Leviathan: sangre y metal
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Paula Arantzazu Ruiz
ada más insondable que el mar, lecho de enigmáticas criaturas, lugar de nacimiento, transformación y renacimiento, de vida y muerte. Pensar el mar ha sido a lo largo de la historia quizá tan violento como pensar el espacio exterior: a medida que la conquista de lo desconocido avanzaba, nuevos retos se abrían en el imaginario humano, nuevas preguntas, distintas definiciones, otros miedos. Así, hubo un día en que el mar, como el resto de la naturaleza, comenzó a ser domesticado por el ser humano y a convertirse, en consecuencia, en paisaje. Muchos han caído rendidos ante las posibilidades pictóricas del mar, ante las posibilidades de domesticarlo a través de la plástica: Canaletto, Friedrich, Monet, Aivazovsky, Gauguin, Dalí, Sorolla, Hokusai, Turner… “Turner ha sido siempre una gran referencia para cualquier marinero; es el equivalente en pintura a Conrad, alguien que ha pasado su tiempo vital de forma devota en relación a los comportamientos del mar y el tiempo y las condiciones atmosféricas”, dice Peter Hutton sobre el pintor británico en Adventures of Perception, Cinema as Exploration, de Scott MacDonald (University of California Press, 2009). Hutton es responsable de una de las obras más significativas sobre el mar, escuetamente titulada At Sea (2007) y que conforma el paso decisivo del arte cinematográfico por dejar atrás la fantasía de un mar preciosista (o pesadillesco) para adentrarse en el mundo mecanizado en el que se ha transformado hoy en día el universo marítimo. Resulta relevante, en este sentido, la mirada que en Leviathan realizan Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel, quienes, en vez de rendirse a Ondinas y otros seres más etéreos del imaginario acuático, recuperan el antiguo mito del monstruo bíblico para continuar con el camino trazado por Hutton y llevarlo hacia el paroxismo, lo extremo, hacia un imaginario de hemoglobina y animales despiezados que en su día fue expulsado de nuestra cotidianeidad por lo aberrante de su presencia. Leviathan comienza in media res, con un negro de casi diez minutos que va desapareciendo a medida que un amane-
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cer de colores contrastados se apodera de la imagen. “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”, reza el segundo verso del relato del Génesis bíblico, al que irremediablemente alude la oscuridad de ese arranque. Cuando la negrura se va disolviendo con los primeros rayos de sol, el Leviathan protagonista del título no desaparece, sino que el propio filme está inmerso en éste, a bordo de un barco pesquero que faena en el Atlántico Norte, una fábrica que navega en mitad de un océano cósmico. Como unos Ahab contemporáneos, a la búsqueda de su propia ballena blanca, Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel documentan el valor del trabajo pesquero en un dispositivo que literalmente engulle al espectador. Dentro de ese monstruo de metal, la lucha contra el oleaje, contra el envite de la naturaleza es constante y la imagen va y viene furiosa con la marea gracias al eficaz uso de las cámaras GoPro (utilizadas por los aficionados a los deportes de alto riesgo y por los surferos), situadas en estratégicos puntos del naviero, sean sus paredes metálicas, sea la piel de los marineros. “Cuando estás en alta mar, pierdes el sentido del tiempo y del espacio. Estás en mitad de ninguna parte en el océano, sin apenas dormir, duermes dos horas, tres con suerte. Así que, para combatir el miedo y la ansiedad, trabajábamos y trabajábamos. Y así, como el espacio es tan pequeño, lo probamos todo. Queríamos hacer algo muy diferente, con lo que les pedimos a los marineros si podían llevar la cámara en la cabeza”, explicaba Paravel preguntada por los detalles técnicos del rodaje en el pasado 50th New York Film Festival. Y continúa, indicando que esos detalles no resultaron tan importantes para lograr la fisicidad que desprende Leviathan: “No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar. Pero a mi, personalmente, no me es necesario ver lo que estoy filmando, porque para mi filmar es algo más f ísico. Simplemente estábamos relacionándonos con la naturaleza, con el mar, con los peces.”
La dimensión de los sentidos Agua, viento y sangre salpican los cristales de las cámaras, creando una visión expresionista, alucinada, consiguiendo plasmar la ira del elemento con la que se topan los marineros día sí, día también. Agua, viento y sangre quedan registrados construyendo un cuadro salvaje, como de fuera de este mundo: la cámara se sumerge y emerge del mar para mostrarnos chorros de agua roja que caen violentamente, deshechos del microcosmos fabril del navío, desfiguraciones siniestras de lo que anteriormente fueron peces y otros animales marítimos.
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Hay en Leviathan una íntima vinculación con La sangre de las bestias (1949), de Georges Franju. Si el bretón retrataba con nitidez médica una jornada en los mataderos de Vaugiraud y La Villete, justo en la frontera de París, el documento de CastaingTaylor y Paravel no queda muy lejos de ese extraño y lírico ejercicio sobre la fragmentación. Los dos comparten un escenario marginal, la descripción de una fábrica del descuartizamiento y una voluntad sino científica, sí divulgativa. “El ojo del cineasta debe tener muy largo alcance, es decir, ver lejos y en profundidad, ver en el interior del objeto”, decía Franju. Resulta necesario insistir en que la pareja de cineastas estadounidenses nos transportan en su filme al interior del objeto, a las profundidades del Leviathan protagonista. También resulta indicado señalar que, como el co-fundador de la Cinemateca Francesa, la pareja de cineastas investiga a través de la imagen cinematográfica. Aparte de sus trabajos f ílmicos previos –Sweetgrass (2009) y Foreign Parts (2011)-, Lucien Castaing-Taylor es director del SEL (Sensory Ethnography Lab), centro interdisciplinar de la Universidad de Harvard dedicado a la investigación antropológica mediante la creación artística y al que también pertenece Véréna Paravel. En última instancia, el dispositivo de Castaing-Taylor y Paravel nos ayuda a comprender que antes de la mitología está la experiencia. Y los sentidos. El dispositivo que engulle no sólo viene dado por esa la multiplicación sensorial de lo visual, sino también por el cataclismo de lo que vemos con lo que escuchamos. El sonido en Leviathan ruge como el estómago de una bestia y conforma una imagen total del abismo marítimo en el que nos hallamos. El trabajo es obra de Ernst Karel, quien ha edificado un catálogo inusual a los oídos neófitos de imágenes sonoras del agua chocando contra el acero, de la agonía de un pez cuyas branquias se ahogan fuera del agua o del fulgor terrorífico del oleaje nocturno. Si el vaivén de las cámaras provoca el acongoje del espectador, el sonido moldea esa plástica del terror hasta llevarla a terrenos sobrecogedores, a lugares de sangre y metal, escenarios peligrosos de luchas atávicas contra animales desconocidos. A un imaginario donde dominan mares de monstruos que devoran, como la ballena blanca de Moby Dick o el Leviathan criatura de Yahvé, material del universo. “Pon tu mano sobre él; te acordarás de la batalla, y nunca más volverás.”1
1 Leviathan , de Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel www.arretetoncinema.org/leviathan Festival de Locarno Fipresci 2012 FICC / IFFS Don Quixote Award Special Mention 2012 Viennale Standard Readers’ Jury Award, 2012 CPH: Dox New Vision Award, 2012 SEFF (Festival de Cine Europeo de Sevilla) Eurodoc Award 2012
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