Capitulo La era de la yihad

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La caída de los talibanes Afganistán, 2001

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24 de septiembre de 2001

uestro helicóptero, una vieja aeronave de fabricación rusa, alcanza el valle de Panjshir desde el norte y sobrevuela las pardas y desoladas colinas. Aterrizamos en Changaram, un angosto punto del valle en el que frondosos campos de cultivo y verdes terrazas se aferran a las faldas de la montaña. A lo largo de toda la estrecha y polvorienta carretera hay signos de la suerte que han corrido los ejércitos que han tratado de entrar por la fuerza en el Panjshir durante el último cuarto de siglo. Pasados unos pocos kilómetros dejo de contar las carcasas de tanques quemados y hace mucho abandonados. En algunos sitios han usado las viejas cadenas de un tanque para tapar los baches de la carretera. Justo debajo de la superficie del río asoma la torreta de otro. El valle de Panjshir —que tal vez sea la mayor fortaleza natural del mundo— es uno de los últimos bastiones de la oposición afgana. Apunta, como una flecha verde y brillante, hacia Kabul, que está controlada, como otras nueve décimas partes del país, por la milicia talibán. En el jardín de su cuartel general en Jabal Saraj, una polvorienta ciudad situada a unos treinta kilómetros de la línea del frente, Abdulá Abdulá, el ministro de Exteriores de la Alianza del Norte, el principal grupo de la oposición, está de muy buen humor. Está sentado entre flores y, por alguna razón, alguien ha colocado un canario amarillo a su lado. Durante años, Abdulá, un hombre afable y encantador, ha intentado, con poco éxito hasta hace dos semanas, que el resto del mundo se interesara por sus puntos de vista. La oposición afgana se sentía sola, abandonada incluso. 33

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