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Pablo y el
fantasma
A Pablo le gustaban tres cosas más que nada en el mundo: el olor a bizcocho de limón; los besos de papá y mamá, que hacían cosquillas por dentro, y su capa de superhéroe. —¡Soy Superpablo! —repetía sin parar mientras corría por toda la casa. Aquella noche, dejó la capa sobre la silla y se metió en la cama. —¡Ay, qué miedo! —pensó—. Está
muy oscuro.
Pablo se tapó la cabeza con la sábana, tarareó una canción, cerró los ojos con fuerza, se agarró a su hipopótamo de trapo e intentó espantar el miedo. Pero el miedo no se iba... Pablo temblaba de la cabeza a los pies. Hasta que de pronto… —Ya sé —dijo. De un salto se levantó y se puso su capa.
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Mientras mamá la sentaba en la camilla y le quitaba la ropa, Lucía oyó la canción que, sin mover los labios, cantaba el hada curalotodo:
d a s c u r a l o to d o a h L as c u r a m os a cual q u ier n iño. os a n u e s t r o m e c modo, ha o L te r n u r a y c o n n o c ca riño.
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El hada cogió su maletín de flores, lo abrió y sacó un bajalenguas. Lucía sabía que aquel palito de madera era nada más y nada menos que… ¡una varita mágica!
C on e s ta mis m a va ri ta n h ad o de vis u e u i ta se f d a o y s br u ja s c an t a r i n a s uró de su s an c s a l gin as.
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Una vez le regaló un paraguas de pies para cuando lloviera al revés. En otra ocasión le trajo una maleta llena de agujeros: los agujeros del queso de gruyère, los agujeros de las rosquillas que llevaba Caperucita en su cesta, o los del colador que usaba la bruja Bernardeta para preparar sus pociones…
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Después de darle uno de sus mejores besos de caramelo, Roberta se sentó a su lado.
—¿Qué te pasa? Lucas le contó su pena. —Es —le dijo— como si tuviera una herida en el corazón que hace que no pueda parar de llorar. —¡Menuda casualidad! —exclamó tía Roberta—. Fíjate qué regalo te he traído.
—Tiritas para el corazón —leyó Lucas en una caja azul—. ¿Tiritas para el corazón? —preguntó asombrado.
—¡Claro! Cuando te haces un corte en el dedo, ¿no te pones una tirita? —le explicó su tía—. Pues también hay tiritas para curar las heridas del corazón. —¡Vaya! —exclamó.