Exaltación a la Eucaristía

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EXALTACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL 125 ANIVERSARIO Y 25 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA Y LA ADORACIÓN NOCTURNA FEMENINA ESPAÑOLA Andújar 30 de Enero de 2010 Mariano Cabeza Peralta


Me pedís una exaltación a la Eucaristía con motivo de vuestro 125 aniversario de fundación como Adoración Nocturna Española y 25 aniversario de fundación como Adoración Nocturna Femenina Española. Y se lo pedís a un sacerdote cuya espiritualidad, afecto, vida y sentido existencial gira en torno al Divino Maestro que tuvo la deferencia de hablarle al corazón y llamarlo a pesar de su muchísima limitaciones y que cada día, cuando toma al Señor entre sus manos para mostrarlo al Pueblo de Dios, sigue percibiendo ese susurro suave, esa brisa leve de Elías, que dice unas sencillas palabras: “Aquí estoy porque te quiero”. De ninguna de las maneras podía dudar en la respuesta a la petición. Todo lo contrario, daros las gracias por permitirme hablar de Cristo Eucaristía, por permitirme, en esta ágora de cultura, imagen, sonido y palabra poder alabar, bendecir, agradecer y cantar las grandes misericordias y mercedes de Nuestro Señor. Cuánto más entre hermanos de fe que acogerán mis palabras en la comunión lógica de los que se identifican plenamente en el mismo sentir. Querido Carmelo, gracias por presentarme con el conocimiento de quien fue mi profesor de teología moral y sigue siendo amigo y hermano sacerdote, viñador como yo en los campos hermosos de Dios. Queridos Consiliarios y hermanos sacerdotes. Señora Presidenta Diocesana de ANFE Señores presidentes locales D. Pedro José Sánchez Hernández y Dª Josefina Alías Sáez, cristianos históricos y comprometidos en este movimiento eucarístico que tanto bien hace a la Iglesia y a la ciudad de Andujar, tierra querida de María Santísima, Mujer Eucarística por excelencia por ser la Madre de la Cabeza de nuestro Cuerpo la Iglesia, Cristo Jesús. Adoradores de Dios, lámparas vivas en las noches calurosas y frías de Andujar, en las noches lluviosas, cristalinas o estrelladas


del Guadalquivir que reza con vosotros en su monótono murmullo. Señoras y señores presentes en este antiguo templo dedicado a Santa Marina, mártir de Cristo en el siglo II. En la Hispania Romana y monumento recientemente reconocido en su antigüedad y arte. Recuerdo perfectamente mí jueves santo particular, mi cenáculo personal, mí Emaús, es decir, mi primer encuentro con Cristo Eucaristía. No fue el día de mi primera comunión de la que tengo vagos recuerdos, no. No fue un domingo particular o una misa concreta, tampoco. Ocurrió una noche de los años ochenta, cuando mí padre en la fe, como a él le gusta llamarse, D. Antonio Aranda Calvo, párroco por entonces de Porcuna, tuvo la inspiración y la feliz idea de traer la Adoración Nocturna a nuestra Parroquia de la Asunción. Para mí fue un descubrimiento y toda una iluminación espiritual. El presbiterio resplandecía, la custodia sobre el altar era como un faro bellísimo que albergaba una luz limpia, clara, blanquísima, en forma de Sagrada Hostia que no solo alumbraba sino que también hablaba al corazón. Yo era un adolescente entre personas muchísimo más mayores que yo, mas eso no importaba porque la noche, los cantos, los salmos y la intimidad lo superaban todo. El momento culmen, el encuentro especial diría yo, fue cuando uno de los miembros de los que vinieron de Jaén, leyó con voz grave, solemne, los “quince minutos con Jesús Sacramentado”. Era Jesús el Señor quien me hablaba, a cada pregunta que me hacía me salían, como a borbotones, oraciones de acción de gracias, de perdón, de súplica. Fluían nombres de personas, imágenes, rostros. El mismo Cristo abría las puertas más íntimas de mis moradas para llenarlo todo. Los quince minutos fueron un soplo, un instante, una levedad, pero cuánta alegría en mí interior, cuánta paz, cuánto amor, un fuego que arde y no consume.


En los meses sucesivos se repetirían las vigilias, los encuentros con el Señor. Iba a la Adoración con mi padre y todos eran de su generación incluso más mayores. No importa la edad, las circunstancias, el lugar, cuando uno desea encontrarse con Dios, cuando uno desea hablar con Dios. Cada vigilia, cada adoración yo deseaba esos quince minutos, deseaba responder a aquella multitud de preguntas que me hacía el Señor y poder contarle todo sin guardarme nada y poder llevar hasta el Señor Sacramentado a todas esas personas y situaciones que guardaba en mi mente y en mi corazón durante el mes para cuando estuviera con el Señor. Ahí me encontré con Cristo Eucaristía, ahí entendí vivencialmente y personalmente lo que significa la presencia Real de Jesucristo y que el pan y el vino no son meros símbolos. Ahí experimenté el desconcierto de los apóstoles en la noche pascual, cuando sentados a la mesa, les partió el pan, les pasó la copa y les dijo, tomad comer y beber que esto es mi Cuerpo que esta es mi Sangre que se entrega por vosotros. Ahí experimenté el gozo de los de Emaús que se encontraron con el Resucitado y con el corazón ardiente le pedían: Quédate con nosotros. Ahí se fraguó la comunión y la constancia en la fracción del pan de la primera comunidad cristiana. Al fuego de la Eucaristía, en ese fuego encerrado y callado, Dios iba amasando mi vocación, apretando una y otra vez suavemente la masa de mi vida, cociéndola con el calor de su amor. Luego, con el tiempo, fui dejando ese esquema de oración, porque iba creciendo interiormente, descubrí la liturgia de las horas, los salmos, la Palabra de Dios. Ya no necesitaba un esquema porque todo fluía sin esfuerzo. Podía hablar con Dios sin papeles, podía escribir sobre Dios sólo dejándome guiar por El, sólo fiándome de El.


Pero la primera experiencia marca, como un hierro incandescente, y la adoración nocturna, como movimiento, con sus métodos, me ayudó a descubrir, profundizar y amar a Cristo Eucaristía. Siempre pido al Señor, que ese candor, esa emoción, esa ternura de la primera vez no la pierda, muy especialmente cuando celebro la Santa Misa. Pido al Señor que no me acostumbre a El, que no me habitúe a celebrar, que no haga de lo más bello, hermoso y sagrado una rutina. Leyendo a un gran maestro, a un gran santo, a un gran sacerdote, como fue San Juan de Ávila me identificaba plenamente con este texto suyo: ¡Y tanto deseo tienes de verme y abrazarme, que estando en el cielo con los que tan bien te saben servir y amar, vienes a este que sabe muy bien ofenderte y muy mal servirte! ¡Que no te puedes Señor hallar sin mí! ¡Que mi amor te trae! ¡Oh, bendito seas que siendo quien eres, pusiste tu amor en un tal como yo! ¡Y que vengas aquí con tu Real Presencia y te pongas en mis manos, como quien dice: “Yo morí por ti una vez y vengo para ti para que sepas que no estoy arrepentido de ello, mas se me has de menester, moriré por ti otra vez”! (Carta 6) Me fui al Seminario movido y conducido por la estrella de la sospechada vocación. Atrás quedó la Adoración Nocturna. En el año 1992 el Señor confirmó la sospecha con la ordenación sacerdotal. Primero Pozo Alcón, Hinojares, Fontanar, luego Santisteban del Puerto, y al llegar a Baeza, ciudad eucarística por excelencia, un feliz encuentro. En mi parroquia de El Salvador allí está la Adoración Nocturna Femenina y los niños tarsicios, en San Pablo la Masculina y en la Catedral un turno mixto. Bendito encuentro. D. Santiago García Aracil me nombró consiliario diocesano de ANFE y cosas del Señor, a mi querido padre en la fe, D. Antonio Aranda Consiliario de ANE. D. Ramón del Hoyo me encargó la coordinación y la promoción del culto Eucarístico en toda la Diócesis de Jaén.


Y es que el Señor no siembra nunca en baldío y el trato con el Señor te descubre en las historia que la casualidad no existe y que todo encaja como en las piezas de un puzzle. Así que vuelvo a mis noches de vigilia, vuelvo a experimentar cómo la noche es tiempo de salvación, veo cómo Dios en cada uno de vosotros va tejiendo la vida con hilos áureos de amor. Me ayuda la perseverancia de hombres y mujeres con muchísima vigilias encima y que no los frena ni el agua, ni el calor ni el frío. Siempre fieles a la cita con Jesús Sacramentado, siempre atentos y alerta cuando la mayoría, descansa plácidamente o deambulan por mundos oníricos. ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras? (Lope de Vega) ¿Cuál es el interés de Cristo para con nosotros, personas llenas de debilidades, proyectos de Dios en evolución? ¿Qué interés tiene Nuestro Señor con estos adoradores convocados una y otra vez a la mesa del Señor, invitados a la mesa del Altar, al banquete espléndido de la Eucaristía, a la divina contemplación? ¿Y pretendemos ser nosotros los que exaltemos la Eucaristía? Sería un santo atrevimiento. Porque es la Eucaristía quien nos exalta a nosotros. Quien nos eleva hasta el Tabor de cada vigilia nocturna para mostrarnos, como quien se asoma por un óculo celestial, para ver el rostro de Dios y la gloria de su Reino. No somos nosotros lo que vamos, es que hemos sido invitados previamente. No hacemos nosotros la Eucaristía y las Vigilias, es Dios quien hace fiesta y comida con nosotros, quien se coloca el mandil y nos sirve manjares sustanciosos, vinos generosos, como


anunció el profeta. Es Dios quien nos lava los pies, quien restañe nuestras heridas, es Dios quien nos carga sobre sus hombros, como indefensos corderillos, y nos porta hasta los mejores pastos. Es Jesucristo Sacramentado siempre, a cualquier hora, en todos los altares y sagrarios del mundo quien llama con silbos amorosos. Y somos nosotros, si buscamos, si deseamos, si estamos verdaderamente sedientos como la mujer samaritana, los que podemos responder. Y si no respondemos, porque nuestro ego, nuestro valiosísimo tiempo, o nuestros pecados nos endurecen, allí se queda El esperando, con paciencia eterna, con amor inmenso, con la mano tendida. ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el ángel me decía: «Alma, asómate ahora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía»! ¡Y cuánta, hermosura soberana, «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana! (Lope de Vega) La Eucaristía es el centro y el culmen de la vida cristiana (LG 11). Juan Pablo II lo afirmó categóricamente y sin ambages posibles, la Iglesia vive de la Eucaristía y sin Eucaristía, ni cristianos ni iglesia.


En referencia a la Eucaristía y al domingo decía también el Papa: Cuando el domingo pierde su significado fundamental de "Día del Señor" y se convierte simplemente en "fin de semana", es decir simple día de evasión y de diversión, se permanece cerrados en un horizonte terreno, totalmente estrecho que no nos permite más ver el cielo (Cf. Dies Domini, 4). Que bien lo aprendieron en una catequesis dos personajes del evangelio. Tuvieron al mejor catequista posible, a Cristo Resucitado. Iban por la calzada de Emaús, distante unas leguas de Jerusalén. Caminaban sin sentido, encerrados en su dolor, en un asfixiante interior gris. Entretenidos en sus pensamientos, tentados por el diablo que les repetía una y otra vez con sorna: ¡habéis fracasado, no valéis nada, habéis perdido vuestro tiempo y vuestra vida, sois un esperpento, pensabais que os ibais a comer el mundo, y mirad, vuestro maestro muerto y vosotros, unos pobres hombres perdedores! Ese estaba siendo el camino de ida hasta que un misterioso caminante se une a ellos. Es el caminante el que los buscas, el que conecta con sus inquietudes, el que sale al encuentro de sus vidas. Sus palabras son como el sol en una espesa mañana de niebla. Se van disipando las tinieblas, la oscuridad. Primero la claridad, luego la luz hasta que brilla el astro con todo su esplendor. Al llegar a Emaús la invitación era un ruego, una necesidad, una urgencia: ¡Quédate con nosotros! Y llegamos al culmen del relato, cuando toma el pan, pronuncia la bendición, lo reparte. Es Cristo, es el Maestro. Misterio de Luz, la Eucaristía. El tentador que sólo sabe vivir en oscuridad y sombra desaparece. Los pensamientos tenebristas se disipan junto con las dudas y los miedos. ¡Hemos visto al Señor, nuestro corazón ardía escuchándolo! Vuelven muy contentos a Jerusalén y el camino de vuelta, qué distinto, qué ligero. Ahora de los pensamientos y el corazón fluyen palabras de vida eterna.


Según la tradición, uno de los caminantes se llamaba Cleofás. ¿Y el otro…? Del otro no sabemos el nombre. ¿Fue un olvido del Evangelista Lucas, cuando investigó la vida de Jesús para escribir el evangelio, no pudo descubrir ese nombre? Quizás fue intencionado. Uno era Cleofás, quizás el otro fueses tú. Un nombre vacío para que cualquiera de los que estamos aquí nos podamos poner en situación en camino de ida, o camino de vuelta o camino de ida y vuelta. Sólo Dios y cada uno de nosotros sabemos y conocemos nuestro interior. San Lucas, en su evangelio, nos deja un camino, unas huellas, una vía que sólo podemos recorrer si nos ponemos en camino y que lo debemos hacer como una opción personal y libre. Si estamos mal, es decir, en camino hacia Emaús, podemos hacer el camino. Si estamos bien, es decir en camino hacia Jerusalén, podemos hacer el camino. Sólo está en que queramos, lo deseemos, lo ansiemos. No estamos solos en este devenir. Cristo nos acompaña con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre. Siempre habrá algún Cleofás, compañero de camino que comparta nuestras inquietudes, nuestras angustias y nuestras alegrías. Yo esto lo compruebo en vosotros queridos adoradores. Cuando vais llegando al templo después de un día de trabajo. Venís juntos, caminando. Los rostros a veces cansados, o con preocupaciones propias o ajenas. Reflexionamos, oramos, celebramos la Eucaristía, contemplamos, recibimos la bendición del Señor. Y al salir os marcháis juntos, pero los rostros son distintos, tienen más luz, más relajados, más tranquilos. Esta experiencia pervive desde el Cenáculo, pasando por Emaús hasta nuestros días. Los 48 mártires de Abitene, ciudad cercana a Cartago, cuando en el 303 fueron interrogados y después condenados por el juez por haber asistido a la Misa del domingo, respondieron: "Nosotros no podemos vivir sin celebrar el domingo".


O los cristianos coptos de Egipto que fueron asesinados recientemente al salir de celebrar la Eucaristía de la Epifanía del Señor. Cristo es la base y el vértice de nuestra vida y de la Iglesia, si los sarmientos se separan de la vid, mueren. Preferible es morir unidos a la vid que vivir secos, sin savia y sin sustancia. ¿Cómo guardar en el corazón las experiencias buenas y gratificantes? ¿Cómo callar la voz de Dios si resuena en nuestro interior? Parece imposible. El encuentro con Dios siempre ha llevado a los hombres al encuentro con los demás. Recordemos a Moisés. Caminaba con los rebaños de su suegro Jetró cuando una zarza que ardía y no se consumía manifestaba al Dios Yahvé. Sería su primer encuentro, pero luego habría más. En el monte Sinaí, en la tienda donde se albergaba el arca de la alianza en ese largo peregrinar por el desierto ardiente. El rostro de Moisés brillaba y los demás se deslumbraban ante el brillo de su mirada. Moisés fue al faraón y con la mano poderosa de Dios liberó a los esclavos hebreos. Recordemos al gran rey David. Que llevó el arca de la Alianza hasta la capital del Reino, Jerusalén, y la recibió con danzas, cantos y alabanzas junto con todo el pueblo de Dios. Recordemos al rebelde del profeta Jonás, que a pesar de desobedecer a Dios, de huir de su llamada, termina yendo a Nínive, la capital de Asiria, y consiguiendo con su predicación la conversión del pueblo. Recordemos a la Virgen María, que después de la Anunciación, emprende viaje hacia las montañas de Judea en el Sur del país para encontrarse con su prima Santa Isabel y proclamar allí la grandeza del Señor por todas las maravillas que había obrado en ella.


Recordemos a Zaqueo que convirtiéndose a la palabra del Señor restituye lo robado y vuelve a encontrarse con todos aquellos a los que hasta ese momento sólo veía como objeto de su codicia. Recordemos a la mujer samaritana dialogando con el Señor junto al pozo de Jacob. Se sació del agua viva y fue corriendo a contarlo a sus paisanos aun siendo consciente de que era una mujer desacreditada por su vida licenciosa. Podríamos seguir escrutando la Sagrada Escritura, la historia de la Iglesia y encontraríamos multitud de ejemplos, de creyentes de todos los tiempos, lugares, edades, condición, formación. En todos los casos hay un común denominador. Un encuentro especial con Cristo y una necesidad imperiosa de comunicación, de comunión, de transmisión. Es la voluntad de nuestro Señor Jesucristo en la hermosa oración sacerdotal al Padre que nos hace llegar San Juan en su evangelio a partir del capítulo 17: “En esto consiste la vida eterna: en conocerte a Ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías.” (Jn 17,3) La Iglesia toma el testigo del Señor, muerto y resucitado, y desde el día de Pentecostés, comienzo de la Evangelización de la Iglesia, abre puertas y ventanas, grita desde los balcones en todas las lenguas las palabras que dirigió Pedro a la muchedumbre congregada a las puertas del cenáculo: “Sepa toda la casa de Israel que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías” (Hechos 2,36) Una de las cuatro notas que confesamos en el credo sobre la Iglesia es la de “católica”. Aquel día de Pentecostés la Iglesia muestra su catolicidad en la necesidad de comunicar a todos los presentes quién es Jesús de Nazaret. Como era fiesta en Jerusalén, la fiesta judía que recordaba la entrega de la Ley al Pueblo por parte de Dios en el Monte Sinaí, se habían congregado judíos


venidos de todas partes y cada uno podía entender la predicación en su propia lengua. Unidad, universalidad, comunión. A todo ello nos lleva el sacramento de la Eucaristía que para nosotros supone esa experiencia gozosa, íntima, personal a la vez que comunitaria y compartida. Nos tiene que iluminar el rostro, henchir el alma, colmar de gozo. Nos tiene que dinamizar interiormente, convertir y transformar para así poder ir a los demás y vaciar nuestras vasijas rebosantes en aquellos que las tienen vacías, secas y agrietadas. No basta acercarnos a los demás con un mensaje esperanzador, con una verdad que se convierte en camino y vida. No basta sólo nuestras palabras, porque para mucha gente, las palabras son eso nada más, palabras. Deben de estar rubricadas por los hechos, por la vida. Así, la comunidad cristiana, el creyente, horneado al fuego de la Eucaristía debe de ir tomando el color y la textura de la Eucaristía, es decir, de Cristo. Como el enamorado que de tanto contemplar a la persona amada termina asumiendo sus formas, sus gestos, sus gustos. La Eucaristía debe de configurarnos en los pensamientos, palabras y obras. Así será nuestro testimonio creíble, así estaremos cumpliendo el mandato y el envío del Señor. Cuánto más nosotros, adoradores, que tan íntimamente debemos vivir unidos al sacramento de la Eucaristía. Los estatutos fundacionales expresan muy claramente que sois una asociación de fieles cuyo objetivo es adorar la Eucaristía y promover la devoción eucarística. A qué perfil tendremos que responder desde esta práctica continua, constante. Qué tipo de vida tiene que nacer de un alma que ama la Eucaristía, que frecuenta el sacramento de los sacramentos.


Podemos preguntar al mismo Cristo. Podemos seguir sus huellas en los últimos días antes de su muerte y resurrección. El mismo responderá a nuestras interrogantes. Siguiendo el evangelio de San Juan al que antes hacía referencia y comenzando por el capítulo 13: Llevó su amor hasta el fin (Jn 13,1): Es la primera opción que brota de una vida eucarística. Una opción clara y fundamental por el amor. No es el amor humano basado en la reciprocidad del que entrega y recibe, sino el amor divino del que entrega por el hecho de amar, por el hecho de ser purísima donación. Ese amor que Pablo describe magistralmente en la primera carta a los Corintios, capítulo 13 que algunos autores han denominado como el Cantar de los Cantares de la Nueva Alianza. Un amor sin límites, eterno. Si experimentamos en cada Eucaristía, que nosotros, pecadores, personas débiles sin méritos, somos receptores del mismo Dios con toda su fuerza y potencia sólo porque Dios nos ama, nos busca como buen pastor, se nos entrega y nos transforma. Cómo negar a los demás lo que a nosotros se nos dona graciosamente. Sólo el que se siente amado y perdonado puede llegar a amar y perdonar. Tomó una toalla y se la ciñó a la cintura (Jn 13, 4): Jesús, el dueño de la casa, el Señor de nuestras vidas, se coloca el mandil y se abaja para servir a los hijos. El amor predispone al servicio, a la entrega. Nuestro Obispo D. Ramón, en la carta que nos envió a los sacerdotes por el tiempo litúrgico de la Navidad nos decía que “Navidad es un misterio de amor”. Efectivamente, tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo Jesucristo. La encarnación de la Palabra es un acto de amor pero está en relación con la redención del hombre. Dios se hace hombre para entregarse por nosotros, una entrega total, lo dice el mismo Jesús: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Nos sirve su cuerpo y su sangre: tomad, comed esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Tomad, bebed esta es mi sangre que se entrega para el


perdón de los pecados. “Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15) Señor, ¿adónde vas? (Jn 13,36): El encuentro con Cristo también debe llevarnos a cuestionarnos y preguntarnos por las demás presencias de Cristo entre nosotros. Porque Cristo también nos visita en los hermanos, cierto que en ocasiones muy oculto. Recordemos sus propias palabras: “cuando lo hicisteis con uno de estos conmigo lo hicisteis”. La Eucaristía nos dota de una perspectiva, de una mirada bien distinta a la de las demás personas. Yo no veo solo frente a mí a un semejante con sus virtudes y sus defectos. Yo veo a un hermano, hijo del mismo Padre Dios como yo. Yo veo a Cristo revestido ahora de pobreza, enfermedad, desnudez, hambre, cárcel. ¿Quién puede poner límites a Dios? ¿Quién puede encerrarlo en un sacramento o en un sagrario o en una custodia? Por eso, como Pedro, tenemos que preguntar ¿adónde vas Señor? Sólo así lo podremos encontrar. No os inquietéis. Confiad en Dios (Jn 14,1): ¿Tenemos la convicción de que a Dios le importamos más que a nadie en este mundo? ¿Tenemos la seguridad de que nuestro Padre Dios es providente y amoroso? Muchos razonan de esta forma: “Lo que yo no haga por mí nadie lo va hacer” y sienten un vacío y una gran soledad por sentirse los únicos responsables y protagonistas de su propia historia. El alma eucarística debe tener continua presencia de Dios y esa presencia ahuyenta la soledad y alivia el peso: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré, mi yugo es llevadero y mi carga ligera” La confianza en Dios engendra esperanza en el creyente. Disipa las lecturas grises del presente, del futuro. Hace volar alto mientras los demás se quedan al calor del corral pero sin perspectivas ni horizontes. Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6): La Eucaristía da seguridad al creyente. Nos recordaba recientemente el Papa Benedicto XVI que es la verdad la que nos hace libres. Muchos se siguen preguntando como Poncio Pilato ¿qué es la verdad? La cultura relativista en la


que nos vemos sumergidos nos repite una y otra vez que “no hay verdades absolutas”. Es como un mercadillo de verdades y vende “su verdad” el mejor charlatán. Después viene el desencanto, la decepción, el escepticismo ante todo y de nuevo la frustración y la soledad. Cristo es la Verdad, su Palabra es la Verdad y tenemos certeza de ello porque su Verdad termina en libertad, en felicidad, en una vida plena de sentido, en una vida que supera la estrechez de la muerte, del dolor, la vejez, la enfermedad, porque es eterna. Ciertamente un camino verdadero y libre que me lleva a vivir plenamente que desemboca en la Vida Eterna. La Eucaristía es un adelanto, un sorbo de Vida Eterna. Pongamos esa miel en los labios para poder gustar algo de ello. Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos (Jn 14,15): La obediencia. Obedecer es hacer aquello que escuchamos. La obediencia esta íntimamente unida a la fe. Qué modelos más poderosos nos ofrece la historia sagrada. Abraham, aquel hombre de fe y obediencia que esperó contra toda esperanza. La Virgen María, con su fiat incondicionado: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. El mismo Cristo en la noche amarga de Getsemaní cuando renueva su misión salvadora: “Padre aparta de mí este cáliz de amargura pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. El que obedece es porque ama y se fía, porque sabe positivamente que al que se obedece quiere lo mejor para él y que siempre está ahí cercano y presente. La fe obediente requiere una gran humildad y sencillez, un abajamiento como el de Cristo para poder encontrarnos con él. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, el que permanece unido a mí produce mucho fruto (Jn 15,5): La permanencia, la constancia, la fidelidad. En una sociedad tan cambiante, tan mutante este aspecto es fundamental. La Eucaristía, presencia permanente de Cristo entre nosotros nos posibilita el cumplimiento de este deseo de Cristo. Como sarmientos unidos a la vid, cristianos unidos a Cristo en la Eucaristía. Recibiendo su savia divina que nos vivifica. En la vida


cristiana como en otros muchos aspectos, la clave de la estabilidad está en la permanencia, en no dejarnos arrastrar ni bambolear al imperio de las modas, de las corrientes culturales, políticas, estéticas, imperantes en cada momento. No debemos ser cañas al viento, sino piedras vivas sostenidas por la piedra angular que es Cristo, la roca firme cimiento de toda la Iglesia. Unidos a la vid, nosotros sarmientos produciremos los frutos propios de una vid, los frutos sabrosos nacidos de la fe y esperanza, edulcorados por el almíbar del amor. Si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí (Jn 15, 18): El mundo ama a los que son, piensan y actúan con los criterios del mundo. Pero nosotros, como nos enseñaron los apóstoles, tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres. En la comunión con Dios, en la unión íntima con Dios y con los hermanos edificamos el Reino de Dios y su justicia. Ese Reino con todos sus valores y transformaciones choca frontalmente con otros reinos. La reacción en ocasiones es cruenta, en otras esa violencia se traduce en exclusión, marginación, ridiculización. Pero ya lo dijeron los sabios de la antigüedad, “nada nuevo bajo el sol” y estamos advertidos por Cristo “primero lo hicieron conmigo”. Es una crónica anunciada que fue, que es y será. Tampoco podemos quejarnos tanto porque nosotros no hemos llegado a la sangre ni se nos ha pedido la vida como a los recientes mártires de nuestra Iglesia española. Lo que sí es cierto, que sin la perfecta comunión con Cristo, prototipo del “justo sufriente” del “inocente perseguido” de “las víctimas de todos los tiempos” y sin la comunión con su cuerpo que es la Iglesia, para recibir los beneficios de la oración de los santos es difícil no sucumbir a las coacciones, a los acosos y presiones de los “reinos de este mundo” que quisieran sofocar con sus modas culturales, leyes injustas y discriminatorias al Reino de Dios. Cristo celebra la última Cena, la primera Eucaristía y luego marcha al martirio, al sacrificio de amor. Nuestros mártires han seguido sus pasos. Después de celebrar la Eucaristía como preparación, han ido


a dar la vida sin miedo, entre cantos de esperanza, a manos de sus intolerantes ejecutores que han quedado admirados de cómo se puede morir perdonando y amando “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Hemos sacado el perfil del creyente eucarístico. Este perfil no corresponde a una vocación concreta, ni a un sector de la Iglesia. Es el perfil del cristiano, de todo cristiano y de la Iglesia entera porque es su sustento y en él se juega su propia existencia: Amor hasta el extremo Servicio y entrega incondicionados Encontrar el rostro de Cristo en los hermanos Esperanza y confianza para afrontar la vida Una vida en camino, con verdad y justicia Una fe obediente Permanecer unidos a Cristo Superación de las presiones exteriores Construcción del Reino de Dios

Todo esto corre y mana de la fuente de la Eucaristía, y este río de agua viva de la presencia de Cristo debe fluir por los afluentes de las familias cristianas, de los consagrados, de los sacerdotes. Debe correr por cada cristiano, sea niño, joven, adulto, anciano, esté sano, enfermo, tenga puestos de responsabilidad y autoridad sobre los demás o sea un ciudadano de a pie. Esta era la fuerza de la Iglesia primitiva, una fuerza arrasadora por la claridad de sus convicciones, por la coherencia de sus vidas, por los valores sólidos que ofrecían. Ha quedado la huella en el nuevo testamento con esta expresión “mirad cómo se aman”. Tardaron en aceptarlos, pero el tiempo da la razón y pone a cada uno en su lugar. El imperio romano cayó como un castillo de


naipes, con toda su gloria, con todos sus ejércitos, con todos sus dioses, villas, palacios y templos. Los cristianos emergieron como una nueva forma de vida y de pensamiento e impresionaron unos cimientos tan sólidos que llegan hasta nuestros días en la mentalidad y en la cultura de occidente aún cuando se les quiera quitar el nombre de cristianos, no dejan de serlo. Vosotros, queridos adoradores y adoradoras vais construyendo también vuestra historia, vuestra vida en la Iglesia de Andujar. Comenzasteis allá por el mes de noviembre de 1877, una de las primeras de España y la más antigua de la diócesis de Jaén. Sería el congreso Eucarístico de Valencia quien os dotase de estatutos y ritos para estar aun más en comunión como movimiento eucarístico. Unos años más tarde, un fruto nace en la Iglesia de Valencia. La Adoración Nocturna Femenina, llegando 60 años después a Andujar que la instituye en Febrero de 1985. 125 años de ANE, 25 años de ANFE, qué riqueza para todos, cuántas vigilias, cuántas noches de oración y de sacrificio. Vigilias de Espigas, Iglesia adoradora en la calle hasta la madrugada alfombrando la ciudad con el perfume de las oraciones y el incienso, sacando sus mejores galas porque es Cristo quien pasa. Corpus Christi, procesión impresionante de adoradores divinos. Vuestros cultos conmemorativos, el triduo de los próximos días y el broche de oro, la Vigilia Extraordinaria presidida por nuestro pastor. Qué semilla tan estupenda sembró D. Luis Trelles y Noguerol que tan buenos frutos ha dado en tantísimo turnos diseminados por nuestra madre Iglesia. Nuestra gratitud a todos esos hombres y mujeres adoradores que nos han pasado el testigo y que ya partieron hacia la Eucaristía Eterna, contemplación sin velos del Amor de los amores. Nuestra


gratitud a los que hoy seguís con la mano en el arado, sin desfallecer y con la tranquilidad gozosa del trabajo bien hecho. Nuestra mirada en los niños y jóvenes que deben de ser nuestro relevo como adoradores, adoradoras y consiliarios. Sembremos entre ellos con palabras y obras, presentémoslos al Señor en nuestra oración e invitémoslos a esos momentos de adoración e intimidad y amor con el que más nos quiere, Jesús Sacramentado, quien descubrió San Tarsicio, aun siendo un niño, como para dar la vida por El antes que permitir que alguien lo profanase. Os animo adoradores y adoradoras a seguir surcando las noches con vuestras oraciones y sacrificios. A no abandonar la oración y la contemplación, la meditación, el gusto por la Eucaristía. A no dejar de asombraros ante un misterio tan bello de presencia del Dios vivo en los humildes dones del pan y del vino. Para los que os observan con admiración o con disgusto sois igualmente un signo de luz o de contradicción. Seguro que os interrogan, especialmente en las noches de más inclemencia, diciendo ¿a dónde vas con la noche que hace? ¿Qué necesidad de salir a estas horas? Si a Dios se le puede rezar también en la casa… Así quiero terminar mi exaltación a Jesús Sacramentado, amor de mis amores. Mi exaltación a todos los adoradores y adoradoras en estos 125 y 25 años de Adoración Nocturna en Andujar. Mi exaltación a todos los que aman a Cristo Eucaristía y hacen de él centro de sus vidas:

¿Dónde vas adorador deambulando por las calles al terminar el día?


¿Dónde vas adorador con el frío invernal o el bochorno estival?

¿Dónde vas adorador cansado por el trabajo de un día agotador?

Voy en busca del Sagrario Voy en busca del Altar Del Amor de los amores Del que me ama de verdad

No me interrogues hermano, Ven y verás, Cuando te encuentres con Cristo Ya no me interrogarás. He dicho. En la ciudad de Andújar a 30 de Enero de 2010 Mariano Cabeza Peralta Párroco de El Salvador de Baeza y Delegado Diocesano para el Culto Eucarístico


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