Boletín 11 2016

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Boletín Pastoral N. 11 Semana del 08 al 14 febrero del 2016

V Domingo del Tiempo Ordinario “¡Y dejándolo todo lo siguieron!”

“¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al rey y Señor de los Ejércitos”. Esta exclamación del profeta Isaías (Is 6,5) se sitúa en el marco de una profunda experiencia religiosa, que podría articularse en tres momentos. En primer lugar, el profeta se ve inundado por el esplendor de la majestad de Dios, que no es accesible a los sentidos humanos. Inmediatamente, a la luz de esa gloria percibe también su pecado, entendido como una distancia insuperable, es decir como la falta de dignidad ante la santidad de Dios. Pero en un tercer momento, de Dios mismo le llega la purificación. Una vez purificado, Isaías puede recibir la misión que Dios le confiere. Él ha de ser portavoz de su mensaje. Es verdad que no ha de ser fácil. En las palabras divinas del envío se prevé la dureza de las gentes a las que el profeta es enviado. Pero nada puede amedrentar al que ha sido tocado por el fuego que arde ante el santuario. El evangelio de este domingo 5º del Tiempo Ordinario refleja una experiencia semejante, aunque vivida en un ambiente diverso. Ante una pesca desacostumbrada, Pedro se arroja ante los pies de Jesús (Lc 5,8). Isaías es de Jerusalén, Pedro es de Betsaida. No está en el templo, sino en el mar. Ahora la gloria de Dios se manifiesta en Jesús de Nazaret. Pero algo muy importante une a los dos relatos. En nuestra sociedad se piensa que las religiones procuran suscitar en sus fieles el sentido de la culpa para ofrecerles a continuación el remedio del perdón. Tal vez sea ese el estilo que adoptan la propaganda política y la publicidad comercial. Pero no es ese el proceso auténticamente religioso. El camino de Isaías y de Pedro es exactamente el contrario. No va de la culpa a la gracia, sino de la gloria divina al descubrimiento de la verdad humana. No va de la angustia a la súplica. Va del esplendor de la misericordia a la confesión de la propia miseria. Isaías y Pedro descubren que el pecado es siempre la “in-dignidad”, es decir, la distancia ante el Santo. El hermoso relato evangélico que hoy se proclama subraya la dignidad de Jesús de Nazaret, la exhortación a escuchar su palabra que nos envía a los mares, y la promesa de una misión que ha de dar sentido a la vida del discípulo. Todo ello apoyado en el diálogo entre Jesús y Pedro.


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