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ME LLAMO...
Mozart
Me llamo... Mozart
Me llamo... Mozart
«Si preguntáis, os dirán que soy uno de los más grandes compositores europeos de todos los tiempos. Por la cantidad de obras que compuse, por su valor musical, y también porque fui un pequeño prodigio. De los seis a los diez años recorrí Europa dando conciertos con mi hermana Nannerl y asombrando a todo el mundo por el talento que mostraba siendo poco más que un bebé.»
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Otros títulos Marco Polo Leonardo da Vinci Albert Einstein Saint-Exupéry Gandhi Alejandro Magno Vincent van Gogh Julio Verne Cleopatra Picasso Miguel de Cervantes Shakespeare Marie Curie Charles Chaplin Teresa de Calcuta Charles Darwin John Lennon
ISBN 978-84-342-2758-3
A partir de 9 años
Mi música perdurará por los tiempos
Meritxell Martí Xavier Salomó
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Proyecto y realización Parramón Ediciones, S.A. Dirección editorial Lluís Borràs Ayudante de edición Cristina Vilella Texto Meritxell Martí Ilustraciones Xavier Salomó Diseño gráfico y maquetación Zink Comunicació S.L. Dirección de producción Rafael Marfil Producción Manel Sánchez Sexta edición: febrero 2008 Mozart ISBN: 978-84-342-2758-3 Depósito legal: B-865-2008 Impreso en España © Parramón Ediciones, S.A. – 2004 Ronda de Sant Pere, 5, 4ª planta 08010 Barcelona (España) Empresa del Grupo Editorial Norma de América Latina www.parramon.com Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra mediante cualquier recurso o procedimiento, comprendidos la impresión, la reprografía, el microfilm, el tratamiento informático, o cualquier otro sistema, sin permiso escrito de la editorial.
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Hola... ¡Mozart!... Estoy seguro que aunque no sepáis cuándo ni dónde nací, ni cuántas obras musicales compuse, este famoso apellido lo habréis oído y pronunciado en más de una ocasión. Si preguntáis, os dirán que soy uno de los más grandes compositores europeos de todos los tiempos. De los seis a los diez años recorrí Europa dando conciertos con mi hermana Nannerl y asombrando a todo el mundo por el talento que mostraba siendo poco más que un bebé. Tal vez penséis que por ser un genio tuve una vida fácil, pero no fue así. Al contrario, pasé muchas dificultades y tuve enemigos. Por ahí corren diferentes teorías sobre mi muerte: ¡se cree que al menos tres personas hubieran podido asesinarme! Hay quien dice que la llama que brilla más intensamente, dura menos tiempo. Lo cierto es que sufrí diferentes enfermedades y que no llegué a cumplir los treinta y seis años de edad. Pero en ese tiempo viajé por todo el continente y escribí música que hoy tocan todas las orquestas del mundo. Seguro que no conocéis a nadie a quien no le guste la Pequeña serenata nocturna o el aria de la Reina de la Noche de La flauta mágica... Y ¿sabéis por qué? Pues sencillamente porque no eran simples encargos: esas melodías las escribí con el corazón y con la inteligencia. Desde siempre lo tuve claro: componer era mucho más que trabajar... ¡era vivir!
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Mozart / 35 Mi familia me conocía: Wolfgang es incapaz de manejarse por su cuenta, pensaban de mí, en el fondo todavía es un niño indefenso. Sí, puede ser que fuera un poco despistado para según qué. Por ejemplo, no sabía tratar de negocios. Supongo que papá temía que pudieran estafarme, que no cobrara las clases o los encargos, que pagara de más por el alquiler de un traje... Es que todo eso a mí me daba dolor de cabeza. No me gustaba discutir ni enfrentarme a los demás. Si yo hacía bien mi trabajo, ¿por qué no iban a darme lo que me correspondía? Si yo encargaba un traje por un dinero pactado, ¿por qué luego iban a cobrarme más? Pero estas cosas sucedían. No todo el mundo se comportaba correctamente. Las estafas eran frecuentes. ¡Ah!, ¡qué pereza tener que pelearse por dinero! Sin embargo, Leopold pensaba que había llegado mi momento. Tenía que salir al mundo por mí mismo. Había recibido una formación más que sólida por su parte y había llegado el momento de tomar mis propias decisiones. Con el corazón encogido por el miedo al futuro, papá decidió que debía hacerme mayor. Ahora todo dependía única y exclusivamente de Wolfgang Amadeus Mozart.
Aloysia, tu nombre suena a música La idea de Leopold era que, tras una breve estancia en ciudades alemanas, llegáramos a París. Triunfar en la capital francesa significaría el éxito absoluto. Confiaba en sus contactos en la ciudad más elegante de Europa. Éstos me ayudarían a conseguir el trabajo anhelado. Pero antes de viajar hasta allí, mamá y yo pasamos casi un año en Alemania, en casa de amigos y familiares.
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Sin embargo, cuando los constructores europeos dieron vida a un nuevo modelo de teclado, con cuerdas, cajas de resonancia y martillos más fuertes, tuve claro que aquél era “el” instrumento. ¡Me gustaba tanto el piano moderno! Con él se podían expresar muchos matices. A diferencia de los otros teclados, la fuerza de la presión influía en el sonido resultante. Es decir, si posabas los dedos con suavidad, el sonido que producían era leve como el vuelo de una mariposa. Era fantástico, porque si tenías un día tranquilo, te apoyabas con cuidado sobre las teclas y conseguías que sonara, por ejemplo, un atardecer anaranjado sobre el que se recortaba la silueta de un pueblecillo. Y si sentías que algo fuerte latía dentro de ti, ejecutabas los compases llenos de notas con una energía y un peso mucho mayores. Entonces, rayos y truenos sacudían el cielo y todo se oscurecía por un momento. Claro, esto me permitía ir más allá con la interpretación: la alegría, la desilusión, la calma, el enfado... Cualquier sentimiento podía ser explicado a través de las teclas. Por mi amor al piano, compuse un gran número de obras donde él era el protagonista. Nada menos que doce conciertos para piano y un sinfín de sonatas. Los conciertos tenían tres partes: la primera, movida; la segunda, más lenta, y la tercera, de nuevo rápida. Cada parte o movimiento tenía un nombre italiano: allegro, andante, adagio, etc. La mayoría de los conciertos de piano que escribí eran encargos de alumnas, todas ellas chicas que tocaban en salones o que iban de gira. De este modo, mi música era cada vez más conocida, ya que se interpretaba en muchos lugares a la vez. Y algo que me hacía feliz era ver como cada pianista tocaba a su manera, haciendo que mis obras tuvieran infinidad de sentidos: ¡no había una forma única de tocar a Mozart!
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«Si preguntáis, os dirán que soy uno de los más grandes compositores europeos de todos los tiempos. Por la cantidad de obras que compuse, por su valor musical, y también porque fui un pequeño prodigio. De los seis a los diez años recorrí Europa dando conciertos con mi hermana Nannerl y asombrando a todo el mundo por el talento que mostraba siendo poco más que un bebé.»
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