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CULTURA
OCTUBRE 2011
MÚSICA
EN LAS BATALLAS #4
HIJOS DEL X-CÈNTRIC
T.R.I.P.I.S.
(LOS AÑOS ÁCIDOS: VILANOVA 2ª PARTE)
¿Podría existir un circuito de cine de vanguardia en Barcelona al margen de las instituciones? ¿Se ha consolidado el público de cine experimental en la ciudad? ¿El escenario off es cada vez más arriesgado o se ha acomodado en el statu quo? Los principales programadores de cine de vanguardia y experimental reflexionan sobre éstas y otros interrogantes justo cuando el ciclo Xcèntric del CCCB cumple su décima edición en activo.
Por Kiko Amat Previamente En las batallas: Manada de desvencijados skins adolescentes decide tomar LSD y, desoyendo toda advertencia, acudir al carnaval de Vilanova en pleno año caliente del hooliganismo. Tras un frenético inicio de velada, nuestro protagonista se encuentra ahora siendo estrangulado por el portero de un bar.
Por Paula Arantzazu Ruiz “Programar en Xcèntric es un privilegio, por el equipo que lo materializa y el cuidado que pone en la calidad de las proyecciones y en conseguir las películas que pedimos; me gusta pasar temporadas en el extranjero y ver películas pensando que las podré proyectar en Barcelona, es una relación activa con el cine que muchas veces no encuentras en la crítica u otras tareas.” Del mismo modo que Gonzalo de Lucas, Oriol Sánchez, ambos programadores en el decano ciclo de cine de vanguardia del CCCB, asegura que “programar en Xcèntric es un lujo”. Sánchez trabaja con Celeste Araújo en una tarea de comisariado audiovisual más compleja de lo habitual: “hay sesiones que son más de Celeste y otras que son más mías. La verdad es que no es fácil y el trabajo está en saber dialogar.” Tanto uno como otro, eso sí, son defensores acérrimos de “respetar sus características materiales”. La ética a la hora de programar para la pareja, asegura Araújo, se da “en ese cuidado con los formatos”. El mimo es el santo y seña de la programación de
El cine es extraordinariamente amplio y diverso, y habría que abrir lo máximo posible su abanico” Xcèntric, sin lugar a dudas la cara más visible del circuito de cine experimental en Barcelona. Para su décima edición, que comienza este octubre, contará con un trío de ases internacionales como carta de presentación: Bill Morrison, Naomi Uman y Matthias Müller. Las pantallas del ciclo han supuesto, de hecho, una suerte de cruce de caminos entre filmes en rescate y nuevos cineastas de vanguardia: de Nathaniel Dorsky a Petter Hutton, Ben Russell, Andrés Duque, Kenneth Anger, Guy Maddin, Jack Chambers o Gustav Deutsch. Aunque hay, como De Lucas, quien huye de las clasificaciones: “El cine es extraordinariamente amplio y diverso, y habría que abrir lo máximo posible su abanico. De ese modo, las transiciones o relaciones son más naturales, y un film de Warhol te puede mostrar cosas distintas de un film de Lubitsch, y a la inversa. La programación cultural, sin embargo, suele preferir las etiquetas, géneros o espacios acotados, porque son más vendibles”. La importancia de programaciones de este tipo en la agenda cultural ha de calibrarse, pues, por su carácter didáctico pero también por ejercer de punto de encuentro. El Xcèntric, como señala Miquel Martí Freixas, director junto a Elena Oroz de la revista online “Blogs & Docs” amén de programador audiovisual, supone “un espacio esencial e imprescindible para Barcelona en lo que a cine de vanguardia, clásico y contemporáneo, el documental, la animación, o el cine más independiente en general se refiere”. También con la llegada del otoño, el ciclo Emergentes y Sumergidos, coordinado por María Adell y Marta Bassols habrá dado el pistoletazo de salida a su segunda temporada desde su sede, la Asociación Freedonia. Adell y Bassols comenzaron el programa nada más regresar a Barcelona el año pasado y su aterrizaje, desde Nueva York y Berlín respectivamente, ha significado un revulsivo en el panorama de cine off local. “Al volver a Barcelona, el panorama del circuito alternativo a las salas comerciales nos aburría. Antes existía el Ambigú, que recogía las propuestas de los festivales de cine en un ciclo anual, pero tras su desaparición, la idea del atracón de cine que propone el actual modelo “festival” no nos convencía.” Cuando pusieron en marcha el proyecto, el objetivo era “recuperar una tradición de Cineclub en Cataluña que de alguna manera se mantiene activa, pero que no ha vivido una renovación. La idea era retomar ese espíritu dotándolo de una mayor interacción con el público, mientras que para nosotras también es un deber ético y estético hablar de lo que está sucediendo ahora en el cine español”. Antiguos cineastas como Llorenç Soler o Antoni Padrós, francotiradores al margen (Sumergidos), aunados con nuevos creadores como Luís Escartín, Ion de Sosa o María Ruido, quienes ruedan fuera del sistema (Emergentes).
DO IT YOURSELF? La aparición de Emergentes y Sumergidos ha inyectado savia nueva al circuito a la vez que ha evidenciado el empuje de una generación dispuesta a divulgar las obras de aquellos que circulan por esas fronteras audiovisuales. Cierto que la escena ha estado latiendo también alimentada por sesiones como Amalgama, dirigidas desde 2008 y durante dos años por Albert
1 POP NEGRO El Guincho Young Turks, 2010 2 REAL LOVE Delorean Matador Records, 2010 3 MODULAR The Pinker Tones Pinkerland Records, 2010 4 FAMILIES John Talabot Young Turks, 2011 5 A LA PISCINA Aias El Genio Equivocado, 2010
Alcoz, a su vez ex programador del CCCB, y Luis E. Parés, pero, cabe recordar, como señala Martí Freixas, que “Barcelona ha perdido varios centenares de proyecciones, y, además, las perspectivas son muy negras.” El pesimismo del co-director de Blog & Docs no ha de verse tomarse a la ligera. Conoce bien el panorama - ha estado programando junto a Anna Petrus en el festival DocsBarcelona y en su currículum ha pisado instituciones como el CCCB, la UAB o la Filmoteca de Tánger- y una mirada retrospectiva pone encima de la mesa la cantidad de pequeños certámenes especializados desaparecidos (Diba, BAFF, Docúpolis, MICEC, Posible - Cine del Este…) que, insiste Martí Freixas, se suman al cierre de salas en VO en Barcelona. María y Marta son todavía más críticas y denuncian la falta de iniciativa propia que rodea el sector audiovisual: “en Barcelona la gente está demasiado acostumbrada a la cultura oficial, a las propuestas que ya están reconocidas y afianzadas. En realidad es fácil y cómodo: uno se sienta, recibe cultura y ya está...” Según Oriol Sánchez, “nuestra generación, dentro del sector audiovisual, no ha conocido más panorama que el de los eventos conducidos por instituciones o los macrofestivales. La verdad es que sin éstos, la ciudad sería un desierto”. Sánchez, además, dispara hacia otro blanco: la Filmoteca de Catalunya. “Hace años que no realiza el papel que se le espera como institución”, se lamenta. Con todo, cada uno de ellos no ceja en voluntad. “Después de 10 años de proyecciones se nota más interés en determinado tipo de cine que hasta entonces era invisible, el público tiene más conocimientos, la crítica dedica más espacio a su análisis e, incluso, hay toda una nueva generación de nuevos cineastas que adoptan en sus trabajos procedimientos técnicos usados en este ámbito”, declara Araújo. Su compañero Oriol coincide con ella y asegura que “también hay que reconocerle a internet un papel muy importante a la hora de divulgar este tipo de propuestas”. Sobre la cuestión de internet y su ambiguo papel en cómo ayuda al comisariado, Martí Freixas la resume también con dudas: “a veces asusta, hay tanta producción cinematográfica, y es tan rápido y posible acceder a ella con tiempo y esfuerzo, que existe el riesgo de perderse en la multitud de películas, proyectos, imágenes, y buscar el camino en medio del bosque requiere su tiempo y su estudio. O quizá en el fondo se trata de eso, de perderse.”
Existe el riesgo de perderse en la multitud de películas, y buscar el camino en medio del bosque requiere su tiempo y estudio
Tras unos febriles embates de soca-tira lisérgico, los míos lograron –tirando de los pies- desincrustarme de las garras de aquel hombre, y todos caímos al suelo con el desorden hueco de fichas baratas de domino. Aunque el gigante parecía haber decidido que no merecía la pena perseguirnos, nos pusimos en pie y echamos a correr de todos modos. Siempre corriendo. Mi recuerdo de todos aquellos años es el de un sprint perpetuo, unos constantes cien metros vallas amañados para nuestra derrota. Con tanto huir nos habían dado las cuatro de la mañana, y seguíamos los diez extraviados en un pueblo extraño y hostil, los cerebros aún electrificados e impredecibles por el ácido. Hacía algo de frío, y olía a mar y moreras de rambla. Mil ojos, mil ojos, repetía yo, subiéndome la cremallera de la bomber y escrutando las esquinas. Y de repente, un nuevo alarido. Nuestro. - ¡El hermano del Freddy! –berreaba a mi lado el Goliat, que estaba fuerte y tenía una cara bonita- ¡Viene el hermano del Freddy! El hermano del Freddy era un miembro muy bruto de las Brigadas Blanquiazules a quien no habíamos visto en la vida. De él se contaban cosas terribles, y había pasado a convertirse en una especie de Hombre del Saco subcultural, un Kaiser Sozé skinhead: “Si no te comes la papilla vendrá el hermano del Freddy”. De nuevo, nadie sugirió formar un comité de debate, no se le exigieron pruebas contrastadas al Goliat ni se le sometió al polígrafo. Ante la duda, piernas. Echamos todos a correr de nuevo, tomando la primera callejuela que se abrió ante nosotros. Yo andaba a mitad del pelotón (nunca he sido un plusmarquista), y fue entonces cuando sucedió una de aquellas cosas ridículas que luego cuentas y nadie toma en serio: empecé a toparme de cara con los míos, que regresaban. Lo recuerdo como si dos ferrocarriles estuvieran cruzándose, casi saludándonos, y de repente pensar: Un momento. Pero sin detenerme. Al alcanzar el final, descubrí que se trataba de un callejón sin salida. El Goliat, que iba a mi lado, decidió solventar el dilema pegando un par de saltos y encaramándose al tejado del almacén que cerraba la calle. Como Catwoman. Ignorándole, eché a correr de nuevo en dirección opuesta, tratando de alcanzar a los otros. Cuando llegué a su lado, estaban en una plazoleta oscura hechos un ovillo, abrazándose, buscando seguridad. Entonces vi que faltaban tres. Los habíamos perdido en la carrera. Sin resuello, empezamos a escrutar las sombras y, de golpe, varios coches de policía frenaron ante nuestras narices, cegándonos con los faros. -¡Redada! ¡Redada! –aulló alguien en la confusión¡Redada! Pero no nos dio tiempo de huir. El Lanas, que siempre había sido el más listo del grupo, nos puso la mano en el pecho y, deteniéndonos, susurró: - No –y, señalando a un edificio- Mirad. COMISARÍA DE POLICÍA. En letras inconfundibles, y una bandera española descomunal que casi se doblaba como una capa de tuno sobre nuestros hombros. ¿Cómo no la vimos? Pero eso ya daba igual. El Goliat, que regresó de su tapia, se acercaba hacia un policía. - Señor –le llamó señor- Nos persigue el hermano del Freddy. ¿Pueden escoltarnos a la estación? - ¿El hermano del Freddy?- contestó el agente, frunciendo el ceño para aclarar que era la primera vez que escuchaba ese nombre. - ¡El hermano del Freddy! –gritó otro de los nuestros, desde atrás, en modo alarma-imperativo. - Pero si sois siete –alcanzó a mascullar el poli. Así, compadeciéndonos por nuestra cobardía. Así, como el que dice: comportaros como hombres, coño. De nada sirvió. El Goliat estuvo insistiendo durante un buen rato, y cuando al final nos cansamos de escucharle le agarramos del brazo y nos marchamos, cansados y ridículos, a la estación de tren. Anduvimos cabizbajos, intentando separar lo verdadero de lo imaginado, a ratos comentando la jugada entre risas tímidas, los ojos hechos dianas de la RAF, las pupilas platos de postre, pero sintiendo como iban desvaneciéndose lentamente los efectos de la droga. Suavemente, como dos cortinas que se abren para que entre luz. En la estación esperaba el resto de nuestra pandilla. Los tres que habíamos extraviado en la segunda huida. Habían estado dos horas frente a una llar d’avis, agarrados a los barrotes de una ventana y mirando a los viejos jugar al billar, a cartas, ante la televisión. Los tres muertos de risa, ahí en la ventana, como niños ante un escaparate, espectadores de la tercera edad, como si los octogenarios hubiesen querido deleitarles con una divertidísima obra de teatro verité. KIKO AMAT Es periodista y escritor, autor de tres novelas, todas ellas publicadas en Anagrama: El día que me vaya no se lo diré a nadie, Cosas que hacen Bum y Rompepistas.