Boletín Pastoral N. 29 Semana del 13 al 19 junio del 2016
Domingo XI del Tiempo Ordinario “¡Tus pecados están perdonados!” “El Señor perdona tu pecado. No morirás” (2 Sam 12,13). Este texto nos remite a un inolvidable drama en cuatro tiempos. La primera escena nos recuerda el doble pecado de David: adulterio y asesinato. La segunda escena recoge la parábola que le cuenta el profeta, la confesión arrepentida del rey y la certeza del perdón de Dios, que le transmite Natán. Con frecuencia pensamos que el Antiguo Testamento nos presenta un Dios vengativo, cuando la verdad es que él mismo se revela como un Dios compasivo y misericordioso. Como las ideas se quedan en las nubes, los textos de la Primera Alianza nos presentan numerosos iconos humanos que reflejan la bondad divina. El icono del rey David, pecador e interpelado, arrepentido y perdonado, nos representa a todos. Nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Es decir, la memoria de nuestras faltas. La necesidad de escuchar las exhortaciones a la conversión que recibimos todos los días. Y el horizonte de perdón y de gracia que Dios abre ante nuestros ojos. El domingo pasado comenzamos a leer la carta de san Pablo a los Gálatas. En el texto que hoy se proclama (Gál 2,16-19.21) se repite hasta tres veces que el hombre no se justifica por cumplir la Ley de Moisés, sino por creer en Cristo Jesús. Con razón puede exclamar el Apóstol: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. El que ha sido justificado ha sido rescatado del pecado, ha sido perdonado, ha sido hecho justo. Este don no podemos conseguirlo con nuestras propias fuerzas. Ni siquiera por el cumplimiento de las normas de la Ley. La justificación es totalmente gratuita. No se compra ni siquiera con el amor. Es la gracia de Dios la que nos ayuda a amarle como se debe. De la Ley y del amor nos habla el texto evangélico de hoy. Por un lado están los fariseos como Simón. Ellos se consideran como exactos cumplidores de la Ley. Eso les basta, puesto que piensan que no tienen nada que agradecer a Dios. Ante Jesús solo siente curiosidad y desdén.