El gesto de Léos Carax

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PANTALLAS Miércoles, 21 noviembre 2012 Cultura|s La Vanguardia 28

> lencia, pero Lavant, al borde de

quedar rezagado fuera del cuadro que lo adelantaba, se recuperaba, y alcanzaba a la máquina y también a Muybridge en su gesto: en su desmesurada exigencia, ese plano nos enseñaba los huesos de su primitiva figuración. En Holy motors, la cinta preparada para el motion capture tumba a Lavant antes de que nazca una imagen, antes de que pueda alcanzarla. En ese gesto mortuorio, Carax desha-

Carax es un ‘revenant’ desesperado y su película, una especie de Apocalipsis del cine, intenso y humano ce una de las imágenes más bellas de todo su cine. Muy pocos cineastas tienen la necesidad tremenda de hacer su propio Sunset Bulevard. Ese género que va desde Billy Wilder y Cautivos del mal de Vincente Minnelli, a Le Mépris de Godard y de allí hasta las últimas obras de David Lynch (Mulholland Drive e Inland Empire), y que siempre se teje entre resentimientos y frus-

traciones vitales y financieras. Carax es un revenant desesperado y su película un Apocalipsis del cine tan intenso y humano como sus predecesores en este particular género. Sin embargo, Holy motors descubre una particularidad inquietante. En sus predecesoras se ven siempre las estelas de una época del cine que fenece. En Carax, aparecen con más fuerza las estelas y tormentos de una época del cine aun por venir. Holy motors es una anticipación futurista, donde las máquinas y los hombres que tenían peso y ocupaban el mundo se han aliado para resistir contra esa virtualidad que deja a los cuerpos secos de experiencias. “Hubo una época en la que las cámaras eran más grandes que los hombres que filmaban, hoy ni siquiera las vemos”, relata el personaje de Michel Piccoli a Lavant mientras le acompaña en uno de los trayectos de su limusina. Son pasajes en los que entendemos lo único que se debe entender: esos seres son resistentes extraños, sobreviviendo el cine desde esos mínimos gestos de disfraces y representaciones clandestinas: “hacemos películas para los muertos

que mostramos a los vivos”, resume Carax. Habíamos visto al cine mudo muertoviviendo con Wilder, la descomposición de los estudios y las estrellas en Godard y Lynch… Aun no habíamos visto esos sueños de Casandra que venían después de la consumación de los Sunset Bulevard de cada época. En su inaugural Boy meets girl, su Alex-Lavant marcaba en un mapa de París los lugares de la ciudad

‘Holy motors’ viene después de la consumación de los ‘Sunset Bulevard’ de cada época

Imagen del filme con un evidente homenaje a ’Los ojos sin rostro’

El gesto en Léos Carax PAULA ARANTZAZU RUIZ

En una de las escenas más brillantes de Holy motors, Michel Piccoli, desde la distancia que proporciona el larguísimo interior de la limusina protagonista, le pregunta al personaje de Denis Lavant qué es lo que le hace continuar en ese teatro sobre ruedas al que dedica su existencia. Sin mirar a su interlocutor, Lavant le responde directo y con tono molesto: “Lo mismo por lo que comencé: por la belleza del gesto”. Señala Giorgio Agamben que el cine hace que las imágenes regresen a la patria de los gestos y ahí es donde Léos Carax pretende volver con su última película. No en vano, Holy motors arranca con una cronofotografía de Étienne-Jules Marey –un niño corretea de lado a lado del cuadro durante los títulos de crédito–, aunque el público, que debería anonadarse con esa imagen, en el plano inmediatamente posterior aparezca dormido, ajeno a la belleza de uno de los momentos fundacionales del cine. A Carax, a estas alturas, poco le importa si la gente se duerme y deja de mirar, porque lo físico y lo gestual, en definitiva, suponen para el cineasta francés, y en consonancia con la sentencia del filósofo italiano, la esencia de lo cinematográfico: Carax pretende regresar al hogar de los gestos no por las mil y una posibilidades expresivas del cuerpo en movimiento, sino porque en el gesto resi-

de la memoria de una pérdida, de aquello que él conoció como cine. En el pasado Festival de Cine de Locarno, invitado por su entonces director artístico, Olivier Père, Léos Carax, titubeante, cigarrillo tras cigarrillo en la boca y parapetado tras unas gafas negras y un sombrero borsalino, lo expresaba con estas palabras: “Cuando empecé a hacer cine, todavía había cámaras de película, cámara a motor. Tenía unos 17 años y rodaba con una Mitchell: la cámara más grande de todas. También la más hermosa. He ro-

dado mis dos últimas películas con una cámara no más grande que mi cabeza. Sin duda, es muy difícil sentirte poderoso cuando manejas los dispositivos de hoy en día. Lo que ves [en Holy motors] no es sólo mi mundo, sino el trabajo aleatorio del cine digital. En los años ochenta y noventa vivimos el final de las grandes cámaras. Al principio del cine, podías notar ese gesto de la máquina, pero en el 2012 eso ya no existe, tienes que recrearlo, reinventarlo constantemente”. Père había invitado a Carax a Locarno para galardonarle con uno de los Leopardos de Honor que otorga el certamen suizo y homenajearle con una retrospectiva que incluía sus cinco largometrajes y el segmento Merde, del tríptico Tokyo! (2008). La invitación

Léos Carax (gafas y sombrero) y Olivier Père, en la ‘masterclass’ de Locarno

FOTO: MARCO ABRAM

en los que iba teniendo sus primeras experiencias constitutivas: primer beso, nacimiento, instinto asesino, etcétera. Ese mapa parece el mismo que en Holy motors va guiando el trayecto para desmontar esta vez los lugares importantes de su cine, como se desmontan los decorados ya inútiles de un plató cuando ha terminado un rodaje. Quedan algunos gestos, el resto es la parte de su fuego. |

era mucho más que una declaración de intenciones: significaba el regreso al ruedo público del cineasta, después de su puesta de largo en el Festival de Cannes. Así, el tímido y esquivo Carax se enfrentaba a un tour de force de una hora en el que tenía que rendir cuentas sobre sus películas y su manera de pensar el cine: “Hablar de cine es como una pesadilla. Y más de día. El cine pertenece a la noche, es de los vampiros, de La noche del cazador...” Pero Carax no se amedrentó y prosiguió, cigarrillo tras cigarrillo, con el encuentro con su público en el que no habló tanto de cine, sino de unir vida y cine. “Inevitablemente, el mundo, la vida entran en mis películas. Una película no es un túnel en el que uno se precipita y se aleja de todo. En algún momento tiene que unirse a la experiencia de la vida. Así que el cine se convierte en algo muy difícil”. No tan complicada es su relación con Denis Lavant. “Me siento un poco como Tex Avery con Lavant”, diría en Locarno, para luego apostillar que “A Denis no lo conozco para nada. Nunca hemos cenado juntos. No es un amigo”. Y lo cierto es que esa frase en apariencia contradictoria, se llena de sentido en el imaginario del francés. Carax no necesita de otro vínculo con el actor que el de que ejerza de su marioneta convulsa. En Holy motors, Lavant, en su papel de Monsieur Oscar, de nuevo álter ego del director, se muestra como el cine según lo piensa Léos Carax: como un cuerpo esculpido en gestos de imágenes que remiten a otras imágenes, héroe de un cine del que hoy no queda más que un vodevil de su ausencia. |


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