza de las estrellas cinematográficas. V a s a saber lo que hacen, cómo viven, en qut consiste su comida, de qué medios ge valen para consei^var en perpetua fragancia y lozanía su belleza. Tal v e z sea exagera<Jo afirmar que todas son hermosas; pero no lo es asegurar que la mayoría con.stituyen exponentes magníficos de perfección estética, y que en ellas convergen los dones todos de la Naturaleza. ¿I>os poseéis yosotras, lectoras amigas? T a l

Cómo viven, qué comen y de qué medios se valen las estrellas de cine para conservar en plena fragancia y lozania su belleza^ ucHAS veces, en el decurso de uno de esos films d e a m b i e n t e mundano, en el que la síat protagonista exhibe no sólo sus deslumbradoras toilettes, sino también, y en toda su plenitud, su espléndida belleza, hemos oído decir a nuestro lado: —¡E^tá guapísima! ¡Qué línea, qué flexibilidad, qué soltura, qué gracia hay en sus gestos, en sus ademanes...! Claro es que estos comentarios suelen confiarse en v o z muy baja, casi imperceptible y sólo entre verdaderas amigas, capaces de comprender y aun de compartir la amargura de semejante lamentación; pero es l o cierto que suelen hacerse, y que muy grande ha de ser el desencanto de quienes los profieren, cuando ni siquiera el ingénito orgullo que toda

Claudette Colbert, bella «star», cultivadora entusiasta de los deportes _ ^

Carole Ix>mbard, bella, voluptuosa Y ondulante, sintetiza a la perfección el tipo de la mujer 1935

v e z sí, tal v e z no. E n t o d o caso, el quid nu está sólo en poseerlos, sino en hacerlos resaltar, en sacar de aquellos que se tengan el m á x i m o rendimiento. E l l o , después de todo—os lo a s ^ r o formalmente—, no es demasiado diñcil. Primera condición para logrado: romper con el hábito criminal y demoledor de comer demasiado. T o d o cuanto pretendáis sin acatar severamente un régimen de prudente abstinencia, será inútil. El ser humano no es, ni ha sido nun-


ca, ni lo será jamás, nna máquina de digerir, como tampoco comer puede constituir nimca la finalidad de una e x i s t e n c i a . Ser bella, .vivir bellamente, vale, sin duda alguna, mucho más que rendirse a la torpe tentación d e la comida copiosa. H u i d , pues, del t e r r i b l e peligro de comer con exceso, porque de ello depende el triunfo de vuestra hermosura. Como es sabido, después de los años fastuosos de la post-guerra, la v i d a ha cambiado en el mundo entero, y Hollyw o o d , naturalmente, no podía ser u n a excepción. Durante algún tiempo—nos referimos a aquella época—, toda vedette que se est i m a s e veíase obligada a hacer pública ostentación de sus copiosos ingresos y a llevar una v i d a agitada, i n q u i e ta, desordenada, frecuentando los c e n t r o s nocturnos, los grandes restaurantes, en los que se come, se bebe y se baila con exceso. De entonces acá las cosas han cambiado. L a crisis Betty ( . r a b i e (^lara l.otí Shi-rimundial, que alitaii, uno de Ion ináe «segura que canza y a a todos ese sill<Sn inisugestivos r o s t r o s los sectores de la de Ilollvwood provisado con actividad humabloques es el más eficaz rena, h a l l e g a d o medio c o n t r a también—¿cóYno el calor K no y por qué?— a la Meca del cine, donde, salvo casos excepcionales de intangibles prestigios, les fabulosos salarios de otrora han sufrido una merma considerable, y ello ha obligado a los artistas del ecran a rectificar sus vidas y a morigerar sus costumbres. Por lo que a «ellas» se refiere, nosotros creemos más bien que la indudable transformación (le su v i d a obedece al tácito reÍ^onocimiento de pasados errores y a la propia convicción de una existencia sana, regular y moderada, es la defensa LIII-j ,r de su hermosura, que es tanto como decir la mejor defensa (le su fortuna. Los artistas de la pantalla, como es sabido, trabajan de un modo agobiador, frenéti(!0, desesperado, intensísimo, durante horas y horas. Añadid a la materialidad del trabajo la tortura incalificable del calor de los sunlights, la excitación del nKlajc ante la mirada inexorable del director, y reconoceréis que, en tal sentido, la existencia de las reilettes no c.-:. ni iiiuciio menos, envidiable. Por otra parte, y durante el licm|)o (jue dura su actuaI M I I ante la cámara—y de ahora cu adelante vamos a referirnos exclusivamente a «ellas»—, .so bailan expuestas, no al peligro de aumentar de peso—cosa absolutamente imposible estando, como están, sometidas a un trabajo enervante y agotador—, sino al riesgo mu(;ho más terrible de perderlo en el transcurso d d ro(laj(Í, lo (jue para la artista, para la Casa productora y |)ara cl njsultado de la película, significaría una verdadera tragedia, e incluso, m <icHus casos, c a u s a suficien-

te para la an^ulmiión de determinados contratos, en los cuales suele figurar mía cláusula que obliga a la artista a mantener intangible su peso durante la filmación. ¡Algo espímtoso, en fin! A tal ])unto llega el esfuerzo que los artistas lian de realizar ante la cámara, que en nmchos casos se v e n obligados a suspender su régimen habitual de cultura física y alimentación con objeto de compensar con la reducción de ejercicio y la sobrealimentación el desgaste que la intensa actividad de su labor en los Estudios determina, y de la cual no puede nadie darse una idea aproximada si no ha permanecido en un platean durante el rodaje de íilgi'in film. Forozoso era, pues, hallar el medio de prevenirse contra esas posibles contingencias; y aun cuando la empresa no era sencilla, ni mucho menos, la perseverancia, la tenacidad y el esfuerzo de las estrellas han hallado el medio de obviar esos gravísimos inconvenientes. ¿Cómo? ¡Ah! Pronto lo sabréis. Si, como suponemos, lo sugestivo del tema atrae vuestra atención y despierta vuesta curiosidad, una y otra quedarán satisfechas en números sucesivos. En ellos hallaréis los métodos empleados por las artistas de la pantalla, y ninguno de los cuales, os lo aseguro, es impracticable para cualquiera de vosotras. Permitidme, pues, bellas le(ítoras, que por hoy haga punto. MIÜSÜTYS


cciON jm


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Biblioteca de CÁOE^CRAMOD

ción, Bartlett trataba de convencer al jefe de Policía de su absoluta inocencia en el hecho bochornoso de que le habia acusado el revisor del rápido de Chicago. Pero ni sus explicaciones ni sus negaciones hacían mella alguna sobre el escepticismo proíesional de este hombre, acostumbrado desde largos años atrás a escenas semejantes. — A m i g o mío—se limitó a decir éste, al fin, deseoso de descargar su resjjonsabilidad personal—, si usted cree que es inocente, tendrá ahora una buena ocasión • de contárselo al scheriff. Dick Bartlett tuvo que resignarse a esperar la llegada del importante personaje. Por otra parte, ¿qué conseguiría con contestar? E l tren—y esto era lo importante—se había marchado ya, y Dick no se resignaba a esperar el siguiente, suponiendo que para entonces estuviera en libertad. N o sabiendo qué hacer en esta estación desolada de Kansas, absolutamente desprovista de toda distracción y de todo interés, Dick tuvo en el primer momento la idea de matar el tiempo clasificando sus notas de venta y pedidos, y para consolarse del aburrimiento de esta hora malhadada, hacer cálculos acerca de los tractores que pcjdría vender en Illinois. Mientras hojeaba los cuadernos de pedidos que había logrado semanas atrás, un trozo de papel azul llamó fuertemente su atención: un telegrama. H o m b r e acostumbrado a clasificar con toda exactitud sus documentos, Bartlett tuvo la sospecha de que este ttlegrama no le pertenecía. A la primera lectura se sintió intrigado. A l releerlo, se convenció de que él no t r a el verdadero destinatario, de que sólo por error había podido llegar a su poder. El telegrama estaba dirigido a miss Ruth Dale por la estación de radiotelegrafía del rápido de Chicago. Inmediatamente. Dick Bartlett lo comprendió todo Todos aquellos acontecimientos que hasta ahora le habían parecido obscuros e incomprensibles, cobraron en su imaginación una claridad inusitada: el re» visor, informando a su compañero de viaje de la llegada del telegrama; las reflexiones de Ruth, su visible inquietud, que en vano intentaba disimular con ficticias ironías... L a cosa estaba clara: Ruth Dale, prevenida p)orel notario de la existencia de una banda de gangsters que se proponía apoderarse de su fortuna, le habia tomado por uno de los bandidos. Pero los verdaderos bandidos—Dick Bartlett estaba seguro de ello ahora—eran los dos hombres que le habían golpeado, inventando después una absurda fábula para desembarazarse de él. ¡ Y a les daría él, vive Dios! ¡El móvil del truco <jue ellos habían organizado estaba p)erfectamente claro! Dick bendijo ahora la prisa un poco febril con que había arreglado sus papeles. ¡Sin esta prisa no hubiera advertido ciertamente dentro de su cartera el telegrama dirigido a Kuth Dale! Pero el azar, que había ocasionado este error y que hacía de Dick, de todos modos, el depositario de un gran secreto, ¿no queiía significar acaso que el hombre providencial escogido por el destino para salvar a la infeliz muchacha era él mismo? Dick lo creía así, y por la misma razón se creyó en la obligación de intervenir personalmente en aquellas circunstancias. Claro que la belleza y la elegancia de Ruth Dale no dejaban de intervenir fjoderosamente en esta decisión de Dick Bartlett. Y en resumidas cuentas, Illinois bien podía continuar unos días más siendo una provincia atrasada y sus aldeanos utili-

zando para trabajar los campos el tradicional arado. L a venta de tractores no perdería nada por una ausencia suya de varios días. El peligro que actualmente acosaba a Ruth, la suerte que hubiera de correr Ruth—dentro de su corazón, Dick se permitía la familiaridad de llamar a la muchacha por su nombre propio—, sería la suya. Quería volver a verla cuanto antes, y cuanto antes también preservarla del peligro que la acechaba. Así, cuando poco después el scheriff, llevando sobre su pecho la placa de hierro con su título, llegó en una magnífica motocicleta a la estación donde Dick Bartlett se consumía de impaciencia, éste se hmitó a poner delante de los ojos del jefe de Policía el radiograma que creía bastaba para justificar su situación. Pero este scheriff, colono inculto de pueblo, elegido por sus paisanos, mucho más incultos sin duda que él, era el más corto de entendimiento de todos los hombres que existen en el mundo. Y naturalmente, puritano. E l crimen que había cometido Dick—proposiciones indecentes a una muchacha—le llenó de horror. Y de ninguna manera creyó en la buena fe del delincuente. —i^'a, ya se lo explicará usted mañana todo esto al juez!—decretó él, con una voz de trueno. Dick Bartlett, enfurecido, estaba dispuesto a cometer uno de esos actos violentos e inútiles con que algunas veces se descarga la cólera de los hombres. Pero felizmente su sangre iria se impuso a su instantánea ira y logró dominarse. ( iertamente él no creía en la justicia de su país l'ero lo que le atormentaba era esta irreparable pérdida de tiempo que más tarde le faltaría para cumplir la justicia poj sí mismo... Por sí mismo... y, sobre todo, por Kuth Dale. H o m b r e de rápidas decisiones, Dick se propuso escapar—una vez no hace costumbre—de las manos de la autoridad. En menos tiempo del que se necesita para describir su estupefacción, el schenff y el jefe de Policía vieron a su prisionero atravesar a todo el correr de sus piernas la sala de espera de la estación, saltar por encima de los montones de mercancías acumuladas y—sin respeto alguno a su autoridad— montar sobre la motocicleta del primer magistrado municipal. Diez segundos más tarde la máquina zumbaba a toda velocidad sobre la carretera rectilínea, mientras el brigadier se quedaba con la boca abierta de sorpresa, contrayendo después los puños de indignación. Felizmente—felizmente para él—, el scheriff tuvo por el momento una idea más certera que la de sus subordinados Sin perder un minuto, echó a correr hacia el más próximo garaje. Pero, cosa frecuente en los pueblos, aunque sean de Norteamérica, ningún vehículo había allí dispuesto para marchar inmediatamente. E l p>obre scheriff no tuvo, pues, otro remedio que echar mano de un viejo Ford, traído días antes para ser arreglado, montarle una rueda que le había quitado el mecánico y, encima, echarle gasolina y aceite, l'otal, una pérdida de un cuarto de hora difícilmente recuperable. El scheriff juraba, y echaba pestes por la boca: —¡Maldita sea! .Mi moto es la más rápida de la provincia. Si ese bandido que me la ha quitado es un hombre diestro, no le pillaré jamás. El dueño del garaje trataba de calmarle: —¿Cómo que no vamos a pillarle yendo con este auto? Y además guiándole un hombre como usted. ¡\' mos a verlo!

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¿No era todo esto inquietante? ¿Y este joven, no obstante su porte correcto y su mirada afable-—nada se p2irece más a un hombre correcto que un bandido—, no sería uno de esos gangsters que se proponían arrebatarle su herencia, y contra los cuales les ponía en guardia el notario de Chicago? Dick, en verdad, no podía suponer las sombrías reflexiones que agitaban el espíritu de su compañera de viaje. Siempre deslumhrado por la belleza de Kuth, intentó trabar conversación con ella con una de esas frases banales de que los hombres se sirven con írecuencia: — L e ruego que me perdone, señorita; pero yo creo que la conozco a usted. — ; Y yo a usted; yo también a usted, y mucho mejor que lo que usted cree!—respondió ella desabridamente, pues no dudaba ahora ya de que su compañero

Ben Canyón. U n o de los dos, apenas hubo parado el auto, saltó precipitadamente de él con la esperanza de que algún azar imprevisto hubiera hecho retrasarse al tren, preguntando enseguida a un empleado con una voz ronca: —¿El tren de las ocho y catorce? En un tono de mofa, el empleado le respondió: —Pues el tren de las ocho y catorce ha salido... a las ocho y catorce. Desesperado, el misterioso personaje volvió a montarse en el automóvil. — M e parece que podremos atrapar el tren hacia D o d g e City, si hacemos una media de cien a la hora —dijo a sus amigos. Y el autoniü\il partió a toda velocidad por la lustrosa carretera que ctmduce a Arkansas.

de viaje era uno de los gangsters que le anunciaba el radiograma. «Así se dará cuenta de que le he fichado», pensó entre sí, después de esta contestación. U n poco desconcertado por este ecibimiento inesperado de Ruth, Dick se quedó unos instantes silencioso. Pero a los f)ocos minutos de esta silenciosa contemplación a su compañera de viaje, se decidió a ensayar una nueva tentativa, preguntando: — ¿ V a usted muy lejos? — ¿ V a usted muy lejos?—respondió rápidamente Ruth, imitando el tono de su voz Después de lo cual volvieron a caer en un silencio absoluto.

Llegaron, en efecto, a Dodge City monicntos antes de que entrara el rápido en la estación. í'ero con todo, aun les sobró tiempo para tomar los billetes, acturar algunas maletas y telefonear... Menos de media hora después, se hallaban confortablemente instalados en un excelente coche-salón, donde enseguida se entregaron a unas raras manipulaciones. Baste saber que cuando el revisor entró en su compartimiento, uno de los tres compadres había tomado el aspecto de una mujer de edad, tocada con un gran pañuelo y ropas de lana, fingiendo encontrarse enferma. — E s t a mujer no se siente bien—indicó uno de los viajeros al revisor, el cual movió, apiadado, la cabeza. Inútil decir que tan pronto como desapareció el revisor, los compadres—mejor dicho, los cómplices— se echaron a reír. Y que la «dama que no se mentía bien» se incorpwró tranquilamente en el asiento.

Capítulo 111 Según lo habían supuesto, los tres ocupantes del automóvil misterioso llegaron tarde a la estación de


Biblioteca de

DIEZ

COATRA

— A h o r a — d i j o con una voz que no tenía precisamente nada de mujer—hay que obrar. —Sí; vamos a buscar a la heredera—comentó otro de los compinches—y vamos a hacerla comprender que, en definitiva, somos los más fuertes, y lo que debe hacer es inclinarse sin lucha ante nosotros... — E n su propio interés—concluyó cínicamente el tercer bandido.

los golpes recibidos, el revisor, atraído por el escándalo, se presentó de improviso, interponiéndose entre los beligerantes: — V a m o s a ver; ¿qué es lo que pasa aquí? ¿Qué es lo que ha sucedido? Siguiendo la táctica de los ladrones, que para no atraer la atención sobre sus personas, gritan «¡Al ladrón, al ladrón!», los dos gangsters denunciaron con una vehemente indignación al desgraciado Dick Bartlett, culpable, según ellos, de haber molestado a una muchacha con propósitos indecentes.

l-atretanto se había hecho la hora de comer. —¿Para una sola persona?—preguntó el camarero .1 Dick Bartlett, al presentarse éste en el cocherestaurante. —Sí, para una sola persona... Inmediatamente el camarero le buscó un asiento libre. —Siéntese aquí, caballero, si es que no prefiere otro sitio... Dick Bartlett no pudo menos de sonreírse. «Si no prefiere otro sitio»... Y a lo creo que lo preferiría. Como que el buen camarero acababa de designarle una mesita—la que daba al frente—y en la que estaba sentada Ruth Dale. I'ácilmente se comprenderá que Dick no protestó. Y Ruth tamjxjco se atrevió a protestar. Podría haber escogido entre una de estas dos actitudes: o ignorar deliberadamente a su compañero de mesa, no dirigiéndole ni una sola mirada, ni una sola palabra, o afrontarle decididamente, haciéndole comprender que en ella encontraría siempre una enemiga sobre la que de ningún modo pensase jamás en ganar una batalla. Y esta última solución fué la que adoptó Ruth Dale, empezando por encauzar la conversación de un modo irónico y cáustico, absolutamente convencida de que iba a conseguir impresionar a Dick Bartlett. Pero él, en realidad, ni entendió siquiera una palabra de todo aquello. ¡Y con razón! ¡Como que de ninguna manera hubiera podido comprender en aquel momento que le tomaba por un peligroso gángster!

En cambio, en la mesa vecina, dos verdaderos gangsters comían tranquilamente. Estos no podían entender todavía los verdaderos propósitos que tenían Dick y Ruth. Pero si los hubieran comprendido, con toda seguridad se habrían alegrado bastante, pues, ¿no era ciertamente admirable que las sospechas de la rica y joven heredera recayesen sobre el vendedor de maquinaria agrícola? —Tienen e 1 aire de estar muy unidos—remarcó uno de los dos compinches —Sí, mucho, mucho—aprobó el otro—. H a b r á que desembarazarse enseguida de ese tip>ejo. ... Porque se puede ser perfectamente un bandido sin ser por esto un prodigioso psicólogo... Después de tomar el café, Ruth tuvo la idea de ponerse a jugar a las cartas. Esto no era en realidad más que una estratagema, y escogiendo meticulosamente los naipes que la convenían, empezó a contar: «Cinco, uno, dos, tres, cuatro, cinco», fingiendo—lo mismo que lo hacen las adivinadoras baratas—leer en estas combinaciones sucesivas los sucesos que ella sabía se ajustaban a su realidad presente: — U n joven elegante..., mezclado en un complot... para robar una muchacha... Uno, dos, tres, cuatro, cinco; veo una asechanza..., pero esta asechanza se vuelve en contra de los que la han organizado. L a

UNO

muchacha triunfa... Uno, dos, tres, cuatro, cinco..., nueve de copas y siete de espadas..., y el joven moreno va a presidio. R u t h levantó maliciosamente los ojos, clavándolos en su compañera de viaje. — ¿ A quién podrá referirse todo esto?—preguntó con fingida ingenuidad—. N o lo comprendo... Dick Bartlett no tuvo necesidad de fingir comedia alguna. — Y o , y o sí que no comprendo nada de todo eso j —dijo con toda naturalidad. «Pues no se ha alterado ni un sólo músculo de su rostro...», pensó Ruth. « Y en su mirada tampoco se ha dibujado ningún temblor. ¡Decididamente es un hombre de coraje!» ,

N o habían pasado todavía dos horas cuando produjo el accidente.

se

El accidente: los dos cómplices- aquel que se había disfrazado de mujer, no abandonando, con una idea perfec • amenté determinada, su departamento—, molesto por la presencia constante y próxima de Ruth y Dick Bartlett, presencia a la que ellos daban una importancia excesiva, decidieron o b r a r rápidamente. E l azar les dio enseguida ocasión de encontrar a Dick Bartlett solo, junto a una portezuela bastante obscura del vagón. El joven, que ni remotamente había previsto la agresión, fumaba apaciblemente cuando, de pronto, antes de que tuviera tiempo de iniciar la menor defensa, recibió una serie de puñetazos en pleno rostro.

¿Tuvieron e l l o s píirticularmente más fuerza de persuasión? ¿Dick Bartlett, atontado poT los golpes recibidos y tímido por naturaleza, no supo defenderse lo suficientemente bien a sí mismo? ¿Estimó supérfluo el revisor hacer las averiguaciones oportunas? Como sea, en vano fué que Dick quisiera defenderse. ¡.Abordar a una muchacha, dirigirse a ella e n términos deshonestos! ¿Existe algún crimen peor en la puritana Norteamérica? S i n querer escuchar ninguna explicación, el revisor—solícito guardián del buen comportamiento dentro del tren, encomendado a su tiránica vigilancia—hizo descender a Dick en la próxima estación, y una vez allí, sin mostrarse remiso, le entregó en el puesto de Policía de la misma estación. ¡Con bromas de esta clase cuando se trata de la moral en los Estados Unidos' L o hizo como lo dijo. Dick, sin tiempo apenas para guardar sus papeles y cerrar sus maletas, fué obligado a abandonar el tren. Rabiando íntimamente y mezclado con esta rabia un bien comprensible sentimiento de total desorientación, Dick empezó a reflexionar sobre todo lo que le había sucedida en sólo un intervalo de minutos ¿cuál era la idea de estos dos hombres, que después de haberle golpeado sin motiva le habían acusado ante el revisor de cometer un acto de imprudencia? ¿Qué interés habían tenido al organizar esta pequeña emboscada en contra suya? Hasta hoy, Dick Bartlett había creído no tener enemigo alguno.

Capítulo I V

Medio ciego, lastimado, sin comprender lo que le pasaba ni de dónde llovía esta serie de golpes, pasaLos gangsters triunfan. Por lo tanto, les queda aún ron unos minutos antes que Dick, repuesto de su sorpor realizar lo más difícil de su trabajo. Pero desde presa, se diera cuenta de lo que sucedía. Minutos que este momento tenían la certidumbre de que ahora aprovecharon sus adversarios. Pues en el momento ningún importuno vendría a estorbarles este trabajo. en que vuelto en si se preparaba a devolver con usura ^ Los gangsters triunfan. Sobre el andén de la esta-


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M A R V - T E R E (Madrid).—La c a n c i ó n « T ú y yO", d e l a p e l í c u la / Viva la vida! se l a e n v í a L j l i á n , y es c o m o s i g u e : A L B E R TO: No t marás a indiscreción:-—siento por ti—una viva pasión. R O S I T A : Cuando te vi,— yo me sentí—presa de fuerte atracción. A L B E R T O : Rosita, linda muñequita,—si aceptas franca mi pasión,—haremos una pare-

jita—sin rival—tú y yo. R O S I T A ; El porvenir con que soüamos—hoy forma toda mi ilusión :—dichoso el día en que tengamos—un hogar—tú y yo. A L B E R T O : Gozaremos felizmente de este instante,—tan propicio al placer. R O S I T A : Yo no creo que es difícil, mi estudiante:—muy sencillo es junto a ti poderlo ser. A L B E R T O : Rosita, linda muñequita. R O S I T A : Mi Alberto, guapo y seductor. L o s D O S : Haremos una parejita—sin rival—tú y yo. M A R I

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