Cuento "La Niña de los Fósforos"

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Cuento Original de: Hans Christian Andersen Diseño y diagramación: Pablo Miranda Asesora: Laura Ordoñez



¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta.




Anduvo descalza durante largo tiempo hasta que sus pequeños piececitos se pusieron morados por el frío. En su delantal guardaba un puñado de fósforos, ya que se ganaba la vida vendiéndolos por las calles, pero este día no había tenido suerte y se encontraba muerta de frío y sin un céntimo en el bolsillo.


Finalmente se sentĂł en el suelo ya que tenĂ­a miedo de volver a casa sin haber vendido nada.


Decidiรณ encender uno de los fรณsforos para calentar sus manos.


La cerilla le permitiรณ imaginarse una estufa que la calentara cual chimenea y un delicioso pato asado para saciar su apetito. Al apagarse la cerilla, dejรณ de verlas.



Por ello procedió a encender otra cerilla y en esta ocasión se encontró bajo un árbol de Navidad. Hasta que se apagó y se dio cuenta de que las luces que veía eran las estrellas.




Al levantar la mirada vio una estrella fugaz. «Alguien se está muriendo» -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho: -Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.



Frotó una nuva cerilla y apareció su abuela, tan radiante dulce y cariñosa. ¡llevame contigo! Exclamó. No te vayas como lo hizo la estufa, el asado y el árbol de navidad. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo.



Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas y la boca sonriente… Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver sentado con sus fósforos. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.





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