HomilĂas Diarias del Papa Francisco Santa Marta. Roma
MES DE JUNIO, 2013
Predicación diaria del Papa Francisco en Santa Marta
''Lo que escandaliza de la Iglesia es el misterio de la encarnación del Verbo'' ROMA, 01 de junio de 2013 La Iglesia no es una organización de cultura, sino que es “la familia de Jesús”. Los cristianos no deben tener vergüenza de vivir con el escándalo de la Cruz y os exhorto a no dejarse “atrapar por el espíritu del mundo”. ¿Con qué autoridad hacéis estas cosas? Una vez más quieren tender “una trampa” al Señor, tratando de llevarlo “contra la pared”, de hacerle equivocarse. Pero ¿cuál es el problema que esta gente tenía con Jesús? ¿Son quizás los milagros que hacía? No, no es esto. En realidad, “el problema que escandalizaba a esta gente era el de que los demonios gritaban a Jesús: '¡Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Santo!'”. Este “es el centro”, esto escandaliza de Jesús: “Él es Dios que se ha encarnado”. También a nosotros, ha proseguido, “nos tienden trampas en la vida”, pero lo que “escandaliza de la Iglesia es el misterio de la Encarnación del Verbo”. Y “esto no se tolera, esto el demonio no lo tolera”. “Cuántas veces se oye decir: 'Pero, vosotros cristianos, sed un poco más normales, como las otras personas, ¡razonables!'. Este es un discurso de encantadores de serpientes: 'Pero, sed así ¿no?, un poco más normales, no seáis tan rígidos...' Pero detrás de esto está: 'Pero, no vengáis con historias ¡que Dios se ha hecho hombre! La Encarnación del Verbo, ¡ese es el escándalo que está detrás! Podemos hacer todas las obras sociales que queramos, y dirán: 'Pero qué buena la Iglesia, qué buena la obra social que hace la Iglesia' Pero si decimos que hacemos esto porque aquellas personas son la carne de Cristo, viene el escándalo. Y esa es la verdad, esa es la revelación de Jesús: esa presencia de Jesús encarnado”. Y este es el punto: Siempre estará la seducción de hacer cosas buenas sin el escándalo del Verbo Encarnado, sin el escándalo de la Cruz”. Debemos en cambio “ser coherentes con este escándalo, con esta realidad que escandaliza”. Es “mejor así: la coherencia de la fe”. Lo que afirma el apóstol Juan: “Quienes niegan que el Verbo ha venido en la carne son del anticristo, son el anticristo”. Por otra parte, “sólo aquellos que dicen que el Verbo ha venido en carne son del Espíritu santo”. Nos hará bien a todos pensar esto: la Iglesia no es una organización de cultura, ni de religión, ni social”. La Iglesia es la familia de Jesús. La Iglesia confiesa que Jesús es el Hijo de Dios venido en la carne: ese es el escándalo, y por esto perseguían a Jesús. Y al final, aquellos que no había querido decir Jesús a estos -¿con qué autoridad haces esto?- lo dice al sumo sacerdote. 'Pero, al final di: ¿Tú eres el Hijo de Dios?¡Sí¡'. Condenado a muerte por ello. Este es el centro de la persecución. Si nos convertimos en cristianos 2
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razonables, cristianos sociales, cristianos de beneficencia solo, ¿cuál será la consecuencia? Que no tendremos nunca mártires: esa será la consecuencia. Cuando, en cambio nosotros cristianos decimos esta verdad, que “El Hijo de Dios ha venido y se ha hecho carne”, cuando nosotros predicamos el escándalo de la Cruz, vendrán las persecuciones, vendrá la Cruz” y eso “será bueno”, “así es nuestra vida”. “Pidamos al Señor no tener vergüenza de vivir con este escándalo de la Cruz. Y también la sabiduría: pidamos la sabiduría de no dejarnos atrapar por el espíritu del mundo, que siempre nos hará propuestas educadas, propuestas civiles, propuestas buenas pero detrás de ellas está la negación del hecho de que el Verbo ha venido en la carne, de la Encarnación del Verbo. Que al final es eso lo que escandaliza a aquellos que persiguen a Jesús, es eso lo que destruye la obra del diablo.
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Más santos y menos corruptos en la Iglesia Roma, 03 de junio de 2013 Pecadores, corruptos y santos. Los corruptos hacen mucho daño a la Iglesia porque son adoradores de sí mismos; en cambio los santos hacen mucho bien, son la luz en la Iglesia. ¿Qué pasa cuando queremos llegar a ser los dueños de la viña? Tres modelos de cristianos en la Iglesia: los pecadores, los corruptos y los santos. De pecador a corrupto De los pecadores no se necesita hablar mucho, porque todos lo somos. Nos conocemos desde dentro y sabemos lo que es un pecador. Y si uno de nosotros no se siente así, vaya a una visita al médico espiritual, porque algo está mal. La parábola, sin embargo, nos habla de otra figura, de los que quieren tomar posesión de la viña y han perdido la relación con el Dueño de la viña. Un Dueño que nos ha llamado con amor, nos protege, pero luego nos da la libertad. Estas personas sienten que son fuertes, se sienten autónomos ante Dios: Éstos, lentamente, se mueven en esa autonomía, la autonomía en su relación con Dios: "No necesitamos de aquel Dueño, ¡Que no venga a molestarnos!" Y seguimos adelante con esto. ¡Estos son los corruptos! Los que eran pecadores como todos nosotros, pero que han dado un paso hacia adelante, como si se hubieran consolidado en su pecado: ¡no necesitan a Dios! Esto parece, porque en su código genético tienen esta relación con Dios. Y como aquello no se puede negar, hacen un dios especial: ellos mismos son dios. Son corruptos. Esto es un peligro también para nosotros. En las comunidades cristianas, los corruptos solo piensan en su propio grupo: "Bien, bien. Es uno de nosotros" -piensan-, pero en realidad, son para sí mismos: Judas comenzó: de pecador avaro terminó en la corrupción. Es un camino peligroso el camino de la autonomía: los corruptos son grandes olvidadizos, han olvidado este amor con que el Señor ha hecho la viña, ¡los hizo a ellos! ¡Han roto con este amor! Y se convierten en adoradores de sí mismos. ¡Cuánto mal hacen los corruptos en la comunidad cristiana! Que el Señor nos libre de transitar por el camino de la corrupción. Necesidad de santos Hoy es el quincuagésimo aniversario de la muerte del Papa Juan XXIII, un modelo de santidad. En el evangelio de hoy, los santos son los que van a buscar el alquiler de la viña. Ellos saben lo que les espera, pero tienen que hacerlo y cumplen con su deber: 4
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Los santos, los que obedecen al Señor, los que adoran al Señor, son los que no han perdido el recuerdo del amor con que el Señor ha hecho la viña. Son los santos en la Iglesia. Y así, como los corruptos hacen tanto daño a la Iglesia, los santos hacen tanto bien. De los corruptos, el apóstol Juan dice que son el anticristo, que están en medio de nosotros, pero no son de los nuestros. De los santos la Palabra de Dios nos habla como de luz, 'los que estarán ante el trono de Dios en adoración'. Pidamos hoy al Señor la gracia de sentirnos pecadores, no pecadores de tipo genérico, sino pecadores por esto, esto y aquello, concreto, como concreto es el pecado. La gracia de no caer en la corrupción: ¡pecadores sí, corruptos no! Y la gracia de ir por el camino de la santidad.
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Cuidarse de los hipócritas y aduladores ROMA, 04 de junio de 2013 Un cristiano no utiliza un lenguaje educado socialmente, con tendencia a la hipocresía, sino que se vuelve portavoz de la verdad del evangelio con la misma transparencia de los niños. La hipocresía que mata El idioma preferido de los corruptos es la hipocresía. La escena evangélica del tributo al César, y la aplicación sutil de los fariseos y de los herodianos a Cristo sobre la legitimidad de aquel tributo. La intención con la que se acercan a Jesús, es aquella de hacerle "caer en la trampa." Su pregunta de si es lícito o no pagar impuestos al César se coloca con palabras suaves y hermosas, con palabras muy dulces. Tratan de mostrarse como amigos. Pero todo es falso. Porque ellos no aman la verdad, sino solo a sí mismos, y así tratan de engañar, de involucrar a los demás en su engaño, en su mentira. Tienen un corazón mentiroso, no pueden decir la verdad: Es el lenguaje de la corrupción, de la hipocresía. Y cuando Jesús habla a sus discípulos, dice: "Que su hablar sea: '¡Sí, sí! ¡No, no!'. La hipocresía no es un lenguaje de la verdad, porque la verdad nunca va sola. ¡Nunca! ¡Siempre va con el amor! No hay verdad sin amor. El amor es la primera verdad. Si no hay amor, no hay verdad. Estos quieren una verdad esclava de sus propios intereses. Hay un amor, podemos decirlo: pero es el amor de sí mismo, el amor a sí mismos. Aquella idolatría narcisista que les lleva a traicionar a los demás, les lleva a abusar de la confianza. Amables hoy, traidores mañana Lo que parece un lenguaje persuasivo, lleva más bien al error, a la mentira. Y, en el límite de la ironía, los que hoy se acercan a Jesús y parecen tan amables en el lenguaje, son los mismos que irán la noche del jueves, para llevarlo al Huerto de los Olivos, y el viernes lo llevarán a Pilato. En cambio, Jesús pide exactamente lo contrario a los que le siguen, un lenguaje de "sí, sí, no, no", una "palabra de verdad y con amor. Y la humildad que Jesús quiere que tengamos no tiene nada de esta adulación, con este estilo endulzado de avanzar. ¡Nada! La mansedumbre es simple, es como la de un niño. Y un niño no es hipócrita, porque no es corrupto. Cuando Jesús nos dice: "Sea vuestra palabra '¡Sí, sí! No, no! con alma de niños, dice lo contrario del hablar de estos. La última consideración es aquella cierta debilidad interior, estimulada por la vanidad, por la que nos gusta que digan cosas buenas sobre nosotros. Esto lo saben los corruptos y con este lenguaje tratan de debilitarnos. 6
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Pensemos bien hoy: ¿Cuál es nuestro lenguaje? ¿Hablamos con verdad, con amor, o hablamos un poco con el lenguaje social del ser corteses, incluso para decir cosas buenas, pero que no sentimos? ¡Hermanos, que nuestro hablar sea evangélico! Luego, estos hipócritas que comienzan con la lisonja, la adulación, y todo esto, terminan buscando testigos falsos para acusar a los que habían halagado. Pidamos hoy al Señor que nuestra conversación sea el hablar de los sencillos, el hablar de un niño, el hablar de los hijos de Dios, hablar con verdad sobre el amor.
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Tratar los casos de una manera humana, no académica Roma, 05 de junio de 2013 Lamentarse de los propios sufrimientos delante de Dios no es un pecado, sino una oración del corazón que llega al Señor. La oración del que sufre La historia de Tobit y Sara, narrada en la primera lectura del día: dos personas justas que viven situaciones dramáticas. El primero es ciego a pesar de que realiza buenas obras, aún a riesgo de su vida; la segunda se casa con siete hombres que mueren antes de su noche de bodas. Ambas, en su profundo dolor, oran a Dios para que les deje morir. Se trata de personas en situaciones extremas, situaciones que son propias de lo más bajo de la existencia, y buscan una salida. Se quejan, pero no blasfeman. Y quejarse ante Dios no es un pecado. Un presbítero que conozco le dijo una vez a una mujer que se quejaba ante Dios por su calamidad: 'Pero señora, aquella es una forma de oración. Siga adelante'. El Señor oye, escucha nuestros lamentos. Pensemos en los grandes, en Job, cuando en el capítulo III dice: 'Maldito sea el día en que vine al mundo'. Y Jeremías, en el capítulo XX se lee: 'Maldito el día ...'. Se quejan incluso con una maldición, no al Señor, sino a esa situación, ¿verdad? Esto es humano. Casos humanos, no académicos Hay muchas personas que viven casos límites: niños desnutridos, refugiados, enfermos terminales. En el evangelio del día, aparecen los saduceos que presentan a Jesús el caso límite de una mujer, viuda de siete hombres. No hablaban de este asunto desde el corazón: Los saduceos estaban hablando de esta mujer como si fuera un laboratorio, todo aséptico, todo... Esto era un caso de moral. Nosotros, cuando pensamos en estas personas que sufren tanto, pensamos como si se tratara de un caso de moral, puras ideas, 'pero en este caso..., o aquel caso'.... ¿O pensamos con el corazón, con nuestra carne, también? No me gusta cuando se trata de estas situaciones de una manera académica y no humana, a veces con las estadísticas... pero solo allí. En la Iglesia hay muchas personas en esta situación. En estos casos, tenemos que hacer lo que dice Jesús, orar: Oremos por ellos. Deben entrar en mi corazón, deben ser una inquietud para mí: mi hermano está sufriendo, mi hermana sufre. He aquí... el misterio de la comunión de los santos: orar al Señor: 'Pero, Señor, mira a aquel: llora, sufre'. Orar, permítanme decirlo, con la carne: que nuestra carne ore. No con ideas, sino orar con el corazón. Y las oraciones de Tobit y Sara, que pese a que piden morir se dirigen al Señor, nos dan esperanza, ya que son acogidos por Dios a su manera, que no los hace morir, sino que cura a Tobit y le da finalmente un marido a Sara: La oración, siempre llega a la gloria de Dios, siempre, cuando es una oración del corazón. En cambio, cuando se 8
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trata de un caso de moral, como lo que estaban hablando los saduceos, nunca llega, porque nunca pasa de nosotros mismos: no nos importa. Es un juego intelectual. Finalmente, oremos por aquellos que viven situaciones dramáticas y sufren tanto, y quienes como Jesús en la cruz gritan: Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?. Oremos para que nuestra oración llegue y nos de un poco de esperanza a todos nosotros.
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El Papa en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús Roma, 07 de junio de 2013 Dejarse amar por el Señor con ternura es difícil, pero es lo que tenemos que pedirle a Dios. Jesús nos amó tanto, no con palabras sino con hechos y con su vida. Se llama la fiesta del amor, de un corazón que ha amado tanto. Un amor que, como repetía San Ignacio, se manifiesta más en las obras que en las palabras y que es especialmente más un dar que recibir. Bases del amor de Dios Estos dos criterios, son como los pilares del amor verdadero, y es el Buen Pastor el que representa en todo el amor de Dios. Él conoce a sus ovejas una a una, "porque el amor no es amor abstracto o general: es el amor hacia cada uno. Un Dios que se hace cercano por amor, camina con su pueblo, y este caminar llega a un punto que es inimaginable. Nunca se puede pensar que el mismo Señor se hace uno de nosotros y camina con nosotros, se queda con nosotros, permanece en su Iglesia, en la Eucaristía sigue presente, sigue estando en su Palabra, permanece en los pobres, se queda con nosotros para caminar. Y esta es la cercanía: el pastor cerca de su rebaño, cerca de sus ovejas, que las conoce una por una. Explicando todavía un pasaje del libro del profeta Ezequiel, se pone de relieve otro aspecto del amor de Dios: el cuidado de la oveja perdida y por aquella herida y enferma: ¡La ternura! Pero si el Señor nos ama tiernamente. El Señor sabe aquella hermosa ciencia de las caricias, aquella ternura de Dios. No se ama con las palabras. Él se acerca, y nos da aquel amor con ternura. ¡Cercanía y ternura! Estos dos estilos del Señor que se hace cercano y da todo su amor con las cosas aún más pequeñas: con la ternura. Y este es un amor fuerte, porque la cercanía y la ternura nos hacen ver la fortaleza del amor de Dios. Llamados a amar Pero ¿amamos como Cristo nos ha amado? Cómo el amor debe hacerse cercano al prójimo, debe ser como el del buen samaritano, y en particular, en el signo de la cercanía y la ternura. ¿Pero cómo devolver todo este amor al Señor? Sin duda amándolo, hacerse cercano a Él, tierno con Él, pero esto no es suficiente: Esto puede sonar como una herejía, ¡pero es la verdad más grande! Más difícil que amar a Dios es dejarse amar por Él! La manera de devolver tanto amor es abrir el corazón y dejarse amar. Dejar que Él esté cerca de nosotros y sentirlo cerca. Permitirle que sea tierno, que nos acaricie. Eso es muy difícil: dejarse amar por Él. Y esto es quizás lo que debemos pedir hoy en la misa: Señor, yo quiero amarte, ¡pero enséñame la difícil ciencia, el difícil hábito de dejarme amar por Tí, de sentirte cercano y tierno! Que el Señor nos dé esta gracia.
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''Aprendamos, como María, a recibir y a custodiar la Palabra de Dios'' 08 de junio de 2013 Aprendamos, como María, a recibir y a custodiar la Palabra de Dios. María leía la vida con la Palabra de Dios y esto justamente significa custodiar. Asombro y custodia: El Evangelio del día, que narra del asombro de los maestros de la Ley en el Templo en el escuchar a Jesús y en el guardar de María, en su corazón, la Palabra de Dios. El asombro, “es más del gozo: es un momento en el que la Palabra de Dios viene, es sembrada en nuestro corazón”. Pero “no se puede vivir siempre en el asombro”, esto de hecho va llevado “en la vida con la custodia”. Y es precisamente lo que hace María, de la que se dice que se “maravilló” y custodió la “Palabra de Dios”: “Custodiar la Palabra de Dios: ¿Qué cosa quiere decir esto? ¿Que recibo la Palabra, tomo una botella, meto la Palabra en la botella y la custodio? No. Custodiar la Palabra de Dios quiere decir que nuestro corazón se abre, se ha abierto a aquella Palabra como la Tierra se abre para recibir las semillas. La Palabra de Dios es una semilla que es sembrada. Y Jesús nos ha dicho qué cosa ocurre con la semilla: algunas caen a lo largo del camino, vienen los pájaros y las comen; esta Palabra no ha sido custodiada, esos corazones no han sabido recibirla”. Otras, caen en una tierra pedregosa y la semilla muere. Y Jesús dice que aquellos “no saben custodiar la Palabra de Dios porque no son constantes: cuando les sucede una tribulación se olvidan”. La Palabra de Dios cae en una tierra no preparada, no custodiada, donde hay espinas. Y ¿qué cosa son las espinas? Jesús habla del apego a las riquezas, los vicios”. He aquí que “custodiar la Palabra de Dios significa meditar qué cosa nos dice esta Palabra con lo que sucede en la vida”. Y “María hacía esto”, “meditaba y hacía la comparación”. Este, “es un gran trabajo espiritual ”: Juan Pablo II decía que con este trabajo, María tenía una particular fatiga en su corazón: tenía el corazón fatigado. Pero esto no es un afán, es una fatiga, es un trabajo. Custodiar la Palabra de Dios se hace con este trabajo: el trabajo de buscar qué cosa significa tal cosa en este momento, qué cosa me quiere decir el Señor en este momento, cómo se entiende tal situación frente a la Palabra de Dios. Leer la vida con la Palabra de Dios: esto significa custodiar”. Pero también recordar. “La memoria es una custodia de la Palabra de Dios. Nos ayuda a custodiarla, a recordar todo aquello que el Señor ha obrado en mi vida”. Nos recuerda “todas las maravillas de la salvación en su pueblo y en mi corazón. La memoria custodia la Palabra de Dios”. ¿Cómo custodiamos la Palabra de Dios, cómo conservamos este asombro, para que los pájaros del camino no la coman, los vicios no la sofoquen”. Nos hará bien cuestionarnos: 'Con las cosas que ocurren en la vida, me hago la pregunta: ¿en este momento, qué cosa me dice el Señor con su Palabra?'. Esto se llama 11
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custodiar la Palabra de Dios, la Palabra de Dios es el mensaje que el Señor nos da en todo momento. Custodiarla con esto: custodiarla con nuestra memoria. Y también custodiarla con nuestra esperanza. Pidamos al Señor la gracia de recibir la Palabra de Dios y custodiarla, y también la gracia de tener un corazón que se fatiga en esta custodia. Así sea”.
Las bienaventuranzas se entienden con un corazón abierto 12
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Roma, 10 de junio de 2013 La verdadera libertad nace del abrir la puerta del corazón al Señor. La salvación es vivir en el consuelo del Espíritu Santo, no en el consuelo del espíritu del mundo. ¿Qué es el consuelo para un cristiano? San Pablo, al comienzo de la segunda carta a los Corintios, utiliza varias veces la palabra consuelo. El Apóstol de los gentiles se dirige a los cristianos jóvenes en la fe, personas que han comenzado hace poco el camino de Jesús. E insiste en esto, aunque no todos fueron perseguidos. Eran gente normal, pero que habían encontrado a Jesús. Esto es un cambio de vida tal, que se necesitaba una fuerza especial de Dios, y esta fuerza es el consuelo. El consuelo, volvió a decir, es la presencia de Dios en nuestro corazón. Pero, advirtió, para que el Señor esté en nuestro corazón, se debe abrir la puerta, requiere nuestra conversión: La salvación es esto: vivir en el consuelo del Espíritu Santo, no vivir en el consuelo del espíritu del mundo. No, esa no es salvación, eso es pecado. La salvación es seguir adelante y abrir el corazón, para que llegue ese consuelo del Espíritu Santo, que es la salvación. ¿Pero no se puede negociar un poco de aquí y un poco de allá? Hacer como una ensalada de frutas, digamos, ¿no? Un poco del Espíritu Santo, un poco del espíritu del mundo... ¡No! Una cosa o la otra. El Señor fue claro: No se puede servir a dos amos: porque o se sirve al Señor, o se sirve al espíritu del mundo. No se puede mezclar. He aquí, pues, que cuando estamos abiertos al Espíritu del Señor, podemos entender la nueva ley que el Señor nos trae: las Bienaventuranzas, de las que habla el evangelio de hoy. Estas bienaventuranzas, solo se entienden si uno tiene un corazón abierto, se entienden mediante el consuelo del Espíritu Santo, mientras que no se pueden entender solo con la inteligencia humana: Son los nuevos mandamientos. Pero si no tenemos el corazón abierto al Espíritu Santo, les parecerán una tontería. 'Pero mire, ser pobre, ser manso, ser misericordioso no parece ser una cosa que nos lleva al éxito'. Si no tenemos el corazón abierto y si no gozamos de aquel consuelo del Espíritu Santo, que es la salvación, no se entiende esto. Esta es la ley para los que han sido salvados y han abierto su corazón a la salvación. Esta es la ley de los libres, con la libertad del Espíritu Santo. Uno puede regular su vida, organizarla en una lista de mandamientos o procedimientos, una lista meramente humana. Pero esto al final no nos lleva a la salvación, solo un corazón abierto nos lleva a la salvación. Recordó que muchos estaban nteresados en examinar, la nueva doctrina y luego discutir con Jesús. Y esto se daba porque tenían el corazón cerrado en sus propias cosas, cosas que Dios quería cambiar. ¿Por qué, entonces, hay personas que tienen el corazón cerrado a la salvación? Porque tenemos miedo de la salvación. La necesitamos, pero tenemos miedo, porque cuando el Señor venga para salvarnos tenemos que darlo todo. ¡Y manda Él! Y tenemos miedo de esto, porque queremos controlarlo nosotros. Y agregó 13
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que, con el fin de entender estos nuevos mandamientos, necesitamos de la libertad que nace del Espíritu Santo, que nos salva, que nos consuela y da la vida: Podemos pedir al Señor hoy la gracia de seguirlo, pero con esta libertad. Porque si queremos seguirle solamente con nuestra libertad humana, al final nos convertimos en hipócritas como aquellos fariseos y saduceos, aquellos que peleaban con Él. La hipocresía es lo siguiente: no permitir que el Espíritu cambie el corazón con su salvación. La libertad del Espíritu, que nos da el Espíritu, es también una especie de esclavitud, pero una esclavitud al Señor que nos hace libres, es otra libertad. En cambio, nuestra libertad es una esclavitud, pero no para el Señor, sino para el espíritu del mundo. Pidamos la gracia de abrir nuestro corazón al consuelo del Espíritu Santo, para que este consuelo, que es la salvación, nos permita comprender bien estos mandamientos.
Gratuitamente han recibido, den gratuitamente 14
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11-06-2013 El Evangelio tiene que ser anunciado con sencillez y gratuidad. En la Iglesia, el testimonio de la pobreza nos salva del convertirnos en meros organizadores de obras. Cuando queremos hacer una “Iglesia rica”, la Iglesia “envejece”, “no tiene vida”. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Un anuncio que el Señor quiere que se haga con sencillez. Aquella sencillez que deja lugar al poder de la Palabra de Dios, porque si los Apóstoles no hubieran tenido confianza en la Palabra de Dios, quizás hubieran hecho otra cosa. La palabra-clave del mandamiento dado por Jesús: Gratuitamente han recibido, den gratuitamente. Todo es gracia, recalcó, y cuando nosotros pretendemos hacer en forma tal que la gracia es dejada de lado, el Evangelio no es eficaz: La predicación evangélica nace de la gratuidad, del estupor de la salvación que viene y de aquello que yo he recibido gratuitamente, debo darlo gratuitamente. Ellos actuaron así desde el inicio. San Pedro no tenía una cuenta bancaria, y cuando tuvo que pagar los impuestos el Señor lo envió al mar a pescar un pez y encontrar la moneda dentro del pez, para pagar. Felipe, cuando encontró al ministro de economía de la reina Candace, no pensó: ‘Ah, bien, hagamos una organización para sostener el Evangelio…’ ¡No! No ha hecho un ‘negocio’ con él: anunció, bautizó y se marchó. El Reino de Dios, es un don gratuito que desde los orígenes de la comunidad cristiana, esta actitud ha estado sujeta a tentación. Existe la tentación de buscar fuerza por todos lados excepto en la gratuidad, mientras que nuestra fuerza es la gratuidad del Evangelio. Siempre, en la Iglesia, ha existido esta tentación. Y esto crea un poco de confusión. Así el anuncio parece proselitismo, y por ese camino no se avanza. El Señor nos ha invitado a anunciar, no a hacer prosélitos. Cito a Benedicto XVI, subrayando que “la Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción”. Y esta atracción viene del testimonio de aquellos que desde la gratuidad anuncian la gratuidad de la salvación: Todo es gracia. Todo. Y ¿cuáles son los signos de cuando un apóstol vive esta gratuidad? Hay tantos, pero sólo les señalo dos: primero, la pobreza. El anuncio del Evangelio debe ir por el camino de la pobreza. El testimonio de esta pobreza: no tengo riquezas, mi riqueza es sólo el don que he recibido, Dios. Esta gratuidad: ¡ésta es nuestra riqueza! Y esta pobreza nos salva del convertirnos en organizadores, empresarios… Las obras de la Iglesia se deben llevar adelante, y algunas son un poco complejas; pero con corazón de pobreza, no con corazón de inversión o de empresario, ¿no? La Iglesia no es una ONG: es otra cosa, más importante, y nace de esta gratuidad. Recibida y anunciada. La pobreza es uno de los signos de esta gratuidad. El otro signo es la capacidad de alabanza: cuando un apóstol no vive esta gratuidad, 15
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pierde la capacidad de alabar al Señor. Alabar el Señor, de hecho, es esencialmente gratuito, es una oración gratuita: no pedimos, sólo alabamos: Estas dos son señales del hecho que un apóstol vive esta gratuidad: la pobreza es la capacidad de alabar al Señor. Y cuando encontramos apóstoles que quieren hacer una Iglesia rica y una Iglesia sin la gratuidad de la alabanza, la Iglesia envejece, la Iglesia se convierte en una Organización No Gubernamental, la Iglesia no tiene vida. Pidamos hoy al Señor la gracia de reconocer esta gratuidad: ‘Gratuitamente han recibido, den gratuitamente’. Reconocer esta gratuidad, aquel don de Dios. Y también nosotros avanzar en la predicación evangélica con esta gratuidad”.
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La Iglesia debe estar atenta a las tentaciones de ir hacia atrás y a la del progresismo adolescente 12 de Junio, 2013 No debemos tener miedo de la libertad que nos da el Espíritu Santo. En este momento la Iglesia debe estar atenta a dos tentaciones: la de ir hacia atrás y la del progresismo adolescente. "No penséis que yo haya venido a abolir la Ley”. Este pasaje evangélico sigue al de las Bienaventuranzas, que son expresión de la nueva ley más exigente que la de Moisés. Esta ley es fruto de la Alianza y no se puede comprender sin ella. Esta Alianza, esta ley es sagrada porque llevaba al pueblo hacia Dios. Se puede comparar la madurez de esta ley con el brote que se abre y florece. Por esta razón, Jesús es la expresión de la madurez de la ley, a la vez que añadió que Pablo nos habla de dos tiempos sin cortar la continuidad entre la ley de la historia y la ley del Espíritu: La hora del cumplimiento de la ley, la hora en que la ley llega a su madurez es la ley del Espíritu. Este ir hacia delante por este camino es un poco arriesgado, pero es el único camino de la madurez, para salir de los tiempos en los cuales no somos maduros. En este camino hacia la madurez de la ley, que viene precisamente con la predicación de Jesús, hay siempre temor, temor de la libertad que nos da el Espíritu. ¡La ley del Espíritu nos hace libres! Esta libertad nos produce un poco de temor, porque tenemos miedo de confundir la libertad del Espíritu con otra libertad humana. La ley del Espíritu nos conduce por un camino de discernimiento continuo para hacer la voluntad de Dios y esto nos da miedo. Un miedo que tiene dos tentaciones. La primera, es la de ir hacia atrás, la de decir que se puede hasta aquí, no se puede hasta allá y, por tanto, al final permanecemos aquí. Esta es un poco la tentación del miedo a la libertad, del miedo al Espíritu Santo. Un miedo, por el cual es mejor ir sobre lo seguro. Hubo un superior general que en la década de los años 30, había recopilado todas las prescripciones contra el carisma para sus religiosos, un trabajo que le llevó años. Después fue a Roma para encontrarse con un abad benedictino que, al oír cuanto había hecho, le dijo que de este modo había matado el carisma de su Congregación, había matado la libertad, ya que este carisma da sus frutos en la liberad y él había detenido el carisma: Y esta confianza en el Espíritu, que es más exigente porque Jesús nos dice: ‘En verdad yo les digo: hasta que no pasen el cielo y la tierra, no pasará una solo iota de la ley'. ¡Es más exigente! Pero no nos da esa seguridad humana. No podemos controlar al Espíritu Santo: ¡este es el problema! Esta es una tentación. Hay otra tentación: la del “progresismo adolescente”, que nos hace salir del camino. Ver una cultura y no estar tan separados de ella: Tomamos de acá, tomamos de allá los valores de esta cultura… ¿Quieren hacer esta ley? Adelante con esta ley. ¿Quieren ir adelante con eso? Ensanchamos un poco el 17
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camino. Al final, como digo, no es verdadero progresismo. Es un progresismo adolescente: como los adolescentes que quieren tener todo con el entusiasmo ¿y al final? Se resbala… Es como cuando el camino está con hielo y el auto resbala y va fuera del camino… ¡Es la otra tentación en este momento! Nosotros, en este momento de la historia de la Iglesia, ¡no podemos ir hacia atrás, ni salir del camino! El camino es el de la libertad en el Espíritu Santo, que nos hace libres, en el discernimiento continuo acerca de la voluntad de Dios para ir hacia delante por este camino, sin ir hacia atrás y sin salirnos del camino”. Pidamos al Señor “la gracia que nos dé al Espíritu Santo para ir hacia adelante.
''No hablen mal el uno del otro'' 18
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Roma, 13 de junio de 2013 Que el Señor nos conceda la gracia de prestar atención a los comentarios que hacemos de los demás. Vivir buenas relaciones "Que vuestra justicia sea mayor que la de los fariseos". Jesús indicó que Él no vino para disolver la Ley, sino para llevarla a cumplimiento. La suya es una reforma sin romper, una reforma en la continuidad: desde la semilla hasta el fruto. Aquel que entra en la vida cristiana tiene exigencias superiores a los de los demás; no tienen ventajas superiores. Y Jesús menciona algunas de estas necesidades y toca en particular, el tema de la relación negativa con los hermanos. El que maldice, dice Jesús, merece el infierno. Si en tu corazón hay algo de negativo hacia el hermano, hay algo que no funciona y te debes convertir, tienes que cambiar. La ira es un insulto contra el hermano, y ya es algo que se da en la línea de la muerte, lo mata. Especialmente en la tradición latina, hay como una creatividad maravillosa en inventar calificativos. Pero, cuando este epíteto es amistoso está bien, el problema es cuando hay el otro calificativo, cuando se da el mecanismo del insulto, una forma de denigración de los demás. No denigrar al otro Y no hay necesidad de ir a un psicólogo para saber que cuando se denigra al otro es porque uno mismo no puede crecer y necesita que el otro sea abajado, para sentirse alguien. Y esto es un mecanismo feo. Jesús, con toda la sencillez dice: No hablen mal el uno del otro. No se denigren, no se descalifiquen. Y esto, porque después de todo estamos caminando por el mismo camino, todos vamos en ese camino que nos llevará hasta el final. De este modo, si no se va de una manera fraterna, todos terminaremos mal: el que insulta y el insultado. Si uno no es capaz de dominar la lengua, se pierde, y lo demás, la agresividad natural, la que tuvo Caín con Abel, se repite a lo largo de la historia. No es que somos malos, somos débiles y pecadores. Por eso resulta mucho más fácil arreglar una situación con un insulto, con una calumnia, con una difamación, que solucionarla por las buenas. Quisiera pedir al Señor, que nos dé a todos la gracia de poner más atención a la lengua, en relación a lo que decimos de los demás. Es ‘una pequeña penitencia’, pero da buenos resultados. Hay veces en que uno se queda con hambre y piensa: ¡Qué lástima que no he probado el fruto de un delicioso comentario hacia el otro, pero a la larga este hambre fructifica y hace bien. Por eso, debemos pedirle al Señor esta gracia: adaptar nuestra vida a esta nueva Ley, que es la Ley de la mansedumbre, la Ley del amor, la Ley de la paz, y por lo menos 'podar' un poco nuestra lengua, ‘podar’ un poco los comentarios que hacemos sobre los demás y las explosiones que nos conducen al insulto o a la ira fácil. ¡Que el Señor nos conceda a todos esta gracia!
Reconocerse con sinceridad débiles y pecadores 19
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Roma, 14 de junio de 2013 La única manera de recibir verdaderamente el don de la salvación de Cristo, está en reconocerse con sinceridad débiles y pecadores, evitando cualquier forma de autojustificación. Somos pecadores Consciente de ser un recipiente de barro débil, el guardián de un gran tesoro que se le dio de una forma totalmente gratuita. Así es el seguidor de Cristo ante el Señor. El poder extraordinario de la fe es obra de Dios, vertida en hombres pecadores, en vasos de barro. Pero la relación entre la gracia y el poder de Jesucristo y nosotros pobres pecadores brota el diálogo de la salvación. Pero este diálogo debe evitar cualquier auto justificación; se debe ser tal como somos. Pablo ha hablado muchas veces -es como un corillo, ¿no?-, de sus pecados. ‘Yo les digo: yo he sido un perseguidor de la Iglesia, he perseguido... ' Siempre vuelve a su memoria el pecado. Se siente pecador. Pero, aun así, no dice: Yo he sido, pero ahora soy santo, no. Incluso ahora, habla de un aguijón de Satanás en mi carne. Nos hace ver nuestra propia debilidad. El propio pecado. Es un pecador que acoge a Jesucristo. Habla con Jesucristo. La clave, es por tanto, la humildad. Pablo mismo lo demuestra. Él reconoce públicamente, su curriculum de servicio, o todo que haya hecho como apóstol enviado por Jesús. Pero no por esto oculta o se esconde lo que se llama su prontuario, es decir, sus pecados. Vivir en humildad Asimismo, este es el modelo de humildad para nosotros los presbíteros. Si nosotros nos enorgullecemos solo de nuestro curriculum y nada más, terminaremos mal. No podemos proclamar a Jesucristo Salvador, porque en el fondo no lo sentimos. Pero tenemos que ser humildes, pero con una verdadera humildad, con nombre y apellido: ‘Soy un pecador por esto, por esto y por esto’. Como lo hace Pablo: ‘Yo perseguí a la Iglesia’, como lo hace él, pecadores concretos. No pecadores con esa humildad que más parece una cara de estampita, ¿no? ¡Oh no!, una humildad fuerte. La humildad del presbítero, la humildad del cristiano es concreta, por lo tanto, si un cristiano no puede hacer por sí mismo e incluso la Iglesia, esta confesión, algo está mal. Y no ir primero, es no ser capaz de entender la belleza de la salvación que Jesús nos trae. Cristo, nuestro tesoro Hermanos, tenemos un tesoro: a Jesucristo, el Salvador. La Cruz de Jesucristo, aquel tesoro del cual nos sentimos orgullosos. Pero lo tenemos en una olla de barro. Podemos vanagloriarnos también de nuestro prontuario, de nuestros pecados. Y así el diálogo es cristiano y católico: concreto porque la salvación de Jesucristo es concreta. 20
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Jesucristo no nos ha salvado con una idea, con un programa intelectual, no. Nos ha salvado con la carne, con lo concreto de la carne. Se ha abajado, hecho hombre, se ha hecho carne hasta el final. Pero solo se puede entender, solo se puede recibir, en vasos de barro. Incluso la mujer samaritana que se encuentra con Jesús, después de hablar con Él le cuenta a sus paisanos antes su pecado, y luego de haber encontrado al Señor se comporta de una manera similar a Pablo. Yo creo que esta mujer está seguramente en el cielo. Porque como dice Manzoni: ‘Yo nunca he encontrado que el Señor haya comenzado un milagro sin terminarlo bien', y este milagro que Él ha comenzado definitivamente lo ha acabado bien en el Cielo. Pidámosle que nos ayude a ser vasijas de barro para llevar y entender el misterio glorioso de Jesucristo.
El cristiano no piensa en su paz, anuncia la de Cristo al mundo, dice el Papa en su homilía 21
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15 de Junio de 2013 La vida cristiana no es “estar en paz hasta el Cielo”, sino ir por el mundo a anunciar a Jesús que se “ha hecho pecado” para reconciliar a los hombre con el Padre. Pero ¿qué es la reconciliación? Tomar a uno de esta parte, tomar a otro y hacer que estén unidos: no, esta es una parte pero no es... La verdadera reconciliación es que Dios, en Cristo, ha tomado nuestros pecados y Él se ha hecho pecado por nosotros. Y cuando vamos a confesarnos, por ejemplo, no es que decimos el pecado y Dios nos perdona. No, ¡no es esto! Nosotros encontramos a Jesucristo y le decimos: ‘Esto es tuyo y yo te hago pecado otra vez. Y a Él le gusta eso, porque ha sido su misión: hacerse pecado por nosotros, para liberarnos. Es la belleza y el “escándalo” de la redención que Jesús llevó a cabo: Pero los filósofos dicen que la paz es cierta tranquilidad en el orden: todo ordenado y tranquilo… ¡Esa no es la paz cristiana! La paz cristiana es una paz inquieta, no es una paz tranquila: es una paz inquieta, que va adelante para llevar adelante este mensaje de reconciliación. La paz cristiana nos impulsa a ir hacia adelante. Éste es el inicio, la raíz del celo apostólico. El celo apostólico no es ir adelante para hacer prosélitos y hacer estadísticas: este año han aumentado los cristianos en tal país, en tales movimientos… Las estadísticas son buenas, ayudan, pero no es lo que Dios quiere de nosotros, hacer prosélitos… Lo que el Señor quiere de nosotros es precisamente el anuncio de esta reconciliación, que es el núcleo propio de su mensaje. La urgencia interior de Pablo. Lo que define el pilar de la vida cristiana, es decir que “¡Cristo se ha hecho pecado por mí!¡Y mis pecados están allá, en su Cuerpo, en su Alma! Esto es de locos, pero es bello, ¡es la verdad! ¡Este es el escándalo de la Cruz! Pidamos al Señor que nos de esta atención para anunciar a Jesús; que nos de un poco de esa sabiduría cristiana que nació precisamente de su costado, atravesado – atravesado por amor –. Y que también nos convenza un poco de que la vida cristiana no es una terapia terminal: estar en paz hasta el Cielo… No, la vida cristiana está en el camino, en la vida, con esta urgencia de Pablo. El amor de Cristo nos posee, pero nos impulsa, nos urge, con esta emoción que se siente cuando uno ve que Dios nos ama. Pidamos esta gracia.
La seguridad cristiana está en el “todo” que es Jesús. Lo demás es ‘nada'. 22
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17 de Junio de 2013 Para el cristiano, Jesús es “el todo” y de aquí deriva su magnanimidad. La justicia que trae Jesús es superior a aquella de los escribas, al ojo por ojo, diente por diente. Si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra”. Son las fuertes palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos. La historia del golpe “se ha convertido en un argumento clásico para burlarse de los cristianos”. En la vida la lógica normal nos enseña que debemos luchar, debemos defender nuestra posición y si nos dan un golpe nosotros daremos dos, así nos defendemos. Por lo demás, cuando aconsejo a los padres reprender a los propios hijos les digo siempre: Jamás en la mejilla, porque la mejilla es la dignidad. Jesús en cambio, luego del golpe en la mejilla continúa y pide también dar el manto, despojarse de todo. La justicia que Él trae es una justicia totalmente diversa del ojo por ojo, diente por diente. Es otra justicia. Y esto lo podemos entender cuando San Pablo habla de los cristianos como gente que no tiene nada y en cambio posee todo. He aquí entonces que la seguridad cristiana se encuentra en este “todo” que es Jesús. El ‘todo’ es Jesucristo. Lo demás es ‘nada’ para el cristiano. En cambio, para el espíritu del mundo el ‘todo’ son las cosas: las riquezas, las vanidades, tener posiciones más encumbradas y la ‘nada’ es Jesús. Por lo tanto si un cristiano puede caminar 100 kilómetros cuando le piden recorrer 10, es porque para él eso es ‘nada’ y, tranquilamente, puede dar el manto cuando le piden la túnica. He aquí el secreto de la magnanimidad cristiana, que siempre va acompañada con la docilidad, y el “todo”, es Jesucristo: El cristiano es una persona que ensancha su corazón, con esta magnanimidad, porque tiene el ‘todo’, que es Jesucristo. Las otras cosas son la ‘nada’. Son buenas, sirven, pero en el momento del enfrentamiento escoge siempre el ‘todo’, con aquella docilidad, aquella docilidad cristiana que es el signo de los discípulos de Jesús: docilidad y magnanimidad. Y vivir así no es fácil, porque en serio te dan los golpes, ¿eh?, ¡te los dan! Y en las dos mejillas. Pero, el cristiano es dócil, el cristiano es magnánimo: ensancha su corazón. Pero cuando encontramos estos cristianos con el corazón reducido, con el corazón encogido, que no funcionan… esto no es cristianismo: esto es egoísmo, enmascarado de cristianismo. El verdadero cristiano sabe resolver esta oposición bipolar, esta tensión entre el ‘todo’ y la ‘nada’, como Jesús nos había aconsejado: ‘Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás viene después: El Reino de Dios es el ‘todo’, lo demás es secundario, no es lo principal. Y todos los errores cristianos, todos los errores de la Iglesia, todos nuestros errores nacen de aquí, cuando decimos a la ‘nada’ que es el ‘todo’ y al ‘todo’ que, parece que no cuenta... Seguir a Jesús no es fácil, no es fácil. Pero tampoco es difícil, porque en el camino del amor el Señor hace las cosas de forma que nosotros podamos ir hacia adelante; el mismo Señor nos ensancha el corazón. 23
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Esta es la oración que debemos hacer, agregó, ante estas propuestas del golpe, del manto, de los 100 kilómetros. Debemos pedir al Señor que ensanche nuestro corazón, para que seamos magnánimos, seamos dóciles, y no luchemos por las pequeñeces, por la ‘nada’ de cada día. Cuando uno opta por la ‘nada’, de aquella opción nacen los enfrentamientos en una familia, en las amistades, con los amigos, en la sociedad, también; los enfrentamientos que finalizan en la guerra: ¡por la ‘nada’! La ‘nada’ es la semilla de guerras, siempre. Porque es semilla de egoísmo. El ‘todo’ es aquello grande, es Jesús. Pidamos al Señor que ensanche nuestro corazón, que nos haga humildes, dóciles y magnánimos, porque en Él tenemos el ‘todo’; y que nos proteja de los problemas cotidianos alrededor de la ‘nada’.
Ofrezcamos Jesús al que no nos ama 18 de Junio de 2013 24
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Amar a los enemigos es difícil, pero es lo que nos pide el Señor. Para perdonar a nuestros enemigos, es fundamental rezar por ellos, pedir al Señor que les cambie el corazón. ¿Cómo podemos amar a nuestros enemigos? ¿Cómo se puede amar a aquellos que toman la decisión de bombardear y asesinar a tantas personas? ¿Cómo se puede amar a aquellos que por amor al dinero no dejan que las medicinas lleguen a los ancianos y los dejan morir? ¿O a aquellos que sólo buscan el propio interés, el propio poder y hacen tanto mal? Amar al enemigo parece una cosa difícil, pero Jesús nos lo pide. La liturgia de estos días nos propone justamente esta actualización de las leyes que hace Jesús, desde la ley del Monte Sinaí a la Ley del Monte de las Bienaventuranzas. Y subrayó que todos nosotros tenemos enemigos, pero en el fondo nosotros mismos podemos convertirnos en enemigos de los otros: Tantas veces también nosotros nos convertimos en enemigos de otros: no los queremos. Y Jesús nos dice que debemos ¡amar a los enemigos! ¡Y esto no es fácil! No es fácil… pensamos que Jesús ¡nos pide demasiado! Dejamos esto para las monjas de clausura, que son santas; dejamos esto para alguna alma santa, pero en la vida común esto no se puede. Y esto ¡tiene que poderse! Jesús dice: ‘No, ¡debemos hacer esto! Porque de lo contrario ustedes son como los publicanos, como los paganos. No son cristianos’. Entonces, ¿cómo podemos amar a nuestros enemigos? Jesús nos dice dos cosas: ante todo mirar al Padre que hace surgir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Dios tiene amor para todos. Y luego Jesús nos pide ser perfectos como es perfecto el Padre Celeste, imitar al Padre con aquella perfección del amor. Jesús perdona a sus enemigos, haz de todo para perdonarlos. Vengarse en cambio no es cristiano. Pero ¿cómo podemos llegar a amar a nuestros enemigos? Rezando. Cuando uno reza por aquello que nos hace sufrir, es como que el Señor viene con el aceite y prepara nuestros corazones a la paz: ¡Rezar! Es lo que nos aconseja Jesús: ‘¡Recen por sus enemigos! ¡Recen por aquellos que los persiguen! ¡Recen!’. y decirle a Dios: ‘Cámbiale el corazón. Tiene un corazón de piedra, pero cámbialo, dale un corazón de carne, que sienta y que ame’. Les dejo sólo esta pregunta y cada uno responda en su corazón: ‘¿Rezo por mis enemigos? ¿rezo por aquellos que no me quieren?’ Si decimos ‘si’, yo diré: ‘Adelante, reza cada vez más, aquel es un buen camino’. Si la respuesta es ‘no’, el Señor dice: ‘Pobrecito, ¡También tú eres enemigo de los otros!’. Rezar para que el Señor cambie el corazón de aquellos. También podemos decir: ‘Pero éste me ha hecho mucho daño’, o aquellos han hecho cosas malas, y esto empobrece a las personas, empobrece la humanidad. Y con tal argumento pretendemos llevar adelante la venganza, eso del ojo por ojo, diente por diente. Es verdad, el amor por los enemigos nos empobrece. Pero nos hace pobres como Jesús cuando vino hasta nosotros, se bajó y se hizo pobre por nosotros. Alguien podría 25
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decir que esto no es un buen negocio si el enemigo me hace más pobre es cierto, según los criterios del mundo no es un buen negocio. Pero este es el camino que siguió Jesús, que de rico se hizo pobre por nosotros. En aquella pobreza, en aquel abajamiento de Jesús se encuentra la gracia que nos ha justificado a todos, que nos ha hecho ricos. Es el misterio de salvación: Con el perdón, con el amor al enemigo, nos volvemos más pobres: el amor nos empobrece, pero aquella pobreza es semilla de fecundidad y de amor por los otros. Como la pobreza de Jesús, que se ha convertido en gracia de salvación para todos nosotros, riqueza… Nosotros que estamos hoy en esta Misa, pensemos en nuestros enemigos y en aquellos que no nos quieren: sería hermoso que ofreciésemos la Misa por ellos: Jesús, el sacrificio de Jesús, por ellos, por aquellos que no nos aman. Y también por nosotros, para que el Señor nos enseñe esta sabiduría tan difícil, pero tan hermosa porque nos hace asemejarnos al Padre, a nuestro Padre y hace surgir el sol para todos, buenos y malos. Y nos hace asemejar al Hijo, a Jesús, que en su abajarse se hizo pobre para enriquecernos, a nosotros, con su pobreza.
La casuística de preceptos, impide vivir a Dios con alegría y magnanimidad. Somos pecadores con pecados concretos. 26
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Roma, 19 de junio de 2013 El cristianismo no es una "casuística" de preceptos: esta concepción impide entender y vivir a Dios como alegría y magnanimidad. No a una ética sin bondad Los hipócritas que llevan al pueblo de Dios por una calle sin salida: son estos los protagonistas del evangelio de hoy. El pasaje de Mateo, que presenta el contraste entre la conducta de los escribas y fariseos -que se pavonean en público cuando dan la limosna, la oración y el ayuno-, y aquello que por el contrario Jesús indica a los discípulos como la actitud correcta a tomar en las mismas circunstancias, y que es el secreto, la discreción apreciada y recompensada por Dios. En particular, más allá de la vanidad de los escribas y fariseos, son estigmatizados por imponer a los fieles tantos preceptos: Se llaman hipócritas de la casuística, intelectuales sin talento que no tienen la inteligencia para encontrar a Dios, para explicar a Dios con inteligencia, y al hacerlo así, impiden a sí mismos y a los otros que entren en el Reino de Dios: Jesús lo dice: No entran ustedes ni dejan entrar a los otros. Son especialistas en una ética sin bondad, no saben qué es la bondad. Pero sí, son especialistas en ética, ¿eh? ‘Se tiene que hacer esto, esto, esto...’ Te llenan de preceptos, pero sin bondad. Y los de las filacterias, que se colocan tantos paños, tantas cosas, para hacer mostrar que son majestuosos, perfectos, estos no tienen el sentido de la belleza. Llegan solo a tener una belleza de museo. Intelectuales sin talento, especialistas en ética sin bondad, portadores de bellezas de museo. Estos son los hipócritas, a los que Jesús reprende mucho. La humildad del pecador Pero esto no termina aquí. En el evangelio de hoy, el Señor habla de otra clase de hipócritas, los que se dedican a lo sagrado: El Señor habla del ayuno, de la oración, de la limosna: los tres pilares de la piedad cristiana; de la conversión interior, que la Iglesia nos propone a todos durante la Cuaresma. También en este camino hay hipócritas, que se pavonean en hacer el ayuno, la limosna, la oración. Creo que cuando la hipocresía llega a ese punto en la relación con Dios, estamos muy cerca al pecado contra el Espíritu Santo. Ellos no saben acerca de la belleza, no conocen del amor, no saben de la verdad: son pequeños, viles. Pensemos sobre la hipocresía en la Iglesia: cuánto mal nos hace a todos. A la vez que se refiere como icono de imitar a un personaje descrito en otro pasaje del evangelio. Se trata del publicano que con humilde sencillez reza diciendo: Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador. Esta es la oración que debemos hacer todos los días, sabiendo que somos pecadores, pero con pecados concretos, no teóricos. Y esta oración, nos ayudará a recorrer el camino contrario a la hipocresía, a la tentación que todos tenemos: 27
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Pero tenemos también la gracia, la gracia que viene de Jesucristo: la gracia de la alegría, la gracia de la magnanimidad, de la anchura. El hipócrita no sabe qué es la alegría, no sabe lo que es la amplitud, no sabe qué es la magnanimidad.
Para rezar el Padre nuestro: corazón en paz con nuestros hermanos Roma, 20 de junio de 2013
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Creemos en un Dios que es Padre, que está muy cerca de nosotros, no es anónimo, no es "un Dios cósmico". La oración no es magia La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. La oración del "Padre Nuestro" que Jesús enseñó a sus discípulos, de la que habla el evangelio de hoy. Jesús, dijo, nos da un consejo en la oración: No malgasten palabras, no creen ruido, el ruido de lo mundano, los ruidos de la vanidad. La oración no es algo mágico, no se hace magia con la oración". Alguien me dice que cuando uno va a un curandero, le dice un montón de palabras para sanarlo. Pero aquello es pagano. A nosotros Jesús nos enseña: No debemos ir con tantas palabras donde Él, porque Él lo sabe todo. Y añade: la primera palabra es "Padre", esta es la clave de la oración. Sin decir, sin escuchar esa palabra, no se puede orar. ¿A quién debo orar?, ¿al Dios Todopoderoso?, demasiado lejos. Ah, esto no lo siento. Jesús ni siquiera lo sentía. ¿A quién debo orar?, ¿al Dios cósmico?, un tanto habitual en estos días, ¿no?... orar al Dios cósmico, ¿no? Esta cultura politeísta que viene con esta cultura light… ¡Tú debes rezarle al Padre! Es una palabra fuerte: "Padre". Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida. No a todos: a todos es demasiado anónimo. A ti, a mí. Y también orar a aquel que te acompaña en tu camino: que conoce toda tu vida. Todo: lo que es bueno y lo que no es tan bueno. Él lo sabe todo. Si no empezamos la oración con esta palabra, no dicha de los labios, sino dicha desde el corazón, no podemos orar en cristiano. Confiar en el Padre de todos La palabra "Padre" es una palabra fuerte, pero que abre las puertas. En el momento del sacrificio, Isaac se da cuenta de que algo andaba mal, ya que faltaba la oveja, pero confía en su padre y su preocupación la ha depositado en el corazón de su padre . Y aún más, Padre, es la palabra que pensó en decir aquel hijo que se fue con la herencia y que después quería volver a casa. Y aquel padre lo ve llegar y va corriendo hacia él, se le lanza al cuello, para llenarlo de amor. Y el Padre, he pecado: esta es la clave de toda oración, sentirse amado por un Padre: Tenemos un Padre. Cercanísimo, ¡eh!, que nos abraza... Todas estas preocupaciones, inquietudes que tenemos, dejémoslas al Padre: Él sabe lo que necesitamos. Padre, ¿qué?, ¿mi padre? No, ¡Padre nuestro! Porque no soy hijo único, ninguno de nosotros, y si no puedo ser un hermano, será difícil convertirme en un hijo de este Padre, porque es el padre de todos. Sin duda que es el mío, pero también de los demás, de mis hermanos. Y si no estoy en paz con mis hermanos, no puedo decirle ‘Padre’ a Él. De este modo, se puede explicar el hecho de que Jesús, después de habernos enseñado el Padrenuestro, subraya que si no perdonamos a los demás, tampoco el Padre perdonará nuestros pecados. Es muy difícil perdonar a los demás, 29
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verdaderamente es muy difícil, porque siempre tenemos aquel pesar dentro. Pensamos: Me lo hiciste, espera un poco..., para devolverle el favor que me había hecho: Oh no, no se puede orar con enemigos en el corazón, con hermanos y enemigos en el corazón. Esto es difícil, sí, es difícil, no es fácil. ‘Padre, no puedo decir Padre, no me viene'. Es cierto, yo lo entiendo. ‘No puedo decir nuestro, porque este me hizo esto, eso y...’ ¡no se puede! ‘Estos deben de ir al infierno, ¿no? ¡no son de los míos!’. Es cierto, no es fácil. Pero Jesús nos ha prometido el Espíritu Santo: Él es quien nos enseña, desde dentro, desde el corazón, como decir 'Padre' y cómo decir ‘nuestro’. Pidamos hoy al Espíritu Santo que nos enseñe a decir ‘Padre’ y a poder decir ‘nuestro’, haciendo la paz con todos nuestros enemigos.
Nunca vi un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre Roma, 21 de junio de 2013
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Pedir a Dios la gracia de un corazón que sepa amar y no se deje desviar por tesoros inútiles. Atesorar en el cielo La lucha por el único tesoro que se puede llevar consigo más allá de la vida es la razón de ser de un cristiano. Es la razón de ser que Jesús explica a los discípulos, en el pasaje que se lee hoy en el evangelio de Mateo: "Allí donde está tu tesoro, también estará tu corazón". El problema está en el no confundir las riquezas. Hay tesoros riesgosos que seducen, pero que debemos abandonar, aquellos acumulados durante la vida y que la muerte destruye. Nunca he visto un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre, nunca. Pero sí hay un tesoro que podemos llevar con nosotros, un tesoro que nadie nos puede robar, que no es lo que has estado guardando para ti, sino lo que has dado a los demás: Aquel tesoro que hemos dado a los demás, eso es lo que nos llevamos. Y eso va a ser nuestro mérito, entre comillas, ¡pero es nuestro ‘mérito’ de Jesucristo en nosotros! Y eso es lo que tenemos que llevar. Y es aquello que el Señor nos deja llevar. El amor, la caridad, el servicio, la paciencia, la bondad, la ternura..., son hermosos tesoros: son los que llevamos. Los otros no. Por lo tanto, como afirma el evangelio, el tesoro que vale a los ojos de Dios es el que ya se ha acumulado desde la tierra en el cielo. Pero Jesús va un paso más allá: une el tesoro al corazón, crea una relación entre los dos términos. Esto porque el nuestro es un corazón inquieto, que el Señor ha hecho así para buscarlo a Él: El Señor nos ha hecho inquietos para encontrarlo, para crecer. Pero si nuestro tesoro es un tesoro que no está cerca al Señor, que no es del Señor, nuestro corazón se inquieta por las cosas que no van, por esos tesoros... Así que mucha gente, incluso nosotros andamos inquietos ... Para tener esto, para obtener aquello, al final nuestro corazón se cansa, nunca está satisfecho: se cansa, se vuelve perezoso, se convierte en un corazón sin amor. El cansancio del corazón. Pensemos en eso. Yo qué cosa tengo: un corazón cansado que solo quiere acomodarse, ¿tres o cuatro cosas, una buena cuenta bancaria, esto, aquello? ¿O un corazón inquieto, que siempre busca aún más cosas que no pudo tener, las cosas del Señor? Esta inquietud del corazón hay que cuidarla siempre. Un corazón que brille A este punto, Cristo también pone en tela de juicio el 'ojo', que es el símbolo de la intención del corazón, y que se refleja en el cuerpo: un corazón lleno de amor vuelve el cuerpo brillante, un corazón malo lo hace oscuro. Del contraste luz-oscuridad depende nuestro juicio sobre las cosas, como también lo demuestra el hecho de que un corazón de piedra, pegado a un tesoro de la tierra, a un tesoro egoísta, que puede también convertirse en un tesoro del odio, vienen las guerras.... En cambio, que a través de la intercesión de san Luis Gonzaga que hoy la Iglesia recuerda, le pedimos la gracia de un corazón nuevo, un corazón de carne: 31
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Todos estos pedazos del corazón que están hechos de piedra, el Señor los hace humanos, con aquella inquietud, con aquella ansia buena de ir hacia adelante, ¡buscándolo a Él dejándose buscar por Èl! ¡Que el Señor nos cambie el corazón! Y así nos salvará. Nos protegerá de los tesoros que no nos ayuden en el encuentro con Él, en el servicio a los demás, y también nos dará la luz para ver y juzgar de acuerdo con el verdadero tesoro: su verdad. Que el Señor nos cambie el corazón para buscar el verdadero tesoro y así convertirnos en personas luminosas y no ser personas de las tinieblas.
Las riquezas ahogan las promesas de Dios Roma, 22 de junio de 2013 32
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Las riquezas y los afanes del mundo ahogan la Palabra de Dios. Nuestra vida está afirmada sobre tres pilares: elección, alianza y promesa. Hay que confiar en el Padre al vivir el presente, sin preocuparse por lo que va a suceder. Un solo Señor Nadie puede servir a dos señores. Jesús tiene una idea clara acerca de esto: son las riquezas y los afanes del mundo los que ahogan la Palabra de Dios, son estas las espinas que ahogan la semilla que cayó en la tierra, de las que nos habla la Parábola del Sembrador: Las riquezas y los cuidados del mundo, ahogan la Palabra de Dios y no la dejan crecer. Y la Palabra muere, porque no es conservada: es ahogada. En este caso, o se sirve a la riqueza o se sirve a las preocupaciones, pero no se sirve a la Palabra de Dios. Y esto también tiene un sentido temporal, porque la Palabra es un poco construida en el tiempo ¿no? No se preocupen por el día siguiente, de lo que harás mañana... También la Parábola del Sembrador es construida en el tiempo: siembra, después viene la lluvia y crece. ¿Qué hace en nosotros, qué hacen las riquezas y que cosa hacen las preocupaciones? Simplemente te quitan el tiempo. Los tres pilares del hombre Toda nuestra vida está basada en tres pilares: uno en el pasado, uno en el presente y otro en el futuro. El pilar del pasado es el de la elección del Señor. Cada uno de nosotros puede decir, efectivamente, que el Señor me ha elegido, me ha amado, me ha dicho 'ven' y con el Bautismo me eligió para ir por un camino, el camino cristiano. El futuro, por el contrario, significa caminar hacia una promesa", el Señor nos ha hecho una promesa. El presente entonces, es nuestra respuesta a este Dios tan bueno que me eligió. Y observó también: Hace promesa, me propone una alianza y yo hago una alianza con Él. Por lo tanto, estos son los tres pilares: elección, alianza y promesa: Los tres pilares de toda la historia de la Salvación. Pero cuando nuestro corazón entra en esto que nos dice Jesús, se reduce el tiempo: reduce el pasado, el futuro, y se funde en el presente. Y a aquello que está unido a las riquezas, no le importa el pasado o el futuro, tiene todo allí. La riqueza es un ídolo. No tiene necesidad de un pasado, de una promesa, de una elección: nada. Lo que me preocupa acerca de lo que puede pasar, corta su relación con el futuro. ‘¿Pero, puede durar esto?’, entonces el futuro se vuelve futurista, que no te orienta a ninguna promesa: permanece confuso, queda solo. Hacia la promesa futura Por esta razón, Jesús nos dice que, o se sigue el Reino de Dios o sino a las riquezas y a las preocupaciones mundanas. En el Bautismo, continuó, somos elegidos en el amor por Él, tenemos un Padre que nos puso en camino. Y así, el futuro también es alegre, porque caminamos hacia una promesa. El Señor es fiel, Él no defrauda, y por lo tanto estamos llamados a hacer lo que podemos, sin decepción, sin olvidar que tenemos un Padre en el pasado que nos ha elegido. Las riquezas y las preocupaciones, 33
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son las dos cosas que nos hacen olvidar nuestro pasado, que nos hacen vivir como si no tuviéramos un Padre. Y también nuestro presente es un presente que no va: Olvidar el pasado, no aceptar el presente, desfigurar el futuro: esto es lo que hacen las riquezas y las preocupaciones. El Señor nos dice: '¡Pero, no te preocupes! Busquen el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás vendrá'. Pidamos al Señor la gracia de no equivocarnos con las preocupaciones, con la idolatría de la riqueza y siempre tener memoria de que tenemos un Padre que nos ha elegido, recordar que este Padre nos promete algo bueno, que es caminar hacia aquella promesa y tener el valor de tomar el presente como viene. ¡Pidamos esta gracia al Señor!
La Iglesia está para proclamar la palabra de Dios hasta el martirio Ser una Iglesia que nunca tome nada para sí misma 34
Predicación diaria del Papa Francisco en Santa Marta
Roma, 24 de junio de 2013
Ser voz en el desierto La figura de Juan el Bautista no siempre es fácil de entender. Cuando pensamos en su vida, él es un profeta, un gran hombre que luego termina como un hombre pobre. ¿Quién es por lo tanto Juan? Él mismo lo explica: "Yo soy una voz, una voz en el desierto", pero es una voz sin la Palabra, porque la Palabra no es Él, es Otro. He aquí, pues lo que es el misterio de Juan: Nunca se apodera de la Palabra, Juan es el que significa, el que señala. El sentido de la vida de Juan es indicar a otro. Llama la atención que la Iglesia elija para la fiesta de Juan, un periodo en que los días son los más largos del año, que tienen más luz. Y realmente Juan era el hombre de la luz, llevaba la luz, pero no era su propia luz, era una luz reflejada. Juan es como una luna, y cuando Jesús comenzó a predicar, la luz de Juan comenzó a declinar. Voz, no Palabra, luz, pero no propia: Juan parece ser nada. Esa es la vocación de Juan: desaparecer. Y cuando contemplamos la vida de este hombre, tan grande, tan poderoso -todos creían que él era el Mesías-, cuando contemplamos esta vida, cómo desaparecía hasta llegar a la oscuridad de una prisión, contemplamos un gran misterio. No sabemos cómo fueron los últimos días de Juan. No lo sabemos. Sólo sabemos que fue asesinado, su cabeza en una bandeja, como el gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede ir más abajo, desaparecer… Ese fue el final de Juan. No apropiarse de la Verdad En la cárcel, Juan tiene dudas, tenía una angustia y había llamado a sus discípulos para que vayan donde Jesús a preguntarle: ¿Eres Tú, o debemos esperar a otro? Este fue justamente la oscuridad, el dolor de su vida. Ni siquiera de esto se salvó Juan: la figura de Juan me hace pensar mucho en la Iglesia: La Iglesia existe para anunciar, para ser la voz de la Palabra, de su esposo, que es la Palabra. Y la Iglesia existe para anunciar esta Palabra hasta el martirio. Martirio precisamente en las manos de los soberbios, de los más soberbios de la Tierra. Juan podía volverse importante, podía decir algo acerca de sí mismo. ‘Pero yo nunca cuento’ sino solamente esto: indicaba, se sentía la voz, no la Palabra. Es el secreto de Juan. ¿Por qué Juan es santo y sin pecado? Porque nunca tomó una verdad como propia. No ha querido volverse un ideólogo. Es el hombre que se negó a sí mismo, para que la Palabra crezca. Y nosotros, como Iglesia, podemos pedir hoy la gracia de no convertirnos en una Iglesia ideologizada...". La Iglesia debe escuchar la Palabra de Jesús y hacerse su voz, proclamarla con coraje. "Esta es una Iglesia sin ideologías, sin vida propia: la Iglesia que es el mysterium lunae, que tiene la luz de su Esposo y debe disminuir, para que Él crezca. 35
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Este es el modelo que Juan nos ofrece hoy, para nosotros y para la Iglesia. Una Iglesia que esté siempre al servicio de la Palabra. Una Iglesia que nunca tome nada para sí misma. Hoy en la oración hemos pedido la gracia de la alegría, le hemos pedido al Señor animar esta Iglesia en el servicio a la Palabra, de ser la voz de esta Palabra, predicar esta Palabra. Pidamos la gracia de imitar a Juan, sin ideas propias, sin un Evangelio tomado como propiedad, sino solamente una Iglesia-voz que señala la Palabra, y esto hasta el martirio.
"La certeza del cristiano es que Dios nunca nos deja solos" 36
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Seguir adelante con la confianza de que es Él que me llama. Ser cristiano es un llamado de amor, una llamada a ser hijos de Dios. Roma, 25 de junio de 2013 Todos son llamados Discusión entre Abraham y Lot por la división de la tierra. Cuando leo esto, pienso en el Medio Oriente y le pido tanto al Señor que nos dé a todos la sabiduría, esta sabiduría de no pelear, ‘yo estoy aquí y tú allí'. Abraham había dejado su tierra para ir, no sabía dónde, pero donde el Señor le dijera. Sigue caminando, entonces, porque cree en la Palabra de Dios, que lo había invitado a salir de su tierra. Este hombre, quizá nonagenario, mira la tierra que le indica el Señor y cree: Abraham parte de su tierra con una promesa: todo su viaje es ir hacia esta promesa. Y su recorrido es también un modelo de nuestro viaje. Dios llama a Abraham, a una persona, y de esa persona hace un pueblo. Si vamos al libro del Génesis, al principio, a la Creación, vemos que Dios crea las estrellas, crea las plantas, los animales, los crea, crea, crea... Pero crea al hombre en singular, uno. Dios siempre nos habla en singular a nosotros, porque nos ha creado a su imagen y semejanza. Y Dios habla en singular. Habló a Abraham y le dio una promesa y lo invitó a salir de su tierra. Como cristianos, estamos llamados en lo singular: ¡ninguno de nosotros es cristiano por pura casualidad! ¡Nadie!. Dios es fiel Hay una llamada por el nombre, con una promesa: ¡Adelante, yo estoy contigo! Camino a tu lado. Y esto lo conocía Jesús: Incluso en los momentos más difíciles se dirige al Padre: Dios nos acompaña, Dios nos llama por nuestro nombre, Dios nos promete una descendencia. Y esta es un poco la seguridad del cristiano. ¡No es una casualidad, es una llamada! Una llamada que nos hace seguir adelante. Ser cristiano es un llamado de amor, de amistad; una llamada a convertirse en hijo de Dios, hermano de Jesús; a ser fecundo en la transmisión de esta llamada a los demás, a ser instrumentos de esta llamada. Hay tantos problemas, hay momentos difíciles: ¡Jesús ha pasado por tantos! Pero siempre con esa confianza: El Señor me ha llamado. El Señor es como yo. El Señor me ha prometido. Dios es fiel, pues Él nunca puede renegar de sí mismo: Él es la lealtad. Y pensando en este pasaje donde Abraham es ungido como padre, por primera vez, padre de los pueblos, pensamos también en nosotros que hemos sido ungidos en el Bautismo, y pensamos en nuestra vida cristiana: ... Alguien dirá: ‘Padre, soy un pecador’... Pero todos lo somos. Esto se sabe. El asunto es: pecadores, seguir adelante con el Señor, seguir adelante con la promesa que nos ha hecho, con aquella promesa de fecundidad y decirle a los demás, contarle a los 37
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demás que el Señor está con nosotros, que el Señor nos ha escogido y que Él no nos deja solos, ¡nunca! La certeza del cristiano nos hará bien. Quiera el Señor darnos, a todos nosotros, este deseo de ir hacia adelante, como lo tuvo Abraham, en medio de los problemas; pero seguir adelante con la confianza de que Él es el que me llamó, que me prometió tantas cosas bellas, ¡está conmigo!
Que los sacerdotes vivan la "paternidad pastoral" Roma, 26 de junio de 2013 38
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Dios quiere que los presbíteros vivan con plenitud la gracia especial de la "paternidad": aquella espiritual en relación a las personas que se les confían. El "deseo de la paternidad" está registrado en las fibras más profundas de un hombre. Y un presbítero no es una excepción, aún cuando su deseo esté orientado y vivido de manera particular. Cuando un hombre no tiene este deseo, algo falta en este hombre, algo ha pasado. Todos nosotros, para ser plenos, para ser maduros, tenemos que sentir la alegría de la paternidad: incluso nosotros los célibes. La paternidad es dar vida a los demás, dar vida, dar vida... Para nosotros, será la paternidad pastoral, la paternidad espiritual: pero es dar vida, convertirse en padres. Ser un padre Dios promete al viejo Abraham la alegría de un hijo, junto con una descendencia, inmensa como las estrellas del cielo. Para sellar este pacto, Abraham sigue las instrucciones de Dios y dispone un sacrificio de animales, que luego defendió del ataque de las aves de rapiña. Me conmueve ver a este nonagenario con un bastón en la mano, que defiende su sacrificio. Me hace pensar en un padre cuando defiende la familia, a los niños: Un padre que sabe lo que significa proteger a sus hijos. Y esta es una gracia que nosotros los presbíteros debemos pedir: ser padres. La gracia de la paternidad, de la paternidad pastoral, de la paternidad espiritual. Tendremos muchos pecados, pero esto es de commune sanctorum: todos tenemos pecados. Pero no tener hijos, no convertirse en un padre, es como si la vida no llegara al final: se detiene a mitad de camino. Es por eso que tenemos que ser padres. Pero es una gracia que el Señor nos da. La gente nos llama: Padre, padre, padre... Se necesita que sea así, padres, con la gracia de la paternidad pastoral. Dar frutos Me dirigió con afecto al cardenal Salvador De Giorgi, por su sexagésimo aniversario de ordenación presbiteral. No sé lo que hizo Ud. querido Salvador", pero estoy seguro de que ha sido un padre. Y esta es una señal para todos los sacerdotes. Ahora les toca a ustedes: todo árbol da fruto por sí mismo, y si es bueno, los frutos deben ser buenos, ¿verdad?. Por eso no queden mal... Damos gracias a Dios por esta gracia de la paternidad en la Iglesia, que va de padres a hijos, y así... Y pienso finalmente, en estos dos iconos y aún uno más: el icono de Abraham, que le pide un hijo; luego el icono de Abraham con el bastón en la mano, defendiendo la familia, y el icono del anciano Simeón en el templo, cuando recibe la vida nueva: hace una liturgia espontánea, la liturgia de la alegría, hacia Él. Y también a ustedes, que el Señor le de hoy mucha alegría. 39
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¿Alegría superficial o continua vigilia fúnebre? Roma, 27 de junio de 2013 40
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Hay personas que se hacen pasar por cristianos, y pecan o de superficialidad excesiva o de demasiada rigidez, olvidando que un verdadero cristiano es el hombre de la alegría, que apoya la fe sobre la roca de Cristo. Rígido y triste. O feliz, pero sin tener ni idea de la alegría cristiana. Hay dos casos, en un modo opuesto, en que viven dos categorías de los creyentes, y que en ambos casos tienen un grave defecto: se basan en un cristianismo hecho de palabras, y no se basan en la roca de la Palabra de Cristo. Cristianos de palabra En la historia de la Iglesia han habido dos clases de cristianos: los cristianos de las palabras, aquellos del Señor, Señor, Señor, y los cristianos de la acción, en la verdad. Siempre ha habido la tentación de vivir nuestro cristianismo fuera de la roca que es Cristo. El único que nos da la libertad de decir Padre a Dios es Cristo o la roca. Es el único que nos sostiene en los momentos difíciles, ¿no? Como dijo Jesús: la lluvia cae, se desbordan los ríos, soplan los vientos, pero cuando se está en la roca es seguro, pero cuando son sólo palabras, las palabras se vuelan, no sirven. Pero permanece la tentación de estos cristianos de palabras, de un cristianismo sin Jesús, un cristianismo sin Cristo. Y esto ha sucedido y está sucediendo hoy en día en la Iglesia: ser cristianos sin Cristo. Mirar más de cerca a estos cristianos de palabras, revelando sus características específicas. Hay un primer tipo, llamado ‘gnóstico’, que en lugar de amar a la roca, le gustan las palabras hermosas, y por lo tanto vive flotando en la superficie de la vida cristiana. Y luego está la otra, llamada pelagiano, que tiene un estilo de vida serio y almidonada. Cristianos, ironiza, que "miran al suelo: Y esta tentación existe hoy. Cristianos superficiales que creen, sí en Dios, en Cristo, pero demasiado ‘difuso’: no es Jesucristo el que le da fundamento. Son los gnósticos modernos. La tentación del gnostisimo. Un cristianismo "líquido. Excesiva rigidez Por otro lado, están los que creen que la vida cristiana debe ser tomada tan en serio que terminan por confundir solidez y firmeza, con rigidez. ¡Son rígidos! Estos creen que para ser cristiano se necesita estar de luto, siempre. El hecho es que de estos cristianos hay muchos. Sin embargo, no son cristianos, se disfrazan como cristianos. No saben quién es el Señor, no saben lo que es la roca, no tienen la libertad de los cristianos. Y, para decirlo de un modo simple, no tienen alegría: Los primeros tienen una cierta ‘alegría’ superficial. Los otros viven en una continua vigilia fúnebre, pero no saben lo que es la alegría cristiana. No saben cómo disfrutar de la vida que Jesús nos da, porque no saben hablar con Jesús. No se afirman sobre Jesús, con la firmeza que da la presencia de Jesús. Y no solo no tienen alegría: no tienen libertad. Son esclavos de la superficialidad, de esta vida generalizada, y estos 41
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son los esclavos de la rigidez, no son libres. En su vida, el Espíritu Santo no tiene cabida. ¡Es el Espíritu quien nos da la libertad! El Señor hoy nos invita a construir nuestra vida cristiana en Él, la roca, Aquel que nos da la libertad, que nos envía el Espíritu, que te hace ir adelante con alegría, en su camino, en sus propuestas.
El Señor entra en nuestras vidas cuando Él lo quiere Roma, 28 de junio de 2013
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El Señor nos pide ser pacientes y sin mancha, caminando siempre en su presencia. El Señor siempre escoge su propio modo para entrar en nuestra vida y esto requiere paciencia por nuestra parte, porque no siempre se deja ver por nosotros. Dios en nuestras vidas El Señor entra de a pocos en la vida de Abraham, tiene 99 años cuando le promete un hijo. En cambio, entra inmediatamente en la vida del leproso: Jesús escucha su oración, lo toca y aquí está el milagro. Cómo el Señor decide involucrarse en nuestras vidas, en la vida de su pueblo. Abraham y el leproso. Cuando venga el Señor no siempre lo hace de la misma manera. No existe un protocolo de la actuación de Dios en nuestra vida, no existe. Una vez, lo hace de una manera, otra vez lo hace de otra, pero siempre lo hace. Siempre se da este encuentro entre nosotros y el Señor: El Señor siempre escoge el modo de entrar en nuestra vida. Muchas veces lo hace tan lentamente, que estamos en peligro de perder un poco de paciencia, ‘Pero, Señor, ¿cuándo?’ Y oramos, oramos... Y no llega su intervención en nuestras vidas. Otras veces, cuando pensamos en lo que el Señor nos ha prometido, es tan grande que somos un poco incrédulos, un poco escépticos y como Abraham, un poco a escondidas, sonreímos... Dice esta primera lectura que Abraham escondió su cara y sonrió... Un poco de escepticismo: ‘Pero cómo yo, con cerca de cien años, tendré un hijo y mi mujer a los 90 años tendrá un hijo?’. Los tiempos de Dios El mismo escepticismo, recordó, lo tendrá Sarah, en la encina de Mambré, cuando los tres ángeles le dirán lo mismo a Abraham. ¿Cuántas veces nosotros, cuando el Señor no acude, no hace el milagro, y no nos da lo que queremos que Él haga, nos volvemos o impacientes o escépticos: Pero no lo hace, a los escépticos no puede hacerlo. El Señor se toma su tiempo. Pero incluso Él, en esta relación con nosotros, tiene mucha paciencia. No solo nosotros debemos tener paciencia: ¡Él la tiene! ¡Él nos espera! ¡Él nos espera hasta el final de la vida! Pensemos en el buen ladrón, hasta el final, al final reconoció a Dios. El Señor camina con nosotros, pero muchas veces no se deja ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está involucrado en nuestras vidas, ¡esto es seguro!, pero muchas veces no lo vemos. Esto nos exige paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene mucha paciencia con nosotros". El misterio de la paciencia de Dios, que al caminar, camina a nuestro ritmo. A veces en la vida, las cosas se vuelven muy oscuras, hay tanta oscuridad allí, que queremos, si estamos en problemas, bajar de la cruz. Esto, dijo, es el momento preciso: la noche es más oscura, cuando se aproxima la madrugada. Y siempre cuando nos bajamos de la cruz, lo hacemos cinco minutos antes de que llegue la liberación, en el momento más grande de la impaciencia. 43
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Jesús en la Cruz, sintió que lo desafiaban: ‘¡Baja, baja! ¡Ven!’. Paciencia hasta el final, porque Él tiene paciencia con nosotros. Él entra siempre, está involucrado con nosotros, pero lo hace a su manera y cuando Él piensa que es mejor. Solo nos dice lo que le dijo a Abraham: ‘Camina en mi presencia y sé perfecto', sé irreprensible, es la palabra correcta. Camina en mi presencia y trata de estar por encima de cualquier reproche. Este es el camino con el Señor y Él interviene, pero tenemos que esperar, esperar el momento, caminando siempre en su presencia y tratando de ser irreprensibles. Le pedimos esta gracia al Señor: caminar siempre en su presencia, tratando de ser irreprensibles.
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