Boletín Pastoral N. 12 Semana del 15 al 21 febrero del 2016
I Domingo de Cuaresma
“¡Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto!” “Traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado”. Con esta ofrenda concluye el llamado “credo” del Israelita, que se contiene en el libro del Deuteronomio (Dt 26,10). Un texto venerable, que une el pasado y el presente del pueblo elegido por Dios. • Del pasado remoto, se recuerda la época del pastoreo, pero también el hambre que obligó a los antepasados a emigrar a Egipto. Buscaban allí los medios para sobrevivir, pero se vieron obligados a servir en una dura esclavitud. Un segundo momento estaba marcado por la súplica insistente ante el Señor. Y, sobre todo, por la intervención de Dios, que misericordiosamente abrió ante el pueblo los caminos de la liberación y le entregó una tierra que manaba leche y miel • El tercer momento es el presente. El israelita se acerca al templo a ofrecer al Señor las primicias de los frutos del campo. Con ese gesto no hace más que devolver a Dios una pequeña parte de lo que ha recibido de Él. Solo Dios es el Señor de su historia, de su vida y de sus bienes. El evangelio del primer domingo de cuaresma nos recuerda todos los años las tentaciones de Jesús. Este año se proclama el texto del evangelio de Lucas (Lc 4,1-13). Entre las numerosas aplicaciones de este pasaje, el año de la Misericordia puede sugerirnos estas tres. • Ante la primera tentación, que nos ofrece panes, la primera obra de misericordia nos exhorta a “dar de comer al hambriento”. Pero el Señor nos recuerda que el hambre de nuestros hermanos no se satisface solo con alimentos de la tierra. Hay un Pan que da vida eterna. • Ante la segunda tentación, que nos ofrece poder y gloria, pensamos en la obra de misericordia que nos lleva a “vestir al desnudo”. El vestido defiende la intimidad y subraya la dignidad de la persona. Pero la gloria verdadera sólo nos la da la escucha de la Palabra de Dios. • Ante la tercera tentación, que nos sugiere poner a prueba al mismo Dios, evocamos la obra de misericordia que nos pide “dar buen consejo al que lo necesite”. Por imprudencia y orgullo atentamos contra