Resumen Conquista del Pan

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Resumen de La conquista del pan De Anarcopedia Resumen La conquista del pan''', de Kropotkin, por Ciudadano­bibliotecario [1] I Hace algún tiempo dediqué un extenso artículo a “El apoyo mutuo”, libro que es tenido por la mayoría de autores como la obra cumbre de Kropotkin, en la que expone ejemplos reales y científicamente documentados de todo aquello que argumenta. De igual modo, es curioso observar que también hay un acuerdo común sobre el carácter de panfleto político de la obra que hoy aquí deseo comentar, “La conquista del pan”. Y digo que me parece curioso porque si acudimos al diccionario de la RAE y buscamos la palabra panfleto, obtenemos estas dos acepciones: 1. Libelo difamatorio. 2. Opúsculo de carácter agresivo. Y ninguno de estos significados puede extraerse de la lectura de este libro. Si expresar un ideal de construcción de sociedad, una alternativa al desalmado y cruel mecanismo económico de aquella época (que sigue siendo el mismo de nuestro tiempo, es decir, el capitalismo) es escribir un panfleto, no puedo estar más en desacuerdo. Si nos referimos con panfleto a la descripción minuciosa de una utopía, con un definido trasfondo ideológico y filosófico (el anarquismo), de una posible realidad que el autor considera desesable, entonces estaré de acuerdo de que se trata de un panfleto, en el mejor sentido de la palabra.


En esta entrada pretendo realizar un comentario­resumen, en algunos momentos bastante exhaustivo, en otros momentos parecido a un torbellino de ideas al viento pero que, desde luego, no puede en modo alguno sustituir a la lectura de esta obra de referencia universal. ­Como se alude en el prólogo de la edición que he tenido la suerte de leer, Kropotkin representaría un ejemplo paradigmático de la contradicción. Tanto es así que se le llama “el príncipe anarquista”, una denominación que puede considerarse un buen resumen de su vida. Pero ese modo “diferente” (por decirlo de algún modo) de ver la realidad del pensador ruso le confiere una preclaridad que todavía asombra. Ya que el principio de la contradicción es el elemento esencial del libre pensamiento, libre porque permite: • • •

expresar lo que realmente se piensa escuchar lo que dicen los demás reconocer y enmendar los propios errores

Al leer a Kropotkin, también surge en mí una enorme contradicción: a pesar de que hable de la toma del poder mediante la fuerza como única vía fiable para que el pueblo alcance la capacidad de decisión que de otro modo se le negaría, no veo en el escritor ruso una querencia por la violencia. Más bien todo lo contrario, considero que su discurso está lleno de filantropía, de concordia, de conciliación. En mi opinión (algo meramente personal), Kropotkin internamente cree en la posibilidad de convencer a toda la sociedad de la bondad de la sociedad anarquista. Kropotkin, como científico que es, tiene plena confianza en los avances técnicos de la ciencia, y tiene la certeza de que en su desarrollo está todo lo que la humanidad necesita para vivir bien. Es decir, la ciencia está para servir al hombre.


Pero estos progresos no se han hecho sin coste alguno. Han conllevado mucho sudor y mucha sangre humana, por lo que no es lícito de que ello se aprovechen unos pocos individuos egoístas. Esos avances han sido producto del trabajo de la colectividad y los beneficios deben revertir en toda ella por igual. El saber científico es la herencia de siglos y siglos de esfuerzo, en la cual se han conjugado por igual el trabajo intelectual como el trabajo físico. De ahí que nadie tenga derecho a apropiarse de algo que pertenece a la colectividad (sólo con esta aseveración, que es una verdad transparente, temblarían los registros de propiedad intelectual y los registros de patentes). Sin embargo, el sistema capitalista, amparado por el poder político, ha permitido que unos pocos detenten los medios de producción y que el trabajador tenga que ceder buena parte del producto de su trabajo al injusto propietario. En un mundo de libre contratación, se reproducen unas condiciones aún más humillantes que durante el feudalismo (Piotr podría haber escrito esto mismo, sin problema alguno, en la actualidad). Como principio, el autor confía profundamente en la posibilidad real de la utopía. Y, seguidamente, ya saca a la palestra la cuestión sangrante (tan actual) de la legión de zánganos que viven a costa de los productores, es decir, los intermediarios. Pero también denuncia a los productores por limitar la producción con el objeto de que los precios no bajen, las guerras (Kropotkin es un activo anti­belicista), el colonialismo, el aparato judicial del Estado, así como el aparato mediático del mismo, y la gran cantidad de fuerza productiva que se desperdicia inútilmente en el ocio de los ricos.


Todo ello le lleva a concluir que la propiedad debe ser colectiva para terminar con la explotación de los trabajadores. El medio es la expropiación; la finalidad, el bienestar de todos. La toma por el pueblo de las fuerzas productivas sólo puede lograrse mediante la fuerza, la violencia, no por vía legislativa. Es cierto que existen varios modelos de proceso revolucionario, pero en todos ellos el pueblo espera con paciencia a que los jefes de la Revolución tomen las decisiones oportunas. Y mientras la miseria crece. Para evitar estos engaños de quienes han tomado el poder, desde el inicio el pueblo ha de tomarlo y trabajar lo necesario para lograr el bienestar. No ha de pedir el derecho al trabajo, sino el derecho al bienestar. “El derecho al bienestar es la revolución social; el derecho al trabajo es, a lo sumo, el presidio industrial” (es imposible decirlo con más rotundidad). Cuando ya nos encontremos en un mundo con un nuevo modo de producción, el salario no podrá conservarse, ni siquiera en la forma que señala el colectivismo. Simplemente todo ha de ser de todos, el comunismo en esencia, a cada uno según sus necesidades. Es interesante que Kropotkin observa esta máxima dentro de las propias sociedades capitalistas, por ejemplo en los billetes de tren por zonas, que responden a las necesidades de cada individuo. La tendencia innata del ser humano al apoyo mutuo, que se manifiesta en los momentos de penuria, debería extenderse a la vida cotidiana a través de la propiedad colectiva de la producción. Es muy importante ver que el anarcomunismo se diferencia de otras tendencias socialistas por la búsqueda tanto de la libertad política como de la libertad económica.


Como es lógico, Kropotkin aboga por la supresión del Estado, de la clase política y enfoca su mirada hacia la vida de la gente, a la “intrahistoria”. Conforme a esto, una sociedad anarco­comunista se organizará, no ya en torno al parlamentarismo (propio del capitalismo), sino en base a la federación y el asociacionismo libres. ­Kropotkin tiene muy claro que la riqueza de la alta sociedad, proviene de la miseria de los pobres. Una manifestación meridiana son las guerras, que tienen buena parte de culpa de la existencia de la pobreza. Y fácilmente se puede entender que quien desata una guerra lo hace en beneficio propio. Rechaza por principio los derroches y los gastos fastuosos de los ricos y señala igualmente que el ahorro procede de la explotación de los necesitados que no tienen qué comer. Hilvanando con la cuestión del ahorro, el autor observa agudamente como todos los elementos de la economía se encuentran vinculados. Un ejemplo sencillo es el imbricamiento de la industria con la Banca. Kropotkin no comparte en absoluto el sistema productivo imperante y, desde luego, critica duramente a los economistas, que diferencian entre instrumentos de producción y productos de consumo. Cree que la Economía debería desaparecer y ser sustituida por una ciencia que se dedicase al estudio de las necesidades del hombre. Nota1: utilizo el género masculino de forma genérica para facilitar la lectura, por lo que los sustantivos en forma masculina hacen referencia a personas de ambos sexos.


Nota2: divido este artículo en varias entradas para facilitar su lectura. II ­Creo que Piotr analiza certeramente las fases de una Revolución. Si las revoluciones fracasaron fue, esencialmente, porque se habló mucho de política y se dejó en el olvido dar de comer al pueblo insurrecto. Esto hizo que cundiera el descontento y luego llegara el triunfo de los reaccionarios. Para que la Revolución tenga éxito, es necesario aguantar un primer momento crítico. Se han de reunir todos los víveres, repartirlos sin derrochar, y que los trabajadores industriales se dediquen a producir todo lo que necesite el campesino. Se trata de toda una transformación de la economía, en función de las necesidades. Lo lógico es que, sobre todo en el período inicial, se organicen grandes cocinas comunales, pero no debe ser algo impuesto por ley. Kropotkin cree en el anarquismo porque confía en la capacidad de organización del pueblo, en contraposición a la ineficaz burocracia. Y si bien puede parecernos un iluso, es cierta la resuelta decisión del pueblo para sobrevivir en situaciones difíciles. Por otro lado, como es lógico tratándose de la ideología anarquista, Piotr asevera que el salario debe desaparecer, ya que tanto valor tiene el trabajo de un peón como el de un ingeniero. Para repartir equitativamente, la fórmula es bien sencilla: sin límite lo que haya en abundancia; racionamiento de lo que falte.


A pesar de que parezca un utópico, Kropotkin tiene bien puestos los pies en el suelo. Es consciente de los muy diversos ritmos de la Revolución en cada país. Pero peca de exceso de optimismo al no dudar, ni por un instante, que la Revolución social triunfaría en toda Europa. Singularmente, sólo triunfaría en su país natal (que se encontraba lejos de los países más desarrollados industrialmente), y la revolución que se produjo poco tuvo que ver con lo que tenía en mente. Así mismo, Kropotkin señala agudamente el conflicto ciudad­ campo, que tanto dificulta toda Revolución (obstáculo prácticamente insalvable que arrastraría la Unión Soviética durante toda su existencia). Sabe del desapego que el urbanita tiene hacia los trabajos del campo. Sin embargo, no cejando en su visión optimista, lo insta a cultivar en torno a la ciudad, porque está seguro de que acabará encontrando placer en la actividad agrícola. Además se trata de la cuestión de asegurarse la comida, el sustento. Otro elemento básico que se debe proporcionar al pueblo es la vivienda. Ya en su época, el autor observa el gran número de viviendas desocupadas que hay en las ciudades. Considera que la vivienda es un derecho de todos, adquirido con el paso de los siglos. Nadie puede arrogarse la propiedad de una vivienda, ni de cualquier otra cosa, integrada en una ciudad, ya que son el fruto del trabajo de decenas de generaciones. El camino para hacer efectivo este derecho es la expropiación. Pero para lograr que esta llegue a buen término, es necesario que antes se difunda entre la población la lógica de la expropiación (esto da mayor soporte a mi pensamiento de que Kropotkin cree en la victoria de la Revolución anarquista a través de las ideas, y no de la fuerza, como decía en la introducción).


Se antepone la iniciativa popular (a pesar de ser imposible de planificar), a la burocracia (con todo lo que conlleva de indemnizaciones, papeleos, etc.). No obvia ni a los egoístas ni a las injusticias, pero piensa que, en todo caso, serán menores si es el pueblo el que realiza la expropiación. Tras la comida y la vivienda, el tercer paso será proporcionar el vestido. Piotr apuesta por la austeridad del pueblo en los comienzos, sin renunciar a que, posteriormente, se lleven los mejores vestidos. Es interesante ver cómo el autor ya utiliza, hace más de un siglo, el lenguaje de la igualdad de sexos: “un vestido nuevo a cada ciudadano y a cada ciudadana”. Más adelante, denuncia la esclavitud de la mujer a las labores del hogar y pide su emancipación. Sin embargo, parece que le sigue atribuyendo exclusivamente a la mujer la crianza de los hijos. ­El capitalismo se dedica a producir aquello que produce más beneficios, y no lo que se necesita. A eso debe dedicarse el anarquismo, a la producción en abundancia de lo que se necesita. Pero no son necesarias jornadas laborales maratonianas. Kropotkin establece la media jornada de 5 horas como el tiempo necesario de trabajo. Por otro lado, observa algo que ahora parece completamente lógico (otra cuestión es que se aplique siempre), pero que en su época no era tenido en cuenta: las buenas condiciones e instalaciones de trabajo están relacionadas directamente con la productividad y con la economía de trabajo y de materias primas. Además, considera la existencia del privilegio de la patente como algo que impide absurdamente el progreso más rápido de la sociedad.


­Kropotkin siente una enorme preocupación por lo intelectual y ocioso, del mismo modo que por lo material. Uno de los rasgos que distinguen al ser humano del resto de animales es su capacidad de privarse de lo material para tener el goce de lo inmaterial. En mi opinión, el pensador ruso tiene como horizonte anarquista una sociedad demasiado idealizada, interesada vivamente por lo intelectual una vez que haya sido instruida. Al mismo tiempo, desea romper con el “oprobio” del trabajo manual, quiere devolverle su dignidad. Todo trabajador ha de desarrollar tanto labores manuales como intelectuales. Cuando habla de una “labor colectiva individual” parece que estuviese refiriéndose a ejemplos actuales como la Wikipedia o las redes de estudio libremente formadas a través de Internet. ­Al hablar de la revitalización del arte, está hablando de algo que va mucho más allá del mero fenómeno artístico, habla de una filosofía de vida, en comunidad, de un ser humano que sea artista a la vez que trabajador. En la misma línea, el asociacionismo en las diferentes ramas del arte y del saber, dará lugar a un lujo útil, que satisfaga todas las apetencias de los seres humanos. III ­Kropotkin hace hincapié en que la enseñanza de la Historia que se ha impartido en las escuelas ha sido completamente parcial, destacando únicamente a los gobernantes y reyes. Se ha hecho creer que nada puede funcionar sin la existencia del Gobierno, cuando hay múltiples asociaciones que sin mediación de gobierno alguno han logrado hacer grandes


cosas. La sociedad funcionaría mucho mejor mediante únicamente el común acuerdo libre. El Estado no es el sujeto que terminará con las desigualdades, porque precisamente favorece los monopolios, al gran capital, en contra de las pequeñas empresas. El Estado no ha de existir, y las leyes deben sustituirse por proyectos, acuerdos para las asociaciones de común acuerdo libre. Piotr prevé la caída del Estado, en favor de dichas asociaciones. Para demostrarlo, pone como ejemplos a la Asociación inglesa de Salvamento de náufragos o a la Cruz Roja, entre otros, que no necesitan en absoluto el soporte del Estado. Es más, cree que trabajarían mejor si no existiese. Por otro lado, Kropotkin yerra en su vaticinio de que el comunismo autoritario, en el caso de que llegase a triunfar, duraría poco. La URSS pervivió más de 70 años. ­La principal objeción que se pone al comunismo anarquista es la escasa productividad, debido a que se elimina el salario. Sin embargo, el hombre no se mueve sólo por dinero. Hay muchos elementos que hacen poco atractivo el modelo capitalista. Esa es la razón de que haya mucha gente que no quiera trabajar, los “holgazanes”. Se defiende que el trabajo colectivo es mucho más productivo que el individual ­que busca sólo el beneficio personal­. Esta afirmación sólo puede considerarse como una posición ideológica del autor. En cambio, afina en lo siguiente: la fuerza de trabajo se desaprovecha. Las fábricas podrían ser mucho más


eficientes, pero es más fácil tener a disposición una legión de obreros pobres y famélicos, que trabajarán por poco dinero. Además, es corriente producir menos de lo que realmente se puede, con el objeto de que no bajen los precios. Es decir, lo que desde siempre se ha llamado especulación. Por otro lado, muchas veces ocurre que los trabajadores actúan en base a: “mala paga, mal trabajo”. Kropotkin cree firmemente en esa especie de “autorregulación” de la sociedad. Para evitar la holgazanería no se necesita Estado, ni cárceles. La misma comunidad se encargará de rechazar a los holgazanes. Realiza un pequeño análisis sociológico sobre los perezosos, y aboga por buscar antes las causas que dar el castigo. Piensa que es posible que la holgazanería provenga de una mala alimentación, o de que esas personas hayan comprendido mal lo que mal se les enseña. Propone una enseñanza tangible, en contacto con la naturaleza (como proponía también Giner de los Ríos). El pensador ruso concluye que el trabajo repetitivo es otro modo de crear perezosos. ­Al hablar del sistema colectivista, Kropotkin lo entiende como una especie de estado híbrido o intermedio entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista. Es un modelo que, por un lado, niega cualquier representatividad del sistema de gobierno parlamentario pero, por otro lado, no abole la propiedad privada y mantiene el asalaramiento. Para el autor, aceptar escalas de salarios según los trabajos (distinción entre empleo cualificado y empleo no cualificado o simple) es asumir como revolucionario un elemento genuino de la sociedad capitalista.


La sociedad anarquista quiere desterrar tanto los privilegios de nacimiento como los de educación. En caso contrario, se dividiría la sociedad entre gobernantes y gobernados, del mismo modo que ocurre en las sociedades capitalistas. Siguiendo el mismo discurso, la división del trabajo está hecha en favor de la clase dominante capitalista. Lo que se consigue es alienar al trabajador y hacer que su oficio sea heredado por sus descendientes, que tendrán el mismo mísero y aburrido futuro de sus padres. Por ello, es necesario promover la diversidad laboral. ­"Medir el trabajo por el resultado nos lleva a lo absurdo". Piotr cree que hay que anteponer las necesidades a las obras. Si se estudiasen las necesidades antes que la producción tendríamos una auténtica ciencia (y no como ocurre con la economía), que se llamaría "Fisiología de la sociedad". Es necesario poner las necesidades por encima de las obras.ç ­La teoría de la especialización por naciones que propugnaban los imperialistas ingleses demostró ser falsa. La explotación, la sujeción de las colonias terminó en cuanto se importó la tecnología a diversos lugares del mundo y el capital fue a donde más le interesaba. El capital no conoce fronteras, estará allí donde haya gente que pueda ser explotada. Como solución, la diversidad productiva es el camino al progreso, sobre todo hacia un progreso racional. ­Para acabar, Kropotkin dedica un importante espacio a la agricultura. Hace gala de la sabiduría de un agrimensor y reivindica la sabiduría del agricultor, desconocida completamente por el urbanita.


El autor piensa que lo que impide a la agricultura avanzar son las contribuciones que el Estado, el propietario y el usurero le exigen. Si no fuera por esto, el agricultor tendría excedente suficiente para mejorar sus cultivos y poder obtener mucho más fruto en menos hectáreas, con un trabajo sosegado y utilizando maquinaria que realizase las labores más duras (como el despedregamiento). El futuro de la agricultura se encuentra (el tiempo le ha dado la razón) en el cultivo intensivo, en el cultivo de invernadero. Kropotkin cree que, una vez llevada a cabo la revolución, el trabajador industrial irá al campo, donde cultivará intensivamente (invernaderos) durante dos o tres meses, y podrá saciar su hambre. Así la revolución triunfará y con ella, la solidaridad de un pueblo audaz y con iniciativa. Kropotkin realmente hace de la buena voluntad del hombre un credo, sin soslayar las dificultades y la cruda realidad pero, quizá no tiene en cuenta un componente humano se encuentra por encima de las clases sociales: la envidia humana, que es hermana de la discordia y de la venganza. La planificación, el pensamiento del pensador ruso es excesivamente racional, obviando los sentimientos, que muchas veces se entremezclan con otros elementos.


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