ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR
Y su Morena
JORGE ZEPEDA PATTERSON
L
os astros parecen estar alineados a favor de Andrés Manuel López Obrador para que su tercer intento de llegar a la presidencia sea el bueno. O así parece. La primera vez, aquel histórico 2006, el Partido Acción Nacional (pan) le arrebató un triunfo que parecía inminente; en el segundo, un menos memorable 2012, el regreso del Partido Revolucionario Institucional (pri), con Enrique Peña Nieto a la cabeza, volvió a frustrar sus esperanzas. Hoy, dicen muchos, ha llegado la hora del Peje. El fracaso de los gobiernos panistas y priistas para responder a las expectativas de los votantes hacen preguntarse a los ciudadanos si ha llegado el momento de darle la oportunidad a un gobierno de izquierda. La persistencia de la pobreza y la desigualdad, y las muestras de impaciencia y rabia entre los sectores populares parecerían abonar a favor de esta hipótesis. Incluso el triunfo de Donald Trump y su empeño en satanizar y hostilizar a nuestro país ha sido interpretado como un refuerzo de las posibilidades del líder del Movimiento Regeneración Nacional (Morena). La agresión de Trump y la indignación resultante insufla el discurso nacionalista que ha sostenido durante años López Obrador. Esa narrativa, que muchos consideraban trasnochada en tiempos de globalización y apertura petrolera, de repente se convierte en estrategia de super-
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vivencia. La prédica nacionalista y populista del candidato de la izquierda empata con el agravio de muchos mexicanos ofendidos y preocupados por el bullying del vecino. Fortalecer el mercado interno y recurrir a la sustitución de importaciones, banderas tradicionales de amlo, adquieren actualidad a la luz de los embates de la Casa Blanca y sus políticas proteccionistas. Por no hablar de la preeminencia de otras dos reivindicaciones identificadas con el tabasqueño: el combate a la corrupción y la revisión de las políticas petroleras. Ambas alimentadas por los escándalos de la actual administración y el aumento en el precio de la gasolina y la dependencia energética de México, respectivamente. Por lo demás, Andrés Manuel López Obrador intenta convencernos de que ha cambiado. El otrora “peligro para México” se presenta como el candidato de la fraternidad y la amnistía. Su discurso sigue siendo a favor de los pobres, pero ya no en contra de los ricos; en su equipo de trabajo de cara a 2018 proliferan empresarios y figuras vinculadas a los dueños de la televisión mexicana, presunto origen de todos los males. En suma, un amlo 3.0. Sus detractores afirman que se trata de un lobo con piel de cordero y que sigue siendo una amenaza para México. Tampoco temen al liderazgo que exhibe en las encuestas de intención de voto. “López Obrador ya ha estado aquí y perdió”, pregonan, recordando los diez puntos de ventaja que el líder de la izquierda ostentaba en 2006, cinco meses antes de la elección. “El sistema no lo va a permitir, él mismo se pegará un tiro en el pie, como lo hizo antes”. Versiones encontradas de este polémico personaje. Las siguientes páginas muestran que está lejos de ser un cordero o un lobo. López Obrador es alguien mucho más complejo, como corresponde a un personaje cuya tozuda voluntad ha terminado por definir una buena parte de la historia política actual y futura. A lo largo de su vida, López Obrador ha sido llamado de muchas maneras. Fue el Molido, en la primaria; el Americano, en la secundaria, y Piedra en la universidad; fue Lesho, para los chontales, y el Comandante, para los priistas de Tabasco. En las siguientes páginas se relata la manera en que López Obrador se fue despojando de todos estos apodos para convertirse en el Peje, el fenómeno político y social que se ha propuesto modificar la historia del país.
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El M ol i d o: e l n i ño del río En la Semana Santa de 2004, Andrés Manuel llevó a su hijo Gonzalo, entonces el más pequeño, a conocer Tepetitán para convencerlo de que se trataba del pueblo más bonito de México. Y podría tener razón. Se levanta en un recodo del río y se acoge a las grandes sombras de una alameda creada por la naturaleza. Tepetitán es un pueblo pequeño y limpio, de apenas tres calles de ancho que se alargan siguiendo la orilla de un amplio y arbolado río. Se encuentra a 40 kilómetros de Macuspana, cabecera del municipio, que a su vez dista 65 kilómetros de Villahermosa, la capital del estado. Desde tiempos fundacionales la población se mantiene de la pesca en el río, de las estancias de ganado de los alrededores y del comercio de los pueblos ribereños. Justamente para poner una tienda llegó ahí el abuelo materno, José Obrador Revuelta, originario de Ampuero, Santander, España. Venía de Veracruz, pero ya con familia mexicana: doña Úrsula González, su esposa, y seis hijos entre los que se encontraba Manuela, la madre del ahora precandidato presidencial. Con los años, el abuelo destacó entre los poco más de 1 000 vecinos (cifra que apenas se ha doblado en las últimas décadas). Además de comerciante, fungía como doctor improvisado y mecenas del deporte. El pequeño parque de beisbol lleva su nombre. Su hija Manuela creció ayudando en las tareas de la tienda y terminó heredando la vocación mercantil de su padre. Años más tarde, cuando conoció al señor Andrés López, padre de Andrés Manuel, un veracruzano que había llegado como velador de un depósito de Pemex, lo convenció de cambiar de profesión y establecer una tienda por su cuenta. Andrés y Manuela fundaron “La Pasadita”, a unos metros del local de su padre, y habilitaron la trastienda para vivir y multiplicarse: Andrés Manuel, el primogénito, nació el 13 de noviembre de 1953, y con diferencias de uno a dos años llegaron otros seis hermanos: Ramón, en diciembre de 1954 (†); José Ramiro, Pepín, en marzo de 1956; Arturo, en octubre de 1957; Pío, en mayo de 1959, y los gemelos Carmen y Martín, en noviembre de 1964. Andrés Manuel creció en un ambiente bucólico y paradisiaco. Iba por las mañanas a la primaria “Marcos Becerra” (la única que existía) y jugaba beisbol, nadaba y pescaba en el río por las tardes. Lo apodaban el Molido, aunque nadie recuerda el motivo. Desde pequeño lo acostumbraron a 13
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atender la tienda, donde se vendía de todo: abarrotes, zapatos, ropa. Los vecinos coinciden en señalar a don Andrés como un hombre generoso y apacible. Doña Manuelita también era buena, aseguran, pero no tenía nada de apacible. Salía a las cuatro de la mañana en su cayuco (pequeño bote de remos) para vender arroz a lo largo de los poblados río abajo. Acompañada por un peón, su energía era infatigable; no regresaba hasta terminar su bastimento. Cuando Andrés Manuel terminó la primaria, los padres decidieron enviarlo a la única secundaria de la región, la de Macuspana, a casi dos horas de distancia en aquellos tiempos. Comparado con el millar de vecinos de su pueblo, los 10 000 que encontró en la cabecera del municipio debieron parecerle una metrópoli. El joven tuvo que quedarse en casa de unos amigos de la familia, Carmita Domínguez y José Hernández, y regresar al pueblo solamente los fines de semana, cuando podía. El autobús llegaba hasta la comunidad de San Fernando, donde terminaba la carretera, lo cual lo obligaba a caminar entre lodazales una brecha de 15 kilómetros para llegar a su casa. Quizá la soledad o la presión de su madre para impedir que el niño se desbalagara lo llevaron a convertirse en monaguillo de la iglesia San Isidro Labrador, allí en Macuspana. Un año más tarde, cuando el siguiente hijo llegó a la edad de cursar la secundaria, el matrimonio decidió mudarse a Villahermosa. Es por ello que la primera parte de la secundaria, Andrés Manuel la hizo en la escuela “Rómulo Hernández García”, de Macuspana, y la segunda en la secundaria federal, en la capital del estado. La familia poco a poco se fue desarraigando de este rincón del edén. El abuelo murió en 1967 y la abuela seis años más tarde, en 1973, cuando Andrés Manuel ya estudiaba en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). En los últimos años visitaba el pueblo de vez en vez, mientras aún vivía un hermano de su madre, ya fallecido. Ningún familiar reside en Tepetitán actualmente, y la sencilla y hermosa casa del abuelo contempla abandonada el amplio río. La casa donde nació y vivió Andrés Manuel, a unos cuantos metros, la otrora “Pasadita”, en cambio, es hoy una cantina de rompe y rasga.
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El A m e r ic a no: l a pr i m e r a c on moc ión Hacia mediados de los años sesenta la familia se estableció en un barrio céntrico y popular de Villahermosa, y a los pocos meses habían logrado instalar el almacén de ropa “Novedades Andrés” y la zapatería “La Gota”, a unos cuantos pasos, en la calle Primavera. En los primeros años parecía que el hijo mayor estaba destinado a convertirse en un próspero comerciante. Era bueno para los números y muy ingenioso para inventar formas de mercadear productos. En esa época sus compañeros de escuela le apodaron el Americano, porque se vestía distinto a los demás: podía usar la ropa de fayuca que se vendía en su tienda y en otros negocios similares denominados chetumalitos (en aquellos tiempos Chetumal era zona exenta de impuestos y hasta allá iban los comerciantes de Tabasco para abastecerse de mercancía de importación y venderla en locales de Villahermosa). —Qué bonita camisa —le decían. —Es americana —respondía Andrés Manuel alzándose el cuello. Pronto sus compañeros se desquitaron asestándole el apodo. Un incidente a los 15 años, en 1968, y no precisamente el 2 de octubre, le cambió la vida. Una calurosa tarde, mientras sus padres comían en casa y Andrés Manuel y su hermano Ramón hacían la guardia en la tienda, este último sacó una pistola que el padre había dejado meses atrás escondida entre los estantes de las camisas. La había recibido en prenda de una deuda nunca saldada y se había convertido en una reliquia temida, porque se sabía que con ella un hombre había asesinado a su esposa. Ramón, de 14 años, cortó cartucho, pero quitó el cargador, con lo cual se creía a salvo para hacer piruetas de pistolero. En el proceso el arma escapó de sus manos, cayó al suelo y disparó el tiro que quedaba en la recámara: entró por el cuello del joven y salió por la sien en trayectoria de abajo arriba. Murió en el acto. Andrés Manuel estaba a cinco metros, en la caja, y vio la escena pasar ante sus ojos. Las empleadas del almacén corroboraron los hechos, pero unos judiciales del estado quisieron extorsionar a la familia involucrando a Andrés Manuel (un pariente afirma, socarronamente, que los complots en su contra no son de ahora). Los adversarios políticos han querido ver este incidente como algo similar a lo que sucedió en la infancia de Carlos 15
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Salinas, cuando una mujer del servicio doméstico fue muerta por la negligencia de dos niños que jugaban con armas. Los testigos afirman que en este caso se trató de un accidente a la vista de todos, provocado por la propia víctima. Eso no fue un consuelo para la familia, y en particular para Andrés Manuel. Sus amigos de la adolescencia recuerdan que se volvió taciturno, mucho más reflexivo. Poco tiempo después, en 1969, los padres decidieron desmontar la tienda e irse de la ciudad, porque doña Manuela era incapaz de soportar la tristeza. Se mudaron a Agua Dulce, en el estado de Veracruz, a poco más de dos horas de distancia, donde vivía Gloria, una hermana de doña Manuela. Andrés Manuel y Pepín, los dos hijos mayores, se quedaron en Villahermosa, viviendo en la propia tienda, para que Andrés pudiera cursar la preparatoria y Pepín, la secundaria. Dos años más tarde, a principios de 1972, la familia volvió a mudarse, esta vez a Palenque, de donde nunca más salieron. Aquí vivía otro hermano de la madre de Andrés Manuel, quien les ayudó para que la pareja se hiciera cargo de un restaurante, “El Palomar”, al cual le fueron construyendo, al pasar los años, cuartos adjuntos hasta convertirlo en un pequeño hotel, el “Ki Chan”, que significa “amigo”. Aunque nunca residió en Palenque, el hotelito de sus padres se convirtió en refugio de Andrés Manuel en las victorias y los fracasos a lo largo de los siguientes 30 años. Durante su adolescencia en Villahermosa, el Americano compartió su tiempo entre la escuela, el beisbol, las amistades y sus originales estrategias comerciales. Con su mejor amigo, José Enrique Aguirre, compañero de clases y posteriormente subgerente en la oficina de Transporte Eléctrico del Gobierno de la Ciudad de México durante la gestión de López Obrador, adquirieron un Renault rojo para comprar mercancía en Chetumal y venderla en los ranchos de los alrededores. Distribuían de todo: quesos, mantequilla, ropa, medicinas. Un accidente en carretera, sin consecuencias, los persuadió de dejar el comercio ambulante y concentrarse en la ciudad. No fue un estudiante asiduo en la preparatoria. Los compañeros insisten en que Andrés Manuel trabajaba demasiado. Con todo, se hizo de una novia entre los amigos que se juntaban en el parque Las Palomas. Durante más de un año salió con Lupe, una chica trigueña y de ojos verdes, de la que se ha perdido el rastro. En la preparatoria estatal “Manuel 16
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Sánchez Mármol”, de Villahermosa, donde estudió, recuerdan sus compañeros que era “buen bate” en el equipo de beisbol los Centauros del Sureste, nombre adquirido de la empresa transportista que les patrocinaba el uniforme color gris con el logotipo de un centauro en el pecho. Los ecos del movimiento del 68 apenas si llegaron a la escuela. Pero fueron un estímulo para comenzar a interesarse lejanamente en política y participar en algunas actividades culturales. Con un grupo de compañeros comenzó a frecuentar la casa del poeta Carlos Pellicer, quien los impresionaba con su vozarrón y sus invectivas para que se pusieran a leer. A Andrés Manuel no le interesó mucho la literatura, pero llamó su atención la historia política de México, lo cual resultó decisivo para que eligiera la Facultad de Ciencias Políticas de la unam al terminar la preparatoria. Años más tarde, el poeta Pellicer sería el puente para ingresar en la política.
P iedr a . La segun da c on moc ión Un día de agosto de 1972, a los 19 años, Andrés Manuel se despojó del apodo el Americano, como antes se había quitado el del Molido o el del Monaguillo. A las cinco de la mañana, enfundado en una chamarra de los Pumas, tocó en la puerta de una casa de la calle Violeta 123, en la colonia Guerrero de la Ciudad de México. Le abrió Heber Sánchez, a quien años después convertiría en diputado. Heber atinó a enterarse de que el joven deseaba hospedaje sin mayor credencial o trámite que su cerrado acento del trópico. Fue suficiente: era la Casa del Estudiante Tabasqueño. Ahí vivió durante casi año y medio con otro centenar de paisanos, y compartió cuarto con el futuro diputado y otros dos compañeros. Se le recuerda como un huésped más. Era de los más jóvenes, así que difícilmente podía aspirar a algún liderazgo. Sin embargo, le cayó en gracia a Isidoro Pedrero Totosaus, presidente estudiantil de la Casa, conocido por su inteligencia y facilidad de palabra (en su juventud se convertiría en un periodista afamado en Tabasco, antes de que el alcohol y el dinero público lo dejaran al servicio de los políticos). Fue Pedrero quien le inventó el apodo de Piedra a Andrés Manuel, en parte por la tozudez que lo 17
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caracterizaba desde entonces, en parte porque afirmaba que todavía había que pulirlo y en parte por convertirlo en un aliado de su propio nombre. El primer año, la vida estudiantil en México le pareció aburrida. Una y otra vez Piedra decía que él quería hacerse beisbolista profesional. Era un buen fildeador y lo demostraba cada fin de semana. “No era malo; bateaba bien, pero sobre todo dejaba el pellejo para atrapar una bola”. Un compañero de cuarto recuerda que con frecuencia no iba a la Facultad de Ciencias Políticas porque prefería quedarse a dormir en su cuarto. Probablemente padecía, sin reconocerlo, algún tipo de depresión. El 11 de septiembre de 1973 dejó de padecerla. Esa mañana y los días siguientes se pasaron oyendo en la radio los sucesos del golpe de Estado en Chile. Andrés Manuel tomó como algo personal la muerte de Salvador Allende y repitió una y otra vez las últimas frases del presidente chileno. Ese día escribió en el pizarrón del comedor: “Viva el pueblo de Chile”. Al día siguiente cambió. “Nunca más faltó a la escuela y comenzó a interesarse a fondo en las clases”, dice su excompañero de cuarto. El beisbol perdió un dudoso pitcher, y la unam ganó a un estudiante de tiempo completo. Probablemente la anécdota es exagerada en atención a la fama actual del personaje, pero lo cierto es que en algún momento, a mitad de la carrera universitaria, López Obrador comenzó a interesarse más decididamente en sus estudios y en la política. El hecho coincide con su mudanza de la Casa del Estudiante a un departamento en Copilco, rentado por varios paisanos, entre ellos el famoso Pedrero Totosaus. El barrio le acomodó a López Obrador desde el principio. Se integró al mundillo cultural y político de los alrededores de la unam, con sus peñas y sus canciones de protesta, las librerías y los picnics improvisados en el campus universitario. Algún detractor podría decir que, en realidad, López Obrador nunca ha abandonado del todo esa particular cultura de peña y mítines que habita en los alrededores de Ciudad Universitaria.
Pol ít ic o e n Ta ba s c o Pero incluso sus críticos tendrían que admitir que el timing de López Obrador ha sido afortunado a lo largo de su vida. Los procesos electorales de 1976 coincidieron justo con la terminación de su licenciatura 18
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(aunque no se recibiría sino hasta 1987), lo que le permitió integrarse al equipo de trabajo de Carlos Pellicer en su campaña para llegar al Senado por su estado natal. El poeta agradeció la participación de tres o cuatro jóvenes que recorrieron el estado en su nombre, planteando programas, enterándose de agravios y recogiendo peticiones. A sus 23 años, Andrés Manuel fue el más entusiasta. Pellicer estaba obsesionado con la idea de hacer una gran obra reivindicativa entre los indígenas y seguramente contagió a su joven colaborador. Durante los siguientes 18 meses López Obrador recorrió diversas oficinas públicas con el proyecto para la Chontalpa que había concebido durante la campaña de Pellicer. Al principio no corrió con suerte. El joven no había participado en la campaña para la gubernatura de Leandro Rovirosa Wade (en Tabasco las elecciones eran en octubre o noviembre, tres meses después de las federales), entre otras cosas porque había apoyado la de su amigo Víctor López Cruz para la presidencia municipal de Macuspana. El gobierno estatal no le debía nada. Durante meses ocupó un puesto de auxiliar en la Secretaría de Gobierno, sin pena ni gloria. Sin embargo, Pellicer no fue ingrato. Gracias a su insistencia, el gobernador apoyó su nombramiento como delegado del Instituto Nacional Indigenista para Tabasco en 1977. Allí comenzó la leyenda.
Lesho y Ro c ío Fue el trabajo perfecto para Andrés Manuel. Tenía 24 años y lo tomó como un apostolado. Luego de los meses transcurridos como secretario del secretario en la grilla interminable de Villahermosa, de repente ponían en sus manos un trabajo que muy pocos querían, pero que a él le resultaba el paraíso. La sede de la delegación se encontraba en Nacajuca, apenas a 30 kilómetros de Villahermosa, pero en el corazón de la Chontalpa. El lugar idóneo para comenzar una carrera y, más tarde, una familia. Conoció a Rocío Beltrán en calidad de alumna en 1976, cuando aceptó dar clases en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco al regresar de México. Aunque originaria de Teapa, trabajaba como secretaria en la delegación de la Secretaría de Educación Pública (sep) y cursaba una licenciatura en 19
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ciencias de la educación, en la que López Obrador impartió el curso de Introducción a la Sociología. Le llevaba tres años de edad y un poco de experiencia en las cosas de la vida, ella era guapa, con temperamento firme y muy maduro. Sólo tenía un defecto: no quería un novio que estuviera metido en la política o simplemente no le gustaba el Americano. Fueron necesarias muchas idas y venidas entre Nacajuca y Villahermosa para convencerla de contraer matrimonio y trasladarse a la Chontalpa. No debió de ser fácil. La casita donde vivía el flamante delegado era poco más que una choza sin agua corriente que obligaba a sus ocupantes a bañarse con jícara. Las fuentes coinciden en describir la vida de la joven pareja como totalmente integrada a la región luego de la boda, el 30 de marzo de 1980. Andrés Manuel salía desde las seis de la mañana y recorría los pueblos hasta el anochecer. A las seis de la tarde había que encerrarse en las casas porque las nubes de mosquitos devoraban a todo ser viviente. Un testigo afirma que prefería guardar silencio porque daba la impresión de que “si abrías la boca, comerías mosquitos”. Sin embargo, echó raíces. José Ramón, el hijo mayor, nació en marzo de 1981, aunque los padres esperarían otros cinco años antes de tener al siguiente. Estos años en la Chontalpa fueron un periodo “fundacional” del animal político en que se convertiría Andrés Manuel. Muchos de los atributos, buenos y malos, que lo perseguirán el resto de la vida, surgen de esa primera responsabilidad. Aquí formó su primer equipo de trabajo con jóvenes veinteañeros a los que logró infundir una pasión inexplicable. “Ganábamos poco, trabajábamos de sol a sol y casi no lo veíamos, porque salía a los pueblos a las seis de la mañana y regresaba al caer el día. Y, sin embargo, teníamos la sensación de que estábamos haciendo algo diferente, algo importante”, dice Jesús Falcón, quien sería su brazo derecho y chofer en periodos posteriores. Aquí comenzó el hábito de hacer consultas. Cada vez que se atoraba o estaba indeciso, se iba a platicar con los ancianos de los pueblos. A juzgar por las entrevistas y plebiscitos que más tarde haría en el Gobierno del Distrito Federal, y posteriormente en el Zócalo, da la impresión de que esas pláticas tenían el propósito de confirmar para sí mismo algo de lo que ya estaba convencido. Lo cierto es que López Obrador regresaba sereno y tranquilo de esas conversaciones y no volvía a dudar de la decisión 20
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