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ME LLAMO...
Gandhi
Me llamo... Gandhi
Me llamo... Gandhi
«A lo largo de mi vida pude demostrar que la violencia es la peor forma de luchar por la igualdad entre los hombres y las mujeres. No sólo estoy en contra de las guerras, sino que pienso que las palabras y una vida ejemplar son las mejores armas para combatir al enemigo.»
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Otros títulos Marco Polo Leonardo da Vinci Albert Einstein Saint-Exupéry Alejandro Magno Vincent van Gogh Julio Verne Mozart Cleopatra Picasso Miguel de Cervantes Shakespeare Marie Curie Charles Chaplin Teresa de Calcuta Charles Darwin John Lennon
ISBN 978-84-342-2684-5
A partir de 9 años
Conmigo nació el pacifismo
Lara Toro Mariona Cabassa
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Proyecto y realización Parramón Ediciones, S.A. Dirección editorial Lluís Borràs Ayudante de edición Cristina Vilella Texto Lara Toro Ilustraciones Mariona Cabassa Diseño gráfico y maquetación Zink Comunicació S.L. Dirección de producción Rafael Marfil Producción Manel Sánchez Sexta edición: junio 2008 Gandhi ISBN: 978-84-342-2684-5 Depósito Legal: B-23.656-2008 Impreso en España © Parramón Ediciones, S.A. – 2004 Ronda de Sant Pere, 5, 4ª planta 08010 Barcelona (España) Empresa del Grupo Editorial Norma de América Latina www.parramon.com Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra mediante cualquier recurso o procedimiento, comprendidos la impresión, la reprografía, el microfilm, el tratamiento informático, o cualquier otro sistema, sin permiso escrito de la editorial.
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Hola... Si observas con atención alguno de mis retratos, verás que soy un tipo delgaducho que viste una especie de sábana blanca y que parece extremadamente tímido. No soy un gran deportista ni he inventado nada. A pesar de ello, mi vida fue tan intensa que cuando cerré los ojos por última vez miles de personas de todo el mundo lloraron mi muerte. Y es que durante toda mi vida he luchado por los más pobres, por los que son despreciados únicamente por el color de su piel o por los que no pueden vivir con libertad. Una vez, un escritor muy conocido de mi país, la India, me llamó Mahatma, que en mi lengua quiere decir “alma grande”. Decidió ponerme ese nombre porque decía que había hecho muchas cosas por los demás. Y lo que es más importante: siempre conseguí mis propósitos sin tener que recurrir a la fuerza. A lo largo de mi vida pude demostrar que la violencia es la peor forma de luchar por la igualdad entre los hombres y las mujeres. No sólo estoy en contra de las guerras, sino que pienso que las palabras y una vida ejemplar son las mejores armas para combatir al enemigo. Soy, pues, uno de los mayores pacifistas que ha existido, y es por este motivo que mucha gente me recuerda con gran admiración.
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18 / Me llamo... Con el paso de los años, habían ido llegando más y más hindúes, dispuestos a hacer negocios en Sudáfrica. Como algunos de ellos se estaban haciendo ricos, los europeos tenían miedo de que empezaran a adueñarse de las tierras. Por eso decidieron arrebatarles algunos de sus pocos privilegios; por ejemplo, el derecho al voto. Como comprenderéis, yo no estaba dispuesto a dejar que los británicos nos maltrataran. Así que reuní a unos cuantos compatriotas para decirles que debíamos unirnos para combatir aquellas injusticias. Decidí, entonces, volver otra vez a mi país, para contarle a todo el mundo las humillaciones que sufrían los indios en Sudáfrica. Estuve viajando por toda la India, repartiendo escritos míos en los que contaba el terrible racismo que imperaba allí.
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Gandhi / 19 Mucha gente me respaldó e incluso decidió acompañarme cuando embarqué de nuevo para regresar a tierras africanas. Esta vez, además, mi esposa y mis dos hijos viajaban conmigo. Me había convertido en un personaje famoso, como si fuera una estrella de la canción o un jugador de fútbol, sólo que a los británicos no les gustaba mucho que le fuera contando a todo el mundo que los indios en Sudáfrica eran maltratados. Por eso, cuando el barco en el que viajaba se acercó a las costas africanas, centenares de europeos se apostaron en el puerto para impedir que desembarcara. ¡No sabéis lo violentos que se pusieron! Por suerte, una mujer británica me protegió y pude reemprender la tarea que me había traído otra vez a Sudáfrica.
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34 / Me llamo...
El torno de hilar Cuando llegué, en la India no se hablaba de otra cosa que de la independencia del país. Había varias posturas acerca de cómo conseguirla, pero en cualquier caso todo el mundo estaba de acuerdo en que debíamos dejar de depender de los monarcas de Inglaterra. Por mi parte, pensaba que la única manera de alcanzar la independencia era prescindiendo de todas las cosas que habían traído consigo los británicos. Con ellos habían llegado las fábricas y los ferrocarriles. Si bien es cierto que gracias al tren ahora se podía recorrer fácilmente todo el país, también lo es que estos adelantos no habían hecho más que incrementar la pobreza entre nuestra gente. En la India la gran mayoría de la población se dedica a las tareas del campo. Yo estaba convencido de que en la planificación de la independencia debíamos dejar intervenir a los campesinos, pues ellos representaban la esencia del país. De hecho, pensaba que debíamos vivir a imagen suya, para volver a nuestros orígenes. Por ese motivo, yo defendía cultivar la tierra y hacer nuestros propios vestidos como lo hacían los campesinos. Durante muchos años había vestido como los británicos, con trajes y corbatas. Pero poco a poco había empezado a vestir como los indios. Ahora, para acercarme aún más a los pobres de la India, únicamente cubría mi cuerpo una tela de algodón blanco que yo mismo confeccionaba con el torno de hilar.
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50 / Me llamo... Los japoneses, que apoyaban a los alemanes, avanzaban por el continente asiático y cada vez se encontraban más cerca de la India. Ello hizo que los británicos nos presionaran cada vez más para que empezáramos a combatir con ellos. A cambio, nos prometieron la autonomía de la India, lo cual nos permitía gobernar nuestro propio país pero no suponía la total independencia de Inglaterra. Tras esta propuesta, nosotros no nos poníamos de acuerdo. Había quien decía que debíamos ayudar a los británicos, puesto que al menos conseguiríamos un paso más en la liberación de nuestro país. Otros decían que tal vez sería mejor que dejáramos que los japoneses entraran en la India, y negociáramos con ellos la independencia. Los miembros del Congreso Indio, después del fracaso de la reunión en Londres, ya no confiaban en los británicos. Por eso decidieron desobedecer sus órdenes con la amenaza de no cumplirlas hasta tener la promesa de la independencia. La respuesta británica fue, de nuevo, encarcelarnos. Yo escribí, entonces, una carta al virrey de Inglaterra para decirle que nos había encerrado injustamente y empecé a ayunar en señal de protesta. Estuve cerca de tres semanas sin comer nada de nada. Durante este tiempo en prisión, me comunicaron que Kasturbai, mi mujer, había muerto. Era ya una anciana, como yo, y habíamos pasado muchísimos años juntos. Ella me había acompañado en todas mis luchas y fue una mujer excepcional. Poco después, yo me puse gravemente enfermo y la gente salió a la calle para pedir que me liberaran. Así que estas manifestaciones permitieron que tanto los miembros del Congreso como yo abandonáramos la cárcel.
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