Bogotá y sus Caminos de Agua. Agenda IDPC-2024

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Lavaderos comunitarios del barrio La Antigua Fábrica de Loza. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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Fragmento del sistema mihique - suna gue - o zanjas y camellones, hecho en Las Mercedes, predio público en Suba. Recreación hecha por el colectivo Zanjas y camellones: Diego Bermúdez, Juliana Steiner y Maria Buenaventura. Fotografía: Diego Piñeros, 2020


BOGOTÁ Y SUSLópez CAMINOS DEL AGUA Alcaldesa Mayor de Bogotá | Claudia Hernández

Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte | Catalina Valencia Tobón Director Instituto Distrital de Patrimonio Cultural | Patrick Morales Thomas Subdirectora de Divulgación y Apropiación del Patrimonio | Camila Medina Arbeláez  Textos | Camilo Escallón Herkrath María Catalina García Barón Martín Bermúdez Urdaneta Alfredo Barón Leal Coordinación Editorial y Edición | Ximena Bernal Castillo Diseño Gráfico | Yessica Acosta Molina Corrección de Estilo | Bibiana Castro Ramírez Gestión de Imágenes | Alfredo Barón Leal Fotografías | Camilo Escallón Herkrath Proceso de investigación-creación de la artista María Buenaventura “En busca del pez capitán” Camilo Rodríguez-IDPC Juan Pablo Guevara Otto Quintero Arias-IDPC Raissa Rosas-IDPC Archivo General de la Nación Colección Museo de Bogotá Impresión | Multi-impresos Isbn | Impreso 978-628-95266-8-4 Digital 978-628-95266-9-1 Instituto Distrital de Patrimonio Cultural Sello Editorial IDPC Impreso en Colombia 2023

Humedal Tingua Azul. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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Pez capitán, pesca tradicional. Proceso de investigación-creación de la artista María Buenaventura “En busca del pez Capitán” Fotografía: Juliana Steiner, 2022


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Estación de bombeo de El Salitre. Barrio Julio Flórez, avenida 80 con calle 68. Fondo Saúl Orduz. Ca. 1968. Colección Museo de Bogotá


introducción

Presentación

Los caminos de agua en Bogotá pueden ser múltiples. Quizás los más evidentes sean los que marcan las fuentes hídricas conformadas por los ríos que se descuelgan desde los cerros Orientales para articularse con embalses, lagunas y humedales en todas las localidades de la capital. También la lluvia, la bruma y la niebla que, a su manera, generan senderos dispersos y volátiles. Sin embargo, las rutas del agua son además aquellas que se han entretejido con las comunidades y sus diversas formas de poblar la geografía bogotana. Abarcan desde concepciones ancestrales sobre la fertilidad y los equilibrios vitales hasta nociones que involucran procesos organizativos en torno al cuidado y el mantenimiento de ríos y acueductos comunitarios. Los caminos de agua en Bogotá constituyen una de las tantas formas de ordenamiento de nuestros territorios urbanos y rurales. Sobre esto, es importante recordar que la ciudad actual es heredera del ocultamiento de la mayoría de los ríos que, al ser canalizados a inicios de siglo XX, fueron reemplazados por las calles que definieron el trazado actual de la urbe. En efecto, desde hace varias décadas, hemos naturalizado en la capital el hecho de no poder convivir de forma sostenible y equilibrada con el agua como parte de nuestro espacio público, lo que se hace evidente, entre otras cosas, en los pocos monumentos y esculturas que logran mantener las fuentes limpias y con el líquido corriendo como parte de los conjuntos escultóricos que así fueron concebidos.

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No obstante, distintas organizaciones, colectivos, personas naturales, y entidades públicas y privadas trabajan actualmente en modelos de ordenamiento locales que propenden por la protección ecológica del territorio. Y esto implica tanto cuidar los páramos, los nacederos y los ojos de agua como conservar los lavaderos comunitarios, emprender acciones de restauración de las quebradas, defender los humedales y persistir en la comprensión del río Bogotá como receptor y cuenca con una necesidad imperante de ser descontaminado. Otros caminos del agua son los que nos ofrecen los estudios adelantados desde la arqueología y las artes. Estos nos permiten reconocer nuevas formas posibles de ordenamiento y relacionamiento con el territorio que ocupamos, a través del estudio y la réplica de los vestigios legados por las culturas originarias que habitaron la zona que actualmente ocupa Bogotá, tales como los sistemas de cultivo de plataformas elevadas y canales, a las que hoy denominamos camellones. Esta agenda 2024 de Instituto Distrital de Patrimonio Cultural ilustra los caminos de agua: los hídricos, los relacionales, los simbólicos y los que abogan por una transformación sostenida en el tiempo, mediante el entramado propio de los patrimonios que dialogan de forma integrada con las formas diversas de la naturaleza y las prácticas comunitarias. Patrick Morales Thomas Director general Instituto Distrital de Patrimonio Cultural


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Páramo de Sumapaz. Fotografía: Camilo Escallón Herkrath, 2022


BOGOTÁ Y SUS CAMINOS DEL AGUA

Introducción

Bogotá reposa sobre suelos lacustres, experimenta dos temporadas de lluvias al año y de sus montañas brotan magníficas quebradas. Estos hechos determinan nuestra vida urbana y rural y moldean en buena medida la cercana y cotidiana relación que tenemos con el agua que deja caminos en nuestro territorio en forma de lluvias, brumas, nubes, humedales y ríos. La hidrografía de Bogotá no puede describirse sin nombrar los cerros Orientales. Estos dan origen en la zona urbana a las cuencas de los ríos Torca, Salitre, Fucha y Tunjuelo que encharcan la sabana hacia el río Bogotá, mientras en la ruralidad están los ríos Teusacá, Blanco y Sumapaz, que discurren entre valles de alta montaña. El agua y los cerros son tan importantes para Bogotá que, desde la época de la Conquista española, los mapas comenzaron a ser elaborados teniéndolos como referencia, en vez de usar el norte geográfico. Esta práctica se ha mantenido y es la que seguimos empleando en la actualidad. Al tener una topografía compleja que abarca distintos niveles de altitud y estar atravesado por tan diversos cursos de agua, el territorio de la capital puede dividirse en zonas hídricas: la montaña, que son las zonas empinadas que llegan hasta los páramos; el piedemonte, que es la zona plana pero bien drenada donde se desarrolló la Bogotá antigua; y, finalmente, la zona inundable en dirección al río Bogotá, la cual ocupa una extensa área que gradualmente se ha ido drenando para la Fuente con agua. Parque de la independencia. Ca. 1940. Fondo Daniel Rodríguez. Colección Museo de Bogotá


introducción

ocupación urbana. A su vez, como parte de cada una de estas zonas, pueden reconocerse otras como los páramos, las vegas del río Bogotá, los cerros, los humedales y la sabana, que permiten dar cuenta de las relaciones y amenazas que se entablan entre los habitantes de la ciudad y el agua como recurso. Respecto a esto último, partimos del supuesto de que el agua no puede ser entendida solo como un recurso vital para la supervivencia, sino también como aquella que posibilita el desarrollo cultural, histórico y de vínculos con el territorio y sus habitantes. Por ejemplo, con la llegada de los españoles en el siglo XVI, la relación que se tenía con el agua en el actual territorio que ocupa Bogotá cambió drásticamente. Los conquistadores introdujeron nuevos sistemas de irrigación y agricultura, que transformaron la forma en que los pueblos indígenas usaban sus particulares sistemas hidráulicos que les permitieron prosperar a lo largo de su trayectoria. Aún hoy, las comunidades muiscas tienen una estrecha relación con el agua, pues la consideran sagrada y esencial para su pervivencia cultural. Para ellos, esta es un elemento vivo que debe ser respetado y cuidado, lo que se refleja en sus prácticas religiosas y cotidianas, al realizar rituales en los ríos y lagunas para pedir por la lluvia y la fertilidad de la tierra. En la actualidad, la relevancia simbólica del agua se mantiene viva en las múltiples formas en que los habitantes interactúan con ella. Por ejemplo, en el disfrute de los paseos en bote en los diferentes lagos urbanos o en eventos acuáticos del Festival de Verano de Bogotá, que incluye competencias de natación y espectáculos de fuentes que celebran la importancia cultural del agua en la ciudad. Por otro lado, existen numerosas organizaciones comunitarias y vecinales dedicadas a caminar los cerros, cuidar las quebradas, conservar y visibilizar los ríos y ecosistemas de humedales que otrora estuvieron a punto de desaparecer. También se encuentran los campesinos y campesinas que cuidan los páramos, las mujeres que aún mantienen

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su oficio como lavanderas en lavaderos públicos y, en general, colectivos dispuestos a recuperar espacios de contemplación y recreación natural en donde el agua es parte constitutiva del paisaje y de la vida cotidiana. Todas estas manifestaciones de reverencia y cuidado del agua se mantienen a pesar de que en muchos casos le hayamos dado la espalda, no solo sepultando los ríos, sino también contaminándolos junto con los humedales y los monumentos en espacio público que fueron concebidos con el beneficio adicional de tener este preciado líquido cerca, y con fuentes limpias y en pleno funcionamiento. En las últimas décadas, Bogotá y su región han experimentado un crecimiento significativo que ha implicado un incremento en la demanda de agua. Más allá de que en la actualidad la producción y distribución de este recurso natural, junto con la gestión de aguas residuales y la protección de los ecosistemas acuáticos, sean lideradas por varias entidades y organizaciones, entre las que se destacan la Secretaría Distrital de Ambiente, la Empresa de Acueducto de Bogotá y los múltiples acueductos comunitarios, los retos que esto supone a nivel colectivo son determinantes. Es por esto que en una ciudad dinámica y en crecimiento como Bogotá, el ordenamiento territorial en torno al agua (entendido como la planificación y gestión del uso del suelo y de los recursos naturales) se vuelve esencial para garantizar su uso sostenible y su disfrute a futuro. Si bien en términos cartográficos, como se mencionó anteriormente, el agua ha demarcado la forma en que concebimos la ciudad, queremos hacer notar en las páginas de esta agenda que también ejerce un ordenamiento del territorio a través de las experiencias y las prácticas culturales de quienes habitan distintas zonas de la ciudad y conciben esa relación con este recurso natural como algo constitutivo en su cotidianidad. Por eso, además de dar cuenta del carácter biológico, geográfico e histórico de las tres zonas hídricas que estruc-


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Ríos y quebradas de Bogotá, 1797-1920, señalados en el plano:

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1. Quebrada de la Cabrera, 1797/1920 Río Negro, 1930 2. Quebrada Rosales, 1920 3. Quebrada de la Vieja, 1920 4. Quebrada del Chapinero, 1797 Quebrada las Delicias, 1920 5. Río del Arzobispo, 1797/1920 6. Río de San Francisco, 1920 7. Río de Fucha, 1820 Río San Cristóbal o Fucha, 1920 8. Río Tunjuelo, 1920 9. Quebrada de la Chiguana, 1797 10. Quebrada Santa Catalina, 1820 Quebrada del Teñidero, 1920 11. Agua de los Molinos, 1820 Quebrada de los Molinos, 1920 12. Quebrada de la Mosca, 1820 Quebrada de la Galera, 1920 13. Quebrada San Juanito, 1920 14. Río San Agustín, 1920 15. Chorro de San Diego, 1810

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Plano de ríos y quebradas de Bogotá, 17911920. Elaborado sobre el plano croquis de la ciudad en Santafé de Bogotá y sus inmediaciones de 1791. Copia de Indalecio Liévano, 1853, Archivo General de la Nación


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Bosque de Los Guayupes

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Río Arzobispo Río Fucha Río Tunjuelo

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Río Bogotá

Reserva Hidrica El Soche San Rafael

Sector Salto del Tequendama y Cerro Manjui

1. Humedal Torca y Guaymaral 2. Humedal La Conejera 3. Humedal Juan Amarillo 4. Humedal Jaboque 5. Humedal Córdoba 6. Humedal Hyntiba 7. Humedal de Techo 8. Humedal del Burro 9. Humedal de La Vaca 10.Humedal Tingua Azul

Cuchilla de Penas Blancas y del Subia

11. Humedal El Tunjo 12. Humedal Tibanica 13. Embalse de San Rafael 14. Embalse La Regadera 15. Embalse Chisacá 16. Laguna Chisacá 17. Embalse del Muña 18. Lago Parque Simón Bolívar 19. Lago Parque de los Novios

Río Sumapaz

Localidades Suelo urbano Suelo rural Ríos, quebradas y canales

Paramo de las Oseras

Cerro Quinini

Cuerpos de agua

Red hídrica de Bogotá *Mapa elaborado por Ricardo Arias y Nubia Rincón, 2023. Instituto Distrital de Patrimonio Cultural.

Bosque de Galilea


Introducción

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turan esta agenda —montaña, piedemonte y zona inundable—, nos parece fundamental hacer énfasis en las acciones de cuidado, reivindicación y resistencia que se han dado en estos lugares respecto a la utilización sostenible y consciente del agua como un derecho y un deber colectivo. Reconocer estas prácticas culturales en tanto una interacción dada entre el patrimonio natural y cultural resulta fundamental en la planificación de la ciudad debido a su impacto económico, social y ambiental. Comprender los caminos del agua como posibilidad de reconocimiento de prácticas de cuidado y como eje de ordenamiento territorial permite cuidar el abastecimiento del recurso hídrico, proteger los ecosistemas acuáticos y prevenir desastres naturales. Esto se traduce en contribuir en el presente y a futuro a que Bogotá sea una ciudad más amable, sostenible y equitativa  Camilo Escallón Herkrath

Canalización del Río San Francisco. Ca. 1920. Fondo Luis Alberto Acuña. Colección Museo de Bogotá.


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Navegando en el parque metropolitano Simón Bolívar. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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Montaña

Laguna en Sumapaz. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


Montaña

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Los páramos: esponjas y nacederos al cuidado de la gente del agua1 Frailejones, turberas2 y pajonales3 asoman entre inmensos paisajes de las altas cumbres tropicales cubiertas de niebla. Son parte de los majestuosos páramos, ecosistemas únicos que Colombia comparte a nivel planetario tan solo con Venezuela, Ecuador, Perú y Costa Rica. El ecosistema de páramo se extiende a lo largo de las tres cordilleras colombianas, aunque su presencia es mayor en la Oriental. En el caso de Bogotá, sobre los cerros Orientales se conforma el corredor de páramos más grande del mundo: SumapazChingaza-Cruz Verde-Guerrero. La relación de la ciudad con este complejo paramuno es constitutiva: gracias a ella Bogotá se configura como una región hídrica y se posiciona en la relación urbano-regional como una biodiverciudad que requiere de un entramado interdependiente e integrado entre las prácticas culturales y la ecología para su sostenibilidad.

1 Por María Catalina García Barón 2 “Las turberas son humedales de alta montaña, así como los pantanos y lagunas, pueden estar por encima de los 3.000 msnm y se caracterizan por tener flora y fauna adaptada a muy bajas temperaturas y una alta evapotranspiración. Son ecosistemas muy sensibles al cambio climático y están expuestas a actividades humanas principalmente a actividades agrícolas, ganaderas y mineras”. En Colombia anfibia. Un país de humedales, vol. 1, eds. Úrsula Jaramillo Villa, Jimena Cortés-Duque y Carlos Flórez Ayala (Bogotá: Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, 2015), 63. 3 “Los pajonales son sistemas que incluyen varias asociaciones de herbazales graminoides, en general dominados por especies robustas de gramíneas de crecimiento amacollado y a menudo hojas duras o pungentes”. En “Pajonales altoandinos de la puna húmeda”, International Terrestrial Ecological System. NatureSErve Explorer, 2003, https://explorer. natureserve.org/Taxon/ELEMENT_GLOBAL.2.722570/Pajonales_Altoandinos_de_la_Puna_H%C3%BAmeda

Aguas a borbollones bajan de la superficie de las cordilleras hacia la sabana para llegar al valle del río Bogotá y a sus humedales. De allí regresa la humedad a los altos páramos en un permanente y frágil ciclo de intercambio del agua en sus distintos estados que cada ecosistema garantiza gracias a las distintas formas de vegetación, que, como esponjas, retienen este elemento vital, alimentadas además por los vientos que vienen de los llanos y las selvas orientales. El valor intangible del agua ha sido bien sabido por los muiscas y campesinos que han habitado las zonas rurales en las que se encuentran los páramos de Bogotá a lo largo de siglos. En este territorio anfibio, los pueblos le han dado un lugar central al agua en las distintas manifestaciones culturales y rituales, y la han hecho un elemento sagrado, incluso venerado, a través de distintos ritos y expresiones que dan cuenta de un vínculo social intrínseco con estos ecosistemas de páramos y humedales altoandinos. Antes, las personas iban corriendo la tierra4 de laguna en laguna, orando y agradeciendo el privilegio de estas geografías plenas de agua; ahora, los fontaneros de los acueductos veredales comunitarios también “corren” la tierra, cuidando los nacederos, siguiendo la huella de cada hilo de agua tan limpia que puede tomarse entre las manos. Los páramos de Bogotá tienen una gran importancia para la conservación de la biodiversidad, ya que en ellos habita una gran cantidad de especies endémicas y en peligro de extinción, como el oso de anteojos, el cóndor andino, la danta, el tigrillo lanudo, entre otros. A su vez, los páramos son hábitat y refugio de más de noventa especies distintas de frailejón, planta con4 Las comunidades muiscas de la sabana de Bogotá desarrollaban el rito al que los cronistas referenciaron como correr la tierra, en el que realizaban lo que en la actualidad llamamos “procesión”, y consistía en caminar de laguna en laguna por los diversos lugares sagrados que estructuraban el territorio muisca en los distintos páramos circundantes. En cada laguna rendían honores sagrados a sus dioses y ancestros, y entregaban ofrendas para el cuidado del agua y sus seres protectores.


Montaña

Los páramos son una fuente determinante de agua para la región, ya que son estos los que alimentan los acuíferos subterráneos que suministran el agua potable a la ciudad. Son verdaderas joyas naturales que representan una parte esencial del patrimonio ecológico y cultural de Bogotá, la región central, Colombia y el mundo. A pesar de su relevancia, belleza y diversidad biocultural, estos ecosistemas se encuentran amenazados por diferentes factores, como la expansión de la ganadería y la agricultura, la construcción de infraestructura, la explotación minera y la contaminación ambiental.

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siderada sagrada, guardiana del territorio y a cuyas velludas hojas se les atribuyen propiedades curativas. Los páramos desempeñan un papel crucial en la regulación del ciclo hídrico en Colombia, ya que en estos ecosistemas se originan las principales estrellas fluviales del país que abastecen de agua a más del 70 % de su población. Sin embargo, no podemos olvidar que los pueblos que habitan en estas regiones son los verdaderos protagonistas de su gobernanza y preservación. La gente de los páramos comprende los caminos del agua. Al ser parte de su paisaje vital, los seres paramunos se asumen por lo general como sujetos de conservación, protectores naturales de las altas montañas y sujetos culturales con prácticas cotidianas de cuidado de la vida. Son los pueblos del agua quienes poseen conocimientos ancestrales y saberes necesarios para asegurar la sustentabilidad socioecológica de estos territorios de alta montaña. Al reconocer y valorar el papel fundamental que tienen indígenas, campesinos y pobladores urbanos en la protección y conservación de los páramos, podemos asegurar la continuidad de estos ecosistemas únicos y la diversidad de vida que en ellos habita. Solo con la implicación activa y comprometida de las comunidades locales en su gobernanza se garantiza la sustentabilidad socioecológica de los páramos como fuente vital de agua para el país 


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Agua en el páramo de Sumapaz. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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Cuidadores del páramo. Sumapaz. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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DOMINGO Gladys Rico Rivera, cuidadora del páramo del Verjón. Fotografía: Carlos Lema-IDPC, 2017


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Cerros: hogar de la gente de la montaña que se abastece y protege los ojos de agua5 Bogotá, como otras ciudades latinoamericanas, ha generado modelos de ocupación del territorio caracterizados por la tensión entre la planeación urbana y los procesos sociales de poblamiento en lugares de alto valor ambiental. Los cerros Orientales han sido territorios habitados a través de la autogestión del hábitat popular en sus laderas urbanas, periurbanas y rurales, y también a través de mercados formales de suelo, vivienda y producción de ciudad. La consolidación de asentamientos humanos, barrios de origen informal y formal, así como la vida rural, campesina y neocampesina, son parte constitutiva de la montaña y sus dinámicas sociecológicas. Los pobladores originarios son expertos conocedores de bosques, caminos, senderos, nacimientos y ojos de agua; saben distinguir los atributos de los seres de la montaña y sus nichos, y los habitan y los protegen. Los cerros son tanto un sistema montañoso como un corredor biodiverso, y han sido y siguen siendo aún lugar de asentamientos humanos y de dinámicas de poblamiento. Además de ser el hogar de muchas personas, allí tienen cabida las microcuencas que conforman corrientes superficiales y pequeñas quebradas que luego convergen en los ríos Teusacá, Salitre, Fucha y Tunjuelo. Todas estas fuentes hídricas se dirigen al río Bogotá para posteriormente verter sus aguas al Magdalena. En los tiempos de la Colonia, los cerros fueron la fuente principal de materias primas para la urbe. Su naturaleza exube5 Por María Catalina García Barón

rante atrajo todo tipo de actividades extractivas que conllevaron que las montañas fueran devastadas, su vegetación desterrada, y sus bosques de nogal, roble, cedro y encenillo tumbados para extraer la madera, la leña y el carbón empleados para construir, cocinar y calentar las casas de la ciudad. La minería de sus suelos de arenisca y arcilla abrió paso a los chircales y a la explotación de canteras desde Usaquén hasta Usme, cuyas huellas aún se marcan como heridas sin cicatrizar. Picos montañosos como El Aguanoso, La Peña, Monserrate, Guadalupe, el alto de las Águilas, la Cuchilla del Gavilán han sido sitios sagrados, de peregrinaje. También los cerros son corredores vivos, lugares de paso, donde aún se tejen caminos indígenas y campesinos que hoy persisten y se usan, y que conectan a la gran ciudad con la región de los llanos y la Orinoquía. Los caminos del agua y sus laderas fueron lugar de asentamiento para los desposeídos desde la Colonia, cuando resultaba más atractivo establecerse en las zonas bajas y planas de la sabana. Los barrios populares sobre las laderas se fueron haciendo a través de procesos de autogestión, y junto a estos las escuelas, los salones comunales, las vías y los acueductos comunitarios, formas en que la gente conquistó de hecho su derecho a la ciudad. En las partes de los cerros de Bogotá que presentan asentamientos, los acueductos comunitarios, además de ser sistemas de abastecimiento de agua, se constituyen en formas de organización y asociatividad en las que el agua no es apropiada como una mercancía ni cuya distribución responde a fines de rentabilidad. Se trata de un sistema colectivo y solidario que funciona a través de la gestión comunitaria y directa del agua en su microcuenca. Los sistemas de conocimiento y cuidado en el manejo de los nacederos, la restauración de los ojos de agua y las condiciones de salud de los ecosistemas son asuntos que aseguran la protección y el bienestar de la montaña y su gente. Se trata de bienes de uso común, lugares en los que


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la vida se cuida y se sostiene. En los cerros, hay alrededor de una decena de acueductos comunitarios tanto urbanos como rurales que garantizan el acceso al agua potable de muchas comunidades barriales y veredales; se trata del consumo doméstico de miles de personas asentadas en este territorio de borde urbano rural, algunas en la zona de Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá y otras en su franja de transición. Experiencias de acueductos como Acuabosque, Acualcos y Aguas Claras son emblemáticas para entender la relación entre la ciudad y los ecosistemas 

Gerardo Riveros, representante del acueducto comunitario de San Juan de Sumapaz Fotografía: Camilo Escallón Herkrath, 2021


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Caminando hacia el acueducto de San Juan de Sumapaz. Fotografía Camilo Escallón Herkrath, 2021

Acuabosques, barrio Bosques de Bellavista. Cerros orientales. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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Ninguna decisión sin nosotros sobre nosotros. Mesa Cerros Orientales. Fotografía: Carlos Lema-IDPC, 2017

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Quebrada las Delicias en los cerros orientales de Bogotá. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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DOMINGO Acueducto de Nazareth. Esperanza Rubiano, Representante del Acueducto y Marcos Quintero, el fontanero del acueducto. Fotografía: Camilo Escallón, 2021


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Habitantes y cuidadores de los cerros oriéntales de Bogotá. Fotografía: Carlos Lema-IDPC, 2017


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Paseo de olla al lado de un río. Ca. 1940. Fondo Daniel Rodríguez. Colección Museo de Bogotá


Piedemonte

Agua urbana: los oficios asociados y las acciones colectivas de restauración de ríos6 Hay infinidad de ejemplos a lo largo de la historia sobre el uso que se le ha dado al agua que fluye de los múltiples ríos y quebradas que atraviesan a Bogotá. Sin embargo, uno en particular resalta por el estrecho contacto con las manos de quien la aprovecha y de la que deriva su sustento. Se trata del servicio prestado para el lavado de la ropa. Hacia principios de siglo XX, las prendas sucias de los distintos hogares bogotanos eran recogidas varias veces a la semana por mujeres de la clase obrera que ejercían este oficio para llevarla a los ríos que delimitaban la zona urbana en ese entonces: el San Francisco y el San Agustín. Allí las lavanderas se congregaban y buscaban los mejores lugares con aguas cristalinas y piedras planas para, de rodillas, restregar las prendas con jabón. A pesar de que el frío del agua maltrataba sus manos, el oficio del lavado de ropa propiciaba espacios de encuentro en los que ellas podían compartir sus penas y alegrías. A medida que la población de Bogotá creció, el lavado en el río fue reemplazado por los lavaderos dentro de las casas y, más tarde, por las lavadoras automáticas. Sin embargo, en algunos barrios en los que no se contaba con este tipo de comodidades o ni siquiera se tenía garantizado el acceso a la prestación del servicio de acueducto, surgieron los lavaderos comunitarios. Estos fueron equipamientos urbanos de acceso público que mejoraron las condiciones de trabajo de las lavanderas y que mantuvieron el espíritu aglutinador de comunidad y 6 Por Camilo Escallón Herkrath

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la relación femenina con el agua. Uno de estos íconos en Bogotá son los lavaderos comunitarios del barrio Antigua Fábrica de Loza en el Centro Histórico, también conocidos como Lavaderos de Gaitán, que desde 1936 no han dejado de funcionar. Este espacio y las prácticas que convoca se constituyen en uno de los lugares donde el patrimonio natural hídrico hace parte de la identidad de los habitantes del sector. Pero el agua urbana es más que un recurso; también es un elemento creador de espacios para la contemplación y la recreación. A una escala más amplia se encuentra, por ejemplo, el río Fucha que durante mucho tiempo fue un destino predilecto para el paseo de olla que congregaba a varias generaciones alrededor del disfrute de la comida y la naturaleza. Este río de 17 km nace en los cerros Orientales y es una fuente de agua cristalina que sirve como conector ecosistémico uniendo las montañas con las planicies de la sabana. Sin embargo, desde hace décadas el Fucha ha sido víctima del desarrollo urbano descontrolado y la contaminación, lo que ha afectado negativamente su calidad y biodiversidad. Afortunadamente, varios colectivos ciudadanos, entre ellos la Corporación Planeta Casa Nativa, trabajan arduamente para restaurar el río Fucha y proteger su memoria cultural y el valioso patrimonio natural que representa. Se han realizado proyectos de limpieza y restauración de las riberas del río, y se ha trabajado en colaboración con las comunidades locales para promover la conservación y la educación ambiental. El objetivo final es asegurar que el río Fucha siga siendo un importante corredor de vida y su conversión en un eje estructurador del entorno como destino cultural, recreativo y natural 


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Lavanderas. Ca. 1935. Fondo Luis Alberto Acuña. Colección Museo de Bogotá


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Lavadero comunitario del barrio Antigua Fábrica de Loza. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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DOMINGO Río Fucha. Actualmente se adelantan distintas acciones para su recuperación. Fotografía: Otto Quintero Arias-IDPC, 2015


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DOMINGO Lavando la ropa. Lavadero comunitario del barrio Antigua fábrica de Loza. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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Sabana: los lagos artificiales para ir a navegar en Bogotá7 La construcción de dos lagos artificiales a principios y finales del siglo XX en Bogotá respondió a la ausencia de grandes cuerpos de agua que, aparte de quebradas, ríos y humedales, permitieran su disfrute por parte de los bogotanos de forma recreativa. Bogotá no tiene mar, pero tuvo y tiene algunos lagos artificiales que han tratado en lo posible de mitigar esta ausencia que su geografía le ha impuesto. Uno de los primeros lagos artificiales que tuvo la ciudad se encontraba en lo que hoy se conoce como barrio El Lago y que para las primeras décadas de siglo XX fue denominado con el nombre de Lago Gaitán. Fue construido a partir de 1912 por José Vicente Gaitán y su principal atracción fue un lago de forma ovalada que contaba con barcas de remo. Posteriormente, le fueron agregadas otras atracciones recreativas como salones de baile y juegos mecánicos. Funcionó hasta mediados del siglo XX, cuando sus terrenos empezaron a ser urbanizados. La alusión al agua quedó únicamente en el nombre otorgado al barrio, en varios gratos recuerdos y algunas fotografías de los capitalinos que alcanzaron a conocer el desaparecido lugar, así como en el desnivel que hoy presentan algunos de los edificios construidos sobre estos terrenos húmedos. Vale la pena mencionar otros lagos artificiales con fines recreativos para barcas de remo y/o de motor en la ciudad que funcionaron al final de los años veinte del siglo XX: el del Luna Park; el del Asilo de San Antonio, ubicado entre Tres Esquinas y el Luna Park; el que quedaba en la parte alta de San

7 Por Alfredo Barón Leal

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Cristóbal, y que utilizaba las aguas del río Fucha; y el del Bosque Calderón Tejada en Chapinero8. Por su parte, en la actualidad destacan el lago artificial del parque de los Novios y su vecino, el lago del parque Simón Bolívar; este último es uno de los equipamientos urbanos más importantes de Bogotá porque con su creación se dotó a la ciudad de un gran espacio a escala metropolitana para su recreación. El parque se construyó en terrenos pertenecientes a la antigua hacienda El Salitre, donde se había construido el Campo Eucarístico en agosto de 1968 con ocasión de la visita que realizó a Bogotá el papa Pablo VI y la celebración del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional. Una década después de estos dos eventos, se expidió la Ley 31 de 1979, en la cual se estableció la construcción de un parque popular en la zona de El Salitre destinado a honrar la memoria del Libertador Simón Bolívar, con destino a la celebración del bicentenario de su natalicio a cumplirse en 1983. El proyecto estaría a cargo del Ministerio de Obras Públicas y la Universidad Nacional de Colombia, bajo la dirección del arquitecto Arturo Robledo. Para su realización se concibió un plan maestro que no se realizó en su totalidad, pero que finalmente llevó a la construcción del parque por etapas entre 1980 y 1992. El plan planteaba que se tuviera en cuenta la incorporación al proyecto del llamado Templete Eucarístico construido en 1968. Se proyectó la construcción de la plaza ceremonial de Eventos (1983-1986), que sería la obra principal del parque, y el gran lago con su fuente central (1983-1992), que le daría la fisonomía que tanto caracteriza al parque Simón Bolívar 

8 Juan Carlos Gómez Sánchez, La rueda de la fortuna en Bogotá, 19101934. Parques de diversiones y renta urbana en el Lago Gaitán y el Luna Park (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2021), 98-100.


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Lago San Cristóbal. Aportante: Pantaleón Mendoza, CA. 1960. Álbum Familiar de Bogotá, Colección Museo de Bogotá


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Barca de remos. Lago Gaitán. Aportante: Humberto Sarmiento León, S.F. Álbum Familiar de Bogotá, Colección Museo de Bogotá

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Lago Gaitán. Aportante: Gerardo Benitez, S.F. Álbum Familiar de Bogotá, Colección Museo de Bogotá

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Navegando en el Parque metropolitano Simón Bolívar. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023

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Aves que llegan a refrescarse en el lago artificial en el Parque metropolitano Simón Bolívar. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023

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Práctica de canotaje o Kayak en el lago artificial del Parque metropolitano Simón Bolívar. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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Humedal de la Conejera. Fotografía: Raissa Rosas-IDPC, 2022


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Lacustre: un lago prehistórico que nutre humedales y el terreno en el que se asienta Bogotá9 El antiguo lago prehistórico que inundaba la sabana de Bogotá dejó una serie de humedales y lagunas que hoy se manifiestan de forma visible, y que acompañan al río Bogotá en sus meandros, vueltas y revueltas mientras atraviesa la ciudad y su región circundante. En la medida en que uno se acerca al río Bogotá de oriente a occidente de la ciudad, aparecen con mayor frecuencia humedales y canales que ayudan a desaguar terrenos construidos para uso residencial o institucional. Estos lentos cursos integran un sistema de espejos de agua, algunos permanentes, otros intermitentes como pantanos y turberas, que delinean las áreas de inundación y, así mismo, la urbanización de las localidades occidentales de la ciudad: Suba, Engativá, Fontibón, Kennedy y Bosa. Hay otra forma en que el lago prehistórico hace presencia cotidiana en Bogotá. No puede contemplarse a través de imágenes satelitales o desde balcones y apartamentos de edificios, pues el lago y su sabana inundable se sienten y se viven en los suelos bogotanos, ya sea por las arcillas que antes impermeabilizaban el fondo del lago y que ahora generan tantos problemas en la construcción de edificaciones, o bien por el alto nivel freático de la tierra (es decir, el nivel de agua contenida en la tierra negra húmeda) que propicia que las lluvias generen rápidamente charcos en canchas de fútbol y potreros por la pronunciada humedad de nuestros suelos. Esto obliga 9 Por Martín Bermúdez Urdaneta

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a trazar vallados y zanjas para desaguar zonas abiertas y de cultivo, y conlleva que los peatones caminen sobre barrizales y haya que esperar pacientemente que los humedales desagüen los excesos de lluvia. Sin embargo, esto a la vez beneficia ampliamente a la microfauna que habita en estos suelos húmedos desde tiempos inmemoriales. Los humedales son ecosistemas acuíferos terrestres que se caracterizan por ser cambiantes, de naturaleza intermitente, por los que discurre el agua de manera lenta en lechos de poca profundidad. A diferencia de otros ecosistemas acuáticos (como lagos y lagunas) o de ecosistemas terrestres (como páramos y bosques), los humedales son de naturaleza anfibia. Son cambiantes según las temporadas de lluvias y veranos, y modifican su espejo de agua según el pulso hidrológico de turno, con sus crecientes, desbordadas y sequías. Por ello, también se dice que son intermitentes, a veces incluso sin espejo de agua, pero otras veces brotan como un manantial del centro de un potrero amarillento y colman la sed de la flora circundante. Son ecosistemas lentos porque, al ocupar espacios sabaneros casi sin pendiente, el agua discurre por ellos con tranquilidad y pausa. Esto invita a su vez a una flora acuática particular, y a aves locales y migratorias que prefieren hacer nidos en espacios calmados y protegidos por juncales y arbustos. Los humedales de Bogotá son refugios para aves migratorias y especies endémicas de avifauna, lo que hace que sea la capital con más diversidad de especies de aves en el mundo: 550 en toda la ciudad, de las cuales 150 habitan humedales. El espíritu ambientalista de los habitantes de estas localidades ha sido forjado en las demandas por conservar aquellos humedales que fueron quedando rodeados por la ciudad desde los años 1970, cuando las luchas ambientales eran apenas quijotadas cívicas. La defensa de humedales como Santa María del Lago, Córdoba, La Conejera y Tibabuyes hace parte de la identidad noroccidental de Bogotá. Tanto la construcción del


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aeropuerto El Dorado, que conllevó la desafortunada partición de los tesoros hídricos de los humedales Jaboque y Capellanía, así como los restos de La Vaca y El Burro debido a la expansión urbana, han dado lugar a las luchas de los ambientalistas del occidente profundo de la ciudad. Más recientemente, ya con las regulaciones ambientales del lado de las luchas ambientalistas y la política ambiental distrital, la defensa de humedales del suroccidente como Chiguasuque (La Isla), Tibanica, El Tunjo (La Mariposa) y Tingua Azul ha configurado redes de justicia ambiental, solidaridad y ciencia ciudadana que, con ejercicios propios, ha resonado en el ambientalismo y la protección de los demás humedales bogotanos

Aves en el humedal Tingua Azul. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022

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Pintura de las tierras, pantanos y anegadizos del pueblo de Bogotá hecha por mandato de la Real Audiencia desta çiudad de Sancta Fee del Nuevo Reino de Granada, 1614. Archivo General de Indias

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DOMINGO Humedal Juan Amarillo. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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Charcos en la cancha de fútbol del barrio. Celebración. Aportante: José Joaquín Valles, 1960. Álbum Familiar de Bogotá. Colección Museo de Bogotá


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DOMINGO Mauricio Castrillón Quiroga, defensor del humedal La Conejera. Fotografía: Raissa Rosas-IDPC, 2022


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Cuidadora del humedal Tingua Azul. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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De frente al río10 El río Bogotá serpentea por el lecho del antiguo lago que, como ya se ha dicho, cubría gran parte del área que hoy ocupa la ciudad de Bogotá. Denominado Humboldt, fue un lago pleistocénico que dejó de existir hace unos 30.000 años. De este gran cuerpo de agua quedó el río Bogotá como eje central y una planicie, a lo que hoy en día llamamos la sabana de Bogotá, con suelos fértiles, pero que poco a poco se ha ido urbanizando en contravía de las dinámicas hídricas que naturalmente impone el territorio. Durante mucho tiempo se creyó que las vegas del río Bogotá eran zonas inundables e inhóspitas en donde era imposible vivir. Sin embargo, evidencia reciente demuestra que había una amplia presencia de habitantes que practicaban un elaborado manejo del agua. De hecho, la cuenca del río ha sido habitada desde hace más de 12.000 años por diferentes grupos indígenas, incluyendo a los muiscas, que lo veneraban como a un dios y lo llamaban Funza. Los muiscas utilizaban el río para sus actividades comerciales y ceremoniales, y construyeron camellones a lo largo de su curso para establecer un sistema de cultivo de plataformas elevadas y canales. Estos camellones se convirtieron en un paisaje agrícola al borde del agua donde se cultivaban alimentos. Sin embargo, desde la Colonia, este sistema dejó de usarse y lentamente se ha ido borrando del territorio. Hoy en día sobreviven remanentes aislados de dichas estructuras que han despertado el interés de grupos de ciudadanos apasionados por revivir antiguas prácticas en el territorio y se han dedicado a estudiarlos, protegerlos y recrearlos con gran éxito en cercanías al humedal de La Conejera.

10 Por Camilo Escallón Herkrath

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El río Bogotá también ha sido importante para la pesca y es el hogar del pez capitán, una especie que fue una fuente significativa de alimento para los bogotanos durante siglos y del cual se derivan tradicionales recetas como el tamal de pescado de río o el sudado de capitán. Su conservación es crucial para mantener la biodiversidad del río, y rescatar la identidad y las costumbres de los bogotanos. El desarrollo urbano en la cuenca del río Bogotá ha sido un desafío a lo largo de los años, ya que ha llevado a la contaminación del agua y a la pérdida de áreas naturales. Sin embargo, en los últimos años se han empezado a implementar planes de restauración del río, con el objetivo de mejorar su calidad y recuperar su biodiversidad. Dos iniciativas destacadas son el fallo del Consejo de Estado del 2014 y el proyecto Bacatá Hidrópolis, del Consejo de Bogotá (2020), que buscan transformar la cuenca del río en un espacio sostenible y amigable con el medio ambiente. Así, con el apoyo y la colaboración de todos, es posible que el río recupere su belleza natural y se convierta en espacio de conexión con el agua para la ciudad. El río Bogotá está vivo.


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Proceso de siembra con las comunidades de la Reserva Thomas Van der Hammen y de recreación de un fragmento del sistema mihique - suna gue - o zanjas y camellones, hecho en Las Mercedes, predio público cuidado por el Jardín Botánico, en Suba. Recreación hecha por el colectivo Zanjas y camellones: Diego Bermúdez, Juliana Steiner y Maria Buenaventura. Fotografía: Diego Piñeros, 2020.


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Vestigios de camellones en el humedal de Jaboque. 2022. Fotografía de María Buenaventura.

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BOGOTÁ Y SUS CAMINOS DEL AGUA

Camellones ajedrezados en el humedal La Conejera. IGAC, vuelo C773-14, 1956


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DOMINGO Pez Capitán. Proceso de investigación-creación de la artista María Buenaventura “En busca del pez Capitán”. Fotografía: Juliana Steiner, 2022


Humedal Santa María del Lago. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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Sumapaz, páramo y agua, río Taquecito. Fotografía: Camilo Escallón Herkrath, 2021


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Río Arzobispo en la inmediaciones del Parque Nacional. 2021. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC


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Sumapaz, Laguna Chisacá - Los Tunjos, 2021. Fotografía: Camilo Escallón Herkrath, 2021


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Monumento a la Rebeca. Ca. 1960. Fondo Manuel H. Colección Museo de Bogotá


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Embalse de la regadera. Fotografía: Camilo Escallón Escallón Herkrath, 2022


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Sumapaz. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2020


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Tendiendo la ropa en el lavadero comunitario del barrio Antigua fábrica de Loza. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2022


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Humedal Santa María del lago. Fotografía: Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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Canal de la calle 114 con autopista norte. 1973. Saúl Orduz. Colección Museo de Bogotá.


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Quebrada Las Delicias. Fotografía: Juan Pablo Guevara, 2020


Ave en uno de los humedales de Bogotá. Fotografía Camilo Rodríguez-IDPC, 2023


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