Boletín Pastoral N. 10 Semana del 01 al 07 febrero del 2016
IV Domingo del Tiempo Ordinario “¡Nadie es profeta en su tierra!”
“Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”. Con estas palabras de aliento se cierra el oráculo con el que el Señor constituye a Jeremías en profeta de los gentiles (Jer 1,19). Bien sabe él que ha sido elegido para transmitir fielmente a su pueblo lo que Dios ha dispuesto. Habrá de interpelar a los jefes del pueblo, pero también a las gentes del campo. Su misión no será fácil. Habrá de encontrar una fuerte oposición por parte de todos. Pero el Señor saldrá en su defensa. Nadie acepta impunemente la misión que Dios le confía. La historia y la experiencia nos dicen que todos los que escuchan la pala El domingo pasado, el evangelio nos situaba en la sinagoga de Nazaret. Jesús leía un texto del libro de Isaías en que se recordaba la vocación y la misión de un profeta y se lo aplicaba a sí mismo, diciendo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21). La traducción más habitual dice que sus oyentes quedaron admirados de las palabras de gracia que salían de sus labios. Sería mejor traducir que los vecinos de su pueblo quedaron escandalizados de las palabras de misericordia que salían de su boca. En efecto, Jesús se atribuía el mandato de proclamar el año de gracia de parte de Dios y omitía las palabras del libro que prometían una venganza contra los enemigos. Jesús anunciaba a un Dios compasivo y misericordioso con todos. Por eso recordaba que esa misma había sido la actitud de los grandes profetas de antaño. Elías había socorrido a una viuda de Sarepta. Y Eliseo había curado a un militar leproso procedente de Damasco. Ambos manifestaban la misericordia de Dios con los extranjeros. Pero los vecinos de Jesús no estaban preparados para aceptar ese mensaje. Su nacionalismo era aldeano. Querían un Dios para ellos solos. No estaban dispuestos a renunciar a la venganza contra los paganos. No podían creer en la misericordia universal de Dios.
Señor Jesús, nosotros te reconocemos como el profeta enviado por Dios para anunciarnos su misericordia. Líbranos del pecado de rechazarte a ti y de ignorar tu mensaje de gracia y de salvación. Amén. Pbro. José-Román Flecha Andrés