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Una historia que contar
Verónica Esparza Saavedra Arquitecto Dra. en Teoría e Historia de la Arquitectura
Juan Carlos Santa Cruz Grau Sociólogo Dr. en Políticas Territoriales y proyecto local Atrapados en la cotidianeidad, nos hemos acostumbrado a pasar por las ciudades del Bío-Bío como si sus construcciones siempre hubiesen estado allí y fuesen a durar para siempre. Pasamos delante de los edificios todos los días, sin preguntarnos ¿cuándo se construyeron?, ¿por qué tienen esa forma y no otra?, ¿quién los habrá diseñado? Los vemos, sin mirarlos realmente. Sin pensar siquiera si alguno de ellos tendrá alguna importancia, más allá de su función. De este modo, la propia cotidianeidad va tendiendo un velo de invisibilidad sobre muchos de ellos, relegándolos al anonimato.
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Entonces, ¿qué pasa cuando un liceo, un colegio, un cine, una estación de ferrocarriles o una fábrica dejan de funcionar? Los edificios siguen ahí, en silencio, deteriorándose día tras día, como un telón de fondo del paisaje urbano, hasta que de pronto desaparece uno de ellos, y luego otro, y recién ahí notamos que falta algo. Tal como ocurrió, en Concepción, con el Colegio Alemán, el Molino Santa Rosa o el antiguo edificio de la Inmaculada Concepción (demolido en otoño de 2020), dejando a la vista y en pie, únicamente la ampliación hecha a comienzos de los 60s.
¿Por qué es importante conservar estos edificios? Hagamos un poco de historia ...
Una calurosa noche de enero de 1939, un violento terremoto dejó por el suelo gran parte de las ciudades del centro sur de Chile. Viéndose el Estado en la obligación de reconstruir no sólo las casas y edificios, sino también la economía del país. De esta forma, se crea la CORFO, que va a impulsar la industrialización y el desarrollo productivo del país – por ejemplo, instalando la Siderúrgica Huachipato en Talcahuano o la Central Abanico en Antuco –; y la Corporación
de Reconstrucción y Auxilio, para reconstruir nuestras ciudades. Algo similar ocurrió tras del terremoto de 1960.
Reconstrucción que va a ser llevada a cabo en el “lenguaje” (estilo) de vanguardia de la época: la Arquitectura Moderna. Proliferando, entre las décadas de 1930 y 1970, una infinidad de eedificios públicos, comerciales y habitacionales, casas unifamiliares y barrios; que terminaron por consolidar la imagen urbana “moderna” que hoy forma parte de nuestra propia identidad. Una imagen austera, sencilla y poco pretenciosa, pero nuestra; que pone el énfasis en la funcionalidad más que en la ornamentación superflua, y que refleja quienes somos como sociedad.
La Región del Bío-Bío posee destacados ejemplos de este tipo de arquitectura y de la originalidad de sus respuestas arquitectónicas, como expresión del desarrollo económico, técnico, material y social, del Chile de mediados de siglo XX. Pero la cotidianeidad de este patrimonio hace que pase en gran parte desapercibido para la población y que no despierte mayor interés en las autoridades, esto lo pone en riesgo.
Por esta razón, es fundamental conocer y valorar nuestra herencia arquitectónica – parte de cual se muestra en las páginas sucesivas -, y así poder conservarla para las futuras generaciones. Buscando sacar de las sombras del anonimato a la luz del reconocimiento, la herencia Arquitectónica y Urbana de nuestras ciudades, para protegerla, visibilizarla y ponerla en valor. Tornándose esencial la educación patrimonial de la población, para que tome conciencia respecto de la relevancia del patrimonio construido, pues le da sentido a nuestra existencia como sociedad, anclada a un territorio específico. Patrimonio e Identidad en riesgo
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