ESPECIAL DE CUENTOS Año 4, número 3, julio - septiembre de 2021
EL PREGONERO DE DESERET | julio - septiembre 2021 | 2 EN ESTE NÚMERO Editorial 3 Cuentos 4 Batalla 5 La casa de turquesa 6 Mahor y la cureloma perdida 9 El vampiro mormón 12 Oficio: el perfecto cuentista 17 Novedades 22 La Cofradía de Letras Mormonas es un colectivo integrado por miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días entusiastas y amantes del Arte en general y la Literatura en particular, unidos con el propósito de descubrir y difundir la labor de escritores y, ocasionalmente, otros artistas mormones. Agradeceremos sus comentarios, sugerencias y apor taciones al correo cofradiadeletrasmormonas @gmail.com La CLM y esta publicación no son oficiales ni dependen de la Iglesia ni de sus autoridades generales o locales. NUESTRA PORTADA Detalle del mural Nuestros dioses de Saturnino Herrán (1918).
Dice
Gustavo Adolfo Bécquer casi finali zando la sexta prosa de sus famosas Rimas y Leyendas: «Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas va nos que formamos en nuestra imaginación y ves timos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna». En busca de ese rayo de luna, los hombres y las mujeres de toda época se han contado historias. En torno a una hoguera o en los salones literarios de la aristocracia, la secuencia ha sido la misma. Primero populares y orales, luego con autor y por escrito, el cuento nació para ser narrado. Los hay realistas y fantásticos, de horror y policiales, de ciencia ficción y románticos, de final abierto o de impacto.¿Ycómo se escribe un buen cuento? Eso lo debe descubrir cada escritor. Pero algunas cosas se deben tener en cuenta. Primero que nada, la breve dad. Si bien no hay un límite de palabras o pági nas, un cuento debe poder leerse sin interrupción, de principio al fin, para lograr el efecto buscado.
Detalle de la portada de Cuentos de la selva, Editores Mexicanos Unidos.
EDITORIAL
La corta extensión define otras características: los personajes son pocos, generalmente con uno principal que puede ser el narrador o, al menos, el foco de la acción. Cada palabra y elemento descripto apuntan hacia el desenlace, tal como Edgar Allan Poe lo planteó en su teoría sobre la narra ción. No hay espacio para tramas secundarias, análisis psicológicos o extensas presentaciones de ambientes y estados de ánimo, aspectos que sí forman parte de la novela. El argumento debe ser relativamente sencillo y comprensible. El escritor de cuentos debe ser sabio en el uso económico de los recursos narrativos. Cada palabra debe tener un peso y una carga de significado que ayude a la coherencia total. La geografía y la época del relato pueden ser inciertas o desprenderse de pequeñas sugerencias bien colocadas. Es posible comenzar con una introducción pero generalmente funcio na bien la técnica de in media res, es decir que uno se va enterando de la situación a través de las ac ciones del protagonista, lo que obliga al lector a prestar mayor atención. Se pueden leer buenos cuentos tradicionales, los recogidos por los hermanos Grimm, popularizados por Charles Perrault o conservados en la obra anónima Las mil y una noches. También están los de autores renombrados: Alice Munro, Antón Chéjov, Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant, Ho racio Quiroga, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mark Twain, Ray Bradbury. Hay para elegir. Pero veamos qué tienen para narrarnos los cuentistas que nos visitan en este número de El Pregonero de Deseret en busca de su rayo de luna…
CUENTOS La batalla de Alejandro en Issos, Albrecht Altdorfer, óleo sobre 1528-1529.tabla,
Siempre estaré junto a ti. Te enviaré mensajeros y señales, y recordarás quién eres. No temas; sé valiente. Si luchas fielmente, vencerás. —Ya casi es la hora… ¿Volveré a verte?
* Publicado originalmente en el blog Ana Enriques
El rey mandó llamar a uno de sus hijos.
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BATALLAAnaEnriques*
—He visto las cruentas batallas, padre. He visto a muchos de mis hermanos caer. ¿Crees que estoy realmente preparado?
—Si eso deseas, sí. Esperaré con ansias tu —Adiós,regreso. padre. Volveré en cuanto haya concluido la misión. Las enormes puertas se cerraron tras el príncipe. Con su armadura puesta y la espada ceñida a la cintura, caminó decidido hacia la zona de embarque. En algún lugar del mundo nació un niño indefenso. Su llanto rompió el silencio y, aunque sus padres no lo entendieron, era su grito de guerra. cuento
—Eres valiente, hijo. Podrás con ello. Tus hermanos te necesitan. Recuerda que podrás hablarme cuando quieras… Yo espe raré tu informe cada día. —¿Y si no puedo recordarte? ¿Qué hago si olvido mi —Deberásmisión?esforzarte.
—Ha llegado tu turno, hijo mío. Tus hermanos te necesitan en el frente y ya estás suficientemente preparado.
LA CASA DE MoramayTURQUESAAlva Sentí
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una sacudida que me tiró al suelo y des pués de que algo golpeara mi cabeza, estuve inconsciente, no sé cuánto tiempo. Cuando por fin logré levantarme no podía reconocer el lu gar. Traté de abrir más los ojos, y pensé en mi fa milia. Como pude me levanté y corrí hacia nuestra pequeña choza. El polvo era tan denso y el terreno había cambiado tanto que con mucha dificultad logré llegar. Aunque la choza era de barro y techo de palma, estaba en perfectas condiciones, un contraste total a todo el caos que había alrededor. Busqué a mi familia con desesperación, y los encontré escondidos y muy asustados en el pequeño hueco del suelo que usábamos para almacenar comida. Salimos a recorrer el lugar y ver si alguien ne cesitaba ayuda. Todo estuvo en silencio por un tiempo, pero poco a poco comenzaron a escuchar se llantos y el aire pronto se impregnó de lamentos. Después de que se disipó el polvo logramos distinguir con claridad la destrucción que había sucedido. Todo estaba derrumbado. Los templos estaban destruidos y había piedras inmensas por todos lados, como si hubieran sido aventadas por enormes gigantes. Había grandes piedras sobre el lecho de lo que había sido un hermoso río, que aho ra era apenas un hilo de agua. Y lo que habían sido pequeñas colinas se habían convertido en paredes de piedra que sobrepasaban por mucho la altura de los Todosárboles.estaban en conmoción. No sabíamos qué había sucedido. Traté de ayudar, pero no sabía por dónde empezar. Había muertos por todos lados: algunos fueron aplastados por edificios, otros mu rieron asfixiados por el denso polvo y otros simple mente se desplomaron en el suelo, probablemente por un ataque al corazón. Los sobrevivientes esta ban en tal estado de shock que no contestaban una palabra cuando se les hablaba. Mis hijos preguntaban qué había pasado, y yo hacía esfuerzos por entender e intentaba que no vieran todo el caos que había alrededor. No sabíamos a quién acudir por ayuda; el Pa lacio de gobierno también estaba en ruinas y a los sacerdotes parecía habérselos tragado la tierra. Es tábamos solos en esto. Pasamos algunos días durmiendo a la intemperie y buscando comida en los campos cercanos. Teníamos miedo de permanecer en nuestra choza y que un movimiento más de tie rra la derrumbara sobre nuestras cabezas. Así que preferimos dormir al aire libre.
Una de las primeras cosas por hacer era se pultar a los muertos. Tardaron mucho tiempo en hacerlo, debido a la gran cantidad de ellos —casi todas las familias tenían pérdidas que lamentar—.
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Milagrosamente mi familia había per manecido a salvo. Mis padres habían muerto hacía unos años y solo vivíamos en la ciudad mi esposo, mis hijos y yo, y todos estábamos ilesos. Por mucho tiem po me pregunté cuál había sido la razón de haber sido preservados, pero no logré comprenderlo y preferí concentrarme en agradecer y asegurarme de que valiera la pena el haber sobrevivido.
Al llegar a la plaza vi a las personas esperando, muchos de ellos cansados de levantar piedras y palos para reconstruir sus hogares o simplemente agotados de llorar. Lo que había sucedido había sacu dido no solo la tierra sino el corazón. Per manecimos sentados sobre las piedras que una vez fueron el mercado principal. Muchos no sabíamos el por qué estába mos ahí, pero otros se veían tan emocio nados que su felicidad contrastaba con la destrucción que había alrededor. Yo no entendía el por qué, ¿cómo podían estar tan felices en medio de esta tragedia? No esperamos mucho tiempo antes de ver que alguien se acercaba. Era un grupo de personas que parecían acompañar a alguien más. Cuando se acercaron lo suficiente como para ver sus rostros, vi que irradiaban una paz que jamás ha bía visto. Sonreían y se veían llenos de luz. Entre ellos había un hombre vestido con una túnica blanca y su rostro era tan blanco que parecía el sol. No pude evi tar pensar en que, si el sol y las estrellas tuvieran un cuerpo, indudablemente serían así. Se acercaron a la multitud que los esperaba y todos quedamos en silen cio. Nadie se atrevía a mirar a otro lado y no dijimos ni una palabra. Nadie dijo nada, pero todos entendimos. Recordaba lo que mi padre me había enseñado hacía unos años sobre un Re dentor que vendría al mundo a salvarnos. Él incluso dibujó un hombre sobre una piedra, frente a la casa para que no olvi dáramos lo que sucedería. Habían pasa do tantas cosas desde entonces que ahora parecía un recuerdo muy lejano, pero en este momento estaba aquí. ¿Era este ser del que hablaba mi padre? Tan solo unos días antes un hombre, diciendo ser profeta, había estado en este mismo lugar llamándonos al arrepentimiento. Desde hace algunos años se había hecho una práctica común en la ciudad el presentar ofrendas al sol y bailar para que hubiera lluvia. Él nos dijo que dejáramos de ha cerlo, pero pocos hicieron caso. Para la mayoría era más fácil adorar a un dios que no pedía mucho antes que a uno que
Después de algunos días de miedo e incertidumbre, mientras buscábamos alimento en los campos cercanos, se em pezaron a escuchar voces anunciando que alguien importante había llegado y que si nos reuníamos en la plaza princi pal podríamos escucharlo. Desde que se sacudió la tierra y cambio todo, ningún extranjero había llegado a la ciudad. No sabíamos si otros pueblos estaban igua les porque tampoco nadie había salido. No nos atrevíamos a alejarnos mucho de nuestra familia por temor a no volverlos a ver. Con incredulidad reuní a mi fami lia y fuimos hacia la plaza. Me pregunta ba quién podría ser tan importante como para escucharlo en medio de tanto caos.
Detalle de Cristo en América, C. C. A. 1903.óleoChristensen,sobretabla,
Ahora, de rodillas ante la presencia de un ser ce lestial nos dábamos cuenta de lo absurdo de nuestras excusas. Lo que apenas unos días atrás era tan importante, se desvanecía ante la sonrisa que salía de sus labios. No hay palabras que puedan expre sar lo mucho que aprendimos al escucharle, pero sobre todo lo que sentimos con sus palabras. Se quedó dentro de nosotros por el resto de nuestras vidas después de escucharle, aprender de él, verle bendecirnos. Lloramos al verlo partir, pero con el amor que siempre irradiaba nos prometió que un día volvería, y de ahí en adelante vivimos cada día esperando su regreso.
quisieron ir donde él estaba, pero pocos pudieron hacerlo.Aquí en la ciudad, el amor que dejó lo reconstru yó todo, desde el corazón desfallecido de aquellos que perdieron a los que amaban, hasta los muros caídos. Todo se llenó de luz, y con los corazones sanados fue sencillo levantar nuevamente la ciudad. Se volvió a construir el mercado, el palacio, pero los templos nunca se levantaron: en su lugar se eri gió un edificio al que cubrieron de turquesa y que parecía brillar con el sol. El edificio no es muy grande, pero tiene her mosos detalles de madera y turquesa. Fue la mejor ofrenda que pudieron dar al ser que vino a conmoverlo todo, a derribar la maldad y levantar la redención, aquel que con sus manos nos enseñó el significado del amor por medio del servicio.
EL PREGONERO DE DESERET | julio - septiembre 2021 | 8 requería obediencia y guardar mandamientos que sentían restrictivos. La popularidad, el dinero pa recían más importantes, y con ese comportamien to de sumisión nunca los obtendrían.
Supimos que visitó las ciudades y aldeas ve cinas. Escuchamos de sus milagros por mucho tiempo más, hasta que los rumores cesaron. Unos hombres lo llevaron a la ciudad de Tollan, donde se estableció por un tiempo. Les enseñó mucho más que a amarse unos a otros; también lo aplicó: amaba a todos con un amor infinito. También les enseñó a construir grandes edificios, a arar la tie rra, a trabajar con sus manos. Hasta acá llegaron las historias de que en ese lugar las cosechas eran más abundantes y los frutos más grandes. Muchos
Nunca volvimos a verlo, pero su esencia jamás se fue. Lo que nos dejó se quedó tan profunda mente grabado que pasarán generaciones antes de que se olvide siquiera su nombre. Después de reconstruir la ciudad los ancianos decidieron dejar algunas piedras derrumbadas en el lugar en el que cayeron, como testimonio de que lo anterior había sido destruido, pero como muestra la casa de turquesa, todo ha sido sanado con la presencia del hijo de Dios. Detalle de Cristo en América, C. C. A. Christensen, óleo sobre tabla, 1903.
—Bienvenido, Mahor, hijo de Sherem, mi ami go. Veo que eres ya todo un hombre. Que el Señor que conduce tus pasos te haya traído a mi sencilla morada me llena de júbilo. Ven, entra.
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oteó el horizonte en busca de al gún indicio. Hacía ya cinco lunas que Ripla, la cureloma, había desaparecido. Durante las dos primeras jornadas, Sherem, su padre, había esperado ansioso que regresase por sus propios medios, pero, con el siguiente amanecer, Mahor había propuesto salir en su busca. A rega ñadientes, Sherem y su esposa aceptaron. Eran tiempos peligrosos. Su único hijo era muy joven, y, aunque fuerte y valiente, no se les escapaba la posi bilidad de que Ripla hubiese sido robada y que tuviese que enfrentar a ladrones dispuestos a todo… Desde la traición y juramentos de Akish, las combinaciones secretas se habían extendido len tamente por toda la tierra. A pesar de haber na cido Mahor durante el próspero reinado del buen Emer, quien hacia el final de sus días había visto con sus ojos al Hijo de Justicia, los preparativos para posibles guerras no habían sido desatendidos. El joven conocía el uso de la espada y la jabalina, siendo particularmente diestro con la honda. Esta habilidad lo había mantenido alimentado por los últimos dos días, agregando alguna presa a las ver duras y queso que su madre con premura le había preparado al partir. Su primera travesía lo había llevado cerca del pa raje de Ablom. Allí pudo divisar las muchas aguas de donde habían venido sus antepasados en épocas de la confusión de la gran torre, pero dudaba que la cureloma se hubiese aventurado tan lejos.
MAHOR
Mahor
Antes de que pudiera responder, apareció Jacora con una vasija y les sirvió bebida y algunas viandas. Ambos habían cambiado mucho desde la cuento Y LA CURELOMA PERDIDA Mario R. Montani
Ahora, Mahor descendió de su caballo para revi sar la trampa que había colocado la noche anterior. Estaba vacía. No deseaba dedicar demasiadas horas a la caza para poder continuar con la búsqueda, pero necesitaba abastecerse de agua y algún alimento. Recordó que estaba cerca de la heredad de Paganíah, el amigo de su padre. Le convendría acercarse y recibir una buena cena…
—Gracias, Paganíah, hijo de Kimnor. Mi padre y mi madre te desean larga vida y prosperidad — correspondió el joven.
—Cuéntame cómo te has aventurado tan lejos de casa —inquirió el anciano mientras lo invitaba a sentarse a una rústica mesa.
Llegó al lugar cuando ya atardecía. De lejos divi só una diminuta figura que corría con un cántaro desde el pozo a la casa. Debía ser Jacora, la hija de Paganíah. Fueron compañeros de juegos en su niñez, pero varios años habían transcurrido sin ver se. Probablemente estaría anunciando la llegada de un Paganíahvisitante.loesperaba con los brazos en alto y lo abrazó efusivamente al desmontar.
Partió,necesaria.sinmuchos deseos y con cierta congoja interior.Cabalgó toda la jornada en busca de indicios y huellas por la tierra de Het hasta que cayó la noche, fría y temprana. Las estrellas brillaban en lo alto. Cansado, dejó pastando a su cabalgadura y cayó de rodillas. Oró con fervor como por mucho tiempo no lo había hecho. Algunas de las palabras eran suyas y otras de haberlas oído en boca de los an cianos:«Padre del firmamento, de la tierra y de todo lo que en ellos hay. Sé que por tu mandato se abren y cierran los cielos, el suelo tiembla y las generacio nes pasan. Sé que el bien de ti procede y la verdad mora contigo. Sé que has oído la voz de mis antepasados y les has favorecido. ¡Escucha las palabras que salen de mis labios y de mi corazón! Temo por el bienestar de Sherem, mi padre, pues se ha an gustiado en extremo por causa de los curelomes. Sin ellos, sembrar será difícil, y pasaremos hambre.
—De modo que tu padre se ha quedado sin un curelom en plena época de siembra —concluyó su interlocutor.—Nosólo eso, Paganíah. Kibal, el curelom ma cho, se ha entristecido y se niega a trabajar desde que falta su compañera. Los sembradíos son muy extensos y temo por la salud de mi padre.
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—Mi querida compañera ha seguido el cami no de toda la tierra, hace ya muchas lunas. No sé cuándo el Señor, bendito sea su nombre, me llamará para estar a su lado. Algunos de mis huesos necesitan un descanso. Tuvimos a Jacora casi en trando en la vejez. Quiero que le pidas a tu padre que, el día que yo falte, pueda cuidar de ella y ayu darle a encontrar un buen esposo entre los hijos de aquellos que siguen las palabras de los profetas.
—Bien. Quédate a dormir aquí esta noche y mañana con el alba y bien descansado podrás continuar tu ruta.
última vez que se vieron. El cabello de la joven, que Mahor había divisado recogido cuando portaba el cántaro, ahora caía abundantemente sobre sus hombros. No le dirigía la palabra y se ruborizaba ante cualquier mirada. El muchacho recibió el im pacto de sus ojos, más diáfanos y brillantes que las dieciséis piedras cortadas del monte Shelem, y ya no pudo recuperarse. Se perdió varias veces en el relato que intentaba hilvanar para Paganíah.
Antes de que el sol despuntara, el joven se halla ba de pie preparando su viaje. Se despidió, agrade cido, de padre e hija. Paganíah lo llevó aparte.
Mahor prometió trasladar su pedido, aseguran do que pasaría mucho tiempo antes de que tal cosa fuese
—Tienes razón. Aquí me he arreglado con algunos bueyes, pero el terreno es pequeño… ¿Sabes? Cuando tu padre y yo éramos niños, tanto los cu relomes como los cumomes abundaban en el país, pero tras la división del reino comenzaron a mer mar. Muchos profetas que aparecieron en aquella época nos advirtieron sobre calamidades que ocu rrirían. Hoy, los pocos elefantes y cumomes que quedan se utilizan principalmente en las minas de oro y plata del Monte Shim. Es ya raro que se reproduzcan.—Tuslabios dicen la verdad. Ripla y Kibal han estado con nosotros por más de una generación pero jamás han tenido descendencia.
A pesar de un lecho más cómodo de paja y pie les, a Mahor le costó conciliar el sueño. El rostro y la figura de Jacora no se apartaban de su mente. Las tímidas sonrisas que le había concedido durante la cena provocaron que su corazón galopara como un cumom espantado. Finalmente logró dormirse…
Pero antes, aunque tuviese que desviarse un poco, pasaría a visitar a Paganíah para darle las buenas nuevas… Se sonrió ¿Desde cuándo le im portaba tanto este viejo amigo de su padre?
Estarían llegando al atardecer…
En dos viajes, los cargó en sus brazos y los depositó junto a su caballo. Ripla no pareció mo lestarse y los siguió mansamente.
Atardecer, Indira Deviagge, pintura digital, 2021.
curelom.
Al finalizar se sintió más tranquilo. Los alimen tos que Jacora le había envuelto para el viaje lo cal maron.Alamañana siguiente decidió retornar a su hogar, pasando por regiones que no había visitado en su primera inspección. Le hubiera gustado llevar buenas noticias a su padre. Tal vez no tenía la fe suficiente como para que el Señor lo escuchase. Se dirigió a las llanuras de Agosh. A la sombra del monte Shim, en la ladera sur, se extendía un prado verde, sembrado de árboles, siguiendo la orilla curva del río. Un pequeño manantial alimentaba la Trepóhierba…aun gran árbol que extendía sus ramas cerca del sendero que seguía, intentando ver un poco más lejos. A un tiro de honda divisó una hon donada que no había visitado antes. Al acercarse, caminando, llevando de las bridas a su compañero, oyó el inconfundible bufido de un Se agazapó al borde del cañadón para observar sin ser visto.
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Permíteme hallar a Ripla, si es tu voluntad, para retornarla a nuestra heredad, y aléjala de los sen deros de ladrones y bestias salvajes».
Allí estaba Ripla, tendida sobre el pasto. Olfatea ba el aire como sintiendo su presencia. Dos figuras más pequeñas la rodeaban. Debían ser carroñeros.
Tanteó sigilosamente su morral en busca de la honda y piedras con la idea de espantarlos. Al apuntar cuidadosamente, la sorpresa lo pa ralizó… Ripla estaba amamantando a las criaturas. Eran… Sí ¡La cureloma había tenido cría! Descendió por la ladera de la cañada. Ripla daba muestras de contento y le permitió acercarse. Cayó nuevamente de rodillas con una mezcla de júbilo y agradecimiento, acariciando los tibios cuerpecitos, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Comenzaba a comprender. La cureloma había escapado a un lugar cer cano al agua para tener su cría. Ahora estaba esperando que tuvieran fuerza suficiente para subir la empinada cuesta. Los ayudaría.
Mahor estaba feliz. Tendrían curelomes por otra generación. Imaginaba el júbilo de su pa dre. El viaje de regreso sería un poco más lento para acomodarse al paso de los recién llegados.
Deviagge,Indira2021.digital,pintura
tan amable de venir a mi casa para que yo pueda saber más de ti en cuanto a tu religión?
En la calle oscura no había visto a nadie, aunque varias veces miró a los costados y hacia atrás para asegurarse de que nadie lo seguía. Aun así, se le apareció enfrente un hombre alto, un anciano (le pareció) que llevaba puesta una larga capa negra, y con una voz fría, le dijo:
—No, no puedo esperar hasta mañana o cual quier otro día, tiene que ser ahora. No sabes el hambre que tengo por adquirir más conocimiento de ti. ¿No puedes venir ahora? Te juro que va a ser rápido.—Bueno, está bien. Pero no me voy a poder que dar mucho allá.
EL VAMPIRO MORMÓN Renan Silva
El misterioso señor silbó fuerte, y luego se apa reció un auto que los llevó, en pocos minutos, a las afueras de la ciudad, a la Mansión de las Sierras, una de las más antiguas construcciones de todo Etem, y también una de las más temidas. cuento
—Joven, ¿verdad que eres mormón?
—Pero qué nombre largo para una iglesia, ¿no te parece?—Sí,pero tiene todo sentido que sea largo, por lo que—Yarepresenta.veo.Y¿serías
—Sí, lo soy; soy de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Y, por cierto, por lo menos por ahora, soy el único ciudadano de Etem que pertenece a dicha Iglesia.
era tarde cuando Eduard volvía a su casa, al final de un largo día de mucho trabajo. Tenía prisa por la hora, y por miedo de su frir alguna agresión. Algunas personas de Etem se burlaban de él, y algunos lo amenazaban, precisamente por ser mormón, a pesar de que casi nadie sabía lo que quería decir eso. Él no podía imaginar lo que estaba por suceder.
—Sí, por supuesto. Ahora, lamentablemente, no puede ser, ya pasan de las diez, y debo regresar a casa y ordenar las cosas para mi trabajo mañana. Pero, si está bien para ti, puedo ir mañana o pasado. ¿Qué dices?
—Está bien, no te arrepentirás. Y, ya que eres el único de tu iglesia en esta nación, voy a sacar todo lo que pueda de ti. Eres la única fuente de la que puedo extraer lo que mi sed de conocimiento demanda.—Buenos, nos vamos entonces, y conversamos en tu casa todo lo que quieras. ¿Vives cerca de aquí?
—No, en realidad no. Pero tengo medios para hacernos llegar rápido a mi casa. Ya verás.
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—Entonces es cierto lo que dicen de ustedes. Imaginé que no tomarías esto, por tus reglas. Bueno, lo entiendo. Tam bién tengo las mías. Se sentaron los dos en sillones largos uno delante del otro.
—Sí, es cierto. Me encantaría que otros ciudadanos de Etem se hicieran mormones, pero no quiero obligar a nadie, por supuesto. Y, sí, daría mi vida por mi —¿Daríasreligión. tu vida para que alguien se hiciera
—Qué maleducado soy. Tengo que presentarme. Soy Vískar, el último miembro de una considerable familia del Reino de Etem. En muchas oportunidades controlamos esta nación, pero nuestros enemigos siempre intentan quitarnos el poder. La última vez, lo hi cieron con la ayuda de los comunistas, por cierto. Así que somos únicos, noso tros dos. Tú el primero, y yo el último. Pero, a diferencia de ti, no tengo planes de reproducir en otros el linaje al que pertenezco. Mientras tú, estás dispuesto a todo, por lo que supe, por defender a tu religión, incluso a morir, ¿verdad?
—Qué—Sí,mormón?claro.bien.Te busqué porque me gustaría conocer tu iglesia. Ya había co nocido algo de los mormones muchos años antes, en otros países de Europa. Y cuando escuché a la gente decir que había un mormón en nuestro país, sen tí que podría perder la oportunidad de conocerte. Por eso te busqué esta noche para aprender un poco más de ti. Pero no a la manera de los hombres comunes, no. Quiero aprender de ti a la manera de mis ancestros. Sé que en Alemania, Austria, Suiza, y otros países hay muchos mormones, pero ninguno tiene lo que tú tienes: la sangre de Etem. Y, aparte de que eres el único hijo de Etem que es mormón, también eres el único mormón en todo el mundo que es descendiente del gran Patriarca que vino del Norte. Además, ningún otro mormón conoce nuestra historia, nuestro idioma. Lo que quiero saber debe salir de ti, tengo que sacarlo de ti.
En el trayecto, Eduard no sabía qué debía de sentir —miedo o esperanza— por ir a la casa de un desconocido, en una zona que no conocía, y en aquellas horas de la noche. Pero su nuevo conocido lo distrajo hablando de trivialidades: el clima, el crecimiento urbano de la ciudad, etc.Dentro de la casa, Eduard sintió un escalofrío. Antes de que cualquier pala bra pudiera salir de su boca, su anfitrión le dijo:—Bienvenido a mi casa. Mansión de las Sierras le dicen. Vayamos al grano. Tienes algo de prisa, y yo también. Quiero terminar esto antes de la medianoche, y hay un par de cosas que quiero saber. ¿Aceptas una copa? —le dijo, ofreciéndo le una copa de contenido dudoso. Eduard movió la cabeza, como si qui siera decir que no.
—Te entiendo —dijo asombrado—, pero ¿qué es lo que quieres aprender de un mormón? ¿Por qué te interesas tan to por nosotros? ¿Te quieres volver mormón? Jajaja. Indira pinturaDeviagge,digital,2021.
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Y me parece que es uno de los más eficaces.—Bien,Jajaja.bien.
—Entonces, ¿qué creen en cuanto a la sangre en sus sacramentos? ¿El agua se convierte en la sangre de Cristo, que se vuelve a esparcir por todos? ¿O es solo una representación de dicha sangre?
—En la Santa Cena, por ejemplo. Tomamos pan en memoria del cuerpo de Cristo, y agua en memoria de Su sangre.
—Sí, por supuesto. Asistí al Templo de Londres varias—Excelenteveces. entonces. Ahora dime, ¿qué piensan ustedes de la importancia de los linajes fami liares?—Bueno, para nosotros la familia lo es todo. Sostenemos la importancia de preservar registros e historias familiares. Además, creemos que la fa milia fue ordenada por Dios, y que parte importan te de nuestro propósito en la tierra es crear hijos para Dios, en familias que respeten esos principios.—¿Y estás casado? ¿Tienes hijos?
—Bien, y ¿cómo es ese su bautismo?
—Cálmate, joven, cálmate. No quiero tantos detalles de tus experiencias presuntamente espi rituales. ¿Fuiste alguna vez a un templo mormón?
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—No, usamos agua. En un momento, en el principio de la Iglesia, se usó vino, pero luego se cambió a agua. Pero lo más importante es lo que se representa, no la representación.
Veo que también tienes buen humor. Me gusta eso. Y eso hace todo más fácil. ¿Cómo se convierte uno en mormón? ¿Cuál es el proceso?—Bueno, es por medio del bautismo que llegamos a ser miembros de la Iglesia, y, así mormones, como nos dicen todos.
—Es una representación, por supuesto.
—Algo así. Cuéntame, ¿cómo te hiciste mor món? Como eres el único de Etem, calculo que no naciste—Exacto.mormón.Conocí la Iglesia en Inglaterra. Esta ba allí estudiando, y conocí a dos misioneros mor mones. Ellos me vieron en la calle, me invitaron a escucharlos, y bueno, me convencí de todo lo que decían. Me enamoré de la Iglesia, del Libro de Mor món, y de todo lo demás.
—¿Agua? ¿No usan vino?
—No —dijo el entrevistado, algo avergonza do—. Todavía no. Si estuviera casado, no sería el único mormón de Etem, ¿no cree? —y se rió de sí mismo.—Tienes razón. Y supongo que ese es un método más para multiplicar a los mormones, ¿no es cierto?,—¡Exacto!jajaja.
—Nos bautizamos en el agua, como lo hizo Je sucristo. Es por inmersión, o sea, hay que meterse en el agua. Uno que tiene la autoridad nos lleva al agua, dice las palabras apropiadas y nos sumerge en el agua. No nos quedamos mucho bajo el agua, es solo por un segundo. Eso sirve de señal de que nacemos de nuevo, para una nueva vida, limpios de todos nuestros pecados, por la sangre de Jesu cristo. Morimos y nacemos de nuevo en el agua.
—Así que la sangre para ustedes es algo impor tante.—Sí, pero no literalmente. Jesucristo es el cordero inmaculado de Dios, y Su sangre es parte importante del gran sacrificio que Él hizo por no sotros. Por eso, en nuestra práctica religiosa hay cosas que representan o hacen referencia a Su san gre.—¿Como qué?
—Entiendo. Así que bueno, tienes conocimien to y experiencia en el mormonismo; eres casto; no te contaminas con bebidas ni nada por el estilo; y, lo más importante de todo, tienes la sangre de Etem en tus venas, purificada por el mormonismo.
Eso es perfecto para mí. Bueno, lo siento, pero ya te pregunté lo suficiente.
—Sí, hay mucho que quiero conocer. Pero, lo que quiero saber no se puede aprender con pre guntas y respuestas. Se puede aprender, pero no se puede enseñar. Las formas de transmitir ese conocimiento son distintas.
—Pero, ¿y yo? ¿Por qué tengo que morir? ¿No hay otra manera?
—No te entiendo.
Al terminar su macabra ceremonia, el asesino sintió un éxtasis que jamás otro vampiro sintió en toda la historia de este mundo. Se convirtió así en el primer vampiro mormón, y, por lo que se sabe, en el único. No pudo, sin embargo, quedarse solo. Se mudó a Inglaterra, donde su precursor había conocido el mormonismo, y asistió a las reuniones sacramen tales todos los días domingo. No era capaz de to mar el agua, aunque sí tomaba del pan. Asistió un par de veces al templo. Pero no recibía a nadie en su casa. Se aprovechó de la identidad de Eduard para no pasar por las mismas experiencias que su víctima ya había pasado. No bebió más sangre, y por muchos años languideció, llevando consigo el secreto de su vida. Creían que envejecía. Cuando no tenía dudas de que moriría por causa de no con sumir más sangre, decidió confesarse a su obispo local.No puedo, ni podré jamás olvidar su terrible narración y mi incredulidad frente a ese anciano indefenso, en su lecho de muerte, quien, como única prueba de su historia, me mostró sus dien tes afilados. Y luego de este último esfuerzo dejó esta vida, dejando en mí las más horribles dudas en cuanto al destino y al origen de la vida mortal y del espíritu.
—Pero… pero… ¿por qué? ¿Por qué me vas a ha cer—Teeso? lo estoy diciendo toda la noche, ¿dónde es tabas que no me escuchaste? Quiero conocer todos sus secretos, toda su doctrina, y quiero sentir lo que siente un mormón al tomar sus sacramentos, al entrar en sus templos, y todo lo demás. Y eso solo se puede hacer experimentando la sangre de quien se quiere obtener todo ese conocimiento. Al beber tu sangre, conoceré tus memorias, sentiré lo que sentiste y sabré lo que sabes.
El último vampiro de Etem no dio tiempo ni para un grito de horror.
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—Sabes que no. Es solo por la sangre que se puede obtener un conocimiento perfecto de lo que sienten los demás. Y ustedes, mormones, saben tan bien como yo que todos ustedes, humanos, deben morir, tarde o temprano, de una o de otra manera. Además, dijiste que darías tu vida para que yo pudiese hacerme mormón. Y ahora debes cumplir con tu palabra. ¡Gracias!
—¿Ya? Pensé que querías saber más.
El anfitrión se paró, y Eduard, por instinto, hizo lo mismo.—Mepareces ser una muy buena persona, y siento mucho que nos hayamos conocido así, y que no vayamos a conversar más. En otras condiciones capaz nos haríamos amigos. Pero, tiene que ser así.La cara del viejo se puso muy distinta de como estaba al principio. Si antes era amable y cordial, ahora parecía amenazador. Se acercó a Eduard, quien dio un paso atrás, pero el dueño de la casa le agarró el brazo con sus manos heladas, y le dijo: —Lo siento, pero el primer mormón de Etem va a dar su vida por el último vampiro de Etem. No te va a doler mucho, te lo juro. No hagas esa cara, no es nada de otro mundo. Te duele al principio, pero luego se acaba el dolor.
Le quitó toda la sangre, dejando a Eduard total mente sin vida.
Detalle de Moisés rompiendo las Tablas de la Ley, Gustave Doré, grabado, 1866.
Un día, pues, emprenderé esta obra altruista, por cualquiera de sus lados, y piadosa, desde otros puntos de vista.
Varios amigos me han alentado a emprender este trabajo, que podríamos llamar de divulgación literaria, si lo de literario no fuera un término muy avanzado para una anagnosia elemental.
Esta frecuentación de los cuentistas, los co mentarios oídos, el haber sido confidente de sus luchas, inquietudes y desesperanzas, han traído a mi ánimo la convicción de que, salvo contadas ex cepciones en que un cuento sale bien sin recurso alguno, todos los restantes se realizan por medio de recetas o trucos de procedimiento al alcance de todos, siempre, claro está, que se conozcan su ubicación y su fin.
Hoy apuntaré algunos de los trucos que me han parecido hallarse más a flor de ojo. Hubiera sido mi deseo citar los cuentos nacionales cuyos párrafos extracto más adelante. Otra vez será. Contentémonos por ahora con exponer tres o cua tro recetas de las más usuales y seguras, convencidos de que ellas facilitarán la práctica cómoda y
S i de cuentistas hablamos, en el olimpo hispano hay pocas figuras tan elevadas como Horacio Quiroga. El autor de Los desterrados marca un antes y un después en el cuento hispanoamericano, y por lo tanto, vale la pena prestar atención a lo que escribió. Ade más de sus magistrales cuentos, nos dejó textos sobre cómo crear narraciones breves. (Quiroga consideraba que el cuento era la forma más ele vada de narrar.) Por ello, en este número selec cionamos dos trabajos esenciales para todo el que busque convertirse en «perfecto cuentista». El primero es un ensayo en el que Quiroga esboza algunos trucos del arte de narrar cuentos: Manual del perfecto cuentista Una larga frecuentación de personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y alguna expe riencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la sospecha de si no hay, en el arte de escribir cuentos, algunos trucos de oficio, algu nas recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos ser formulados para pasatiempo de las muchas personas cuyas ocupaciones serias no les permiten perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general y no siempre bien vista.
Para ser un perfectocuentista mormón Selección de Gabriel González Núñez
De acuerdo con este canon, he notado que el co mienzo exabrupto, como si ya el lector conociera parte de la historia que le vamos a narrar, proporciona al cuento insólito vigor. Y he notado asimis mo que la iniciación con oraciones complementa rias favorece grandemente estos comienzos. Un ejemplo:«Como Elena no estaba dispuesta a concederlo, él, después de observarla fríamente, fue a coger su sombrero. Ella, por todo comentario, se encogió de hombros».Yotuve siempre la impresión de que un cuen to comenzado así tiene grandes posibilidades de triunfar. ¿Quién era Elena? Y él, ¿cómo se llama ba? ¿Qué cosa no le concedió Elena? ¿Qué motivos tenía él para pedírselo? ¿Y por qué observó fría mente a Elena, en vez de hacerlo furiosamente, como era lógico de esperar? Véase todo lo que del cuento se ignora. Nadie lo
Comienzo del cuento: «Silbando entre las pajas, el fuego invadía el campo, levantando grandes lla maradas. La criatura dormía…»
Final: «Allá a lo lejos, tras el negro páramo cal cinado, el fuego apagaba sus últimas llamas…»
De mis muchas y prolijas observaciones, he de ducido que el comienzo del cuento no es, como muchos desean creerlo, una tarea elemental. «Todo es comenzar». Nada más cierto, pero hay que hacerlo. Para comenzar se necesita, en el noventa y nueve por ciento de los casos, saber a dónde se va. «La pri mera palabra de un cuento —se ha dicho— debe ya estar escrita con miras al final».
Esto no obstante, existe un truco para finalizar un cuento, que no es precisamente final, de gran efecto siempre y muy grato a los prosistas que es criben también en verso. Es este el truco del leitmotiv.
Puede ser más contenida aun: «Sólo ella volvió el rostro». Y cuando la amargura y un cierto desdén superior priman en el autor, cabe esta sencilla frase: «Y así continuaron viviendo». Otra frase de espíritu semejante a la anterior, aunque más cortante de estilo: «Fue lo que hicieron».
Las frases breves son indispensables para fina lizar los cuentos de emoción recóndita o conteni da. Una de ellas es: «Nunca volvieron a verse».
Y ésta, por fin, que por demostrar gran dominio de sí e irónica suficiencia en el género, no recomendaría a los principiantes: «El cuento concluye aquí. Lo demás, apenas si tiene importancia para los personajes».
EL PREGONERO DE DESERET | julio - septiembre 2021 | 18 casera de lo que se ha venido a llamar el más difícil de los géneros Comenzaremosliterarios.porel final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuen to empieza por el fin. Nada en el mundo parecería más fácil que hallar la frase final para una historia que, precisamente, acaba de concluir. Nada, sin embargo, es más difícil. Encontré una vez a un amigo mío, excelente cuentista, llorando, de codos sobre un cuento que no podía terminar. Faltábale sólo la frase final. Pero no la veía, sollozaba, sin lograr verla así tam poco.He observado que el llanto sirve por lo general en literatura para vivir el cuento, al modo ruso; pero no para escribirlo. Podría asegurarse a ojos cerrados que toda historia que hace sollozar a su autor al escribirla, admite matemáticamente esta frase«¡Estabafinal: muerta!»
Por no recordarla a tiempo su autor, hemos visto fracasar más de un cuento de gran fuerza. El artista muy sensible debe tener siempre listos, cómo lágrimas en la punta de su lápiz, los admirativos.
Nadie supone que la luna de miel pueda mostrarse tan parca de dulzura al punto de hallarla por fin a lo largo de un vidrio en una tarde de lluvia.
De estas pequeñas diabluras está constituido el arte de contar. En un tiempo se acudió a menudo, como a un procedimiento eficacísimo, al comien zo del cuento en diálogo. Hoy el misterio del diá logo se ha desvanecido del todo. Tal vez dos o tres frases agudas arrastren todavía; pero si pasan de cuatro el lector salta en seguida. «No cansar». Tal es, a mi modo de ver, el apotegma inicial del per fecto cuentista. El tiempo es demasiado breve en esta miserable vida para perdérselo de un modo más miserable aún.
De acuerdo con mis impresiones tomadas aquí y allá, deduzco que el truco más eficaz (o eficiente, como se dice en la Escuela Normal), se lo halla en el uso de dos viejas fórmulas abandonadas, y a las que en un tiempo, sin embargo, se entregaron con toda su buena fe los viejos cuentistas. Ellas son: «Era una hermosa noche de primavera» y «Ha bía una ¿Quévez…»intriga nos anuncian estos comienzos? ¿Qué evocaciones más insípidas, a fuerza de in genuas, que las que despiertan estas dos sencillas y calmas frases? Nada en nuestro interior se vio lenta con ellas. Nada prometen ni nada sugieren a nuestro instinto adivinatorio. Puédese, sin em bargo, confiar en su éxito… si el resto vale. Des pués de meditarlo mucho, no he hallado a ambas recetas más que un inconveniente: el de despertar terriblemente la malicia de los cultores del cuento. Esta malicia profesional es la misma con que se acogería el anuncio de un hombre al que se dispu siera a revelar la belleza de una dama vulgarmente encubierta: «¡Cuidado! ¡Es hermosísima!».
Existe un truco singular, poco practicado, y, sin embargo, lleno de frescura cuando se lo usa con malaEstefe.truco es el del lugar común. Nadie ignora lo que es en literatura el lugar común. «Pálido como la muerte» y «Dar la mano derecha por obte ner algo» son dos bien característicos.
Ponerse pálido como la muerte ante el cadáver de la novia es un lugar común. Deja de serlo cuando al ver perfectamente viva a la novia de nuestro amigo, palidecemos hasta la muerte.
Esta es la buena fe. La mala fe se reconoce en la falta de correlación entre la frase hecha y el senti miento o circunstancia que la inspiran.
EL PREGONERO DE DESERET | julio - septiembre 2021 | 19 sabe. Pero la atención del lector ya ha sido cogida por sorpresa, y esto constituye un desiderátum, en el arte de contar.
A semejanza del ejemplo anterior, nada sabe mos de estos personajes presentados como ya conocidos nuestros, ni de quién fuera tan influyente dama a quien el diputado no reconoció. El truco del interés está, precisamente, en ello.
He anotado algunas variantes a este truco de las frases secundarias. De óptimo efecto suele ser el comienzo condicional: «De haberla conocido a tiempo, el diputado hu biera ganado un saludo, y la reelección. Pero per dió ambas cosas».
Llamamos lugar común de buena fe al que se co mete arrastrado inconscientemente por el más puro sentimiento artístico; esta pureza de arte que nos lleva a loar en verso el encanto de las grietas de los ladrillos del andén de la estación del pueblecito de Cucullú, y la impresión sufrida por estos mismos la drillos el día que la novia de nuestro amigo, a la que sólo conocíamos de vista, por casualidad los pisó.
«Como acababa de llover, el agua goteaba aún por los cristales. Y el seguir las líneas con el dedo fue la diversión mayor que desde su matrimonio hubiera tenido la recién casada».
II. Cree que su arte es una cima inac cesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saber lo tú mismo.
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El segundo trabajo que seleccionamos para nuestros lectores, y futuros perfectos cuentistas, es un conjunto de diez reglas que se ha convertido en uno de los textos más difundidos sobre este tema. Estas reglas han sido reproduci das, adaptadas y hasta disputadas una y otra vez. Vale la pena repasarlas: Decálogo del perfecto cuentista
El tiempo es breve. No son pocos los trucos que quedan por examinar. Creo firmemente que si añadimos a los ya estudiados el truco de la contraposición de adjetivos, el del color local, el truco de las ciencias técnicas, el del estilista sobrio, el del folklore, y algunos más que no escapan a la malicia de los colegas, facilitarán todos ellos en gran medida la confección casera, rápida y sin fallas, de nuestros mejores cuentos nacionales…
V. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
I. Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov— como en Dios mismo.
VI. Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: «Desde el río soplaba el viento frío», no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
Detalle de Moisés mostrando los diez mandamientos, Gustave Doré, grabado, 1865.
Es natural y propio de un varón per der su mano por un amor, una vida o un beso. No lo es ya tanto darla por ver de cerca los zapatos de una desconocida. Sorprende la frase fuera de su ubicación psicológica habitual; y aquí está la mala fe.
III. Resiste cuanto puedas a la imita ción, pero imita si el influjo es demasia do fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una lar ga paciencia.
IV. Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
VII. No adjetives sin necesidad. Inúti les serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
«Yo insistía en quitarle el lodo de los zapatos. Ella, riendo, se negaba. Y, con un breve saludo, saltó al tren, enfangada hasta el tobillo. Era la primera vez que yo la veía; no me había seducido, ni intere sado, ni he vuelto más a verla. Pero lo que ella ignora es que, en aquel momento, yo hubiera dado con gusto la mano derecha por quitarle el barro de los zapatos».
XII. No trates de hacer sentir el Espíritu al contar. El Espíritu Santo está por encima de tu control y voluntad. Lo que puedes controlar es tu arte. Trata más bien de perfeccionarla, y si algo viene después, será solo por añadidura. Detalle de Moisés mostrando los diez mandamientos, Gustave Doré, grabado, 1865.
X. No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el peque ño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.
VIII. Toma a tus personajes de la mano y lléva los firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abu ses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz enton ces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.
Los diez consejos de Quiroga se aplican plenamente al cuentista santo de los últimos días, aunque merecen alguna adaptación por causa de las particularidades de la experiencia mor mona. Con el fin de inspirar a los santos a en sayar el cuento, me atrevo (sabiendo que es una impertinencia) a agregar dos reglas más, para cerrar con una especie de dodecálogo del perfec to cuentista mormón:
XI. No pienses en los líderes de la Iglesia al es cribir, ni en los juicios que ellos puedan emitir en cuanto a tu testimonio o fidelidad. Escribe confor me a los dictados de tu propia consciencia.
NOVEDADES
Obras hispanas en Irreantum Ya salió el número 17.2 de Irreantum, que tiene dos obras en castellano: el poema «Manga de langostas» de Teresa Rosa Coustés de Ciccio y el cuento «Y no preguntes más…» de Mario R. Montani.
Nuevos libros para niños Gabriel González Núñez ha publicado en edición de Penguin Uruguay dos títulos adicionales dentro de la colección «Me llamo…»: Me llamo Clemente, y así me hice investigador Me llamo Lágrima, y así me hice cantante
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¡UNITE A NUESTRO GRUPO EN FACEBOOK Y ENTERATE DE MÁS NOVEDADES! Página para quienes escriben en portugués Es difícil contar la cantidad de páginas web y organizaciones que de un modo u otro se vinculan con los escritores SUD de habla inglesa. Por nuestra parte y en nuestro idioma, la Cofradía tiene tres presencias en Facebook: el grupo Cofradía de Letras Mor monas, la página Cofradía de Letras Mormo nas y la página Escritores de los Últimos Días (SUD). Nos da gusto anunciar que uno de los autores publicados en este número, Renan Sil va, ha organizado una página en Facebook para los escritores SUD que crean en la lengua de Luís de Camões: Escritores dos Últimos Dias. ¡No dejen de darse una vuelta por ahí!