Memoria de las hojas 2da version

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MEMORIA DE LAS HOJAS



Ismael Betancourt

MEMORIA DE LAS HOJAS

SecretarĂ­a de Cultura 2 0 1 6


Eruviel Ávila Villegas Gobernador Constitucional Eduardo Gasca Pliego Secretario de Cultura Felipe González Solano Director General de Patrimonio y Servicios Culturales Alejando Balcázar González Director de Patrimonio Cultural

Ismael Betancourt / Memoria de las hojas (Convocatoria 2016) Colección Piedra de fundación Primera edición: 2016 DR Secretaría de Cultura Cd. Deportiva “Lic. Juan Fernández Albarrán”, Deportiva s.n., Col. Irma P. Galindo de Reza Zinacantepec, Estado de México, C.P. 51350 gemimcdg@edomex.gob.mx

ISBN 968-484-294-5 (colección) ISBN Registro de Derechos de Autor 03-2013-062811294800-01 Autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal No. CE: 228/01/09/16

Impreso en México Printed in Mexico

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra –incluyendo las características técnicas, diseño de interiores y portada– por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático y la grabación, sin la previa autorización de la Secretaría de Cultura. El contenido es responsabilidad del autor.


MEMORIA DE LAS HOJAS



A Brianda Afluente de luz indรณmita



MEMORIA DE LAS HOJAS

Y algo de paz allí encontraré, pues la paz es una gota lenta que cae del velo matinal hacia donde canta el grillo W.B. Yeats

Del verde aliento que estremece,

del zarpazo que disgrega, del resquicio que forja la memoria, erguido vengo. Ábrese la entrada calcinante

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Como frutas amargamente repetidas surgen las maĂąanas, el horizonte que se alarga y mis pasos sin sonido se reiteran, y la marcha me acerca pudibunda al vendaval caliente que en el alba se encabrita. Yo encontrĂŠ la luna rasgada por un grillo, yo encontrĂŠ en la yerba la soledad que brota. Digo que ese rostro que se eleva me amordaza. Digo que la marejada de pĂĄjaros no existe, ni los rescoldos sobre los estuarios. Deambulo, me detengo y me petrifico en salados estertores.

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Es el canto, los aromas, y el fecundo río que no encuentro en esta paupérrima ciudad. Mira cuánta violencia escapa por las fisuras de las piedras, cuánta sangre emerge como aletargadas luciérnagas. Mis dedos, abejas malheridas, buscan incansables la memoria de la hojas. Como lluvia recurrente oigo caer la indiferencia en esta ciudad, oigo cómo los edificios supuran oscurecidos sueños.

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Y el cansancio. Y la tristeza de este suburbio circuncidado de concreto, del agua que se envilece ante el sediento iris. Mira esos muertos a la intemperie, sin tumba de memoria para sus lágrimas. Convento de soledades, el dolor. Por eso cuando callo o me desgrano en llantos y un perro conjura en las esquinas, y el rencor se filtra entre las baldosas del convento como astro que crascita me estrello en la frente del mundo. ¿Quién dice que la vida es una rosa? Viene la noche. Y la amargura es una víbora que me envuelve.

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Llega el día, y la luz es un jaguar inconsolable que por vez primera en un puente se revela. Camino en medio de la calle, y en la penumbra las ventanas exhalan su mal presagio. ¿Qué hace el bardo ante la muerte presentida? ¿Qué hace la vacuidad ante su reflejo? He aquí la piedra que envenena. He aquí el tronco que se inmola. He aquí el estuario disminuido por lajas que se encienden y comprimen el espacio: fauno acongojado sin estero.

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Pero todo cambia si me amas. Quiero decirte, Amor, que a esta ciudad, se le caen las alas negras del presagio si en ti respiro, y por la ventisca de la mañana, emerges en naranjos, buganvilias, y pequeñas palomas que por vez primera zurean su regocijo. Ah, pero la soledad y la borrasca, alimañas infectas que buscan el resquicio de mis días. Ah, pero tus ojos y tus manos: toda tú eres agua consagrada, afluente de mis venas.

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Roble de la Noche, soy tu sombra de naranjo, faisán ardiente entre tus manos soy. Como vehemente pedernal, Amada, soberbio aguardo [tu regreso. Hoja Indómita, Hada de la Fronda, Colina Celta, me fatiga mi instinto de hombre citadino que me envilece, me calcina como duende en medio de este abismo árido. Pero la luz se desparrama si tú sonríes, y en la frente del delirio un manzano conmovido crece. Alerta corro, como niño tierno que escucha la campana, como hoja trepidante de nostalgia hacia tu marisma.

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No creo en la mañana repicando su cansancio en la zozobra del caminante, ni en la fiereza de la muerte agazapada en las esquinas. No, no creo, Amor. Y derribo los reproches, y castigo a los cristales, y no creo, Amor, en nada que no sea en tus manos ahora que me miras. Digo que soy un árbol que se erige, oruga en el tremolar del espacio que enardece –árbol de lamentos–, jaguar que se renueva por la furia de tus besos. ¿Quién dice que la vida no es un aroma en la memoria?

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Lo sé ahora que mis ojos cierro, ahora que pupila adentro apareces delicada y fugitiva. Ah, cuánta miel recibes cuando en mis párpados [te resguardo. Te hablo, Niña, al trasmutar parvadas de ángeles caídos, y que de amor florezcan todas las piedras. Te hablo de oleajes rotundos, de cantos de la alondra, y que gestemos cañadas, estuarios, y robles que derriben este asfalto. Te hablo de hacernos cual cascada todo el amor de las frondas, de este musgo sempiterno, y que de nuestro rugido, el tabernáculo del Nombre se consagre.

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Me reconozco ahora. Desato con mis labios este verso con sabor a trementina. Descubro en tus manos la memoria de las hojas. Si como ninfa que se entrega te presentas, concluye el sacrificio de la tierra. En el santuario donde la bruma tierna te recibe, soy el que emerge cuando tu mirada me pervierte. Soy el que ulula cuando el aire renueva tu recuerdo. El que abatiรณ a la muerte por volcarme en tu sonrisa soy.

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