ST 98 (2010) 859-869
Embarazos en la Biblia hebrea y en el Nuevo Testamento Pino DI LUCCIO, SJ*
Cuando, en el segundo relato de la Creación, el Señor se dio cuenta de que no era bueno para el Adam estar solo (Gn 2,18), modeló del suelo todo animal del campo y toda ave del cielo. Sin embargo, no encontró una ayuda que fuera adecuada para el hombre (Gn 2,20). Después de haber hecho caer un sueño profundo sobre el Adam, le quitó una de las costillas, rellenó el vacío con carne y, de la costilla que había tomado, formó una mujer (Gn 2,15-22). El Adam exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer (ishá), porque del varón (ísh) ha sido tomada» (Gn 2,23).
«Parida» originariamente por el Adam, la mujer de la Biblia hebrea es hueso y carne del hombre. En su misma carne llena la soledad y el «vacío» del hombre, pariendo hijos con dolor (Gn 3,16). En la Biblia hebrea es un asunto doloroso el llenar vacíos y parir hijos. Saray, la mujer de Abrahán, era estéril. Dio a su marido a la esclava egipcia Agar, y de ella tuvo Abrahán su primer hijo, Ismael (Gn 16,1-2). Rebeca, la nuera de Abrahán y Saray, concibió solo después de que Isaac suplicara al Señor que le fuera propicio (Gn 25,21). Raquel, esposa amada de Jacob, fue estéril durante un tiempo largo; concibió a José con la ayuda de una planta con frutos afrodisíacos (Gn 30,14-24) y murió cuando parió a Benjamín (Gn 35,16-20). Ana salía cada año con su esposo Elcaná en peregrinación al santuario de Silo; antes de que el Señor escuchara su oración y le otorgara el poder concebir, su marido le decía: *
Profesor del Pontificio Istituto Biblico. Roma. <di.lupi@hotmail.com>. sal terrae
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«Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy yo para ti mejor que diez hijos?» (1 Sm 1,8).
Para cumplir con su vocación «originaria», la mujer de la Biblia hebrea necesita llevar en su seno un hijo de carne y hueso. El embarazo –como en el caso de Eva y Adam y en el de las esclavas y las mujeres de los patriarcas– es resultado de un acto de descubrimiento de la identidad del otro como propia y supone un proceso de «identificación». La capacidad de «identificarse» lleva a la mujer de la Biblia a llenar vacíos de otros pueblos, como ocurre, por ejemplo, con Rut, la nuera de Noemí. Esta había perdido al marido y a sus dos hijos cuando oyó que Yahvé visitaba a su pueblo y le daba pan. Decidió entonces regresar de los campos de Moab: despidió a las nueras Rut y Orfá y las invitó a volver a sus casas. Rut, sin embargo, no quiso marcharse. Al contrario, se «pegó» a su suegra diciendo1: «No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque adonde tú vayas iré yo, donde tú vivas viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, moriré, y allí seré enterrada. Que Yahvé me dé este mal y añada este otro todavía si no es tan solo la muerte lo que nos ha de separar» (Rt 1,16-17).
Para el Targum –la traducción aramea del texto hebreo– las palabras de Rut expresarían el deseo de ser prosélita. «Donde tú vayas iré yo», sería la respuesta de Rut a Noemí cuando esta le explicó que el quedarse habría comportado guardar los mandamientos que prohíben marchar más de dos mil codos en los días de sábado y de fiesta. Posteriormente, y siempre según el Targum, cuando Noemí explicó a Rut que los judíos no habitan con los gentiles, la nuera le dijo: «Donde tu habites habitaré yo». Y a la declaración de Noemí de que a su pueblo se le manda guardar seiscientos trece mandamientos respondió Rut: «Lo que tu pueblo guarde guardaré yo, como si fuera mi pueblo desde antes de esto». Pero Noemí prosiguió: «Está prohibida para nosotros la
1.
El verbo hebreo dabaq («pegarse») caracteriza el comportamiento de Rut a lo largo del relato (Rt 1,14; 2,8.23) y se encuentra incluso en el libro del Génesis cuando presenta la vocación «marital» del hombre, el cual deja a su padre y a su madre para unirse (pegarse) a su mujer (Gn 2,24).
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idolatría». A lo que Rut respondió: «Tú Dios es mi Dios». Por fin, como último intento para desalentar a la nuera, Noemí dijo: «Tenemos cuatro penas de muerte para los culpables: lapidación con piedras, quemadura con fuego, ejecución con la espada y crucifixión». Rut insistió en su decisión: «Como tú mueras moriré yo». Noemí concluyó: «Tenemos un cementerio». Y Rut: «Allí seré yo enterrada. Y no digas más. Que Yahvé me haga esto y lo otro si no es únicamente la muerte lo que nos ha de separar». Rut entonces –según el relato bíblico– siguió a Noemí. En el país de la suegra encontró a su esposo, y cuando le nació un hijo, las mujeres dijeron a Noemí: «Bendito sea el Señor, que no ha permitido que te falte hoy uno que te rescate para perpetuar su nombre en Israel. Será el consuelo de tu alma y el apoyo de tu ancianidad, porque lo ha dado a luz tu nuera, que tanto te quiere y que es para ti mejor que siete hijos» (Rt 4,14-15).
Por un amor que es «mejor que siete hijos» y que, por eso mismo, se parece a aquel de Elcaná por Ana (1 S 1,8), por llenar el «vacío» de Noemí, la moabita Rut se «identificó» con la suegra hasta tomar otra identidad.
Rut y Tamar El tema del embarazo y de la «identificación» se encuentra también en Rut y en la historia de Tamar (Gn 38). En el libro de Rut, la «identificación» es presentada como un proceso interior, de amor y de piedad, que lleva a una conformación con la identidad nacional y religiosa del otro. En la historia de Tamar, por el contrario, la «identificación» de signos externos lleva al reconocimiento, por parte de Judá, de la identidad de Tamar como perteneciente a la historia religiosa y nacional de su propia familia. El relato de Gn 38 cuenta cómo, muertos Er y su primer hermano Onán, Tamar se dio cuenta de que Judá, contraviniendo la ley del levirato (Dt 25,5), no le habría dado a Selá el tercer y último hijo. Decidió entonces hacerse «justicia»: sal terrae
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«Se quitó de encima sus ropas de viuda y se cubrió con el velo y, bien disfrazada, se sentó en Petaj Enáin, que está a la vera del camino de Timná» (Gn 38,14).
Judá, que subía a Timná para el esquile de su rebaño tras el duelo por la muerte de la mujer (Gn 38,12-13), la tomó por una ramera y se unió a ella (Gn 38,15). Tamar se quedó encinta (Gn 38,18). El reconocimiento de la identidad paterna se hizo por medio de un acto de «identificación» en el momento en que Tamar fue sacada para ser quemada (Gn 38,24 y Lv 20,10; Dt 22,22 y Lv 21,9). Al ver Judá el sello, el cordón y el bastón que había dejado a Tamar en prenda por la recompensa prometida (Gn 38,16-18.25), dijo: «Ella es más justa que yo, porque la verdad es que no la he dado por mujer a mi hijo Selá» (Gn 38,26).
Para explicar el sentido de la «justicia» de Tamar y aclarar el significado de la frase de Judá, probablemente el Targum inserta una larga añadidura en el texto masorético de la Biblia hebrea. Reconociendo la injusticia de su acción, Judá, exclama en el Targum: «Medida por medida. Porque yo tomé el vestido de mi hermano José y dije a Jacob mi padre: “Reconoce si este es el vestido de tu hijo” [Gn 37,31-33], ahora me dicen: “Reconoce de quién es este sello, este cordón y este bastón”» (Targum Gn 38,25).
El Targum presenta así la «identificación» de la identidad de Judá y de Tamar como un acto de «justicia retributiva». En cierto sentido, Judá, por la identificación de las prendas y por el deseo de «justicia de Tamar», es llevado a reconocer el embarazo de su nuera como suyo2. No solo los signos exteriores del sello, del cordón y del bastón, sino también el recuerdo de su padre Jacob y la identificación de su nuera, permiten al patriarca reconocer su propia identidad. 2.
De hecho, en los dos relatos el embarazo es un «problema» masculino (debido probablemente a judíos que han tomado por esposas a mujeres extranjeras). Los dos hijos de Noemí se habían casado con mujeres moabitas. Después de unos diez años, murieron, dejando a Noemí sola (Rt 1,4-5), y sin hijos a las respectivas mujeres. Por otra parte, según el texto del Génesis, Er muere porque «fue malo a los ojos del Señor» (Gn 38,7). Con una expresión similar –«pare-
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Embarazos en la Biblia hebrea y en el Nuevo Testamento Noemí regresó a Belén al comienzo de la siega de la cebada. Al verla, las mujeres exclamaron: «¿No es esta Noemí?». «Llamadme Mará –respondía ella–, porque Sadday me ha llenado de amargura. Colmada partí yo, vacía me devuelve el Señor» (Rt 1,21).
El «vacío», expresión del dolor de Noemí, fue llenado por la presencia de Rut –por su «identificación» con la suegra– antes que por el nacimiento del nieto (Rt 4,16). Ello se expresa, por ejemplo, en el diálogo entre las dos mujeres en los campos de Moab (Rt 1,6-18) y en el encuentro en los campos de Belén con Booz, cuando este, pariente de Noemí, informado sobre la identidad (y la piedad) de Rut (Rt 2,11-12), la invita a quedarse y a «pegarse» a sus criadas: «¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí. Quédate junto a mis criadas. Fíjate en la parcela que siegan y ve tras ellas. Ya he ordenado a mis criados que no te molesten. Si tienes sed, ve adonde están las vasijas y bebe de lo que saquen del pozo los criados» (Rt 2,8-9).
Como consecuencia de un proceso de identificación a través de la piedad y el «apegamiento», y durante la noche en que se aventaba la cebada en la era, Rut –siguiendo el consejo de su suegra– se acostó a los pies de Booz (Rt 3,1-9). Cuando Booz la vio, dijo: «Bendita seas de Yahvé, hija mía; tu último acto de piedad filial ha sido mejor que el primero, porque no has pretendido a ningún joven, pobre o rico» (Rt 3,10).
El acto de rescate se hizo a la puerta de la ciudad, en presencia de diez ancianos y de un pariente del marido de Noemí más próximo que
ció mal al Señor» (Gn 38,10)– el narrador explica la muerte de Onán como consecuencia de su negativa a engendrar (Gn 38,9). Tamar, en fin, es aceptada en la familia judía cuando se queda embarazada y cuando –como explica el Targum–, por su embarazo, Judá reconoce su propia identidad: familiar, religiosa y nacional. sal terrae
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Booz (Rt 4,1-4). Puesto que rescatar la propiedad significaba dejarla al futuro hijo de Rut (Rt 4,5-6) –y tomar a la moabita como esposa–, el pariente más próximo renunció a su derecho. Según la costumbre del tiempo, se quitó la sandalia y se la dio a Booz (Rt 4,7-8; Dt 25,9-10)3. Luego, Booz se unió a Rut y «Yahvé hizo que concibiera» (Rt 4,13). El niño nació, Rut lo tomó y lo puso en el seno de su suegra, que se encargó de criarlo (Rt 4,16). Las vecinas lo llamaron Obed (Rt 4,17), pues dijeron: «Le ha nacido un hijo a Noemí». Por una identificación «piadosa», la nuera se quedó embarazada, y a la suegra le nació un hijo: Obed, abuelo de David y descendiente de Peres, hijo de Tamar, (Rt 4,17-21) –todos ellos antepasados de José, esposo de María de Nazaret (Mt 1,1-17). El tema del embarazo de mujeres (extranjeras) en el relato de Rut y en la historia de Tamar parece querer presentar relaciones en que la vida y la identidad del otro (y del extranjero) son reconocidas y aceptadas en cierto sentido como propias. El proceso de reconocimiento de la historia y de la identidad del otro como propia hasta la «identificación» se halla también en los episodios de la Anunciación (Lc 1,26-38) y de la Visitación (Lc 1,39-45). Como en el relato de Rut y en la historia de Tamar, también en el relato del anuncio del nacimiento de Jesús y en el encuentro entre María e Isabel distintas historias de embarazos expresan formas de identificación y descubrimiento de identidades. Cuando María de Nazaret entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel (Lc 1,40-41), el niño que estaba en su seno saltó de gozo. Isabel, llena de Espíritu Santo, exclamó a gritos: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿cómo es posible que venga a visitarme la madre de mi Señor? Porque en cuanto llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Dichosa la que ha creído, porque se cumplirá lo que el Señor le dijo!» (Lc 1,42-45).
Como las prendas permitieron a Judá «identificarse» y reconocer su identidad y la «justicia» de Tamar, y como por «piedad» Rut se 3.
A diferencia de Dt 25,9-10, en Rt 4,8 el gesto de quitarse la sandalia expresa un contrato de intercambio y de toma de posesión que se indica poniendo el pie sobre una tierra o lanzando la sandalia sobre ella (Lv 25,25-28; Sal 60,10; 108,10).
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identificó con Noemí y se acercó a Booz, así el salto de gozo del niño y la experiencia de «vacío completado» hicieron que Isabel reconociera el «fruto bendito» del seno de María y declarara a esta como madre de su Señor. María, por otra parte, visitó a Isabel y compartió con ella la experiencia de «las cosas grandes» hechas por el Poderoso (Lc 1,36ss), después de que el ángel Gabriel la declarara madre del Hijo del Altísimo (Lc 1,32) y la «identificara» con su prima (Lc 1,36). Embarazos y Creación En el episodio de la Visitación, el salto del niño, causa del reconocimiento del «fruto bendito» del seno de María y de la declaración de su identidad, se podría entender como anticipación de las «identificaciones» que ocurrirán durante los años de actividad apostólica publica de Jesús y Juan y que llevarán al reconocimiento de sus respectivas identidades (Mt 16,13-20 y paralelos; Lc 9,7-9 y paralelos; Jn 1,19-28 y paralelos). El embarazo de la madre de Jesús por obra del Espíritu Santo (Lc 1,26-38) también podría entenderse como «anticipación» de la futura experiencia de identificación y de descubrimiento de identidad que los discípulos y la misma María harán en el día de la Resurrección de Jesús4. De entre los evangelios canónicos, los de Lucas y de Juan subrayan la dificultad de reconocer la identidad de Jesús después de su Resurrección (Lc 24,13-35; Jn 20,11-18), dando a entender así que el reconocimiento del Resucitado no se logra únicamente por medio del aspecto físico y por señales exteriores. Jesús resucitado muestra a los discípulos, sobresaltados y asustados, sus manos y sus pies (Lc 24,37-40; Jn 20,20.27). Les pide, o bien les da, algo para comer (Lc 24,41-43; Jn 21,9-13). Sin embargo, los signos exteriores no bastan para «identificar» el Resucitado. Cuando los discípulos de Emaús reconocen a Jesús, que parte el pan y se lo da, se dicen el uno al otro:
4.
Para Ignacio de Loyola, y según una tradición antigua (Ejercicios Espirituales 218-225; 299), la madre de Jesús habría sido la primera en ver al Resucitado. La que a los pies de la cruz, y más que todos los demás, podía decir: «este es mi cuerpo, esta es mi sangre» (Lc 2,33-35), podría haber experimentado la primera, anticipadamente, la Resurrección de Jesús llevándolo ya en su seno. sal terrae
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«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32).
Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús resucitado cuando lo descubren vivo en ellos. María Magdalena también reconoce al Rabí por medio de una experiencia exterior de encuentro (en el jardín del sepulcro) y de una experiencia «interior» de Jesús, que la llama por su nombre (Jn 20,16). Al subrayar los aspectos interiores de la experiencia del Resucitado, los evangelios de Lucas y de Juan parecen mostrar cómo la «identificación de Jesús» tiene que llevar a la «identificación con Jesús», al reconocimiento de la identidad de Jesús como perteneciente a la identidad del creyente. Este parece ser también el «modelo relacional originario» según la visión teológica del primer relato de la Creación, en el que la identificación (exterior) con la imagen de Dios revela la identidad (relacional) del ser humano (haAdam) –macho y hembra (Gn 1,27). Cuando, por otro lado, Pablo expone a los Corintios el símil del Cuerpo, que es uno aunque tenga muchos miembros, y todos los miembros del Cuerpo, a pesar de su pluralidad, no forman más que un solo Cuerpo (1 Co 12,12), podría estar presentando el tema de la comunión relacional originaria –con referencia a la Resurrección de Jesús– según la teología del segundo relato de la Creación. En el símil de Pablo, la comunión relacional está caracterizada por una identificación (piadosa) que supone el cambio de identidad (1 Co 12,19-21). Pablo puede hablar de «identificación» (exterior) en un mismo Cuerpo (1 Co 12,12-30), a causa de la experiencia (interior) de la Resurrección de Jesús, y por esta misma razón puede hablar también de la identificación del creyente con el nuevo Adam que es Jesús (Rm 5,12-21). Embarazos y Resurrección Los evangelios coinciden en relatar que, después de la muerte de Jesús, el primer día después del sábado, María Magdalena y otras mujeres fueron al sepulcro (Mt 28,1 par.). Allí experimentaron la Resurrección de Jesús mediante fenómenos externos –como, por ejemplo, el terremoto (Mt 28,2)– y fenómenos interiores –como el miedo y el gozo (Mt 28,9). ¿Por qué Jesús resucitado se apareció en primer lugar a mujeres? sal terrae
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Quizá porque las mujeres nunca lo abandonaron, ni siquiera durante la Pasión. Hay quizá otros motivos que podrían indicar la razón por la cual las mujeres fueron las primeras en experimentar la Resurrección de Jesús. Por ser capaces de reconocer la vida dentro de ellas y por una vocación originaria a preservarla comunicándola, estableciendo relaciones y llenando vacios alrededor de ellas; por su vocación «originaria» a la «identificación» y a experimentar qué significa ser «una sola carne»...: por esas cualidades, las mujeres podrían haber sido las primeras en hacer la experiencia de la Resurrección de Jesús. De hecho, el Nuevo Testamento parece presentar la experiencia de la Resurrección de Jesús con aspectos similares a aquellos que caracterizan las teologías de los relatos bíblicos en los que el tema del embarazo expresa modelos relacionales «originarios». Los escritos del Nuevo Testamento, además, parecen presentar la Resurrección de Jesús como una nueva Creación –evocando así el mensaje escatológico del inicio de nueva relaciones, de nuevas identificaciones y de nuevas identidades. En el evangelio de Juan, por ejemplo, embarazo y Resurrección coinciden con la muerte de Jesús. Mencionando la sangre y el agua que salen del costado de Jesús (Jn 19,34), el cuarto evangelio parece presentar su muerte como un parto escatológico, comparándolo con el parto del Adam. En este parto, el discípulo amado es «identificado» con Jesús, que antes de morir le confía a María como su propia madre. Juan, por su parte, acogiendo a María en su casa reconoce y acepta una nueva identidad (Jn 19,25-27)5. Pablo, por otra parte, habla de su experiencia (escatológica) de la Resurrección de Jesús utilizando expresiones parecidas al fenómeno del embarazo, como por ejemplo: «en su carne» (Ef 2,15), «en sí mismo» (Ef 2,15.16), «en un solo Cuerpo» (Ef 2,16); y concibe la unidad con Cristo de un modo tal que nada –«ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros, ni la espada» (Rm 8,35)– puede separarnos de él. La experiencia de la Resurrección de Jesús lleva a Pablo a la identificación con el Hijo de Dios. 5.
En el libro del Apocalipsis (Ap 12,1-2), en la visión de la mujer encinta y que grita por los dolores de parto, el hijo es llevado hasta Dios y su trono (Ap 12,5) –como el Resucitado en el evangelio de Juan (Jn 20,17)–, mientras que el resto de sus hijos guardan los mandamientos de Dios y se mantienen firmes en el testimonio de Jesús (Ap 12,17) –como el discípulo amado al final del cuarto evangelio (Jn 21,21-22). sal terrae
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«No vivo yo, sino que Cristo vive en mi. La vida que vivo en el presente, en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20; Flp 1,21-26; Col 3,1-3).
Resumen y conclusiones La Biblia hebrea presenta al ser humano como «originaria» y «concretamente» relacionado. Los relatos de Tamar y de Rut presentan el embarazo como «identificación» y descubrimiento de identidades, probablemente para resaltar el carácter concreto de una comunión relacional que desde la Creación distingue al ser humano como macho y hembra (Gn 1,27) y como carne y hueso de otro (Gn 2,23-24). A la luz de las teologías que caracterizan los relatos bíblicos de la Creación, los embarazos de Rut y Tamar podrían entenderse como presentaciones del asunto de la comunión relacional «originaria», explicada como «identificación» y descubrimiento de identidades según los modelos de la «justicia» y la «piedad». Por medio de signos exteriores, Judá reconoce como propio el «vacío» llenado por el embarazo de Tamar, según el modelo de identificación relacional presentado por el primer relato de la Creación, donde la identificación exterior del ser humano (haAdam), por ser la imagen de Dios, lleva al reconocimiento interior de su propia identidad de macho y hembra (Gn 1,27). Por su parte, en el relato de Rut el «vacío» de Noemí fue llenado por un acto de «identificación» por «piedad», parecido al modelo de identificación del segundo relato de la Creación. Como en el relato de Rut la identificación de identidades –por piedad– llena el vacío de Noemí, así también en el segundo relato de la Creación el reconocimiento y la aceptación del «vacío» originario e «interior» lleva a la identificación del otro como parte de la identidad «propia». Como Noemí acoge en su seno al hijo de Rut y se encarga de criarlo como su propio hijo (Rt 4,16), así en el segundo relato de la Creación, al ver a la mujer, el Adam declara: «Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). Rut y Tamar llevan un niño en su seno, expresión originaria y concreta de relación con el otro como identificación y nueva identidad. De una manera parecida, en los escritos del Nuevo Testamento los creyentes experimentan la presencia viva del Resucitado. Jesús crucificado y muerto, con los signos de su pasión, vive en su carne en el corasal terrae
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zón aterrorizado de los creyentes, infundiéndoles paz, calor y consuelo, y vive también en los cuerpos hambrientos, débiles y enfermos de los bautizados (2 Co 4,5-18). En la visión de Pablo, el creyente establece una comunión profunda con Jesús (Flp 3,7-11) –por la participación en su muerte y resurrección (Rm 6,1)– que hace posible la «identificación» con el Cuerpo de Cristo6. Mientras que Pablo parece presentar la experiencia de la Resurrección de Jesús según la teología del segundo relato de la Creación –y el modelo relacional expresado por el tema del embarazo en el relato de Rut–, los relatos de la Resurrección de los evangelios canónicos parecen conformarse con el modelo relacional que caracteriza la historia del embarazo de Tamar y con la teología del primer relato de la Creación. Por su parte, con los relatos de la Anunciación y de la Visitación Lucas podría haber unido la presentación de la comunión relacional originaria según el modelo del descubrimiento de la identidad del otro como identidad propia y el de la identificación a la identidad del otro. La «nueva» identidad de María, declarada por el ángel Gabriel en el día de la Anunciación, y la identificación de los «vacíos» milagrosamente llenados, en la Visitación, serían –en este caso– una manera de «anticipar» la novedad escatológica de la Resurrección de Jesús como inicio de una nueva comunión relacional y como una nueva Creación.
6.
En la teología de Pablo, la vida nueva de miembros de un único Cuerpo es otorgada a los creyentes por medio del bautismo, que es una experiencia de «identificación» interior con la muerte y la resurrección de Jesús, y es como un nuevo nacimiento (Rm 6,3-6) y como una nueva Creación. sal terrae
FERNANDO MILLÁN ROMERAL, O.CARM. Suyo afectísimo... 128 págs. P.V.P.: 9,95 € El género epistolar está lleno de posibilidades. Las cartas nos ponen en contacto con personajes de ayer y de hoy, reales o imaginarios, y nos permiten, en el diálogo con dichos personajes, reflexionar sobre algunas cuestiones candentes. En este libro se recoge una serie de cartas, publicadas mensualmente durante tres años en la revista Escapulario del Carmen, a diversos personajes. Suponen un intento de dialogar sobre algunos temas espinosos, sobre nuestra Iglesia y nuestra sociedad. Huyendo de la crispación y las banderías, tan frecuentes en nuestro tiempo, quieren ser una invitación a la reflexión, desde un tono sencillo y desenfadado.