Miguel de Unamuno en "Niebla"

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Niebla y Unamuno

Curso: Relaciones entre la novela occidental y la espaĂąola en el siglo XX Profesor: Ă“scar Barrero

Miguel de Unamuno en Niebla: Un estudio sobre el autor

Beatriz Ledesma Curso 2007/2008

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Niebla y Unamuno

ÍNDICE Páginas I. II.

Introducción: Miguel de Unamuno como personaje ficcional……….……...3 La cuestión religiosa y existencial…………………………………….……….4

III

Nivola……………………………………………………………………………..9

IV

A lo que salga............................................................................................13

V

Cómo se hace una novela……………………….……………………...........16

VI

Influencias …………..…………………………….……………………………17

VII

Otros paralelismos ………………………………….....................................20

VIII

El españolismo y lo español ………………………………….......................21

IX

Conclusión: Niebla o el propósito de Unamuno……….…………………....29

X

Referencias bibliográficas……………………………..................................30

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Niebla y Unamuno

I.

INTRODUCCIÓN: Miguel de Unamuno como personaje ficcional El Miguel de Unamuno de Niebla es, según Armando Zubizarreta 1 , sólo un

personaje ficcional, cuya caracterización combina las preocupaciones reales del filósofo y novelista y los trazos caricaturescos de un autor tradicional, decididamente autoritario, que quiere imponer su voluntad y determinar la vida de los personajes. En esta misma línea, Mario Valdés2 se refiere al narrador de Niebla como “ente ficticio y portavoz del autor”. “Detrás de este narrador que se identifica como Unamuno”-dice- “hay por supuesto el autor verdadero que es el hombre histórico Unamuno, pero de éste solamente hay la sombra implícita.” Así, por ejemplo, en el capítulo XXXI, Augusto Pérez, protagonista de la novela, emprende un viaje a Salamanca para hablar acerca de su propio suicidio con don Miguel de Unamuno, y discute con él acerca de cuál debería ser su suerte. Mario Valdés se refiere a éste Unamuno como “portavoz con nombre del autor”. Además en diferentes ocasiones a lo largo de la novela, “se liga al narrador Unamuno con el hombre Unamuno en Salamanca” (Cap. XXXI) 3 “amigo de los hermanos Machado” (Cap. XVII), “creador de otra novela, Amor y Pedagogía” (Cap XIII).

1

Niebla de Miguel de Unamuno, Edición de Armando F. Zubizarreta, Clásicos Castalia

,Autor y op. cit. Edición de Mario J. Valdés, Cátedra

2

3

Autor y op. cit. Edición de Germán Gullón, Austral Narrativa de 2006.

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En estas páginas trataremos pues de identificar la “sombra implícita” del “autor verdadero que es el hombre histórico Unamuno”.

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II. La cuestión religiosa y existencial Comenzaremos

por

la

cuestión

religiosa,

una

de

las

principales

preocupaciones vitales de Unamuno, y tema recurrente en su literatura en general y en Niebla en particular. En 1897, debido a la fatal enfermedad de su pequeño hijo Raimundo y a las aprehensiones sobre su propia salud, Unamuno hizo frente a la muerte. En dolorosa agonía espiritual, durante la Semana Santa de ese año hizo un sincero esfuerzo por recuperar la fé católica. No la recuperó ni encontró en ella suficiente asidero a su esperanza. Sin embargo, honesto para con su experiencia, Unamuno optó por no negar la angustia que había sufrido enfrentando la nada ni la aspiración religiosa que había sentido. Así, mientras la intelectualidad europea anunciaba la muerte de Dios, don Miguel confesaba su personal querer creer, que testimoniaba, entre insalvables dudas, la necesidad humana de que Dios existiera. La franca exposición de las dudas y de las dudas de sí mismo –inherentes a tal íntima confesión- ha sido a veces, para algunos, la confirmación de que la agonía de don Miguel sólo es una falsificación literaria –una farsa- mantenida por un autor que, para llamar la atención, oculta el hecho real de que no cree. Si la confesión del querer creer de Unamuno no sólo ha confundido, sino desconcertado y hasta exasperado, tanto a los teólogos del sí como a los filósofos del no, se debe -según Zubizarreta- a que el dogmatismo de las metafísicas totalitarias es incapaz de reconocer calidad ontológica alguna a tal fenómeno humano. En cualquier caso, en Niebla, como lo sugiere el título, las complejas perspectivas calidoscópicas de la ficción narrativa impiden que se encuentre un definido punto de vista que permita entender que la novela afirme la existencia o inexistencia de Dios. En nuestra opinión, la sombra del propio Unamuno se refleja en un encuentro entre Augusto –

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protagonista de Niebla- y Don Avito Carrascal –personaje a su vez de otra novela del autor que es Amor y Pedagogía- a través del siguiente diálogo (Cap. XIII):

¿De modo es que ahora cree usted? ¡Qué sé yo…! Pero ¿no cree usted? No sé si creo o no creo; sé que rezo (…)

Según Juan Carlos Jiménez4 , el principal tema de la novela es la relación entre el autor y sus personajes (como se pone de manifiesto en el Cap. XXXI), es decir, entre Dios y sus criaturas. Se compara la vida con una novela. Unamuno nos muestra a través de la vida de Augusto la precariedad de la existencia humana. Augusto no es más que un ente de ficción creado por el autor, igual que Unamuno y todos nosotros somos también personajes de ficción creados por Dios. Así en el Cap XXXI, Augusto le espeta a Unamuno:

No sea, mi querido don Miguel, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo ni muerto… No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo …

Y luego más adelante, frente a las súplicas de Augusto de que le deje vivir:

- ¡No puede ser, pobre Augusto –le dije cogiéndole una mano y levantándole-, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir 4

Juan Carlos Jiménez: Niebla en la trayectoria de Unamuno

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más. No sé que hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe que hacer de nosotros nos mata (…)

- (…) Con que no, eh? –me dijo-, ¿con que no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme dolerme, serme: ¿con que no lo quiere?, ¿con que he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de la que salió…! ¡Dios dejará de soñarle! Se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima… -¿Víctima? –exclamé. -¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir! ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues! (…)

Así, el destino no depende de nosotros y de nada nos vale rebelarnos contra el creador, como hace Augusto. Esta rebelión del personaje contra su creador simboliza la rebelión del hombre contra Dios, que lo crea para dejarlo morir.

Gullón apunta que cuando Augusto se rebela contra su creador, exige que las cosas sean como él quiere que sean en lugar de cómo son, y los lectores nos sonreímos ante el ansia de controlar el destino propio, sabiendo que el mundo

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funciona de manera distinta. Unamuno recurre según él, a la parodia del personaje y sus acciones, porque se sabe incapaz de resolver su propio dilema o de entenderlo hasta sus últimas consecuencias.

En Niebla Augusto se convierte en “agonista”, en hombre que lucha por “serse”, que se rebela contra su autor, como el propio Unamuno se rebela contra su destino de ¨haber nacido para morir”. Late aquí angustiosamente el tema de la inmortalidad y el deseo de la existencia de un Dios que garantice esa eternidad.

Desgarrado por la angustia existencial y la pérdida de fé, las batallas íntimas de Unamuno lo abocaban a una perpetua agonía, y más aún, él se esforzó en sus escritos por suscitar en los demás esas mismas inquietudes. Sus estudiosos coinciden en que los diversos géneros que cultivó (ensayo, artículo, novela, poesía, teatro) no tienen otra finalidad que verter sus inquietudes íntimas; de ahí que no exista entre las diversas modalidades una división tajante. Toda su obra constituye un corpus único con absoluta unidad temática y de estilo.

El personaje unamuniano resulta

totalmente ineficaz para resolver los

dilemas cotidianos –si sacar el paraguas a la calle en previsión de una posible lluvia-, o los asuntos de índole vital –el contraer matrimonio o no hacerlo-, al igual que los de corte existencial: si existe o no. En novelas posteriores el escritor vasco tocará el mismo tema, la inadecuación del ser humano y sus concepciones del mundo para resolver sus dilemas existenciales.

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Ricardo Gullón5 escribe: “Niebla es la novela del absurdo existencial, del hombre perdido en la angustia de una vida sin finalidad”. Esta novela es fruto de su tiempo, de la crisis del positivismo de base racionalista y triunfo del irracionalismo donde el pensamiento gira en torno a la existencia humana que es dolor -según Schopenhauer- angustia –según Kierkegaard- o las ideas kafkianas del hombre perdido en un mundo inexplicable. De hecho, con la visita de Augusto al erudito Antolín S. Paparrigópulos, experto en psicología femenina (Cap. XXIII), Unamuno aprovecha la ocasión para hacer una caricatura del científico positivista.

Muchos de los asuntos que Unamuno aborda en Niebla están también expuestos en Del sentimiento trágico de la vida (1913), apasionado ensayo en torno a la inmortalidad del alma. En los planteamientos de ambas puede rastrearse el influjo de las numerosas lecturas filosóficas de que hizo acopio, especialmente de Kierkegaard y Schopenhauer.

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Citado por Juan Carlos Jiménez en Niebla en la trayectoria de Unamuno

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III.

Nivola Da la impresión de que Víctor Goti (prologuista y personaje, amigo íntimo del

protagonista Augusto) encarna en algunos momentos de la novela, el pensamiento de Unamuno. Uno de ellos se da cuando, puestas en boca de Víctor (Cap. XXII), se vierten las ideas sobre la novela del propio escritor. Incluso Víctor inventa un nuevo género, nivola, y comenta con Augusto lo siguiente acerca de ésta: - (…) Voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo. - Sí, como el mío -(…) Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada. (…) Pues porque a la gente le gusta la conversación misma, aunque no diga nada. Hay quien no resiste un discurso de media hora y se está tres charlando en un café. Es el encanto de la conversación, de hablar por hablar, del hablar roto e interrumpido (…) Aunque, por supuesto, todo lo que digan mis personajes lo digo yo… - Eso hasta cierto punto …. -¡Cómo hasta cierto punto? -Sí, que empezarás creyendo que los llevas tú, de tu mano, y es fácil que acabes convenciéndote de que son ellos los que te llevan. Es muy frecuente que un autor acabe por ser acabe por ser juguete de sus ficciones… - Tal vez, pero el caso es que en esa novela. Pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere.

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-Pues acabará no siendo novela. -No, será… será nivola. -Y qué es eso, qué es nivola? -Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una vez llevó a don Eduardo Benot, para leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo:”Pero ¡eso no es un soneto!...” “No, señor –le contestó Machado-, no es soneto, es sonite”. Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino .¿cómo dije?, navilo…nebulo, no, no, nivola, eso es, ¡nivola! Así nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género… Invento el género, e inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho diálogo! - ¿Y cuando un personaje se queda solo? -Entonces… un monólogo. Ya para que parezca algo así como un diálogo invento un perro a quien el personaje se dirige.

En Niebla sucede esto mismo con el fiel Orfeo, e incluso la Oración fúnebre por modo de Epílogo está dedicada al perro. De todos los personajes que intervienen en la novela, el que más se humaniza a nuestra vista es, paradójicamente, Orfeo; sobre todo en el monólogo final, donde nos da la clave de este gran absurdo que es la existencia del hombre.

Según Rodríguez Cáceres6, con Amor y Pedagogía Unamuno había intentado, sin conseguirlo del todo, crear un nuevo género en el que confluyen novela y filosofía, al que llamó de forma caprichosa “nivola”. Es Niebla la obra con la que queda definitivamente perfilado. Consigue aquí su objetivo de interiorizar al 6

Niebla de Miguel de Unamuno, Edición de Milagros Rodríguez Cáceres, Anaquel

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máximo la acción, prescindiendo de la pintura del entorno, del paisaje y las costumbres, de las descripciones, es decir, de todo lo externo, para centrarse en la intimidad de sus criaturas. Como explica Víctor, Unamuno inventa la palabra nivola a ejemplo de Manuel Machado.

Dice Germán Gullón que en los escritos de juventud de Unamuno se percibe el enorme esfuerzo desplegado para comprender la interrelación entre lo externo y lo interno, que en 1900 le llevó a exclamar con todas las fuerzas de sus pulmones el comprometedor grito de: “¡Adentro!”. La exclamación apunta a la meta siguiente: la exploración de los ámbitos de lo íntimo, del alma, de lo intrahistórico. Consecuentemente, esta postura se traduce en lo literario mediante la palabra “nivola”, denominación con la que rebautizaría la novela; la simple sustitución de la “o” por una “i” pregona con igual estridencia que lo objetivo (novela) ha sido suplantado por lo interior (nivola).

Su primera narración larga, bastante nivolesca ya, Paz en la guerra (1897), evidencia claramente ese estado de cambio, o de indecisión inicial, cuando el atractivo de lo histórico allí contado, el sitio de Bilbao durante la guerra carlista, se contrasta con las vivencias individuales. Unamuno recreaba un episodio de la niñez, y al comienzo de la madurez, cuando lo noveliza y pasa la realidad por el tamiz de la ficción, deja atrás lo palpable, para concentrarse en los efectos que los sucesos externos producen en el alma del individuo. Según Gullón, “la actitud filosófica de desligamiento de la realidad, de interés por las galerías del alma, se vierte consecuentemente en la creación de una novela con predominio de lo íntimo”.

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Como estamos viendo, en Niebla se desarrollan por vĂ­a nivolesca asuntos que preocupaban muy hondamente a Unamuno. Se traza un perfecto paralelo entre la vida de los hombres y la de los entes de ficciĂłn, pero tambiĂŠn se plantea el conflicto de la personalidad. Augusto, como Unamuno, lucha por encontrar la suya.

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IV. A lo que salga Asimismo, hemos apreciado también el hecho de que existen paralelismos entre Unamuno y Niebla no sólo en cuanto al fondo sino también en cuanto a la forma. Así, ya en su artículo A lo que salga, Unamuno había establecido la distinción entre dos tipos de composición, la ovípara y la vivípara. Escribir a lo que salga, sin esquema, es el modo preferido por el maestro de Salamanca. El acto de la creación resulta así crucial, porque la escritura se asemeja al momento del parto, por la intensidad y el autor se entrega por entero, con los sentidos en tensión.

De este modo en Niebla Víctor nos plantea esta misma forma de abordar la novela (Cap. XVII): - Pero ¿te has metido a escribir una novela? - ¿Y qué quieres que hiciese? - ¿Y cuál es su argumento, si puede saberse? -

Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el

que vaya saliendo. El argumento se hace él sólo. - ¿Y

cómo es eso?

- Pues mira, un día de éstos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen,

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sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a

poco. Y a las

veces su carácter será el de no tenerlo. - Sí, como el mío - No

sé. Ello irá saliendo yo me dejo llevar.

- ¿Y

hay psicología?, ¿descripciones?

-

Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es

que los personajes hablen aunque no digan nada.

De hecho, en

Niebla, la mera narración resulta escasísima,

la mayor parte del texto está compuesto por diálogos y monólogos, y de cinco novelitas intercaladas, donde también hay mucho diálogo. El resultado de este tipo de narración es bastante obvio: el narrador prescinde de las descripciones y de los resúmenes de la acción; lo que suceda en la obra lo aprenderemos a través del diálogo, de las conversaciones habidas entre los personajes. Además del diálogo, Niebla presenta una novedad significativa en el uso de la presentación del discurso inmediato, es decir, de cuando penetramos en la cabeza, en los pensamientos de los personajes directamente,

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bien sea mediante el uso del soliloquio, bien, sobre todo, del monólogo interior y en la corriente de conciencia, técnica en cuyo uso, según Germán Gullón, Unamuno antecede a Joyce (Bloom) y a Faulkner (Benji). Para Gullón, el monólogo interior y la corriente de conciencia se distinguen en que en el primero los pensamientos de los personajes aparecen ordenados, mientras en el segundo escuchamos al subconsciente en acción. Ambas formas suponen un intento de dramatizar la obra, de presentar el caso directamente al lector, como si lo estuviésemos leyendo en un teatro, el gran teatro de la nivola. Aunque establecer una línea divisoria entre ambas técnicas es difícil, según Gullón un ejemplo de la corriente de conciencia sería el siguiente párrafo (Cap. IV primer párrafo): «¿Por qué el diminutivo es señal de cariño? -iba diciéndose Augusto camino de su casa-. ¿Es acaso que el amor achica la cosa amada? ¡Enamorado yo! ¡Yo enamorado! ¡Quién había de decirlo ...! Pero ¿tendrá razón Víctor? ¿Seré un enamorado ab initio? Tal vez mi amor ha precedido a su objeto. Es más, es este amor el que lo ha suscitado, el que lo ha extraído de la niebla de la creación. Pero si yo adelanto aquella torre no me da el mate, no me lo da. ¿Y qué es amor? ¿Quién definió el amor? Amor definido deja de serlo... Pero, Dios mío, ¿por qué permitirá el alcalde que empleen para los rótulos de los comercios tipos de letra tan feos como ese? Aquel alfil estuvo mal jugado. ¿Y cómo me he enamorado si en rigor no puedo decir que la conozco? Bah, el conocimiento 16


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vendrá después. El amor precede al conocimiento, y éste mata a aquél. Nihil volitum quin praecognitum, me enseñó el padre Zaramillo, pero yo he llegado a la conclusión contraria y es que nihil cognitum quin praevolitum. Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer. Primero el amor, el conocimiento después. Pero ¿cómo no vi que me daba mate al descubierto? Y para amar algo, ¿qué basta? ¡Vislumbrarlo! El vislumbre; he aquí la intuición amorosa, el vislumbre en la niebla. Luego viene el precisarse, la visión perfecta, el resolverse la niebla en gotas de agua o en granizo, o en nieve, o en piedra. La ciencia es una pedrea. ¡No, no, niebla, niebla! ¡Quién fuera águila para pasearse por los senos de las nubes! Y ver al sol a través de ellas, como lumbre nebulosa también. ¡Oh, el águila! ¡Qué cosas se dirían el águila de Patmos, la que mira al sol cara a cara y no ve en la negrura de la noche, cuando escapándose de junto a San Juan se encontró con la lechuza de Minerva, la que ve en lo oscuro de la noche, pero no puede mirar al sol, y se había escapado del Olimpo!»

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V. Cómo se hace una novela Más tarde, hacia 1926-1927, en Cómo se hace una novela, Unamuno analizó de nuevo todas estas ideas, centrando sus reflexiones en torno al concepto de la novela como género abierto. Comenta la inutilidad, en su opinión, de emplear un argumento, de interesar al lector en el qué pasa y en lo “a continuación”, defendiendo la apertura genérica; lo esencial no reside en cómo se cuenta, sino en el cómo se hace. La novela carece de final, porque cada uno compone su propia ficción y esa jamás termina. Las novelas de Unamuno –según Gullón- desplazan el acento desde la narración (en que el autor cuenta y el lector recibe pasivamente) hacia la narratividad, y esto quiere decir que incluyen al lector como ente activo a la hora de considerar lo contado. La transacción que supone este tipo de relato -prosigue Gullón- establece una relación de entendimiento, de diálogo entre el autor y el lector a través del texto, cooperando el lector en la elaboración del significado y los sentidos de aquél. En Niebla la disparidad de criterios se pone de manifiesto entre el prólogo de Víctor Goti y el post-prólogo unamuniano: el personaje y el autor divergen con respecto a la causa de la muerte de Augusto Pérez, el protagonista de la obra; mientras el uno dice que Augusto se suicidó, el autor afirma que él decretó la muerte del personaje. En consecuencia, el lector tiene que decidir con qué versión quedarse, y lo que es más importante, debe sopesar las implicaciones de ambas soluciones. Por lo tanto, Unamuno no determina la manera en que muere Augusto Pérez; nosotros habremos de decidirlo.

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VI. Influencias

Tienen su reflejo en

Niebla la influencia de Hegel en Unamuno

y su concepción de la experiencia como movimiento dialéctico que va del sujeto al objeto y viceversa, tejiendo en este ir y venir la trama misma de la realidad. Existen numerosas referencias a Hegel en la obra unamuniana, y el propio Unamuno confiesa en 1901: “Aprendí alemán en Hegel, en el estupendo Hegel, que ha sido uno de los pensadores que más honda huella han dejado en mí. Hoy mismo creo que el fondo de mi pensamiento es hegeliano”7

En

Niebla es Augusto Pérez, en uno de sus mono-

diálogos con el perro Orfeo, quien nos recuerda este pensamiento de Unamuno (Cap. VII): «Por debajo de esta corriente de nuestra existencia, por dentro de ella, hay otra

corriente en sentido contrario: aquí vamos del ayer al

mañana, allí se va del mañana al ayer. Se teje y se desteje a un tiempo. Y de vez en cuando nos llegan hálitos, vahos y Carta a Federico Urales, reproducida en La evolución de la filosofía en España, 1901. Ed. R. Pérez de la Dehesa, Barcelona 1968, p.161. 7

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hasta rumores misteriosos de ese otro mundo, de ese interior de nuestro mundo. Las entrañas de la historia son una contrahistoria, es un proceso inverso al que ella sigue. El río subterráneo va del mar a la fuente. (…) Allá dentro, muy dentro en las entrañas de las cosas, se rozan y friegan la corriente de este mundo con la contraria corriente del otro, y de este roce y friega viene el mas triste y el más dulce de los dolores: el de vivir. Mira Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama va y viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero dime ¿dónde está el enjullo a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde?»

Algunos

años

después,

también

Jorge Luis Borges, gran

admirador y continuador del escritor vasco, desarrollaría esta teoría del mundo al revés en sus escritos. Lo mismo cabe decir del poeta y ensayista de origen asturiano Carlos Bousoño, que, al igual que Unamuno a través de Augusto, contempla el tema de la existencia y del “mundo al revés” en su poema “Más allá de esta rosa”8.

En su Ensayo de Autocrítica9, Bousoño explica que “entre esos dos polos (valor y desvalor, ser y nada, muerte y primavera) discurre toda mi poesía, hecha de 8 9

Bousoño, Carlos. Oda en la ceniza, Las monedas contra la losa, Edición de Irma Emiliozzi, Edit. Castalia 1987 Ibidem

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opuestos que no se excluyen (...). Y unas veces predomina el lado negativo de esa central impresión (...) y en otras ocasiones se acusa sobre todo el lado positivo (...) y aún en ciertos casos se presentan, en más compleja intuición, los dos haces contrapuestos (...), algo que consistiendo en suprema felicidad, consiste también en dolor, desazón y angustia (...).”

El dolor que provoca en el poeta el cuestionamiento ante la precariedad de la existencia deriva en la pregunta por el Más allá de esta rosa: es en este poema donde Bousoño se refiere a este enigma fundamental, plasmando en él la simbología del “mundo al revés” al decir que el poeta rememora a su otro yo, a su alter ego, y que los actos que él hace, el otro los hace en sentido contrario, de modo que desaparecen, y se anulan:

(…) Más allá de esta rosa e impulsando su sueño, paralelo, invertido hay un mundo, y un hombre que medita, como yo, a la ventana. Y cual yo en esta noche, con estrellas al fondo, mientras muevo mi mano, alguien mueve su mano, con estrellas al fondo, y escribe mis palabras al revés, y las borra.

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VII.Otros paralelismos En otras ocasiones, como por ejemplo los problemas de la paternidad tardía de Víctor Goti (Cap. XIV y XXII), Unamuno aprovecha para divagar sobre un tema que siempre le interesó, la paternidad.

Asimismo, al hilo de esto, cabe citar otro paralelismo como es el hecho de que Augusto – al igual que otros personajes de sus obras como Ramiro, de la Tía Tula10- es hijo de una viuda, Doña Soledad, como lo fue el propio Unamuno, ya que su padre Don Félix de Unamuno Larraza murió cuando él apenas contaba seis años, dejando viuda a su esposa –que era su sobrina carnal- Doña Salomé Jugo Unamuno. Miguel de Unamuno fue el tercer hijo y primer varón de los seis hijos del matrimonio.

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La Tía Tula, Miguel de Unamuno, Biblioteca Unamuno, Alianza Editorial, 2005.

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VIII. El españolismo y lo español Por otra parte, en el Cap. XXI de Niebla, durante la discusión entre don Miguel de Unamuno y Augusto Pérez, se pone de manifiesto uno de los temas vertebradores de la vida y obra de Unamuno: el españolismo y lo español. Unamuno es el único pensador que se ha entregado en cuerpo y alma a la definición de lo que es ser español, en la filosofía, la ficción y la poesía. Niebla es claro ejemplo de ello (Cap. XXI) : - No sea usted tan español, don Miguel - ¡Y eso más, mentecato!¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…!

Se ha escrito mucho sobre el españolismo de Unamuno a la luz de su condición de exiliado y activista político. Y lo que es más, quizás ésta confirió al españolismo de este vasco universal una dimensión sin la cual no es posible aprehender del todo su vida y su obra, articuladas ambas en torno a este eje vertebrador que fue para Unamuno España.

Así, en el año 1924, por sus constantes ataques al rey Alfonso XIII y al dictador Miguel Primo de Rivera, Unamuno es destituido de su cátedra como decano y vicerrector y desterrado a la isla de Fuerteventura. En el mes de julio Primo de Rivera

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lo indulta y se exilia voluntariamente en París. En 1925 se traslada a Hendaya para finalmente regresar a España en 1930 con el fin de la dictadura.

Por otro lado, una parte del desgarramiento angustioso que es perceptible en la obra del escritor en estos momentos deriva precisamente de su alejamiento de España. No puede extrañar el hecho de que, en estas condiciones, la vuelta de Unamuno a España fuera muy rápida, casi instantánea con respecto a la caída de Primo de Rivera, y revistiera una especial significación en un momento en que se convirtió en creciente la efervescencia política en nuestro país.

Expresiva de la actitud del mundo intelectual respecto de la llegada a nuestro país de Unamuno fue la carta remitida por Marañón que recibió el escritor vasco antes de atravesar la frontera junto con otra de Sánchez Guerra. Resulta preciso citarla extensamente, a pesar de ser suficientemente conocida por haber sido publicada ya. Decía así11: «La dictadura que acaba de morir-de la muerte que merecía, de la peor de todas, de la muerte civil- tuvo una falta original, el nacer de padres deshonrados, la insensatez y la injusticia; pecado, al fin, común a todas las dictaduras. Pero sobre esta culpa primitiva se acumuló después tal cantidad de pecados, mortales de necesidad, que el remover y limpiar sus escombros es tarea que no se cumplirá en una sola generación. El más grave de estos pecados fue sin duda la persecución a Don Miguel de Unamuno. Ella ha dado, sin embargo, al mundo entero la medida de la, estulticia del régimen y se ha convertido en símbolo que ha agrupado a los españoles en torno a la justicia. Nadie ha sufrido en el destierro como este entrañable e insigne español. Pero ningún otro desterrado ha podido decir que su dolor de ausencia García Queipo de Llano, Genoveva. Unamuno en 1930-31: el regreso de un símbolo Cuenta y Razón, núm 25, Diciembre de 1986 11

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haya sido tan fecundo como el suyo para su patria. La salida de la dictadura representa sólo la barredura de los indeseables. Mas la casa había quedado como muda y como vacía. La vuelta de Unamuno la poblará de nuevo de fecunda inquietud.»

Otro conocido opositor del régimen dictatorial, Luis Jiménez de Asúa, remitió también un texto en expresivos términos: «Maestro: hoy, tras largos años de exilio, pisáis tierra española. Esta tierra que con frase vuestra emocionada sentís más como padre que como hijo. España, Maestro, la España más fina, la de conciencia civil, la de ansias acongojadas, la de esperanzas encendidas, la que sueña con los ojos arrasados de tiernas lágrimas en su porvenir de inmediata liberación, es vuestra, porque la habéis formado con la austera conducta, con las palabras rudas de vuestra voz grave, con vuestra pluma que unas veces lanzaba condenaciones apocalípticas contra los fariseos y otras llegaba a nosotros empapada en lágrimas de nostalgia en profecía de mejores tiempos. Esta España que es vuestra hija, os saluda estremecida, anhelosa, cuando vuestros nobles pies, al pisarla, la acarician. Y yo, maestro, como uno de esos hijos de vuestra hija España, os beso la mano reverente y pido vuestra bendición».

En «El Sol», Luis de Zulueta recibió al escritor en el mismo día que atravesaba la frontera con un artículo titulado «Unamuno en España», en que glosaba el Poema del Mío Cid: «Helo aquí de nuevo. Albricias, Alvar Fáñez».3

Tras años de exilio, Unamuno regresó a España el 9 de febrero de 1930 por la tarde. El acto más explícitamente político de este retorno al hogar fue, sin embargo, el que tuvo lugar por la noche en el frontón irunés «Ramuntxo», adonde acudió Unamuno

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acompañado de Prieto entre otros. Al viejo lema de los carlistas «Dios, Patria y Rey» le contrapuso «Dios, Patria y Ley», momento en el que obtuvo la mayor ovación.

A media tarde del 10 de febrero llegó a Bilbao, donde también fue recibido por algunos millares de personas y, posteriormente en su camino hacia Salamanca, Unamuno se detuvo en Valladolid donde recibió el homenaje de los sectores intelectuales y estudiantiles y se manifestó dispuesto a: «servir en todo cuanto haga falta en el resurgir de la nueva España».

Pero donde la recepción a Unamuno, como estaba previsto, tuvo un carácter apoteósico fue en Salamanca. Dos millares de personas recibieron a Unamuno en los límites de la provincia con una pancarta en la que se leía: «Viva Unamuno, apóstol civil y gran español desterrado». Luego, en la Plaza Mayor de la capital, la muchedumbre se multiplicó por cinco.

Jiménez de Asúa, estableció un paralelismo, obvio y afortunado, entre Ortega y Unamuno, «las dos figuras más ingentes de las letras hispanas». Ortega, según él, era «la antena vibrante a los aires de Europa, la modernidad entre nosotros»; en cambio Unamuno resultaba «el cogollo de la raza, la eternidad del españolismo».

Luis de Araquistáin dijo de él: Yo siento como el que más las injusticias sufridas por Unamuno durante la Dictadura de Primo de Rivera, pero ha sido consolador ver que, a su término, la España más juvenil, liberal y dinámica se ha sentido representada, como por ningún otro hombre, por el gran poeta y precisamente por serlo...

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... También Unamuno es el poeta, es decir, el adivino de la vieja y al mismo tiempo virginal racionalidad española, sometido a imperios interiores, y en él se ha polarizado, a su retorno del destierro, el sentir de la España irre-denta, personificando en él la suprema soberanía: la del intelecto”12 Y en un extracto de una carta a Santiago Alba, quien fuera su confidente más habitual en el exilio, Unamuno declaró: (…) Creo que podrá usted volver pronto en las condiciones que usted quiere y debe volver. Y no dude de que tendremos que luchar juntos por acabar de despertar la conciencia ciudadana -civil- y liberal de España. Me parece que creo más que usted en nuestro pueblo, sobre todo en la mocedad»13

Así, la llegada a España del escritor fue saludada por la revista «Política»:

«Toda España -al menos la España que cuenta- ha celebrado el regreso de D. Miguel de Unamuno como el de su propia liberación. El destierro de D. Miguel, por altos y fuertes motivos personales e ideales, tenía un recio valor simbólico; era como el destierro de la conciencia civil de España. En el transcurso de estos mal llamados años todo español se sentía cuando menos fortalecido al pensar que en el más preclaro de los suyos vibraba sin desmayos la protesta contra un régimen que esclavizaba a España».

El 1 de Mayo llegó a Madrid siendo recibido por la Junta del Ateneo, por la de Alianza Republicana y, según la prensa argentina, por varios millares de madrileños. Al día siguiente, tuvo lugar en el Ateneo una conferencia de Unamuno presidida por el doctor Marañón, con unos tres mil asistentes, que eran exclusivamente socios de la Institución: «Vengo -concluyó- a proseguir la campaña de responsabilidades, no olvidando las herencias biológicas y patológicas. El pueblo no está sordo y nos encontramos 12

«La Nación» (Buenos Aires), 11, 12, 13 y 15 noviembre de 1930. La carta de Alba, 20 de noviembre de 1930, Archivo Alba.

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en un periodo decisivo revolucionario. Se dice que las piedras no oyen yo digo que oirán y hablarán. Dios nos ayude a salvar esta pobre España».

Posteriormente, en un acto republicano celebrado en Santander en septiembre de 1930, negó que en la dictadura se le hubiera perseguido; «era yo el que los perseguía a ellos», aseguró. «¿Expatriado yo?», se preguntó. «Yo, no. La Patria estaba allí. Expatriados los que permanecían callados aunque estuvieran en España», concluyó.

En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República. Fruto de su desencanto, expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, la política religiosa, la clase política, el gobierno, Azaña. Al iniciarse la guerra civil, apoyó inicialmente a los rebeldes. Unamuno quiso ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva del país.

Posteriormente, Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación. Durante el acto de apertura del curso académico (que concidía con la celebración de la "Fiesta de la Raza") el 12 de octubre de 1936, en el Paraninfo de la Universidad. Varios oradores soltaron los consabidos tópicos acerca de la "antiEspaña". Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso:

"Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (...) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden

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ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis...". En ese punto el general José Millán-Astray, enemigo de Unamuno, habló: "¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!". Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir hablando. Resollando, se cuadró mientras se oían gritos de "¡viva España!" Tras un acalorado enfrentamiento verbal con él, Unamuno concluyó: "¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España".

El 22 de Octubre, Franco firma el decreto de destitución de Unamuno como

rector.

Los últimos días de vida (de octubre a diciembre de 1936) los pasó bajo

arresto domiciliario en su casa, en un estado, en palabras de Fernando García de Cortázar “de resignada desolación, desesperación y soledad”.

El 21 de noviembre, Unamuno escribió a Lorenzo Guisso: “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...”

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Murió en su domicilio de Salamanca el 31 de diciembre de 1936, de forma repentina, en el transcurso de la tertulia vespertina que mantenía regularmente con un par de amigos. A su muerte, Antonio Machado escribió:

“Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo.”

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IX. Conclusión: Niebla o el propósito de Unamuno Por

último, no podemos dejar de aludir al título de la obra

ya que la imagen en él implícita, Niebla, sintetiza con eficacia el propósito novelesco de Unamuno: difuminar los contornos físicos del especio ficticio, desdibujar lo visible, y que, a su vez, lo intangible sustantivice a lo palpable. El carácter de las descripciones físicas de los personajes y de los lugares aparece en nebulosa; en consecuencia, Niebla de Unamuno carece de volúmenes nítidamente definidos. Unamuno se sirve del uso metafórico para simbolizar el estado existencial de Augusto ya desde el título.

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X.

Referencias bibliográficas

Zubizarreta, Armando F. Edición de Niebla de Miguel de Unamuno, Clásicos Castalia. Valdés, Mario J. Edición de Niebla de Miguel de Unamuno, Cátedra Gullón, Germán. Edición de Niebla de Miguel de Unamuno, Austral Narrativa Jiménez, Juan Carlos. “Niebla en la trayectoria de Unamuno” Unamuno, Miguel de. La Tía Tula, Biblioteca Unamuno, Alianza Editorial, 2005. Rodríguez Cáceres, Milagros. Edición de Niebla de Miguel de Unamuno, Anaquel. Pérez de la Dehesa, R. La evolución de la filosofía en España, 1901. Emiliozzi, Irma. Oda en la ceniza, las monedas contra la losa, Editorial Castalia, 1987. García Queipo de Llano, Genoveva. Unamuno en 1930-31: el regreso de un símbolo. Cuenta y Razón, núm 25, Diciembre 1986. Araquistáin, Luis. “La Nación” Buenos Aires, 11, 12, 13 y 15 de noviembre de 1930. La carta de Alba, 20 de noviembre de 1930, Archivo Alba.

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