Jesús y las periferias - José Luis Sicre, SJ

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JESÚS Y LAS PERIFERIAS José Luis Sicre Díaz, sj*

Fecha de recepción: abril 2015 Fecha de aceptación y versión final: octubre 2015

Resumen Hablar de Dios y las periferias desde el punto de vista bíblico es fácil, porque Dios se mueve siempre en ellas. Dada la abundancia del material, el artículo se centra en la actividad de Jesús, que elige como lugar de actividad Galilea, periférica con respecto a Judá y Jerusalén. Dentro de su población podemos distinguir una gran periferia, formada por campesinos y artesanos; pequeñas periferias de publicanos, clases impuras (prostitutas, leprosos), despreciables (bandidos, enfermos, pobres); y los que están excluidos incluso de las periferias (samaritanos, paganos). Estos son los preferidos de Jesús. PALABRAS CLAVE: Jesús, Galilea, clases sociales, periferia

Jesus and the peripheries Abstract It is easy to talk about peripheries from a biblical standpoint because God is always moving within them. Given the abundance of material, the article focuses on the activity of Jesus, choosing to look at Galilee as a place of activity, as it is a periphery with respect to Judea and Jerusalem. Within its population a huge periphery stands out, made up of peasants and artisans, small peripheries of publicans, impure classes (prostitutes, lepers), neglected populations (bandits, the sick, the poor) and those who are even excluded in the periphery itself (Samaritans, pagans). These are ultimately who Jesus seeks out. KEY WORDS: Jesus, Galilee, social classes, periphery. *

Profesor invitado del Pontificio Instituto Bíblico (Roma). <jlsicre@gmail.com>.

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El Salmo 146 (145), uno de los que cantan la realeza de Dios, después de destacar su poder en la creación del cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, enumera a sus súbditos predilectos y las acciones que realiza a su favor: 7

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hace justicia a los oprimidos; da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos, el Señor da vista a los ciegos, el Señor endereza a los que se doblan, el Señor ama a los honrados, el Señor guarda a los emigrantes; sustenta al huérfano y a la viuda.

Analizado caso por caso, el Salmo no ofrece especial novedad. Sus afirmaciones son de sobra conocidas y se pueden corroborar con abundantes citas bíblicas. Hacer justicia a los oprimidos lo hizo en Egipto. Dar pan a los hambrientos lo realizó durante la marcha por el desierto con el maná. Liberar a los cautivos recuerda la liberación de Babilonia. La mención de ciegos y débiles, diversos textos del Deuteroisaías referidos al pueblo que retorna a la tierra prometida. Emigrantes, huérfanos y viudas son objeto de especial interés por parte de profetas y legisladores. Sin embargo, tomado en conjunto, el Salmo causa profunda impresión por centrar la realeza de Dios precisamente en ese cúmulo de personas que serían fácilmente marginadas por un rey humano. Es frecuente decir, y con razón, que Dios elige a los pequeños, al menor en edad: Abel, Jacob, David... Pero no es solo cuestión de edad. Dios tiene predilección por las personas que la sociedad fácilmente margina, por la periferia. De ese modo, el reinado de Dios se convierte en la alternativa más radical a los reinados humanos. Pero hablar de las periferias desde un punto de vista bíblico resulta más complejo de lo que parece a primera vista. Recordemos, por ejemplo, estas palabras de Moisés dirigidas a todo el pueblo: «Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, porque sois el pueblo más pequeño, sino por puro amor vuestro» (Dt 7,7-8). En una perspectiva mundial, Israel como pueblo forma parte de la periferia. Es «el pueblo más pequeño». No se le puede Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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comparar con los grandes imperios: Egipto, Asiria, Babilonia, Persia... Sin embargo, cuando de la perspectiva mundial se pasa a la nacional, dentro de Israel encontramos centro y periferias. Por hablar de personajes bíblicos, hay millonarios como Caleb (que regala a su hija dos fuentes de agua, equivalentes para nosotros a campos de petróleo) y Barzilay (que proporciona a David y su séquito abundantes provisiones cuando huye de Absalón); y hay también una inmensa mayoría del pueblo que vive en la penuria. Quiero indicar con esto que, en el antiguo Israel, la mayor parte de la gente vivía en la periferia desde un punto de vista social, económico y político. Esto es fundamental para comprender la actividad de Jesús, en la que pretendo centrarme. Con criterios modernos, podríamos pensar que la periferia económica y social de su tiempo la formaban los indigentes, «los pobres, a los que siempre tendréis con vosotros», esos a los que se encargaba Judas de dar limosna. La periferia era mucho más amplia: abarcaba a la mayor parte de la población.

1. Galilea como periferia Los evangelios sinópticos coinciden en situar casi toda la actividad pública de Jesús en Galilea. El de Lucas matiza concediendo especial importancia al camino hacia Jerusalén; y el de Juan sitúa en la capital signos muy importantes y duros debates con las autoridades judías. Pero no cabe duda de que Galilea es el punto de partida y el lugar más habitual de su actividad. Una opción aparentemente absurda, no solo desde el punto de vista moderno, sino también desde el de su familia. Como le dicen sus hermanos en el evangelio de Juan: «Trasládate de aquí a Judea para que también tus discípulos vean las obras que realizas. Pues nadie que busca publicidad actúa a escondidas. Ya que haces tales cosas, date a conocer al mundo» (Jn 7,3-4). Para ellos, Jesús ha elegido el peor sitio. Predicar en Galilea es actuar a escondidas. Como modernos consejeros de imagen le animan a subir a Judea para darse a conocer al mundo. No se puede decir de forma más clara, y por personas de la época, que Galilea es la periferia. Pero esta periferia no es un bloque homogéneo. Está formada por clases muy distintas. Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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Gerhard Lenski1 clasifica al imperio romano entre las sociedades agrarias, que se estructuran en nueve clases, con un abismo entre las cinco más altas (dirigentes, gobernantes, subalternos, comerciantes, sacerdotes) y las cuatro inferiores (campesinos, artesanos, impuros-degradados, despreciables). Si pensamos en las personas con las que se relaciona habitualmente Jesús, a casi todas hay que buscarlas entre las cuatro últimas2. Aplicándoles el concepto de «periferia», y teniendo en cuenta la cantidad de personas que integran estas clases, podemos hablar de la gran periferia (campesinos y artesanos) y de las pequeñas periferias (publicanos, prostitutas, enfermos, mendigos). Pero la actividad de Jesús abarca también a grupos que, sin ser periferia en sí mismos, están marginados por la religión y la raza (samaritanos, paganos). 2. La gran periferia: campesinos y artesanos (pescadores) Hablando del conjunto de la población, escribe S. W. Baron: «Aunque Palestina poseía riquezas naturales considerables y se bastaba a sí misma en el plano económico, las masas vivían en una horrible pobreza»3. Jesús no exagera cuando, pensando en todo el pueblo, define su misión como «evangelizar a los pobres» (Mt 11,5). Veamos con más detalle los dos grupos principales. Willibald Bösen, en su amplio estudio sobre Galilea4, afirma que el pequeño campesino constituía la gran masa del pueblo; la familia, que constaba de seis a nueve personas, cultivaba un trozo de terreno de 8-10 hectáreas por término medio. La mayor parte de la cosecha sirve para sa1. G. E. LENSKI, Power and Privilege: A Theory of Social Stratification, UNC Press Book, New York 1966. La bibliografía sobre la sociología del movimiento de Jesús y del cristianismo primitivo es abundantísima, pero no siempre resulta útil para lo que pretendo exponer. 2. Tiene también contactos esporádicos con la clase de los subalternos, formada por escribas, militares, publicanos y administradores. Aquí entrarían el centurión, Nicodemo, quizá José de Arimatea, Zaqueo y Leví. Pero en Israel los publicanos, más que como subalternos, eran considerados impuros y despreciables. 3. S. W. BARON, Histoire d’Israël. Vie sociale et religieuse, PUF, Paris 1957, I, 354. 4. W. BÖSEN, Galiläa als Lebensraum und Wirkungsfeld Jesu, Herder, Freiburg 1985, 186-187. Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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tisfacer las propias necesidades; el resto se lleva a la ciudad para venderlo o cambiarlo. Los ingresos totales rondarían los 200 denarios, que la Misná considera el mínimo imprescindible para sobrevivir. A esto hay que añadir los gastos de vestido, los instrumentos de trabajo, los impuestos y la catástrofe que puede suponer una mala cosecha o la enfermedad del cabeza de familia. En estas circunstancias, no extraña que muchos campesinos descuidasen el pago del diezmo, con gran irritación de los fariseos. En los casos más trágicos, terminaba perdiendo la tierra y pasando a engrosar la masa de los pobres, con muy pocas probabilidades de recuperar su posición anterior. Se convierte entonces en un jornalero, esperando en la plaza del pueblo que alguien lo contrate. O, con mucha suerte, en un colono al que un gran propietario le arrienda parte de sus tierras. La clase de los artesanos era mucho más reducida: solo representaba el 5% de la población. Al hablar de ella conviene no proyectar en los artesanos nuestra idea moderna del obrero especializado. Nada más lejos de la realidad. Según Lenski, en casi todas las sociedades agrarias la clase de los artesanos se reclutaba originariamente entre las filas de los campesinos desposeídos y de los hijos de estos carentes de derechos hereditarios. «Aunque la clase de los campesinos y la de los artesanos se caracterizaron siempre por un nivel, en el fondo análogo, de riquezas e ingresos, da la impresión de que los ingresos medios de un artesano nunca fueron tan altos como los de un campesino»5. En esta clase habría que situar a Jesús, «el artesano»6 (Mc 6,3) o «el hijo del artesano» (Mt 13,55), y a sus discípulos pescadores (Pedro, Andrés, Santiago, Juan); aunque no fuesen indigentes, carecían de poder y de influjo en la sociedad. 3. Las pequeñas periferias 3.1. Los publicanos Todos los imperios antiguos imponían tributos a los países sometidos. En tiempos de Jesús, la recaudación se atenía al sistema ideado por las ciudades helenísticas, que, en vez de cobrar los impuestos directamente, 5. LENSKI, op. cit., 278. 6. Otros traducen o`te,ktwn por «carpintero». Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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subastaban el derecho de recaudación entre personas privadas: los publicani de Roma. Estos, a su vez, subcontrataban en cada país esclavos o gente de las clases inferiores como recaudadores de impuestos. Al final, el pueblo tenía que pagar el doble o el triple de lo convenido. Alfred Edersheim ha esbozado una imagen muy viva, quizá algo exagerada, de este grupo y del odio que suscitaban en la población: «Así, los publicanos recaudaban también derechos de importación y exportación, portazgos, peaje, impuestos urbanos, etc.; y si el pacífico residente, el labrador, el comerciante o el fabricante se veía constantemente expuesto a sus exacciones, el viajero, el caravanero o el buhonero se encontraban con su vejatoria presencia en cada puente, por la carretera y a la entrada de las ciudades. Se tenía que descargar cada bulto, y todo su contenido era abierto y registrado; hasta las cartas eran abiertas; y debe haberse precisado de algo más que de la paciencia oriental para soportar la insolencia de los recaudadores y para someterse a sus “falsas acusaciones” al fijar arbitrariamente la cuota por la tierra o los ingresos, o el valor de las mercancías. [...] Así, por mucho que en la lejana Roma Cicerón pudiera describir a los publicani como “la flor de los gentileshombres, el adorno del Estado y la fuerza de la República”, o como “los más rectos y respetados de los hombres”, los rabinos en la distante Palestina pueden ser excusados por su intenso odio contra “los publicanos”, aunque llegaran al exceso de declararlos incapacitados para dar testimonio ante un tribunal judío, o prohibir recibir sus dones caritativos, o incluso cambiar dinero procedente de la tesorería de ellos, de ponerlos a la par no solo con las prostitutas y los gentiles, sino con los bandidos y los asesinos, e incluso de declararlos excomulgados»7. Es característico que el lenguaje usual asocie a recaudadores de impuestos y ladrones; a publicanos y ladrones; a publicanos y pecadores; a publicanos y paganos (Mt 18,17); a publicanos y prostitutas (Mt 21,31-32); a ladrones, tramposos, adúlteros y publicanos (Lc 18,11); a asesinos, ladrones y publicanos. El lenguaje usual llega incluso a llamar al publicano «pecador» (Lc 19,7). Estaba prohibido aceptar, si provenía de la caja

7. A. EDERSHEIM, Usos y costumbres de los judíos, Clie, Terrassa 2003, 76-78. Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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de los aduaneros y del botín de los recaudadores de impuestos, dinero de cambio o limosnas para la caja de los pobres, pues a este dinero estaba ligada la injusticia. Si los recaudadores de impuestos y los publicanos, antes de aceptar su cargo o arriendo, formaban parte de una comunidad farisea, eran expulsados de ella y no podían ser rehabilitados, a no ser que abandonasen su cargo. Con estos datos se comprende el escándalo que supone la elección de Leví por parte de Jesús (Mt 9,9; 10,3; Lc 5,27), el que este se siente a comer con gran número de recaudadores (Mt 9,10; Mc 2,15; Lc 5,29), acepte la invitación de Zaqueo a compartir su mesa, los ponga de modelo, junto con las prostitutas, en la aceptación del reinado de Dios (Mt 21,31) y alabe la humildad de uno de ellos por oposición a la falsa piedad y soberbia del fariseo (Lc 18,9-14). Mateo y Lucas parecen justificar esta conducta de Jesús indicando que los recaudadores creyeron en Juan Bautista (Mt 21,32), aceptaron su bautismo (Lc 7,29), se acercaron a él con espíritu de conversión (Lc 3,12) y también se interesaron por escuchar a Jesús (Lc 15,1). 3.2. Las clases impuras (prostitutas, leprosos) Según Lenski, forman parte de las clases impuras las personas cuyo origen y ocupación las mantenían alejadas de la gran masa de campesinos y artesanos (porteros, mineros, prostitutas). De estos grupos, el evangelio solo menciona a las prostitutas. Las listas de profesiones impuras confeccionadas por los rabinos no las incluyen; pero ellos las consideraban al nivel de publicanos y gentiles. En esto seguían la tradición sapiencial: «No intimes con la ramera, y no te cazará en sus lazos; no trates con la que canta coplas, y no te quemará con su boca» (Eclo 9,3b-4). «Fosa profunda es la mala mujer, pozo angosto la ramera; se pone al acecho como un salteador y provoca traiciones entre los hombres» (Prov 23,27-28). Se comprende el desprecio con que reacciona el fariseo que ha invitado a Jesús a comer cuando este se deja ungir y besar los pies por una pecadora pública (Lc 7,36-50). Y la irritación que debía de provocar el que Jesús las pusiera como ejemplo en su disposición a aceptar el reinado de Dios (Mt 21,31). En Israel, a los impuros indicados por Lenski hay que añadir a los leprosos. «El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro! ¡Impuro! Mientras le dura la afección, seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento» (Lv 13,45-46). En los evangelios, la relación de Jesús con los leprosos se enfoca de dos maneras distintas. Mt y Mc hablan de un leproso que se presenta ante Jesús, y este lo cura (Mt 8,2-3; Mc 1,40-42). Lo que se pretende subrayar en este caso no es su relación con un grupo marginado, sino su poder y compasión: un poder superior al de Moisés, que ante la lepra de su hermana María solo puede suplicar a Dios que la cure (Nm 12,1-13); y una compasión que le mueve a tocar al leproso, a diferencia de Eliseo, que ni siquiera se molesta en hablar personalmente con Naamán y le comunica la receta por medio de un criado (2 Re 5). Ese poder de curar, que anticipa el reinado de Dios, lo ejerce en otros casos que no se refieren (cf. Mt 11,5; Lc 7,22) y en el de los diez leprosos (Lc 17,12ss) y lo transmite Jesús a los discípulos (Mt 10,8). En cambio, hay una curiosa referencia a la residencia de Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso (Mt 26,6; Mc 14,3). Ya que Betania está unos 3-4 km al este de Jerusalén, Craig A. Evans, basándose en un texto de Qumrán8, piensa que podía ser un lugar reservado para residencia de leprosos, aunque considera muy improbable que Simón estuviese enfermo de lepra por entonces; se trataría, más bien, de un enfermo curado quizá por Jesús9. Incluso en este caso, no deja de ser curioso que se mantenga, casi como un título, la referencia a «Simón el leproso». No creo que nadie se preciase de tener un amigo que había sido leproso y, mucho menos, de alojarse en su casa. Esta simple referencia sugiere el cambio de valores tan grande que supone la actividad de Jesús.

8. «Harás tres sitios al oriente de la ciudad, separados unos de otros, a los que irán los leprosos, los que padecen gonorrea...» (11QTemplea 46:16–18). 9. C. A. EVANS, Mark 8:27-16:20 (Word Biblical Commentary 34B), Thomas Nelson Publishers, Dallas 2002, 359. Ulrich LUZ, en su detallado comentario El evangelio según san Mateo, vol. 4, Sígueme, Salamanca 2005, no dice nada sobre esta designación de Simón. Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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3.3. La clase de los despreciables (bandidos, enfermos y pobres) Representaba el 5-10% de la población y estaba formada por gran diversidad de individuos: pequeños delincuentes, criminales, mendigos, subempleados itinerantes o sin trabajo fijo; en general, por cuantos se veían obligados a vivir de su ingenio o de la caridad pública. Muchos de ellos eran esclavos fugitivos, soldados desertores o campesinos empobrecidos. Aunque autores recientes han querido presentarlos como precursores de Robin Hood, despojando a los ricos para beneficiar a los pobres, gozando del apoyo popular, las fuentes antiguas no comparten esta opinión. Ni Lucas en la parábola del buen samaritano (Lc 10,30) ni Juan en la del buen pastor (Jn 10,1) ofrecen una imagen romántica de los bandidos y ladrones. Tampoco manifiestan mucha estima por Barrabás. En cambio, Jesús se muestra muy cercano a enfermos de todo tipo, que formaban parte de los mendigos al no poder trabajar. En los evangelios solo se mencionan dos mendigos: uno ciego (Mc 10,46), y otro paralítico (Jn 9,8). Pero la mendicidad puede suponerse en la mayoría de los casos en que se habla de curaciones de ciegos10, sordos11 y cojos12. Curiosamente, nunca se habla de mancos13. Dentro de estos enfermos, ciegos y cojos encarnaban a los más despreciados, ya que se les prohibía el acceso al templo14. Teniendo esto en cuenta, adquiere especial relieve lo que cuenta Mateo durante la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: «En el templo se le acercaron ciegos y cojos, y él los curó» (Mt 21,14). El interés de Jesús por los más pobres entre los pobres se advierte en el consejo al joven rico de vender lo que tiene para darlo a los pobres 10. Mt 9,27s; 11,5; 12,22; 15,14.30s; 20,30; 21,14; 23,16s.19.24.26; Mc 8,22s; 10,46.49.51; Lc 4,18; 6,39; 7,21s; 14,13.21; 18,35; Jn 5,3; 9,1-41; 10,21; 11,37. 11. Mt 9,32s; 11,5; 12,22; 15,30s; Mc 7,32.37; 9,25; Lc 7,22; 11,14 12. Mt 11,5; 15,30s; 18,8; 21,14; Mc 9,45; Lc 7,22; 14,13.21; Jn 5,3. 13. Lc 14,13.21 los menciona, pero en una parábola, no en un relato de milagro. 14. Cuando David asedió Jerusalén, sus habitantes le dijeron en son de burla: «Los ciegos y cojos bastan para defenderla». Pero David consiguió conquistarla y dijo entonces: «A esos cojos y ciegos los detesta David». Se refería a la población jebusea, pero más tarde se aplicaron sus palabras a cojos y ciegos físicos, y se introdujo la norma: «Ni cojo ni ciego entre en el templo» (2 Sm 5,8). Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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(Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22), que él no cumple, pero sí Zaqueo, al menos en gran parte (Lc 19,8). Incluso adquiere a veces un tono entre irónico y polémico en una parábola («Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos»: Lc 14,13), en la contraposición entre el pobre Lázaro y el rico ((Lc 16,20ss) y en el elogio de la viuda pobre (Mc 12,43; Lc 21,3). A los datos anteriores, basados en el modelo de Lenski, conviene añadir los oficios que los rabinos consideraban despreciables, no por ser deshonrosos, sino repugnantes, especialmente a causa del mal olor producido por esas actividades: recogedor de basuras, fundidor de cobre, curtidor... La mujer de cualquiera de ellos podía pedir el divorcio, aunque supiese de antemano que ejercía esa profesión, si ya le resulta imposible aguantarla. La inclusión de los curtidores en esta lista es de especial importancia para valorar el hecho de que Pedro se alojase en Jafa «en casa de Simón el curtidor» (Hch 10,6). No es una casa cualquiera, sino la de una persona despreciada. La iglesia comienza a expandirse por la costa desde los más marginados.

4. Los que ni siquiera pueden ser periferia (samaritanos y paganos) El modelo de Lenski no contempla algo esencial en la sociedad judía del siglo I y que desempeña un papel fundamental en los orígenes del cristianismo: la relación con samaritanos y paganos. Ninguno de estos dos grupos son periféricos; incluso pueden ser ellos los que consideren periferia a los judíos. Pero la actividad de Jesús y de los primeros misioneros cristianos rompe esa mutua oposición. En contra de la relación especial de Jesús con estos grupos podría aducirse la instrucción a los discípulos en el momento de enviarlos a la misión: «No os dirijáis a países de paganos, no entréis en ciudades de samaritanos» (Mt 10,5). Sin embargo, más que polémica antipagana y antisamaritana, lo que estas palabras contienen es una polémica antijudía: nunca podrán acusar a Jesús y a los apóstoles de haberse despreocupado de su pueblo para dedicarse exclusivamente a los paganos y a los samaritanos. Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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4.1. Los samaritanos El desprecio a los samaritanos se remonta a siglos antes. Si nos atenemos a la tradición bíblica, habría comenzado con la división del reino a la muerte de Salomón, cuando todavía no existía Samaría. Los israelitas del norte deciden separarse de los judíos del sur, y eso da paso a frecuentes guerras fratricidas. Pero cuando la situación se agrava, pasando del enfrentamiento político al religioso, es después de la desaparición del Reino del Norte, la deportación de numerosos samaritanos y su sustitución por habitantes de otras regiones que dan culto a otros dioses. A partir de entonces, aunque muchos samaritanos sigan dando culto a Yahvé, para los judíos son como paganos. En época relativamente cercana a la de Jesús, el autor del libro del Eclesiástico muestra su profundo desprecio por «el pueblo estúpido que habita en Siquén». Y no se olvide que, en la mentalidad sapiencial, la estupidez no refleja solo un fallo mental, sino también religioso. En cambio, la visión que ofrece de ellos el Nuevo Testamento es muy distinta. Muy positiva es la visión de Lucas. Aunque conoce, y no oculta, la animosidad de los samaritanos hacia los judíos y galileos, que los mueve a no acoger a Jesús y a su grupo (Lc 9,52-53), hay dos momentos en los que pone de relieve su bondad: en la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-35) y cuando cuenta la historia de los diez leprosos curados por Jesús: el único que vuelve a darle gracias es un samaritano (Lc 17,15-19). Sin embargo, para nuestro tema, el evangelio más importante es el de Juan, que presenta a Jesús en diálogo con la samaritana y con la reacción de los habitantes del pueblo, que terminan creyendo en él. Aquí no se subraya, como en Lucas, la bondad natural de estas personas despreciadas por los piadosos, sino el hecho de que Jesús va al encuentro de este pueblo. Es Jesús quien siembra; otros segarán (Jn 4,37). Así ocurre años más tarde. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas cuenta la buena acogida que tuvo en Samaría la predicación de Felipe y, como consecuencia de ella, la de Pedro y Juan en muchas aldeas de los samaritanos (Hch 8,4-25).

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4.2. Los paganos La religión judía no rechaza por principio a los paganos, sino todo lo contrario, como lo demuestran diversos textos proféticos15, y la actividad misionera entre ellos. Pero esto no impedía un fuerte prejuicio contra los que no pertenecían a «la raza santa» ni querían aceptar su fe. El relato de Cornelio lo deja claro cuando Pedro justifica su conducta: «Sabéis que está prohibido a cualquier judío juntarse o visitar a personas de otra raza» (Hch 10,28). Más tarde, en la comunidad de Jerusalén le reprocharán «que había entrado en casa de incircuncisos y había comido con ellos» (Hch 11,3). En este contexto adquieren más valor las afirmaciones de los evangelios. El de Mateo tiene gran interés porque, en el relato de la adoración de los Magos de oriente, simboliza la actitud de Dios con los pueblos paganos (a ellos se les manifiesta la estrella) y la respuesta de estos, totalmente positiva, a diferencia de la reacción de Herodes, los sacerdotes y la población de Jerusalén, que saben dónde debe nacer el Mesías, pero no dan un paso para adorarlo. El mismo tono polémico se advierte en la curación del siervo del centurión, donde Jesús termina alabando su gran fe y anunciando que «vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob, mientras los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores» (Mt 8,5-13; el texto paralelo de Lc 7,1-10 alaba la fe del centurión, pero omitiendo el tono polémico antijudío de Mateo). Y en el final de la parábola de los viñadores: «Por eso os digo que a vosotros os quitarán el reino de Dios, y se lo darán a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21,43). En Jesús se cumple lo anunciado por Isaías: «Sobre él pondré mi Espíritu para que anuncie el derecho a las naciones... y en su nombre esperarán las naciones» (Mt 12,18-21). Lucas, que no refiere la visita de los Magos, pone en boca de Simeón unas palabras con el mismo contenido teológico: «han visto mis ojos a tu Salvador, que has dispuesto ante todos los pueblos como luz revelada a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,30-32). Y al fi-

15. Is 19,24-25; Zac 2,15; 8,20-22 etc. Véase J. L. SICRE, Introducción al profetismo bíblico, Verbo Divino, Estella 2011, 338s. Sal Terrae | 103 (2015) 947-959


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nal del evangelio, cuando explica a los discípulos el sentido de las Escrituras, les dice que «en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén» (Lc 24,47). Este será el tema del libro de los Hechos y la labor de la iglesia primitiva. Ella, siguiendo el ejemplo de Jesús, se abrió a todos, sin miedo a acoger a los que estaban en la periferia. Como dice Pablo a los Corintios, quizá exagerando un poco: «Observad, hermanos, quiénes habéis sido llamados: no muchos sabios en lo humano, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes bien, Dios ha elegido a los locos del mundo para humillar a los sabios; Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes; a los plebeyos y despreciados del mundo ha elegido Dios, a los que nada son, para confundir a los que se consideran algo» (1 Cor 1,26-28).

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