Texto de Marina Porcelli

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Sobre el libro Voces del primer vagón Presentación de Marina Porcelli Voces del primer vagón es una antología literaria escrita por diversas mujeres en torno a las fronteras y cuya edición estuvo a cargo de Rizoma Agencia Cultural. El texto que suscrito a continuación se realizó con el motivo de presentar el libro en la FeNaL 2014 en León Gto. por una de las colaboradoras del proyecto.

11-5-2014


E

n

julio

Cultural

de

2011,

convocó

el

a

grupo

mexicano

ochenta

Rizoma

escritoras

Agencia

—ensayistas,

narradoras, poetas— a participar en el proyecto Voces del primer

vagón,

para

el

que

solicitaban

textos

breves

de

temática única: la frontera. Lo escrito fue impreso sobre mantas

de

un

metro

por

un

metro

veinte,

y

colocado

en

distintos paraderos de las orugas, el sistema de transporte público de la ciudad de León, Guanajuato. El libro, editado en 2014, da cuenta de ese proyecto. Los textos seleccionados, las fotografías de Leopoldo Smith Murillo, donde la gente se detiene a leer los cartelones, y las ilustraciones de Karina Mosqueda González que ensamblan la edición testimonian una de las claves sobre las

que

Rizoma… despliega

su

propuesta:

estamos ante un proyecto que habla de identidad. Porque dar voz, pienso, reparar en la escritura hecha por mujeres es una manera de volver visible al otro: a ese otro que es la mujer en el marco de la cultura moderna y patriarcal. Así, darle voz al otro implica reflexionar sobre la identidad colectiva, poner en cuestión la rigidez del yo, implica habilitar, de una vez, el diálogo. Y creo que esa premisa —esa pluralidad que Rizoma coloca en primer plano— es una de las cosas más importantes que este proyecto tiene para dar. Pero concretamente qué significa ser el otro. Me refiero a estar construido por un yo que habla y que enuncia, y es único dueño de la palabra; me refiero a estar moldeado como objeto.

Por

eso,

dice

Fanon

—y

acá

resulta

singular

el

ejemplo de Jean Rhys que detallaré más adelante—, que el paradigma de lo humano se ha formulado a partir de una imagen


que lo excluye: el varón blanco de Occidente (Fanon 1974, 1516). La cita la tomé de un ensayo de Alicia Salomone y que referiré

después,

ahora

me

adelanto:

no

se

trata

de

una

denuncia sexista, sino que estoy hablando de todos los que no estamos incluidos en ese patrón de identidad. Estoy reparando en esa construcción ideológica que opera para sostener la desigualdad. Si se enfatiza el yo, se destruye al otro; en cambio,

si

se

le

otorga

sujeto,

se

lo

arranca

de

la la

palabra,

se

lo

petrificación.

convierte No

por

en

nada,

entonces, el tema elegido por Rizoma… es la frontera: la pregunta ontológica, quiénes somos, y de qué modo estamos presentes

para

los demás parecen

ser los cuestionamientos

sobre los que se establecen estos textos de mujeres. Lo

que

autonomía

de

implica,

en

el

fondo,

reflexionar

las voces de las mujeres. Hoy

sobre

la

y en América

Latina —dado que la gran mayoría de las autoras convocadas son mexicanas o de países de América Latina—, ¿existe algo que

pueda

pensarse

como

discurso

específico

del

género?

¿Existe un discurso que nos identifique y que, por ende, nos diferencie? Pero antes de responder a esto, o de abrir el debate sobre esto, señalo una especificidad que se reitera: la de vivir en un mundo donde el lenguaje, la literatura y la Historia son masculinas, en el sentido en que, como dice la crítica Alicia Salomone, “la estructura misma de la lengua excluye a la voz femenina”, y por eso, agrego, es necesario indagar “los modos que posibilitarían la visibilización de esa experiencia-mujer diferenciada.” La obra canónica de Virginia Woolf, a comienzo de siglo y en Londres, esa novela brillante que escribió Jean Rhys sobre su condición en el Caribe, o los ensayos de Rosario Castellanos

en

Mujer

que

sabe

latín

son

algunos

de

los


ejemplos más magistrales de un tipo de escritura que puso en cuestión el monolito de la palabra masculina. Reparemos en el lugar

común

que

dice

que

“no

existe

tradición

literaria

femenina”: los grandes títulos —pienso en La Divina Comedia, en

El

Quijote…,

escritos

por

pienso

hombres.

Shakespeare,

acota

en

el

Liliana

que

solo

Fausto Heker,

Dante

de en

Goethe—

fueron

Las

hermanas

de

Alighieri

escribió

La

Divina Comedia, ningún otro varón lo hizo, y sin embargo, aunque este comentario me parece un acierto, pienso también que eso

no

contradice el hecho de sostener

históricamente

asignado

para

la

que el lugar

mujer

implicó

su

marginalización más completa: se le relegó del propio hacer, se la neutralizó como ser deseante, se le quitó, en suma, su condición

de

sujeto.

En

ese

sentido,

destaco

el

valor

estético de la filmografía de Catherine Breillat. Antes de entrar de lleno a un análisis del libro Voces del primer vagón, quiero detenerme muy especialmente en ese famoso ensayo de Virginia Woolf, El cuarto propio. Como todos sabemos, en ese escrito, Virginia Woolf plantea que lo que necesita una mujer para escribir es “un cuarto propio”, o sea, un espacio donde no sea interrumpida, donde su hacer —su escritura— puede desplegarse sin obstáculos ni condiciones 1 . Virginia Woolf escribe este ensayo en 1929, pertenece a la cómoda

clase

otras

cosas,

burguesa todo

el

londinense, tiempo

que

le

necesario

otorgaba, para

entre

escribir.

Nosotros, en cambio, vivimos en América Latina y sabemos que las condiciones de trabajo —de todo tipo de trabajo— suelen ser radicalmente distintas a las que tienen los europeos. Aún 1

Singular resulta, en este punto, contrastar el enunciado con la respuesta que William Faulkner da cuando le preguntan qué se necesita para escribir: “un lápiz y un papel”, responde (en El oficio de escritor, México, Era, 1997).


más: la tesis completa del libro de Woolf puede parafrasearse como sigue: si la mujer quiere escribir, necesita un cuarto propio

y

Insisto:

la

renta

estamos

anual en

particularmente

las

reparo

estoy

en

que

heredada

América

herencias hablando

de

una

Latina, de de

las

tía

millonaria.

donde tías

Virginia

no

abundan

millonarias. Woolf,

de

Y

una

escritora con una maestría técnica impecable, como desarrolló en Al faro, y de una complejidad coral como mostró en Las olas, de la autora de uno de los Diarios íntimos más filosos del siglo XX. Estoy hablando de una escritora que tiene mucho para dar. Y sin embargo, Virginia Woolf escribió también una primera novela, Fin de viaje, publicada en 1915 en la que sitúa ciudades de Brasil en la Argentina, o comete errores de ese tipo.

Digamos

que

su

mirada

sobre

nuestro

Continente

resulta, al fin de cuentas, de una vaguedad disparatada. Por eso vengo citando a la crítica Alicia Salomone. Salomone, en su

ensayo

Virginia

Woolf

en

los

Testimonios

de

Victoria

Ocampo: tensiones entre feminismo y colonialismo, publicado en Chile en 2006, da ejemplos muy claros sobre la situación de las mujeres en América Latina. Porque en estas latitudes, opera región

una

doble

marginalización: ser mujer y

colonizada.

testimonios

que

En

Salomone

este

sentido,

analiza

sobre

se la

habitar una

destacan amistad

los entre

Virginia Woolf y Victoria Ocampo. Cito textual: “... es interesante observar cómo las propias cartas de Woolf construyen a Ocampo como un personaje ficticio y fantasmal (no nos parece casual que siempre equivocara la grafía de su apellido, nombrándola Okampo); una figura a la que carga con atributos de gran ambivalencia (es bella, rica, sensual, pero también es ostentosa, inoportuna, molesta, etc.) (…) Así, echando mano de una serie de imágenes con que los escritores de la época de expansión imperialista solían describir esos territorios distantes, misteriosos


y violentos del Oriente, la pampa argentina y la propia Ocampo emergen en las cartas de Woolf bajo una fisonomía claramente ideologizada”.

Entonces bien. Con estas coordenadas, resulta quizá más clara aquella sentencia que esbocé al principio: la propuesta de Rizoma… como una propuesta sobre identidad. Cuando da voz a las mujeres, pone en cuestión al sujeto único que habla y moldea y de esta forma coloca a todos en el mismo nivel. La palabra pública, la que saca del colectivo y singulariza, que se

muestra

particular

ante

los

demás.

Tanto

en

la

presentación del libro, como en las gacetillas de prensa, Rizoma…

insistió

ocupado

por

mucho

cuerpos

en

de

que

en el

mujeres

espacio

valía,

de

publicitario

alguna

manera,

oponer la voz. Cierro esta primera parte con una autora que ya señalé. Jean Rhys nació en Dominica en 1890, y murió en Inglaterra en 1979. Ancho mar de los Sargazos apareció en 1966, y es, sin duda,

su

novela

más

excepcional.

Dado

la

trama

que

desenvuelve —la complejidad de sus personajes, la hermosura y crueldad de cada escena—, esta obra es tanto una vuelta a la escritura

de

la

autora

como

un

regreso

a

su

infancia

y

adolescencia, al origen de la conmoción. Desde la perspectiva del personaje de Jane Eyre de Charlotte Brontë, “la loca del ático”,

la primera esposa

del

señor

Rochester, Jean

Rhys

cuenta la vida de Antoniette, una muchacha blanca, pobre, criada en el ambiente racista de las Antillas del siglo XIX, que se casa con un inglés —porque la elige el inglés— y es, posteriormente, traslada y encerrada en Inglaterra. Así, esta suerte

de

avasallada,

revés

de

la

colonizada,

Historia, en

suma,

la

voz

no

solo

de

la

mujer

completa

la


propuesta

del

cuestiona,

clásico

lo

anglosajón,

desmitifica,

también

lo

minándolo.

relee En

y

lo

escenas

deslumbrantes —la rebelión de esclavos que incendia la finca; la

fuerza

imperiosa

de

la

naturaleza

que

sacude

a

los

personajes—, Antoniette se pone cara a cara frente al europeo que desconfía, maltrata, hace pesar toda su fuerza de hombre adinerado. Él le cambia el nombre a la muchacha, y ella llega a decir: “… ante ti, a menudo me pregunto quién soy, cuál es mi tierra, a qué mundo pertenezco y por qué nací.” O, como anota la propia Rhys en su autobiografía Sonríe, por favor, publicada post-mortem: “… y toda mi vida sería la misma, tratando

de

relaciones historias

encajar

entre de

en

algún

hombres

Jean Rhys,

y

lugar,

mujeres

sin

son

lograrlo.”

constantes

Las

en las

y su tema central es el dinero.

Hombres que mantienen a las mujeres, que las compran, que abusan

de

ellas;

y

muchachas

que,

siempre

definidas

por

alteridad al macho, desembocan en la angustia, el desamparo y la humillación. Ancho mar de los Sargazos va más allá de esta dualidad y testimonia de la mirada oprimida; y es el trabajo de esta tensión, justamente, el que sitúa a la novela como una de las obras más hermosas y desgarradoras del siglo XX.

Rizoma… seleccionó treinta y cuatro textos para integrar la antología Voces sobre el primer vagón. La variedad de miradas,

las

distintas

lecturas

y

sentidos

sobre

“la

frontera” da cuenta de la diversidad de los sujetos: no se trata de un discurso homogéneo: las convergencias se plasman por la situación de pares: pero lo que nunca pierde de vista el libro es la pluralidad. La hibridez, entonces: el cruce de géneros, frontera”

la fue

propuesta entendida

de de

ilustración muchas

y

foto.

maneras.

Tal

Así, como

“la lo


retrata Edgardo Dander en un mapa configurado a partir de esta

antología

presentada

en

—mapa la

que

es

pieza

exposición

plástica,

Colaborativos

y

en

que

fue

León—,

“la

frontera” es sinónimo de ausencia, de mezcla o de orgasmo, es lengua de desaparecidos o

pan de la memoria,

es

borde y

fusión y nostalgia, es matar o morir. El libro se autodefine como una antología de ficciones y pensamientos, y las autoras presentan el revés de la Historia: estamos ante el yo al que suele considerárselo otro, un yo que será pura subjetividad: aunque varios textos están escritos en tercera persona, se trata

de

una

tercera

singular

muy

pegada

a

la

óptica

narrativa, como si se pudiera deslizar con naturalidad hacia la primera persona que habla. Como si el libro, en suma, articulara

una

respuesta

sobre su otredad. Por eso,

Inés

Ferrero Cárdenas llega a decir: “Existe una gran divergencia entre lo que percibimos que somos y la imagen que los demás tienen de nosotros (…) cada faceta de mí me pertenece”. Ya que resulta natural cómo coinciden en esto la mayoría de

las

límites

autoras: no

hablantes.

cada

son

frontera

claros,

Patricia

de

el

es cruce

Souza

lo

finalmente predomina enuncia

difusa,

los

entre

los

como

sigue:

“Cualquier abandono, cualquier ausencia se convierte en esta experiencia en la cual me borro de la vida”, y Miréia Anieva sentencia que “usted empieza aquí” y Graciela Romero: “eres tu propia tierra”. Los

territorios

son,

la

mayoría

de

las

veces,

simbólicos, edificados. “No hay dirección pero a la vez hay una sola” escribe Alejandría Velasco. Karla Olvera propone que

el

límite

real

se

desvaneces

cuando

interviene

lo

imaginario y de esta manera, “se pueden derribar cuerpos”: el


ir y venir articula el yo, articula el otro. Porque, pienso, lo que este libro está diciendo en el fondo es que el yo y el otro están implicados en la construcción de un sujeto. Decir yo ya es hablar del otro y hablar de la sociedad. Solo en esa tensión dialéctica es posible una voz. Fluida, humana. Cuando se defiende uno solo de los extremos, no hay más sujetos, solo estructuras de dominación. Y estos textos, claro, se aterrizan en algún lado. Ahí es donde aparece la dimensión gráfica

con

la

que

también

trabaja

el

volumen:

las

ilustraciones que “releen” los textos, y las fotografías, siempre intervenidas, donde vemos a la gente frente a las mantas en las estaciones: esta gráfica da espesor, muestra, una vez más, que todo el proyecto habla sobre cuestiones identitarias

e

impulsa

el

cruce

de

voces,

el

cruce

de

propuestas estéticas: impulsa el diálogo. Por último, un grupo de lecturas entendió “la frontera” como un espacio geográfico concreto. El límite que cerca y separa el centro de poder, el Río Bravo como línea divisoria con los Estados Unidos, y que arrastra, ya de por sí, textos con

la

riqueza

multilingüística

típica

de

los

sitios

de

borde. El límite siempre es violencia. Alma Karla Sandoval dice que “el país era un desasosiego controlado y ahora es una llaga”; la amargura, la enajenación la sostiene Loulou de la Parra cuando escribe que todo es líquido, todo es móvil y que basta cruzar el límite para que el mundo desaparezca. Hay violencia cuando las autoras se piensan, hay violencia cuando enuncian su yo: un yo que, colectivamente, es condenado a la otredad y así lo testimonia. Las

intervenciones

en

una

ciudad

rompen

la

lógica

cotidiana, y construyen un nuevo sentido con esos elementos. Redefinen nuestro habitar diario y nos demuestran también que


ese habitar es una construcción: podemos cambiarlo, y sobre todo, podemos hacer algo para que esté mejor. En esa especie de "tiempo muerto" que es el traslado, como dice el libro, en esa pausa en la que el cuerpo va de un lugar a otro, Rizoma… insertó su propuesta: irrumpió en 80 paraderos con 80 textos, en sitios muy concretos donde la gente, según se calcula, esperaba entre dos y quince minutos antes de subir al vagón. Rizoma… sustentó el acto en algo más: reconoció la tradición literaria

que

otorga

una

dimensión

cognitiva

al

viaje.

Desplazarse se vuelve, así, un modo de despertar la mirada sobre los otros. La literatura, entonces, como palimpsesto, la literatura entendida desde su raíz más antigua: dialogar. Y dialogar significa colocar a los sujetos al mismo nivel que nosotros mismos. Registrar su autonomía, su diversidad. Lo que Rosario Castellanos definió en Mujer que sabe latín: “El sentido de la palabra es su destinatario, el otro que escucha, que entiende y que, cuando responde, convierte a su interlocutor en el que escucha y el que entiende, estableciendo así una relación de diálogo, que solo es posible entre quienes se consideran y se tratan como iguales”.

Todo

proyecto

implica

supuestos,

concepciones

subterráneas, ideas silenciosas que operan y lo enmarcan. El primer trabajo del grupo Rizoma, que dio voz a otro para convertirlo

en

sujeto,

que

habitó

lugares

públicos

para

romper la mecanización diaria, que pensó el viaje como tiempo vivo y no como tránsito muerto, y que consiguió un diálogo a partir de las propuestas quedó testimoniado en el libro que presentamos hoy.

Habla

de

identidad, habla de

los otros,

habla de asumir la voz. Y pienso que un proyecto así se debe celebrar.


Paulina Mendoza, Marina Porcelli y Liz Espinoza en la presentaci贸n del libro. FeNaL 2014. Le贸n, Gto.

Integrantes de Rizoma, presentadoras del libro y algunos de los colaboradores en la presentaci贸n del libro. FeNaL 2014. Le贸n, Gto.


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