El naufracio vertical

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Este libro fue escrito gracias a las becas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, Jรณvenes Creadores, promociones 1997-1998 y 2000-2001.


Felipe Vázquez

Secretaría de Cultura 2

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Eruviel Ávila Villegas Gobernador Constitucional Eduardo Gasca Pliego Secretario de Cultura Felipe González Solano Director General de Patrimonio y Servicios Culturales Alejandro Balcázar González Director de Patrimonio Cultural

© Felipe Vázquez Badillo / El naufragio vertical (Convocatoria 2016) Colección El corazón y los confines Primera edición: 2017 DR © Secretaría de Cultura Cd. Deportiva Lic. Juan Fernández Albarrán, Deportiva s.n., Col. Irma P. Galindo de Reza, Zinacantepec, Estado de México, C.P. 51350 gemimcdg@edomex.gob.mx ISBN 968-484-395-X (colección) ISBN 978-607-490-227-3 Registro de Derechos de Autor: 03-2015-072110195300-14 Autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal No. CE: 228/01/03/16 Impreso en México Printed in Mexico Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra –incluyendo las características técnicas, diseño de interiores y portada– por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático y la grabación, sin la previa autorización de la Secretaría de Cultura. El contenido es responsabilidad del autor.


El naufragio vertical



A Rocío A Ana



Huye de ser en sed por el desierto



Blandir el remo no sostiene

“Desde el margen de mí mismo, antes

que la cuchilla de la historia me dejara en la orilla donde el tiempo se disgrega, atado al potro de tu carne vi no mi cara en los velos de la lluvia, no la fuga vertical de la memoria, vi la tumba de un sol sin profecía, mi sangre hendida por el rayo –y flor saxífraga, estabas en las ruinas que me nombran”. Esta arena hecha de huesos me erosiona, un tiempo en ruinas borra lo que escribo.

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La columna que nos teje y nos desata

“Lejos de mí, donde el arca de serpientes

se alza pira sobre el mar”. La casa, al cerrar su puerta, en tu voz se precipita. Lobo sin asombro, heredas el mirar vacío, la errancia que sus huellas falsifica, los deseos que incluso sin deseo en duda se congelan. Tu palabra sin máscara de jade, sin ofrenda, sin espejo, en ti devela un éxodo más frío, en ti estalla en astillas el árbol que te nombra.

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En su canto se deslíe

“Extranjero sin estirpe donde antaño

de roja arcilla mi sierpe se nutría. Acaso no hubo patria sino exilio, templos cuya basa fue balsa a la deriva”. En tu naufragio la luz por dentro se fisura, donde el alba se curva caracola en mi sequía. La sierpe en esquirlas por mi sangre se despeña, tu raíz en las fisuras de mi canto se perfila.

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Tu silencio por dentro me erosiona

Al seguir mis huellas vuelvo a la sequía,

al muro donde el cardo sabe a cerradura. El entonces un asomo de ciudad entre la arena y el será un acaso de cenizas –una loba arrastra el cadáver del tiempo hacia la historia. “Te llama desde el frío una mujer y cruza el muro”. Tajaría la carne calcárea de lo real, pero la daga se alza muro en los pliegues de mi voz, el signo encarna en sus fisuras. Mi palabra espiga donde el ser segrega lejanía.

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Donde el ser en su nada se desploma

No lo sabe y nace muerto y se desea

verso con tersura de jaguar bajo la luna. Hay incluso un dolor sin clorofila, llaga sin árbol hacia adentro. Y ya la muerte no da vida, el águila solar en esquirlas de frío nos acuchilla, qué dios no deja un mar de grietas, qué templo en Babel no se despeña. Muro como tajo a la escritura, quién no incendia su barca de serpientes. Xólotl huye de ser en sed por el desierto, siembra su éxodo en nosotros. Con ceniza baña tu cuerpo, la sequía eclipsa el canto de tus huellas. Luna adentro, desuella a tu mujer, entre la hoguera danzaré vestido con su piel. Mañana acaso de mis huesos un faisán despierte, ya un sol más frío anochece en la escritura.

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En lajas hacia adentro se despeña

Un viejo de bruces entre cactos, “templa

tus armas con su sangre. Muere de tu muerte, siembra en tu silencio mi lenguaje. No eres sino azar, entierra tu carne lobo adentro y vela, cela tu armadura donde el hijo se desangra, pues náufrago de sí, en él naufraga el universo”. El agua sin embargo es pura sed, ser en llamas si la tierra ha muerto.

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Un nombre cuyo fuego no lo fragua

Un muro como tajo me separa –y teje

las cuerdas rotas de mi nombre. Pulsa en río vertical tu sangre inerte –las hormigas en la arena tus huesos deletrean. El río del cielo dobla por la falla –fía tu faz al rostro fugitivo de la arena. Ya se despeña por su canto la saeta –forja el habla de tus muertos. Da al silencio el qué del caracol –y preso en las grietas de la sed, haz en el temple resonar una sibila y taja el muro que alza en sí misma tu escritura.

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Donde el ser se aniquila si se piensa



Anula el ser que lo sustenta

El templo se alza, en nuestro cuerpo

sueña una herida vertical. Es medianoche donde el tiempo nos habita, la semilla hunde su raíz en esa tierra, abreva luz y en mí despliega su follaje, agrieta el ser que soy y, preso en mi conciencia, el templo se despeña sin fin desde su llaga.

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Ser entre

Abro,

al caer, la grieta del tiempo que otros llaman presente y, rĂ­o que se abisma al devenir, me diluyo aquĂ­ donde las aguas funden sus caras en la cara de la muerte.

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Si alza muros la mirada, sé

El ser que soy cae por la fisura

del saberse. No se levanta lo que vive, abre una herida en su interior y se despeña. Caigo incluso del que soy, hacia atrás, sin desprenderme, pero ¿dónde caer si la caída no tiene sima ni dónde, y donde acaso es un salto mortal que la nada petrifica?

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En el vértice del tiempo vibra como daga

Sierpe en la sima de mi voz, el río

afila el canto de esta laja, nace de sí mismo sin cesar y muere al filo del espejo. Tu mirada en hueca soledad me petrifica, el alba devela un rostro viudo de su nombre. Tira el ancla donde el yo no sea este oleaje de cenizas, en tu lengua el hoy es un cadáver de cinabrio. Aquí tu ser deviene al devorarme, la otra orilla ¿será siempre lejanía? De sí, el ser que nace de mi nombre se despeña.

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El ciervo que nombro para serme

Del muro

sales como yegua de la llama, laja de jade en mi ceniza, di: hacia dónde se abre el muro, qué caída al hombre vuelve puerta, adónde se abre si no hay dentro, si no hay fuera, si el aquí lo sepulta y no hay fuga vertical que lo libre de sí mismo. El yo cabalga entre los huesos del que yerra muro adentro de sí mismo. El alba resuena en su interior como oleaje en la caverna.

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Rasga los signos que lo forjan

Un mar de grietas lo que miro. Sé

nómada –me dice– en tu escritura se abre un desierto gélido y sin nadie. Cava, siembra a tus muertos, siembra bajo el río, cosecha el hambre y vete. No hay hoguera al pie de la pirámide, tu muerte ni sol ni renacer ya dice, yerra: luna por el filo de altas lajas. Caracol sonoro en la falla vertical de la escollera, sé la sierpe azogada en las fracturas de tu ser.

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Es real si lo real fisura

El ser que el ser nos erosiona

labra, en lo que soy, una escultura de vacĂ­o. La vasta catedral se anega y, bajo el hondo cielo del desierto, estalla en esquirlas donde el hambre es un hombre a la intemperie emparedado. CiĂąe bien tus huesos antes que la arena los afile, alfiles contra ti. La noche a plomo, fija donde el ser se aniquila si se piensa.

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Afuera es otra roca y roca el pensar que la respira



Volver sin vestigio de la Estigia

Del útero de piedra hacia la luz,

se despeña la sin alba. Se diluye, al caer de sí misma, en lo que escribo: nace como digo, vuelve del frío al rumor metálico del yunque. Ya en la fragua el eco de los muertos me bautiza.

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En la blanca región de lo decible

Donde la sed –cuenco de piedra– me constriñe.

Mano en cuyas palmas leo la vacuidad que me troquela. Nadir del agua, sed como naufragio interior sin litoral. Crustáceo, roca adentro el fuego en las palmas de lo oscuro me fusiona.

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Ciñe tu piel sin rostro a mi epidermis

Donde el cráneo del cielo se erosiona,

una sed vertical agota incluso nuestra carne, vidrio en polvo se respira y un terror sexual sin sexo nos gobierna. ¿El ser?, el hombre chatarra es ya Legión y masca sal y yerra preso en el mar calcinado del tiempo. Hay sed, una sed glacial nos fisura desde adentro y lo que somos pulula entre las ruinas del futuro.

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Lo mismo en lo mismo oculto

Forja el no y la piedra

separa de la piedra y haz de la rotura cifra de la roca, forja el filo donde el verbo del verbo se vacía y cifra tu decir en la fisura, di no la peña sino el relámpago en la peña, pulsa el haz de grietas de tu lira, escucha –a través del rojo laberinto cuyo muro sin orillas por dentro te empareda– el vacío sonoro de tus venas, caracola como tajo en la dermis calcárea de la historia.

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Un muerto al filo de la savia

Incrustado en el mirar calcáreo de los siglos,

respiro por vetas hacia afuera y sin embargo afuera es otra roca y roca el pensar que la respira. Y no hay red para decir, adentro somos un temblor tautológico de espejos. ¿Siempre en mi red de vetas prisionero, escritura cuyo sentido la erosiona? Lo que nombro me empareda y me sepulta, ¿me designa un bordaje en la textura del silencio –caracola enroscada en el mirar calcáreo de los siglos– o la dicha del rayo que naufraga roca adentro?

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Su dónde no segrega

Al triturar la roca, nuestras venas

vibran como cuerdas cuya música, en el polvo, abre círculos concéntricos. No hay tierra, sólo esta herida sin arado. Hay sed, un rechinar de rocas en la sangre. Acaso no somos sino grieta, y anudamos el vacío y, presos en el tiempo, nos anuda este vacío sin márgenes ni tregua. Mi deseo rueda en lascas al engrane de las llamas.

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El canto de la noche se vacía

Al mirar, mirado por el ojo que me piensa,

mis ojos izan este muro; si te toco, mis dedos surcan tu cuerpo como lava. Lo que nombro –filo circular– degüella lo que nombra. Caracol, me anudo en sedimentos –lejanías que signo a sino harán ceñirme a tu sepulcro: por mis venas la roca se vacía, encarna el mapa de grietas que me nombra; y si me pienso, el pensar segrega piedra, la palabra dice muro en lo que dice. ¿Y qué desdigo si otro muro me aleja de mí mismo cada día?

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Los navĂ­os naufragan en tu nombre



El timón que vuelto astillas interroga

“Martilla tus huesos en el cuenco, traza

el signo blanco sobre el rojo. La caverna, ya roto caracol, en mí resuena. Tu mujer abre sus venas al vacío, y nace del blanco un signo oscuro y te descifra”.

Oculta en caracol su nombre el caracol, tu ser segrega ser y en él desaparece. La fisura en río solar bajo las dunas llega al cuenco y, árbol de luz, desata en ruiseñores la caverna.

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Se curva en el tronco de la nada

Acecha al tiempo la memoria, salta

piel adentro y se le escapa. Ciervo, ayer se finge en la garra del será. Cenit, el hoy en su nadir se petrifica. Géiser de gélidas certezas, la monarca dobla el espacio y nos atrapa. El muro gira en sí mismo y nos anilla. Adentro la intemperie nos desuella, afuera nos sepulta. En los ojos de su piel, un leopardo nos acecha. La memoria se remonta voraz y en su fuente desemboca.

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Del ser en azogada caracola

Donde ahora es un guijarro, el mar

se anuda voraz en mi conciencia. Tu ceniza curva su laurel en mi sequía y, lagarto en las grietas de tu voz, naufrago donde ahora fue un jilguero. Noche arriba huye un ciervo de tus huesos, en la llama abres la puerta (no más puerta) y al entrar tu ser deviene lejanía. En mi sangre el hambre de azar eleva un templo, abrasa el río vertical que nos libera. Colibrí, el presente destruye sus alas en el fuego.

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El ojo del tiempo se devora

No hay tumbas en la tumba que llamamos

tiempo, el ser sin epitafio arde y se consume y no desdice el ser de sus cenizas. Por el frĂ­o en arena su vuelo se desgrana. Signos dibuja al margen de la pĂĄgina, allĂ­, donde el tiempo se congela, donde estar deviene silencio sin memoria, signo cuya losa funeraria fue saberse.

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Los juegos de azogue de tu cuerpo

Un erial de nieve, en tu palabra,

es una máscara de savia. En estas aguas miro el vacío del agua, los navíos naufragan en tu nombre. Desde Troya encarnas en tu propia lejanía, tal vez brame el dios en tu ceniza. Mi deseo piafa en la escollera de tu sangre, cava en tu nombre el tiempo vertical. Mi voz surca la azogada transparencia de tu sed y se yergue laberinto donde el verso naufraga en el espejo de la noche.

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El árbol en sí mismo se calcina

Espejo de navajas, la memoria;

el péndulo del hoy también nos acuchilla. La caricia al margen del río nos ilumina y en cenizas el relámpago nos iza. Al habitar nuestra fisura, ¿el tiempo engarza nada pura? La serpiente se muerde la cola, se vacía, ¿somos ese devenir que nos encarna? ¿Somos la nada que se piensa, el ser cuyo cenit engendra el nadir en que se abisma?

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Agoniza junto al árbol de serpientes

Fantasma en los huesos de la tarde,

aloja un árbol mi escritura donde el fuego sacraliza. Tu silencio teje el sacrificio de las yeguas en mi sangre. El muro despliega su follaje y si el muro piensa un toro, en él un toro de grietas se perfila; pero sueña, nos sueña en su naufragio interior, y no despierta sino al fuego gélido del dios. En ti no miente el fuego, sin embargo, miente el árbol cuyos frutos, en el fuego, mimetizan su futuro –donde el toro pacta con su muerte y sin morir desde Altamira con su sangre nos dibuja.

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El pensar que se piensa hasta anularse



Lejos del umbral rotura

“Estalla al interior de cada signo

el rayo que nos dice. Muerto el dios, en la caverna del idioma hallar la veta, acaso la raíz de oro del ahora, acaso el río vertical en la calcárea sed de otra escritura. Sedimenta el no decir que troquela tu decir, mañana las huellas de tu nombre en mi silencio”. Naja al filo de su nombre, danza lo real sin ropa. Entre sus anclas, naufraga el tiempo –y ya sin timonel un relámpago interior ilumina el archipiélago.

53


Construye la jaula que me nombra

Se enroca en las aguas de lo real. No duda,

invade el interior del muro. La sibila se abisma en sus ojos, anochece, y ni siquiera su respuesta es el vacío. La casa del ser en el espejo de la sed, tú mismo entras en ella como el frío. Sin rostro, luz de glaciales geometrías, el pensamiento mina el pensar que lo socava. Cada día preso en los ojos de la sierpe, la sibila erige en mis venas la cárcel que me excluye.

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Vira por el ser y en mí desaparezco

Un resonar de siglos imanta las arenas, fuente fisurada por el árbol de la sed. “Los jeroglíficos de arena troquelan el cabello de la aurora y nadie escribe. La poesía muere de poesía, y no llega salvo el habla de los muertos, nada escribe excepto la oquedad que en ella habita”.

Qué vuelve mis nervios nervadura si por dentro las arenas pulen mi esqueleto. Las palabras en las altas naves de mi sed resuenan, pasos sin nadie en la oscuridad sin márgenes del ser.

55


Abre en ella simas de silencio

Abre en ella un muro

al huir de sí misma, teje un yo en la página que, viva, la empareda. Una palabra cuya luz interna la destruye, vaso más vaso aún si mira en su interior el espejo caníbal que lo dice. Digo no el gemir de la sibila sino el río, no habla un dios en mi decir –no escribo sino el rayo al filo de la falla. Donde el sí danza en las aguas de la sed, mi nabla de su habla se despeña al son que la concibe.

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Desde la sima del presente

Río en cuya fuente se deslíe, qué palabra

abre el muro del vacío. En ti, un salmo en su canto teje su mortaja, y no otro río en su troquel de vértebras acuña el yerro feraz de mi sequía. Engarza el poema en la grieta que abre él mismo, di “tu ser es mi sepulcro –y en su falta fulgura el arco de mi sangre”. Ataja el ave cuyo canto al infinito nos afila –y teje el pensar que se piensa hasta anularse. Muro adentro da hacia afuera, dónde es dónde si es abolido el espacio en su abertura.

57


En mi ser deviene el ser del muro

Las tumbas se erosionan, tu memoria

arde en la cima estĂŠril del insomnio. Y no las vetas donde el tiempo en gota de luz nos petrifica, la cesura donde el rĂ­o de navajas nos habite. No la sed de la tortuga, nuestro sueĂąo de cenizas en el mar. Naufraga en mar de grietas la raĂ­z. No hay tierra, el arado se quiebra entre las piedras.

58


Un lagarto las vértebras por dentro

Corta en sesgo el río, afila

no tu canto de laja en lejanía, el roto caracol de tu presencia; aquí la reja de tus huesos raja el siglo, raya signos diagonales en el fémur, tu memoria cifra el ser en la fisura; has muerto en altas lajas, lejos de Altamira, al son de esferas desatado en alas; canta, aquí no hay agua que te nombre, no estás donde estás; la grieta anuda tus orillas, te erosiona el silencio del río que nace donde acaba.

59



El naufragio vertical de mi conciencia



Erige dédalos tu danza

Giran las tumbas en el cielo. Árbol

sin preguntas, el espejo de la luna ahoga el habla de los muertos. Árida, la noche eleva su cántaro de luz, y llueve pero el agua nos eclipsa. Nos escribe un sol en esquirlas, noche adentro el deseo de ser nos amuralla. Flor, la piedra respira al margen de los días.

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Haz naufragar el arca de tus muertos

Se alza una torre en el desierto, iza

un cuerpo acuchillado por el sol, anima –en espiral de aves– concéntricas esferas. “Doncella o toro, es fuego el sacrificio e impide que el tiempo se congele”. Sin embargo tantos muertos hoy sacralizan sólo el frío. El templo de sangre que labramos invisible cada día, naufraga en sí mismo, nos escribe, y en ese ahogo de voces idéntico al silencio una torre de cráneos se yergue y nos ampara.

64


Anuda fue y será en el ojo que te mira

Un muro de cráneos lavado por el mar,

ojos donde el sol se sabe caracola. Savia en el vacío, encalla una mujer en mi deseo,

lanza mis armas al océano, su cabello en mi sangre bebe lejanías. La garza cruza mi cuerpo mar adentro, tus raíces en mis venas desembocan, y la casa hunde sus llamas en el río. Sin muro, el muro me respira, me desata, sin saberme escritura en el murmullo de sus cuencas.

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Desato mi ser de su palabra

Despierta de su nombre y mira, el desollado

usa de máscara mi cara, y de mis cuencas amanece acuario el universo. Luz amarga, un pez desata las grietas de la aurora. Emigra lo real en busca de su cuerpo, y cada río en la sed de sí mismo desemboca. Yo sin yo, asciendo un muro de cráneos cuyos gritos izan el naufragio vertical de mi conciencia. Oleaje, me quiebro en las murallas de la luz, desato mi ser de su palabra. Vuelvo al día en que mi voz resonaba sobre el mar. Sin nadie, la luna se desangra entre las peñas. El acuario se anuda en pura sed, ser de sal en el desierto.

66


Ojos donde el sol se sabe caracola

Preso en la galera de mis muertos, llego:

isla donde anclan mis astillas. Donde soy un reloj ya fémur en las peñas, un timón oxida los signos del desastre. No soy otro, yazgo donde el lenguaje se quebranta. No, soy un litoral abatido por la nada. La saeta cruza las vértebras del ser, una serpiente anuda fue y será en el ojo que te mira. Alfil, en abierta claridad mi galeón se precipita.

67


Naufraga en sí mismo, nos escribe

Entran los caballos en el río, las armas

caen desde la cúpula. Y salvaje, piafa el dios en la vasta catedral, derriba las columnas de sí mismo y de raíz hiende el árbol de la luz. El tiempo se anuda en astillas, la manzana destruye el espacio de su nombre. “No hay tierra que te espere, en ti haz naufragar el arca de tus muertos”. Se despeñan los caballos en la falla y en otra catedral resuena mi deseo. El río eleva sus ramas junto al muro, entra el fénix al silencio del ahorcado.

68


Un sol en esquirlas nos escribe

Una reja se incorpora de mis huellas

y su danza ataja mi caída. El ámbar del tiempo nos asfixia, cada instante abre simas en el muro. Nuestra puerta en otra puerta desemboca y siempre abrimos sin cruzar del otro lado. Atrás de la máscara de ser, tu risa descarnada alza un templo vegetal en mi desierto. (Abre laberintos cada instante, y cada instante me encarcela y me extravía; y no la fuga de sí mismo por el dorso ni la luz donde el ser en luz se mimetiza).

69



ÂżHerrar la luz ha sido errar el dĂ­a?



Cifra el ser en la fisura

Tal mecanismo de cenizas, criba

un lagarto las vĂŠrtebras del dĂ­a. Desova donde el tiempo es un altar de crĂĄneos sin bautismo, no germinan hoy serpientes del cuello degollado: ojos de cal bajo la lluvia, llagas donde olvida el habla su memoria y luego esa rabia de jaguar que yerra preso en las llamas de su sed. Nos quiebra un lagarto las vĂŠrtebras por dentro.

73


Mar de grietas la raíz

Azul en los pliegues de la nada, el ser

en su voz desaparece. El ser del muro en mi ser deviene, dédalo de puertas que siempre dan al muro. Sin sosiego, río cuya sed nos empareda, mi palabra ciñe el mar que por dentro la erosiona. Lejanía sonora, el esplendor sin epitafio bebe sangre en el cuenco de mis manos. ¿Quién abre el ser y nos abisma? En ti, el naranjo devora su raíz. Y la muralla, que por dentro me separa, se desploma.

74


En su canto teje su mortaja

A cada paso el puente se despeña. Daga

cenital desde la sima del presente, el ser abre a mis pies el muro sin fin de cada día. ¿Qué pierdo si el hacha del abismo, si él a ras de piel separa mi cuerpo de tu voz? La historia, como sierpe, se devora. Vete, yerra en las arenas de la sed. El puente, esa tensión de la nada en nada desemboca.

75


El espejo caníbal que lo dice

En redes de mercurio

nos teje el tiempo y nos desata, mi escritura abre en ella simas de silencio. La palabra despliega su vacío en los ojos de la aurora –y preso en las fisuras que me dicen, al mirarse en ti, en mí el espejo deshabita.

76


La oscuridad sin márgenes del ser

Alas contra un cielo de cobalto, fuga

vertical desde las aguas. La navaja del tiempo aquí nos amuralla. Lago cuyo espejo marca siempre el mediodía. “Huye una cierva de tu nombre, yerra, vira por el ser, y en mí desaparezco. La muerte en su danza me empareda”.

77


Luz de glaciales geometrías

Llama que en astillas se despeña,

dobla por el filo de la noche. Baja desnuda la escalera, en la cesura construye la jaula que me nombra. El perfil de la rubia, por el lodo vuelve casta a la semilla. Sube sin cuerpo la escalera, una gacela esquiva el zarpazo de lo oscuro. ¿Herrar la luz ha sido errar el día, la errancia del error?, ¿nos ilumina ir a tientas por el filo de las hayas?

78


El no decir que troquela tu decir

La luna se agrieta donde el frío y siembra

sus lajas en la piel amarga de mis noches. No soy otro –ya lo dije en el jardín– he sido el que lejos del umbral rotura. Sin deseo, mi voz en árbol agoniza y, relámpago vacío, ocupo el sitio de la sangre. Toma el fruto, su carne sueña el aroma del durazno y nos mira sin mirarse en el espejo de lo ido.

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Donde el ser sin asideros nace



Teje el sacrificio de las yeguas

Fuga de caballos por el rostro

de cinabrio, el toro entre las peñas agoniza. Junto al árbol de serpientes, se ata el cuerpo de la arquera. Traza en la arena escarlata la máscara del dios.

83


Engendra el nadir en que se abisma

Un fémur en astillas donde el yo

solía pensarse o no pensar, incluso no solía. Habitada por el ciervo, la máscara de jade se eleva desde el pozo. La sombra se incorpora de su muerte, cobra se anuda y vuelve sobre sí. Desaparece el árbol en sí mismo, se calcina el fuego al saberse nombrado por el hielo.

84


Los navĂ­os naufragan en tu nombre

Las yeguas de plata fugitiva

trotan bajo el puente, desde Troya surgen del oleaje. Como el toro no devorado por el fuego, un dios piafa donde el mar en mar de crĂĄneos se desnuda. Tu silencio, yeguas de fuego cuyo carro en llamas el nombre me arrebata. Un pez vira donde estallan los bajeles, a caballo en los juegos de azogue de tu cuerpo.

85


Cuya losa funeraria fue saberse

Mirar en nuestros ojos

los ojos del vacĂ­o que se mira en lo que somos. No es otro el que me encarna, soy una puerta sin afuera, acaso un espejo sin adentro, una bisagra en cuyo eje el ojo del tiempo se devora.

86


Tu ser deviene lejanía en mi sangre

Antes de las hachas, la columna

del ser, en azogada caracola, henchía de solsticio su mirada. A plomo se caía de sí el muro que, en el seno de lo real, tejen los ojos del futuro. Aún éramos el sueño de la sed, y el ojo en su cenit abría esa falla donde el ser, sin asideros, nace laja errática en el muro, dolmen a orillas de sí mismo. Sin afuera, qué ser en tu desierto sino arena, danza de las hachas en las cuencas del cráneo que nos mira.

87


El hoy en su nadir se petrifica

Naufraga la brújula del ser

y en ella naufragamos, el navío fue un lirismo de la sed. Antaño, carne de timón, errada carne al potro del timón. “Alzar hoy puentes, no nos impide la caída. Acaso un ciego sol nos mira, donde el río se curva en el tronco de la nada. ¿Qué remo nos designa? Sombra sin raíz, ¿nuestro ser es la deriva?”

88


Segrega ser y en él desaparece

Engendra el silencio en que se anega. Su decir

deviene huella blanca en lo blanco de la página, la arena oculta lo que escribe, en el desierto es la sed un signo que no dice. Llega del será el timón que vuelto astillas interroga. ¿El ser cabalga si ha perdido el habla? ¿Canta si, caído del caballo, a tientas desanda el herraje y se despeña? ¿Qué si el qué saltó hacia atrás, donde la roca fosiliza? El náufrago se abraza al túmulo de huesos lavado por el mar.

89



El disco sin orillas da al barquero



Dice muro en lo que dice

En este cielo no resuena

el canto, de la noche se vacía la noche, resplandece donde el siglo nace luz de un astro muerto, la palabra noche se abisma –sin saberse– en la grieta de lo oscuro, el ser espía cómo lo real se erosiona en su mirada.

93


Sólo esta herida sin arado

Dónde el poema si su dónde

no segrega. Su naufragio ¿ancla en la deriva, hunde sus velas en lo oscuro o busca su galaxia y profana el litoral? Cómo el poema si su cómo se erige Babel y se despeña. Al subir ¿el qué de la poesía arroja la escalera y en la cima encarna la sima del poema?

94


Escritura cuyo sentido la erosiona

Arde el naranjo donde el verbo

arder no significa. La serpiente se anilla en tu silencio, me recluye el ser en su oquedad sombría. Sé árbol cuyo fruto diga río, navega un muerto al filo de la savia. Cae al fondo de su aroma la naranja y aun el barro canta desde el ser vacío. Un sol de qué nos ilumina, sube al cielo y tira la escalera. Di a naranja sabe la naranja, el agua sabe a sed en el cántaro del verso.

95


Cifra tu decir en la fisura

Escribe camaleón –y camaleón

no encarna en su palabra pero encarna. Animal de lo mismo en lo mismo oculto, en otro siempre en otro, escribe camaleón en lo que escribe, incluso en lo que calla. La escritura ¿se disfraza –espejo sin memoria– en aquello que refleja? Sí en sí o mancha de piel en la piel del mundo, cara sin cara y sin embargo rostro de cosa en cada cosa, ¿camaleón cae en sí mismo, cae de su palabra, dobla por su cara y en sí desaparece?

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La sed nos fisura desde adentro

Cava en ti como si, valva,

laja a laja anudaras el vacío. Tu casa abre un cielo como puente, ciñe tu piel sin rostro a mi epidermis. Di “Naufraga en tu silencio el navío de sierpes de mi nombre”. No, encarna en tus palabras, la ceniza arde vertical y, broca sin reloj, erige el templo de la sangre. Valva, alma en cuya nada el ser resuena.

97


Naufragio interior sin litoral

Regresa de sí misma, como sierpe

que el alma se devora. Calca lo blanco en la blanca región de lo decible, acuña un mirar idéntico al silencio, tintinea la noche sobre el mármol. Herradura de yegua nocturna, la poesía blanca amanece en su blanca sepultura.

98


Fragua el eco de los muertos

Acuñar una moneda. La moneda no,

no la de la usura, la que rueda sin cara y riela y borra el litoral. Pasaje no a la patria de los muertos, para volver sin vestigio de la Estigia. Ahora troquelar un tiempo y otro, alear orillas: labra el tintineo de una moneda lateral, escúchala abrir el surco del presente hacia la seca tierra del poema: las raíces del río adivinan las grietas de lo real. Cincela no este canto cuyas puertas dan al muro, el disco sin orillas da al barquero. Acuña el ojo que al mirarse mira a través de sus fantasmas.

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Oquedad tensada acaso por la muerte [Odisea, XXI]



El ser que el ser nos erosiona

Dar un golpe de timón, abrir

las aguas como un arco, el verso acaso es real si lo real fisura, si conquista el habla que lo habla. –¿Y si el arco se abrasa de raíz? “Abre el arca de los mapas, pero inventa el mar y, en ese caracol, traza las caras infinitas de su cara”.

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En la falla vertical de la escollera

“Si el arco del tiempo

en nosotros equidista, ¿somos la frontera donde el texto anuda sus fronteras? Muro adentro salta la sin cara, el cazador ¿abre en ella el arco del deseo o la deja cruzar por el arco hacia la nada?” Si un verso nos devela y rasga los signos que lo forjan, ¿muere atrás del velo en cuyo texto el ser deviene? Donde estar es lejanía, ajena danza entre los muros, ¿soy no el deseo de ser sino la sed que lo erosiona?

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Y no hay fuga vertical que lo libre de sí mismo

La errante proa no vuelve, acecha

una falla en las bóvedas del muro. Allí la destructora de las naves usa de hacha el timonel. Contra la peña, naufrago donde el ojo de las hachas nace fuente preñada por el rayo. Tu palabra ¿a la tersa Helena arrasa desde Atenas o tensa el vacío, lo tañe como lira y caza el ciervo que nombro para serme? Yerra anclada a las altas paredes de su nombre.

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¿La otra orilla será siempre lejanía?

Si aquí tensara el tiempo,

¿abrirá un espacio la tensión o se tensará el espacio en su abertura? Y si el blanco fuese afuera, quién sabe que la flecha es una flecha si la cuerda sin cesar se rompe y, al romperse, en el vértice del tiempo vibra como daga.

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Cae por la fisura del saberse

Y qué flecha silba si el sentido

explota desde adentro. Luz cuyo nombre no es ya puerta, quién mira si alza muros la mirada. “Sé la sed que en sí misma cava un pozo y muere”. Tajadura en cuyo hachazo encarnamos, ¿cada flecha se sabe flecha al cruzar nuestro vacío?

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RĂ­o que se abisma al devenir

Entre ser antes y despuĂŠs, ser entre:

oquedad tensada acaso por la muerte, flecha inserta en la abertura de un arco sin afuera y sin arquero, preso donde el ahora de sĂ­ mismo es epitafio.

108


Se despeña sin fin desde su llaga

“Si abro desde el centro de la esfera

una falla que incluso la vacíe, ¿estaré en el tiempo, sin espacio, en la orilla opuesta del deseo?; quizá mi interior es superficie: el universo en sí mismo se encarcela, ¿el texto al decirse anula el ser que lo sustenta?” Preso en el cántaro azogado, mi ser se abisma al infinito, vuelve a sí y en la imagen de sí mismo se diluye.

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QuiĂŠn penetra en esa luz inhabitable



Da al silencio el qué del caracol

Zarza entre las dunas, arde

un canto de pájaro sin pájaro. Anuda un nombre cuyo fuego no lo fragua. Se desea ser sin hambre, signo sin perfil pero la sed –al interior de sí– afila sus raíces, lo vacía y, fénix en el río, en cenizas aletea sin elevarse.

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Náufrago de sí

Donde la página se piensa, pura

desde el signo oscuro que la dice. La rota vasija del esplendor. Y en ti la noche se vacía. En lajas hacia adentro se despeña, se troquela silencio en su blancura.

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Acaso de mis huesos un faisán despierte

Esa tensión pura en el vacío, la muerte suspende mi cuerpo en lo alto de la luz. Espada en la piel de la pureza, tu dolor se alza glacial en los velos de la bruma. Al mirarse en mí, de sí mismo se retira: soy el ser donde el ser en su nada se desploma. En la honda vorágine de buitres, el jaguar es presa de sí mismo en el rojo acantilado.

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Donde el ser segrega lejanía

Cementerio en llamas,

arde el ser que al filo de una peña da golpes de timón en el vacío –naufraga desde el mar. De sí mismo huye pero encarna el canto sin orillas de una falla, tu silencio por dentro me erosiona, afila mi vacío, ataja el haya de mis muertos, vuelvo acaso porque diáspora deviene el río, delfín al mar de grietas del ahora.

116


Se curva caracola en mi sequía

En el telar de sus huesos, la sin habla saborea con fruición una granada.

Embiste a la doncella del espejo y en el mar de la luna se desangra. En el galeón de sierpes de su cuerpo, canta la sin alba y en su canto se deslíe. En la transparencia del oleaje, un puma arrastra el toro blanco hacia el escollo.

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Devela un éxodo más frío

Raíz en la tumba de cinabrio, eleva el naranjo su galaxia.

Herido de sí mismo, el relámpago germina en la columna que nos teje y nos desata. Quién penetra en esa luz inhabitable. Azul adentro, la navaja el latir del tiempo sacrifica. Se diluye en la fijeza de un cielo que en su nombre se desploma.

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La orilla donde el tiempo se disgrega

En el hondo hueco de la luz, blandir el remo no sostiene.

Tu mirada, tajo en el vacío, levanta su Babel dentro de mí. Adán moría. A ras de arena, en el hondo hueco de la luz:

119



Ă?ndice



Huye de ser en sed por el desierto Blandir el remo no sostiene La columna que nos teje y nos desata En su canto se deslíe Tu silencio por dentro me erosiona Donde el ser en su nada se desploma En lajas hacia adentro se despeña Un nombre cuyo fuego no lo fragua

13 14 15 16 17 18 19

Donde el ser se aniquila si se piensa Anula el ser que lo sustenta Ser entre Si alza muros la mirada, sé En el vértice del tiempo vibra como daga El ciervo que nombro para serme Rasga los signos que lo forjan Es real si lo real fisura

23 24 25 26 27 28 29

Afuera es otra roca y roca el pensar que la respira Volver sin vestigio de la Estigia En la blanca región de lo decible Ciñe tu piel sin rostro a mi epidermis Lo mismo en lo mismo oculto Un muerto al filo de la savia Su dónde no segrega El canto de la noche se vacía

33 34 35 36 37 38 39


Los navíos naufragan en tu nombre El timón que vuelto astillas interroga Se curva en el tronco de la nada Del ser en azogada caracola El ojo del tiempo se devora Los juegos de azogue de tu cuerpo El árbol en sí mismo se calcina Agoniza junto al árbol de serpientes

43 44 45 46 47 48 49

El pensar que se piensa hasta anularse Lejos del umbral rotura Construye la jaula que me nombra Vira por el ser y en mí desaparezco Abre en ella simas de silencio Desde la sima del presente En mi ser deviene el ser del muro Un lagarto las vértebras por dentro

53 54 55 56 57 58 59

El naufragio vertical de mi conciencia Erige dédalos tu danza Haz naufragar el arca de tus muertos Anuda fue y será en el ojo que te mira Desato mi ser de su palabra Ojos donde el sol se sabe caracola Naufraga en sí mismo, nos escribe Un sol en esquirlas nos escribe

63 64 65 66 67 68 69

¿Herrar la luz ha sido errar el día? Cifra el ser en la fisura Mar de grietas la raíz En su canto teje su mortaja El espejo caníbal que lo dice

73 74 75 76


La oscuridad sin márgenes del ser Luz de glaciales geometrías El no decir que troquela tu decir

77 78 79

Donde el ser sin asideros nace Teje el sacrificio de las yeguas Engendra el nadir en que se abisma Los navíos naufragan en tu nombre Cuya losa funeraria fue saberse Tu ser deviene lejanía en mi sangre El hoy en su nadir se petrifica Segrega ser y en él desaparece

83 84 85 86 87 88 89

El disco sin orillas da al barquero Dice muro en lo que dice Sólo esta herida sin arado Escritura cuyo sentido la erosiona Cifra tu decir en la fisura La sed nos fisura desde adentro Naufragio interior sin litoral Fragua el eco de los muertos

93 94 95 96 97 98 99

Oquedad tensada acaso por la muerte [Odisea, XXI] El ser que el ser nos erosiona En la falla vertical de la escollera Y no hay fuga vertical que lo libre de sí mismo ¿La otra orilla será siempre lejanía? Cae por la fisura del saberse Río que se abisma al devenir Se despeña sin fin desde su llaga

103 104 105 106 107 108 109


Quién penetra en esa luz inhabitable Da al silencio el qué del caracol Náufrago de sí Acaso de mis huesos un faisán despierte Donde el ser segrega lejanía Se curva caracola en mi sequía Devela un éxodo más frío La orilla donde el tiempo se disgrega

113 114 115 116 117 118 119



El naufragio vertical, de Felipe Vázquez, se imprimió y encuadernó en 2017, en los talleres de Editotial CIGOME, S. A. de C. V., Vialidad Alfredo del Mazo No. 1524, Col. ex Hacienda La Magdalena, C. P. 50010, Toluca, México. El papel de los interiores es cultural de 90 g y del forro, cartulina sulfatada de 14 pts. El tiro consta de mil ejemplares. Cuidado de la edición: Édgar Valencia Hornilla. Diseño gráfico: Luis García Flores. Editora responsable: Rocío Osornio García


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