3 minute read
La mayordomía del amor
Cuando nos dijeron en marzo de 2020 que íbamos a estar encerrados, cambió toda nuestra referencia a la realidad. No solo estábamos literalmente fuera de contacto con nuestros compañeros de trabajo, sino que tampoco podíamos visitar a nuestros seres queridos y no podíamos acompañarles si iban al hospital.
La forma en que hemos estado lidiando con COVID-19 me hizo pensar que estábamos siendo buenos administradores de nuestra salud y la salud de nuestra comunidad. Pero solo recientemente se me ocurrió que la mayordomía también tiene que ver con la forma en que vemos a quienes nos rodean. Cuando pensamos en la mayordomía, generalmente lo primero que nos viene a la mente es el dinero; sin embargo, la mayordomía es mucho más que lo que hacemos con nuestro dinero. La mayordomía abarca toda nuestra vida, todo lo que se nos ha confiado: nuestro tiempo, nuestras relaciones, nuestros
talentos, nuestros cuerpos, nuestros recursos e incluso nuestro amor. La mayordomía es una responsabilidad dada por Dios que tiene que ver con rendir cuentas. Es una manera de reconocer todo lo que Dios nos ha dado y examinar si estamos siendo fieles a esa confianza.
Hay cuatro principios que debemos tener en cuenta. Primero, Dios es dueño de todo; segundo, Dios te confía lo que tienes; tercero, puedes aumentar o disminuir lo que Dios te ha confiado; cuarto, Dios puede llamarte a dar cuentas en cualquier momento, incluso podría ser hoy.
La mayordomía no se trata solo de dinero y este es un nuevo concepto: la mayordomía del amor podría ser la mayor de nuestras responsabilidades como mayordomos. ¡Sí, amor! Cuando un abogado le preguntó a Jesús cuál era el gran mandamiento de la ley, Jesús respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente». Después agregó: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37, 39). ¿Qué estaba diciendo Jesús? Le estaba diciendo a ese abogado, y a ti y a mí, que la mayordomía fluye de un corazón que procura amar a Dios y amar a los demás.
Podemos empantanarnos preguntándonos si nuestra interacción social se encarga de ese mandamiento y si lo hacemos porque sentimos que tenemos que hacerlo o porque realmente lo decimos en serio. Pero el amor que es comunicado y modelado por Jesús es extraordinario. En el primer sermón que Jesús dio, describiendo el reino de Dios, hizo algunas declaraciones asombrosas acerca de a quién y cómo debemos amar: «Has oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos... Porque si amas a los que te aman, ¿qué recompensa tienes?» (Mateo 5:4346).
Jesús estaba hablando a una audiencia que creía que ya eran parte del reino de Dios debido a su derecho de nacimiento y su adhesión a la ley. Me pregunto con qué frecuencia también pensamos como ellos: que somos un remanente que guarda la fe de Jesús y guarda el verdadero día de descanso. Me pregunto hasta qué punto somos como los fariseos santurrones y si lo que amamos con todo nuestro corazón es a nosotros mismos.
El punto de partida de una relación genuina con Dios es reconocer cuán mal guardamos esos dos grandes mandamientos y reconocer nuestra falta de amor por él y por quienes nos rodean. Jesús enseñó que el punto de partida para establecer una verdadera relación con él es ser «pobres de espíritu», reconociendo nuestra propia falta de amor.
Antes de que podamos desarrollar ese amor por los demás, primero debemos darnos cuenta de nuestra necesidad de aceptar su amor y permitir que ese amor y su presencia produzcan un cambio en nosotros. Aceptar humildemente su don gratuito de salvación a través de la fe nos pone en una posición para dar un amor extraordinario a los demás.
Nuestro mundo cambió en marzo de 2020 y es posible que nunca vuelva a ser el mismo. Pero el amor de Dios nunca cambia. Nuestra actitud como administradores del amor por nuestros semejantes debe ser tal que puedan ver que hemos estado con Jesús. Administremos ese amor sabiamente y permitamos que la presencia de Dios guíe todo lo que hacemos.
_____________________________ Alberto Valenzuela es el director asociado de comunicación y participación comunitaria de la Pacific Union Conference y editor del Recorder.