ME LLAMO...
Me llamo... Charles Darwin
Me llamo... Charles Darwin
«En nuestra primera etapa con el barco Beagle, en Brasil, recogí centenares de plantas, pájaros e insectos. También tomé muestras de minerales y capturé algunas serpientes. Me resultó muy complicado clasificar tantas especies desconocidas para mí. Llené docenas de cajas con estas capturas y las mandé a Londres para poder estudiarlas más adelante».
A partir de 9 años Otros títulos
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Mis teorías sobre la evolución de los seres vivos causaron sensación
lluís Cugota Teresa Martí
ISBN 978-84-342-3231-0
Marco Polo Leonardo da Vinci Albert Einstein Saint-Exupéry Gandhi Alejandro Magno Vincent van Gogh Julio Verne Mozart Cleopatra Picasso Miguel de Cervantes Shakespeare Marie Curie Charles Chaplin Teresa de Calcuta John Lennon
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Proyecto y realización Parramón Ediciones, S.A. Dirección editorial Lluís Borràs Ayudante de edición Cristina Vilella Texto Lluís Cugota Mateu Ilustraciones Teresa Martí Jové Diseño gráfico y maquetación Zink Comunicació S.L. Dirección de producción Rafael Marfil Producción Manel Sánchez Primera edición: septiembre 2007 Charles Darwin ISBN: 978-84-342-3231-0 Depósito legal: B-30.984-2007 Impreso en España © Parramón Ediciones, S.A. – 2007 Ronda de Sant Pere, 5, 4ª planta 08010 Barcelona (España) Empresa del Grupo Editorial Norma de América Latina www.parramon.com Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra mediante cualquier recurso o procedimiento, comprendidos la impresión, la reprografía, el microfilm, el tratamiento informático, o cualquier otro sistema, sin permiso escrito de la editorial.
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Hola... Las ciencias naturales son la gran pasión de mi vida. Me encanta coleccionar caracolas, huevos de pájaros y escarabajos. También me gusta la caza, la pesca e ir de excursión. A los veintidós años empiezo una aventura asombrosa: doy la vuelta al mundo a bordo del Beagle. Pasamos cinco años navegando por los grandes océanos. Bordeamos la costa de América del Sur, desde Brasil hasta Ecuador y el archipiélago de las Galápagos. Y regresamos a Europa por las islas del Pacífico, Australia y África. Me causa una gran impresión la exuberante riqueza de la vida de nuestro planeta. Tomo un montón de notas y vuelvo con la cabeza llena de ideas. En los años siguientes escribo libros sobre geología, zoología y botánica. Mi obra favorita es El origen de las especies, en la que expongo algunas teorías impactantes para mi época. Digo que la evolución es un proceso lento y continuo donde los más aptos son los que tienen mayores probabilidades de reproducirse. Muchos me critican porque dejo a Dios al margen de mis argumentos científicos. Pero con los años, otros investigadores aportan pruebas contundentes a mis teorías. Espero que me recuerden como un hombre de ciencia curioso y observador, y muy apasionado por su trabajo.
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¡A navegar, marinero! Los primeros días a bordo del Beagle son un desastre. Estoy mareado casi todo el rato y me encuentro fatal. El capitán dice que se me pasará. Las cosas empiezan a ir bastante mejor al cabo de unos días, cuando desembarcamos en Santiago, la mayor de las islas del archipiélago de Cabo Verde. Ponerme manos a la obra y realizar mis primeros trabajos de campo como naturalista me proporciona una gran satisfacción. Recojo flores e insectos desconocidos para mí. Tomo la determinación de escribir con todo detalle un diario de viaje en el que apuntaré mis observaciones. Son tantas las ideas y los datos que quiero anotar... Adquiero el hábito de concentrar mi atención en una sola cosa cada vez. Lo que haga, quiero hacerlo bien. Esta costumbre me será muy útil durante todo el viaje y prácticamente durante toda mi vida como naturalista. Cuando pasamos el Ecuador, esa línea imaginaria que se encuentra a la misma distancia de los dos polos de la Tierra, celebramos una fiesta por todo lo alto, como suele ser habitual en todas las travesías. Me lo paso bien a medias, porque a los novatos nos vendan los ojos y nos bautizan arrojándonos cubos de agua de mar.
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¿De verdad que todas estas criaturas fueron creadas exactamente así en su día o bien han cambiado con el tiempo? Recuerdo haber leído algo de eso en los libros del abuelo Erasmus, pero no se explicaba el porqué. También repaso las ideas de Jean-Baptiste Lamarck, un naturalista francés que interpreta los cambios que afectan a las especies como líneas de evolución independientes, es decir, que cada especie sigue su propia línea evolutiva sin que existan interacciones con las demás. Pero, en mi mente, en lugar de estas líneas rectas, la historia de la vida dibuja esquemas más parecidos a un árbol, con un tronco, sus ramas principales y sus numerosas ramas secundarias. Las especies cambian y los cambios que afectan a una pueden repercutir en las demás.
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Pero, ¿por qué cambian las especies? Y ¿cómo lo hacen? ¡Vaya una pregunta! Observo que los animales y las plantas no sólo cambian en la naturaleza, para adaptarse así con mayores probabilidades de éxito a su entorno natural, sino que las especies sufren también modificaciones en un medio artificial creado por los seres humanos. Los animales domesticados ofrecen cada vez más carne o de mayor calidad y las plantas cultivadas, más y mejores cosechas. Todo parece girar en torno a la selección de los mejores individuos de cada generación. La selección es la clave para obtener razas de animales más útiles o variedades más productivas de plantas. Por ejemplo, un ganadero selecciona sus mejores toros y los cruza con sus mejores vacas para conseguir terneros soberbios al cabo de determinados cruces cuidadosamente seleccionados. Pero ¿cómo puede aplicarse esta selección artificial a los organismos en su medio natural? ¿Cuáles podrían ser las normas de la selección natural?
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La evolución de la teoría de la evolución Me complace mucho pensar que mi teoría de la evolución por medio de la selección natural haya dado tanto de qué hablar y tanto que pensar. Por aquellas paradojas del destino no llegaré a conocer algunas pruebas importantes a mis argumentos. Lo que más lamenté es no haber podido leer los trabajos de Mendel, que hubieran supuesto quizás una prueba contundente a favor de mi pensamiento. En 1866, seis años después de que apareciera El origen de las especies, el monje agustino Gregor Mendel publicará en una revista científica el resultado de sus experimentos con guisantes realizados en el jardín del monasterio de la ciudad de Brünn, en el Imperio Austrohúngaro [hoy Brno, en la República Checa]. Las conclusiones expuestas por Mendel ofrecerán las primeras respuestas a las preguntas que se plantean acerca de la herencia. Nosotros sabíamos ya que los progenitores contribuyen a las características de la descendencia y que esta contribución se realiza mediante las células sexuales (el óvulo y el espermatozoide). Pero aquí terminaban más o menos nuestros conocimientos. El gran trabajo de Mendel irá más allá. Mucho más. Demuestra que los caracteres hereditarios están determinados por “factores independientes” que se transmiten de generación en generación y que se reordenaban (y a veces sufrían ligeras variaciones) en cada generación. Estos factores luego se denominarían genes.
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Charles Darwin / 51 Los estudios de Mendel pasarán inadvertidos o nadie los comprenderá en su día, si bien estrenarán una nueva ciencia: la genética. Luego, en la primera década del siglo XX, se sacudirá el polvo del cajón del olvido a los estudios mendelianos, y aun unos años más tarde, al relacionarse con mi teoría de la evolución por selección natural, darán lugar a la corriente del neodarwinismo, que contarán con grandes repercusiones en las ciencias de la vida y también en las ciencias sociales. Y, hablando de repercusiones, no deja de sorprenderme que casi 150 años después de la publicación de El origen de las especies se sigan defendiendo las ideas anteriores a mis estudios y tan propias de mi época. Me han comentado que a finales del siglo XX irrumpirá en algunos países lo que se ha llamado creacionismo, que aboga por la idea de que los seres vivos que pueblan la Tierra son obra de un ser divino y niega en mayor o menor medida la validez y la importancia de mi teoría de la evolución. ¡En fin, la vida nos da constantes sorpresas!
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«En nuestra primera etapa con el barco Beagle, en Brasil, recogí centenares de plantas, pájaros e insectos. También tomé muestras de minerales y capturé algunas serpientes. Me resultó muy complicado clasificar tantas especies desconocidas para mí. Llené docenas de cajas con estas capturas y las mandé a Londres para poder estudiarlas más adelante».
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