Cuento de navidad

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para grandes y pequeños UN CUENTO DE PASTORCICOS DEL BELÉN

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Instrucciones

Instrucciones para disfrutar de lo lindo de esta historia 1.- Pon los villancicos que más os gusten en casa, de fondo: que se oigan pero no molesten para hablar. 2.- Un pequeño surtido de dulces navideños siempre es una buena idea, prepara una bandeja. 3.- Llévate a los más peques junto al belén. ¡Importante! Si puedes tenerlo apagado hasta que comiences a narrar esta historia, ¡mejor que mejor! 4.- Enciende tu belén y con los villancicos de fondo, lee esta historia. No estaría de más que a la par, los peques busquen en tu belén a sus protagonistas, señalen aquello que más les llama la atención... Hazlos partícipes de tu trabajo.

Y en tu Misterio, en el centro el Niño...

5.- ¡Obligatorio! Una foto de familia junto al belén. Imprímela, y no dejes de colgarla bien visible en tu zona de trabajo durante todo el año.

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Y en tu Misterio, en el centro el Niño… y ante él los mismos pequeños zagales que son tus hijos, tu familia, tus amigos y tú mismo. Y allí, hincados de rodillas en esta Noche de gloria, podéis quizá sentir esa mirada tierna y llena de vida que se hace en vuestra casa… Navidad.

Introducción

Después de meses de trabajo, llegamos a la que probablemente sea la fase más tierna y satisfactoria para un belenista: la colocación de las figuras y la ambientación final del belén. Los últimos toques que le dan vida y con los que damos por concluido el montaje. Ahora bien, el belén ha de ser algo más que un mero elemento decorativo en nuestros hogares, y es que hay un punto innegable que lo diferencia claramente de la maqueta o el modelismo: el mensaje que encierra. Por encima de todo, el de Belén es un mensaje de amor y solidaridad hacia el desprotegido, hacia el pobre entre los pobres. ¿Se nos ocurre un ser más indefenso y desvalido que un recién nacido, llegado al mundo en un establo, acostado en un pesebre, con la única compañía de sus padres en un mundo que aún le ignora? Ésa es la magia que encierra, una carga moral que le acompaña de manera indisoluble. Un mensaje tan universal como el amor, la protección y la solidaridad. ¿Por qué no celebrarlo entonces? Más importante aún, transmitirlo. Así surgió esta idea, para la que contamos con la ayuda inestimable de un buen amigo, autor de los siguientes textos. Desea permanecer en el anonimato, y aun así, estamos obligados a darle las gracias. Porque nos ha hecho un auténtico regalo, con unas líneas capaces de emocionar. Adultos o chiquillos, celebremos unos instantes junto a nuestro belén contando la historia y el mensaje que encierra.

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Cuando miraba su dormir plácido y sereno, de alguna manera conseguía también recuperar la paz de su corazón de madre. Cada respiración de ese pequeño insuflaba en su alma una bocanada nueva de serenidad y de sosiego. Y bien que lo necesitaba… Todo estaba en calma, todo recuperaba la calma. Y la presencia callada del fiel José, dormitando a su lado, ayudaba a conseguir ese milagro.

Él, se desperezó, sonrió y les miró. Y las vidas de aquellos pastores ya nunca más fueron las mismas.

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Y Jesús, sin perder de vista el perrillo que no apartaba sus ojuelos de él, se desperezó, sonrió y les miró. Y las vidas de aquellos pastores ya nunca más fueron las mismas. Aquella mirada… ¿qué tenía aquella mirada? Ya no hubo dudas, ni miedos, ni frio. Ya no hubo sino alegría y paz. Los presentes que llevaban para aquel Niño, nada tuvieron que ver con el inmenso regalo que recibieron: la paz en el alma.

Cada respiración de ese pequeño insuflaba en su alma una bocanada nueva de serenidad y de sosiego.

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La noche, cómplice espacio para los recuerdos, le ayudaba a ir recomponiendo las piezas del puzzle que se habían ido amontonando caóticamente en las últimas jornadas. Tampoco había tenido demasiado tiempo para poder resituar esas piezas de sus desparramados recuerdos. El nacimiento de su pequeño Joshua había dado la prioridad a los preparativos, a los esfuerzos, a los quehaceres más inmediatos; ni siquiera había tenido tiempo para recordar el miedo que rondaba su alma desde aquella mañana en que un extraño visitante había interrumpido sus tareas domésticas para hacerle una extraña revelación: “Dios te saluda, María”. No había entendido demasiado, la verdad. Justamente si pudo intuir que lo que se le estaba pidiendo era algo extraño, inalcanzable por la razón. Pero dejó hablar a su corazón, e intuyó que no debía negarle a Dios lo que le estaba pidiendo. “Serás madre de Dios”. Solamente acertaba a preguntarse: “¿yo?” Y no acababa de encontrar razones ni respuestas. Pero se fió de su intuición de mujer y se abandonó en su sed de Dios. Y simplemente dijo: “hágase”. Y se fue haciendo…

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Id a Belén, no os demoréis; os espera Dios.

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Y esos cantos hablaban de gloria y de paz Y de hombres de buena voluntad… Y de que se habían puesto las cosas en paz entre Dios y los hombres. Y otra vez ¡Gloria! Y no había instrumentos, pero sonaban orquestas. Y no había coros, pero parecieran mil voces elevadas al cielo. La noche desapareció por un momento ante sus ojos y todo se volvió resplandor. “¡Id a Belén, no demoréis; os espera Dios!”. Y todo fue correr y tropezar. Y sin tomar aire se presentaron a las afueras de la ciudad, porque los perros no dudaban del camino que debieran seguir. No hubo pérdida. Ni encrucijadas. Y allí estaban todos; formando parte de una escena llena de ternura y no exenta de ciertas gotas de humor.

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...;ni siquiera habia tenido tiempo para recordar el miedo que rondaba su alma desde aquella mañana en que un extraño visitante habia interrumpido sus tareas domésticas para hacerle una extraña revelación: “Dios te salve Maria”

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Miró a José. Y su rostro se iluminó con una sonrisa envuelta en ternura. José… Se había convertido desde jovencita en un sinónimo de “seguridad”. Aquél hombre conseguía sacar lo mejor de sí misma. No dudó ni un segundo cuando – nervioso y azorado como un adolescente – la pidió en matrimonio. Claro que sí… claro que para siempre. ¿Cómo negarle su amor y su vida, si él como nadie sabía llenarla de fuerza y de seguridad? Sabía que aquél “sí” a José era un sí a la vida y a la felicidad. Viéndolo ahora feliz con su pequeño entre los brazos, se daba cuenta que ese hombretón había pasado también su propio infierno interior. Fiarse de ella, confiar en ella, apostar por ella era algo que jamás se permitiría olvidar.

Pero esas voces...esos cantos. Hasta el frio de la noche habia desaparecido. Y jurarian que las estrellas brillaban más.

Cuando todo invitaba a la mezquindad, al juicio condenatorio… José una vez más desarmó sus miedos y sus angustias. “María, contigo hasta el final”, le dijo.

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Los pastores eran los que seguían sin salir de su asombro. Porque es cierto que al comienzo pensaron que se trataba de una broma del capataz, que en el fondo siempre había sido un guasón y quería comprobar si efectivamente velaban o se habían dormido. Pero esas voces… esos cantos. No eran humanos. No eran de los nuestros. Hasta el frío de la noche había desaparecido. Y jurarían que las estrellas brillaban más. No… no era un sueño. Además, de ser humanos aquellos seres, los perros hubieran atacado sin compasión a los intrusos. Pero ya ves… quietos y absortos, con las orejas erguidas para escuchar mejor aquellas voces celestiales.

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Miró a José. Y su rostro se iluminó con una sonrisa envuelta en ternura. José...

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Y una vez más, la conquistó. Y así fue. Hasta esa noche venturosa en que el llanto de Jesús rasgó el silencio de aquella noche fría de Belén. Cuando los enormes brazos de aquél hombre justo estrecharon por vez primera el cuerpecito de su pequeñín, José puso en paz su alma con el mundo. En ese abrazo recuperó su paz y halló las respuestas a sus preguntas y a sus temores. Seguramente el primer milagro de aquél pequeñín fue el que realizó en el alma de su “abuna”, como lo llamaría después. Su padre de la tierra, su protector y su maestro. José recibió el primer abrazo en la tierra del enviado de Dios. Después de ella, José mereció la primera caricia de Dios…

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Y Maria y José se miraron sonrientes...; ante ellos unos quince zagales absortos sin poder retirar la mirada del pequeño

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Y María y José se miraron sonrientes. Aquella imagen era ciertamente curiosa: ante ellos, postrados por tierra unos quince zagales envueltos en pieles de cordero, con sus zurrones cruzados en bandolera y los cayados en las manos. Y absortos sin poder retirar la mirada del pequeño que en la cuna dormitaba abriendo de vez en cuando uno de sus ojillos para no perder de vista el pequeño perro que en primera fila robaba su atención. ¡Cómo no iban a entender María y José de apariciones extrañas, de visitas insospechadas y de mensajes llenos de misterio! Como para que vinieran a explicarles a ellos si la razón humana podía albergar la respuesta necesaria para entender todo aquello… Parece que todo volvía al comienzo, en su casita de Nazaret y al encuentro con aquél ser luminoso que había ido abriendo caminos de misterio y traía mensajes de promesas cumplidas. ¿Cómo no entender? ¡Claro que entendían!

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José recibió el primer abrazo en la tierra del enviado de Dios...

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Belén dormido, cerradas las puertas por miedo a la aventura de creer; Belén aterido de frío, recogiendo los hielos de la humanidad; Belén mezquino, insolidario con la desesperación de tantos seres excluidos; Belén ajeno, despistado de lo que de veras es esencial en la vida. Belén quedaba a lo lejos. María podía vislumbrar las mortecinas luces de la ciudad envueltas en la niebla de las dudas y de los recelos. Y no se sintió ofendida, ni mucho menos. Si acaso albergó en su pecho un tibio sentimiento de compasión. Pobres… No se habían enterado de nada. Ni podían imaginar lo que había ocurrido en aquél destartalado portal de las afueras. Y por supuesto, ni siquiera podían intuir la alegría y la explosión de felicidad que había anidado en la vida de aquellos dos “okupas” que en la soledad de una cuadra habían abrazado a la Vida.

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Y hasta los perros se callaron y miraban extasiados.

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Y han comenzado a cantar con una voz que jamás la hubiéramos escuchado tan bella y llena de acordes maravillosos! Y hasta los perros que habían andado alborotados y nerviosos se callaron y miraban extasiados a aquellos seres maravillosos que entonaban los cánticos con una dulzura jamás escuchada. Fue…fue…. No sé cómo expresarlo!”

Belén dormido, cerradas las puertas por miedo a la aventura de creer...

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Si en el Belén que esta noche embellece tu casa, hermano, no bulle en la cuna la Vida… quizá será que te has perdido la parte esencial de este relato. Repasa despacio el texto, y reconoce las figuras de tu Nacimiento. Y eso sí… coloca al Niño en el centro y mitad. Allí donde tus ojos necesitan encontrar la luz y tu alma la PAZ.

Y eso si...coloca al Niño en el centro y mitad.

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