Papa noviembre 2013

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Intervenciones del Papa Francisco En Roma

MES DE NOVIEMBRE, 2013


Intervenciones del Papa Francisco en Roma

Fiesta de Todos los Santos (Ángelus): La meta no es la muerte, sino el paraíso

Los santos han visto el rostro de Dios en los más pequeños y despreciados y ahora lo contemplan su gloria. Nunca odiar, sino servir a los otros. La santidad es una vocación para todos 01 de noviembre de 2013 Queridos hermanos y hermanas: La fiesta de Todos los Santos que hoy celebramos nos recuerda que la meta de nuestra existencia no es la muerte, sino el paraíso. Lo escribe el apóstol Juan: “Lo que seremos no ha sido aún revelado. Sabemos entretanto que cuando él se haya manifestado, nosotros seremos similares a él, porque lo veremos como él es” (1Jn 3,2). Los santos, los amigos de Dios, nos aseguran que esta promesa no desilusiona. En su existencia terrena, de hecho, han vivido en comunión profunda con Dios. En el rostro de los hermanos más pequeños y despreciados han visto el rostro de Dios y ahora lo contemplan cara a cara en su belleza gloriosa. Los santos no son superhombres, ni han nacido perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Pero ¿qué les ha cambiado su vida? El amor de Dios, lo han seguido con todo el corazón, sin condiciones ni hipocresías. Han empleado su vida al servicio de los otros, han soportado el sufrimiento y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con bien, difundiendo alegría y paz. Esta es la vía de los santos: personas que por amor de Dios en su vida no le han puesto condiciones a él; no han sido hipócritas, han empleado su vida para servir al prójimo, han sufrido tantas adversidades, pero sin odiar. Los santos no han odiado nunca. ¿Han entendido bien esto?: el amor es de Dios, ¿pero el odio de donde viene? ¡El odio no viene de Dios, sino del diablo! Y los santos se han alejado del diablo. Los santos son hombres y mujeres que tienen la alegría en el corazón y la transmiten a los otros. Nunca odiar, sino servir a los otros, a los más necesitados, rezar y vivir en la alegría. ¡Este es el camino de la santidad! Ser santos no es un privilegio de pocos, como quien tuvo una gran herencia. Todos nosotros en el bautismo hemos recibido la herencia que nos permite ser santos. La santidad es una vocación para todos. Todos, por lo tanto, estamos llamados a caminar en el camino de la santidad y este camino tiene un nombre y un rostro: el rostro de Jesucristo. Él nos enseña a volvernos santos. Él en el evangelio nos muestra el camino: el de las beatitudes. El reino de los cielos, de hecho es para quienes no pone su seguridad en las cosas sino en el amor de Dios; para quienes tiene un corazón simple, humilde, no presumen de ser justos y no juzgan a los otros. Quienes saben sufrir con quien sufre y 2


Intervenciones del Papa Francisco en Roma alegrarse con quien se alegra, no son violentos, pero misericordiosos y tratan de ser operarios de reconciliación y de paz. El santo, la santa es artífice de reconciliación y de paz; ayuda siempre a la gente a reconciliarse y ayuda siempre para que haya paz. ¡Es así de linda la santidad; es un hermoso camino! Hoy, en esta fiesta, los santos nos dan un mensaje. Nos dicen: ¡tengan confianza en el Señor, porque el Señor no desilusiona! No desilusiona nunca, es un buen amigo a nuestro lado. Con su testimonio los santos nos alientan a no tener miedo de ir contracorriente o de ser incomprendidos o ser ridiculizados cuando hablamos de él y del evangelio. Nos demuestran con su vida que quien es fiel a Dios y a su palabra experimenta ya en esta tierra la calidez de su amor y después el 'ciento' en la eternidad. Esto es lo que esperamos y le pedimos al Señor para nuestros hermanos y hermanas difuntos. Con sabiduría la Iglesia puso en secuencia la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración de los espíritus beatos se une la oración de sufragio por cuantos nos precedieron en el paso de este mundo a la vida eterna. Confiamos nuestra oración a la intercesión de María Reina de todos los santos.

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Celebración en el cementerio de El Verano

La esperanza que significa el cielo. Anclar la vida a Jesús que nunca nos desilusiona 01 de noviembre de 2013 “Queridos hermanos y hermanas. (...) En este cementerio, nos recogemos y pensamos en nuestro futuro, pensemos en todos aquellos que se fueron, que nos precedieron en la vida y están en el Señor. Es tan linda esa visión del cielo que escuchamos en la primera lectura. El Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno, nos espera esto. Y quienes nos precedieron y murieron en el Señor están allá, proclaman que fueron salvados no por sus obras. Las hicieron, pero fueron salvados por el Señor. La salvación pertenece a nuestro Dios, es él quien nos salva y nos lleva de la mano como un papá y en el final de nuestra vida, a ese cielo en el que están nuestros antecesores. Uno de los ancianos hace una pregunta: ¿Quienes son estos vestidos de blanco, estos justos y estos santos que están en el Cielo? Son aquellos que vienen de la gran tribulación y lavaron sus vestidos volviéndolos cándidos en la sangre del cordero. Solamente podemos entrar en el cielo gracias al sangre del cordero, gracias a la sangre de Cristo. Es la sangre de Cristo que nos ha justificado y abierto las puertas del cielo. Y si hoy recordamos a estos hermanos y hermanas que nos precedieron en el cielo es porque fueron lavados por la sangre de Cristo. Y esta es nuestra esperanza, la esperanza en la sangre de Cristo y esta esperanza no nos desilusiona. Si vamos en la vida con el Señor, él no nos desilusiona nunca. Juan le decía a sus discípulos. Vean que gran amor tuvo el Padre para llamarnos hijos de Dios, lo somos. Por ello el mundo no nos conoce: somos hijos de Dios. Pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Y mucho más. Y cuando se habrá manifestado seremos similares a él porque lo veremos como él es. Ver a Dios, ser similares a Dios, esta es nuestra esperanza. Y hoy, justamente en el día de los santos, antes del día de los muertos es necesario pensar a la esperanza, esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos pintaban la esperanza con un ancla. Como si la vida fuera el ancla en aquella orilla y todos nosotros vamos sujetando la cuerda. Es una hermosa imagen esta esperanza. Tener el corazón anclado allá en donde están los nuestros, donde están nuestros antecesores, los santos, donde está Jesús y donde está Dios. Y esta es la esperanza, la esperanza que no desilusiona. Y hoy y mañana son días de esperanza. La esperanza es un poco como la levadura que hace ampliar el alma, pero hay momentos difíciles en la vida, pero el alma va adelante y mira lo que nos espera. Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios y también nosotros estaremos allí por pura gracia del Señor si caminamos por la vía de Jesús. Y concluye el apóstol: 'quien tiene esta esperanza en él se purifica a sí 4


Intervenciones del Papa Francisco en Roma mismo. La esperanza también nos purifica, nos aliviana, nos hace ir deprisa. Esta purificación en la esperanza en Jesucristo'. En este atardecer de hoy cada uno de nosotros puede pensar al ocaso de su vida. Pensemos, el mío, el tuyo, el tuyo, etc. Todos nosotros tendremos un atardecer, todos. ¿Lo miro con esperanza, con esa alegría de ser recibido por el Señor como es la del cristiano? Y esto nos da paz. Este es un día de gloria, pero de una gloria serena, tranquila, de la paz. Pensemos al atardecer de tantos hermanos y hermanos que nos antecedieron, pensemos a nuestro atardecer cuando llegará, y pensemos a nuestro corazón y preguntémonos: ¿dónde está anclado mi corazón? Y si no está anclado bien anclémoslo allá en aquella orilla, sabiendo que la esperanza no desilusiona, porque el Señor Jesús no desilusiona. 5


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Dejemos que Jesús nos llame por nuestro nombre

Invitación a dejarnos cambiar y transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne 03 de noviembre de 2013 Queridos hermanos y hermanas. ¡Buenos días! La página del evangelio de Lucas de este domingo nos muestra a Jesús que en su camino hacia Jerusalén entra en la ciudad de Jericó. Esta es la última etapa de una viaje que reasume en sí el sentido de toda la vida de Jesús, dedicada a intentar salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero cuanto más el camino se acerca a la meta, tanto más entorno de Jesús se va cerrando el círculo de hostilidad. Y mismo en Jericó sucedió uno de los eventos más gozosos narrados por san Lucas: la conversión de Zaqueo. Este hombre es una oveja perdida, es despreciado y 'excomulgado' porque es un publicano, más aún, el jefe de los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados ocupantes romanos, un ladrón y un explotador. Una 'linda figura...' es así. Impedido de acercarse a Jesús, probablemente debido a su mala fama y siendo pequeño de estatura, Zaqueo se trepa a un árbol para poder ver al Maestro que pasa. Este gesto exterior, un poco ridículo, expresa entretanto el acto interior del hombre que intenta ponerse por encima de la multitud para tener un contacto con Jesús. Zaqueo mismo, no entiende el sentido profundo de su gesto, no sabe bien por qué hace esto pero lo hace. Tampoco osa esperar que pueda ser superada la distancia que lo separa del Señor, se resigna a verlo solamente pasar. Pero Jesús cuando llega cerca de ese árbol lo llama por su nombre: 'Zaqueo, baja rápido, porque hoy voy a detenerme en tu casa”. Aquel hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús está como perdido en el anonimato. Pero Jesús lo llama y aquel nombre, Zaqueo, en el idioma de aquel tiempo tiene un hermoso significado lleno de alusiones. Zaqueo de hecho significa: Dios recuerda. Y Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de Jericó: porque también en aquel tiempo de habladurías había tanto. Y la gente decía: ¿pero cómo, con toda la buena gente que hay en la ciudad va a quedarse nada menos que a lo de aquel publicano? Sí, porque él estaba perdido y Jesús dice: 'Hoy en esta casa vino la salvación, porque también él es hijo de Abrahán'. En la casa de Zaqueo aquel día entró la alegría, entró la paz, entró la salvación, entró Jesús. No hay profesión ni condición social, no hay pecado o crimen de cualquier tipo que sea, que pueda borrar de la memoria y del corazón de Dios uno solo de sus hijos. Dios recuerda, siempre, no se olvida de nadie de los que ha creado; él es padre, siempre a la espera vigilante y amorosa con el deseo ver renacer en el corazón del hijo el deseo de volver a casa. Y cuando reconoce aquel deseo, aunque fuera solamente dado a entender, y tantas veces casi inconsciente, le está a su lado y con su perdón vuelve más leve el camino de la conversión y del regreso. 6


Intervenciones del Papa Francisco en Roma Miremos a Zaqueo hoy en el árbol, ridículo, pero es un gesto de salvación, pero yo te digo a ti, si tú tienes un peso sobre tu consciencia, si tú tienes vergüenza de tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes, piensa que alguien te espera porque nunca ha dejado de acordarse de ti, de recordarte, y ese es tu padre Dios. Trépate, como ha hecho Zaqueo, sube sobre el árbol del deseo de ser transformado. Yo les aseguro que que no serán desilusionados. Jesús, es misericordioso y nunca se cansa de perdonarnos. Así es Jesús. Queridos hermanos y hermanas, dejemos nosotros también que Jesús nos llame por nuestro nombre. En lo profundo de nuestro corazón escuchemos su voz que nos dice: 'Hoy tengo que quedarme en tu casa', yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, o sea en tu vida. Recibámoslo con alegría. El puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un dono de amor. Jesús puede hacerlo, déjate mirar por Jesús. 7


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Las llagas de Jesús nos hacen sentir su misericordia Homilía del papa en la misa en el Vaticano por los obispos y cardenales difuntos 04 de noviembre de 2013 "Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor". (San Pablo) El apóstol presenta el amor de Dios como el motivo más profundo, invencible, de la confianza y de la esperanza cristianas". Pablo afirma con seguridad que si también toda nuestra existencia está rodeada de amenazas, nada podrá separarnos nunca del amor que Cristo ganó por nosotros, donándose totalmente. E incluso las potencias demoníacas, hostiles al hombre, resultan impotentes frente a la íntima unión de amor entre Jesús y quien lo acoge con fe. Y esta realidad de amor fiel, nos ayuda a afrontar con serenidad y fuerza el camino de cada día. El pecado del hombre es lo único que puede interrumpir está unión, pero también en este caso Dios lo buscará siempre, lo perseguirá para restablecer con él una unión que perdura incluso después de la muerte, es más, un unión que en el encuentro final con el Padre alcanza el culmen. La pregunta que muchos nos hacemos frente a la muerte de un ser querido, ¿qué será de su vida, de su trabajo, de su servicio a la Iglesia? La respuesta está en el libro de la Sabiduría: ¡están en las manos de Dios! La mano es signo de acogida y de protección, es signo de una relación personal de respeto y de fidelidad: dar la mano, estrechar la mano. Por eso estos obispos y cardenales que hoy recordamos, que han dedicado su vida al servicio de Dios y de los hermanos están en las manos de Dios. También los pecados, nuestros pecados están en las manos de Dios, esas manos son misericordiosas, manos 'heridas' de amor. No es casualidad que Jesús haya querido conservar las llagas de sus manos para hacernos sentir su misericordia. Y esta realidad, llena de esperanza, es la perspectiva de la resurrección final, de la vida eterna, a la cual están destinados los 'justos', los que acogen la Palabra de Dios y son dóciles a su Espíritu. Los obispos y cardenales difuntos son hombres dedicados a su vocación y a su servicio a la Iglesia, que han amado como se ama a una esposa. Que el Señor les acoja en su reino de luz y de paz. 8


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No contentarse con estar en la lista de los cristianos

La invitación del Señor a formar parte de la Iglesia es para todos 05 de noviembre de 2013 La esencia cristiana es una invitación a la fiesta. La Iglesia no es solo para las personas buenas, la invitación a formar parte afecta a todos. A la fiesta del Señor, se participa totalmente y con todos, no se puede hacer una selección. Los cristianos no pueden contentarse con estar en la lista de los invitados, si no es como quedarse fuera de la fiesta. Las lecturas del día nos muestran el documento de identidad del cristiano”. En este sentido, ante todo la esencia cristiana es una invitación: solo nos convertimos en cristianos si somos invitados. Se trata de una invitación gratuita, a participar, que viene de Dios. Para entrar en esta fiesta, no se puede pagar: o estás invitado o no puedes entrar. Si en nuestra conciencia no tenemos esta certeza de ser invitados, entonces no hemos entendido qué es un cristiano: Un cristiano es uno que está invitado. ¿Invitado a qué? ¿A una tienda? ¿Invitado a dar un paseo? El Señor nos quiere decir algo más: ‘¡Tú estás invitado a la fiesta!’ El cristiano es aquel que está invitado a una fiesta, a la alegría, a la alegría de ser salvado, a la alegría de ser redimido, a la alegría de participar de la vida con Jesús. ¡Ésta es una alegría! ¡Tú estás invitado a la fiesta! Se entiende, una fiesta es una reunión de personas que hablan, ríen, festejan, son felices. Es una reunión de personas. Entre personas normales, mentalmente normales, no he visto jamás a uno que festeje a solas, ¿no? ¡Eso sería un poco aburrido! Abrir la botella de vino… Ésta no es una fiesta, es otra cosa. Se festeja con los demás, se festeja en familia, se festeja con los amigos, se festeja con las personas que han sido invitadas, como yo he sido invitado. Para ser cristiano se necesita una pertenencia y pertenece a este Cuerpo esta gente que ha sido invitada a la fiesta: ésta es la pertenencia cristiana. Esta fiesta es una fiesta de unidad. Todos están invitados, buenos y malos. Así, los primeros a ser llamados son los marginados: La Iglesia no es la Iglesia sólo para las personas buenas. ¿Queremos decir quién pertenece a la Iglesia, a esta fiesta? Los pecadores, todos nosotros, pecadores, hemos sido invitados. ¿Y aquí qué hacemos? Se hace una comunidad, que tiene dones diferentes: uno tiene el don de la profecía, el otro el ministerio, aquí un profesor… Aquí ha surgido. Todos tienen una cualidad, una virtud. Pero la fiesta se hace llevando lo que tengo en común con todos… En la fiesta se participa, se participa totalmente. No se puede entender la existencia cristiana sin esta participación. Es una participación de todos nosotros. ‘Voy a la fiesta, pero me detengo sólo en la primera sala de estar, porque tengo que estar sólo con tres o cuatro que conozco y los demás…’ ¡Esto no se puede hacer en la Iglesia! ¡O entras con todos o permaneces fuera! Tú no puedes hacer una selección: la Iglesia es para todos, empezando por los que he dicho, los más marginados. ¡Es la Iglesia de todos!. 9


Intervenciones del Papa Francisco en Roma Es la Iglesia de los invitados: Estar invitados, participar en una comunidad con todos. Pero, ha observado, en la parábola narrada por Jesús leemos que los invitados, uno tras otro, empiezan a encontrar escusas para no ir a la fiesta. “¡No aceptan la invitación! Dicen que sí, pero no lo hacen. Ellos son los cristianos que se conforman sólo con estar en la lista de los invitados: cristianos enumerados. Pero esto no es suficiente, porque si no se entra en la fiesta no se es cristiano. ¡Tú estarás en la lista, pero esto no sirve para tu salvación! Ésta es la Iglesia: entrar en la Iglesia es una gracia; entrar en la Iglesia es una invitación. Y este derecho, ha añadido, no se puede comprar. Entrar en la Iglesia es hacer comunidad, comunidad de la Iglesia; entrar en la Iglesia es participar de todo aquello que tenemos, de las virtudes, de las cualidades que el Señor nos ha dado, en el servicio del uno para el otro. Y además: entrar en la Iglesia significa estar disponible para aquello que el Señor Jesús nos pide. En definitiva, entrar en la Iglesia es entrar en este Pueblo de Dios, que camina hacia la eternidad. Ninguno es protagonista en la Iglesia: pero tenemos Uno que ha hecho todo. ¡Dios es el protagonista!. Todos nosotros vamos detrás de Él y quien no va detrás de Él, es uno que se excusa y no va a la fiesta: El Señor es muy generoso. El Señor abre todas las puertas. También el Señor comprende al que dice: ‘¡No, Señor, no quiero ir contigo!’ Lo entiende y espera, porque es misericordioso. Pero al Señor no le gusta ese hombre que dice ‘sí’ y hace ‘no’; que finge agradecerle por tantas cosas bonitas, pero en realidad va por su camino; que tiene buenas formas, pero hace su propia voluntad y no la del Señor: aquellos que siempre se excusan, aquellos que no conocen la alegría, que no experimentan la alegría de la pertenencia. Pidamos al Señor esta gracia: entender bien cuanto es hermoso ser invitados a la fiesta, cuanto es hermoso estar con todos y compartir con todos las propias cualidades, cuanto es hermoso estar con Él y que feo es jugar entre el ‘sí’ y el ‘no’, decir que ‘sí’, pero conformarme con estar sólo enumerado en la lista de los cristianos”. 10


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Profundiza sobre la comunión de los santos. Para vivir la vocación cristiana: sacramentos, carismas y caridad Catequesis de los miércoles. 06 de noviembre de 2013. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El miércoles pasado hablé de la comunión de los santos, entendida como comunión entre las personas santas, es decir entre nosotros, creyentes. Hoy quisiera profundizar otro aspecto de esta realidad. Recordad que había dos aspectos: uno la comunión entre nosotros (hagamos comunidad) y el otro aspecto es la comunión en los bienes espirituales, es decir la comunión de las cosas santas. Los dos aspectos están estrechamente conectados entre sí; de hecho la comunión entre los cristianos crece mediante la participación a los bienes espirituales. En especial consideramos: los sacramentos, los carismas y la caridad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 949-­‐953). Nosotros crecemos en unidad, en comunión con los Sacramentos, los carismas que cada uno tiene porque se los ha dado el Espíritu Santo, y la caridad. Sacramentos Antes que nada, la Comunión en los Sacramentos. Los Sacramentos expresan y llevan a cabo una efectiva y profunda comunión entre nosotros, ya que en ellos encontramos a Cristo Salvador y, a través de Él, a nuestros hermanos en la fe. Los Sacramentos no son apariencias, no son ritos, los sacramentos son la fuerza de Cristo, está Jesucristo en los Sacramentos. Cuando celebramos la Misa, en la Eucaristía, está Jesús vivo, muy vivo, que nos reúne, nos hace comunidad, nos hace adorar al Padre. Cada uno de nosotros, de hecho, mediante el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, está incorporado a Cristo y unido a toda la comunidad de los creyentes. Por tanto, si por un lado está la Iglesia que “hace” los Sacramentos, por otro lado están los Sacramentos que “hacen” a la Iglesia, la edifican, generando nuevos hijos, agregándolos al pueblo santo de Dios, consolidando su pertenencia. Cada encuentro con Cristo, que en los Sacramentos nos da la salvación, nos invita a “ir” y comunicar a los demás una salvación que hemos podido ver, tocar, encontrar, acoger y que es verdaderamente creíble porque es amor. En este sentido, los Sacramentos nos empujan a ser misioneros y, el compromiso apostólico de llevar al Evangelio en todos los ambientes, también en los más hostiles, constituye el fruto más auténtico de una asidua vida sacramental, en cuanto que es participación en la iniciativa salvífica de Dios, que quiere dar a todos la salvación. La gracia de los Sacramentos alimenta en nosotros una fe fuerte y gozosa, una fe que sabe sorprenderse de las “maravillas” de Dios y sabe resistir a los ídolos del mundo. 11


Intervenciones del Papa Francisco en Roma Por esto, es importante tomar la Comunión, importante que los niños sean bautizados pronto, importante que reciban la Confirmación. ¿Por qué? Porque es la presencia de Jesucristo en nosotros, que nos ayuda. Es importante, cuando nos sentimos pecadores, ir al Sacramento de la Reconciliación, “Pero Padre, tengo miedo, porque el cura me reñirá”. ¡No! No te reñirá el cura, porque ¿sabes a quien encontrarás allí, en el Sacramento de la Reconciliación? A Jesús, a Jesús que te perdona, es Jesús el que te espera allí, y esto es un Sacramento y esto hace crecer a toda la Iglesia. Carismas Un segundo aspecto de la comunión con las cosas santas es la comunión de los carismas. El Espíritu Santo dispensa a los fieles una multitud de dones y de gracias espirituales; esta riqueza “fantasiosa” de los dones del Espíritu Santo está dirigida a la edificación de la Iglesia. Los carismas (es una palabra algo difícil), los carismas son los regalos que nos da el Espíritu Santo, un regalo que puede ser una manera, una habilidad o una posibilidad, pero son regalos que da, pero nos los da, no para que estén escondidos, nos da estos regalos para compartirlos con los demás. Por tanto no se dan a beneficio de quien los recibe, sino para la utilidad del pueblo de Dios. Si un carisma, sin embargo, sirve para afirmarse a uno mismo, existen dudas de que se trate un auténtico carisma o que se esté viviendo fielmente. En efecto, ¿qué son los carismas? Son gracias especiales, dadas a algunos para hacer el bien a los demás. Son actitudes, inspiraciones e impulsos interiores, que nacen en la conciencia y en la experiencia de determinadas personas, que están llamadas a ponerlos al servicio de la comunidad. En particular, estos dones espirituales benefician a la santidad de la Iglesia y a su misión. Todos estamos llamados a respetarlos en nosotros y en los demás, a acogerlos como estímulos útiles para una presencia y una obra fecunda de la Iglesia. San Pablo advertía: “No apaguéis el Espíritu” (1Ts 5, 19). No apaguéis el Espíritu, el Espíritu que nos da estos regalos, estas habilidades, estas virtudes, estas cosas tan bellas que hacen crecer a la Iglesia. ¿Cuál es nuestra actitud frente a estos dones del Espíritu Santo? ¿Somos conscientes de que el Espíritu de Dios es libre de darlos a quien quiere? ¿Los consideramos una ayuda espiritual, a través de la cual el Señor sostiene nuestra fe, la refuerza, y también refuerza nuestra misión en el mundo? Caridad Y llegamos al tercer aspecto de la comunión en las cosas santas, es decir la comunión de la caridad, la unidad entre nosotros que hace la caridad, el amor. Los paganos que veían a los primeros cristianos decían: “Pero estos, ¡cómo se aman! ¡cómo se quieren! ¡no se odian! ¡No murmuran unos contra otros! ¡Es bueno esto! La caridad es el amor de Dios que el Espíritu Santo nos da en el corazón.

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Intervenciones del Papa Francisco en Roma Los carismas son importantes en la vida de la comunidad cristiana, pero son siempre medios para crecer en la caridad, en el amor, que San Pablo coloca por encima del resto de carismas (cfr 1 Cor 13,1-­‐13). Sin el amor, de hecho, incluso los dones más extraordinarios son vanos. “¡Este hombre cura a la gente! Tiene esta cualidad, tiene esta virtud”… Cura a la gente ¿pero tiene amor en su corazón? ¿Tiene caridad? Si la tiene: ¡Adelante! Si no la tiene: no sirve a la Iglesia. Sin el amor todos los dones no sirven a la Iglesia porque donde no hay amor, hay un vacío. Un vacío que se llena con el egoísmo y os pregunto: si todos nosotros somos egoístas, solamente egoístas ¿podemos vivir en paz en nuestra comunidad? ¿Se puede vivir en paz si todos somos egoístas? ¿Se puede o no? ¡No se puede! Por eso es necesario el amor que nos une, la caridad. El más pequeño de nuestros gestos de amor tiene buenos efectos en todos. Por tanto, vivir la unidad de la Iglesia, la comunión de la caridad, significa no buscar nuestro propio interés, significa compartir los sufrimientos y las alegrías de los hermanos (cf. 1 Cor 12,26), preparados para lleva el peso de los más débiles y pobres. Esta solidaridad fraterna no es una figura retórica, una manera de decir, sino que es parte integrante de la comunión entre los cristianos. Si la vivimos, somos en el mundo un signo, somos “sacramento” del amor de Dios. Lo somos los unos por los otros ¡y lo somos por todos! No se trata sólo de la pequeña caridad que podemos ofrecernos mutuamente, se trata de algo más profundo: es una comunión que nos hace capaces de entrar en la alegría y en el dolor de los demás para hacerlos nuestros de forma sincera. A menudo estamos demasiado secos, indiferentes, distantes y en vez de transmitir fraternidad, transmitimos mal humor, transmitimos frialdad, transmitimos egoísmo. ¿Con el malhumor, la frialdad y el egoísmo, se puede hacer crecer a la Iglesia? ¿Se puede hacer crecer toda la Iglesia? ¡No! ¡Con el mal humor, la frialdad y el egoísmo la Iglesia no crece! Crece sólo con el amor, con el amor que viene del Espíritu Santo. El Señor nos invita a abrirnos a la comunión con Él, en los Sacramentos, en los carismas y en la caridad, ¡para vivir dignamente nuestra vocación cristiana! Ahora me permito pediros un acto de caridad. Estad tranquilos que no se pasa la colecta… Sino un acto de caridad. Antes de venir a la plaza, he ido a visitar a una niña de un año y medio que tiene una enfermedad gravísima. Su papá, su mamá rezan, piden al Señor la salud de esta bella niña, se llama Noemí, ¡sonreía, pobrecita! Hagamos un acto de amor, no la conocemos, pero es una niña bautizada, es una de nosotros, una cristiana. Hagamos un acto de amor por ella. En silencio, pidamos por ella al Señor, que le dé la salud. En silencio, un minuto, después rezaremos el Avemaría. Recemos a la Virgen por la salud de Noemí. Dios te salve María… ¡Gracias por este acto de caridad! 13


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Dios tiene debilidad de amor por los que se han perdido

Dios no sabe perder y siempre buscará a los alejados 07 de noviembre de 2013 La alegría de Dios es encontrar a la oveja perdida, porque tiene una debilidad de amor por los que se han perdido. Para comentar la parábola de la oveja perdida y de la moneda perdida, la actitud de los escribas y los fariseos que se escandalizaban de las cosas que Jesús hacía y murmuraban contra Él: Este hombre es un peligro, come con los publicanos y los pecadores, ofende a Dios, profana el ministerio del profeta... para acercarse a esta gente. A esta hipocresía murmuradora, Jesús responde con una palabra: A la murmuración Él responde con una palabra alegre. Cuatro veces en este pequeño pasaje, aparece la palabra alegría o felicidad: tres veces alegría y una felicidad. Este es el mensaje más profundo de esto: la alegría de Dios, que es un Dios al que no le gusta perder, no es un buen perdedor y por esto, no pierde, sale de sí y va, busca. Es un Dios que busca: busca a todos aquellos que están lejos de Él. Como el pastor, que va a buscar a la oveja perdida. Así, el trabajo de Dios es ir a buscar para invitar a la fiesta a todos, buenos y malos. Él (Dios) no tolera perder a uno de los suyos. Pero esta será también la oración de Jesús, en el Jueves Santo: 'Padre, que no se pierda ninguno de los que Tú me has dado'. Es un Dios que camina para buscarnos y tiene una cierta debilidad de amor por los que están más alejados, que se han perdido... Va y los busca. ¿Y cómo busca? Busca hasta el final, como estos pastores que van en la oscuridad, buscando, hasta que la encuentra; o como la mujer, que cuando pierde la moneda enciende la lámpara, barre la casa y busca con cuidado. Así busca Dios. 'Pero este hijo no lo pierdo, eso mío! Y no quiero perderlo'. Pero este es nuestro Padre: siempre nos busca. Y cuando Dios encuentra la oveja y la lleva de nuevo al redil junto a las otras, en ese momento nadie debe decir: tú eres la perdida, sino tú eres una de nosotros, porque le da de nuevo toda la dignidad. La alegría de Dios no es la muerte del pecador, sino su vida: es la alegría. ¡Que lejos estaba esta gente que murmuraba contra Jesús, que lejos del corazón de Dios! No lo conocían. Creían que ser religiosos, que ser personas buenas fuese ir siempre bien, también educados y muchas veces fingir ser educados, ¿no? Esta es la hipocresía de la murmuración. Sin embargo, la alegría del Padre Dios es la del amor: nos ama. '¡Pero yo soy un pecador, he hecho esto, esto, esto...!' 'Pero yo te amo igual y voy a buscarte y te llevo a casa. Este es nuestro Padre. 14


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La corrupción quita la dignidad'

Rezar por los hijos que reciben 'pan sucio' de sus padres, o sea bienes ganados con el soborno y la corrupción 08 de noviembre de 2013 Cuando nosotros pensamos en nuestros enemigos, realmente pensamos antes en el demonio, porque es precisamente el que nos hace mal. La atmósfera, el estilo de vida gusta mucho al demonio y esta mundanidad: vivir según los valores -­‐entre comillas-­‐ del mundo. Y este administrador es un ejemplo de mundanidad. Alguno de vosotros podría decir: '¡pero, este hombre ha hecho lo que hacen todos! ¡Pero todos, no! Algunos administradores, administraciones de empresas, administradores públicos, algunos administradores de gobierno... Quizá no son muchos. Pero es un poco esa actitud del camino más corto, más cómodo para ganarse la vida. En la parábola del Evangelio, el patrón alaba al administrador deshonesto por su 'astucia'. Esta es una alabanza al 'soborno'. Y la costumbre del soborno es una costumbre mundana y fuertemente pecadora. Es una costumbre que no viene de Dios: ¡Dios nos ha pedido llevar el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo llevaba, pero ¿cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio! Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, quizá crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como comida, porque su padre, llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza quizá con un pequeño soborno, ¡pero es como la droga!. La costumbre del soborno se convierte en dependencia. Pero si hay un 'astucia mundana' hay también una 'astucia cristiana, de hacer las cosas un poco esbeltas... no con el espíritu del mundo', pero honestamente. Es esto lo que dice Jesús cuando invita a ser astutos como las serpientes y sencillos como las palomas: poner juntas estas dos dimensiones es una gracia del Espíritu Santo, un don que debemos pedir. Para finalizar, uizá hoy nos hará bien a todos nosotros rezar por tantos niños y jóvenes que reciben de sus padres pan sucio: también estos están hambrientos, ¡están hambrientos de dignidad! Rezar para que el Señor cambie el corazón de estos devotos del dios soborno y se den cuenta que la dignidad viene del trabajo digno, del trabajo honesto, del trabajo de cada día y no de esos caminos más fáciles que al final te lo quitan todo. Y después terminar como ese otro del Evangelio que tenía graneros, tantos silos llenos y no sabía qué hacer: 'Esta noche deberás morir', ha dicho el Señor. Esta pobre gente que ha perdido la dignidad por la práctica del soborno solamente lleva consigo no el dinero que ha ganado, ¡sino la falta de dignidad! ¡Rezamos por ellos!". 15


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La relación de Dios con cada uno es más fuerte que la muerte

La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: esa supera nuestra imaginación, porque Dios nos asombra continuamente 10 de noviembre de 2013 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que se enfrenta a los saduceos, quienes negaban la resurrección. Y es justamente sobre este tema que ellos interrogan a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridicularizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: 'Una mujer tuvo siete maridos, muerto uno después del otro', y le preguntan a Jesús: 'De quién será esposa esta mujer después de su muerte?'. Jesús siempre manso y paciente les indica como primera cosa, que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella terrena. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión, en la cual entre otras cosas no existirá más el matrimonio, que está relacionado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados -­‐ dice Jesús-­‐ serán como los ángeles y vivirán en un estado diverso que ahora no podemos sentir ni imaginar. Y así lo Jesús explica. Pero después, por así decir, pasa al contraataque. Y lo hace citando la sagrada escritura, con una simplicidad y una originalidad que nos dejan llenos de amor hacia nuestro Maestro, ¡el único Maestro! La prueba de la resurrección, Jesús la encuentra en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente, allí en donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está unido a los nombres de los hombres y de las mujeres con los cuales Él se relaciona, y este nexo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir esto de la relación de Dios con nosotros. Él es nuestro Dios; Él es el Dios de cada uno de nosotros; como si Él llevara nuestro nombre, le gusta decirlo, y esta es la Alianza. He aquí por qué Jesús afirma: 'Dios no es de los muertos pero de los vivos, para que todos vivan en Él”. Esta es una ligación definitiva; la alianza fundamental es aquella con Jesús; Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido la muerte. En Jesús, Dios nos da la vida eterna, nos la da a todos, y todos gracias a Él tienen la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual. La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: esa supera nuestra imaginación, porque Dios nos asombra continuamente con su amor y con su misericordia. Por lo tanto sucederá lo contrario de lo que esperaban los saduceos. No es esta la vida que será referencia de la eternidad, a la otra vida que nos espera; pero es la eternidad, es esa la vida que ilumina y da esperanza a la vida terrena de cada uno de 16


Intervenciones del Papa Francisco en Roma nosotros. Si miramos solamente con mirada humana somos llevados a decir: el camino del hombre va de la vida hacia la muerte, eso se ve; pero eso es solamente si lo miramos con ojos humanos. Jesús invierte esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte hacia la vida: la vida plena; nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena y esa vida plena nos ilumina en nuestro camino. Por lo tanto la muerte se queda detrás de nuestras espaldas, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivos, el Dios de la Alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre, como Él dijo, yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y también en Dios con mi nombre, con tu nombre, con tu nombre con nuestro nombre. El Dios de los vivos. Está la definitiva derrota del pecado y de la muerte, el inicio de un nuevo tiempo de alegría y de luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la oración, en los sacramentos, en la fraternidad, nosotros encontramos a Jesús y su amor, y así podemos pregustar algo de la vida de la resurrección. La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. De hecho, si Dios es fiel y nos ama, no puede hacerlo en un tiempo limitado, la fidelidad es eterna, no puede cambiar, el amor de Dios es eterno y no puede cambiar, no es en un tiempo limitado, es para siempre, hacia adelante. Él es fiel para siempre y Él nos espera a cada uno de nosotros con esta fidelidad eterna. 17


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No es lícito robarle al Estado para ser benefactor de la Iglesia

Reconocernos pecadores. Ser corruptos nunca. Denuncia el escándalo de la 'doble vida' de algunos cristianos 11 de noviembre de 2013 Jesús no se cansa de perdonar y nos aconseja hacer lo mismo. Perdonar al hermano arrepentido, de la que habla el Evangelio de hoy. Cuando Jesús nos dice que perdonemos siete veces al día hace un retrato de sí mismo. Jesús perdona, pero en este relato del Evangelio dice también: 'Ay de los que escandalizan'. No habla de pecado sino de escándalo, que es otra cosa. Y añade que es mejor para él que se le ponga al cuello una rueda de molino y se le eche al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños. ¿Qué diferencia hay entre pecar y escandalizar? La diferencia es que quien peca y se arrepiente, pide perdón, se siente débil, se siente hijo de Dios, se humilla y pide la salvación a Jesús. Pero ¿el qué escandaliza?, ¿qué es lo que escandaliza? Que no se arrepiente. Continua pecando, pero disimula ser cristiano: la doble vida. Y la doble vida de un cristiano hace mucho daño. ‘¡Pero si yo soy un benefactor de la Iglesia! Me meto la mano en el bolsillo y doy limosna a la Iglesia’. Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres… Roba. Es un injusto. Esta es la doble vida. Y esto merece, dice Jesús, no lo digo yo, que le pongan al cuello una rueda de molino y sea echado al mar. No habla de perdón aquí. Y esto porque esta persona engaña y donde está el engaño, no está el Espíritu de Dios. Esta es la diferencia entre pecador y corrupto. Quien lleva una doble, es un corrupto. Distinto es quien peca y quisiera no pecar, pero es débil y va al Señor y le pide perdón: ¡A este el Señor le quiere mucho! Lo acompaña, está con él. Debemos reconocernos pecadores, sí, todos. Todos lo somos. Corruptos no. El corrupto está fijo en un estado de suficiencia, no sabe lo que es la humildad. Jesús, a estos corruptos, les decía: ‘La belleza de ser sepulcros blanqueados’, que parecen bellos por fuera, pero por dentro están llenos de huesos muertos y de putrefacción. Y un cristiano que alardea de ser cristiano, pero no hace vida de cristiano, es uno de estos corruptos […] Todos conocemos a alguien que está en esta situación y ¡cuánto mal hacen a la Iglesia! Cristianos corruptos, sacerdotes corruptos… ¿Cuánto mal hacen a la Iglesia! Porque no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad. San Pablo lo dice claramente en la Carta a los cristianos de Roma: 'No os conforméis a este mundo. Incluso el texto original es más fuerte, porque afirma 'no entréis en el esquema de este mundo, en los parámetros de este mundo. Esquemas que son mundanidad que te lleva a la doble vida. Una putrefacción barnizada: esta es la vida del corrupto. Y Jesús, sencillamente, no llamaba ‘pecadores’ a estos, sino ‘hipócritas’. 18


Intervenciones del Papa Francisco en Roma Y qué bello lo otro ¿no? Si peca contra ti siete veces y las siete veces te dice: ‘Me he arrepentido, soy un pecador’, tú le perdonarás. Es lo que Él hace con los pecadores. Él no se cansa de perdonar, solo con la condición de no querer llevar esta doble vida, de ir hacia Él arrepentidos: ‘¡Perdóname, Señor, soy un pecador!’. ‘Pero sigue adelante: yo lo sé’. Así es el Señor. Pidamos hoy la gracia al Espíritu Santo que huye de todo engaño, pidamos la gracia de reconocernos pecadores: somos pecadores. Pecadores, sí. Corruptos, no.

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Cuando Dios nos reprende no es una bofetada, sino una caricia

Confiémonos en las manos de Dios, como un niño se confía en las manos de su papá 12 de noviembre de 2013 Dios ha creado el hombre para la incorruptibilidad, pero por la envidia del diablo ha entrado la muerte en el mundo. La envidia del diablo ha hecho posible que comenzase esta guerra, este camino que termina con la muerte. Esta última, ha entrado en el mundo y la experimentan aquellos que le pertenecen. Es una experiencia que hacemos todos: Todos tenemos que pasar por la muerte, pero una cosa es pasar por esta experiencia con una pertenencia al diablo y otra cosa es pasar por esta experiencia de la mano de Dios. Y a mí me gusta escuchar esto: ‘Estamos en las manos de Dios desde el principio’. La Biblia no explica la Creación, usando una imagen hermosa: Dios, con sus manos nos hace del barro, de la tierra, a su imagen y semejanza. Son las manos de Dios las que nos han creado: el Dios artesano. Como un artesano nos ha hecho. Estas manos del Señor… Las manos de Dios, que no nos abandonan. La Biblia narra cómo el Señor le dice a su pueblo: 'Yo camino contigo, como un papá con su hijo, llevándolo de la mano'. Son las manos de Dios las que nos acompañan en el camino. Nuestro Padre, como un Padre con su hijo, nos enseña a caminar. Nos enseña a ir por el camino de la vida y de la salvación. Son las manos de Dios las que nos acarician en los momentos de dolor, nos consuelan. ¡Es nuestro Padre el que nos acaricia! Nos quiere mucho. Y también en estas caricias, muchas veces, está el perdón. Una cosa que me ayuda es pensar esto. Jesús, Dios, ha traído consigo sus llagas: se las hace ver al Padre. Este es el precio: ¡Las manos de Dios son manos llagadas por amor! Y esto nos consuela mucho. Muchas veces escuchamos decir a las personas que no saben en quien confiar: '¡Confíate en las manos de Dios!'. Esto es bello, porque allí estamos seguros: es la máxima seguridad, porque es la seguridad de nuestro Padre que nos quiere mucho. Las manos de Dios también nos curan de nuestras enfermedades espirituales. Pensemos en las manos de Jesús, cuando tocaba a los enfermos y los curaba… son las manos de Dios: ¡Nos curan! ¡No me imagino a Dios dándonos una bofetada! Reprendiéndonos sí me lo imagino, porque lo hace. Pero nunca, nunca nos hiere. ¡Nunca! Nos acaricia. También cuando nos reprende lo hace con una caricia, porque es Padre. ‘Las almas de los justos están en las manos de Dios’. Pensemos en las manos de Dios, que nos ha creado como un artesano, que nos ha dado la salud eterna. Son manos llagadas y nos acompañan en el camino de la vida. Confiémonos en las manos de Dios, como un niño se confía en las manos de su papá. ¡Esas son manos seguras!. 20


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El sacramento del Bautismo: la 'puerta' de la fe y la fuente de la vida cristiana Catequesis miércoles 13 de Noviembre Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En el Credo, a través del cual todos los domingos hacemos nuestra profesión de fe, nosotros afirmamos: “Creo en un solo bautismo por el perdón de los pecados”. Se trata de la única referencia explícita a un Sacramento en el interior del Credo. Solo se habla del Bautismo allí. En efecto el Bautismo es la “puerta” de la fe y de la vida cristiana. Jesús Resucitado dejó a los Apóstoles esta consigna: “Entonces les dijo: «Id por todo el mundo, anunciando la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16, 15-­‐16) La misión de la Iglesia es evangelizar y perdonar los pecados a través del sacramento bautismal. Pero volvamos a las palabras del Credo. La expresión se puede dividir en tres puntos: “creo”, “un solo bautismo”, “para la remisión de los pecados”. 1. «Creo». ¿Qué quiere decir esto? Es un término solemne que indica la gran importancia del objeto, es decir del Bautismo. En efecto, pronunciando estas palabras nosotros afirmamos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El Bautismo es, en un cierto sentido, el documento de identidad del cristiano, su acta de nacimiento. El acta de nacimiento a la Iglesia. Todos vosotros sabéis qué día nacisteis ¿verdad? Celebráis el cumpleaños, todos, todos nosotros celebramos el cumpleaños. Os haré una pregunta que ya os hice en otra ocasión ¿Quién de vosotros se acuerda de la fecha en que fue bautizado? Levantad la mano ¿quién de vosotros? Son pocos, ¡eh! ¡No muchos! Y no les pregunto a los obispos para no pasar vergüenza… ¡Son pocos! Hagamos una cosa, hoy, cuando volváis a casa, preguntad en que día fuisteis bautizados, investigadlo. Este será vuestro segundo cumpleaños. El primero es el cumpleaños a la vida y este será vuestro cumpleaños a la Iglesia. El día del nacimiento en la Iglesia ¿Lo haréis? Es una tarea para hacer en casa. Buscar el día en el que nacisteis. Y darle gracias al Señor porque nos ha abierto la puerta de la Iglesia, el día en el que fuimos bautizados. ¡Hagámoslo hoy! Al mismo tiempo, al Bautismo está ligada nuestra fe en la remisión de los pecados. El Sacramento de la Penitencia o Confesión es, de hecho, como un segundo “bautismo”, que recuerda siempre el primero para consolidarlo y renovarlo. En este sentido, el día de nuestro Bautismo es el punto de partida de un camino, de un camino bellísimo, de un camino hacia Dios, que dura toda la vida, un camino de conversión y que se sostiene continuamente por el Sacramento de la Penitencia. Pensad esto: cuando nosotros vamos a confesarnos de nuestras debilidades, de nuestros pecados, vamos a pedirle perdón a Jesús pero también a renovar este bautismo con este perdón. ¡Esto es bello! ¡Es como celebrar, en cada confesión, el día de nuestro bautismo! Así, la Confesión no supone sentarse en un sala de tortura. ¡Es una fiesta, una fiesta para celebrar el día del Bautismo! ¡La Confesión es para los bautizados! ¡Para tener limpio el vestido blanco de nuestra dignidad cristiana! 21


Intervenciones del Papa Francisco en Roma 2. Segundo elemento: «un solo bautismo». Esta expresión recuerda aquella de san Pablo “hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5). La palabra “bautismo” significa literalmente “inmersión”, y, de hecho, este Sacramento constituye una verdadera inmersión espiritual… ¿Dónde? ¿En la piscina? ¡No! En la muerte de Cristo. El Bautismo es exactamente una inmersión espiritual en la muerte de Cristo de la cual se resurge con Él como nuevas criaturas (cfr. Rm 6,4). Se trata de una baño de regeneración y de iluminación. Regeneración porque se realiza este nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual nadie puede entrar en el Reino de los Cielos (cfr. Jn 3,5). Iluminación porque, a través del Bautismo, la persona humana se colma de la gracia de Cristo, “luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) y destruye las tinieblas del pecado. Por esto en la ceremonia del Bautismo a los padres se les entrega un cirio encendido para simbolizar esta iluminación. El Bautismo nos ilumina desde dentro con la luz de Jesús. Por este don, el bautizado está llamado a convertirse él mismo en “luz” para los hermanos, especialmente para los que están en las tinieblas y no ven la luz en el horizonte de sus vidas. Probemos a preguntarnos: el Bautismo, para mí, ¿es un hecho del pasado, de ese día que vosotros hoy buscareis en casa para saber cuál es, o una realidad viva, que tiene que ver con mi presente, en todo momento? ¿Te sientes fuerte, con la fuerza que te da Cristo, con su Sangre, con su Resurrección? ¿Tú te sientes fuerte? O ¿te sientes débil? ¿Sin fuerzas? El Bautismo da fuerzas. Con el Bautismo, ¿te sientes un poco iluminado, iluminada con la luz que viene de Cristo? ¿eres un hombre o una mujer de luz? O ¿eres un hombre, una mujer oscuros, sin la luz de Jesús? Pensad en esto. Tomad la gracia del Bautismo, que es un regalo, es convertirse en luz, luz para todos. 3. Finalmente, un breve apunte sobre el tercer elemento: «para la remisión de los pecados». Recordad esto: profeso un solo bautismo, para el perdón de los pecados. En el sacramento del Bautismo se perdonan todos los pecados, el pecado original y todos los pecados personales, como también todas las penas del pecado. Con el Bautismo se abre la puerta a una efectiva novedad de vida que no está oprimida por el peso de un pasado negativo, sino que participa ya de la belleza y de la bondad del Reino de los cielos. Se trata de una intervención potente de la misericordia de Dios en nuestra vida, para salvarnos. Pero esta intervención salvífica no quita a nuestra naturaleza humana su debilidad; todos somos débiles y todos somos pecadores ¡No nos quita la responsabilidad de pedir perdón cada vez que nos equivocamos! Y esto es hermoso: yo no me puedo bautizar dos veces, tres veces, cuatro veces, pero sí puedo ir a la confesión. Y, cada vez que me confieso, renuevo la gracia del bautismo, es como si yo hiciera un segundo bautismo. El Señor Jesús, que es tan bueno, que nunca se cansa de perdonarnos, me perdona. Recordadlo bien, el bautismo nos abre la puerta de la Iglesia; buscad la fecha de bautismo. Pero, incluso cuando la puerta se cierra un poco, por nuestras debilidades y nuestros pecados, la confesión la vuelve a abrir, porque la confesión es como un segundo bautismo, que nos perdona todo y nos ilumina, para seguir adelante con la luz del Señor. Vayamos así adelante, alegres, porque la vida se debe vivir con la alegría de Jesucristo. Y esto es una gracia del Señor. Gracias. 22


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La curiosidad mundana nos aleja de la sabiduría de Dios

Sobre los presuntos videntes que reciben cartas de la Virgen. María no es una oficina de correos 14 de noviembre de 2013 Comentando la primera lectura del día de hoy, del Libro de la Sabiduría: 'El estado de ánimo del hombre y de la mujer espiritual', del verdadero cristiano y de la verdad cristiana vive en la sabiduría del Espíritu Santo. Y esta sabiduría le lleva adelante con este espíritu inteligente, santo, único y múltiple, sutil, ágil. Esto es caminar en la vida con este espíritu: el Espíritu de Dios, que nos ayuda a juzgar, a tomar decisiones según el corazón de Dios. Y este espíritu nos da paz, ¡siempre! Es el espíritu de paz, el espíritu de amor, es espíritu de fraternidad. Y la santidad es precisamente esto. Lo que Dios le pide a Abraham, 'Camina en mi presencia y sé intachable', es esto: esta paz. Ir bajo el movimiento del Espíritu de Dios y de esta sabiduría. Y ese hombre y esa mujer que caminan así, se puede decir que son un hombre y una mujer sabios. Un hombre sabio y una mujer sabia, porque se mueven bajo la movimiento de la paciencia de Dios. En el Evangelio nos encontramos delante de otro espíritu, contrario a este de la sabiduría de Dios: el espíritu de curiosidad. Es cuando nosotros queremos apropiarnos de los proyectos de Dios, del futuro, de las cosas; conocer todo, tener todo en la mano... Los fariseos preguntaron a Jesús: '¿cuándo vendrá el Reino de Dios?' ¡Curiosos! Querían conocer la fecha, el día... El espíritu de curiosidad nos aleja de la sabiduría, porque solamente interesan los detalles, las noticias, las pequeñas noticias de cada día. ¿Y cómo se hará esto? Y el cómo: ¡es el espíritu del cómo! Y el espíritu de la curiosidad no es un buen espíritu: es el espíritu de la dispersión, de alejarse de Dios, el espíritu de hablar demasiado. Y Jesús también va a decirnos una cosa interesante: este espíritu de curiosidad, que es mundano, nos lleva a la confusión. La curiosidad nos empuja a querer sentir que el Señor está aquí o allá, o nos hace decir: 'Pero yo conozco un vidente, una vidente, que recibe cartas de la Virgen, mensajes de la Virgen. Pero mira, la Virgen es madre ¡eh! y nos ama a todos nosotros. Pero no es un jefe de correos, para enviar mensajes todos los días. Por ello, estas novedades nos alejan del Espíritu Santo, alejan de la paz y de la sabiduría, de la gloria de Dios, de la belleza de Dios. Porque Jesús dice que el Reino de Dios no es para llamar la atención: es para la sabiduría. ¡El Reino de Dios está en medio de vosotros!, dice Jesús: es esta acción del Espíritu Santo, que nos da la sabiduría, que nos da la paz. El Reino de Dios no viene en la confusión, como Dios habló al profeta Elías en el viento, en la tormenta, sino que habló en la suave brisa, la brisa de la sabiduría. Santa Teresa del Niño Jesús decía que ella se paraba siempre delante del espíritu de curiosidad. Cuando hablaba con otra hermana y esta hermana contaba una historia, algo de la familia, de la frente, algunas veces pasaba a otro argumento y ella quería conocer el final de la historia. 23


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Anuncia la Palabra en toda ocasión, oportuna y no

El santo padre ordena obispo a Fernando Vérgez Álzaga Legionarios de Cristo, nuevo secretario general del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano 15 de noviembre de 2013 Para perpetuar el ministerio apostólico, los doce se rodearon de colaboradores trasmitiéndoles con la imposición de las manos el don del Espíritu recibido de Cristo que concede la plenitud del sacramento del orden. En el obispo, rodeado de sus presbíteros está presente en medio de vosotros el mismo Señor Jesucristo, sumo sacerdote en eterno. Es Cristo, de hecho, que en el ministerio del obispo continúa a predicar el Evangelio de salvación y a santificar a los creyentes mediante los sacramentos de la fe; Cristo, en la sabiduría y la prudencia del obispo guía el pueblo de Dios en el peregrinaje terreno hasta la felicidad eterna. Quién les escucha a ustedes, me escucha a mí; quién les desprecia a ustedes, me desprecia a mí. Y quién me desprecia a mí, desprecia al que me ha enviado. Fernando, queridísimo hermano, tantas cosas me vienen a la memoria en este momento. Elegido por el Señor. Reflexiona que has sido elegido entre los hombre y para los hombres. Has sido constituido en las cosas del Señor. Y así, el episcopado es el nombre de un servicio, no de un honor. El gran servicio de ternura y caridad que tú has dado al cardenal Pironio, estoy seguro que él está entre nosotros en este momento y se alegra. En nombre de la Iglesia te doy las gracias una vez más. Un servicio humilde y silencio. Un servicio de hijo y de hermano. La amistad con el cardenal Quarracino que te quería mucho. Anuncia la Palabra en toda ocasión, oportuna y no oportuna. Asimismo, a la Iglesia a ti confiada, sé fiel custodio y dispensador del misterio de Cristo. De una forma especial se te ha confiado la atención pastoral de los trabajadores del Vaticano, ante los cuales eres su padre y su hermano, con verdadero amor y ternura. Imita siempre al Buen Pastor que conoce a sus ovejas, que es conocida por sus ovejas y por ellas daría la vida. Ama con amor de padre y de hermano a todos aquellos a los que Dios te confía. Y hacerlo de forma especial, con los presbíteros y diáconos, sus colaboradores en el ministerio; y también pobres, indefensos y los que necesitan acogida y ayuda. Exhorta a los fieles a cooperar en el compromiso apostólico y escúchales. Del mismo modo te invito a tener viva atención hacia quienes no pertenecen al rebaño de Cristo porque esos también te han sido confiados en el Señor. Para concluir, debes velar con amor y gran misericordia por todo el rebaño, en el cual el Espíritu Santo les pone a guiar la Iglesia de Dios. En el nombre del Padre, del cual haces presente la imagen; en nombre de Jesucristo su Hijo de quien eres constituido maestro, sacerdote y pastor. Y en nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su potencia sostiene nuestra debilidad. 24


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La oración del hombre humilde es la debilidad de Dios

Invitación a llamar al corazón de Dios y pedir al Señor por tantos problemas

16 de noviembre de 2013 Jesús invita a rezar sin cansarse, contando la parábola de la viuda que pide con insistencia a un juez injusto que le haga justicia. Así Dios hace y hará justicia a sus elegidos, que gritan día y noche hacia Él, como sucedió con Israel guiado por Moisés fuera de Egipto. Cuando llama a Moisés, le dice: ‘He oído el llanto, el lamento de mi pueblo’. El Señor escucha. Y en la primera Lectura hemos escuchado lo que ha hecho el Señor, esa palabra omnipotente: ‘Del Cielo viene como un guerrero implacable’. Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo, es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: ‘Toda la Creación fue modelada de nuevo en su propia naturaleza como antes’. ‘El Mar Rojo se convirtió en una carretera sin obstáculos... y aquellos que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo'. El Señor ha escuchado la oración de su pueblo, porque sintió en su corazón que sus elegidos sufrían y le salva de modo poderoso: Esta es la fuerza de Dios. ¿Y cuál es la fuerza de los hombres? ¿Cual es la fuerza del hombre? La de la viuda: llamar al corazón de Dios, llamar, pedir, lamentarse de tantos problemas, tantos dolores, y pedir al Señor la liberación de estos dolores, de estos pecados, de estos problemas. La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil frente a la oración de su pueblo. El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios está en la Encarnación del Verbo. Por tanto, vuestro trabajo es precisamente llamar al corazón de Dios, rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios. Y los canónigos en San Pedro, precisamente en la Basílica más cercana al Papa, donde llegan todas las oraciones del mundo, deben recoger estas oraciones y presentarlas al Señor: este es un servicio universal, un servicio de la Iglesia: Vosotros sois como la viuda; rezad, pedid, llamad al corazón de Dios, cada día. Y la viuda nunca se dormía cuando hacía esto, era valiente. Y el Señor escucha la oración de su pueblo. Vosotros sois representantes privilegiados del pueblo de Dios en este papel de rezar al Señor por las muchas necesidades de la Iglesia, de la humanidad, de todos. Os doy las gracias por este trabajo. Recordemos siempre que Dios tiene una fuerza, cuando Él quiere que cambie todo. ‘Todo fue modelado de nuevo’. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración; vuestra oración universal cercana al Papa en San Pedro. Gracias por este servicio, y seguid adelante así por el bien de la Iglesia. 25


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Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas'

Hay falsos 'salvadores', que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, brujos, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. 17 de noviembre de 2013. Ángelus. Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días! El Evangelio de este domingo (Lc 21, 5-­‐19) consiste en la primera parte de un razonamiento de Jesús: el de los últimos tiempos. Jesús lo pronuncia en Jerusalén, cerca del templo; y la idea se la da precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. ¡Porque era bello aquel templo! Entonces Jesús dijo: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida” (Lc 21, 6). Naturalmente le preguntan: ¿cuándo sucederá esto?, ¿cuáles serán los signos? Pero Jesús dirige la atención de estos aspectos secundarios – ¿cuándo será?, ¿cómo será? – la dirige a las verdaderas cuestiones. Y son dos: Primero: no dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor. Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre” (v. 8). Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, también brujos, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”. Y el Señor también nos ayuda a no tener miedo: frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas. El segundo aspecto nos interpela precisamente como cristianos y como Iglesia: Jesús preanuncia pruebas dolorosas y persecuciones que sus discípulos deberán padecer, por su causa. Sin embargo asegura: “Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza” (v. 18). ¡Nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios! Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su Espíritu y de su gracia. 26


Intervenciones del Papa Francisco en Roma En este momento pienso y pensamos todos, eh, hagámoslo juntos, pensemos en tantos hermanos cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. ¡Hay tantos! Quizá más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con nuestra oración y nuestro afecto. También sentimos admiración por su coraje y su testimonio. Son nuestros hermanos y hermanas que en tantas partes del mundo sufren a causa de ser fieles a Jesucristo. Los saludamos de corazón y con afecto. Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: “Con su perseverancia salvarán sus almas” (v. 19). ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia, a saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el sentido profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades forman parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, lleva todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá! Y esta es nuestra esperanza. Ir así, por este camino, en el designio de Dios que se cumplirá. Es nuestra esperanza. Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con coraje y esperanza, en compañía de la Virgen, que camina siempre con nosotros". Querría sugerir a todos ustedes que están aquí en la plaza un modo para concretar los frutos del Año de la Fe, que llega al final. Se trata de una ‘medicina espiritual’, llamada Misericordina. Es el contenido de una cajita, que algunos voluntarios distribuirán mientras dejan la plaza. Hay una corona del Rosario, con la cual se puede rezar también la “Coronilla de la Divina Misericordia”, ayuda espiritual para nuestra alma y para difundir en todas partes el amor, el perdón y la fraternidad. A todos les deseo un buen domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto! 27


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Progresismo adolescente que ampara sacrificios humanos

“Dios es fiel delante de su pueblo que no es fiel. Con el espíritu de hijos de la Iglesia rezamos al Señor porque con su bondad, con su fidelidad nos salva de este espíritu mundano que negocia todo. Así nos protege y nos ayuda a seguir adelante, como lo hizo su pueblo en el desierto. Lo lleva de la mano como un padre lleva a su hijo. De la mano del Señor caminaremos seguros”.

18 de Noviembre, 2013

Y esta es una contradicción: no negociamos los valores, sino que negociamos la fidelidad. Y esto es precisamente el fruto del demonio, del príncipe de este mundo, que nos lleva adelante con el espíritu de la mundanidad. Y después, suceden las consecuencias. Tomaron las costumbres de los paganos, después un paso adelante: el rey prescribió en todo el reino que todos formaran un solo pueblo y cada uno abandonara sus propias usanzas. No es la bella globalización de la unidad de todas las naciones, sino, cada una con sus propias usanzas, pero unidas. Es la globalización de la uniformidad hegemónica, es precisamente el pensamiento único. Y este pensamiento único es fruto de la mundanidad. Pero, Padre, ¿esto también sucede hoy? Sí. Porque el espíritu de la mundanidad también existe hoy, también hoy nos lleva con este deseo de ser progresistas siguiendo el pensamiento único. Si a alguien se le encontraba el Libro de la Alianza y si alguien obedecía a la Ley, la sentencia del rey lo condenaba a muerte: y esto lo hemos leído en los periódicos en estos meses. Esta gente ha negociado la fidelidad a su Señor; esta gente, movida por el espíritu del mundo, ha negociado la propia identidad, ha negociado la pertenencia a un pueblo, un pueblo que Dios ama tanto, que Dios quiere como pueblo suyo. Pero lo que nos consuela es que ante este camino que hace el espíritu del mundo, el príncipe de este mundo, el camino de infidelidad, siempre permanece el Señor que no puede renegar de sí mismo, el Fiel: Dios es fiel delante de su pueblo que no es fiel. Con el espíritu de hijos de la Iglesia rezamos al Señor porque con su bondad, con su fidelidad nos salva de este espíritu mundano que negocia todo. Así nos protege y nos ayuda a seguir adelante, como lo hizo su pueblo en el desierto. Lo lleva de la mano como un padre lleva a su hijo. De la mano del Señor caminaremos seguros. 28


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Los abuelos son héroes, transmiten la fe incluso en tiempo de persecución

Recemos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempos de persecución. Cuando papá y mamá no estaban en casa o tenían ideas extrañas, que les enseñaba la política de aquel tiempo, fueron las abuelas quienes transmitieron la fe. “La coherencia de este hombre, la coherencia de su fe, pero también la responsabilidad de dejar una herencia noble, una herencia verdadera. Nosotros vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan, ¡eh! Porque dan fastidio. Los ancianos son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos la dan en herencia. Son los que, como el buen vino envejecen, tienen esta fuerza dentro para darnos una herencia noble”. “Esta historia me ha hecho tanto bien, toda la vida. Los abuelos son un tesoro. La Carta a los hebreos... nos dice: ‘Acuérdense de sus mayores, que les han predicado, aquellos que les han predicado la Palabra de Dios. Y considerando su fin, imiten su fe’. La memoria de nuestros antepasados nos lleva a la imitación de la fe. Verdaderamente la vejez tantas veces es un poco fea, ¡eh! Por las enfermedades que trae y todo esto, pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que nosotros debemos recibir. Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria”. “Oremos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempo de persecución. Cuando papá y mamá no estaban en casa y también cuando tenían ideas extrañas, que la política de aquel tiempo enseñaba, han sido las abuelas las que han transmitido la fe. Cuarto mandamiento: es el único que promete algo a cambio. Es el mandamiento de la piedad. Ser piadoso con nuestros antepasados. Pidamos hoy la gracia a los viejos Santos -­‐ Simeón, Ana, Policarpo y Eleazar -­‐ a tantos viejos Santos: pidamos la gracia de custodiar, escuchar y venerar a nuestros antepasados, a nuestros abuelos”. 29


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Yo también me confieso cada 15 días El protagonista” del Sacramento del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. El servicio que prestan los sacerdotes es muy delicado” ya que las personas siempre deben ver de que “Dios no se cansa nunca de perdonar”.

Creo en la remisión de los pecados. La potestad de las llaves. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!El miércoles pasado hablé de la remisión de los pecados, con referencia particular al bautismo. Hoy continuamos con el tema del perdón de los pecados, pero en referencia a la llamada "potestad de las llaves", que es un símbolo bíblico de la misión que Jesús dio a los Apóstoles. En primer lugar, debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. Él es el protagonista. En su primera aparición a los Apóstoles en el Cenáculo, -­‐hemos escuchado-­‐ Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos, diciendo: "Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. (Jn 20:22 -­‐23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, ahora es el hombre nuevo, que ofrece los dones de Pascua fruto de su muerte y resurrección: ¿y cuáles son estos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo dona al Espíritu Santo que todo esto es la fuente. Del Espíritu Santo vienen todos estos dones. El aliento de Jesús, acompañado de las palabras con las que comunica el Espíritu, indica la transmisión de la vida, la nueva vida regenerada por el perdón. Pero antes de hacer el gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra sus heridas en sus manos y el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios "pasando por "las llagas de Jesús. Estas llagas que Él ha querido conservar. También en este tiempo, en el cielo, Él muestra al Padre las heridas con las que nos ha redimido. Y por la fuerza de estas llagas son perdonados nuestros pecados. Así que Jesús dio su vida por nuestra paz, por nuestra alegría, por la gracia de nuestra alma, para el perdón de nuestros pecados. Y esto es muy bonito, mirar a Jesús así. Y vengamos al segundo elemento: Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. ¿Pero cómo es esto? Porque es un poco difícil entender como un hombre puede perdonar los pecados. Jesús da el poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves: para abrir, cerrar, para perdonar. Dios perdona a cada hombre en su misericordia soberana, pero Él mismo quiso que los que pertenezcan a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón a través de los ministros de la Comunidad. A través del ministerio apostólico la misericordia de Dios me alcanza, mis pecados son perdonados y se me da la alegría. De este modo, Jesús nos llama a vivir la reconciliación incluso en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy hermoso. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, nos acompaña en nuestro camino de conversión toda la vida. La Iglesia no es la dueña del poder de las llaves: no es dueña, sino que es sierva del ministerio de misericordia y se alegra siempre que puede ofrecer este regalo divino. Muchas personas, quizá no entienden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros cristianos sufrimos esto. Por supuesto, Dios perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, 30


Intervenciones del Papa Francisco en Roma pero el cristiano está unido a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Y para nosotros cristianos hay un regalo más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. ¡Y eso tenemos que valorizarlo! Es un don, pero es también una curación, es una protección y también la seguridad de que Dios nos ha perdonado. Voy del hermano sacerdote y digo: "Padre, he hecho esto..." "Pero yo te perdono: es Dios quien perdona y yo estoy seguro, en ese momento, que Dios me ha perdonado. ¡Y esto es hermoso! Esto es tener la seguridad de lo que siempre decimos: "¡Dios siempre nos perdona! ¡No se cansa de perdonar!". Nunca debemos cansarnos de ir a pedir perdón. "Pero, padre, me da vergüenza ir a decirle mis pecados...". "¡Pero, mira, nuestras madres, nuestras mujeres, decían que es mejor sonrojarse una vez, que mil veces tener el color amarillo, eh!" Tú te sonrojas una vez, te perdona los pecados y adelante... Finalmente, un último punto: el sacerdote instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se nos da en la Iglesia, se nos transmite a través del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; también él un hombre que, como nosotros, necesita la misericordia, se hace realmente instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, incluso los obispos: todos somos pecadores. ¡Incluso el Papa se confiesa cada quince días, porque el Papa es también un pecador! Y el confesor siente lo que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón. A veces se oye a alguien que dice que se confiesa directamente con Dios... Sí, como decía antes, Dios siempre te escucha, pero en el Sacramento de la Reconciliación envía un hermano para traerte el perdón, la seguridad del perdón, en nombre de la Iglesia. El servicio que presta el sacerdote como ministro, por parte de Dios, para perdonar los pecados, es muy delicado, es un servicio muy delicado y requiere que su corazón esté en paz; que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benevolente y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús, para que las curara. El sacerdote que no tiene esta disposición de ánimo es mejor, que hasta que no se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el deber ¿no? Tienen el derecho. Nosotros tenemos el derecho, todos los fieles de encontrar en los sacerdotes los servidores del perdón de Dios ¿Queridos hermanos y hermanas, como miembros de la Iglesia, -­‐pregunto-­‐somos conscientes de la belleza de este don que Dios mismo nos da? ¿Sentimos la alegría de esta curación, de esta atención maternal que la Iglesia tiene para nosotros? ¿Sabemos valorarla con simplicidad? No olvidemos que Dios nunca se cansa de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite levantarnos de nuevo y reanudar el camino. Porque ésta es nuestra vida: continuamente levantarse y seguir adelante. ¡Gracias! 31


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Tal vez los cristianos hemos perdido el sentido de la adoración 22 de Noviembre de 2013 “Yo creo, y lo digo humildemente, que tal vez los cristianos hemos

perdido un poco el sentido de la adoración. Pensamos: 'Vamos al templo, nos reunimos como hermanos'. Y eso es bueno, es bello. Pero el centro está ahí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios”. El Templo es el lugar a donde la comunidad va a rezar, a alabar al Señor, a dar gracias, pero sobre todo a adorar: en el Templo se adora al Señor. Y este es el punto más importante. También, esto es válido para las ceremonias litúrgicas: en esta ceremonia litúrgica, ¿qué es más importante? ¿Los cantos, los ritos –bellos, todo-­‐…? La adoración es más importante: toda la comunidad reunida mira el altar donde se celebra el sacrificio y se adora. Pero, yo creo –lo digo humildemente– que quizás nosotros cristianos hemos perdido un poco el sentido de la adoración, y pensamos: vamos al Templo, nos reunimos como hermanos –¡eso es bueno, es bello!– pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios. San Pablo nos dice que somos templos del Espíritu Santo. Yo soy un templo. El Espíritu de Dios está conmigo. Y también nos dice: ‘¡No entristezcan el Espíritu del Señor que está dentro de ustedes!’. Y también aquí, tal vez no podemos hablar como antes de la adoración, sino de una suerte de adoración que es el corazón que busca el Espíritu del Señor dentro de sí y sabe que Dios está dentro de sí, que el Espíritu Santo está dentro de sí. Lo escucha y lo sigue. Y cuando se habla de la alegría del Templo, se habla de esto: toda la comunidad en adoración, en oración, en acción de gracias, en alabanza. Yo en oración con el Señor, que está dentro de mí porque yo soy ‘templo’. Yo en escucha, yo en disponibilidad. Que el Señor nos conceda este verdadero sentido del Templo, para poder ir adelante en nuestra vida de adoración y de escucha de la Palabra de Dios. 32


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Homilía de clausura del Año de la Fe

El santo padre ha recordado la centralidad de Cristo en la vida y la historia de cada uno 24 de noviembre de 2013 La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón. Dirijo también un saludo cordial y fraterno a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio. Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia. Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está al centro, Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia. 1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio, Jesucristo el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-­‐ 20). Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo. Nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. Sin embargo cuando se pierde este centro, al 33


Intervenciones del Papa Francisco en Roma sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo. 2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí al centro de nosotros, ahora está aquí en la Palabra y estará aquí en el altar, vivo, presente en medio de nosotros, su pueblo. Es lo que muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-­‐3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo. Cristo, descendiente del rey David, es el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida hasta el final.. En Él somos uno, un solo pueblo, unidos a Él, participamos de un solo camino, un solo destino y solamente en Él, en Él como centro, tenemos la identidad como pueblo. 3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy. Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio -­‐«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»-­‐ aquel hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de atender una petición como esa. Hoy todos nosotros podemos pensar en nuestra historia, nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia, cada uno de nosotros también tiene sus errores sus pecados, sus momentos felices y sus momentos oscuros, nos hará bien en este día pensar en nuestra historia y mirar a Jesús y repetir muchas veces con el corazón en silencio, cada uno de nosotros: acuérdate de mí ahora que estás en tu Reino. Jesús acuérdate de mí porque quiero ser bueno, quiero ser buena, pero no tengo fuerza, no puedo, soy pecador, soy pecador. Pero acuérdate de mí Jesús, tú puedes acordarte de mí porque tú estas en el centro, tú estás en tu Reino. Es bonito. Hagamos hoy todos, cada uno en su corazón, muchas veces, acuérdate de mí Señor tú que estás en el centro, tu que están en tu Reino. La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es muy generoso, da siempre más de lo que nos pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino. Jesús es el centro de nuestros deseos, de alegría y de salvación. amos todos juntos sobre este camino. 34


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Tomar decisiones definitivas como lo hicieron los mártires Elegir por el Señor' como lo hacen también hoy los cristianos perseguidos 25 de noviembre de 2013 Confiar en el Señor, incluso en las situaciones límite. Los cristianos están llamados a tomar decisiones definitivas, como nos enseñan los mártires de todos los tiempos. También hoy hay hermanos perseguidos que son un ejemplo para nosotros y nos animan a confiar totalmente en el Señor. Las figuras que nos presentan la Primera Lectura de este día, tomada del Libro de Daniel, y el Evangelio: los jóvenes hebreos esclavos en la Corte del rey Nabucodonosor y la viuda que va al Templo a adorar al Señor. En ambos casos, la situación es límite: la viuda en condiciones de miseria, los jóvenes en la de la esclavitud. La viuda da todo lo que tenía al tesoro del Templo, los jóvenes permanecen fieles al Señor arriesgando sus vidas: Ambos, la viuda y los jóvenes, han arriesgado. En su riesgo han elegido al Señor, con un corazón grande, sin intereses personales, sin mezquindad. No tenían un comportamiento mezquino. El Señor, el Señor es todo. El Señor es Dios y se confiaron al Señor. Y esto no lo han hecho por una fuerza, me permito la palabra, fanática, no: ‘Esto debemos hacerlo, Señor’, ¡no! Es otra cosa, se han confiado, porque sabían que el Señor es fiel. Se confiaron en esa fidelidad que siempre está, porque el Señor no cambia, no puede: siempre es fiel, no puede no ser fiel, no puede negarse a sí mismo. Esta confianza en el Señor, les llevó a hacer esta elección por el Señor, porque saben que Él es fiel. Una elección que sirve tanto en las pequeñas cosas como en las elecciones grandes y difíciles: También en la Iglesia, en la historia de la Iglesia, se encuentran hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, que hacen esta elección. Cuando nosotros escuchemos la vida de los mártires, cuando nosotros leamos en los periódicos las persecuciones contra los cristianos, hoy, pensemos en estos hermanos y hermanas que en situaciones límite hacen esta elección. Ellos viven en este tiempo. Ellos son un ejemplo para nosotros y nos animan a dar al tesoro del Templo todo lo que tenemos para vivir. El Señor ayuda a los jóvenes hebreos en esclavitud a salir de las dificultades, y también a la viuda la ayuda el Señor. Hay una alabanza de Jesús hacia ella y también una victoria: Nos hará bien pensar en estos hermanos y hermanas que, en toda nuestra historia, también hoy, hacen elecciones definitivas. Pensemos también en tantas mamás y padres de familia que todos los días hacen elecciones definitivas para ir hacia delante con sus familias, con sus hijos. Y esto es un tesoro en la Iglesia. Ellos nos dan testimonio, y ante tantos que nos dan testimonio, pidamos al Señor la gracia del coraje, de la valentía de ir hacia delante en nuestra vida cristiana, en las situaciones habituales, comunes, de todos los días y también en las situaciones límite. 35


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¡El tiempo no es nuestro, el tiempo es de Dios!' La oración y la esperanza son dos virtudes fundamentales para descifrar los diferentes momentos de la vida 26 de noviembre de 2013 El hombre puede creerse soberano del momento, pero sólo Cristo es dueño del tiempo. La oración se encuentra la virtud para discernir en cada momento de la vida y en la esperanza en Jesús la vía para mirar al fin del tiempo. Dos consejos, para entender el fluir del presente y prepararse al final de los tiempos: oración y esperanza. La oración, junto al discernimiento, ayuda a descifrar los momentos de la vida y a orientarlos a Dios. La esperanza es el faro de largo alcance que ilumina la última etapa, la de una vida y -­‐en el sentido escatológico-­‐ la del fin de los tiempos. El Evangelio de hoy en el que Jesús explica a los fieles en el templo qué sucederá antes del fin de la humanidad, garantizándoles que ni siquiera el peor de los dramas hará caer en la desesperación a los que crean en Dios. En este recorrido hacia el fin de nuestro camino, de cada uno de nosotros y también de toda la humanidad, el Señor aconseja dos cosas, dos cosas que son diferentes, y son diferentes según cómo vivamos, porque es diferente vivir en el instante y vivir en el tiempo: Y el cristiano es un hombre o una mujer que sabe vivir en el instante y sabe vivir en el tiempo. El instante es lo que tenemos en las manos ahora: pero este no es el tiempo, ¡pasa! Tal vez podemos sentirnos dueños del instante, pero el engaño es creernos dueños del tiempo: ¡el tiempo no es nuestro, el tiempo es de Dios! El instante está en nuestras manos y también en nuestra libertad sobre cómo tomarlo. Y aún más: nosotros podemos convertirnos en los soberanos del momento, pero solo hay un soberano del tiempo, un solo Señor, Jesucristo. Por ello, no hay que dejarse engañar por el instante, porque habrá personas que se aprovechen de la confusión para presentarse como Cristo. El cristiano, que es un hombre o una mujer del instante, debe tener esas dos virtudes, esas dos actitudes para vivir el momento: la oración y el discernimiento. Para conocer los signos verdaderos, para conocer el camino que debo tomar en este momento, es necesario el don del discernimiento y la oración para hacerlo bien. En cambio, para ver el tiempo, del cual solo el Señor es dueño, Jesucristo, nosotros no podemos tener ninguna virtud humana. La virtud necesaria para ver el tiempo debe ser dada, regalada por el Señor: ¡es la esperanza! Oración y discernimiento para el instante; esperanza para el tiempo. Y así, el cristiano se mueve en este camino, momento tras momento, con la oración y el discernimiento, pero deja tiempo a la esperanza:

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Intervenciones del Papa Francisco en Roma El cristiano sabe esperar al Señor en cada instante, pero espera en el Señor hasta el fin de los tiempos. Hombre y mujer de instante y de tiempo: de oración y discernimiento, y de esperanza. Que el Señor nos dé la gracia para caminar con la sabiduría, que también es uno de sus dones: la sabiduría que en el instante nos lleve a rezar y a discernir. Y en el tiempo, que es el mensajero de Dios, nos haga vivir con esperanza. 37


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Nuestra vida no termina con la muerte. Quien practica la misericordia no teme a la muerte 27 de noviembre de 2013. Catequesis de los miércoles. Queridos hermanos y hermanas. ¡Felicidades porque son valientes, con el frío que hace en la plaza, son verdaderamente valientes! Deseo llevar a término las catequesis sobre el Credo, desarrolladas durante el Año de la Fe, que concluyó el domingo pasado. En esta catequesis y en la próxima quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, deteniéndome en dos aspectos tal y como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, nuestro morir y resucitar en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, el “morir en Cristo”. 1. Hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos afecta a todos y nos interroga de modo profundo, especialmente cuando nos toca de cerca, o cuando afecta a los pequeños, a los indefensos de una forma que nos resulta “escandalosa”. Siempre me ha afectado la pregunta: ¿por qué sufren los niños?, ¿por qué mueren los niños? Si se entiende como el final de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que rompe todo sueño, toda perspectiva, que rompe toda relación e interrumpe todo camino. Esto sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse casualmente en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero existe también un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para los propios intereses y las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión errónea de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla, o de banalizarla, para que no nos de miedo. 2. Pero a esta falsa solución se rebela el corazón del hombre, su deseo de infinito, su nostalgia de la eternidad. Y entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos a los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdemos a una persona querida -­‐los padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo, un amigo– nos damos cuenta que, incluso en el drama de la pérdida, doloridos por la separación, surge del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte. ¡Esto es verdad! ¡Nuestra vida no termina con la muerte! Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida después de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con 38


Intervenciones del Papa Francisco en Roma esperanza y serenidad también el paso de la muerte. La Iglesia de hecho reza: “Si bien nos entristece la certidumbre de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura”. Una bonita oración de la Iglesia, esta. Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida ha sido un camino con el Señor, de confianza en su inmensa misericordia, estaré preparado para aceptar el momento último de mi existencia terrena como el definitivo abandono confiado en sus manos acogedoras, en la esperanza de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos, contemplar cara a cara el rostro maravilloso del Señor, verlo a él, tan hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia allí, a encontrarnos con el Señor. 3. En este horizonte se comprende la invitación de Jesús de estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado para prepararnos a la otra vida, con el Padre celeste. Y para esto hay siempre una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. ¿Y cómo estamos cerca de Jesús? Con la oración, en los sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Todo lo que hicisteis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt25,35-­‐36.40). Por tanto, un camino seguro es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la compartición fraterna, curar las heridas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Pensad bien en esto. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Estáis de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Otra vez. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Y por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo. Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños, entonces también nuestra muerte se convertirá en una puerta que nos introducirá en el cielo, en la patria beata, hacia la que nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, con Jesús, María y los santos. 39


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Ojo a 'la tentación universal' de limitar la fe al ámbito privado 28 de noviembre, 2013 “Cuando Jesús habla de esta calamidad en otra cita del Evangelio nos dice que habrá una profanación del templo, una profanación de la fe, del pueblo: será la abominación, será la desolación de la abominación. ¿qué significa esto? Será como el triunfo del príncipe de este mundo: la derrota de Dios. Parece que en el momento final de calamidad se adueñará de este mundo, será el dueño del mundo”. He aquí el corazón de la “prueba final”: la profanación de la fe. Que, entre otras cosas, es muy evidente dado lo que padece el profeta Daniel, en el relato de la primera lectura: echado en la fosa de los leones por haber adorado a Dios en lugar de al rey. Por tanto, “la desolación de la abominación” tiene un nombre preciso, “la prohibición de adoración”: “No se puede hablar de religión, es algo privado ¿no? De esto, públicamente, no se habla. Los signos religiosos son eliminados. Se debe obedecer a las órdenes que vengan de los poderes mundanos. Se pueden hacer muchas cosas, cosas bellas, pero no adorar a Dios. Prohibición de adoración. Este es el centro de la intención. Y cuando llegue a la plenitud –al ‘kairós’ de esta actitud pagana, cuando se cumpla este tiempo-­‐ entonces sí, vendrá Él: ‘Y verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran potencia y gloria’. Los cristianos que sufren las épocas de persecución, épocas en las que se prohíbe la adoración, son una profecía de los que nos sucederá a todos”. Y sin embargo, en el momento en el que los “tiempos de los paganos se habrán cumplido” será el momento de levantar la cabeza, porque está “cerca” la “victoria de Jesucristo”: “No tengamos miedo, sólo Él nos pide fidelidad y paciencia. Fidelidad como Daniel, que ha sido fiel a su Dios y ha adorado a Dios hasta el final. Y paciencia, porque los cabellos de nuestra cabeza no caerán. Así lo ha prometido el Señor. Esta semana nos hará bien pensar en esta apostasía general, que se llama prohibición de adoración y preguntarnos: ‘¿Yo adoro al Señor? ¿Yo adoro a Jesucristo, el Señor? ¿O un poco a medias, hago el juego del príncipe de este mundo?’. Adorar hasta el final, con confianza y fidelidad: ésta es la gracia que debemos pedir esta semana”. 40


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Pensar con la cabeza, pero también con el corazón y el Espíritu

El Espíritu Santo nos da el don de la inteligencia para entender. No aceptar porque los otros me digan qué sucede 29 de noviembre de 2013 El cristiano piensa según Dios y por eso rechaza el pensamiento débil y uniforme. Para entender los signos de los tiempos, un cristiano no debe pensar sólo con la cabeza, sino también con el corazón y con el Espíritu que tiene dentro. De otra forma, no se podría comprender el "paso de Dios en la historia". El Señor enseña a sus discípulos a comprender los signos de los tiempos, signos que los fariseos non lograban entender. En el Evangelio, Jesús no se enfada, pero finge cuando los discípulos no entendían las cosas. A los de Emaús dice: 'insensatos y lentos de corazón'. 'Insensatos y lentos de corazón'... Quien no entiende las cosas de Dios es una persona así. El Señor quiere que entendamos lo que sucede: lo que sucede en mi corazón, lo que sucede en mi vida, lo que sucede en el mundo, en la historia... ¿Qué significa que suceda esto? ¡Estos son los signos de los tiempos! Sin embargo, el espíritu del mundo nos hace otras propuestas, porque el espíritu del mundo no nos quiere pueblo: nos quiere masa, sin pensamiento, sin libertad. El espíritu del mundo, quiere que vayamos por un camino de uniformidad, pero, como advierte san Pablo, el espíritu del mundo nos trata como si nosotros no tuviéramos la capacidad de pensar por nosotros mismos, nos trata como personas no libres. El pensamiento uniforme, el pensamiento igual, el pensamiento débil, un pensamiento así difuso. El espíritu del mundo no quiere que nosotros nos preguntamos delante de Dios: '¿Pero por qué esto, por qué lo otro, por qué sucede esto? O también nos propone un pensamiento prêt-­‐à-­‐porter, según los propios gustos: '¡Yo pienso como me gusta!' Pero eso va bien, dicen ellos.... Pero eso que el espíritu del mundo no quiere es esto que Jesús nos pide: el pensamiento libre, el pensamiento de un hombre y de una mujer que son parte del pueblo de Dios y ¡la salvación ha sido precisamente esta! Pensad en los profetas... 'Tú no eras mi pueblo, ahora te digo pueblo mío': así dice el Señor. Y esta es la salvación: hacernos pueblos, pueblos de Dios, tener libertad. Y Jesús nos pide pensar libremente, pensar para entender lo que sucede. La verdad es que ¡solos no podemos! Necesitamos la ayuda del Señor. Lo necesitamos para entender los signos de los tiempos, el Espíritu Santo nos da este regalo, un don: la inteligencia para entender y no porque otros me digan qué sucede. 41


Intervenciones del Papa Francisco en Roma De este modo, ¿cuál es el camino que quiere el Señor?" y he respondido; siempre con el espíritu de inteligencia para entender los signos de los tiempo. Es bonito pedir al Señor Jesús esta gracia, que nos envíe su espíritu de inteligencia, porque nosotros no tenemos un pensamiento débil, no tenemos un pensamiento uniforme y no tenemos un pensamiento según los propios gustos: solamente tenemos un pensamiento según Dios. Con este deseo, que es un don del Espíritu, buscar qué significan las cosas y entender bien los signos de los tiempos. Esta es la gracia que debemos pedir al Señor: 'la capacidad que nos da el Espíritu' para 'entender los signos de los tiempos'.

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