Tertulias de pescadores
GUY ROQUES
Textos
Guy Roques
Fotos
Portada: Leonardo de la Fuente
Interior: Lucía Roques, autor y amigos
Agradecimiento
Por su ayuda quiero agradecer especialmente a: Alberto Pérez Ana Isabel Ferreras Christian Camarés Eduardo Visens Leonardo de la Fuente Jesús Zapico Jorge Saraniche José Carlos Rodríguez José Gutiérrez Alaíz Juan Carlos del Zotto Paco Redondo Pablo Pérez Cecilia Paula Bearzotti Ricardo Blanco Txema Alonso
Dedicatoria A mi familia, a mis amigos, A los ríos de Asturias y León al feérico río Tarn Y al mágico Futaleufú
Índice Prólogo de Leonardo de la Fuente —11 Preámbulo del autor —17
CAPÍTULO I
En el espejo del agua
—19 Escribir sobre pesca —20 Pescadores negacionistas —26 Cuervos a la siniestra —30 Lo que puede una trucha —34 ¿Carne o carnina? —37
CAPÍTULO II
Río Arriba
—45 La lectura del agua —46 A pez visto —51 Un porvenir de enanitos —57 Vicio o picardía —62 Por el río Bedón —67 Flotando por el Sella —70 Reomanía —75 Entrada de Reos —78 Reos de verano —83
CAPÍTULO III
Lagos en invierno
—91 Otra pesca con mosca —92 Truchas aletargadas —97 El lucio de Navidad —101
Indice
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CAPÍTULO IV
Heterodoxias
—111 ‘To kill or not tu kill’ —112 Gallo vivo —116 Bogavante barato… —119 Sedas naturales —122 El carrete de Dom Rigoberto —124 Rogativa del barbo —128 Pedro y Juan —130
CAPÍTULO V
Pescando cuentos
—135 Mujer de pescador leal hasta la muerte —136 Sardinas asturianas —141 Diálogos en Bable Central
La balcones —145
Otra carta de mi amigo Alberto Pérez
La inmortal historia del Ingeniero sin Papeles —148 Cuento argentino
Genio y figura... —153
Escrito en la Patagonia un día de viento tan huracanado que hasta los genios volaban bajo
Pajilleras de caridad —158 Fantasía histórica
La Dama roja —166 CAPÍTULO VI
Viajes de pesca
—175 Preparar un viaje —176 Viajando por Chile —183 He comido calafate —190 El Chaitenazo —195 Meditando en la isla —200 Invitación —204 Un misterio más —209
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Tertulias de pescadores
Epílogo
—215 Alondras con espejuelo —216
Indice de Chistes Perforando el hielo —41 Chiste del Peluquero —86 Cuestión de organización —100 El Equipo —106 Coincidencia —118 Anciano Verde —123 Un Buen Católico —126 Agua fría —129 Es lo que hay… —140 Un viudo medio raro —147 Un Tuteo de Muerte —157 Monaguillo Italiano —171 En Bicicleta —206
Indice de Poemas En el Desván —25 La Llamada —42 L’ appel —43 Canción en la Brisa —44 Tu Sombrero —88 Cadenas —108 Chaînes —109 Nevando —110 Parrillero —133 Fugaz —172 Oda al Guanaco —189 Chaitén, Chaitén —199 Isla Banana… —203
Indice
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La pesca nos cazó a todos, o viceversa... Prólogo de Leonardo de la Fuente
Soy cazador y pescador como mi amigo Guy Roques quien, por primera vez, manifiesta por escrito su afición a la caza en una sugestiva narración que figura en “Tertulias de Pescadores”, libro que usted tiene en sus manos, el que yo he tenido el placer de leer en primicia y el orgullo de prologar, a petición del autor. Comparto con Guy Roques, además de la amistad, otras muchas peculiaridades entre las que figuran el hecho de que a ambos nos gusta peinar y afeitar. Guy peina y afeita las raseras, pozas y orillas de los mejores ríos trucheros del mundo con sus moscas y ninfas mientras que yo, además de realizar esto mismo, peino y afeito todo aquel cabello que aparece en las caras y cabezas de algunos de los lectores de Guy, cosa de la que él no puede presumir, al confesar abiertamente ser donante de pelo desde hace años, razón por la que, de modo habitual, cubre su cabeza con un “cachofieltro” al que él llama “sombrero”. Guy Roques es mundialmente conocido por sus escritos y artículos sobre pesca, publicados en numerosos medios de comunicación, así como por la imagen que ofrece al portar el sombrero, casi de modo permanente, sobre su cabeza, con el que habla y discute a solas en no pocas ocasiones. A esta montera dedicó un libro titulado “Diálogos con mi sombrero” cuya lectura, a buen seguro, ha proporcionado a sus lectores muy gratos momentos.
Prólogo de Leonardo de la Fuente
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Recuerdo con claridad aquel momento en que obtuve la foto donde ambos, él y yo, aparecemos juntos por primera vez, aunque él no llegue a conocer la circunstancia en que ello sucedió hasta el momento en que lea el presente prólogo a su libro. La foto, dicho en lenguaje actual, fue claramente robada, minutos después de haber finalizado la inauguración de la Semana Internacional de la Trucha, en la que este albigense empedernido y francés de León –digo León y no Lyon– tuvo la dignidad de participar proclamando el pregón inaugural, y yo la satisfacción de escucharlo, (el mejor de los pregones, a mi juicio, de cuantos he oído en estas celebraciones, sin minusvalorar al resto de los proclamados en estos avatares). Una vez finalizado el magnífico pregón y habiéndome aproximado lo más que pude al maestro Guy, que en ese momento recibía felicitaciones a mansalva, colocado a su lado, casi hombro con hombro, señalé con mi dedo índice un lugar al tiempo en que amablemente le decía “Guy, aquel señor le está llamando”. Cuando dirigió su mirada hacia el lugar que el dedo indicaba, mi habitual compañero de caza y pesca, José Gutiérrez Alaíz inmortalizó el momento disparando a quemarropa, a tenazón, con mi cámara Nikon, la escena que estaba presente a dos metros de distancia. El destello del flash medio cegó a Guy Roques quien, aunque no manifestara externamente nada, soltaría para sus adentros, me imagino, los mismos improperios que solía despotricar en voz alta en aquellas ocasiones en las que se le escapaba una trucha marrón en su río patagónico preferido, el que le agrada llamar El mítico Futaulefú. Guardo como una grata “captura para el recuerdo” esa foto en mi archivo personal. Posteriormente he tenido la gran suerte de añadir otras muchas a mi álbum particular, fotos no ya “robadas” sino consentidas, tomadas en diferentes ríos de buena parte de la geografía nacional, recorridos en compañía de este pescador que escribe o escritor que pesca, pues uno ya no sabe cómo calificarlo. Aquel día en que logré obtener mi primera foto junto a él y de alguna manera cazamos, o acaso debiera decir pescamos a Guy, no imaginaba que, de habérselo pedido formalmente, el autor de estas
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Tertulias de pescadores
“Tertulias de Pescadores” hubiera aceptado de inmediato posar conmigo, pues esa cortesía es una de las características que adornan la personalidad de este pescador de mosca o Mosquero Andante, natural de Albi, Francia, que suele conversar con el apóstol San Pedro, a pesar de que a él, según dice, le gusta pescar casi siempre en solitario. En este libro Guy Roques se muestra no pocas veces algo irreverente, tanto con lo divino como con lo humano, sabedor de la bula que le otorga otro de sus escasos compañeros de pesca, el cura Don Rigoberto, quien le perdonaría los pecados, si es que los hubiera llegado a cometer, cosa de la que yo no estoy muy seguro. En todo caso, con semejantes compañeros de cuadrilla también yo gozaría pescando. Comparto con Guy Roques, entre otros muchos aspectos, nuestro peculiar sentido del humor, a pesar de que este “minusválido de las altas cumbres” –como él mismo se autocalifica en un poema–, al no dar tregua a sus piernas ni descanso a sus, en ocasiones, doloridas caderas, pudiera ofrecer a veces la apariencia de ser un tipo más serio de lo que en realidad es. Lo del bastón eterno en mano es solamente para apoyarse. No teman. Nos gustan los chascarrillos, los chistes, todos ellos exentos de malicia, aunque alguno pudiera resultar algo subido de tono. Cosas de tertulianos… Nos gustan las mujeres, sobre todo las nuestras… aunque no dejamos de reconocer que la mujer es el ser más bonito que creó Dios sobre la Tierra, razón por la que se hacen merecedoras de nuestras miradas, pero también de nuestro respeto. Guy hizo este libro de tertulias, de vivencias, de sublimes poesías, de cariño, de carisma, de chistes de pesca y de reconocimiento y amor a los ríos de su vida, alejándose un tanto de otras de sus publicaciones y mostrándonos en estas Tertulias de Pescadores su lado más picaruelo, su espíritu de viajero impenitente e incansable, su pasión por la pesca a mosca y la defensa por sus ríos favoritos, alguno de los cuales se lo quiso engullir para siempre –Salmonero Sella, ¡no te lo habría perdonado jamás!!!–. Desde el principio advierte que lo que escribe lo ha hecho pensando en los Filandones que, en la antigüedad, se realizaban en la provin-
Prólogo de Leonardo de la Fuente
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cia de León y que recientemente han sido declarados B.I.C. (Bien de Interés Cultural) mientras que ya se ha propuesto a la UNESCO que el Filandón sea declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. El Filandón, por si alguno de los lectores no lo sabe, era la reunión que, casi a diario, se celebraba antiguamente entre vecinos y familiares, generalmente de noche y alrededor de la lumbre. En estas veladas, mientras las mujeres hilaban o cardaban la lana, los hombres contaban apasionantes historias de todo, del campo, de las familias, de humor, de penas, o de lo que se terciara. Esta actividad de ejercer como “filandoneros”, era, para Guy y para mí, totalmente desconocida hasta hace unos pocos años. Con motivo de los actos culturales de la Semana Internacional de la Trucha que se celebra anualmente en León, el municipio leonés de Gradefes decidió organizar sus Filandones de pesca e invitarnos a un grupo de amigos a narrar nuestras historias piscatorias particulares. Acudimos con el convencimiento de que si no eran muy grandes los tomates de la zona, podíamos aguantar el envite… Ni que decir tiene que el Filandón nos cautivó a todos y movió a Guy Roques a elaborar este libro basado en eso, en tertulias, en fábulas, en leyendas que, año tras año, tratamos de contar a quienes quieren acompañarnos y, afortunadamente, cada vez son más las personas que acuden a las orillas del río Esla una noche del mes de junio a escucharlas y gozar de su cálido ambiente humano. Guy pescó la idea, y con la misma filosofía que emplea en la pesca, “para sacar peces, paciencia y ciencia”, consiguió, entre paréntesis de jornadas de pesca y con las truchas como musas, y a su piscatorio entender…, realizar este libro que sienta cátedra con verdades tan grandes como puños, como la que manifiesta el autor en su defensa por la naturaleza que sentencia de este modo; “Cuando el hombre mete la mano al equilibrio natural algo se va a deteriorar.” Como señalé al principio soy cazador y pescador. Con el paso de los años y después de haber compartido con Guy Roques un buen
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número de lugares, también me convertí en cazador cazado y en pescador pescado. Es decir, que si yo en su día cacé, en aquella primera fotografía al maestro Roques, maestro que es tanto en el arte de la pesca y caza como en el arte de la vida, él me pescó a mí para siempre. No tuvo que intentarlo más que una vez para que yo, encantado, cayera en su red. Como para no estar orgulloso !!!. Querido profesor Guy Roques. Amables lectores. El libro es suyo. Ha sido un placer prologarlo. Espero que lo disfruten leyéndolo tanto como un servidor. Valladolid. 15 de abril de 2011. Santa Tecla (Ojo. No confundir con la pieza de un teclado. Elemento imprescindible e insustituible para escribir un buen libro, ameno, didáctico y simpático, como éste…)
Leonardo de la Fuente Prieto.
Responsable de la sección de información de Caza y Pesca de RTVCYL, de EL MUNDO de Castilla y León, y MARCA.Com.
Prólogo de Leonardo de la Fuente
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Preámbulo del autor Siempre me llamó la atención el que los escritores de pesca escribiesen casi exclusivamente sobre las facetas convencionales de este deporte: equipos, material, técnicas, montajes, ríos y lagos, peces etc.. Sin embargo los pescadores no sólo existen en la práctica de su arte sino también fuera de ella. Casi todos pertenecemos a un club o sociedad donde nos reunimos, donde hablamos de pesca evidentemente, y también de otras cosas. Siempre hay uno que saca el último chiste de moda o una anécdota generalmente de carácter humorístico o sexual cuando no se trata simplemente de comentarios sobre cosas de la vida que no tienen nada que ver con la pesca. En realidad son a menudo tertulias, en el sentido general de la palabra, que recuerdan los antiguos filandones de la tierra leonesa cuando los vecinos de los pueblos se reunían después de las tareas agrícolas para hablar de todo, reír, contar historias… Esta tradición interesante vuelve a la actualidad. Tienen éxito los filandones que desde junio 2009 se organizan en Gradefes (Río Esla) con la colaboración de la Alcaldía y dentro de las actividades de la Semana Internacional de la Trucha. Intervienen personalidades del mundo de la pesca y de la prensa frente a un público cada vez más numeroso y por lo visto encantado de lo que se le cuenta con toda la diversidad propia de este tipo de evento. La idea de este libro ha sido precisamente la evocación de esta cara muchas veces olvidada de la pesca, con unas páginas dedicadas a los temas habituales y otras que relatan lo que se puede oír o contar en nuestras “Tertulias de Pescadores a Mosca.”
Preámbulo
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Pictopiromania
CAPÍTULO I
En el espejo del agua
Hablando de su viaje por la Unión Soviética en 1949 y de un día de invierno observando pescadores que perforaban el hielo de un río para poder pescar, Pablo Neruda escribe: “El trabajo de los escritores, digo yo, tiene mucho de común con el de aquellos pescadores árticos. El escritor tiene que buscar el río y, si lo encuentra helado, necesita perforar el hielo. Debe derrochar paciencia, soportar la temperatura y la crítica adversa, desafiar el ridículo, buscar la corriente profunda, lanzar el anzuelo justo, y después de tantos y tantos trabajos, sacar un pescadito pequeñito. Pero debe volver a pescar, contra el frío, contra el hielo, contra el agua, contra el crítico, hasta recoger cada vez una pieza mayor.” Confieso que he Vivido (Edit. Seix Barral p.279)
Capítulo I: En el espejo del agua
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Escribir sobre pesca Existen varios tipos de autores que escriben sobre la pesca en sus más diversas modalidades. Hay el articulista quien, regular o esporádicamente, publica sus textos en una revista especializada, también el periodista más dedicado a publicaciones en un periódico local o nacional y el que escribe libros basados por lo general en trabajos anteriores. Dicen que la gente lee cada día menos. Dicen que la gente lee cada día menos. Sin embargo se siguen publicando libros por una razón sencilla: el libro es lo que queda: scripta manent decían los latinos (los escritos permanecen). No importa si se lee ahora o dentro de varios años. Seguirá siendo la memoria y la presencia del que lo escribió, y también un documento sobre una época. Por eso el que deja una obra detrás de sí, tiene una responsabilidad de la que ha de tomar conciencia claramente. Así como no hay mosquero sin látigo, no puede haber autor serio sin ética. Claro que existen temperamentos mucho más exigentes que otros ya que son muy personales los criterios éticos. Sobre ellos como sobre gustos no hay nada escrito. Por eso mi única intención aquí es comentar lo que, como autor, me preocupa. Generalmente el escritor de pesca es un señor que tiene un buen conocimiento de los ríos, de su fauna y flora, es habitualmente un buen pescador que algún día, por varias razones, empieza a escribir con la idea de ser publicado. Cuando lo consigue, se le plantea un problema más difícil de solventar de lo que parece y es el de no abandonar los ríos de verdad a favor de los ríos de tinta. Cuanto mejor andan las publicaciones, más tentaciones aparecen de escribir mucho y pescar menos. Este es un error en que, a mi parecer, no debe incurrir un escritor de pesca porque acabará, como diría Sancho Panza, pregonando vino y vendiendo vinagre. Para captar la realidad de la pesca, en razón de su dinamismo evolutivo, es imprescindible sumergirse en ella con
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insistencia, a ser posible en escenarios muy distintos y variados. Otra exigencia fundamental es la de una total objetividad, sin preocuparse en exceso por lo que gusta o no, por lo que se vende o no. Ello significa que se evocarán todas las situaciones de pesca, las buenas y las malas, exactamente como ocurre en las vivencias habituales de cada pescador. Los que toman la pluma, o el teclado no importa, únicamente para describir pescatas con exhibiciones de trofeos y pescadores felices, ocultan la otra cara de la moneda, esa misma que también puede interesar al lector. Los momentos vacíos de la pesca son tan edificantes como los demás porque abren espacios de reflexión, observación y autocrítica, finalmente positivos. Incluso algunas situaciones periféricas sin relación directa con la pesca, pero que no hubiesen sucedido sin ella, son otras interesantes fuentes de interés e inspiración. Por ejemplo los tipos humanos que se descubren durante un viaje. El escrito objetivo, técnico, sólo concierne algunas facetas de la pesca y no es limitativo. A su lado también existe la ficción, la de los cuentos, la del ensueño a orillas del agua que luego toma forma en la página. Así nació mi libro Diálogos con mi Sombrero. Es muy común hablar de las mentiras de los pescadores pero creo que más graves son las mentiras de los escritores. Hay una que me llama tremendamente la atención en lo que leo, es la que llamo la mentira por omisión, la que consiste en escribir sobre lugares, enseñando fotos de paisajes y peces, sin precisar datos esenciales que permitan una situación clara en el tiempo y en el espacio: • La época exacta: Todos sabemos que pescar un río en primavera no tiene nada que ver con pescarlo en Agosto, • Las características de las aguas: nivel o caudal, temperatura, transparencia... • El tiempo, que cambia toda la pesca según está soleado o nuboso, con lluvia, con determinado viento, con tal fase de la luna etc... Me llevó a escribir estas líneas un artículo que leí en una revista Argentina contando pescatas en un lago de la Cordillera donde peleo yo casi cada año en Febrero (= Agosto austral) sin tanto éxito,
Capítulo I: En el espejo del agua
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ni mucho menos. Pude averiguar después que el reportaje lo habían hecho en Diciembre (= Junio austral). Es de cajón que el que decide emprender un viaje de pesca influenciado por un artículo de este tipo, corre el riesgo de grandes decepciones si no le comunican, o no averigua muy concretamente, todos estos datos. Después de tantos escritos nacionales e internacionales, después de tantos libros y revistas, de tantos vídeos y programas televisivos, todas las modalidades con sus correspondientes aspectos técnicos, todos los grandes temas, han sido tratados. Eso no significa que no se puede volver a desarrollar alguno, máxime si se tienen en cuenta elementos nuevos. Pero en este caso la ética dicta la necesidad de documentarse, enterarse de lo que se ha escrito ya, para evitar pesadas repeticiones, como alguna vez ocurre, y hasta errores técnicos por ignorancia de lo que ya existe. Pasa lo mismo que en pintura. El pintor que no conoce básicamente la historia del arte corre el riesgo de “inventar”, entre comillas, una técnica que existe desde hace siglos. Si los escritos sobre el mundillo de la pesca se limitasen a los temas, a la técnica, a los ríos y a los peces, les faltaría una dimensión esencial, la dimensión humana la que da el mismo pescador y es una fuente ilimitada de inspiración. Así como lo que interesa al historiador es la filosofía de la historia, así llega un momento en que el escritor de pesca intenta comunicar su filosofía de la pesca, a veces con seriedad y otras con humor, olvidándose de las capturas y concentrándose en el hombre ya que, como lo definió perfectamente Emilio Fernández Román: “Ser pescador no lo constituye solamente el ejercicio, la práctica de la pesca; es una forma de ser, de pensar y de sentir” Lo que atrae a la mayoría de los lectores en un artículo o un libro de pesca es el contenido. Es bastante natural. Lo abren con la intención de informarse, de aprender, o simplemente de entretenerse un rato. Respecto a la forma son menos exigentes. Tal vez por esta razón ciertos autores no cuidan sus textos como deberían. El estilo, no obstante, como en poesía y demás artes, plasma la originalidad de cada uno, permite enfocar los temas de otra manera esto es, fi-
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nalmente, introducir alguna novedad. En nuestro mundo que da la prioridad a la imagen algunos de los que compran una revista empiezan mirando las fotos y los títulos, sin leer más cuando el texto no les seduce. Una página bien escrita, clara, concisa, sin artificios, con toques personales que llamen la atención, con sugerencias que muevan la imaginación o conmuevan la sensibilidad, no se abandona tan fácilmente. A modo de conclusión quisiera notar, de manera menos prosaica, que los libros tienen un misterioso caminar. Hablan y sin embargo quedan mudos sobre su propia vida. No explican cómo fueron concebidos ni cómo llegaron a la imprenta después de su nacimiento. No dicen quien los abrió por primera vez. No cuentan cómo los estuvieron hojeando ni si los leyeron con cariño, o con acritud. Sin embargo, portados por su silenciosa presencia, y su olor que va cambiando al andar del tiempo, nunca dejan de ser los compañeros de nuestros destinos.
Capítulo I: En el espejo del agua
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Los X Mandamientos del Escritor de Pesca 1 - No te pongas a escribir si crees que coinciden fácilmente saber pescar y saber escribir o si no te preocupa el estilo de tus textos. 2 - No escribas en serio sobre un tema si no lo dominas y si no investigaste lo que se escribió ya. 3 - No arregles un artículo o cualquier escrito de otro autor como si fuera tuyo ni menosprecies los escritos de los demás. 4 - No dudes en emplear palabras extranjeras idóneas pero no las uses para dártelas de entendido. 5 - No sigas las modas ni busques la notoriedad ni aceptes compromisos esperando conseguirla. 6 - No mitifiques la Pesca a Mosca a pesar de la presión de los ayatolaes del sector ni alabes la Pesca sin Muerte si no la practicas habitualmente. 7 - No cargues las tintas contando tus capturas ni falsifiques la verdad para cebar tu vanidad. 8 - No pierdas nunca de vista que tu arte es más importante que el negocio y los campeonatos. 9 - No dejes de ir a pescar pretextando que no tienes tiempo y que no se puede escribir y pescar. 10 - No te olvides de que eres un alumno del río aunque tus seguidores te llamen “Maestro”.
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En el Desván En el desván de mi casa hay un gran cementerio donde los muertos a veces se ponen a hablar de su vida pasada del que quería ser marinero y al mar sólo llevó barcos de ilusiones de la mujer encarcelada lanzando gritos de amor del alcotán cazando por los yermos páramos del pescador vencido atenazado por anzuelos de esperanza de un niño en bicicleta por las rutas del mundo de tantas cosas más … Hablan mas nada cuentan de su cuna de quienes los llevaron de la mano de quienes los mimaron o los odiaron Estos muertos que resucitan un instante una hora o siglos hay quien dice que son libros.
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Pescadores negacionistas Con la palabra “negacionistas” no quiero hablar de los que niegan la existencia de las cámaras de gas durante la 2ª guerra mundial sino, en un asunto mucho menos trágico, de los que se empeñan en negar que las truchas capturadas puedan sobrevivir después de devolverlas a su elemento y se declaran abierta o calladamente enemigos de la pesca sin muerte. Y si vuelvo a ese tema es porque unos viajes recientes me llevaron a observar que este tipo de pescador existe mucho más de lo que yo creía hasta ahora. Sin lugar a duda, entre las truchas soltadas algunas pueden morir por tres razones esenciales. La primera bien visible es porque se les ha hecho algún daño, no en la boca que por su dureza córnea es muy difícil de lastimar, sino en las agallas cuando la trucha ha tragado la mosca. Si verdaderamente el anzuelo ha lastimado la agalla ésta empieza a sangrar y como los peces son hemofílicos es imposible que sobrevivan. La segunda razón desconocida o mal conocida por muchos pescadores que practican en conciencia el “Captura y Suelta” también se refiere a las agallas. Unas investigaciones serias y bien documentadas en los Estados Unidos han demostrado que cuando un pez es mantenido más de 1 minuto fuera de su elemento, se le secan y deterioran las agallas de forma que al devolverlo demasiado tarde puede morirse igual que un humano a quien se le hubiera mantenido en exceso con la cabeza hundida en el agua. La asfixia de los peces ocurre, desgraciadamente, cuando el pescador quiere hacer una o varias fotos de su captura para el recuerdo. Entre el hecho de que el pez resbala entre las manos y hay que volver a empezar o porque se quiere cambiar de enfoque, o por cualquier otro motivo que retrasa su devolución, pasa más del minuto aconsejado con las
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consecuencias que ya dijimos. No creo necesario hacer tantas fotos cuya finalidad es muchas veces satisfacer la “negra” honrilla del pescador pero si la foto se justifica, una solución es dejar el pez en la sacadera hundida en el agua, sacarle una foto, volver a sumergirlo, esperar, y si es necesario hacer otra foto cuando se recuperó. Personalmente todas las fotos de peces que tengo me las hicieron mi mujer o un acompañante. En Francia, en los concursos de pesca en lagos, se prohíbe sacar la trucha a lo seco para medirla. La medida debe hacerse dentro de la sacadera de forma que la captura se quede lo menos posible fuera del agua. También cualquiera puede observar que una trucha liberada sin tocarla, usando una pinza especial para desprenderla del anzuelo, sale nadando con mucha más agilidad y naturalidad que cuando se la manosea. Existe una última razón de la muerte de los peces grandes, que son los que más pelean y más se agotan en la pelea. Al devolverlos hay que oxigenarlos un rato manteniéndolos en posición natatoria. De lo contrario se quedan con la panza arriba y son incapaces muchas veces de enderezarse y volver a su equilibrio. En esta posición mueren ahogados. Es lo que suele pasar en ciertos lagos con muerte obligada y pago de las capturas al final del día. Algunos pescadores poco escrupulosos tiran al agua sin cuidarlas algunas truchas para no abonar su precio. Todos estos argumentos son válidos pero no pueden dar pie al negacionismo por una razón tan sencilla como indiscutible y es que si es cierto que entre los peces que se sueltan algunos se morirán, en cambio es requetecierto que, de los que se matan, ninguno sobrevive. Por si fuera poco están los ejemplos de los Escenarios Deportivos y de los Reservorios en No Kill absoluto. Puedo citar varios casos significativos, con dos basta. Conocí hace algunos años el Escenario Deportivo del río Carrión en Villalba cerca de Saldaña lleno de truchas a pesar de la presión pesquera y del inevitable furtivismo. Abundaban truchas muy selectivas y difíciles porque todas habían conocido la traición del anzuelo y habían aprendido a comer. Es el caso de todos los Escenarios Deportivos.
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En mi ciudad (Albi, Francia) tenemos reservorios vecinos donde sembramos truchas arco iris de calidad. Empieza a venir gente de lejos y hasta de otros países para disfrutar de este escenario único en invierno. Cuando las truchas quieren comer, porque también hay días malos, se saca una cantidad de peces que el guarda controla regularmente, así como la muerte de los anzuelos y la forma de devolver los peces. Cuando hay un concurso se anotan todas las capturas cuyo número suele ser impresionante, según el tipo de concurso y el número de pescadores. Al día siguiente aparecen algunas truchas muertas, a veces por las prisas de los controladores, pero nada comparado con las que se pescaron. Además se puede considerar que en enero todas las arco iris sembradas en septiembre han sido capturadas muchas veces. En varias ocasiones hemos pescado una trucha que tenía un estrímer en la boca. Finalmente la práctica de la pesca en los escenarios sin muerte demuestra que los que niegan que una trucha pueda sobrevivir después de su captura son, o unos ignorantes que hablan sin experiencia, o unos pescadores que no quieren, o no saben, pescar sin matar y buscan argumentos para justificar una actitud de otros tiempos.
Nota Bene: En la época de la siembra de peces algunos mueren por incapacidad de adaptarse al nuevo elemento, cuando pasan de la piscifactoría al reservorio después de un transporte incómodo. La temperatura del agua influye en la rapidez de recuperación de un pez, siendo las aguas frías de invierno más oxigenadas que las de septiembre.
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Florero azul
Cuervos a la siniestra Era un buen año de reos en el Sella que siempre suele mostrarse más generoso conmigo que el Cares. Cada tarde salía con fe y alta la moral debido a los buenos resultados diarios. Por fin las piraguas respetan más o menos el horario y no suelen molestar mucho después de las siete. Aquella tarde decidí entrar en una recta ancha y de poca profundidad que me gusta pescar a mosca seca río abajo afeitando las raíces de las orillas de enfrente que siempre me propinaron alguna sorpresa. Nada a pesar de un nivel de agua, con olitas vivas, ideales para que mi tricóptero becada engañe algún inocente. Al final de la recta hay una curva seguida de un pozón donde salen truchas todo el día y reos según sus caprichos, más bien al oscurecer. Total si no pesco nada me dedicaré a peinar la curva. Otra raíz profunda de la orilla de enfrente y nada. De repente siento unos graznidos largos y agresivos en el prado de la orilla ubicado a mi izquierda. Primero no les hago caso y sigo peinando el agua. Luego me acuerdo del tema de los agüeros que saqué en otro escrito y formulaba más o menos así: Cierto ambiente de superstición rodea la acción de pesca. Léonce de Boisset en su magnífico libro “Les Mouches du Pêcheur de Truites” (Las Moscas del Pescador de Truchas - 1939) confiesa que al ir de pesca tiene en cuenta, como lo hacían los Romanos antes de la batalla, los presagios deducidos del vuelo de las aves (dextrum auspicium sinistrumque). Lo explica con el ejemplo de un cuervo encontrado en el camino: si el cuervo levanta el vuelo hacia la derecha es un buen agüero, si se va a la izquierda es un presagio nefando. En la historia del mundo desde la más remota antigüedad existe esta atención a los agüeros. Citaré otra vez estos hermosos versos del Poema de Mío Cid que resumen de manera sorprendente el destino del Campeador:
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“A la exida de Bivar ovieron la corneja diestra E entrando en Burgos oviéronla siniestra Meçió Mío Cid los ombros y engrameó la tiesta” (“A la salida de Vivar tuvieron la corneja a diestra Y al entrar en Burgos tuviéronla a siniestra Mío Cid se encogió de hombros y levantó la cabeza”)
Como El Cid inclinaría personalmente a encogerme de hombros. Sin embargo lo que me pasó aquel día me deja todavía pensativo. La gran diferencia que existe entre la poesía y el racionalismo es que la poesía sabe intuir temprano lo que el racionalismo demostrará más tarde. Federico García Lorca admitía que la superstición, diremos sana, nutre, igual que la intuición, la imaginación del poeta. Tuve que quitarme estos hervores de la cabeza para poder seguir pescando metódico y concentrado convencido de que en algún momento un pez iba a coger la mosca. Lo único que pasó fue la persistencia de los graznidos a mi izquierda. Cuando llegué a la curva se cebaban algunas “truchinas” que convencí a duras penas con mi hormiga. Entre ellas, muy cerca de mí subió un reo. En tan corta distancia mi 0,10 no aguantó la clavada y partió en el nudo de mosca. Es un auténtico rompecabezas el de los nudos de mosca que pueden, o deben, ser distintos según la marca de los hilos. Mientras saco otra hormiga aparecen en la orilla de enfrente, no dos pescadores como pasa a menudo, sino tres, todos a boya. Cada uno elige un sitio y empieza a lanzar. El que está enfrente de mí parece apuntar a mis botas porque su artefacto cae muy cerca. Me desplazo un poco más abajo donde se repite lo mismo con el siguiente. Decido marchar. En mi tierra les abría cantado un Padre Nuestro y dos Ave María. Pero hace tiempo que he decidido callar la boca en España entendiendo que al ver la matrícula de mi coche los que no me conocen pueden tomarme por uno de esos indeseables que desgraciadamente andan por los ríos.
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Malditos cuervos
Salgo al prado y subo claudicando más arriba de donde empecé hasta una tabla larga donde al sereno siempre comen algunos peces. Ni me acuerdo de los cuervos que ya desaparecieron. Con fe entro en la tabla. No hay pescadores pero tampoco se ven cebadas. ¡Qué raro! Lanzo un poco a ciegas a algunas buenas posturas que conozco. A las diez y cuarto levanto por fin una trucha que se me suelta. Está oscureciendo, es el momento ya de poner el tricóptero. Cada noche hago lo mismo. Cambio el terminal por un hilo más fuerte y ato un tricóptero becada. Con la linterna que tengo de luz blanca y potente, no hay problema pero hoy, sí. No consigo enhebrar la mosca y después de varios intentos busco otro tricóptero de anilla más abierta que finalmente sujeto pero no entiendo porque me costó tanto lo que habitualmente hago con facilidad. Es una imperdonable pérdida de tiempo a estas horas. Lo explico por los nervios pues mientras intentaba cambiar el artificial vislumbré dos cebadas de reos. Entre pitos y flautas son casi las diez y media.
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El primer reo no me hace caso pero con la oscuridad es muy posible que haya sido fatal la presentación. Otra vez me pregunto porque veo tan mal. ¿Será por las sombras de los árboles de enfrente? Es aconsejable elegir para el sereno un tramo muy abierto y con la mayor claridad posible. El segundo reo está en la cola de la tabla a unos dos metros del rompiente. Al oscurecer los reos acostumbran desplazarse a ese tipo de postura para degustar los insectos que bajan. Son mucho más glotones que de día. Lanzo hacia la cebada y me preparo a clavar suave, condición imprescindible cuando se deriva río abajo. El reo entra y enseguida se revuelve ruidosa y pesadamente hacia la corriente. Esa sensación de musculoso cuerpo que llega a la mano es muy sensual, es uno de los encantos de las grandes capturas. Después de revolverse, mi contrincante se tira a la mitad de la corriente donde salta con plateada elegancia y al caer se libera llevándome la mosca. Comprobaré luego que se rompió el nudo de la anilla. Es demasiado tarde para colocar otra imitación y además me siento desanimado. Todo me fue mal. Eso pasa en la vida de un pescador pero hoy no se puede hablar de cenizo sino de una verdadera cenizada. He perdido la batalla por motivos que podrían tener explicaciones lógicas y racionales, como una incomprensible equivocación de gafas, pero mientras vuelvo penosamente al coche me arrepiento de no haberles hecho caso a los graznidos de cuervos a la siniestra y de no haber cambiado de tramo de río en vez de “mecer los hombros” con desdén.
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Lo que puede una trucha Hacía días que no pescaba nada o casi nada. Me daban guerra los esguines y cuando algún reo se dignaba en asomarse era al orto o al ocaso para tragar los infernales caenis cuyas imitaciones mías eran dignas de atención en el torno y de maldición en el agua. Sólo valían para revolver algún bicho que luego se escabullía para siempre. No sé si los otros pescadores son iguales pero yo tengo a veces el sentimiento de no saber pescar de no haber sabido pescar nunca. No sé recordar el mogollón de peces que pesqué desde que empecé en este deporte hace más de 45 años. Me olvido de todo cuando no consigo resolver la pesca, mi experiencia no sirve, sólo me obsesiono por el desapacible momento que estoy viviendo. Terminábase la temporada en Asturias. Crucé el Sella para pescar un tramo que al andar de los años me regaló varias capturas. Cardúmenes de muiles parecían perseguirse a medias aguas. Otros me daban un susto en las orillas. Entre las cebadas de esguines plateaba de vez en cuando un pez que se dejaba seducir de lejos por mi efemerita, se daba cuenta del engaño al acercarse y se piraba espantado más veloz que una saeta. Puse una copia de las moscas que derivaban, unas menudencias amarillentas. Lancé por debajo de unas ramas que casi tocaban el agua y moví ligeramente la puntera. Mi bajo de línea, que empieza con 1,50 metro de trenzado fino, conviene para este tipo de trampa. No acierto siempre pero en esta ocasión, sí. La mosca saltó como si fuera viva y fue tragada en el acto por un pez que resultó ser una trucha que no pasaría de 25 cm. Al cobrarla experimenté una extraña sensación de calma recobrada. Repetí varias veces el lance pero sólo aparecieron algunos esguines más. Empezaba a oscurecer y regresé a la cola del pozo que había cruzado una hora antes. Desgraciadamente estaba ocupa-
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da por un mosquero. Charlamos un rato y le pedí permiso para cruzar detrás de él. Más abajo vi la gorra de otro pescador. Sólo me quedaba una corriente que nunca me dio peces. Por si acaso quise poner un tricóptero. No sé cómo pudo ser pero fallé 3 veces el nudo de mosca a pesar de una buena luz de mi linterna frontal. Como soy algo cabezón cambié el tipo de nudo que por fin apretó sin deslizar como pasó con los precedentes. Era de noche ya. La corriente sólo era un espejo sin la menor señal de vida. Decidí marcharme. Anduve sin pescar hasta el pozo donde empieza la senda que sube hasta la carretera. En la margen derecha del pozo siempre hubo un remolino más o menos marcado según el nivel del agua. No se puede dejar de observarlo a cualquier hora, es casi una obligación. Iba a doblar la caña para entrar en la senda cuando veo en la umbría algo que no es un movimiento de muil. ¿Habrán salido algunos peces a comer? ¿Comerán caenis? No puedo cambiar ahora mi tricóptero, gigantesco si se compara con lo que he visto derivar toda la tarde. ¡Qué más da! Lanzo mi mosca hacia una zona luminosa y hago que raye la superficie para medir más o menos la distancia. Cuando creo que he sacado suficiente línea de mi carrete apunto hacia las cebadas, animo un pelín y en el acto
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Tricobecada
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clavo a ciegas un pez que se dispara con fuerza hacia las raíces de un sauce. No tengo más remedio que bajar la puntera y aguantar preocupado por si el nudo improvisado algunos minutos antes en mi 0,10 va a partir o no. Pues no, poquito a poco a la luz blanca de mi linterna acerco el pez a la sacadera y finalmente entre patinazos, rodillazos, ver y no ver lo cobro. Es una hermosa trucha del Sella que pasaría de 40 cm. Y de repente me siento otra persona, de repente me siento un pescador que acaba de acertar en su arte en una situación compleja. Ya es hora de marchar, también sale el joven que pescaba por la otra parte del pozo. Le comento lo que acabo de vivir con emoción. Él me ayuda a subir por la senda llena de zarzas y le regalo el tricóptero “becada” que acaba de deleitarme tanto. En el camino de regreso me pregunto porque dos peces, sobre todo la última pintona, me han devuelto la moral, porque mañana saldré con la certeza de saber pescar. También pienso que si la pesca a mosca no me deparase casi de continuo tantas sorpresas y emociones la habría dejado hace rato haciéndoles caso a mis piernas que piden compasión.
Devolución
¿Carne o carnina? Mis amigos leoneses me traen de cabeza. Cuando estoy pescando sin gran resultado, lo que ocurre más de la cuenta, me aconsejan por unanimidad poner una efémera color carne. Será un color muy especial porque no consigo identificarlo. Si nos referimos a la carne del cuerpo humano aparece una diferencia enorme entre la mano y la frente, para dar un ejemplo decente. Hace poco estaba pescando con un personaje singular y muy simpático que se expresa más por aspavientos y exclamaciones que por palabras concretas. Él también quería que pusiera un mosquito de “carre carre” es decir “carne”. Abrí mi caja de moscas secas para que buscase él mismo el artificial adecuado. Después de un largo rato de observación denegó tristemente con la cabeza y yo tuve que aceptar la dura realidad: Entre las 500 moscas y alguna más que llevo encima no había la famosa carne. Al día siguiente pedí tímidamente a otro mosquero que me apagase el fuego de la curiosidad y me enseñase aquella famosa mosca. Él, enseguida, con su acostumbrada generosidad me regaló 2 mosquitos de CDC con un cuerpo de un amarillo raro, un amarillo que no se parecía exactamente al de mis moscas, algo como un amarillo claro levemente sonrosado. Ésa era pues la famosa carne y en el acto me di cuenta de mi error, no se trataba de la carne de un hombre blanco sino de un ser humano oriental de tipo japonés pálido. Desgraciadamente quedaban zonas todavía nubosas, como cuando las nieblas de la mañana empañan las raseras de los ríos, y a medida que yo quería aclarar mis dudas todo se me volvía más complejo. Para colmo de confusión un mosquero de las orillas, de los que, con la caña en ristre, se paran a mirarte ostentando la sonrisa del que sabe, me enseñó otra mosca de color similar y diferente a la vez, añadiendo, como evidencia indiscutible, que en las emergentes no importaba tan-
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to el color del cuerpo pero sí el de la exhuvia que siempre tenía que ser de color carne. Una noche en un bar comenté mi incomprensión por no decir mi ignorancia. Otro simpático amigo, fumador empedernido, me dijo entre dos bocanadas de humo: “No te preocupes más, que mañana te traigo yo el hilo color carne para que montes un par de moscas” ¡Bueno! La cosa parecía avanzar, digo parecía porque al día siguiente aquel buen hombre abrió en la barra del bar un sobre encerrando las muestras del famoso hilo empero... ¡Oh sorpresa! ¡Oh duda insolente e insoluble! en vez de aparecer una muestra, del sobre salieron dos. Es cierto que la primera reproducía aquel amarillo japonés del primer ejemplo pero a su lado venía otra muestra de un hilo que tiraba a salmón sin ser exactamente así. Ante mi sorpresa aquel amigo me dijo: “Ahí lo tienes todo, el carne y el carnina. Monta la misma mosca en los dos colores y mira luego la que mejor funciona.” Después de quedar pensativo un rato decidí confeccionar los tan intrigantes mosquitos que, dicho de paso, no me parecieron muy distintos a algunos artificiales míos y salí al día siguiente a pescar el coto que me había tocado, el de Villarroquel. La zona que más me gusta es la cabecera del coto cerca del pueblo de Mataluenga donde tengo recuerdos de gratos paseos y grandes pescas en aquellos tiempos en que éramos pocos los mosqueros y nos observaban los ribereños no se sabe exactamente con que sentimientos. Lo cierto es que en alguna ocasión, un chico, que años más tarde me trataría con sincera amistad, volvió al pueblo para avisar a su padre de que allá donde termina el coto “hay un cabrón de gabacho que se está inflando a pescar truchas” . Según mi costumbre entré, pues, en la tabla de arriba algo difícil de pescar por haber subido mucho el nivel del agua. Es difícil de entender porque no se podría llegar a un acuerdo para permitir el regadío sin perjudicar a los pescadores que pagaron los cotos y a veces no pueden entrar en ellos. Total, aquel día, con el agua hasta el pecho pude explorar la tabla. Cuando las aguas heladas de la pantanada empezaron a templarse algunas truchas subieron a comer tímidamente en la película superficial sin que haya
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manera de identificar lo que elegían ya que, como siempre, quedaban indiferentes a varios insectos que iban derivando. Empecé probando mis moscas con los resultados habituales, “Muchas varadas y pocas nueces”. No podía encontrar un momento más adecuado para probar la famosa “carne”. La efémera no tuvo más éxito que la amarillenta mía. Puse luego la emergente que me pareció funcionar un poco mejor aunque no me dejó satisfecho. Me quedaba una tercera opción y era bajar el tamaño atando una ignita de cuerpo carne montada en un anzuelo del 20 con dos alitas. Flotaba muy bajo. El resultado fue espectacular, vi algunas truchas desplazarse de más de un metro para tragar el engaño. Aunque la ciencia de la pesca está hecha de conocimientos exactos, no deja de ser una ciencia inexacta y tal vez en ello radica su encanto. Nunca podré afirmar si este artificial es tan efectivo como me pareció aquel día porque pudo incidir la hora, la temperatura, el tramo que era la punta de aquella tabla, el volumen del mosquito, la fe del mosquero etc... pero lo cierto y recierto es que quedé convencido de que una de la mejores moscas para pescar en los río de León es esta pequeña ignita. En la foto de mosca artificial que adjunto a mi relato se ve el modelo que me parece más parecido a lo que ahora considero color carne. Aun así no me extrañaría que alguien al estudiarlo dijera: – “Eso no es el color ‘carne’ y del ‘carnina’, ni hablar”. Como en las cosas de la pesca nada termina nunca, la fatalidad quiso que en otro bar me encontrase con otro mosquero leonés conocido por sus proezas especialmente en competición. Con mi curiosidad habitual le pregunté que mosquitos artificiales solía usar con más frecuencia. La imprevisible respuesta fue la siguiente: – Mira, Guy, no le des más vueltas al tema, en León se pesca con dos moscas y punto en boca. – ¿Sólo dos moscas? – ¡Síí!
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(El “sí” lo arrastraba con toda la convicción del mundo, como quien va a revelar una imperiosa verdad) – ¡Si Señor! En León se pesca con efémeras de color carne, o con tricópteros clásicos de varios tamaños y nada más. Conclusión para hoy: Si una mosca carne o carnina no puede hacer la primavera, en cambio los tricópteros valen para toda la temporada.
Carne o carnina
Perforando el hielo Al volver de la Unión Soviética, donde estuvo observando con Pablo Neruda a los pescadores árticos, Manolo quiere pescar en el hielo. En pesca hay mucha gente que quiere imitar a los demás. Encuentra un sitio fenomenal cerca de su casa en León. Es invierno y en León los inviernos son de miedo. Es cuando se fabrican los niños. Total abre con mucho trabajo un agujero y cuando va a meter el sedal y el anzuelo, oye una voz desde lo alto que le dice: – ¡Ahí no hay peces! Desconfiado que es, prueba a pescar y no tiene resultado. Convencido al fin, camina otro poco y abre otro agujero donde va a meter el sedal y el anzuelo cuando oye, otra vez, la misma voz desde lo alto: – ¡Ahí tampoco hay peces! Porfiado, prueba un rato, sin que ninguno pique. Se levanta, camina algo más, y va a abrir otro agujero, cuando la voz le dice: – ¡Tampoco ahí vas a encontrar peces! Manolo, disgustado, le replica a la voz: – ¿Y tú, cómo sabes tanto? ¿Eres Dios acaso? – ¡No! ¡Que no! Pero soy el gerente de la pista. – ¿De qué pista y de qué cojones hablas? – De esta pista donde pescas ¡Es pista de patinaje sobre hielo!
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La Llamada Me llamó esta mañana cuando iba a pescar Fue una voz de campana una onda indecisa subiendo de aquel mar desconocido de aquellas tierras vírgenes escondidas más allá de las fronteras de mi alma Tuve que abandonarlo todo mis ríos y mis peces mis casas y mis vergüenzas tuve que desnudarme vestirme con las nieblas del frío amanecer para correr hacia ti POESÍA sabiendo que eres como siempre aquella gota salada aquel grano de arena que nunca puedo atrapar
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L’ appel Elle m’ appela ce matin sur la route de l’eau Vieille voix de clocher onde indécise qui montait de cette mer inconnue de ces terres vierges cachées au-delà des frontières du cœur J’ai dû tout abandonner mes poissons et mes rivières mes maisons et ma fierté j’ai dû me mettre nu et me vêtir des brumes froides de l’aube pour courir jusqu’à toi POÉSIE En sachant que tu es comme toujours cette goutte d’eau salée ce grain de sable que jamais je n’arrive à saisir
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Canción en la Brisa Me dicen listo mas torpe soy como mata de hierba doblada por el viento Sur Inteligente es el que entender sabe las trampas del camino las incógnitas del mar las preguntas de los vientos los misterios del amor Yo no soy más que un pastor sin ovejas tocando mi flauta hacia el infinito intentando alcanzar las oscuras galaxias con mi caña de pescar Me dicen listo mas no entiendo el Por Qué de la vida o tan poco que es una desgracia Soy un minusválido de las altas cumbres mi canto rueda y se pierde por las estrellas…
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CAPÍTULO II
Río Arriba
“ (...) Y cuando te marchaste, sin prisa, con elegancia, moviendo la majestuosa cola como una dama su falda, tuve el sentimiento de que el mítico río me acababa de regalar algo especial, algo para mí solo, un secreto entre él y yo, como si quisiera que nadie se enterase, o tal vez como si quisiera darme una fina lección de vida. ” Linda marrón (Poema en prosa)
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La lectura del agua No soy de los que tienen muchos secretos. Siempre contesto las preguntas sin disimular nada porque la disimulación no es de mi temperamento y también porque creo que nadie me podrá quitar algo propio de cada pescador, tan importante para mí que ya toqué el tema en varios escritos, quiero hablar de la Lectura del Agua. Hoy añadiré algunas páginas más sabiendo que este tipo de libro sólo se terminará cuando los ríos dejen de sonar. Me encanta leer el agua. Cuando fumaba no sacaba nerviosamente un pitillo de su paquete ni lo fumaba a ritmo de locomotora. Eso nunca. Me sentaba en una piedra, no en cualquier piedra sino en una roca grande de donde podía otear una gran extensión de río. Entonces cogía mi petaca y empezaba a liar meticulosamente un cigarrillo de tabaco Caporal del que un amigo mío, gran fumador de “camélidos” americanos, decía que era el contrario de la civilización. Solía empezar por una lectura rápida, mientras liaba el pitillo, y luego detallada cuando lo aspiraba con delicia. Las primeras páginas eran las más fáciles de descifrar, eran todo lo que se veía directamente, alguna postura a prospectar e incluso algunas cebadas que posiblemente no se hubiesen producido sin este tiempo de silenciosa observación. Calculaba desde que punto tendría que lanzar y posar la mosca para que su deriva sea engañosa. Luego intentaba analizar la parte ilegible a primera vista, las páginas ocultas y sin embargo tan importantes por las sorpresas que pueden ocasionar. Todos estos ejercicios de lectura del agua intentaré resumirlos ahora, sin orden de prioridad ya que en el mismo río varían constantemente en función del tramo que pescamos:
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La Venganza de la trucha
Leer los fondos
Cuando las aguas tienen una buena transparencia es provechoso leer los fondos. Todo lo que puede ser un escondrijo para los peces, piedras de varios tamaños, troncos sumergidos, cualquier refugio posible, se merece una meticulosa prospección. La costumbre de observar la profundidad desarrolla la percepción de cualquier forma particular y entre ellas la de los peces con tal que los veamos antes que ellos nos sientan. Es una garantía de no perderse ninguna oportunidad de engañarlos bien sea a seca o a ninfa. Recuerdo una gran chapa metálica que, hace años, vino a parar cerca del puente de la Utrera en el río Omaña, hueca por debajo. Era impresionante acechar a pleno sol la cantidad de truchas que iban y venían alrededor de este insólito albergue y era muy emocionante, al lanzar una ninfa en la puerta, ver un repentino relámpago de sombra que al desvanecerse doblaba la puntera de la caña. Unas cuantas truchas “chapistas” salían a la orilla para almorzar. Si, por
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casualidad alguna entraba a la mosca, se sabía de inmediato hacia donde huiría, observación utilísima cuando se pesca un pez grande a la vista o a cebada fija. Desgraciadamente, en aquella parte del Omaña el bendito progreso cambió el antiguo sistema de riego por otro más moderno que acabó con la larga y excelente zona libre que sobrevivía hasta la unión con el Luna. Las aguas furibundas en sus crecidas se llevaron la chapa, que era lo de menos, pero también la vegetación de las orillas. Modificaron, y siguen modificando cada año, el cauce del río en detrimento de las poblaciones piscícolas.
Leer la superficie Todos sabemos ahora que una mosca seca que draga es decir que raya anormalmente la superficie, menos en el caso de algún tricóptero al anochecer, sólo produce desprecios o rechazos. Sin embargo interviene otro elemento bastante complejo de controlar. Según su volumen, su peso y según la vena que los lleva los insectos tienen una velocidad de deriva diferente es decir que nuestra imitación tendrá que bajar de la misma manera. Sólo lo conseguiremos si sabemos elegir el artificial adecuado (acordándonos de que el anzuelo también tiene su peso) y si sabemos determinar el punto preciso de la posada. Como ejercicio se puede lanzar un mosquito cerca de otro derivando y comprobar si bajan igual. Muchas veces veremos que hay una diferencia de velocidad, que uno de los dos es más rápido que el otro, que dos venas de agua vecinas generan velocidades muy distintas. Hay peces que sólo suelen comer en una sola vena como, entre otras diabluras suyas, el endemoniado reo. Los peces activos rebuscan las posturas donde las aguas arrastran más comida. Una de ellas es la unión de dos corrientes que puede resultar de la modificación del curso normal del río, de la reunión de dos brazos o de la llegada de otras aguas. Una de mis mejores pescas en el coto de Villarroquel la hice arriba del todo donde desemboca un canal en el Luna. La característica de este canal es que según las exigencias del riego queda seco a veces. Al soltarse el agua todos los bichos del cauce son arrastrados por la corriente y glotonamente devorados cuando salen al río.
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También los obstáculos superficiales de tipo tronco y palos, cantos y piedras, crean corrientes secundarias de interés. Las ocas, ranúnculos y compañía que están invadiendo nuestros ríos exageradamente, quedan, pese a todo, un refugio para los peces contra sus depredadores. Dificultan las entradas en el agua de los cormoranes y, no cabe duda, de los cebos de los pescadores. Sólo la mosca seca puede dar resultados, bien colocada, en los canales que se abren entre dos ondulantes hierbajos. Si por casualidad, aguas abajo, el fondo es más arenoso y despejado no podemos dejar de leerlo metódicamente porque es donde suelen colocarse los peces a comer, abarcando con su campo visual una mayor extensión de río que entre las protectoras raneras. Cuando el río se estrecha y forma una chorrera la lectura del fondo es casi nula por la gran agitación de las aguas superficiales. La técnica actual consiste en pescar las chorreras a ninfa. Sin embargo no se deben despreciar las aguas someras siempre que se adapte la mosca a la capacidad visual de los peces. Estoy convencido de que en aguas muy movidas los pequeños mosquitos, por muy imitativos que sean de la eclosión del momento, pasan desapercibidos mientras que un artificial esbozando por ejemplo un pesado escarabajo será mucho más efectivo. Mis experiencias confirman totalmente la teoría.
Agua difícil de leer
Leer las orillas La lectura de las orillas tiene como finalidad la búsqueda de los comederos naturales. Se hace a dos niveles. Pescando al agua es muy rentable afeitar el borde opuesto a nuestra progresión. Hay truchas que sólo se atreven a probar las moscas que rozan plantas, leños o raíces debajo de las cuales se esconden. Más allá no salen. Otras comen en los pequeños remolinos y restaños que en ciertos ríos se forman en la margen de más profundidad. Para tentarlas es preciso “atornillar” nuestro mosquito en estos mansos remolinos. No lo conseguiremos sino usando un terminal muy largo, más de un metro del 0,12 / 0,10. El segundo nivel es aéreo. Lo que no podemos olvidar leyendo las orillas es mirar la vegetación que las domina por los bichos que suelen caer de los árboles, arañas, larvas y demás. Cierto día en el coto “La Defensa” del río Narcea estaba observando el pozón que hay más o menos a la mitad. A la entrada del pozo se produjeron varias cebadas. Las estuve pescando, largo, rato sin resultado hasta que me fijé en unas ramas de alisos que, aguas arriba, casi tocaban la superficie. Me acordé entonces de un ribereño del Sella que me enseñó algún día el coco negro que se cría en las hojas de estos árboles. Tenía una oruguita parecida en mi caja. Sólo una que até y lancé en el acto. Al posarse fue inmediatamente tragada por un reo que después de algunos saltos plateados desapareció para siempre. Durante toda la tarde no tuve más remedio que... comerme el coco. Sobre este tema de hoy que siempre me preocupó mucho tanto como mosquero que como monitor y desde luego como escritor, mi conclusión provisional (dirigida esencialmente a los incontables noveles apasionados por la pesca a látigo) sería que me parece imprescindible definir una metodología, algunos criterios básicos, a la hora de entrar en el río y convencernos de que saber lanzar perfectamente y tener la mejor parafernalia de moda no tiene nada que ver con la ciencia de la pesca, más o menos intuitiva en cada uno pero que, en todo caso, se mejora por una metódica Lectura del Agua.
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A pez visto “El Arte de Mirar radica en saber discernir formas y tonos en un medio líquido” Marcelo Morales (Articulista en la revista argentina “Aire y Sol”)
Después de más de 45 años manejando el látigo, la situación que sigue emocionándome, tanto como la pesca a mosca seca de una cebada, es la pesca a pez visto que generalmente se suele practicar a ninfa esto es con una clavada mucho más imprecisa que en superficie. En tal caso es imprescindible no sólo aprender a ver los peces antes de lanzar sino también a tener en cuenta otros factores determinantes en la captura.
Saber Mirar Es cierto que para ver un pez las aguas tienen que estar claras y transparentes puesto que cuanto más altas están más difícil es leer el fondo. He notado que algunos pescadores se arrojan al río con ruido y prisas es decir que sin darse cuenta siquiera ahuyentan a todos los peces orillados o cercanos. En todo caso, y más todavía si se reúnen las condiciones de pesca a pez visto, es imprescindible entrar con pies de plomo y deslizarse luego como una garza. El mejor método, para divisar lo que en un primer tiempo pasa desapercibido, consiste, conforme vamos progresando, en barrer con la mirada todo el espacio posible intentando definir cada elemento del fondo convenciéndonos de antemano de que las truchas tienen una gran capacidad de mimetismo. Las que suelen comer en fondos claros tienen una librea clara mientras que las que viven en zonas sombreadas o entre cantos lóbregos tienen una librea oscura. Es la típica trucha de los pequeños ríos de alta montaña.
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También recordaremos que algunos peces son menos visibles que otros. El reo, ese demonio, es más difícil de distinguir que la trucha por tener capacidades miméticas superiores. Me acuerdo de cierto día en el coto del Pilar en que vi sobre el fondo una trucha que podía dar la medida del Concurso (25 cm.) Le tiré una ninfita y la vi acercarse. Clavé por intuición y casi inmediatamente se disparó por los aires un reo inesperado que por suerte terminó pronto en mi sacadera... un reo bienvenido, más rápido y voraz que la trucha, que me llenó de alegría pero me dejó un mal sabor de boca por no haber sido capaz de localizarlo primero. Tampoco vemos con facilidad los peces pegados a las orillas disimulados entre elementos vegetales y menos todavía los que se quedan en las sombras que se merecen una observación metódica.
Distancia e Iluminación Cuántas veces al concentrar mi atención en un pez di un paso más y quedé con la mosca en vilo. La evaluación de la distancia posible entre el pescador y el pez es una seria dificultad. Puede reducirse si el pez está en actividad es decir, como en superficie, menos atento al peligro. Una trucha posada en el fondo sin moverse es mucho más problemática. En los días de sol la primera cosa que debemos averiguar es la proyección de las sombras. El sol puede ser nuestro amigo o nuestro enemigo. Es nuestro amigo cuando la incidencia de sus rayos nos permite ver mejor todos los detalles del cauce. Nos ayuda especialmente cuando nos pega de lado borrando hacia atrás cualquier sombra, cegándonos quizá en ciertos ángulos pero cegando también las truchas puestas que se dejarán engañar con más facilidad. Los mosqueros de la región de Lyon en Francia, expertos muchos de ellos en la pesca a pez visto en el río Ain, prefieren los días de sol a los nublados, contrariamente a una opinión frecuente [1]. Curiosamente en León varios ríos como el Órbigo o el Porma, ofrecen posibilidades similares de pesca a pez visto al mediodía solar. El sol es nuestro enemigo cuando nos pega a la espalda y delata
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nuestra presencia al proyectar nuestra sombra o la de la línea, inclusive la sombra del terminal por muy fino que sea. Una sombra en movimiento es un auténtico “espantatruchas”, podemos intentar no obstante que se quede fuera de la famosa ventana visual del pez, bien definida técnicamente en los libros [2], pero finalmente a la apreciación más o menos acertada del pescador. Para la sombra proyectada de la cola de rata no hay remedio excepto lanzar a buena distancia lateral de nuestra presa esperando que, al bajar, la ninfa entre en el campo visual lateral y se produzca el ataque.
Las ninfas y su presentación A pez visto las ninfas plantean dificultades de posada, bajada, deriva y clavada. Con aguas bajas suelen ser ligeras de forma que apenas se noten al romper la superficie y caigan muy suaves, como una gota de lluvia que el mosquero pueda localizar sin que la trucha se asuste. Cuanto más fino es el hilo y más compacta la ninfa más rápida es la bajada. Cualquier aditivo al cuerpo de tipo exhuvia y demás pelos frena primero la bajada y luego la deriva. Al pescador le toca elegir
Ninfa cobre
el engaño que mejor cumpla con su cometido en el lance considerado. Es cierto que las aguas en movimiento no piden las mismas ninfas que las aguas lentas o paradas. La inolvidable Faisán Tail en varios tamaños y pesos, con cabeza metálica o sin ella, queda siempre muy efectiva. Respecto a la clavada es el único trance que sigue desconcertándome cuando pesco a ninfa. Claro que hay fases más fáciles que otras, por ejemplo cuando el pez sube o se desplaza para coger la ninfa, pero en otros casos no se mueve y sin embargo traga lo que pasa al alcance de su boca. Traga y escupe enseguida complicando la clavada exacta que finalmente depende más de la experiencia, de la práctica o sencillamente de la intuición.
Gafas y Vestimenta El éxito tremendo de las gafas polarizadas queda plenamente justificado pero tiene el inconveniente de que el pescador confía demasiado en ellas y se olvida de sus propias facultades de observación o de la posibilidad de desarrollarlas. A mi piscatorio entender, las gafas son como el resto del equipo al que se asigna una importancia inmoderada. Algunos de mis amigos se ríen callada o abiertamente de mi material rudimentario por no decir arcaico. Y a mí me place que de esa manera reconozcan que mis resultados, por muy claudicantes que sean a veces, sobre todo si hay una obligación de rapidez de movimiento, no tienen nada que ver con la parafernalia. Casi me parece más importante el vestir que las gafas. Creo en la necesidad absoluta de llevar ropajes que se confundan con el entorno con colores verdes o marrones discretos. Tenemos que recordar la lección de las truchas, rebuscar como ellas el mimetismo con las orillas. En verano es cuando hay que tener más cuidado por estar las aguas más transparentes y precisamente es cuando eclosionan pescadores en camisetas de todos los colores. Lanzar con una camiseta blanca o llevar una gorra vistosa equivale a tirar una piedra al río. Ni que decir tiene que los objetos brillantes están proscritos por ejemplo las anillas cromadas y hasta los tramos barnizados de las
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Tertulias de pescadores
El Órbigo en Villarroquel
cañas. Por algo los fabricantes utilizan ahora lacas mates. Ojo también con todo lo que, según la exposición, puede relumbrar, cortahilos en el chaleco, relojes de pulsera etc. En una palabra debemos eliminar cualquier tipo de reflejo. Hoy quise condensar mi experiencia de la apasionante pesca a pez visto, una experiencia más limitada en el tiempo que la pesca a mosca seca. Siempre se olvida algo, tal vez aquí un elemento psicológico, el que consiste en experimentar un sentimiento de probable fracaso al descubrir un pez de gran tamaño orillado a 10 pasos delante de nosotros. Y si empezamos a pensar que el hilo es demasiado fino o que el sol no es favorable o que aquel “tarugo” nos va a escapar entre las ocas, casi seguro que lo vamos a fallar. Creo sinceramente que en ello radica la diferencia entre pescadores del mismo nivel. El que duda va a fallar la captura con muchas más probabilidades que el que no duda movilizando todas sus energías y lanzando con una fe absoluta en el éxito.
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Nota nº1: “El día abrió magnífico y, por consiguiente, malo para pescar.” Miguel Delibes - Mis amigas las Truchas (Ed. Destino p.82)
Nota nº2: “...Se admite que la visión en los campos laterales es más borrosa que en la zona frontal, pero en los planos superiores los peces pueden distinguir formas incluso aéreas. Esta vista hacia el exterior se limita a una “ventana”, mejor dicho un cono...Se calcula que el diámetro de su boca varía según la profundidad y el eventual desplazamiento del pez, que cuanto más alto está el pescador más probabilidades existen para que entre en el perímetro visual....” Guy Roques - Mosquero Andante (p.71)
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Un porvenir de enanitos No creo que sea muy conveniente abrir un nuevo capítulo sobre las moscas para la pesca después de tantos escritos, de tantos libros sobre el tema. Mi idea no es añadir unos diseños más sino comunicar mi opinión, basada en mis vivencias año tras año a pie de río, sobre la evolución del comportamiento de los peces que se traduce por una correspondiente evolución en su elección de los insectos naturales. Cuando empieza la temporada las truchas aceptan las imitaciones que les proponemos por dos razones, primero porque acaban de vivir unos meses de tranquilidad sin más desconfianza que su recelo innato y luego porque tienen hambre y no desprecian ningún alimento, ninguna eclosión como las de los Bétidos que suelen tener un éxito tremendo.
Peces más selectivos Sin embargo, a medida que van engordando, los peces, como los humanos normales, no comen cualquier insecto sino que eligen entre los que les presentamos. Por más que les invitemos a varios platos combinados que, en los primeros tiempos, hubiesen engullido, se hacen más selectivos a la hora de tragar lo que les ponemos en la cambiante mesa de las aguas. Si la primavera no plantea problemas serios para un mosquero avezado, en cambio con el verano empiezan las situaciones complejas que culminan a finales de temporada. Durante muchos años, en los tiempos de Captura y Mata numerosos eran los mosqueros que colgaban la caña a primeros de julio o salían excepcionalmente a los tramos de alta montaña.
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Otro elemento fundamental que aumenta hoy la selectividad de las truchas es la Pesca Deportiva con devolución de los peces, trátese de los Captura y Suelta permanentes como en los Escenarios Deportivos o de los cotos tradicionales que alternan días Sin y Con Muerte. Lo mismo pasa en los embalses y reservorios en la temporada invernal cuando las arcoiris sembradas, en la mayoría de los casos en septiembre, aprenden a reconocer los bichos estrafalarios que les hieren la boca, agotan sus fuerzas en la pelea y vuelven a su elemento aleladas y estresadas.
Insectos Diminutos Como consecuencia lógica de sus desventuras todos los peces reaccionan de la misma manera, esto es despreciando los insectos de tamaños normales y prefiriendo los más diminutos que no les suelen dar tanto susto como los demás. Fuera de algunas situaciones inevitables, cuando su agresividad les hace perder el control, como en las eclosiones de Pardones en los ríos leoneses, los salmónidos son más sensibles a lo que llamo “los enanitos” es decir insectos diminutos cuyas imitaciones no se pueden confeccionar sino en anzuelos apropiados del 20 o 22 y hasta del 24 según las marcas. Por orden de importancia se podrían hacer las siguientes distinciones aunque siempre es discutible distinguir entre dos microbichos del mismo volumen y color.
Los Dípteros Es un orden de insectos que supera en cantidad de especies a todos los demás. Existen familias terrestres como la mosca común y otras acuáticas. Todas se caracterizan por tener sólo un par de alas. Los hay muy grandes como los tipúlidos y otros microscópicos como los simúlidos que suelen tener unos 3 milímetros de largo. Los conocimientos entomológicos siempre pueden ayudar a fabricar imitaciones pero lo más importante es, a mi juicio, la observación de las eclosiones.
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Hay dípteros de cuerpo oscuro, marrón, verdoso o claro. Un díptero artificial parecido en volumen y color a los que vemos derivar engañará más fácilmente una trucha que el mismo mosquito más grande. En algunos casos, cuando varios intentos quedan misteriosamente infructuosos, puede resolver el enigma una imitación de hormiga montada en un azuelo del 22. Es exactamente lo que me pasó en la última temporada en el coto Sin Muerte de Pola de Laviana debajo del puente de Arco.
Los Quironómidos Pertenecen al orden de los dípteros pero se merecen una atención aparte ya que desempeñan un papel importante en la pesca de aguas paradas, reservorios y demás. Los quironómidos tienen los habituales estadios de desarrollo: Larva Ninfa Imago. La larva es el famoso Vers de Vase palabra francesa que significa gusano del cieno porque se cría en los fondos fangosos. Su imitación (color rojo, marrón o verde) para pescar los reservorios con línea hundida no carece de interés pero es mucho más atractivo imitar las ninfas o Buz-
Enanito (El Sotrondio)
zers perseguidas durante su ascensión y tragadas con preferencia al romper la superficie donde quedan un rato como suspendidas y se llaman entonces Suspenders. Los imagos tienen el aspecto general de un mosquito común. Suelen ser de color negro, crema, verde. Su vida es brevísima, indicación muy interesante para pescar en los ríos donde la mejor imitación es el spent (cadáver con alas extendidas) ya que hay legiones de ellos que a veces van derivando y es cuando se ceban las truchas.
Los Caenis Aunque se trata de una pequeña efémera con dos alas anteriores, quedando las posteriores atrofiadas, la pesca con Caenis se parece a la pesca con quironómidos. Estos “enanitos” miden como máximo 5 milímetros. Los que los miran con lupa dicen que se les nota el tórax negruzco y el abdomen crema. Lo cierto es que en los imagos las hembras tienen cercos cortos y los machos cercos larguísimos. Hay varias teorías sobre sus eclosiones que son más intensas en verano.
Caenis
No creo equivocarme mucho diciendo que los dos momentos más propicios son el amanecer y el oscurecer. Cuando los reos de los ríos asturianos empiezan a cebarse de caenis son tan imprudentes en su glotonería que se los puede ver muy cerca del pescador pero es muy difícil que se equivoquen y coman otra cosa que el enanito natural.
Precauciones Especiales Lo que ocurre en todos los casos de mosquitos enanos es que nos resistimos a montar en anzuelos tan pequeños por miedo a que no claven y también porque nos obligan a usar un hilo terminal adecuado es decir muy fino, un 0,10 y hasta un 0,8. Las roturas son numerosas por la fragilidad del material y el pescador que falla se pone cada vez más nervioso. Si embargo podemos tomar algunas precauciones para limitar las decepciones. Tenemos que cuidar especialmente: • La calidad del nailon: elasticidad sobre todo. • La resistencia de los nudos que pueden variar según las marcas de hilos. • El largo del terminal: 1 metro como menos. Nota: Según Pascal Cognard es importante que la marca del hilo terminal y la del 2º tramo sea la misma. Su mayor criterio de elección de la marca es la elasticidad.
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Vicio o picardía Hablando de un chico seleccionado a duras penas en el equipo de Francia B de Pesca a Mosca, Pascal Cognard me dijo algún día: “Fulanito lo tiene todo perfecto, sus cañas, sus carretes, sus colas de rata, sus moscas, sus bobinas, en fin todo, bien organizado y disponible a cada momento, además su estilo de pesca es muy pulcro, lanza y posa muy bien la ninfa o la seca pero (¡Ay! ¡Qué buena vida tendríamos todos sin estos PEROS que se tendrían que escribir con R doble porque siempre muerden!) Fulanito, decía, domina todas las técnicas y modalidades PERO... no tiene vicio”. Andamos bien, ahora para sacar peces paciencia y ciencia, cansancio y constancia, no sirven; también hay que tener vicio. ¿Qué quería sugerir Pascal con tan insólita palabra en materia de pesca a látigo? ¿Qué es eso lo de tener vicio? No creo que sea decirle a otro pescador que en el tramo no hay nada porque lo redaron los furtivos cuando sabemos que no pasó ni un “lanzaprado”. No creo que sea un intento de engañar a los demás, defecto más común de lo que uno imagina. Para mí tener vicio puede ser ponerle una pizca de malicia a nuestra técnica como la cocinera le pone una guindilla a la olla o sencillamente manifestar pescando la tan española picardía. Reconoceremos primero que hay una forma clásica, ortodoxa, de prospectar las aguas, trabajando las corrientes, observando el cauce de los ríos con sus piedras, sus ramas, la característica de sus fondos, la profundidad de cada tramo, todo lo que puede determinar la secreta mansión de los codiciados habitantes del agua. Cuando hay mucha presión de pesca y no sirve correr pues está todo el río permanentemente ocupado suelo sentarme a observar como pescan los demás. He notado varias veces que algunos mosqueros abandonan una buena postura después de trabajarla como saben y sin que se les ocurra algo nuevo, algo insólito y hasta descabellado.
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Por ejemplo vemos una cebada debajo de unas ramas tocando casi la superficie, un sitio prácticamente inaccesible, sabemos por experiencia que por más que nos arrodillemos y estiremos la línea a ras del agua el resultado tiene todas las probabilidades de ahuyentar al pez por una posada torpe y ruidosa. Así y todo lo intentamos y...adiós cebada...y recuerdos inconfesables para los padres del pez. Si le echamos una pizca de picardía a este caso, subiremos mucho más arriba de la postura, entraremos a la mitad del río con pies de plomo, no sin haber observado previamente que no pisamos otras posturas, y lanzaremos una mosca desde allí controlando su deriva de manera que entre por debajo de las malditas ramas y se presente lo mejor posible. Pobre trucha si la pesca algún elemento conocido mío. ¡Ojo! Hay que templar mucho el pulso porque corriente abajo es más fácil romper que clavar. Paso a otra experiencia interesante. Progresamos a mosca seca por una margen del río y vemos a la mitad una trucha comiendo delante de una piedra, situación idílica cada día más escasa pero que se da todavía; me sucedió cierto año en el coto de Felmín (río Torío al norte de León). Al lanzar de lado sobre la marcha corremos el riesgo de que una vena de la corriente, incluso muy pequeña, despierte al gran enemigo de la captura, el mortífero dragado del artificial. La picardía en este caso consiste en despreocuparse del pez para concentrar nuestra observación en las aguas en previsión de la mejor manera de presentar la mosca. Y si quedan demasiadas dudas siempre podemos tomarnos el tiempo de colocarnos sigilosamente y a distancia razonable detrás de la piedra en la que posaremos la punta de la cola de rata de manera que la mosca caiga naturalmente, como parachuteada, en el campo visual de la trucha. Repetiremos la misma operación cada vez que localicemos o simplemente maliciemos la presencia de un pez, cerca de un obstáculo, piedra, rama, ova, etc.... Último ejemplo por no aburrir. Gracias a las diabólicas gafas polarizadas hemos visto una pintona subir a la mosca seca y zafarse sin tragarla. Es totalmente inútil repetir la misma presentación porque en pesca como en amor las mismas causas producen los mismos efectos. En este último caso lo que más es de lamentar es la ausencia de efecto pero no conviene hoy seguir pulsando ese botón. Para
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engatusar una trucha que rechazó se pueden intentar dos cosas. Primero lanzar a la postura nuestra mosca de manera que salte o simplemente se mueva en la superficie (eso se puede conseguir moviendo la puntera de la caña o jugando con las olitas de la corriente). Se repite 3 o 4 veces la añagaza y luego se vuelve a una deriva normal. Con un poco de suerte el inocente pez no aguanta más la excitación y se dispara a comer. La segunda cosa que se puede intentar, creo yo con mayores posibilidades de éxito, es cambiar la seca con una ninfa ligera que sólo rompa la película del agua. Es fácil que la trucha, más confiada debajo de la superficie, se deje engañar. Si resulta algo complejo definir el vicio en la pesca en cambio no es tan complicado explicar la falta de vicio en relación directa con las falsas creencias. Cuando toco ese tema siempre recuerdo lo que me pasó hace varios decenios a orillas del Cares. Al verme sacar un reo un mosquero, a primera vista imprudente con su gorra blanca y brillos en el chaleco, se me acercó para preguntarme que mosca usaba. Sin comentarios le enseñé un artificial amarillento que había confeccionado imitando las moscas naturales que bajaban entonces por el río. Después de mirarla con atención el hombre me dijo: – ¡Claro! La Rithrógena Ibérica – La Rithrógena Guy Roques (le contesté yo) Luego rebuscó un mosca parecida en su caja donde las había a manta y se fue a pescar la cola de un pozo de aguas muy bajas donde con evidencia no había peces. No se le ocurrió lanzar cerca de unos palos pegados a la orilla de enfrente. Podemos decir en el caso de este mosquero que faltó totalmente de sentido del agua, de intuición, de la más elemental picardía. No quiero criticar su preocupación por la entomología pero queda bien claro que esta estimable e interesante ciencia no sirve mucho si es malo el conocimiento del río. Otro craso error a mi parecer es el exceso de preocupación por el material. Cuántas veces me observaron la caña, la cola de rata, el carrete y por supuesto las moscas. Cuando escribo estas líneas me encuentro en una situación extraña. Estoy en la Patagonia donde suelo pescar ríos que exigen un material potente, el que utilizo
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para lagos y embalses en Europa. Pues este año me encontré con aguas bajísimas que pedían un material mucho más ligero que, por querer salir siempre con la parafernalia mínima, no tenía a mi disposición. Tuve que pescar con mi caña 7/8 y mi línea WF 8 (cuando la lógica era caña y línea de 5) y me defendí igual que los otros años. Cuando vi que no podía cambiar la línea, modifiqué el bajo de línea alargándolo y equilibrándolo. El equilibrio de un bajo de línea es fundamental para el trabajo del artificial. Los bajos de línea deben variar según las aguas pescadas y según la mosca o el señuelo. Los de ninfa no pueden ser igual que los de seca, los de las aguas paradas no pueden ser los mismos que los de las aguas que corren. A partir de estos ejemplos, entre otros, vemos finalmente que el vicio de marras, no es más que una forma más artera pero también más ingeniosa para pescar un pez donde a primera vista era imposible o por lo menos complicadísimo. Hasta llegaría a decir que ese famoso vicio podría considerarse una virtud igual que la envidia o la crítica cuando son sanas es decir constructivas. Ese vicio no sé, o no quiero saber, hasta que punto lo tengo entrañado, mas lo que no da lugar a dudas es que para mí... para mí la pesca... sí que es un vicio sano.
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Cebada loca
Por el río Bedón Mediaba el mes de junio y no paraba de llover. Intenté pescar primero en el Cares sin éxito y luego en el Sella pero me aburrí. Bajaban los dos muy crecidos y helados. Para colmo, en el segundo, llegaron agresivos rebaños de incontroladas piraguas. Al volver al camping desanimado se me ocurrió mirar de paso la desembocadura del Bedón en la playa de San Antolín. Este río había hecho las delicias de mi juventud en todo su valle hasta la Huera de Mere pero hacía años que no lo practicaba por sucesivos veranos de sequía. Las lluvias de este mes de junio le estaban devolviendo su antiguo atractivo. En San Antolín las aguas, bastante tomadas la víspera, habían recobrado su aspecto habitual. Con la marea baja se puede pescar un buen tramo. Eran las dos últimas horas del día. Me disfracé y bajé por el camino. A cierta distancia me sorprendieron unos brillos plateados que resultaron emanar de varias motos bien ordenadas en fila cuyos dueños acababan de armar tiendas de campaña y estaban juntando leña para un fogón improvisado. Se veían latas de cerveza por doquier y se oía un idioma extraño, desconocido de mis escasas competencias. Pero lo que más me sorprendió fue una gran bolsa de plástico llena de peces. Acuciado por la curiosidad decidí preguntar lo que era. Un gordo con una sartén en la mano me enseñó el contenido de la bolsa, media docena de muiles pescados aquí cerca en la orilla del río donde se veían, abandonadas sobre los guijos, dos cañas de lance ligero. Supongo que los pescarían con el método habitual, con buldó y migajas de pan en los anzuelos. Quise hablar con ellos pero todos mis intentos quedaron abocados al fracaso. Lo único que comprendí fue que eran motoristas holandeses. Intenté aludir a su equipo de fútbol que la víspera había ganado contra Francia mas no me hicieron caso. Eran de la especie solomoto y maremoto. Había uno, semicalvo con larga coleta entrecana por atrás, doble percing en la ceja izquierda, pesado
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pendiente en la oreja derecha y una camiseta negra con inscripciones que dejaba ver tatuajes y fornido vello hasta en los hombros. Me pareció que quería preguntarme si me apetecía comer con ellos esos muiles pero enseguida me di cuenta de que sólo le interesaba saber si eran comestibles. Debió de pensar al observar mi atuendo que entendía de peces. Por señas y gruñidos intenté contestarle que en esa sartén nada, que con mucha sal y en las brasas del fogón se podían probar pero había que cortarles la cabeza, rascarles las escamas y luego tener cuidado con las espinas. El movimiento que hice con los dedos abiertos para representar las espinas produjo una cascada de risas parecidas a una cacofonía de cacerolas. Di la comunicación por imposible y me aproximé al Bedón. Como atraídos por un imán tres de ellos me acompañaron como sombras. Puse un tricóptero y peiné un remansito entre la corriente y las piedras de la otra orilla. Insistiendo un poco clavé una buena trucha que logré cobrar. Al devolverla sentí unas voces de protestas. De las tres sombras la del medio llevaba la mano a la boca y la de al lado pedía por señas que le regalase mis capturas. Un poco más arriba me subió un pez más grande que rechazó, un reo casi seguro. Luego hubo un tiempo muerto. En la última media hora del atardecer, siempre acompañado por los oscuros motoristas que de vez en cuando iban a repostar con cerveza su necesidad de combustible, empezaron las cebadas, numerosas e inesperadas aunque con muchos peces de pequeño tamaño. Comían una efémera que no conseguí identificar claramente aunque las alas claras y el cuerpo color carne recordaban una clásica ignita. Me sorprendió esta eclosión normal en agosto con el estiaje e inesperada en junio con aguas de primavera. Una vez más comprobé que con las contaminaciones todo va mermando, la talla de los peces y también de los insectos. ¿Cómo puede ser que en junio las truchas de León desprecien a veces el “pardón” a favor de mosquitos más pequeños... cuando se dignan en cebarse? Total entre ver y no ver empecé a cambiar de mosca y en efecto la más diminuta ignita que tenía en mi caja me proporcionó unos cuantos peces que, de todas formas, entraban muy mal. Si por desgracia no recogía la línea dejándola demasiado floja, las truchas se soltaban.
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Tertulias de pescadores
Al volver al coche pude husmear un asqueroso olor a pescado chamuscado mientras mis tres acompañantes explicaban con ademanes perfectamente inteligibles que existían en este país personajes algo chiflados que tiraban la pesca al río en vez de llevársela a casa. Por la carretera que sale de Posada el primer contacto con el Bedón se hace en Rales donde se ha creado aguas arriba del puente un Libre sin Muerte que es una auténtica escuela de pesca a mosca. Cuando entré en el río al día siguiente al atardecer vi numerosas cebadas que me parecieron bastante fáciles. Después de varios rechazos y una trucha robada por la cola, me puse nervioso. Lo primero que hice fue reducir el hilo a un 0,10 de verdad porque los hay que mienten que es una vergüenza. Ajusté la mosca a las que veía derivar, muy pequeñas : nuevos rechazos y una captura en un agujero. Finalmente me tranquilicé y me puse a observar los insectos que derivaban. Como siempre, pero casi nunca se me ocurre, la mayoría eran pequeños espents. Como tengo quinientas moscas encima y no las cuatro que tenía hace 30 años, después de perder tiempo en revolver, encontré finalmente un artificial imitativo. Era de noche casi. Fui bajando hasta el coche por el río lanzando aguas abajo hacia las cebadas y por fin saqué unas pocas pintonas desesperadas por haberse dejado engañar a pesar de saber tanto. Lo mismo pasa a veces con las personas.
Río Bedón en Rales
Flotando por el Sella Siempre me pregunté, como otros pescadores, lo que me pasaría al caer en un pozón que me cubriera o una corriente que me llevara. En varias ocasiones patiné o tropecé y me mojé, a veces completamente pero siempre con la posibilidad de levantarme y volver a pescar, o no, según la importancia de la mojadura. En las tertulias de pescadores había oído aventuras diversas a cual más amedrentadoras, del que tuvo que quitarse el vadeador para poder nadar, del que se ahogó en el Narcea por querer cruzar al otro lado en pleno desembalse, del que tuvo una hidrocución al hundirse en las aguas heladas del Cares, del que se agotó pataleando porque no sabía nadar, en fin varias historias que me dejaban pensativo sin explicar claramente lo que realmente ocurre cuando te traga el río con equipo y todo. Pues ahora tengo la respuesta. ¡Ojalá sea de cualquier utilidad para otros imprudentes, jóvenes o mayores si por desgracia se encontraren en una situación similar! Aquel día entré en un tramo de la parte baja del Sella entre Llovio y Arriondas. Suelo vadear por la rasera de un pozo que bordea la carretera y llegar a una mansa corriente que casi nunca me dejó bolo. Pero este año era excepcional por haber nevado y llovido mucho. Nunca había visto este nivel de agua a finales de junio. Entendí que el vadeo, habitualmente fácil, iba a ser peligroso pero la otra margen estaba sin pescadores y probablemente sin tocar. Quise creer que me esperaban varios reos. Todavía no sabía que la reomanía puede matar.
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Río Sella en la Requesiada
El baño A mi bastón de vadeo habitual le añadí otro por más seguridad. Metí carrete y caña en el peto hasta la cintura y empecé la travesía. No tuve problemas en la primera mitad de la corriente. Iba a librar la segunda mitad, a dos pasos de la otra orilla, cuando engañado por olas de superficie siento que mi pierna se hunde, (probablemente en uno de los hoyos que cavan las lampreas cuando frezan) que el fieltro patina, que los bastones ya no clavan y que me lleva la corriente. De repente, mirando hacia arriba, veo desde el fondo del pozo la claridad del cielo. Será un remolino, muevo los brazos con fuerza y consigo aflorar la cabeza para retomar aliento. Intento nadar pero no puedo. El cinturón del vadeador cierra el aire comprimido en las piernas que se transforman en flotadores. Acostumbrado a nadar de espalda en el mar me pongo con los brazos en cruz y veo desfilar varios alisos sin posibilidad de alcanzarlos. Respiro sin problema, no tengo miedo, a algún sitio llegaré. Me saco el sombrero que
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de milagro se quedó puesto y lo embucho en el peto, con la caña que tampoco se movió. Contrariamente a su mala costumbre queda mudo, “fieltrificado”, como congelado. Después de un descenso de unos 200 metros llego flotando a una curva de la margen izquierda, con pedruscos donde puedo agarrarme y me pongo de pie a duras penas. Lamentablemente, tengo que volver a cruzar hacia la margen derecha donde tengo el coche. No hay otra solución que flotar otra vez. Camino algunos metros para colocarme en la mejor vena de la corriente y me tiro al agua sin dudarlo. Otra vez desfilan las orillas pero pronto el río me lleva a un remolino sin profundidad donde suelto el cinturón y mientras el aire de las piernas sale borboteando el vadeador se llena de agua. Salgo por fin, mojado pero ileso con caña, bastón y... sombrero. Me siento en un talud de donde me echan las ortigas que me muerden a través de la camisa.
Los Daños Compruebo que los dos bolsillos de mi vadeador, garantizados estancos por el fabricante, están inundados y por tanto que están mojados el móvil y la llave del coche con mando a distancia. Yo nunca me llevo el móvil al río para que nadie me venga a desconcentrar pero la misma mañana un buen amigo mío que se preocupa mucho por mí y por mis escapadas solitarias me dijo: – ¡Coño! eres muy imprudente de salir a pescar solo, si cualquier cosa te pasa ¿quién te va a buscar? Nunca sabemos dónde te metes. Cada vez que intentamos ir a verte no te encontramos. Ni los guardas te conocen. Por lo menos llévate el móvil para poder sacarte de cualquier apuro. – Algo de razón tienes, te voy a hacer caso. Esta tarde me llevaré el móvil. Pero por favor no me llames. Resultado: móvil “jodido”. Por suerte la tarjeta SIM quedó intacta. Estropeado el circuito de la llave del coche. Perdida la cajita de grasa casera sujeta al chaleco para evitar abrir y cerrar cremalleras cada vez que quiero engrasar la mosca. Nada más pero menudo tra-
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bajo me esperaba con las cajas de moscas. Tuve que sacarlas todas, y se supone como quedaban: • • • • • •
los CDC apelmazados, los tricópteros alicaídos, las efémeras discapacitadas, los espents crucificados, las hormigas y los dípteros miniaturizados, las ahogadas y las ninfas en vía de subdesarrollo.
Después de secarlo todo metódicamente volví a colocar cada ejemplar en su sitio y me di cuenta de que había un montón de moscas inútiles, de esas de “por si acaso” que estorban más que nada. Fue una ocasión única para ordenar y clasificar cada serie de artificiales y mientras lo hacía me acordaba del dicho: “No hay mal que por bien no venga”. Ahora están juntas las famosas polacas tan efectivas en el tímalo como en el reo, los espents microscópicos que hacen milagros en el Carrión y los tricópteros “becada” para los emocionantes atardeceres en el Sella, la efémeras amarillo-huevo para las aguas verdes del Cares y la famosa “ladeguy” bautizada así por un pescador a
Mosca « ladeguy »
quien regalé una de ellas cierto día en Villafeliz y debo reconocer que él fue quien me llamó la atención sobre su efectividad años más tarde. Mi preocupación por inventar patrones nuevos me hace olvidar las buenas creaciones. Es un gran defecto mío. “Ladeguy” es una emergente de cuerpo verde con unas pocas fibras de CDC y nada más. Me van a decir con razón que este percance no hubiera ocurrido con las cajas estancas que se venden ahora. Pues a mí no me gustan por varios motivos siendo el principal que sólo utilizo cajas de doble tapa con interiores blancos donde se recorta mucho mejor el perfil de la mosca que sobre interiores grises. Después de esta experiencia única y nueva para mí, he llegado a las siguientes conclusiones que valen por consejos a los pescadores: • No ir a pescar un río caudaloso sin ser un buen nadador en cualquier posición del cuerpo. • Convencerse de que es inútil luchar contra la corriente. • Saber que el cinturón del vadeador al retener el aire transforma las piernas en flotadores que dificultan la natación pero permiten derivar como una balsa. • Llevarse siempre la segunda llave del coche que no suele tener circuito electrónico. • Preparar una caja con un muestreo reducido de moscas. • Asegurarse de que el móvil o la cámara de foto están en un estuche verdaderamente estanco. • No preocuparse más aceptando que morir en el río es, para un pescador “perpetuo” [3] un destino mucho más envidiable que una agonía en un hospital. Nota nº3: Nudos de Viento (Edit. Sekotia sep. 2007 p.100)
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Reomanía En varias ocasiones hablé de mi “reomanía” y todavía hoy no sé si es una pasión o una enfermedad la que me obliga a perseguir los reos donde los haya. Conozco a otros pescadores que se obsesionan por el salmón. Tengo compañeros de pesca que no aguantan los bolos o magras capturas de reos y se dedican casi exclusivamente a perseguir las truchas. Salen a los tramos libres o a cotos trucheros y se olvidan de lo demás. Yo me estoy preguntando lo que hubiera pasado si en el año 1979 no hubiera descubierto en el Cares que había un pez extraño capaz de llevarme a replantearme todos mis conocimientos en pesca a mosca. Además creo que todos mis progresos en pesca se los debo a él y a la competición. Los poetas necesitamos una musa para nutrir nuestras inspiraciones. Para mí el reo ha sido y es el pez que abierta o calladamente está presente en gran parte de mis escritos. Pensaba que con el tiempo y la edad mi “reomanía” crónica se iba a aliviar pero sucedió todo lo contrario. Empeoró sensiblemente este último verano por contagiar un virus que vino a agravar algo ya bastante grave en sí. Esta nueva “reomanía” probablemente influenciado por la pandemia de moda, he decidido llamarla: “Reomanía –A–” Por culpa de este nuevo virus cuando estoy cerca de un río “reífero” me siento inmerso en otro universo. Todo lo demás, incluso las obligaciones de la vida ordinaria, me pone nervioso. Perdí la venta de una vieja caravana porque no quise ir a Francia a buscarla. Me la pagaban bien y sólo tardaría 36 horas pero había entrada de reos en el Cares. Es más, puedo mostrarme agresivo con gente que ponen mucho interés en temas que me dejan indiferente o que me sacan de la “reosefera”. Si me hablan de fútbol o de política, por ejemplo cuando, en este momento de la historia, me piden comentarios sobre los hechos y milagros del presidente Sarkozy
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(al hablar de milagros todos me entenderán) me invade el sopor de la siesta. Entro en una forma de autismo que desespera a mi mujer. Todo me aburre pero cuando llega la hora de salir y me encuentro en mi coche rodando hacia un incierto destino soy otro hombre excitado por una fiebre extraña. Tengo mis lugares de pesca en los dos ríos que están cerca de mi “mansión de verano”, el Cares y el Sella. La primera cosa que hago es mirar cómo están repartidos los pescadores que en ese momento ocupan el río. Elijo mi tramo en función de los coches que veo en los aparcamientos habituales. Por eso quiero pescar solo, entrar solo en el río porque si de repente quiero cambiar de sitio no tengo que preocuparme por el compañero que, por muy buena persona que sea, me va a fastidiar la tarde. Hasta me olvido de importantes problemas porque no quiero dejar de pensar en el hilo o en la mosca que voy a usar la misma tarde. El hilo del terminal es un rompecabezas porque el único efectivo, sobre todo a mosca seca, es el fino: un 0,10 y hasta un 0,9. Creo que el hilo tiene que ser fino posiblemente para ser menos visible pero esencialmente para que la mosca trabaje más naturalmente en las derivas. He hecho cientos de pruebas, hay hilos que parecen fuertes pero después de dos o tres grandes tensiones se rompen. Los hay que no se rompen pero empiezan pronto a rizar sobre todo con las hormigas aladas y con los tricópteros. De momento me quedo con un 0.104 fluorocarbono. Otro engorro es el nudo de mosca. He perdido peces por romperse este nudo también más o menos resistente según las marcas. En mis investigaciones he llegado a observar que algunos anzuelos tienen las anillas más finas que otros. Las anillas finas son culpables de roturas por el efecto navaja debido a un grosor insuficiente. Para paliar este defecto suelo pasar el hilo dos veces por la anilla antes de anudar. En acción de pesca, hay que estar atento y concentrado permanentemente. A veces pasan las horas sin más actividad que la de unas truchitas o de unos esguines y de sopetón, en una postura que no dio señal de vida o que propinó sucesivos rechazos, un reo ataca y si nos descuidamos, cansados por tantos lances en el
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vacío, la sorpresa no perdona y cuanto más grande es el pez más fatídico es el resultado. De vez en cuando sin embargo, como los buenos alumnos que han trabajado mucho y bien, tenemos nuestra recompensa: la saeta plateada que a cada salto ilumina la tarde amenazando llevarse mosca y sedal, termina sus endiablados brincos en la red negra de nuestra sacadera. Después de liberar nuestro contrincante con todos los honores debidos al vencido miramos con emoción la huella de su paso por nuestra mano, la plata de ley que ningún dinero puede comprar.
Inconfundible Reo
Entrada de Reos En Asturias hace muchos años que pesco, como dije, el Cares y el Sella. Hacia ellos va mi preferencia aunque no desprecio los demás ríos. Suelo pescar el Sella entre Arriondas y Llovio, lo tengo cerca y es el que me da más peces pero hay que saber elegir el tramo según la hora y tener una estrategia de las piraguas... Por la mañana, en la parte baja, la primera piragua suele aparecer después de las 12 h entonces me marcho. Eso de pescar detrás de las piraguas no me convence ni me gusta. No voy al río para sufrir una contaminación por el ruido y por el color. Por la tarde suelo salir sobre las 7 h. Así lo hice aquel día en un pozo que me gusta llamado “La Requesiada”. Después de una bajada cada año más complicada tal vez por eso no había nadie, en la cola de la última tabla, debajo del acantilado, vi unas cebadas que me pusieron nervioso porque no tenía la caña armada. Tardé un buen rato. Dudé en dejar el 0,10 en punta pero lo dejé. Até la mosca que llamo “La Requesiada” precisamente porque la confeccioné basándome en los mosquitos que veo derivar en este pozo, en su mayoría pequeños y amarillos. Los cercos son de indio acerado, el cuerpo amarillo sucio el hackle muy ligero de color gris claro con o sin cuatro vueltas de dubbing de liebre. El anzuelo es un TMC 100 nº 20 0 nº22. Ciertas noche de calor eclosionan otras moscas amarillas más grandes que se parecen a las sulfúreas pero en realidad son las famosas “Potamanthus”.
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Inolvidable pelea Pues, aquella tarde había como cuatro o cinco peces cebándose. Enseguida los identifiqué: Reos recién entrados de los que parecen venir del mar con hambre y comen cualquier mosquito, luego se ponen más listos y hasta repugnantes en sus rechazos. Debajo de esa tabla hay unas corrientes es decir que los peces llegan aquí algo cansados y suelen parar antes de continuar el ascenso. Como no podía ubicarme para practicar mi especialidad, la deriva aguas abajo, lancé de frente. Al caer mi artificial más cerca de lo que quería, era el primer lance, me sube un reo que me desorienta, lo clavo fuerte y me lleva la mosca. El tiempo de poner un terminal más resistente y vuelvo a lanzar controlando bien lo que hago. Me entra otro glotón. Lo clavo y suelto el carrete. Saltos plateados sin parar, carreras de una violencia increíble. Cada vez que salta yo bajo la puntera para compensar, finalmente se suelta. Le hablo de su madre diciéndole que es una mujer de mala vida. ¡Qué tontos somos cuando los peces nos engañan a nosotros! Tragando saliva y tratando de dominar algunos temblores, sin moverme de sitio controlo la mosca, la resistencia de los nudos y vuelvo a lanzar. ¡Una fiesta! Otro reo se me cuelga, empieza una nueva pelea. Éste tiene que pagar por los dos primeros que me cogieron bastante en frío. Se cansa de saltar como una cabra y ahora quiere lanzarse a la corriente que está detrás de mí, pues que lo haga. Mientras no se suelte lo perseguiré, a nado si hace falta. No importa que en ese momento baje un piragüista por la misma vena y me mire de reojo sin entender lo que hace este loco del sombrero que renquea locamente por el cascajal... se va a caer seguro. El piragüista se aleja remando con la cabeza extrañamente torcida hacia atrás. Por fin consigo bloquear mi contrincante fuera de la corriente, se revuelca, intenta volver al agua recia pero no le dejo, me acerco de manera a que se quede delante de mí, he perdido demasiados peces queriendo subirlos a contra corriente, y en cuanto saca la boca lo encesto sin más problema. Pesará unos 400 gramos como el que me escapó antes. El primero era más grande aunque por lo general el tamaño del reo ha bajado bastante estos últimos años. Antes un reo de 35 cm. era una excepción, ahora es muy frecuente. Después de esta captura vuelvo a la cola de la tabla donde,
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como por ensalmo, se han parado todas las cebadas como si los peces se hubieran percatado de la presencia del enemigo. ¿Dónde estarán los reos que media hora antes estaban cebándose aquí? ¿Habrán continuado el ascenso del Sella? ¿Adónde habrán ido? Nadie puede contestar. Misterio.
¿Quién eres tú Señor Reo? Escribí en uno de mis libros que si el salmón es el Rey del río, el reo es el Príncipe. Expliqué cómo se me había contagiado lo que llamo y muchos mosqueros llaman ahora “la Reomanía”. Comenté también los hábitos y comportamientos de estos apasionantes peces y busqué una respuesta para definirlos, identificarlos claramente en la familia de los salmónidos. Estaba convencido entonces, después de varias investigaciones, que el reo es la trucha de mar que los biólogos llaman Salmo Trutta Trutta. Sin embargo me quedaba una duda respecto a los reos del cantábrico: “A mi juicio no se recalca lo suficiente la gran diferencia que existe entre la trucha de mar de otras aguas, la que se llama ‘Sea Trout’ en los países anglosajones, y el reo, especie típica, mejor dicho atípica del Mar cantábrico” (Mosquero Andante - Tutor 2001)
Lo que no aceptaba entonces por no tener pruebas dignas de fe era la teoría popular según la cual el reo era un híbrido de la trucha común y del salmón. Pero en pesca como en muchas cosas de la vida la verdad de hoy podrá ser el error de mañana y viceversa. En efecto cambié de idea cuando leí, hace poco, las “Memorias de José Collado Solís (Juan del Río)” publicadas en 1999 con motivo de la 1ª Semana del Salmón Atlántico en la Península Ibérica en un libro realizado por Miguel Aguilar: Dos licencias de Pesca. De forma demasiado esquemática, pues lo que convendría sería exponer detalladamente este excelente libro, diremos que Juan del Río, farmacéutico de profesión en Oviedo, dedicó toda su vida a la pesca, a la observación de la naturaleza donde vivía feliz, a la indagación de sus queridos ríos asturianos y, por tanto, al conocimiento de los peces que habitaban
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¿Reo o trucha?
en ellos. Sus observaciones metódicamente anotadas en su diario son tan sinceras, tan espontáneas, tan escrupulosamente documentadas que terminé convencido de que lo que escribe sobre los reos es lo más verosímil de todo lo que se ha dicho: Capítulo IX: “...Capítulo aparte lo constituyen los reos. Cuando yo comencé a ir al Sella, en el año 1940, había muy pocos y era lógico. Tampoco había casi salmones...Cuando comenzamos a hacer repoblaciones masivas en nuestros ríos salmoneros, la proliferación de machos de salmón fecundos trajo como consecuencia que muchos de éstos, a falta de hembras de salmón adultas, fecundasen las huevas de las truchas. Y a la inversa, machos de truchas más o menos jóvenes fecundaban los huevos de las ‘salmonas’ imperando, como es natural, la ley del más fuerte... El resultado de estas fecundaciones no es otra cosa que el reo, llamado también por algunos ‘trucha de mar’. No hace falta mucha ingeniería genética para descubrir los rasgos de cada uno de los progenitores en estos híbridos”.
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Al fin y al cabo la creencia popular en la hibridación era la buena y no había que buscarle más patas al gato : Vox populi voz Dei decían los latinos... no siempre es así. Claro que no se podía llegar a esta explicación sin saber que la Asociación Asturiana de Pesca, fundada por Juan del Río y sus compañeros, había procedido a repoblar masivamente en esguines los ríos salmoneros con resultados inesperadamente positivos a partir de los años 1945. De vez en cuando, al patear el Sella, me acuerdo de estos entusiastas pescadores que están detrás de nosotros y a quienes debemos tanto. Si se me suelta un reo, después de protestar, se me antoja que lo pescaron ellos desde “la otra orilla”.
Río Cares en “Las Mestas”
Reos de verano Último reo de julio Mal que les pese a los integristas de la pesca sin muerte, le prometí a mi cuñado que le iba a traer un reo fresco. Siempre me pasa lo mismo, cuando los suelto pesco algunos, cuando quiero llevarme uno, se me suelta o me rompe el hilo. Voy a viajar el jueves que es un día sin pesca en Asturias. Sólo me queda el miércoles pero con el lío de los parciales ¿a dónde puedo ir? En el Deva-Cares hay un tramo libre desde el coto de Vilde, mi paraíso antes de acotarlo, hasta el mar. Iré a la curva de Molleda a ver lo que pasa. Cuando llego no hay nadie en la curva del merendero y la marea está bajando. Me deslizo de culo hasta la orilla del agua. Salir será puro ejercicio de equilibrista... ¡con lo ágil que soy ahora! No se mueve nada. Sólo alguna “truchita”. Pero es temprano. Antes de las nueve más vale echar un culín en el bar de enfrente. Pero si salgo ahora me van a quitar el sitio. En efecto aparecen dos mosqueros arriba del talud. Charlamos un rato. Empieza a oscurecer. Corriente abajo veo las primeras cebadas de reo. Intento alcanzarlas inútilmente porque el agua me cubre y si doy un paso más me voy a bañar seguro. No veo otra oportunidad de clavar un reo. Insisto. Lo único que consigo es espantarlos. Ya son las 10 h 30 y normalmente salgo del río. Sin embargo decido esperar un rato más. Mi tricóptero a pesar de su diminuto tamaño me ha rizado el hilo. Al enderezarlo se corta un nudo. No veo nada. Para estos casos tengo un nudo de emergencia que podría hacer con los ojos cerrados. A veces se corre y rompe pero hoy parece aguantar. Sé que mi bajo de línea está mal pero, por los pocos minutos que me quedan, puede servir.
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A la 11h menos cuarto empiezo a recoger la línea cuando veo una cebada bastante cerca. Es un reo. Lanzo arriba y hago dragar la mosca para medir la distancia que corrijo en dos segundos con mi maravilloso “Cordel” automático. Lanzo hacia la cebada, una vez, dos veces y a la tercera sube el pez. Esa sensación de vida en la mano, sensación que perdura entre la plata del río y las sombras de la noche, es un placer insustituible. No veo nada. Es como si el mundo entero se concentrase en mi doblada caña. Muy suavemente, por si se me rompe el desgastado bajo, le saco la boca fuera de la superficie y lo encesto con decisión. Cuando lo agarro me quedan en los dedos escamas plateadas características de los reos recién entrados. Tengo un sentimiento confuso y ridículo de triunfo. Mi cuñado no sabrá lo que me ha costado el reo fresco que le voy a regalar mañana. Suele decir a sus amigos que soy un fenómeno y lo peor es que se lo cree.
Último Reo de Agosto Me despedí del Cares a finales de julio con un reo y a mediados de Agosto cuando volví no me convencieron las aguas bajísimas. Donde el año anterior sacaba reos curiosos, mi insistencia este año no consiguió sacar más que truchitas de 20 cm y además exigiendo el mosquito exacto, una miniatura de CDC. Decidí ir al Sella donde tuve más suerte. Un buen nivel de agua. Complicado pero, bien. Un día sin saber por qué me paré a la mitad de una corriente que hay aguas abajo de la pasarela de Triongo, y vi una cebada a dos metros. Mosquito pallá. Resultado una trucha de 40 cm. ¿Intuición o suerte? Alguien sabrá contestar, yo no. Al sacar la trucha me tropiezo con restos de comida botellas y bolsas de plástico en el pedregal. ¿No hay multas para esa gentuza? Hay un tramo en Llovio que pesqué en junio pero me tuve que apartar por una presión increíble, piraguas y pescadores, todo junto, insoportable. Se acaba la temporada, el domingo. El sábado en aquel
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tramo no hay nadie. Prospecto quinientos metros de río cojeando y saco una buena trucha que me entra a un díptero claro. El domingo por la mañana monto nuevas miniaturas, anzuelo del 22, tres cercos rojos, cuerpo seda de montaje amarilla, collar amarillo, cuatro o cinco vueltas. A las ocho vuelvo al mismo sitio y no veo a nadie dentro del río. Con el estiaje los pescadores se desanimaron. En una tabla hay un tío que se esconde detrás de un tronco y pesca a la vista, supongo que con saltamontes. ¿Qué estará viendo este hombre que yo no veo? Tengo idea de lanzar cerca de su escondrijo pero no le quiero molestar. Voy a bajar a una corriente, antes rápida y ahora muy suave, donde puede salir algún pez. Al oscurecer no suelo andar con pijadas del 22. Tengo que sacar la linterna para atar a duras penas un tricóptero becada clásico en un TMC # 20. El cielo es una tapa plomiza sin estrellas que me sofoca un poco. Lo de siempre en Asturias. Disfruto de una sensación rara, la de ser el único pescador en estos lares. Por eso me encantan los últimos días de la temporada. Hay unas cebadas apenas visibles del otro lado. Lanzo a ciegas veo algo raro, clavo y fiesta... para mí; el otro no lo entiende con la misma alegría. No para de saltar. Reo es o flecha de plata entre las blanquinegras sombras. ¿Se va a romper el hilo del 0,10? Ya no veo nada. Prendo la linterna que siempre da luz donde no se necesita y entre ver y no ver acerco el bicho al salabre. Hasta de noche ven bien estos condenados. La luz le espanta y arranca otra vez. Tengo que soltar otra vez el carrete. Tira hacia un tronco sumergido pero ya le veo cansado y en efecto consigo sacarle la boca del agua y encestarlo. Me sorprende su tamaño, unos 40 cm. pero no lo mido por no agotarlo y lo devuelvo… con ternura. Es largo, lo creía más chico. La noche engaña. Noche oscura. Noche encantadora de Asturias. Última noche de la temporada. ¡Lo que aprendí de la noche y de estos ríos de sueño, del Cares y del Sella! No sé en cual de los dos mandaría echar mis cenizas, para que el olor interrogue a los reos, mis queridos reos.
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Chiste del Peluquero Cierto día, en Valladolid, un florista fue a la peluquería a cortarse el pelo. Luego del corte pidió la cuenta y el peluquero, uno de gafas muy amigo de los chistes, le contestó: – No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario. El florista quedó agradecido y salió. A la mañana siguiente, cuando el peluquero fue a abrir el negocio, había en la puerta un hermoso ramo de flores. Otro día entró un panadero a cortarse el pelo del que no se sabía si quedaba blanco de harina o por la edad, y cuando fue a pagar, el peluquero le dijo: – No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario. El panadero se puso contento y se fue. A la mañana siguiente cuando el peluquero volvió al salón, había en la puerta unos cuantos pasteles bien cerrados en una caja por si pasase algún bicho hambriento. Una tarde apareció un profesor que pensó que pensar tenía en cortarse el pelo, mejor dicho los laterales del huevo que le servía de cabeza, y cuando quiso pagar, la respuesta fue la de antes: – No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario. El profesor con mucha alegría se fue. A la mañana siguiente, cuando el peluquero iba a abrir, se encontró con varios libros de consejos para negocios y también para prácticas sexuales ilustradas.
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Una noche cuando el peluquero, cansado por un día de trabajo sin sueldo porque así lo exige el espíritu comunitario, sin enterarse de que todas las familias tienen que comer, apareció un pescador a mosca conocido con la cesta terciada y apestando a truchas espinadas porque era un verano muy caluroso. Antes de marchar, al enterarse el pescador de que el corte era gratis, le tiró cuatro truchas a la palangana, a regañadientes… pero lo hizo. La misma noche el pobre peluquero, agotado, estaba cerrando cuando se personó, con modales de señor, un diputado que necesitaba corte urgente para a ir sobre la marcha a un pleno importante. El peluquero volvió a abrir la puerta arrastrando los zapatos y al final le explicó como a los demás: – No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario. El diputado observándole de reojo, como olfateando una trampa, se alejó mirando para atrás un par de veces. Al día siguiente cuando el peluquero fue a abrir el local, había media docena de diputados y otra de abogados haciendo cola para cortarse el pelo gratis. Moraleja: Cuando haces un servicio comunitario es mejor que te busques un sombrero, a ser posible de fieltro silencioso, que lo dejes en la puerta y que a cualquier político o abogado le pidas la voluntad !!!! y no vayas a imaginar que con otros las cosas serían distintas.
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A Jorge Saraniche
Tu Sombrero Te lo llevó el viento Maldito viento De los mares Arrastrando vidas Arrastrando llantos Tu sombrero Flotando Tu sombrero cuando bailas Cuando ríes Cuando pescas Cuando cantas Una parte de ti Alas hundidas ya Alta su copa Tu última esperanza Un Punto negro En los juegos Plateados de la luna Cada vez más chico Punto final Entre las olas Y vos pensando En un barco ligero ¡ Mi imperio por un barco! Imperio no tenés Pero sí un amigo Para Tu lágrima salada
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Mosquero Siete Leguas
CAPÍTULO III
Lagos en invierno Agua parada no mueve molino…
Sur la face de jais d’un lac imaginaire bordé de peupliers où je pêcherais seul des truites arc-en ciel Au tableau noir de mes esquisses écolières ourlées de pointillés Ils déploient vers le soir leurs courbes questionneuses autres cygnes de craie posés sur des reliefs de lumière Demain peut-être il fera jour –gR– (Signes de craie)
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Otra pesca con mosca Cuando charlo con un mosquero que puede ser un campeón o un novato, suelo preguntarle lo que opina de la suerte en la pesca. Nunca tengo una respuesta bien clara, y es que prefieren hablar de mala suerte. Acusar al destino siempre ha sido una buena excusa. Pues yo reconozco tener mucha suerte para la pesca en invierno, cuando todos los ríos descansan de la temporada y sin embargo puedo seguir pescando en un lago de unas 6 hectáreas cada uno a menos de 10 minutos de mi casa. Se siembran al final del verano con truchas arco iris que primero conviven con las supervivientes del año anterior, las que se libraron de las matanzas de junio y de los calores del verano. Éstas se notan enseguida porque pelean mucho más que las nuevas. Son las veteranas que parecen dar clases a las recién sembradas ya que en noviembre todos los peces se portan igual, de manera muy selectiva y no se dejan engañar fácilmente. El estrímer muy efectivo en los primeros tiempos ya no sirve tanto como las moscas ahogadas, las ninfas o los quironómidos muy abundantes en la mayoría de los lagos. El quironómido después de pasar por el estadio larvario en los fondos cenagosos asciende y flota un momento en la superficie antes de eclosionar, es el famoso suspender de los ingleses que las truchas tragan con una glotonería que causa a veces violentas roturas. Cada pescador tiene su técnica demostrando, por si fuera útil, que no hay ciencia exacta. Personalmente suelo montar un tandem con un tricóptero de pelo de ciervo a unos 2 metros del extremo de la cola de rata y a poco más o menos de 1 metro del tricóptero un quironómido casero ligero para que se quede en la superficie. Los resultados son buenos con un poco de viento y bastante malos cuando el lago se queda hecho una balsa de aceite. Es cuando los peces se enteran mejor del engaño y la única solución es bajar el tamaño del anzuelo y del terminal.
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Cuando empecé a pescar las aguas paradas me sentí bastante desfasado en comparación con mi conocimiento del río pero ahora, después de muchos años de práctica, la considero como una pesca muy deportiva y aprecio la trucha arco iris, que puede alcanzar grandes tamaños, como un auténtico pez de deporte.
Sobre las líneas Debo a la pesca en reservorios un conocimiento bastante completo de las líneas a utilizar. En teoría: flotante arriba, intermedia a medias aguas y de hundimiento en los fondos. Sin embargo los competidores de reservorio suelen desfilar por la orilla con varias cañas más, equipadas todas de líneas cuyas diferencias, por más justificadas que sean, a mí me aburren francamente. Cuando cambian de puesto según las rotaciones previstas parecen viajantes con gran surtido en la mano de lo que van a vender. Así y todo tengo que reconocer que en los reservorios la elección de la altura de pesca es muy importante, y creo que lo es más todavía en los grandes ríos. Tengo al respecto dos anécdotas edificantes. Hace algunos años mi amigo Luis Brunt guía de pesca en Argentina me llevó con dos compañeros españoles al río Corcovado donde nada más llegar vi una cebada en un remolino manso. Sin perder más tiempo pongo un tricóptero en el terminal de mi línea flotante WF 7 y casi de inmediato saco una hermosa arco iris. Decido pescar aguas arriba, continuando con la misma técnica, mientras los demás van hacia abajo. En ese momento Luis me pregunta: – ¿Tienes una línea sinking tipo S5? – Sí en otro carrete medio roto pero ¿Pa qué la quiero si entran a seca? – Tienes allí dos pozones con fontinalis (=salvelinos) que están fondeando y si no bajas no te entrarán. Me encojo de hombros y sigo pescando con algunas buenas capturas a seca. Al llegar al primer pozón pongo un estrímer, mi “maléfico” negro de cabeza plomeada pensando que así bajará lo suficiente
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para pescar alguna pieza. Insisto. Dicen que soy algo tozudo. Nada. Finalmente me siento en la orilla y cambio de carrete, pongo la línea de hundimiento conservando el mismo estrímer. Lanzo de vuelta, me arreglo para que todo el aparejo baje al máximo haciendo con la puntera rarezas que he visto en un vídeo de pesca. Dejo derivar, tenso, y de sopetón me llevan la caña de la mano. Es una hermosa fontinalis de unos 2 kilos que, después de tironear como burro, acepta finalmente que le acaricie la linda librea antes de devolverla a su elemento. Me siento incapaz de matar una fontinalis, sería para mí matar la belleza. Salgo cabizbajo y bien aleccionado, convencido de la necesidad de rastrear el fondo en algunos casos.
Efecto de la línea intermedia La segunda experiencia determinante la tuve en un parado del mítico Futaleufú. Salí con mi bote por la mañana y como el río estaba muy sereno sin viento, situación bastante excepcional, empecé pescando a seca unas cebadas que no se entregaban con facilidad pero cuando entendí que comían pequeños “espents” tuve buenos resultados. Lo que pasa muchas veces en estas tierras que sufren la influencia del polo sur, es que el viento viene a romper la tranquilidad de la mañana y seguir pescando en superficie no es razonable aunque la razón en las cosas de la pesca, y en otros casos, puede ser muy inferior a lo que sugiere el instinto. Lo que hice muchos años atrás y también aquella mañana fue quitar la seca ya contraproducente y poner dos ninfas, una con cabeza dorada en punta, la “prince” que funciona bien en estas latitudes y otra a más de un metro, una ahogada por ejemplo. Anclé el bote en un sitio relativamente abrigado y seguí lanzando. Noto en dos ocasiones unas tensiones sin resultado. Luego clavo una trucha que se suelta. Recordando mi experiencia de los reservorios se me ocurre que la línea flotante produce una resistencia en la picada, amplificada por el viento. Cambio la línea flotante por una intermedia que por suerte he traído en el bolso de la parafernalia. Es una línea incolora que desaparece debajo de la superficie después de lanzar. El resultado es inmediato, casi todas las truchas que pican quedan clavadas.
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Lo que pasó es fácil de comprender, la resistencia a la tracción de la línea intermedia, es muy inferior a la resistencia de la línea flotante, el pez guarda en la boca el engaño un segundo más, lo suficiente para engancharlo.
El pez y la mosca Tardé mucho en mi vida de mosquero para enterarme de que hay peces que guardan más o menos la mosca en boca, sobre todo si de ninfa se trata. Está claro para todos que en los cotos intensivos, en los tramos sin muerte, en los reservorios de Captura y Suelta, las truchas, muy escarmentadas por repetidas desventuras, suelen “probar” de manera casi imperceptible. El pescador necesita experiencia, técnica y mucha concentración para clavar en el momento oportuno. Es también curioso observar que el comportamiento de las truchas autóctonas o semi autóctonas, las que se soltaron siendo alevines y crecieron en el río, puede variar según los escenarios o las zonas de pesca. La trucha asturiana, según mis observaciones que no presumen de ser definitivas, guarda un poco menos en boca que la trucha leonesa. A veces clavamos sin querer un pez al levantar el artificial. La explicación habitual es que el pez viendo la ninfa subir la cogió por agresividad. Buena explicación por supuesto aunque también existe la posibilidad de que hayamos tenido una picada sin sentirla pero, por suerte, hemos levantado la caña en el mismo momento. Según Jan Astier, especialista de la pesca a ninfa, numerosas picadas pasan desapercibidas sobre todo si no mantenemos la línea en el punto de tensión necesario. Otra vez volvemos a lo mismo, con una línea adaptada a la modalidad que practicamos, nuestros resultados serán mejores.
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Amanecer
Ara単a Hila su tela la ara単a Es una mano Es una boca Es salivilla Es estrella Hila su tela y espera...
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Truchas aletargadas Los cuervos volaban bajo y hacía un frío del carajo. Cuervos… y cormoranes en los lagos de Albi. La plaga de los cormoranes. Un tiempo hubo en que cuatro espabilados de corbatas e ideas más bien cortas que verdes se dieron cuenta de que los cormoranes estaban menguando y se les ocurrió sacar una ley para protegerlos. No habrían nacido en el campo, no tendrían la prudencia del campesino de antaño que confiaba más en la cordura de la naturaleza que en las iniciativas de los oficinistas. No habían entendido que cuando el hombre mete la mano al equilibrio natural algo se va a deteriorar. Frente a la erupción de un volcán no hay remedio pero de cara a la estupidez de algunos siempre existe la posibilidad de reaccionar y obrar. No importa si los medios son legales o ilegales. Aquí hay cazadores, también pescadores, que hacen batidas al amanecer. A uno se le ocurrió envenenar peces recién muertos para que los cormoranes se los merendasen. Total que aquella mañana había cuatro pescadores locos, y yo el quinto, desde luego, medio congelados tapándose la cabeza con un pasamontañas para que el frío no les acartonase las orejas como las de los jugadores de rugby. Sabían que cuando los guantes se les mojarían demasiado tendrían que volver a casa y hasta uno de ellos se preguntaba qué pintaba aquí cuando podía haber pintado tranquilamente en su taller. Y las truchas que no se movían, esas truchas que se sembraron en octubre y ahora en vísperas de Navidad están totalmente aclimatadas, hermosas en la librea, grandes, y luchadoras como gatos. No se movían por el estrés que les causaban los asesinos buceos de los malditos cormoranes, pero también por el creciente frío de las últimas semanas que las iba aletargando debajo de la termoclina.
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Efectivas “garrapatas”
Se llama termoclina la zona de discontinuidad entre las masas de agua. Es muy notable en invierno cuando los niveles superficiales van enfriándose mientras que los más profundos sufren pocos cambios. Se considera que debajo de la termoclina es donde se aquerencian los peces en invierno y por eso cuanto más frío hace, menos actividad de superficie se nota. La mejor técnica de pesca a látigo en los lagos es la pesca con línea de hundimiento rápido. Solemos lanzar con una caña 7 u 8 y la línea correspondiente en WF de hundimiento habitualmente 3 o 5. La finalidad es alcanzar la profundidad donde se supone que están los peces. A partir de esta norma cada uno elige el material que le parece más adaptado. Se suelen poner dos moscas a 1,5 metro de distancia teniendo el bajo de línea unos 3 metros. Estos artificiales pueden ser dos estrímers o dos boobies o una combinación a gusto del pescador. La boobie es lo que mejor funciona con el frío. Se recoge a tironcitos muy lentamente con pausas y pequeñas aceleraciones. Habitualmente las truchas siguen y primero mordisquean antes de morder francamente. Es importante no aflojar la tensión y clavar no con la caña sino con la mano izquierda, o derecha para los zurdos, con un tirón seco.
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Pesca Milagrosa
Cualquier señuelo flotante que se pueda bajar con la línea o punta sumergida hace de boobie y como los peces son más listos de lo que creemos y terminan reconociendo lo que les pincha el morro (por más que cambiemos volúmenes y colores) hace falta inventar cosas nuevas. Uno de mis inventos es lo que llamo la “Garrapata”: En un anzuelo ligero, del 10 por ejemplo, formo un cuerpo de “chenille” que cubro luego con una tira de “foam” y adorno con cuatro patas de goma. Mis colores habituales son naranja, limón y negro. Hay uno que dice que con el melocotón entran mejor. Sobre gustos no hay nada escrito y sobre locuras de pescadores menos todavía. Pues aquél día, a pesar de tener escarcha en las barbas y protestas del sombrero que puse arriba del pasamontañas y él quería estar debajo, que con razón me dijo un amigo que me parecía a un personaje de dibujos animados, las truchas no me despreciaron la garrapata naranja que se comían de buena gana y se la sacaba yo con pinzas de tipo cirujano que es la mejor manera de no lesionarlas y de no mojarse las manos cuando la temperatura está bajo cero y el agua a poco más.
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Cuestión de organización Un labrador lleva su camioneta al mecánico para que se la arreglen. Como no pueden repararla enseguida, decide volver andando a su granja, que no queda muy lejos. Antes de salir del pueblo, se detiene en la ferretería a comprar un cubo y un bote de pintura. Luego pasa por la carnicería, compra dos pollos y un pedazo de cordero. Pero al salir de la carnicería, se da cuenta que tiene un problema: ¿Cómo llevar a su casa todo lo que acaba de comprar? Mientras se rasca la cabeza, se le acerca una ancianita, quien le dice que está perdida, y le pregunta: – ¿Me podría decir cómo puedo llegar a la granja de los Rodríguez? – Bueno, en realidad mi granja está muy cerca de la de ellos. Con mucho gusto la acompañaría hasta allí, pero no sé como puedo recorrer todo ese camino llevando conmigo estas cosas que he comprado. La anciana le contesta: – ¿Por qué no pone el bote de pintura dentro del cubo, agarra éste con una mano, se pone un pollo debajo de cada brazo y lleva el cordero con la otra mano? – ¿Sabe que tiene razón señora? Empiezan a caminar. A los cinco minutos, el hombre tiene otra idea: – Será mejor que echemos por un atajo que pasa por ese monte. Así nos ahorramos un montón de camino. La anciana lo mira cautelosamente y le comenta: – Yo soy viuda, y no tengo un marido que me defienda. ¿Cómo sé que usted, cuando entremos al monte, no me va a poner contra un árbol y me va a violar? El hombre casi se enfada: – ¡¡Por Dios santo, señora!! Llevo encima un cubo, un bote de pintura de 5 litros, dos pollos y un cuarto de cordero. ¿Me quiere explicar cómo hago yo para ponerla contra un árbol y violarla? A lo que la viejecita responde: – Ponga el cordero en el suelo, tápelo con el cubo, ponga la pintura encima del cubo y yo le sostengo los pollos.
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El lucio de Navidad Como dice ingenuamente un buen amigo mío: “En la pesca hay misterios misteriosos”. Quizá por eso seguimos pescando los que buscamos el misterio y esperamos el milagro sabiendo que puede ocurrir, casi siempre, el día menos pensado.
Pescador zurdo Aquella tarde dudé mucho antes de salir a pescar porque había amanecido con el viento sur, un viento que templa las invernales temperaturas pero muy contraproducente para la pesca en cualquier época. Había pocos pescadores y los que luchaban con el aire estaban tirando ya la soga tras el caldero por no decir la caña tras la mosca. Como de costumbre algunos no te hacen ni caso incluso si le rozas la espalda al pasar y otros te paran y no terminan nunca sus comentarios más o menos acertados. Hay uno que viene los lunes y le apodamos “Sinlengua” es una forma irónica de explicar en una palabra que es un redomado parlanchín e igual que todos los que hablan demasiado, termina diciendo sandeces. Después de explicarme cómo y dónde tenía que pescar “Sinlengua” me comentó que de todas formas: “hoy no se pesca una mierda”. Me marché en dirección opuesta a la suya hacia una recula algo reparada y al entrar veo a un joven desconocido que está sacando una buena trucha arco iris de las que nunca se rinden. Me mira con una sonrisa amena y abierta. Veo que no consigue encestar la trucha porque la parte de línea entre la caña y el pez es demasiado larga. Por más que estire un brazo hacia atrás con la caña y el otro hacia adelante alargando el boquiabierto salabre no concluye. Pocos pescadores saben apreciar la justa medida que conviene a cada caso de captura. Observo que el brazo que sujeta la caña es
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el izquierdo de lo que deduzco que es zurdo. Me permito aconsejarle que recoja más hilo con el carrete, lo hace con la mano derecha y por fin cobra la trucha con exclamaciones de alegría. La devuelve con parsimonia y se me acerca preguntándome: – ¿Es cierto que hay que rehacer el nudo de la mosca después de cada captura de un pez grande? – No lo creo pero sí hay que testar todo el terminal y rehacer lo que se rompa. El nudo con el segundo tramo también es muy importante. ¿Cómo te llamas? – Jérôme – He observado que eres zurdo – Sí, tengo esa desgracia – Pero ¿qué dices? ¿No ves que los zurdos son muy hábiles? Mira los jugadores de tenis
Al ver que mi reflexión no ha sido acusadora el joven se suelta un poco más: – Claro que los zurdos tenemos que adaptarnos a un mundo hecho para los diestros y a veces cuesta – Cuesta pero a mi juicio desarrolla la inteligencia como todos los esfuerzos de adaptación. Ahora me mira con ojos extraños como si eso de la inteligencia le pareciera exagerado. No podemos terminar la conversación ya que, mientras hablábamos, yo seguía lanzando y de repente me pica un pez que en un decir amén me vacía el carrete hasta el backing. Le comento al joven que si por casualidad salta me puede romper todo por la inercia de la línea hundida pero no ocurre
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de lo que deduzco que es un pez grande. Peleamos un rato largo. Cuando por fin consigo orillar la trucha el chico me pide permiso para encestarla. No cabe en el salabre es una de las más grandes que sembramos este año, pasa de los 60 centímetros. Después de devolverla Jerôme me mira la mosca, es una boobie de cuerpo anaranjado cabeza y cola blancas. Me la encontré el otro día colgando de una rama, está torpemente montada pero tiene un anzuelo sin muerte de gran calidad, tipo anzuelo de mar en pequeño con la punta para dentro. – ¿UD pesca siempre así con línea hundida? – No, únicamente con aguas frías y si no hay actividad arriba. – Veo que pone 2 moscas – Sí una boobie en punta y a 1,5 metro una montana. No sé lo que tiene esa mosca que siempre me da peces en los lagos. Pero no hay ley, en pesca no hay ley. El domingo pasado pesqué con el mismo montaje y saqué dos buenas truchas con la montana, y hoy fíjate sólo me cogen la boobie.
Ha sido un lujo charlar con un chico que no me conoce y sólo me ha hecho caso por la veteranía que sugieren mis canosas barbas. Son las 5 de la tarde y hace frío. No quiero pasar las Navidades en la cama. Vuelvo al coche para abrigarme más. Queda menos de una hora de pesca. No sé por qué me atrae un pequeño muelle que hay cerca de la caseta del guarda pero en otra orilla veo a un amigo y voy hacia él. Me pone cara de cenizo porque viene bolo. Lanzo más abajo sin resultado y doy la pesca por terminada pero al marchar me atrae otra vez, sin razón lógica, la postura del muelle. Total puedo probar cuatro lances más hasta que toquen bocina para cerrar la sesión.
Capítulo III: Lagos en invierno
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Un tiburón de agua dulce En el segundo lance siento un toquecito a 5 metros de la orilla. Normalmente con la boobie hay que esperar más, que te tiren bien del artificial pero por instinto o por lo que sea clavo enseguida y empieza otro carnaval hasta la mitad del lago. Las truchas no tiran así. Puede ser una carpa de las grandes que quedan pero no suelen picar en invierno. Después de un tira y afloja que me parece de nunca acabar vislumbro a medias aguas un lucio pinchado del morro con la famosa boobie. El hilo es un 0,20 y no lo he cambiado aunque lo noté algo rizado después de la captura de la truchona. Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para dominar la emoción y los nervios. Siempre hubo lucios en nuestros lagos pero cuando pican es casi imposible sacarlos por esas tijeras que tienen en la boca. De vez en cuando se organizan batidas con señuelos e hilos especiales. Éste es un submarino cuya aleta dorsal al emerger se me antoja un periscopio. Lucha con denuedo pero a poquito se acerca. No me va a caber en el salabre. Empiezo a pedir auxilio a gritos. No me oyen porque tengo el viento en contra. Sin relajar la tensión pero sin tirar fuerte arrastro el monstruo que navega lento y majestuoso hasta la caseta del guarda. Tiene una librea espectacular, aletas y cola de un anaranjado oscuro con rayas negras. Es un verdadero placer estético. Por fin uno de los pescadores que recogen antes de la hora porque es un mal día, me ve, sale corriendo y alborota. Caen algunos más como aves de rapiña pero nadie tiene sacadera grande. “Sinlengua” cacarea dando saltos por doquier. Sinlengua dice que lo va sacar con las manos y tengo que prohibirle con pestes un intento que sé abocado al fracaso. El amigo Juan, gran pescador de lucios que sacó en otra ocasión un bicho de 8 kilos por 1,05 metro de largo, y además viene con una tienda de pesca en su coche, por suerte tiene un enorme salabre que parece una red de cazar mariposas. Se mete en el agua y con rara habilidad consigue encestar el tiburón y lo mata porque es una obligación en estos lagos para proteger las truchas. Empiezan las evaluaciones luego aparecen los instrumentos de medida. Se mide 3 veces porque “Sinlengua” no lee en el metro de cinta los 98 cm. que todos ven. Finalmente nos ponemos de acuerdo en 97 cm. Luego se le enfunda en una bolsa de plástico para llevarlo pero
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La Borie Blanche, Albi (Fr)
primero lo pesamos en una romana que da exactamente 7 kilos de los que “Sinlengua” descuenta unos 200 gramos por la bolsa. Diremos que mi lucio pesaba 6 kilos 800 gramos y fue a parar entre las manos de mi cuñado el cocinero. Un artista de la mesa. Durante el banquete que se organizó más tarde con familia y amigos, degustando la carne fina del animal cuyas espinas no molestan mucho en los grandes ejemplares me puse a pensar en mi suerte de aquel día y en la mala suerte del lucio por haber caído así desde que decidimos, nosotros los superiores “humanóides” verter, para deleitar nuestros días de asueto, toneladas de truchas arco iris en estos lagos que eran el hábitat natural de carpas, alburnos, lucios y algunos peces blancos más. Las truchas no las matamos para seguir gozando de sus capturas pero los lucios sí para que no nos quiten nuestro placer. No sé si me equivoco pero tengo el sentimiento confuso de que es un comportamiento egoísta que, además, no respeta las leyes de la naturaleza. ¡Menos mal que un vino blanco seco de la tierra me ayudó a tragar mi preocupación!
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El Equipo Cierto día de verano, en un hermoso lago privado de Los Alpes, un pescador vuelve a su chalet después de varias horas de pesca, come con su mujer y va a dormir la siesta. Aunque no conoce bien el lago, la mujer decide salir en la lancha donde su marido dejó todos los trebejos. Se mete lago adentro, elige un sitio muy soleado, ancla, y empieza a leer un libro.. Viene el guarda en su bote, lo sujeta a la lancha, y se dirige a la mujer: – Buenos días, señora. ¿Qué está haciendo? – Leyendo un libro, responde ella pensando: ¿No es obvio? – Está en zona restringida para pescar – Disculpe, oficial, pero no estoy pescando, estoy leyendo. – Sí, pero tiene todo el equipo, por lo que veo. Podría empezar a pescar en cualquier momento y tendré que llevarla a hacer la denuncia. Son las órdenes. – Si hace eso, le tendré que acusar de abuso sexual – Pero ni siquiera la toqué !!! – Es cierto, pero tiene todo el equipo, por lo que veo. Podría empezar en cualquier momento… – Disculpe señora, que tenga un buen día… y se fue....
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¡¡¡Temibles lucios!!!
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Cadenas Cadenas hay de hierro, de oro o de plata cadenas que se ven o se tapan con medallas en el pecho Pero cadenas hay invisibles que unen y molestan que no se pueden romper entre hombre y mujer Cadenas antiguas inesperadas fraguadas en los astros por artes mágicas y de pronto aprietan o acarician Intentarás amigo cortar un eslabón correr mundos soñando buscar nuevos amores perseguir el olvido De aquellas cadenas nadie se libra nunca Son cadenas del Destino que no tienen edad y que no tienen fin ...
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Chaînes Il y a des chaînes de fer d’or ou d’argent des chaînes que l’on voit ou qui cachent sur la poitrine une médaille Il y a des chaînes invisibles qui attachent et qui gênent mais qu’ on ne peut briser entre un homme une femme De vieilles chaînes inattendues forgées dans les astres par secrète magie et qui tout à coup blessent ou caressent Tu tenteras ami De casser un maillon En parcourant le monde En cherchant des amours En poursuivant l’oubli De ces chaînes là personne ne se délivre Ce sont les chaînes du Destin qui n’auront jamais d’âge jamais n’auront de fin …
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Nevando Nevando días tras día noche tras noche empecé a odiar la fastidiosa nieve Ya no salían los niños a sus blancas batallas a sus efímeros muñecos a salpicar con sus sonoras risas el silencio de los campos No había quitanieve que pudiese con los copos que bajaban como plumas Inocentes y ligeros Insistentes y asesinos Empecé a odiar la nieve pero me viniste a buscar me vendaste los ojos para que no los cegasen las agujas de la luz En un bosque de pino los abrí en una choza con un fuego de leña de ventanas empañadas donde mil veces con la punta de un dedo escribiste mi nombre Cuando amaneció con un cielo sin nubes me llevaste de la mano a juntar nuestras huellas por la senda de la choza y de la nieve me olvidé
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CAPÍTULO IV
Heterodoxias El autor de este libro, (cátaro albigense empedernido y por tanto rebelde e irreverente) reconoce haber escrito estas páginas en noches de insomnio y pesadillas, avisa a sus lectores (deseando que sean escasos y bondadosos) que si, al hojear este capítulo, apareciera alguna verdad sobre temas de pesca a mosca, sería totalmente accidental, dado que el propósito inicial ha sido transcribir los sueños susodichos que, según su habitual proceso, no son más que mentiras o verdades fantasmales. Todos los pescadores sabemos que si la pesca a mosca es una ciencia inexacta está hecha, no obstante, de conocimientos exactos. Admitiendo a priori este axioma, no hay derecho ni justificación para tratar como se tratan aquí algunos conocimientos que nadie pone en tela de juicio porque está demostrado por unanimidad que es imposible que sean errores. No, finalmente creo, querido lector, que es mejor que no prosigas tu lectura y tires este capítulo a la papelera. Sin embargo te aconsejo (teniendo en cuenta que a veces la mentira de hoy puede ser una verdad mañana) que si por casualidad apareciera alguno de mis disparates, como pieza adjunta, en tu correo electrónico, que en Herramientas / Opciones / Mantenimiento no marques la casilla que dice “Vaciar la carpeta de elementos eliminados al salir”. Nota Bene: Heterodoxia: Carácter de heterodoxo: “que piensa de otro modo, del Griego éteros (otro) y dóxa (opinión)”.
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‘To kill or not tu kill’ Carta recibida por Internet. Primavera 2010 Querido amigo Guy, Estoy hasta las narices de los pescadores conservacionistas y competidores que me quieren quitar el placer de comerme una trucha cuando me apetece. Sin embargo sé de muchos que son auténticos matones cuando van solos a pescar. Por eso escribí el texto adjunto que me gustaría ver publicado en tu próximo libro. Puedes retocarlo a tu antojo siempre que no me cambies el fondo ya que de la forma sabes más que yo. Un fuerte abrazo. A.P. (Alberto Pérez)
“Gran parte de los pescadores de hoy sueltan las truchas después de cobrarlas. Esta actitud reprensible y justamente vituperada por algunos ribereños tiene varias explicaciones. La primera es que, como en la vida moderna hay comida por todas partes, el pescador se libra de los problemas de transporte de la pesca y si, por casualidad, él es quien limpia y cocina las truchas, también se salva de estas pesadas faenas. En pocas palabras diremos que se porta de manera totalmente irresponsable queriendo disfrutar de los deleites de la pesca rehuyendo sus inconvenientes y eso no puede ser. Un mosquero responsable como Dios manda debe cumplir con sus obligaciones que en este caso consisten en matar todas las truchas de medida hasta llegar al cupo y colocarlas cariñosamente en la cesta humedecida por capas de hierbas para que no se resequen o espinen. Tengo un buen amigo, eminente matón de alto vuelo, que las coloca entre capas de ortigas siendo su teoría que el ácido de la ortiga conserva mejor que el frío de la nevera. Luego para
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los que como yo pescan mucho y no lo reconocen (algo que no tiene nada que ver con los que, desde la pesca sin muerte también pescan mucho pero no tienen ni una boga para enseñar) se plantea el problema de ¿Qué hago yo con tantas truchas? Primero pasar por el bar con la cesta puesta y aceptar que te levanten la tapa haciendo el que no se entera. Cuando llegas a casa la primera opción es colocarlas en el congelador pues ya has demostrado que eres un gran pescador a la familia y amigos pero es una solución última porque también puedes regalar truchas a la vecina que no le importa si son autóctonas o de piscifactoría pero va a confirmar a sus amiguitas que eres un gran pescador. Tercera solución es venderlas bajo manga y con el dinerillo cargar el coche de combustible pensando además que el comerciante va a decir que le trajiste dos cupos y vendes tus truchas porque eres un gran pescador. En público no te pierdas ninguna ocasión de dártelas de conservacionista, enseña una caja de excelentes anzuelos sin arponcillo, los que no usas, aboga por la obligación de llevar una sacadera en los tramos libres sin muerte, enseña una foto reciente de una cestada de truchas muertas explicando que pertenece al pasado, porque si nadie viera una pescata tuya no podrías presumir de ser un gran pescador.” (A.P.)
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Florero rebelde
Comentario Creo que mi amigo Alberto se pasó un poco en el humor sulfúrico y provocador que le caracterizó siempre pero hay que reconocer que en el mundillo de la pesca hay más ayatolaes de lo que uno cree, quiero hablar de ciertas actitudes integristas que no toleran nada de lo que está fuera de su devoción. Un tiempo hubo en que los cazadores volvían de África con fotos espeluznantes de rebaños enteros de animales muertos como gacelas o antílopes y los matones se pavoneaban en medio de ellas para demostrar que eran grandes cazadores. También se pueden ver fotos de peces muertos en el mar como si en el mar se pudiera matar sin límites ni críticas. Me parece absurdo que los integristas se preocupen más por una trucha muerta que, por ejemplo, por la matanza de centenares de delfines calderones cada año en la isla Feroe de Dinamarca, matanza legal montada como un espectáculo, con público, matanza que cambia en rojo sangre el color del mar en toda una bahía. Me parece muy bien que se respete la vida de cualquier animal pero me parece ridículo que se prohíba una buena foto de pez en una revista so pretexto que enseña un pez muerto.
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Gallo vivo “Yo sigo creyendo en la inteligencia individual frente a la ‘borreguez’ de la masa” (Ernesto Cardoso) Todos los montadores de moscas secas rebuscamos cuellos de gallos de calidad, como la mayoría de los que se encuentran ahora en el mercado. Fue mi caso durante mucho tiempo hasta que conocí a un pescador afirmando en cualquier ocasión que el no va más en la materia era conseguir plumas de gallo vivo, que no se podían comparar con las plumas de gallo muerto. Gallo vivo. La primera vez que quise sacar plumas de un gallo vivo, éste corría como un demonio por el corral y chillaba como un con-
Gallo Pelado
denado intentando volar fuera de las vallas. Me caí un par de veces por los excrementos de sus queridas gallinas que también alborotaban a más no poder y finalmente decidí, primero ir a ducharme y luego volver con una tomadera de ésas, de las que tienen algunos mosqueros a la espalda dándoles visos de helicóptero, y otra vez dale que te pego al gallo rubión hasta acorralarlo y finalmente encestarlo como un pez. El maldito daba de pico a través de la red estirando su cuello cuan largo era. Desgraciadamente no era de los pequeños, de los kikis, de los que suelen tener muy buenas plumas de barbas cortas. No, en absoluto. Era un enorme gallo de espolones como cuernos lo que denotaba su edad. Siempre me dijo un ribereño amigo mío que cuanto más largos son los espolones, más viejo es el gallo y mejores las plumas. Total amarrándole la cabeza con guante y sujetando sus pataleantes extremidades entre las rodillas, lo pelé como Dios manda y me volví a mi taller con un mazo de plumas pardas tan feliz como un “guaje” con zapatos nuevos. Cuando enrollé la primera se me caía la baba de poder por fin montar con gallo vivo. El resultado fue fatal, calamitoso y desastroso, un collar larguísimo que tuve que cortar con mi método habitual a navaja a 1 mm de la curvatura del anzuelo. El gallo vivo se transformó en un decir amén en gallo capado. Desde entonces sigo montando con cualquier pluma sin preocuparme de si es de un gallo vivo o difunto. Si la corona me gusta la dejo como es y si es larga la capo. Francamente entre una y otra mosca no hago ninguna diferencia y pesco igual, quiero decir que ni mejor ni peor. No diría lo mismo de los CDC. He comprobado que los que se sacan directamente del culo del pato flotan mejor que los que se venden en bolsas. La explicación es que los naturales tienen todavía la grasa del animal mientras que las plumas de las tiendas han pasado por una serie de tratamientos químicos exigidos por Sanidad y quedan más secas es decir que van a chupar agua y apelmazarse con facilidad, que las engrasemos o no. En conclusión gallo vivo no sé, pero pato vivo, sin lugar a duda.
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Coincidencia Un criador de gallinas va al bar del pueblo, se sienta al lado de una mujer y pide una copa de champán. La mujer comenta: – ¿Qué tal? Yo también pedí una copa de champán. – ¡Qué coincidencia! –Dice el criador– Hoy es un día muy especial para mí, así es que estoy celebrando. – ¡Para mí también, hoy es un día muy especial! (contesta la mujer) Yo también estoy celebrando. – ¡Qué coincidencia! –responde el hombre–. Levantan y chocan las copas: – ¿Y qué es lo que está celebrando? –pregunta el criador– – Mi marido y yo veníamos tratando de tener un hijo y hoy mi médico ginecólogo me dijo que estoy embarazada. – ¡Qué coincidencia! (…) Soy criador de gallinas y durante años mis gallinas no eran fértiles. Pero hoy ellas están poniendo huevos fertilizados. – Eso es estupendo ¿Qué hizo para que las gallinas quedaran fértiles? – Usé un gallo diferente. La mujer sonríe, brinda nuevamente diciendo: – Pero ¡¡¡Qué coincidencia!!!
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Bogavante barato… Cuando España se apasiona por los hechos y milagros del pulpo Paul (julio 2010) mi temperamento rebelde a las modas me lleva a ignorar aquel insigne molusco e interesarme en los crustáceos, especialmente en el bogavante que en algunos sitios también llaman “lluvicante”, que es, como todos sabemos, un marisco delicioso, bastante caro pero no tanto como la langosta. A la plancha, acompañado de una vinagreta ligera, es un manjar pero hay otras formas de cocinarlo... Sobre gustos no hay nada escrito aunque se puede hablar... Mis lectores ya empiezan a preguntarse. ¿Qué pinta aquí el bogavante? Pues interesa la pesca con mosca más de lo que uno puede imaginar si nos fijamos en sus antenas largas y rojas que adquieren un rojo más vivo todavía en la cocción, cualquiera que sea. Estas antenas son largas y cónicas de manera que se puede utilizar el trozo que interesa para confeccionar el cuerpo de una ninfa, de un quironómido y hasta de un estrímer. El quironómido es el más fácil de realizar: Se introduce el trocito de antena por el ojal, se ata con hilo rojo, se barniza y se remata por una cabeza que puede ser de pavo real. Para la ninfa con cabeza metálica previamente colocada, hay que enfilar el cuerpo por la curvatura, operación delicada que necesita anzuelos de boca ancha. Se puede ablandar el trocito de antena poniéndolo en remojo en agua tibia. Después de posicionarlo el proceso es el mismo que para el quironómido. Es aconsejable añadir tres vueltas de dubbing de foca marrón detrás de la bola.
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Boganinfa
El estrímer, por su dimensión habitual, no plantea ningún problema. Me parece preferible enroscar primero un hilo de plomo en la tija del anzuelo luego introducir el cuerpo por el ojal, atar y barnizar. El señuelo se completa con tira de conejo o marabú. El color negro parece adecuarse bien al rojo del cuerpo. En las moscas ahogadas, la famosa “Falangista” también es roja y negra. Como el bogavante tiene pinzas peligrosas para niños e inocentes, los pescaderos las suelen atar con unas gomas anchas de corto diámetro que se adaptan perfectamente a la mayoría de las bobinas de nailon, otra ventaja inesperada para evitar definitivamente que los hilos se salgan de sus carretes o de los bolsillos, lo que es peor. En definitiva, si se consideran los valores añadidos para el montador de moscas, este crustáceo sale más barato de lo anunciado en su precio...¡y además se degusta!
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Quiroboga
Nota: Se trocea el bogavante vivo para la plancha o se lo hunde, también vivo, en agua hirviente. Para el pescador sin muerte se plantea un auténtico problema de ética ¡!!!!
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Sedas naturales Me da risa lo de la sedas. Cuando veo mosqueros que antes de entrar en el río sujetan sus cañas al coche, puntera arriba, sacan 15 metros de sedal y lo untan sin parar, no puedo menos de recordar mis primeros años de pesca a mosca cuando no existían más que cañas de bambú refundido y líneas paralelas de seda natural importadas de Inglaterra. El carbono y las líneas de plástico han sido un progreso pero las líneas no convencieron porque eran baratas y buenas, sin mantenimiento. Hay mosqueros más supersticiosos que marabúes africanos. Piensan que se pesca mejor con una parafernalia carísima. Me hacen el efecto de algunos que presumen de entender de vinos y saborean la etiqueta de un Gran Reserva que valdría para vinagre. No sé si se les ocurre que el perfil y el peso de una cola de rata son más importantes que su materia. Para mí el gran problema es que las líneas no se pueden probar antes y si no te convienen después de usarlas una sola vez es imposible cambiarla. ¡Se pueden regalar! La mayoría de los que utilizan líneas de plástico creen que no se deben engrasar, otro craso error. Cualquier grasa incluso de cerdo vale. Se engrasan las puntas y las DT (como lo indica el nombre a mi juicio) sirven para Dos Temporadas: primera temporada por un lado y segunda por el otro lado. Total por lo que valen se puede hacer cualquier tipo de experiencia. Para lagos yo corto la línea a la mitad y le ato un running line o algo parecido. Si he tenido la suerte de comprar una que me gusta pero que a la larga ha cogido más memoria que un elefante, la hiervo durante algunos minutos, a ojo de buen cubero, luego la estiro en mi taller y al día siguiente la vuelvo a enroscar en el carrete. El resultado es espectacular. La línea no se acuerda de nada. Si he tenido que cortar la punta por desmejorada añado un trenzado corto pegado con loctite.
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Anciano Verde Un anciano de 90 años llega al médico para su chequeo de rutina. El doctor le pregunta cómo se siente. – Nunca estuve mejor –le responde–. Mi novia tiene 25 años. Ahora está embarazada y vamos a tener un hijo. El doctor piensa por un momento y dice: – Permítame contarle una historia: “Un cazador que nunca se perdía la temporada de caza salió un día tan apurado de su hogar que se confundió tomando el paraguas en vez del rifle. Cuando llegó al bosque se le apareció un gran oso. El cazador levantó el paraguas, apuntó al oso, disparó y el oso cayó fulminado”. – Imposible! –exclama el anciano– Alguien más debió haber disparado. – A ese punto quería yo llegar –respondió el médico–.
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El carrete de Dom Rigoberto Uno de mis compañeros de pesca, Dom Rigoberto Passerini, cura italiano de la catedral, el que contrató hace poco a una criada joven beatísima, tipo azafata de confesionario, me dijo un día mientras estábamos pescando en el río Tarn: – ¡Tú también pescas con esa mierda de Vivarelli? – ¿Qué pasa que ahora los curas echan pestes? – Yo soy muy formal en el trabajo pero luego vivo como un ser humano normal. – Y con una ser humana mejor que normal. – No te metas amigo en los designios de Dios, que son inescrutables. – Y otras cosas ¡no! ¡Ji! ¡Ji! Ahora dime ¿Por qué le tienes manía al Vivarelli si todos los mosqueros lo usan? – Pues porque se lo han vendido por bueno convenciéndoles de que un mosquero sin “Vivarelli” es como un coche sin ruedas, que para pescar bien hay que pescar muy ligero, que el peso del carrete es un incordio. Mira, yo siempre pesqué con un automático, una caña barata, y me miran como si tuviera un equipo antediluviano. – Para un cura es el colmo. Pero ¿te das cuenta del pedazo de plomo con que cargas la caña? – ¿Qué plomo? ¿Qué obsesión tenéis todos con el peso? Mira, Guy, yo empecé a pescar con un automático Mitchell, ése si que era algo pesado.
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– Me agrada que lo reconozcas Rigo… pero yo digo que era un trasto que te mataba la muñeca. – Para nada. El peso de un carrete te ayuda a equilibrar la caña en la mano para los lances cortos y medianos especialmente en el río. En lagos es otra historia. – ¡A ver como me lo explica su Santidad! – Pues mira, pon la empuñadura de tu caña en el índice bien tieso ¡ja!¡ja! y busca el punto de equilibrio como si fuese una balanza. Asi: –Rigoberto pone la caña en el dedo, encuentra el punto de equilibrio cerca de la mitad de la empuñadura– Ese punto es el que tiene que estar en el centro de la mano: se produce al lanzar un efecto de contrapeso y no te cansas en todo el día. – No es mala idea pero yo me quedo con el invento de tu compatriota Vivarelli. – ¡Bienaventurados son los inocentes que el reino del cielo es suyo! – Amen.
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Carrete Vivarelli
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Un Buen Católico Hace muchos años un señor mayor que vivía en las afueras de Albi, fue a la catedral a confesarse. Cuando Dom Rigoberto abrió la rejilla del confesionario, el hombre dijo: – Padre... durante la Segunda Guerra Mundial, una mujer bonita llamó a mi puerta y me pidió que la escondiera del enemigo. Así que yo la escondí en mi altillo. – Esa fue una cosa maravillosa que hiciste, no tienes necesidad de confesarla. – No, padre, es que ella empezó a agradecérmelo con favores sexuales. – Los favores ¿no se los pediste tú hijo? – Sí, padre…. confieso que he pecado. – Bueno... estando en gran peligro y bajo esas circunstancias, dos personas pueden estar muy tentadas de actuar así. Pero si lo sientes verdaderamente, estás perdonado de hecho. – Gracias, Padre. Ésa es una gran carga que me saca del alma... Pero tengo una duda más. – ¿Y cuál es, hijo? – ¿Cree Ud. que debería decirle que la guerra ha terminado?
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Rogativa del barbo Excelso y venerado San Pedro Bendito seáis Vos que estáis en el cielo al lado del todopoderoso pero por favor no nos dejéis a nosotros, miserables invertebrados, en el infierno. Soy un ruin barbo veterano que viene a dirigirle a su Excelencia una rogativa en nombre de los cofrades de la barboesfera. No sé si Vuecencia se ha enterado de que para nosotros, los que vivimos en el elemento líquido, ya no existe la antigua tradición de la paz en invierno, que siempre anda algún bípedo con anzuelos atosigándonos, intentando engañarnos con ninfas de mentira o alevosas hormigas o cualquier golosina de nuestra dieta. Es un auténtico acoso piscatorio. Gran san Pedro sin faltar al debido respeto opinamos que eso no puede ser, que en este mundo algunos se pasan, que no cuelgan la caña como deberían, que se les ha contagiado un virus sin ningún antídoto conocido, en fin que te persiguen, te clavan, y si tienes suerte te devuelven al río pero antes te arrancan el morro a tirones hasta sacarte la cabeza del agua, te encestan en una red donde se te traba el bigote y donde te manosean el cuerpo sin cariño aunque digan que somos lingotes de oro, te hacen fotos a lo loco que luego ni te las mandan, en fin San Pedro, tenga Vuestra Merced en cuenta que nosotros, modestos barbos antaño olvidados, también tenemos derecho a vivir en paz algunos meses al año.
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Barbo en la Cruz
Agua fría Un campesino del sur de Francia anda por su finca y ve a un joven bebiendo de un arroyo. Se acerca rápido y le dice en el dialecto de la zona: – Hijo no bebas de esta agua que más arriba han cagado las vacas. El joven le contesta: – Habla francés que soy árabe. El campesino articulando un francés impecable: – Bebe lentamente que está muy fría.
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Pedro y Juan Pedro y Juan son dos amigos que siempre salen juntos a pescar a mosca. Como todos los adictos a este deporte no se les seca nunca la saliva para cualquier tipo de comentario trátese de la parafernalia, de las últimas técnicas de moda, de todo lo que hace de esta pesca un mundillo aparte. Como avanzan juntos en nuevos conocimientos comparten casi siempre las misma opiniones y sin embrago tienen un gran motivo de disputa porque el uno, Juan es omnívoro y el otro, Pedro, es vegetariano. Más que nada Pedro es vegetariano porque no puede matar ningún bicho, hasta se le revuelve la sangre si, por casualidad, tiene que matar una avispa... Donde más discuten es en el coche cuando salen a pescar. Últimamente me llevaron con ellos, subí detrás porque nunca me mareo mientras que Pedro suele vomitar en las primeras curvas. Aquel día hablaron del material de montaje para moscas artificiales y empezó Juan: – Mira, Pedro, no entiendo muy bien por qué montas tus moscas secas con esas impresionantes colecciones de plumas de cuellos Metz que tienes en casa. – Porque para mí son las mejores máxime si compras en “grado 1º” – ¿No se te ocurrió nunca que crían manadas de gallos para pasarlos a cuchillo, que hacen matanzas de ellos para luego vender las plumas? – Sí me lo he pensado pero como sabes yo no puedo matar, la imagen de un bicho muerto me duele y me ofende pero si no lo veo me despreocupo. – O sea que no es un problema para ti que otros hagan la fea labor y tu cierras los ojos. ¿No tienes problemas de ética? – No porque soy vegetariano, sólo acepto en mi dieta los huevos de gallina, nunca la carne de un animal y menos todavía la de un pescado.
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– Me parece muy bien que tengas una dieta acorde con tus ideas pero en el material de montaje de tus moscas, no sólo con las plumas de gallos sino con las de las aves y pájaros, de los buitres, de los cuervos, de las perdices, de los patos… también con los pelos para dubbing de las liebres, conejos, ardillas, topos y hasta de focas masacradas, cerrar los ojos es una hipocresía. – Por favor Juan ¡no me insultes! te repito que de lo que no veo me olvido y si me arrepiento de algo voy a misa y a confesar. – O sea que yo voy a pescar con un mojigato de los que pecan y luego van a lavar sus pecados a la iglesia. Gente feliz. Finalmente prefiero ser ateo y responsable. – Eres un renegado ¡Que Dios te perdone! – Para mí lo difícil sería lo tuyo, ser vegetariano, no matar y sin embargo comprar productos sacados de animales matados no sólo en pesca, en vestidos por ejemplo. Mira Pedro yo como de todo, compro pollos muertos pero si había que matarlos los mataría sin problema como hacía de niño con la abuela y si te cuento como mataba los conejos te vas a desmayar y denunciarme a la Sociedad Protectora de Animales. – Eres un pagano, no hay manera de hablar contigo. Hasta me han dicho que todavía matas algunas truchas para comerlas. En la era de los ordenadores tú no has salido de la Prehistoria. Eres un salvaje. – Prefiero ser un salvaje que un “urbanita” como tú, como los que habéis perdido el sentido común. Se come cada día en este país toneladas de peces muertos en condiciones crudelísima y ¿yo no voy a poder comer una trucha legalmente pescada? Pero ¿qué os pasa? – Bien conoces nuestra ética plenamente justificada por la pesca deportiva. Se pesca por deporte y no para matar. Se pesca para respetar la vida y el que no la respeta, con razón o sin ella, sólo se merece el desprecio. – No es una ética sino una religión y no eres tan tonto como para no comprender que todas las religiones generan integrismo. Vosotros sois unos integristas y además cobardes. Fíjate en los anónimos de internet que parecen acechar cualquier fallo de los que escri-
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ben para soltar su veneno pero no tienen valor para firmar con su nombre y eligen seudónimo. ¡Mojigaterías! – Pues mira tienes que aceptar todos los puntos de vista y te sugiero que entres en los foros para ver y comprender las sensibilidades diferentes. – A los foros no voy más porque muchos dicen por el ordenador lo que no dirían a una persona mirándola a los ojos. Parece que lo que les gusta es sembrar tormenta pero no son más que tormentas en un tintero que me dejan muy pensativo sobre el porvenir de nuestra cultura que a mi juicio se dejará colonizar por otra cultura, la cultura de los que nunca tuvieron problema para degollar un gallo.
(Durante toda esta conversación entre Pedro y Juan no dije nada pero tomé algunas notas pues por suerte me había llevado mi carné de pesca donde anoto lo que me interesa. Francamente pensé que en algún momento se iban a agarrar pero nada. Llegamos al tramo de pesca en el espectacular río Órbigo, salieron tan tranquilos, sacaron el desayuno con un buen vino y todo se terminó en chistes y risotadas. Vi en este triunfo de la amistad sobre las creencias un motivo de esperanza)
En el río Tarn
Parrillero Prendió temprano el fogón medio tapado con chapa al chimichurri le echó más ají agua y aceite orégano y tomillo En la parrilla bien alta puso la carne del asado una ristra de choricitos echó brasas apenas tanteando con la mano el calorcito bueno Tomando mate sueña con dos gauchos de la Pampa corriendo un potro que brinca enloquecido De alas cortas el sombrero botas lanzando brillos bombacha pegada al sudoroso cuerpo del caballo argentino Vuelan boleadoras rueda el potro en una nube de polvo mirando hacia los horizontes donde los caballitos saben llorar como los hombres Listo ya el asado felices los paladares de la gente sentada ojos mirando para dentro ojos que no ven más allá del asfalto de las calles
Capítulo IV: Heterodoxias
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Botella azul
CAPÍTULO V
Pescando cuentos
Relatamos en este capítulo algunos cuentos, historias y chistes (relacionados o no con la pesca) que salieron en nuestras tertulias. Si algún relato parece algo indecente a pesar de los recortes que se hicieron para no chocar las sensibilidades, hay que considerar que son de la responsabilidad de sus autores algunos de los cuales, desgraciadamente, han fallecido y no pueden, por tanto, admitir críticas. El papel del escritor del libro quedó limitado (menos en algunos textos de inspiración personal) a un trabajo de amanuense. Sólo se atrevió a corregir aquellas frases que, pasando directamente del habla coloquial a la lengua escrita, hubieran quedado pesadas por no decir confusas máxime si se sabe que las mayores audacias verbales brotaron de inhabituales copas de vino.
Capítulo V: Pescando cuentos
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Mujer de pescador leal hasta la muerte Érase una vez un rico pescador argentino que trabajó toda su vida como un burro para acumular fortuna. Por regla general no hay pescador rico, la gran mayoría suele ser pobre pero el caso de Ignacio (era su nombre) fue una excepción porque era tan avariento y tacaño que llegó un momento en que tuvo más dinero que lo indispensable para satisfacer sus necesidades vitales y cuando le sobraban 1000 pesos los prestaba a otro pescador infortunado para tener 1400 al cabo del año. Acuciado por la codicia, entendió muy pronto que el dinero podía servirle no sólo para vivir sino también para obtener más dinero. No se sabe si se dio cuenta de que acababa de reinventar el capitalismo al convertir en un fin lo que nunca debió dejar de ser un medio. Lo que le chiflaba a Ignacio era manosear cada noche antes de acostarse sus monedas de oro recién compradas y fajos de billetes nuevos que guardaba en una caja de ébano en lo más alto de la casa. Visitaba más su arca que su mujer Gabriela quien, no obstante, le quedaba leal por deber cristiano. Porque si hubiese menospreciado su deber de esposa le hubiera hecho más caso a Don Ernesto el escritor de Buenos Aires, que veraneaba en Puerto Pirámide y la visitaba cada vez que su marido salía de pesca. Se sentaban los dos a tomar mate siempre en el mismo sofá aunque le incomodaba un poco a Gabriela esa manera que tenía Don Ernesto de clavar la mirada en sus pechos que tenía opulentos y redondos y sin lugar a dudas rellenos como zapallitos. Cuando estaba cansada de tan insistente indagación, movía el busto de lado como para sacarse una mosca que se hubiese posado en el provocante escote. No sospechaba, así son las mujeres, que este meneo la hacía todavía más deseable. Don Ernesto se sonrojaba un poco igual que un niño sorprendido con el dedo en un tarro de dulces, luego seguían charlando de cosas baladíes, conscientes los dos de que lo importante
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estaba en lo callado. Así y todo una tarde Gabriela le habló a Don Ernesto del arca de su esposo, sin darle importancia casi burlándose, como quien no quiere poner los valores materiales sobre los espirituales. Otro día, al volver de cobrar una deuda importante, sonriendo de felicidad, Ignacio le dijo a su mujer: – Gabi, mi vida, te voy a pedir un favor. – ¡Dime, mi amor! – El día que me muera quiero que me entierres con todo mi dinero ¿Me lo prometes? – ¡Sí mi amor! te lo prometo pero no digas pavadas... Bien sabes que ‘Mala hierba nunca muere’ –añadió en plan de broma–.
Nadie puede prever el destino cuyos golpes nos hieren el día menos pensado. Aquella mañana Ignacio salió a pescar vieiras con un solo ayudante para ahorrar el sueldo de un segundo marinero. Solía bucear en el golfo San José. Por encontrar a todos sus empleados demasiado vagos e ineficaces, según decía, buceaba él mismo con una red enorme en forma de bolsa donde cosechaba las conchas de las vieiras como si fueran setas. Bajaba a unos 10 metros con cinturón plomeado y respiraba por una manguera alimentada en aire por un motor desde el puente del barco. Solía volver a la superficie cada dos horas más o menos. Aquel día “Piraña”, el ayudante oriundo de Corrientes, durmió una siesta larga en la hamaca de descanso y dio un salto cuando, al despertarse, miró el reloj. Hacía dos horas y media que el patrón estaba abajo. A las tres horas vio que la manguera flotaba desconectada del buceador. Lanzó una baliza fija y volvió al puerto. Cuando los hombres ranas encontraron a Ignacio le vieron con un brazo hundido en un agujero de las rocas, sujeto por un enorme pulpo que Ignacio debió de querer pescar para aumentar la ganancia pero quedó imprudentemente atrapado por los tentáculos hasta ahogarse.
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Gabriela lloró toda la noche del velorio en compañía de Don Ernesto fascinado por los incesantes espasmos de su corpiño negro. Al día siguiente cuando los amortajadores vinieron a cerrar el ataúd Gabriela les dijo: – Un momento, falta algo. – ¿Estás segura? –inquirió Don Ernesto en tono de reproche–. – ¡Sí! Y sin más comentarios ni lágrimas se acercó a la escalera por donde Don Ernesto la vio subir moviendo sus formas que el vestido negro hacía más tentadoras todavía. Al rato volvió con la caja de ébano y la puso sobre la barriga del muerto antes que le cerrasen el féretro para la eternidad. El entierro se efectuó sin novedad. El cura rezó las letanías de siempre y le llamó “nuestro querido hermano Ignacio” sabiendo perfectamente que se había enriquecido a costa de los pobres. Algunos marineros siguieron el ataúd hasta el campo santo y se descubrieron delante de la fosa no se sabe si por piedad cristiana o para ver la arena ir tapando, bajo la pala del enterrador, a un despiadado usurero. Gabriela volvió a casa acompañada de Don Ernesto y algunos familiares cariacontecidos que empezaron a ensartar en pretérito imperfecto las trivialidades que se suelen oír en este tipo de evento, “todavía era joven”, “era un trabajador empedernido”, “iba a misa todos los domingos”, “tenía la cara serena como quien no sufrió nada”, “ha muerto donde más le gustaba estar”, “el mar era su vida”. Nadie dijo lo que pensaba Don Ernesto: “que había sido castigado por donde había pecado”. Cuando todos se escabullaron cabizbajos Don Ernesto se sentó cómodamente en el sofá, le pidió permiso a Gabriela para fumarse un puro y le dijo: – No creo que hayas sido tan bruta de cumplir la promesa.
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– Mira, querido, yo soy cristiana y no podía romper la promesa a su última voluntad. – ¿O sea que pusiste toda la plata ahí? – ¡Claro que sí! Cogí todo el dinero, lo conté dos veces, lo deposité en mi cuenta y le giré por la cantidad exacta un cheque que encerré en la caja de ébano. – ¡Ja!¡Ja! ¡Que lo disfrute en el más allá! En diciendo esto Don Ernesto se levantó del sofá con los ojos fijos en el corpiño de Gabriela y por primera vez le estrechó la delgada cintura. (Escrito en Puerto Madryn, Febrero 2008)
Puerto Píramide
Es lo que hay… Un hombre rico, loco por la pesca, se casa con una hermosa mujer y después de la boda le dictamina sus exigencias: – Volveré a casa cuando tenga ganas y quiero que me esperes con una buena comida. Si no puedo ir te avisaré por el móvil. – Entre semana, después del trabajo, estaré con mis amigos en el Club y los fines de semana saldremos todos a cazar o a pescar. – No quiero discutir contigo mis decisiones. Es lo que hay… ¿Tienes comentarios? – No mi amor, todo bien pero quiero que sepas que cada tarde a las 8h habrá sexo ¡que estés aquí o no!
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Sardinas asturianas (Diálogos en Bable Central)
Hace muchos años, en un pueblo asturiano cerca de los picos de Europa vivía sola con su madre una moza alta y fuerte que trabajaba todo el día como un hombre. Su padre se había matado en un accidente de caza al rebeco. A pesar de su aspecto algo varonil tenía formas redondas que atraían la mirada de no pocos paisanos. Se llamaba Covadonga pero todos la decían Covi. Un día de invierno, esos días largos y aburridos en las montañas, vino su tía que era camarera en el hotel Miramar de Gijón. Así charlando y tomando una infusión de té de hierbas le dijo: – Fía ¿por qué non vienes a trabayar a Xixón qu’allí paguen bien y a tu edá tamién hay que pensar n’ell porvenir? – Prestaríame muncho, tía, pero non ye fácil me contraten. – Mírotelo yo, quería, en cuantu sepa d’alguien o d’algu avísote pol carteru. No había transcurrido un mes cuando llegó una carta de la tía explicando que un vecino suyo que se había quedado viudo, pobrecito qué pena, necesitaba ama de casa y pagaba un buen sueldo. La madre de Covi entre hipos y lágrimas le dijo a su hija: – Aceta fía qu’aquí non tenes porvenir, non puése vivir a tu edad en estos descampaos. Agora que tien la vecina teléfono sólo pídote una cosa, que llámesme de vez en cuando, ca semana gustaríame. La Covi se fue con la línea que pasaba por el pueblo los sábados a las 8 h. de la mañana. Cuando llegó a Gijón la tía la acogió feliz y la llevó a casa del viudo, Don Vicente, quien, en cuanto vio a la muchacha, tuvo un brillo en los ojos. Cuando a la semana la Covi llamó a su madre, le dijo que no podía imaginar lo que era eso, una
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casa limpia, sin animales, ni vacas ni cerdos para la matanza, sólo le tocaba cocinar, lavar, planchar y limpiar la casa. Tenía habitación propia, de paredes pintadas, y un fregadero propio con agua corriente. También podía lavarse en un cuarto de azulejos blancos donde había un lavabo alto, otro largo como un abrevadero para tumbarse y chapotear cuando el dueño iba al bar a echar la partida con los amigos. En un rincón había un lavabo bajito que “non servía pa ná, igual pa llavar caracoles”. Algunos días después, don Vicente obsesionado por el trasero en movimiento de la Covi, y con media botella de orujo de yerbas dentro le dijo: – Mira Covi, yo no necesito criada, lo que yo necesito es una mujer. Covi me enamoré de ti en cuanto te vi. Quiero casarme contigo. – Ye que, Don Vicente, usté ye mayor ya... soy mocina. – No hay edad para el amor hija. Ahora mismo me siento capaz de bailar contigo. – Non sé bailar –dijo Covi bajando los párpados avergonzada–.
La vergüenza en la mujer es un atajo hacia la rendición. En un decir amen el viejo ladino había puesto el fonógrafo con un disco de color negro que empezó a ondular bajo una aguja plateada y del que salió un vals de Johan Strauss. Cogió a la Covi por la cintura pidiéndole que le pusiera las manos en los hombros y empezó a dar vueltas al compás de la música. Las mujeres saben bailar de nacimiento, y algunas cosas más. A la Covi la música le subía a la cabeza y se le antojó que aquello era otra cosa que los vientos en la montaña. Le entró una embriaguez que el viejo supo aprovechar para arrancarle la promesa de casarse con él, prometiéndole mil maravillas. Le dio un besito en la frente y temiendo que la joven cambiase de idea, consultó por teléfono con su primo Don Gregorio que era párroco en una capilla de ánimas para que los casase a la mayor brevedad.
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Cuando Covadonga llamó a su madre para darle noticias ya estaba todo concluido con el danzante abuelo: – Mamá, que voy casarme con Don Vicente. – Non pue ser fía que ye demasiáu viellu pa ti. – Que si madre, lióme con música y cásame mañana. – Buenu, fía, total non va dúrate munchu el cabrón.
La madre entendió que su hija tenía ya casa montada y mirando sólo, como muchas, la seguridad, no se preocupó más que por la cosa de la cama que ella llamaba “la cosita”. Le pidió a su hija que la llamase, sobre todo los primeros días, pero, para que no se enterase la señorita de los teléfonos, que en aquella época las conferencias pasaban por una centralita donde lo espiaban todo, esas cotillas, que en vez de decir polvos o polvitos, que dijera “sardines”. Después de la noche de boda llama la Covi y le confiesa a su madre: – Anoche mamá, el viellu echóme dos sardinines. – Bien fía, señal de que non ye tan viellu. Un día después vuelve a llamar: – Anoche mamá echóme sólo una sardina. – Non te quejes, que la edad non perdona. Dos días después: – Anoche, ná, mamá, ná. – ¿Cómo que ná? ¿Ni una sardinina, fía? – Sardines no, pero chupóme la lata y prestóme.
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Pesca nocturna en Asturias
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La balcones (Otra carta de mi amigo Alberto Pérez)
Querido Guy, Pasan cosas en la vida que nunca pudieras imaginar antes de vivirlas. La pura casualidad me llevó a aquella fiesta de la trucha para celebrar el principio de la temporada. La presidenta de la sociedad era una mujer alta de cierta edad pero con restos de antiguos atractivos que sólo los hombres pueden intuir. Lo que no admitía duda eran sus opulentos pechos que abultaban anormalmente el corpiño. Seguro que a gatas y sin sujetador se parecerían a las ubres de las vacas que en aquellos parajes abundaban. Pero descartando esta visión indecente, entre copa y copa, se me antojó que los pechos de esta mujer eran como los enormes balcones gemelos que a veces sobresalen de las fachadas de algunas casas. Por eso empecé a llamarla La Balcones. Como en todas las fiestas se comía y bebía más de la cuenta. En el extremo de la plaza habían armado un tinglado para orquesta que metía un ruido del demonio pero lo que endulzaba aquel bullicio, para mis oídos siempre insoportable, era la presencia de una mulata de tipo cubano, piernas de gacela, culo al aire, pidiendo sexo a cada movimiento de su cuerpo, algo francamente insoportable para un hombre capaz de visitar el averno del femenino cuerpo. La estaba mirando boquiabierto cuando apareció en la barra del gigantesco bar otra mujer fina y discreta, ligera y poética como una pompa de jabón, una mujer totalmente a la inversa de la cubana porque si la cubana no despertaba más que fantasmas sexuales ella sólo inspiraba adoración mística y amor platónico. Me sentía capaz de escribirle un poema de amor cada día sin ninguna intención de acostarme con ella. No sé cómo podía tener marido porque sólo la
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veía flotar por encima de los extremos de la carne. Empecé a seducirla. No me acuerdo de lo que le dije. Sólo sé que en estas ocasiones encuentro palabras que saben traspasar el corazón de las mujeres como la aguja una inocente y linda mariposa. Creo que nos quisimos un rato. El amor puede durar sólo algunos minutos. No se mide en tiempo. Da una fuerza increíble que te ayuda a seguir por los cañadas abruptas de la vida. La pena fue que se nos metió en medio de “súbito” un bicho raro, un subnormal obsesionado por la pesca y la entomología. Me entregó como oro en paño una hoja de papel con una lista de moscas artificiales que me dieron risa por ser absolutamente disparatadas. Se mezclaban sin ton ni son los nombres de los pardos e indios de León con colores habituales por ejemplo Marrón = Verde/Indio o Asalmonado/claro = Acerado. Un auténtico rompecabezas con 26 ejemplos de moscas salidas se su descosida imaginación. En el lado derecho de su cara tenía la cicatriz oscura del golpe que debió de darse cuando de niño cayó de la cuna y no recuperó todo el entendimiento. Personaje finalmente interesante comparado con cierta mediocridad oficial. Cuando me di la vuelta la chica etérea había desaparecido al mismo tiempo que alguien me tiraba del ala del sombrero con dulzura. Era La Balcones que me sacaba a bailar. En un momento pensé que su potente anatomía iba a mantener distancia entre nosotros pero se arrimó a mí con tanto gusto que hasta sus muslos empecé a sentir y olvidándome de la cubana que saltaba como cabra en celos a algunos metros de nosotros. Le dije: – ¡Bailar contigo me hace feliz! ¡Hace semanas que no he ido con una mujer! Tuve el sentimiento confuso de haberme pasado en palabras pero ella sin nada de enojo me contestó. – Eso tiene solución. Un abrazo Alberto
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Tertulias de pescadores
Un viudo medio raro Mientras están cenando, después del sereno, la mujer de un pescador comenta la muerte de una amiga suya... pobrecita con lo buena que era, es muy injusta la vida. Luego le pregunta a su marido: – Y si yo falleciera ¿te volverías a casar? – Vida mía bien sabes que soy incapaz de vivir solo, alguien tiene que cuidarme. – Ya sé que no podrías vivir solo, eso sí lo entiendo pero ¿no te importaría vivir con ella en nuestra casa?¿No preferirías venderla? – Querida, con el trabajo que nos costó encontrar esta casa en la orilla del río, no me pidas tanto sacrificio por amor de Dios. – ¿Y dormirías con ella en nuestra cama? – Mira, Cielo, con los problemas de cadera y de espalda que tengo, cambiar de cama sería un castigo que no creo merecerme. – Y ese carrete nuevo tan lindo que me regalaste para pescar contigo cuando vamos a Argentina ¿se lo regalarías también? – Eso no mi amor, eso no, te lo prometo. – Entonces ¿Por qué? – Porque es zurda.
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Desde mi taller
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La inmortal historia del Ingeniero sin Papeles (Cuento argentino)
Protagonistas: - San Pedro alias Pedrín - El Diablo Lucifer alias Luci - El Ingeniero alias el IN - La secretaria del infierno alias la Sequi - Jesucristo alias el Señor Alusiones mitológicas: - Cerbero perro guardián de los infiernos. - Carón, barquero del infierno: mediante un modesto óbolo, ayudaba los muertos a cruzar el río Aqueronte y la laguna Estigia. - Mitos de Sísifo y Prometeo (ver nota nº4)
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Al oír sonar la pesada aldaba San Pedro abre la puerta de la Paraísonave (provisional antecámara del Paraíso que está en obras) a un ingeniero recién fallecido. Por más que rebusque su ficha en sus archivos no la encuentra y deduce como cualquier administrador que los que vienen sin papeles no pueden pasar y que si no hay ficha es porque su destino no es el paraíso sino el Infierno. El IN se encuentra proyectado en el vacío con la agradable sensación de volar. Cae en la boca de un volcán donde entre llamas y cenizas sale a un recinto parecido a un aeropuerto con interminables pasillos y malísima señalización. La primera tablilla a la vista dice: “El que no sabe leer que siga la flecha”. El IN empieza a dudar de que aquello sea el Infierno porque el diablo no suele andar con bromas. Después de caminar largo rato viendo en cada tablilla nueva el resto de los minutos para llegar al destino, da con una puerta de apertura automática con la inscripción: Administración. No se atreve a avanzar al oír los gruñidos del famoso Cerbero, perro tricéfalo guardián de los Infiernos, que corre los que intentan huir y con sus tres cabezas suele morder a la vez el brazo, el trasero y la pierna. Por encima de una pila de carpetas asoma la cabeza una secretaria, muy huraña, seca como un palo y oliendo a quemado: – ¿Quién es Ud para entrar a molestar a deshora? – Me manda San Pedro, soy un ingeniero italiano. Me llamo Togo. – ¡Documentación! – Dijo San Pedro que acá están mis papeles. La secretaria revuelca un montón de hojas. Al no encontrar nada decide que ese “sin papeles” tiene que retornar a la “Paraísonave”, que haga marcha atrás o le suelta el perro, que se las arregle como pueda, que hay un error de asignación y vuelve a esconderse detrás de la pila de carpetas chupando la bombilla del mate. El IN se queda un buen rato pensativo, como todos los de su estirpe, hasta que llega el mismo diablo cojeando con el bigote bajo y la cola retorcida:
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– ¿Qué ocurre “Sequi”? – Nada, que el cabrón de San Pedro se equivocó otra vez. Hace poco nos mandó un mosquero francés sin papeles y ahora un ingeniero italiano. Ese IN tenemos que devolverlo urgente no sea que pase lo mismo que con ese maldito mosquero que se quedó por bula excepcional de Vuestra Merced y ahora nos está trastornando el río Aqueronte y la Laguna Estigia convirtiéndolos en un paraíso del pescador. Hasta convenció a Carón de que parase su barca en los sitios vadeables y cobrase su óbolo en peces. – Oye Sequi, lo del mosquero francés lo dejamos para más tarde que estoy estudiando un nuevo abanico de torturas para que él y todos los de su calaña, fallecidos o por fallecer, pasen al mismo tiempo las de Sísifo [4] y las de Prometeo. Respecto al ingeniero italiano vamos a ponerlo a banco de prueba durante un par de siglos porque no tengo ningún otro y bien sabes que necesitamos reformar el infierno. La Sequi escupe como un guanaco el trago de hierba mate pero obedece matasellando la hoja de entrada y farfullando entre dientes “Errare humanum est, perseverare diabolicum”. Sin demora el IN se pone a trabajar duro. Con varios equipos de legionarios romanos, inquisidores españoles, jueces del Santo Oficio atados con cadenas de hierro candente y acaudillados por Torquemada, con Robespierre y Napoleón arrastrando la carreta de la guillotina, construye puentes y embalses, abre montañas, diseña ripios especiales para las carrozas de la muerte, repara y moderniza las ollas donde hierven los condenados graves, en fin en tres siglos escasos pone un infierno tan renovado que el Diablo decide perdonarle los trece latigazos diarios que se aplican a todos los reos sin excepción. Como, igual que en la tierra, todo termina sabiéndose en el cielo, San Pedro se entera de que el IN rechazado está modernizando el infierno de manera muy preocupante. Decide consultar con Jesucristo a la hora de la Cena. Éste no quiere saber nada:
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Tertulias de pescadores
– “¿Qué me contás Pedrín?, ¡Otra vez metiste la pata! este asunto lo tenés que solucionar vos de inmediato porque si se entera papá, capaz que me manda otra vez a la Tierra a padecer.” Tiritando como una estrella San Pedro agarra el celular intersideral y consigue, un año más tarde, conectar con Lucifer: – Mirá, Luci, tenemos un problema con el IN que te mandé hace tres siglos. Ha sido un error de escritura. Recién encontré su ficha: tenía que haber ingresado en el Paraíso. No será la primera vez que llegamos los dos a un consenso ¿verdad? si te parece bien diremos que ha tenido tres siglos de Purgatorio y así todo queda en orden. – ¡Imposible amigo Pedrín! Por una vez que me mandás a un artista que sabe tanto de todo, me quedo con él. Lo que sí te prometo es tratarlo bien. – No Luci, No ¡Inaceptable! ¡Totalmente inaceptable! Por tu bien mandalo de vuelta sin demora. De lo contrario tendré que pedir al Señor que te haga un juicio. – Y ¿con quien me va a hacer un juicio el Señor si todos los abogados los tengo acá? (Madrid Barajas, 08 de Febrero 2009)
Nota nº4: “El Mito de Sísifo”: El Cantar del Agua (Tutor 2004)
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Pareja Oscura
Genio y figura... (Escrito en la Patagonia un día de viento tan huracanado que hasta los genios volaban bajo) En un campo de golf muy de moda un matrimonio estaba matando la tarde. Desde que se casó con Flora, Carlos no sabía cómo ocupar el tiempo al finalizar su trabajo. Se había metido en el golf después de dudar mucho entre el caballo y la pesca con mosca. Probó la pesca pero con las clases que le dieron no fue capaz de sacar ningún pez. Y eso que se compró el sumum, una caña Orvis de 500 dólares y toda la parafernalia con 200 dólares más. Pero el monitor, un francés de Paris, no sacaba peces y los alumnos tampoco aunque uno de ellos se jactaba de pescar mucho cada vez que salía solo. Problema de concentración decía y empezó a explicar cómo se pescan truchas. Encima los cursos de lanzado se daban en un prado con aros para la precisión y rayas para la distancia. Un día a Carlos se le ocurrió una idea, que para pescar en un prado más valía jugar al golf y se lo dijo a Flora: – Mira, Amor, ¿Por qué no aprendemos juntos a jugar al golf? Va mucha gente de la buena sociedad y hasta el gobernador me dijeron. Cuando te vea se va a enamorar de ti y seguro que me va a ascender. – No seas tonto, corazón, bien sabes que eres el hombre de mi vida. Eso del golf, sí que me gustaría pero me tienes que arrastrar el carrito. – Te lo prometo, Amor. Empezaron a jugar al golf. Carlos era bastante hábil para colocar la pelota en el agujero y hasta gastaba alguna broma con su mujer. Ella era más torpe pero cuando levantaba el palo antes de pegar la pelota era de una belleza espeluznante. Se erguía un poco en los pies apretando unas piernas largas y perfectas, dibujando de perfil un busto alto y provocador que hubiera querido moldear cualquier artista. Su larga cabellera rubia ondeaba en el viento como la de las amazonas. Su hermosura plástica desconcentraba a los otros jugadores pero ella no se daba cuenta o hacía como que no se daba
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cuenta. Así son las mujeres. – Flora, Amor, ten cuidado al pegarle a la pelota no sea que la mandes a una de esas lujosas mansiones ahí cerca y rompas uno de sus grandes vidrios. Costaría una fortuna repararlo.. – Ya te dije mil veces, corazón, que no me hablaras cuando voy a jugar... En diciendo esto, medio nerviosa, Flora le pega tal viaje a la pelota que ésta salta por encima del seto choca contra una ventana de la mejor casa rompiendo estruendosamente el cristal. – Ya te avisé, Amor, nunca me haces caso. Y ahora ¿Qué hacemos? – Pues nada, vamos a pedir perdón y pagar la factura. Total no es más que un cristal roto. Van hasta la casa llaman a golpecitos y desde adentro una voz les responde: – Pueden pasar, la puerta está sin llave. Entran con timidez en un salón casi vacío, ven todo el vidrio disperso por el piso y, cerca de la única mesa, una botella también rota, de antigua factura, de las que sólo se ven en las colecciones. En una silla medio carcomida, con telarañas colgando, estaba sentado un caballero con vestidos de otros tiempos, polainas usadas, calzas verdes, jubón amarillo y un sombrero tipo pescador que era la única prenda que parecía actual. Tenía unas barbas bien cuidadas y entrecanas. El hombre parecía no tener edad, era de los que tienen la suerte de no cambiar mucho durante varios decenios. Algunas arrugas y nada más. Entre sorprendido y avergonzado Carlos le dijo: – Disculpe, Caballero, nosotros somos los que acabamos de romperle la ventana. Fue un accidente. Le vamos a pagar los gastos y algo más por la molestia. – De ninguna manera, el agradecido soy yo, (contestó este extraño personaje), porque me acabáis de liberar de mi prisión de vidrio. – ¿Qué está diciendo? – Pues que no soy uno de esos mortales que andan por las calles.
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Tertulias de pescadores
Soy un Genio de un siglo pasado encerrado de forma invisible en esa botella que acabáis de romper al mismo tiempo que el cristal. – ¡Un Genio! ¿Cómo ha podido ser? – Es que yo era amigo de una bruja que al envejecer, eso les pasa a veces a algunas mujeres, no a todas, se puso más mala que una víbora. Hacía todo el daño que podía y yo intentaba contrarrestarla porque mi naturaleza es sencilla y buena como veréis. Una noche me hizo beber no sé qué caldo de sapo con arañas y amanecí en esa botella encerrado para siempre pero por suerte esa hada que veo delante de mí, al romper mi prisión, me hizo volver a la vida. Por eso quiero utilizar mis dotes sobrenaturales y concederles tres deseos, les doy uno a cada uno y me guardo el tercero para mí. Carlos sin pensarlo dos veces le dijo que estaba cansado de trabajar y que con un millón de dólares cada año vería el porvenir con otros ojos. – Un millón, no hijo, dos millones para ti. Ya está hecho, esta semana te va a tocar la lotería. Cómprate hoy mismo un billete que termine por 013. – Yo, –susurró Flora– sólo quiero 3 cosas: la casa del indiano de mi pueblo, la que todos envidian, otra casa en la playa de Celorio en Asturias dominando el mar y otra en alta montaña en las mismas pistas de esquí. Para viajar de una a otra un “Mercedes” no me vendría mal pues no tengo más que un autito que me da vergüenza salir con él. El Genio cierra los párpados concentrándose, como mirando para adentro: – Ya está hecho. Mañana te van a mandar los títulos de propiedad de las casas. Para el Mercedes tendrás que espera un poco porque los que veo disponibles no tienen bar. – ¡Con un bar adentro! Mis amigas se van a poner moradas. Gracias Señor Genio. Y su deseo de Ud. ¿Cuál es? – Es difícil de decir pero... me tienen que comprender. Tanto tiempo encarcelado en esa botella, la primera cosa que me apetece al volver a la vida es una relación sexual y siempre soñé hacerlo con la pri-
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mera mujer que viera. Quiero tener sexo ahora mismo con Flora. – ¡Imposible! Yo soy la mujer de un solo hombre ¿Verdad Carlitos? – Es que mira, Amor, piensa con calma lo que vamos a perder por un momento de sacrificio. Me duele imaginar que vas a hacer el amor con otro pero en el caso de un Genio, y tan generoso además, todo se puede perdonar. – Yo ¡No! pero puedo llamar a mi amiga Marisa que es muy guapa y no le importaría nada. Me comentó que le gustaba acostarse de vez en cuando con otros hombres que su marido. Eso sí que tiene buen gusto, siempre con ingenieros o diputados. ¡Fíjate tú si además el Señor Genio la paga bien! – Señores, si no se cumple mi deseo no se podrán cumplir los suyos. Pueden salir e ir en paz. Después de discutir un rato con su marido quien le insiste en que por una sola vez no es nada grave, Flora se acerca al Genio y le dice: – Es contra mi voluntad pero me sacrifico por mi marido.¡Vamos! El Genio se levanta y la lleva a una habitación que da al salón. Carlos se sienta en la silla del Genio pero como es algo pesadote rompe la silla y se cae al suelo sin dañarse con los cristales, gracias a Dios. Arrima la espalda a la pared y espera. Pronto oye unos chillidos de su mujer que le sorprenden por no haber conseguido nunca arrancárselos él. Lo atribuye a las dotes especiales de los Genios y piensa en la fortuna que le espera. Después de una pausa vuelven a oírse otros jadeos y así durante más de una hora. Al finalizar, mientras se visten al pie de la cama, el Genio, prendiendo un pitillo, le pregunta a Flora: – Perdona mi curiosidad querida... ¿Cuántos años tiene tu marido? – 39 años. – Y con 39 años sigue creyendo en los Genios ese boludo. Los perros abren los ojos a los 15 días, los boludos nunca... boludos quedan... hasta la sepultura.
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Un Tuteo de Muerte En una gran tienda de pesca abierta 10 horas seguidas, especializada en ventas directas y por correo, el dueño se preocupa por un nuevo empleado, un loco por la pesca a mosca que nunca para ni sale para comer hasta que, después de varios meses, empieza a ausentarse 2 horas al mediodía. Entonces el dueño, preocupadísimo, llama a un cliente que es detective y le dice: – Siga a Patricio cuando sale y luego me cuenta lo que hace no vaya a ser que ande en algo malo. El detective cumple con el cometido y después de una semana informa al dueño de la tienda: – Patricio sale normalmente al mediodía, toma su coche, va a su casa a almorzar, luego echa un polvito con su mujer, se fuma uno de sus habanos selectos y vuelve a la tienda a trabajar. – Ah, bueno, me quedo más tranquilo, no hay nada malo en todo eso –responde el dueño–. Luego el detective pregunta: – ¿Puedo tutearle señor? Sorprendido el hombre contesta: – ¡Sí, como no! – Te repito: “Patricio sale normalmente al mediodía, toma tu coche, va a tu casa a almorzar, luego echa un polvito con tu mujer, se fuma uno de tus habanos selectos y vuelve a la tienda a trabajar.”
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Pajilleras de caridad (Fantasía histórica)
Nota histórica: Primera Guerra Carlista (1833-1840): A la muerte de Fernando VII en 1833 estalló una feroz guerra civil entre los partidarios del hermano del rey Don Carlos, los Carlistas, (conservadores y absolutistas) y los partidarios de la regenta María Cristina de Borbón, los Cristinos (progresistas y liberales). Vocabulario: Una paja: La voz popular “paja” con sus derivados “hacerse una paja”, “pajilla“, “pajillearse”, “pajillera” no suele encontrarse en los escritos literarios y parece totalmente desconocida de la Real Academia. Sin embargo, en la obra de Miguel Delibes, El Hereje, se puede leer: “Mira, ya está ‘el Corcel’ haciéndose una paja. Siempre tiene que hacerse una paja en el paseo el marrano de él” (Ediciones Destino p.163)
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Tertulias de pescadores
La Especial Dispensa Aquella maravillosa mañana de diciembre 1840, paseábase el Obispo de Andalucía por los jardines del Palacio Episcopal de Málaga, los cuales, sin tener la exuberante belleza de la Alhambra de Granada, brindaban no obstante un encantador entorno arbóreo y floral. Empezaba a mostrarse nervioso porque no era puntal la Hermana enfermera del Hospital San Juan de Dios quien le había pedido una entrevista en gran secreto. Por fin tocó la campanilla del claustro. Detrás del portero que perdió media pierna en los primeros años de la Guerra, y ahora andaba renqueando con una pata de palo, entró una monja de buen talante, alta y delgada que avanzaba con decisión moviendo a cada paso el largo vestido que ondulaba de diestra a siniestra de tal manera que cualquiera se hubiera preguntado cómo serían las piernas que causaban tan elegante movimiento. Al acercarse al obispo la monja puso una rodilla en el suelo y bajó humildemente la cabeza de cuya cofia blanca y almidonada se desprendía una sensación de nívea pureza. Sólo alzó la mirada cuando el obispo ayudándola con su mano donde brillaba una voluminosa sortija de oro, la ayudó a levantarse: – Bienvenida Sor Ethel ¿qué ocurre para pedirme una entrevista con tanta insistencia? – Es que Monseñor tenemos un problema en el pabellón de heridos del Hospital. – Triste guerra en puridad, hija mía, muy triste, mucha sangre en las manos tienen los Cristinos por no respetar la voluntad de Dios. – En el Hospital, Vuestra Merced, la caridad nos obliga a no hacer ninguna diferencia entre los soldados. Todos los heridos son iguales ante el dolor. En la cama se quejan, lloran, de noche hacen pesadillas, y siempre piden mujeres para aliviar su defraudada virilidad. Mientras sor Ethel hablaba el Obispo observaba su cara hermosa, sin arrugas a pesar de sus 45 años, con estos ojos garzos que sólo tienen las castellanas guapas, delicados labios rosados, manos finas y
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blancas. Sor Ethel había nacido en Cifuentes de Rueda por eso la llamaban Sor Ethel Sifuentes, con “S” por influencia del siseo andaluz. – Comprendemos, hija, comprendemos la debilidad de la carne con sus correspondientes daños pero en un hospital no hay solución. – Si la hay Monseñor pero necesitamos de Vuestra Merced una especialísima dispensa para continuar la experiencia – ¿Qué experiencia, hija? Dispensa ¿Para qué? Por primera vez el impasible rostro del obispo, que no dejaba transparentar ningún sentimiento ni la idea que empezaba a habitarle de cómo podría prolongar en su salón privado tan atractiva visita, expresó una fuerte e interrogante sorpresa. – Me da vergüenza confesárselo, Padre, pero los primeros intentos fueron tan exitosos que las hermanas enfermeras me convencieron para que viniera a solicitar aquella dispensa. – Por favor no le des más vueltas al tema ¿De qué se trata? – Pues… pues, sin que importe el aspecto físico o la edad... de prestar consuelo con maniobras de masturbación a los soldados heridos. – ¡Una dispensa para masturbar a los heridos! ¡Dios mío no me queda nada más que ver en este mundo! Imposible hermana, imposible. No puedo ser cómplice de tan grave pecado. ¡Y me dices que habéis empezado! Pero ¿Cómo se os ocurrió esa locura? – Perdonarnos Padre pero no sabíamos cómo cambiar el ambiente cada día más pesado del pabellón de heridos. Por más que limpiáramos, los olores a orines casi diría a purines se volvían insoportables. Además flotaban en el aire pestilencias que la hermana María Josefa, que sabe mucho de hombres, identificó como olores a testículos. En efecto cada vez que levantábamos las sábanas ese hedor se hacía más fuerte. Entonces para sanear la atmósfera y quitar la insoportable presión de la ansiedad general decidimos, sólo con las hermanas voluntarias, casi todas, Dios las bendiga, hacer la experiencia de masturbar una vez al día a los pobres soldados inmovilizados por sus heridas.
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– No me lo puedo creer. En esta encarnizada guerra se habrá visto de todo. Se ha perdido el temor de Dios y... ¿Cuáles fueron los resultados? – Espectaculares e inmediatos Su Excelencia. El clima emocional cambió radicalmente. Donde antes se oían lamentaciones empezaron a sentirse risas y cuchicheos, complicidades hasta entre los que militaron en bandos opuestos. Nunca me hubiera atrevido a venir hasta aquí si no estuviese convencida de que es una buena obra de caridad cristiana que debemos continuar en pro de todos. – Finalmente la Magdalena también pecó mucho y Nuestro Señor la perdonó. En estos tiempos tan descabellados podría firmar una dispensa temporaria, empero, a vuestra tan caritativa labor le veo un gran peligro. – ¿Podría Vuestra Merced comentar su santo pensamiento? – El amor hija, el amor. Es imposible que no se enamore una hermana de un hombre o viceversa. Es muy débil la carne hija pero el corazón más todavía. – Con su permiso Monseñor lo tenemos todo previsto y hemos tomado medidas para evitarlo. – ¿Cómo pensáis evitar tan inevitable consecuencia? – Por un sorteo su Excelencia. Cada mañana ponemos en una cofia los números correspondiendo a las camas de los heridos y los sorteamos. De esa manera a cada una de nosotras le toca masturbaciones distintas cada día. Es imposible que se repitan regularmente. Después de quedar perplejo pensando probablemente en las reacciones de la jerarquía el Obispo dio tres palmadas sonoras. Enseguida apareció su secretario. – Señor abad, prepare un pergamino que diga en letra de molde “Especialísima Dispensa otorgada a las enfermeras del Hospicio San Juan de Dios de Málaga”. Prepare también la cera y el Sello. – ¿Algo más tengo que escribir su Excelencia? – No, el resto lo rellenaré yo después de ultimar los pormenores del texto con Sor Ethel en mi gabinete privado.
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Hechos y Milagros en el Pabellón Claro que la idea del sorteo era una buena idea para evitar derivas sentimentales pero nunca las cosas salen tan simples como estaban previstas en un principio. Las hermanas fundadoras sintiéndose totalmente desculpabilizadas empezaron a poner un celo especial para cumplir la buena obra. Sin que se sepa con certeza de donde llegaban los heridos su número fue creciendo. Después de convencer a la madre superior del hospital que no puso nunca la mano en la masa por tener reumas articulares, Sor Ethel, ascendida a jefa de “pajilleras”, tomó dos nuevas medidas. Primero se amplió el pabellón de enfermería y segundo se pidió asistencia a voluntarias seculares, siempre dispuestas a practicar tan abnegada caridad. Se murmuró entonces en todo el pabellón que entre esas voluntarias había algunas novicias que querían aprovechar esta oportunidad para estudiar la masculina anatomía. En realidad era casi imposible reconocerlas porque la madre superior, después de consultar con el confesor del hospital, puso como condición a la admisión de las voluntarias que viniesen totalmente embozadas. En un primer tiempo Sor Ethel, siempre alerta para detectar el menor tropiezo, no observó mucha diferencia entre, digamos las profesionales y las aficionadas. Pero luego, asaltada por muchas dudas, viendo que el control exacto se le iba de la mano, temiendo que las embozadas lo hicieran más por gusto que por abnegación, se le ocurrió, para controlar y organizar mejor las sesiones de pajilla, utilizar a los heridos como conejillos de Indias. Atribuyó un número secreto a cada voluntaria y anotó metódicamente el número de la cama que le había tocado por sorteo, por ejemplo que la voluntaria nº 6 había manipulado al herido de la cama nº 4. Así se enteraba de todo y de todos los detalles sin que nadie lo sospechara. Solía repartir sus apreciaciones en cuatro grupos : D = Torpe, C=Regular, B=Hábil, A=Habilísima. Estas estadísticas la llevaron en no pocas ocasiones a corregir con autoridad el sorteo pues en pajillas como en pesca hay tíos que siempre tienen más suerte que otros.
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Turbulencias cromรกticas
Las voluntarias solían retirarse a la hora de comer. Se las invitaba a una frugal pitanza en el refectorio donde había un púlpito al que subía el confesor para leer páginas del evangelio. Sor Ethel iba luego a charlar con los pacientes para indagar sobre las prácticas y habilidades de cada una y rellenar sus hojas de investigaciones. Una tarde se acercó a la cama de un capitán navarro que acababa de llegar al hospital con una vieja herida en el muslo. Sólo se sabía de él que había combatido con Zumalacarregui primero y después de su muerte con el general Cabrera enemigo declarado del Abrazo de Vergara. Era bastante alto y flaco con la nariz aguileña pero sin exceso. Quedaba tieso en la cama mas no se sabía si era por dolor o por paciencia. Sólo se le veía tragar saliva de vez en cuando. Algunos comentaban en el pabellón que antes de la guerra era pescador profesional y consiguió enamorar a la hija de un lord Inglés que tenía negocios en Pamplona. – ¿Cómo estás hijo? ¿Te visitó una voluntaria hoy? – Le preguntó Sor Ethel– . – ¡Sí! Sor Ethel ¡Sí! Lamentablemente me dejó con las ganas. – ¿Qué me cuentas si nadie se quejó de ella hasta hoy? – No es que me queje de ella pero si me quiere hacer un favor mándeme la novicia de ayer. – ¿Como sabías que era novicia? – Por su manera de ser, hermana, por su visible inexperiencia – Entonces ¿Por qué te gustó más que la de hoy? – Pues la de hoy no utilizó más que su mano derecha moviéndola mecánicamente, sin cariño, mientras que la novicia de ayer hacía excitantes pausas y me acariciaba por abajo con la otra mano. No pude aguantar más de algunos minutos. – Claro que de esa manera se ahorra tiempo. A todas vamos a darles un cursillo para que aprendan a manipular mejor y que lo hagan con más convicción. Gracias por tu sinceridad hijo. Gracias. – ¿Puedo pedir otro favor?
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– ¿Qué más quieres? – A ser posible quisiera probar una zurda como Ud., dicen que son divinas. – ¡Reza y espera!
Epílogo Con la rapidez de una polvareda, las pajilleras de Málaga fueron conocidas en toda la Península, no sólo conocidas sino repetidas cada vez que la caridad hacia los heridos lo necesitaba. Se dice que duraron hasta el siglo XX y sirvieron con celo a la famosa Pasionaria. También estuvieron presentes en todos los conflictos que sacudieron la América latina en el siglo XIX. Lamentablemente parecen haber desaparecido después de la segunda guerra mundial. Fuentes escritas: No Hay. Sólo tradición oral.
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La Dama roja “Sucia de besos y arena Yo me la llevé del río. Con el aire se batían Las espadas de los lirios” (Federico García Lorca: La Casada Infiel)
La pesca suele traer placeres y emociones y también numerosos avatares pero no la dejamos porque se nos metió en la sangre para siempre. No sé cómo clasificar el recuerdo que te voy a contar indudablemente lleno de placer pero bastante molesto por no pasar un día sin que me coma el coco. Es algo que ocurrió en una época desgraciadamente muy remota cuando iba de soltero a pescar el Narcea y me hospedaba en un hotel a pie de río. Por la tarde, me tomaba una caña en el bar de la esquina esperando la hora propicia para salir a pescar. Iban y venían muchos clientes y entre ellos los habituados que solían sentarse siempre a la misma mesa. Me encanta observar el paisaje humano. Había una pareja que llegaba sobre la seis de la tarde. Se veía enseguida que él era muy mayor y ella al revés, madura pero perfectamente conservada y atractiva con su corpiño negro bien abultado. Ojos negros también. Me resultaba muy difícil apartar la vista de esta mujer que me atraía como un imán. De vez en cuando ella me miraba de reojo creo que más por curiosidad que por otra cosa pero un día que le estaba secando al marido en la comisura del labio una miga de casadiella me pareció notar algo más. También observé que lo hacía con la mano izquierda de lo que deduje que era zurda. Empecé a sentir la necesidad de verla cada día y confieso que cuando me llamaba el río, en vez de salir corriendo según mi costumbre, prefería ir al bar a ver a la hermosa dama. Hay hombres que al mirar a una mujer que les gusta sólo piensan en la conquista sexual, en el placer físico. No se diferencian mucho de los animales.
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No son capaces de conocer los gozos del amor... ni las penas. Otros, más sensibles, vibran primero con el corazón, sienten que se están enamorando, se preguntan si la mujer les puede corresponder o no. El deseo sexual viene después de las emociones del alma que van creciendo como las olas de un temporal. Las cosas iban a quedar así pero hay hilos que parecen movidos de antemano por una mano invisible. Resulta que en un fin de semana hubo una gran fiesta con espicha y otras actividades festivas en el claustro del antiguo monasterio. La sidra sólo tiene 6 grados pero de calidad casera, sin acidez, bien escanciada de forma que espalme en la boca del vaso, entra sola y no tarda en calentar el alma. Comentando con algunos paisanos los infortunios de la pesca, siempre he preferido pasar por un pescador mal aventurado, me di cuenta de repente que la Dama del bar estaba sola, arrimada a una columna del claustro comiendo un pastel. Tenía las uñas de las manos pintadas de un rojo vistoso que me hizo un efecto raro. Me acerqué sin saber cómo entablar la conversación mas ella no me dio tiempo para pensarlo: – A Ud. Le conozco. Hace años que viene a pescar, siempre por las mismas fechas. – Yo también la veo muchas veces en el bar. – Esa afición que Ud. tiene por la pesca no la entiendo muy bien, eso de lanzar la boya al río durante horas me aburriría, prefiero caminar por las sendas de la orillas. Me gusta mucho caminar. – Yo no pesco a boya, sólo a látigo pero creo que le parecería también monótono si lo viera. – No conozco la pesca a látigo, me interesaría verle pescar a Ud. Por aquí dicen que es un especialista. – Especial bien puede ser... especialista es otra cosa... hagamos una cosa... cuando quiera vamos al río, le enseño como pesco yo a mosca y luego caminamos un rato por las orillas, entre sus hermanas las flores. (Me encanta piropear a las mujeres)
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– (Con una leve sonrisa) No me parece mala idea. Mañana si quiere me viene a buscar en la puerta de mi casa a las 3h. y así me divierto un poco que estos días con mi marido enfermo no salgo nada. Un paseo me vendría bien. Un paseo y nada más. Me dio la dirección de su casa y yo para despedirme, en plan de broma, le dije: – Esperaré en la puerta todo lo que haga falta pero le pido por favor una cosa. – ¿Qué cosa? – Qué no se vista de rojo porque soy un poco toro. Con el rojo de sus uñas ya se me cruzaron los cables ¡Ja!¡Ja! Era broma. – Así lo tomo. Gracias por la invitación y hasta mañana que ahora me tengo que ir. Al día siguiente paré el coche en la puerta de su casa a las 3h. Siempre he sido muy puntual. Nunca llego tarde ni temprano. Me costaba dominar esa emoción que siento cuando espero a una mujer por primera vez. Con cinco minutos de retraso apareció en el umbral dejándome alucinado. Vestía una falda negra elegantemente apretada en la cintura y abrochada delante por botones de un rojo vivo. Pero lo que más me sorprendió fue que bajo esa hermosa falda que no pasaba de las rodillas se había puesto medias rojas y tacones altos casi del mismo color. Me pregunté entonces “¿Querrá reírse de mi broma de ayer o es por algo más?” Sin saber qué hacer salí precipitadamente y le abrí la puerta del coche como un criado a su señora. Ella se sentó majestuosamente juntando y levantando las dos piernas a la vez mientras su falda se arremangaba hasta la mitad de sus muslos. En ese momento tuve el sentimiento de que iba a ser muy difícil portarse como un hombre y no como un poeta adorador de la belleza de la mujer. Nos fuimos por el valle del Narcea arriba. Al llegar a la pasarela de Arenas bajamos a ver el río. En la orilla había truchas cebándose como siempre, esas truchas que parecen fáciles de engañar a mosca
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y en realidad son muy difíciles. Se me antojó que podía pasar lo mismo con esta Dama. El cielo estaba nublado y orbayaba. Aproveché un momento en que la estremeció un escalofrío para cogerla por el hombro y apretarla contra mí. Me miró con esa sonrisa que ya le había observado en el bar y me dijo simplemente: –¡Vámonos! Apenas nos volvimos a sentar en el coche cuando empezó a llover como sólo llueve en Asturias o en Chile, con una regularidad desesperante, con una densidad de nunca acabar. Pasamos cerca de una casucha derruida con una publicidad en un muro que decía: “Los suspiros de Miranda no necesitan propaganda”. Ella me explicó que se trataba de un dulce muy rico. Le contesté que me gustaba la rima pero que prefería los suspiros del corazón. Viajando lentamente, ya que su sola presencia me llenaba de felicidad y me bastaba, le comentaba los tramos del río y los cotos que dejábamos de lado, los que me hubiese gustado enseñarle sin esta maldita lluvia. Al cruzar el Pigüeña quise explicarle que en su desembocadura se aquerenciaban los reos por la temperatura del agua pero no me hizo caso y me miró esa vez con otra expresión en sus ojos negros, como de un callado reproche. Entonces sin pensarlo le puse la mano en la rodilla y ella inclinó su cabeza hacia mí posándola en mi hombro. Moví levemente la mano y ella me puso la suya a medio muslo produciéndome una descarga eléctrica que me endureció todo el cuerpo. Un poco más allá del coto de Bárzana vi una entrada de camino entre unos castaños y me metí sin pensarlo. El camino se terminaba al poco trecho. Paré el coche. La condensación empañó los cristales. Pronto no vimos nada fuera como si el vaho nos aislase de miradas indiscretas. Sólo se oía el repiqueteo de las gotas de agua en la chapa. Allá lejos chapoteaba el Narcea. Empecé a besarla en la boca con glotonería y ella a devolverme los besos con caricias tremendamente excitantes. No quise seguir pensando como siempre que el amor es una forma de canibalismo y le desabroché los rojos botones del corpiño mientras mi mano izquierda se movía suavemente por su pierna. También era rojo el sujetador que solté con rapidez. A las mujeres les gusta ese tipo de manualidad. Libres los pechos me encantó sentir su pesadas
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formas en la mano mientras devoraba sus puntas que eran como tiernas aceitunas. Ella empezó a jadear... Tuve que correr el asiento hacia atrás y lo que pasó entonces no te lo voy a contar, amigo Guy, porque si lo escribieras te tildarían de autor pornográfico... Total hicimos el amor hasta que se agotara mi semana larga de abstinencia. Luego ella se sentó de nuevo a mi lado arreglándose el corpiño y por fin serena me miró con ternura diciéndome: – “No me tomes por lo que no soy mi querido Alberto pero no aguantaba más...¡Hace tanto tiempo que no he ido con un hombre!” Nota: El narrador de este emocionante episodio espera no haber traicionado lo que le contó su difunto amigo Alberto Pérez algunas horas antes de su letal accidente a los 42 años.
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Monaguillo Italiano Bendígame padre, porque he pecado. He estado con una chica ligerona. – ¿Eres tú, pequeño Lucas Pagani? – Si, padre, soy yo. – ¿Y quién es la chica con la que estuviste? – No le puedo decir, padre, no quiero arruinar su reputación. – Bien, Lucas, estoy seguro de averiguar su nombre tarde o temprano, por lo que deberías decírmelo ahora. ¿Fue Tina Minetti? – No puedo decirlo. – ¿Fue Teresa Mazzarelli? – Nunca lo diré. – ¿Fue Nina Capelli? – Lo siento, pero no puedo nombrarla. – ¿Fue Cathy Piriano? – Mis labios están sellados. – Entonces ¿Fue Rosa Di Ángelo? – Por favor, padre, no le puedo decir. El cura suspira en frustración y le dice: – Eres muy discreto, Lucas Pagani y te respeto por eso, pero has pecado y debes cumplir una penitencia. No podrás ser monaguillo durante los próximos cuatro meses. Ahora vete y compórtate. Lucas regresa a su puesto en el banco de la iglesia y su amigo Franco se le acerca y le susurra: – ¿Qué conseguiste? – ¡Cuatro meses de vacaciones y el listado de las más putas de la parroquia!
Capítulo V: Pescando cuentos
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Fugaz Cruzaste mi cielo azul marino salpicado de luces fugaz como estrella medio aparecida imposible de detener desvanecida al nacer Cruzaste la calle desierta de repente como si un mago quitara por magia las otras vidas Apenas si tus pies rozaban el suelo por la puerta entornada en la casa entraste ingrávida como pelusa y te posaste en mis labios Las palabras entonces se perdieron en el vacío el sofá se hizo ridículo el baño inexistente la cama indigna de ti mis besos mariposas Alguien llamó a la ventana de cortinas corridas almas viejas y negras enemigas del amor
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Tertulias de pescadores
Cuando saliste la plaza se hizo espacio sideral te borraste como tiza en el tablero del cielo te hundiste en un campo del horizonte Para encontrarte Virgen de mi camino cada noche de verano iré buscando el campo donde caen las estrellas
Cronos
CAPÍTULO VI
Viajes de pesca
Este año experimento a veces una sensación de hueco, de vacío que no es más que el recuerdo de lo que dejé en la lejana Europa. Compensa este vacío la certeza de la presencia del otro hemisferio, cerca de mí a pesar de la distancia. Ausencia y Presencia a la vez, es toda una definición de lo que me une al viaje, y más allá de mi pobre existencia de lo que une a todos los que viven con una esperanza...
Capítulo VI: Viajes de pesca
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Preparar un viaje Hace años que varios pescadores emprenden viajes de pesca con destino a países más o menos lejanos. En la actualidad parece que la demanda crece tal vez por existir más ofertas y más facilidades que antes. Ahora ir a Mongolia, Chile o Alaska no tiene nada de extraordinario. Cuando en 1985 hice mi primer viaje a la Patagonia algunos me trataron de loco y hasta hubo lágrimas en la despedida. Fue, en efecto, toda una expedición cuyo recuerdo vuelve incesantemente a mi memoria y a mis escritos. Mi intención en estas páginas no es evocar todos los viajes que he tenido la suerte de realizar en mi vida de mosquero sino hacer como una síntesis de lo que aprendí a través de ellos para dar algunos consejos prácticos a los que, en un porvenir más o menos cercano, estén dispuestos a sacrificar tiempo y dinero por un viaje a priori excepcional en busca de capturas alucinantes. Desgraciadamente la realidad es a menudo muy distinta a lo que se esperaba y si es cierto que existen viajes exitosos también los hay que son auténticos chascos. A veces las cosas se tuercen de manera incontrolable dejando poco espacio a nuestras iniciativas para enderezarlas, si bien gran parte de los fracasos pudieran, a mi parecer, ser evitados o corregidos con un planteamiento distinto. En la preparación de un viaje hace falta tener en cuenta algunos criterios y directrices que permitan evitar errores. Elaborar los planes a partir de anuncios publicitarios prometedores, reportajes de prensa o televisión e incluso informaciones de personas fidedignas puede ser muy aventurado.
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Plan de Viaje Muchos viajes pecan por exceso de preparación. Planificarlos con meses de antelación genera un sueño que va creciendo; se encuentran documentos, fotos, relatos que corroboran la ilusión y el día de la llegada todo puede cambiar por razones ajenas a nuestra voluntad. Hay factores totalmente imprevisibles e incontrolables. Tengo recuerdos de situaciones decepcionantes por ejemplo en Alaska donde en verano se derriten tanto los glaciares que algunos ríos (como nos pasó en el Matanuska) se enturbian con aguas que parecen de cemento líquido. En la Columbia Británica, después de dos días que parecían confirmar nuestras expectativas, empezó a llover y los ríos a crecer. En el Skeena River cerca de Terrace los salmones, o dejaron de remontar, o lo hicieron por otras venas dejándonos a nosotros desorientados con magros resultados. En Chile no pude pescar dos años seguidos los excelentes ríos Simpson y Mañihuelas casi fuera de madre después de varios días de lluvia. Chile llega a ser un paraíso para la pesca pero es un país muy lluvioso donde hay poca previsión que valga. A veces el agua sobra y otras veces falta. El nivel ideal es difícil de encontrar. En un viaje a Escocia, y otro más tarde a Irlanda, obedeciendo las exhortaciones de un fanático de estos países, resultó que los 2 ríos aconsejados (Gweestion River en Irlanda y el Water of ken en Escocia) estaban muy bajos y prácticamente impescables. Menos mal que no hicimos reservas hoteleras fijas y pudimos cambiar de sitio. En todos los casos es preciso adaptarse investigando otros ríos de la zona o modificando el plan de viaje. Por estas razones y algunas más soy partidario de hacer dos planes de viaje, uno que corresponda a lo razonablemente previsible en situaciones climáticas normales y el otro abierto a la improvisación. Con ríos exageradamente crecidos hay que acordarse de los lagos que pueden ofrecer buena pesca y también del río que sale de ellos como es el caso en muchos países americanos. Pasa lo mismo que con nuestros ríos europeos regulados por pantanos, tardan mucho más en ensuciarse. Un estudio previo de un mapa ayuda a solucionar estos problemas.
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Morice River (Col. Británica)
Movilidad y Participantes La movilidad es el último remedio cuando no hay manera de pescar en condiciones correctas y también, a mi modo de ver, una base insoslayable de cualquier viaje. La movilidad permite cambiar de río y hasta de provincia o de país en caso de necesidad absoluta. Si se producen inundaciones en Chile es obligada la vuelta a Argentina, algo parecido a pasar de Asturias a León cuando las nubes oceánicas se descargan en el norte. Estos cambios sólo son posibles en ciertas condiciones. La más importante es la limitación de los participantes a 4 pescadores desplazándose en 2 coches. En previsión de alguna avería o accidente es bueno alquilar 2 automóviles, mejor 2 todo terreno. Cuando me perdí con mi esposa por el norte de la Tierra del Fuego, a pesar de la pintoresca compañía de guanacos y ñandúes, me prometí que nunca más viajaría con un solo coche... Pero después del susto volvimos a empezar... “Siempre la cabra tira al monte”.
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Oso en el río Babine (Col. Británica)
La movilidad depende también de la capacidad de improvisación para hospedarse y de la ligereza de equipaje. Cuando no hay reserva fija se puede cambiar a cada momento. Mi experiencia me ha demostrado que siempre se encuentra un hotel o un motel o alguna cabaña o lodge para pernoctar.
Equipos y Moscas Lo verdaderamente abrumador es el exceso de equipo y equipaje que además de estorbar en el coche también limita la libertad de movimientos. Hace años que opté por viajar con 2 cañas, 3 carretes (línea 7/8 flotante, intermedia y hundida) un vadeador, un chaleco con lo imprescindible dentro, un chubasquero y una maletita para prendas personales. Las cañas para 2 pescadores (a ser posible de 4 tramos) han de caber en un solo tubo. Lo más divertido es que los que cascan las cañas son los que traen media docena de ellas, o más. Las mías son de 10 pies. En cuanto a las de dos manos para el
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salmón prefiero las de 12,5/13. Aumentar su longitud hasta 15 pies, aporta muy pocas ventajas y más cansancio al final de la jornada de pesca. Durante mis primeros viajes me llevaba un maletín de montaje que resultó ser un trasto más por no utilizarlo casi nunca. Ahora me conformo con 4 o 5 cajas medianas de mis moscas preferidas teniendo en cuenta que en muchos ríos fuera de la Europa latina se suele pescar más a medias aguas que en superficie. Al llegar al destino no me olvido, como todos los mosqueros, de visitar las tiendas de pesca aledañas a los ríos que prospecto para curiosear y completar mi colección personal. Más como indicación general que como receta anoté el porcentaje aproximado de las moscas y señuelos que suelo utilizar en mis viajes: Estrímers: 30% (2 cajas) Ninfas y Ahogadas: 30% (1 caja) Moscas salmón: 10% (1 caja) Secas: 30% (1 caja)
Grupos Intendencia Idioma Que quienes decidan viajar en grupos superiores a los 4 participantes de los que hablé, sepan que es muy importante la mentalidad y capacidad de adaptación de cada persona. Conozco algunos pescadores de mi tierra que marcharon amigos y volvieron enfadados. La primera explicación es que no es lo mismo salir de pesca los fines de semana con compañeros, sin preocuparse por las necesidades diarias, que convivir semanas enteras con los mismos teniendo que cocinar, fregar, barrer, compartir baños y habitaciones. Con el tiempo, y no pocos disgustos, sé personalmente con quien puedo viajar o no. Podría citar a un par de amigos que invito de buena gana cuando se trata de ir a mesa puesta, y nunca si hay que llevar la intendencia. En un viaje a Alaska que hicimos en 1993 nos juntamos siete pescadores, número excesivo como expliqué ya. Primero alquilamos desde Europa un “motorhome” para todos perfectamente equipado pero que iba a resultar una auténtica traba para desplazarse. Preocupa-
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do enseguida por la intendencia y consciente de que los pescadores no saben dejar el río para las faenas domésticas, me acordé de que la hija de uno de los pescadores estudiaba inglés y sabía cocinar. Le propusimos el viaje gratis a cambio de su servicio como cocinera e intérprete. Ella aceptó encantada y nosotros, con una razonable participación, nos quitamos dos problemas de encima. Es una solución interesante cualquiera que sea la fórmula de hospedaje. Es un lujo poder pescar todo el día mientras la compañera, o el compañero (no importa el sexo con tal que no le guste la pesca) va a la compra y prepara las comidas. También es importantísimo, lo confirman otras experiencias, que por lo menos una persona del grupo conozca bien el idioma del país de destino. El Inglés sirve en varios países. Durante los viajes largos es esencial la amistosa convivencia que no existe si no se respeta la libertad de cada uno. A mí me amarga sentirme presionado o sometido a un ritmo de pesca que no corresponde a mi temperamento. Repito una vez más que no me gusta mandar pero tampoco obedecer. Y que no quepa ninguna duda: cuanto más importante es el grupo más pesado es el ritmo de pesca.
King Salmón en el Babine
Presupuesto No se puede dejar ese tema sin hablar de presupuesto. Claro que es muy variable según las fórmulas elegidas pero el que sea elevado no significa que será más fructífero el viaje. En ese aspecto soy partidario de limitar la excursión a 14 días de pesca. Si no se pesca en 2 semanas no se pesca en 3. Para todos los gastos, incluso los del transporte, no es mala idea abrir en un banco una cuenta común pidiendo una o dos tarjetas de crédito. Todo lo que gasta el grupo se abona con esa cuenta. La participación inicial no tiene que ser escasa ya que, total, si sobra dinero se reparte al final o se gasta en una fiesta recuerdo con fotos y comentarios, siempre exagerados pues todos sabemos que los peces son los únicos bichos que crecen después de muertos... y más si se los devuelve a su elemento. En resumidas cuentas insistiré en lo que me parece esencial: pienso que garantiza el éxito de un viaje su limitación a 4 pescadores que no preparen un plan de viaje fijo, que salgan ligeros de equipaje, que uno de ellos hable el idioma del país, que sólo se preocupen por tener a su llegada, el medio de transporte elegido y un hospedaje para dos o tres noches. Y para concluir con una nota positiva recordaré un viaje de una semana en Polonia con ocho pescadores, invitados para el cierre de temporada, en noviembre del 2007. Como en todos los viajes lo importante no fue la duración sino la intensidad del tiempo de pesca y la calidad de las relaciones humanas. Nunca es fácil la vida de un grupo como lo expliqué antes. Pues en aquella ocasión todo salió estupendamente. Conservaba nostálgicamente en un recoveco de mi memoria, el recuerdo de los ríos de mi juventud, tapizados de eclosiones y no imaginaba encontrarlas de nuevo, de manera continua, durante horas así como las disfrutamos en el río San. Pescamos truchas y tímalos, casi exclusivamente a mosca seca, en las condiciones difíciles de todas las pescas a finales de temporada. Sin embargo, lo que a mí más me impactó no fueron las capturas sino el revivir emociones remotas, el darme cuenta de repente que el recuerdo volvía a ser realidad.
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Viajando por Chile Nadie puede imaginar lo que a veces cuesta descubrir nuevos escenarios de pesca ni las decepciones que hay que superar en ciertos viajes penosos y costosos. Hace años que quería prospectar la zona de Cochrane en Chile con su famoso río Baker, su lago Cochrane y el río del mismo nombre. Otra vez se me plantea el problema de cruzar la frontera. Con un coche personal argentino sólo se puede pasar a Chile si eres dueño del coche y si tienes radicación permanente en el país lo que no es mi caso y por tanto siempre he tenido problemas. Un amigo me aconseja entrar por “Los Antiguos” a orillas del enorme lago que se llama Buenos Aires en Argentina y Carreras en Chile. Primer rechazo. La aduanera me enseña el reglamento... que conozco muy bien. De regreso al hotel en Perito Moreno el dueño nos dice que hay un paso más fácil, frente a Cochrane que se llama Paso Roballo: primero 40 kilómetros de asfalto y luego 160 kilómetros de ripio pero merece la pena. Adelante. El ripio de llanura se transita bastante bien pero cuando empiezan las curvas y subidas es fácil encontrar los famosos serruchos que hacen vibrar tanto el coche que parece que todo se va a romper. Sabemos que tarde o temprano habrá que pagar factura. Entre sustos y descansos seguimos adelante descubriendo unos paisajes de salvaje hermosura donde aparecen y desaparecen veloces ñandúes y ágiles guanacos. Por fin, cinco horas después de salir, llegamos al famoso Paso Roballo. El puesto fronterizo es una caseta batida por los vientos. Nos acoge un policía que empieza a rellenar los impresos. Cuando termina con firma y matasellos aparece inesperadamente el aduanero de turno que exige el certificado de radicación. No hay forma de negociar y hasta se pone de mala leche. Hay que volver a Perito Moreno, volver a machacar el coche por los ripios. La decepción está a la medida del cansancio... enorme.
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No suelo abandonar mis proyectos. En eso y otras cosas soy algo tozudo. No queda más remedio que dejar nuestro coche en la frontera de Los Antiguos y arrendar un auto en Chile. Lo conseguimos después de varios trámites con la ayuda (¿o negocio?) de la empleada de un locutorio. Al día siguiente nos vienen a buscar. A las 11 h salimos de Chile Chico con destino a Cochrane que está a unas cuatro horas de ripio. Allí la gente no habla en kilómetros sino en horas. El ripio bordea interminablemente el lago Carreras con zonas zmuy estrechas y peligrosas. Hay tramos donde nos se pueden cruzar dos vehículos. El lago es muy pintoresco, de una belleza emocionante. Al llegar a Puerto Beltran nos encontramos con un camión con avería que corta el ripio. Hace una hora que la gente espera pero no hay solución. Después de tomar varias medidas (el auto es pequeño) decido intentar pasar por el lado izquierdo sin aceleración a favor de la pendiente. Se oyen voces. Existe la posibilidad que se derrumbe el paso hacia el barranco pero no lo creo. Consigo lo que parecía imposible y sigo adelante. ¡Que le vaya bien! grita sonriendo el chofer de otro coche parado. A poco trecho descubrimos el famoso Río Baker, un río enorme que según las primeras informaciones tiene el doble de su caudal ordinario pero hace días que llueve y no para de crecer. Es un río de flotadas pero también vadeable desde orilla en algunas zonas. Llegamos a la ciudad de Cochrane donde alquilamos una cabaña y por la tarde vamos a ver el río. Aguas claras, tramos vadeables pero cortos con la obligación de salir para entrar en otro sitio. Peces a la vista. Saco algunas truchas de pequeño y medio tamaño. Un lugareño me explica que no hay guardarríos, que los pescadores han sacado todas las grandes truchas pescando y también furtiveando. Tengo la intención de seguir investigando al día siguiente pero la lluvia no me dejará hacerlo. Toda la noche se oye su repiqueteo en las chapas del tejado. Al amanecer los ríos se desbordaban. Quedan los lagos pero su acceso está cortado en varios puntos para un coche normal. Comprendo entonces que en esta zona no se puede viajar sin un todoterreno. Así y todo el viaje no fue inútil porque recogí todas las informaciones necesarias con la intención de volver más tarde... el año próximo… convencido sin razón que podré por fin pescar vadeando por el Baker y entrar en varios lagos.
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Río Baker
La segunda etapa del viaje era un proyecto de prospección de la Tierra del Fuego por la parte chilena. Gracias a la complicidad y ayuda de buenos amigos que viven en Río Gallegos. El proyecto se realizó en la última semana de febrero 2009. Tuvimos la suerte de ir a mesa puesta porque estos amigos aprovechando unos días de vacaciones en las Navidades, habían preparado el viaje, solucionando los complicados problemas de hospedaje y también de combustible. Todos los que andan por estos parajes, se llevan varios bidones de “nafta” o gasóleo y muchas veces lo que llaman un tambor es decir un tanque de 50 litros o más en la plataforma de la camioneta. En fin todo venía planificado, travesía del estrecho de Magallanes y cruce de la frontera, abastecimiento masivo en Cerro Sombrero y hospedaje final en la hostería de San Sebastián. El mismo día, impacientes, cogimos el ripio hacia el Río Grande. Lo que no estaba previsto fue a la ida el reventón de una cubierta y a la vuelta la rotura de la correa del alternador, ambos elementos nuevitos. Durante el escaso tiempo que estuvimos en el río, no pu-
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Río Grande
dimos pescar casi por la violencia del viento pero había más razones de preocupación: En un sitio tan alejado de todo se veían por las orillas numerosas huellas inesperadas. El arreglo de las averías se hizo en la ciudad argentina de Río Grande sin complicación pero perdimos un día. El tercer día volvimos al Río Grande. Con un viento moderado lo pescamos algunas horas sacando peces de tamaño pequeño o medio, algunas truchas “café” aceptables pero ninguna de las plateadas que veníamos a capturar. Cansados continuamos el viaje una hora más hasta llegar al Lago Blanco cuyo desagüe forma gran parte del mítico río. El inmenso lago es de una sorprendente belleza, con una naturaleza y un entorno excepcionales que por sí solos justifican el viaje. Es una pena que en toda la costa asequible el viento pegue de frente, un viento que prácticamente impide lanzar un estrímer. La única forma de pescar es poder cruzar en bote hasta las zonas más abrigadas pero botes no hay menos los botes privados del Club de Pescadores y Cazadores de Cerro Sombrero o de algún guía de pes-
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Lago Blanco
ca de Porvenir (Ciudad donde llegan las balsas que salen de Punta Arenas). A la orilla del lago los socios de este Club han levantado unas instalaciones sumarias pero suficientes para dormir y comer siempre que uno se tome la precaución de traer víveres para toda la estadía prevista. Hay un encargado que acoge y aloja a la gente. Conversando con él nos enteramos de que 15 días antes el Club había organizado un concurso de pesca alrededor del puente sobre el Río Grande. En estos concursos todas las modalidades están autorizadas y los pescadores se llevan los peces. Esa era la explicación de tantas pisadas que observamos, de la escasez y pequeño tamaño de los peces que sacamos. Mi idea de ir a pescar el famoso Río Grande por la parte chilena dado que por Argentina los accesos a las estancias ribereñas son de precio exorbitante, cuando se consiguen, no era mala idea pero lo que no podía prever era que los pescadores chilenos en esta zona están todavía en la Edad de Piedra y con toda la parafernalia moderna, rapalas y cucharillas, organizan masacres de truchas. Es más,
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Guanaco
algunos ecologistas consideran que la trucha no es autóctona (se introdujo más o menos hace un siglo) y que, por tanto, se hace un gran servicio a la naturaleza al eliminarla. Personalmente, basándome en una concepción tal vez egoísta pero deportista de la pesca a mosca, he de reconocer que la famosa perca patagónica autóctona y protegida me aburre cuando los salmónidos introducidos me apasionan. Debo a la Patagonia mis mejores capturas en truchas arco iris, marrones y salmones cohos.
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Oda al Guanaco Joya de las alturas lanosa librea parda y pechera blanca oscuro interrogante tu cola Tan ágil en el brinco ennobleces lo que pisas con tus finos tacones negros tus delgadas piernas de doncella En la lontananza perfilas estatua viva tu esbelta silueta elegante y alto cuello porte de príncipe altiva y linda cabeza atalayando los misterios del reseco páramo De sopetón un ñandú corretea pesadote acelerando torpe sus alambradas patas. Guanacos y ñandúes de humana dimensión finos los unos y pesados los otros
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He comido calafate Cuando hablo de calafate [5] no me refiero al que se dedica a calafatear embarcaciones. Es muy divertido ver que en botánica es también el nombre que se da en la Patagonia a un arbusto espinoso parecido al agracejo y produce bayas comestibles que tienen fama de atraer de nuevo al que las come. Por extensión se dice, en Argentina, de una persona que vuelve siempre al mismo sitio que “comió calafate”. Me lo dicen a mí cada año y con razón. Intenté varias veces en mi fuero interno encontrar explicaciones a ese poder atractivo que dura desde hace más de 20 años. Lo cierto es que en un principio el encanto del hemisferio sur influyó mucho al cambiarme, como a toda la gente del hemisferio norte, los meses de invierno por meses de verano con sus correspondientes actividades turísticas y deportivas. Creo que todos entenderán que para mí hablar de deporte es hablar de pesca a mosca. Es largo y cansado el viaje pero lo que ofrecen los ríos de la Cordillera de los Andes merece la pena: días largos, aguas estivales, eclosiones de insectos acuáticos. Lo que es imposible de prever es el tiempo que puede ser de lo peor o de lo mejor. Por eso ir una sola semana es algo arriesgado.
El embrujo del Futaleufú He leído un libro de un científico francés, Théodore Monod que relata su pasión, su necesidad existencial de ir con frecuencia al Sahara donde sus investigaciones le llevaron a penetrar el sentido de la vida. Me pasa lo mismo con el Futaleufú (Río Grande en lenguaje Mapuche) que discurre lenta y potentemente a unos 30 km de Esquel, aquel río que descubrí en el año 1988. Nunca podré prescindir
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de sus horizontes de cordillera nevada, de sus prístinas aguas en los primeros kilómetros río abajo de la presa del gigante Futalaufken (Lago Grande en Mapuche). Para mí el Futaleufú es mítico y místico. Es una fuente que me rejuvenece y me fortalece. Disfruto, desde mi embarcación, escuchando el silencio apenas interrumpido por pájaros y aves, teros, chimangos, bandurrias de grito seco y pico largo. De manera inexplicable y puramente intuitiva he tenido, navegando o meditando, varias revelaciones que salen luego en mis escritos. Al Futaleufú le debo muchas reflexiones sobre la pesca como la que voy a relatar. Por una tarde del mes de enero 2008, anormalmente apacible y caluroso, bajé con mi bote hasta una curva del río donde oscurece más temprano por ocultar el sol unos picachos de la Cordillera. Empecé a seca con mi moscardón en pelo de ciervo de dos colores. Enseguida saqué una trucha plateada (variedad de arco iris de cabeza corta parecida al reo, muy combativa y saltarina). No cambié nada. Todo el sereno a seca. Hay pocos pescadores en esta zona porque molestan los botes de motor que bajan o suben. No molestan tanto como las piraguas en Europa. En la cordillera hubo truenos y relámpagos. Las truchas estaban eléctricas y comían locamente. El río ancho de unos 100 metros hervía de cebas y saltos. Me destrozaron el artificial que vino a parecerse al “adefesio” (ninfa mortífera) de mi amigo Eduardo. No sé cuántas truchas pesqué porque no las contabilizo nunca, tengo otras prioridades. Eso sí que no eran grandes aunque de cada tres o cuatro de tamaño medio (35 cm) aparecía una más consecuente (40-45). A muchos pescadores les obsesiona la cantidad y el tamaño de los peces. Siempre salen las mismas preguntas: – ¿Cuál es el pez más grande que pescó en su vida? – ¿Cuántas truchas pesca Ud. en un día en la Patagonia? El número de truchas pescadas en un día no tiene significación porque depende de la intensidad y de las horas que dedica cada uno a su afición. Tampoco le veo gran significado al pez más grande. Dije y repito que un reo de un kilo pescado con un 0,10 y una hormiga en un anzuelo del 20 es un pez más grande que un salmón de 19 libras
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pescado con un anzuelo doble, una caña de 2 manos y un terminal del 0,30. No, la esencia de la pesca no radica en las nociones de cantidad y tamaño. El Futaleufú me enseñó que la esencia de la pesca está en una simbiosis entre 4 protagonistas, el pescador, el río, los peces y la naturaleza. La búsqueda de esta simbiosis no tiene nada que ver con el número de capturas o la talla de un pez trofeo. Por esa misma razón la pesca de grupo y la pesca de competición tampoco tienen que ver con la esencia de la pesca. Si no he descartado la competición, después de conocerla bien, fue por otras razones que expuse en su tiempo. Aún así siempre consideré la competición como una rama aparte, segundaria y no principal. Es un árbol de la selva pesca y nada más. Este árbol por más atractivo que tenga no debe ocultar el resto de la selva. El que incurre en esta equivocación se aparta de la esencia de la pesca.
Invisible Competencia Después de tantos años de prospecciones y experimentos tengo en el curso superior del Futaleufú varios tramos medio secretos donde nunca me encontré con pescadores turistas. Sé donde conviene mejor pescar a seca, a ninfa o con estrímer. Conozco los remolinos obsesionantes por la actividad de los peces y el magro resultado diario. Sin embargo una mañana tuve una gran sorpresa. Me fui con mi bote a una ensenada que suele regalarme curiosas truchas arco iris y marrones. Cuando llegué vi mucha huella de caballos y pies ligeros que no consiguieron disimularse en el barro. Entendí enseguida que venía tarde que los indios ya habían pasado por ahí. Desgraciadamente otros lugares apartados del cauce del río estaban secos y como consecuencia la presión de pesca es más fuerte en los tramos pescables. Habrían sacado todas las marrones atrapadas por la merma súbita del río en los brazos de arriba donde no quedan más que pozones sin salida. Pobres truchas pienso yo sin inmutarme demasiado porque total los indios sólo pescan para comer con la cucharilla y el nailon enrollado en una lata. Son de una habilidad increíble. Finalmente no son furtivos. A veces tengo el sentimiento confuso de que me están observando detrás de las grandes matas de hierbas, de los sauces, maitenes o ci-
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Mi bote
preses. Hace años que me conocen estos descendientes indomables de los nobles araucanos, que conocen también mi “gomón” amarillo y saben que mi indeseable presencia sólo dura algunos días de verano. Nunca me manifestarán si quieren que me escabulla para siempre o si no les importa. Creo que, tomando mate, piensan que es sólo un ínfimo problema de tiempo, que de todas formas, algún día, el gomón amarillo no volverá. Los Indios suelen ser muy callados y pacientes. Nota nº5: El Calafate es también el nombre de la ciudad más cerca del famoso glaciar: Perito Moreno. Nota del autor: Este texto ha sido escrito 3 meses antes de la erupción del volcán Chaitén (mayo 2008) cuando el Futaleufú era todavía un paraíso de la pesca.
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Pescando entre flores
El Chaitenazo En mayo 2008 (equivalente de noviembre en el hemisferio sur) explotó el volcán chileno “Chaitén”. Escupió durante varios días una nube de ceniza que luego cayó sobre toda la zona, las tierras, los lagos, los ríos en Chile y en Argentina donde las ciudades de Trevelín y Esquel quedaron muy afectadas, el aeropuerto de Esquel cerrado para meses. Los habitantes de todos los pueblos aledaños al volcán tuvieron que dejar su casa esperando en otro lugar que se limpiara la atmósfera. Antes de emprender otro viaje hasta el Futaleufú que fue para mí, como lo conté, más que un paraíso de la pesca, estaba muy preocupado pero todos mis intentos para tener una información exacta quedaron abocados al fracaso porque mis amigos y otros informadores no sabían más que una cosa, que nada, que el río se había llevado la capa de ceniza y que no aparecía ningún pez muerto, que la pesca iba a ser la de siempre. Como de costumbre se abrió la temporada el día 1º de noviembre (equivalente a nuestro mes de mayo).
Ausencia de insectos aéreos Cuando llegamos a Trevelín a finales de enero 2009, la vida era normal aunque aparecían restos de ceniza por doquier, una ceniza como cemento, fina y volátil, más presente en los sitios donde no se limpió como fue el caso alrededor de la cabaña que alquilamos cada año a pie de río. El mismo día en que la ocupamos nos sorprendió la ausencia de los insectos que solían eclosionar al anochecer y lanzarse contra las luces, o las superficies claras, moscas, mosquitos, mariposas etc... Una plaga de la zona, la tijereta, que sabía colarse hasta en la bombilla del mate, había desaparecido así como las hormigas, colonias de hormigas. Los tábanos habían disminuido de manera notable. Las avispas patagónicas, terriblemente agresivas y llamadas “chaquetas carniceras” ya no existían. De momento no
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nos preocupamos más. Total no íbamos a quejarnos de la desaparición de los bichos molestos.
Merma impresionante de peces Al día siguiente salí con mi bote feliz de navegar un año más por las cristalinas aguas de mi río preferido. Por primera vez noté que el Pico de la Monja, tradicionalmente encapuchado de blanco, ya no estaba nevado sino gris, triste, moribundo. Es que hacía meses que no llovía ni nevaba en las alturas. El nivel del río quedó bajísimo. Peiné a seca las aguas donde antes había cebadas todo el día: una miseria, cuatro truchas dando vueltas. Me fui a la Isla Banana para pescar el remanso de abajo a ninfa: lo mismo, poca trucha y lo que me sorprendió más, flacas las más grandes, largas y flacas. Empecé a pensar que no comieron como de costumbre pero me fijé sobre todo en la cantidad, muy baja comparada con años anteriores sobre todo en las zonas muy asequibles. Un amigo mío pescó mejor río abajo, con un guía de pesca que le llevó a los tramos donde siempre hubo una buena densidad de peces por estar más aislados. Al volver al muelle de Aikén Leufú me encontré con Lorenzo, un pescador de Esquel con quien intercambiamos opiniones cada año sobre pesca y política: – ¿Hola Guy, cómo le va? – Renqueando pero... pescando... y la ceniza ¿cómo fue la cosa? – Un desastre, ahora queda algo pero no es nada. Los primeros meses teníamos que cambiar el filtro de aire de los coches cada semana porque esta ceniza es ácida y abrasiva. Jodió más de un motor. – Y la pesca ¿Qué tal? – Otro desastre. En mayo la ceniza, que es muy pesada y cementa los fondos, dañó mucho los frezaderos de las truchas. Peor para los salmones que no pudieron entrar por el lago Yelcho como de costumbre por estar tomadas y sucias las aguas . En noviembre, cuando abrieron la veda, las truchas estaban hambrientas y se
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tiraban a cualquier cosa y como no hay vigilancia sacaron todo lo que pudieron. Algunos haciendo trolling, que está prohibido, y otros a cucharilla triple o rapala. – ¿Estaban hambrientas dices? – Sí muertas de hambre porque la ceniza les quitó el alimento.
Truchas hambrientas Entonces entendí lo que me faltaba. Indudablemente la ceniza hubo de matar truchas donde quedó en suspensión lastimando sus agallas, o ahogándolas en los tramos de gran densidad. En varios remolinos donde cada año las veíamos dar vueltas como en un acuario, no se veía ninguna. Sin embargo su desaparición tiene otra explicación: Así como mató los insectos aéreos, la ceniza mató los insectos acuáticos, las larvas, los quironómidos, las gamarras, etc... Entonces los peces que pudieron salvarse, privados de alimento, hambrientos, se tiraron a cualquier señuelo al abrirse la veda. La pesca carnicera esquilmó el río en los tramos donde pudo ejercerse. En las zonas de difícil o más complicado acceso quedaron truchas pero no nos deje-
2ª cenizada en feb. 2009
mos engañar por las apariencias: el volcán al matar numerosas especies de insectos en el aire y en las aguas, también afectó a muchos peces, no directamente sino por vía de consecuencia. Una vez más se demostró en este trágico episodio que la diversidad de las especies es necesaria, que hay una cadena ecológica que no se puede romper. Cuando salimos hacia el sur con la idea de pescar lejos del maldito Chaitén me pregunté ¿Qué hizo la administración de la pesca? ¿Por qué frente a una catástrofe del tamaño de una erupción volcánica abrieron la veda como si nada hubiera pasado? ¿Por qué aceptaron condenar a muerte las truchas hambrientas? ¿Por qué no vedaron la pesca dos o tres meses más, o un año entero? Y ¿por qué encima se permiten escribir en su “Código de ética para el pescador deportivo”: “El buen pescador deportivo... es el que ante cualquier duda adopta las conductas que más favorezcan a los principios de conservación de la fauna, de la flora y del medio ambiente...” ¡Ojalá hubieran adoptado ellos esa conducta para proteger las truchas y demás especies del Futaleufú!
Trucha marrón en la ceniza
Chaitén, Chaitén Parecías apagado Teros y chimangos se posaban en tu boca Felices largos picos de bandurrias escarbaban tus dientes
¿Por qué matas a la gente y tiras inocentes a los barcos de la nada por qué matas cuanto vive por las tierras y las aguas los pájaros y los peces?
Pero tú malvado añorabas tu dormido poderío adorabas al Dios Tiempo en sus encendidos altares fraguabas las armas de nuevos sacrificios
¿Por qué matas mi paraíso? ¿Por qué matas mi Futaleufú?
Chaitén Chaitén ¿por qué te despertaste? Ahora vomitas cenizas sobre ríos y campos una nube de ceniza inacabable nube portadora de lágrimas polvareda de azufre y muerte una nube seca sin arco iris
Sé que los malhumanos hieren por doquier que la Naturaleza siempre ha de castigar que impune no deja el crimen pero Chaiten no seas el brazo ciego de su venganza Chaitén Chaitén perdona Mi paraíso Perdona mi Futaleufú (Mayo 2008)
Chaitén Chaitén ¿por qué te despertaste?
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Meditando en la isla En el Futaleufú me sumo cada día en la naturaleza brava, luchando, aceptando con alegría los días como amanecen, a veces serenos y soleados o inclementes por influencia del cercano polo sur, versátiles, como ciertas personas!!! Me gustan las batallas con los elementos, batallas perdidas, el tiempo lo borra todo, pero enriquecedoras, como si en el momento, encontraras un sentido nuevo a la vida. Este año experimento a veces una sensación de hueco, de vacío que no es más que el recuerdo del lo que dejé en la lejana Europa. Compensa este vacío la certeza de la presencia del otro hemisferio, cerca de mí a pesar de la distancia. Ausencia y Presencia a la vez, es toda una definición de lo que me une al viaje, y más allá de mi pobre existencia de lo que une a todos los que viven con una esperanza. De noche salgo de la “cabaña” a mirar el maravilloso cielo austral y elijo una estrella entre miles y le ruego que se lleve una caricia de mi mano que, por tosca y arañada en la pesca, no perdió la memoria de la ternura. Al día siguiente lanzo otra vez mi bote por el mítico río, yo solo, salvaje, poco prudente, desafiando las aguas bravas, aislado del resto del mundo. Entonces el río, convencido de mi sinceridad y de mi debilidad, suele brindarme pesca y meditación.
Mañana de Pesca Era una de estas escasas y encantadoras mañanas de verano, con un cielo sin nube y sin viento. Me apuré bastante para preparar mi embarcación. Empecé, como en días anteriores, pescando a ninfa, dejándome derivar por la interminable tabla que hay debajo de nuestro muelle. Es un momento prodigioso cuando paras el motor y te quedas de pie en la lancha con la extraña sensación de deslizarte, de andar sobre las aguas.
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¿Cómo estarían los ríos de León y Asturias en ese momento bíblico, tan maravilloso que no veo que las truchas, por primera vez desde que hemos llegado, están comiendo arriba minúsculos tricópteros? Me arrimo a la orilla para cambiar de carrete y de línea. Las manos andan solas, tienen una mecánica adquirida a la larga que me permite montar aparejos y pensar en otra cosa, en un proyecto, en un viaje de pesca, en alguna locura borrada por el tiempo pero el pescador empedernido que llevo dentro no puede razonablemente aceptar que un recuerdo, por más emocionante que sea, le altere su pasión por la pesca. Montada la línea, arranco el motor y bajo a toda pastilla, intentando embriagarme por la velocidad, hasta La Banana. Es una islita en forma de banana siempre fructífera en sus dos corrientes. Atraco con dificultad por estar las aguas altísimas este año. Hay quien dice que salir solo es imprudente y yo pienso, como lo escribí en otro capítulo, que si es mi destino más vale morir en el río que agonizando en un hospital. La Isla Banana es un sitio excelente para pescar a seca. Mi diminuto tricóptero hace milagros y empiezan a caer algunas truchas arco iris que tiran como demonios por lo pequeñas que son. En la vida pasa lo mismo, lo bajitos suelen hacerse notar más que los grandotes. En la punta de la isla hay una rasera donde veo cebadas continuas. Me concentro en los lances olvidándome del resto del mundo. Tengo algunos rechazos porque la corriente me hace dragar la mosca casi de inmediato. No hay nada como entender lo que pasa para quedar sereno, corregir y continuar. En amor no es lo mismo, por más que entiendas lo que pasa e intentes corregir a veces no encuentras la solución. Sin embargo hay milagros cuando la suerte acompaña, igual que en la pesca. El milagro ahora es para mí una cebada que interpreté como de trucha pequeña y fue un auténtico “tarugo” el que me comió la mosca. Enseguida se dispara, salta, enseñándome entre dos rayos de sol su color marrón cobrizo de una emocionante belleza, no es una trucha sino una sirena que me podría llevar donde quisiera si no logro dominar la situación. Son tan peligrosas las sirenas como las musas y tan secretas como las truchas. Es difícil que te digan lo que esperan de ti. Tienes que adivinarlo solo. Si aciertas eres un campeón y si yerras te cortas las venas. Chirría el carrete, no puedo impedir que la hermosa trucha se arroje hacia la otra orilla donde tendrá su cueva
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entre las raíces de los sauces. Pienso que mi terminal fino no aguantará los tirones, que se va romper. Cuando te enamoras tampoco hay que tironear mucho pues el hilo es frágil sobre todo en los primeros tiempos. Total bajo hasta un sitio donde no hay más que arena y grava evitando las zonas de ramas en el fondo que podrían ser fatales. Saber evitar abrojos es casi una ciencia que sólo se adquiere con las experiencias. Entre la delicadeza de mis controles y la elección del buen sitio para cobrarla consigo llevar a la Dama de la brillante y moteada falda hasta un lecho de hierbas finas por donde corre apenas el agua y donde, por fin, descansa, vencida, entregada a mis manos, enseñándome su lindo cuerpo ahusado mientras le voy sacando, como puedo, entre torpe y entusiasmado, algunas fotos para el recuerdo. Cuando le quito la mosca de la boca con ganas de darle un beso, reacciona como una india salvaje, segura de su fuerza, se revuelve y sale (con un vigor inesperado después de tanta pelea) hacia la profundidad de las aguas, aguas indiferentes a mis emociones, siempre iguales y siempre nuevas, corriendo, como nosotros, hacia la mar, hacia el olvido.
Captura en la Isla Banana
Isla Banana… Oscurecía en la Isla Banana los pescadores pegados al mercurio del agua como hierro al imán rebuscando la locura de la trucha clavada inconfundible arco iris disparándose en el aire brincando entre sombra y plata luna y sombra sombra y luz en el cielo austral… Noche cerrada ya dificultando el regreso ocultando los caminos del agua Se alargan las orillas tierra y agua todo es uno Rara sensación de peligro miedo de niño en las tinieblas Avanzamos a ciegas sorteando invisibles abrojos gruñe la hélice De pronto el muelle salta de la umbría y parece atracar el bote No importa el riesgo si corta es la vida Mañana intentaremos otra vez conquistar hasta el ocaso las elásticas truchas de la Isla Banana
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Invitación Aquel día regresé temprano al muelle de Aikén Leufú porque el viento que primero movió suavemente las copas de los sauces se hizo cada vez más molesto y hasta tuve que esperar una pausa entre las rachas para lanzar el estrímer que sólo utilizo cuando no hay otra técnica posible. El camping de la costa del río estaba ocupado por varias tiendas de campaña. De una de ella salió un joven quien, al verme, quedó como petrificado y yo me paré también intrigado por su actitud. Miró luego hacia la carpa gritando: – ¡Graciela! ¡Graciela! – ¿Qué pasa Ariel? –Salió de la carpa en bikini ajustadito y de motivos florales una joven que no tenía nada que envidiar a una modelo– ¿Qué ocurre Ariel? – ¡Mira! ¡Mira¡ Es el del libro – ¿Qué libro? – “Mosquero Andante” el que compramos en Buenos Aires. Según mi costumbre le di las gracias por haber leído mi libro y él enseguida me dijo: – Íbamos a marchar hoy pero si me hace el favor de llevarme con Ud. a pescar nos quedaremos un día más. – ¿De dónde sois? – De Catamarca en el norte de Argentina a 3000 kilómetros de aquí.
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– ¡Menudo viaje de regreso! Bueno, si quieres mañana por la mañana te llevo a pescar. – ¿A qué hora? ¿A las ocho? – No, a las diez. Yo no madrugo nunca, toda mi vida he sido incapaz de madrugar y si me obligan pesco mal. Al día siguiente a las diez, Ariel estaba a pie de muelle esperándome con un equipo rudimentario pero con mucha ilusión. Bajamos a la isla Banana donde a esas horas se cebaba siempre alguna trucha y en efecto saqué una plateada nada más llegar con un espent de cuerpo rojizo, mosca inhabitual en los años anteriores. Ariel, más decidido a pescar que a aprender me pidió una mosca y empezó a lanzar furioso a la misma rasera. Me alejé aguas arriba y seguí sacando algún pez. Después de un rato largo bajé hasta él. – ¿Qué tal Ariel? – Pues nada, no me pica una mierda –Se le veía enfadado y nervioso–. – A ver, enséñame tu bajo de línea. ¿Has mirado el mío? – ¿Qué tiene tan especial? – Tiene que ser largo, dos veces la caña con una punta fina en 0,14 y el tuyo ni llega al largo de la caña con un terminal que es un cable. Así todas tus moscas dragan en superficie o a medias aguas, da lo mismo. Acércamelo que te lo voy a corregir. En un momento le monté un bajo más o menos aceptable para su caña corta de 9 pies. Le puse una ninfa ligera y le enseñé como había que lanzarla pensando que no le entraría nada porque a ninfa o a seca Ariel tenía mucho que aprender. Pero no contaba con la suerte del principiante. De repente siento voces y veo brincar una hermosa marrón que el joven consigue cobrar después de cometer todos los errores habidos y por haber. Ya era hora de volver al campamento. Se subió al bote más alegre que un niño. Al llegar saltó como un perro juguetón para ir a contar la aventura a Graciela. Luego volvió y me preguntó:
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– ¿Cuánto me va a cobrar? – Soy el guía de pesca más barato de la Patagonia. Salgo con quien quiero y no cobro. – ¡Muchas gracias!....... ¡Graciela! ¡Graciela! – ¿Qué pasa mi amor? – Me llevó en su bote, me aprendió mucho y encima no me quiere cobrar. ¿Le invitamos a la boda? – ¡Por supuesto y que venga con su mujer! Nota: Catamarca capital de la provincia del mismo nombre ubicada en el norte de Argentina, lindando con Chile.
En Bicicleta Disfrutando de la primavera (es una temporada de inesperadas turbulencias tanto en el mundo animal como en el mundo vegetal) dos estudiantes de ingeniería, muy amigos, suelen pasear por el Campus universitario después de comer, intercambiando ideas e impresiones, tan embebidos en sus pensamientos, como muchos ingenieros, que no se dan cuenta de lo que ocurre alrededor. No ven que cuando pasan, cada día más o menos a la misma hora, en una ventana de un primer piso se asoma una rubia de pelo largo y ojos asesinos que intenta llamar su atención pero nada, ni se enteran. En realidad esa peligrosa rubia está enamorada del más alto de los dos, un chico moreno que dedica la mayor parte de su tiempo a los estudios y la otra a los deportes siendo el rugby su preferido. Una tarde la chica, que ya no pega ojo en las noches, desesperada por la indiferencia, asoma casi todo el busto con los apetitosos pechos saliendo del escote. Los estudiantes igual que siempre hablando de matemáticas haciendo aspavientos como si dibujasen parábolas en el aire. Al día siguiente el deportista aparece con una bicicleta blanca, de estas bicicletas mixtas que tanto valen para hombres como para mujeres. Su compañero sorprendido le pregunta:
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– ¿De dónde sacaste esta magnífica bicicleta? – ¡Si te lo cuento no me vas a creer! – Y ¿Qué? – ¿Conoces este rincón del parque estudiantil donde hay un banco de piedra rodeado de seto vivo con flores, muy secreto y tranquilo para estudiar? – ¿Cómo no lo voy a conocer si vamos juntos casi cada día? – ¡Ah! Es que no me acordaba. Pues ayer estaba estudiando muy concentrado cuando sentí un gran ruido y fue que una rubia entró con la bici en el césped delante de mí cayéndose de mala manera y empezando a quejarse y a gimotear. – ¿La conocías? – No, nunca la había visto. – ¿Qué hiciste? – La ayudé a levantarse y ella empezó a desvestirse para enseñarme el moretón que tenía en el muslo. – ¿Llevaba pantalones? – Si pero después de quitárselos se quejó de un dolor en el pecho y se desvistió también por arriba quedando al final como cuando vino al mundo. – ¿Era guapa? – ¡Guapísima! En ese entorno verde y floral creí ver una de las mozas del lienzo de Boticelli, la Primavera, pero sin ningún velo. Me quedé flipado. Ella cuando vio que la estaba mirando boquiabierto, sin moverme, me dijo como retándome: ¡Toma lo que quieras! – ¡Y tomaste la bicicleta!... – ¡Desde luego! – ¡Hiciste bien! Para qué querías tú la ropa si no tienes hermanas….!!!
Capítulo VI: Viajes de pesca
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Sombra misteriosa en el rĂo
Un misterio más Lo que me apasiona en la pesca es que tiene tantos misterios como la creación artística. Es una fuente permanente de sorpresas, de situaciones imprevisibles que hay que afrentar con ciencia e imaginación, dos palabras aparentemente contradictorias pero en realidad complementarias para quien viaja libremente dentro de su cabeza sabe escuchar el lenguaje del instinto.
Un día de cenizo Varias veces, en ríos o lagos distintos, me ha sucedido lo que me pasó, cierto mes de febrero desgraciadamente remoto ya, por el Futaleufú. Salí como de costumbre sobre las 10 h de la mañana con un tiempo prometedor, truchas comiendo en los remolinos y cebándose en las raseras. Pesca casi segura. ¡Casi! Pero cuando las cosas empiezan a “torcerse”, y por más que pelee uno para enderezarlas, es difícil corregir. La primera trucha me llevó la mosca, la segunda se soltó, la tercera la calvé tarde, otra me salió de la sacadera cuando estaba dentro porque patiné al levantarla, en fin una mañana de rabia e improperios. A la noche lo mismo con magras capturas, hilos rotos indebidamente y cuando salió la luna, aquella luna llena de estos días de verano, enorme, anaranjada, globo infantil al alcance de la mano entre nubes de carbón sobre un ancho cielo color turquesa, una luna soñada por todos los pintores, me quedé tan contemplativo que me sobrecogió un tirón inesperado que me arrancó el tricóptero y fui incapaz de atar otro por haber olvidado la linternita. Un día infausto, un lamentable y malandante mosquero.
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La Playa de los Indios Al día siguiente no tengo muchas ganas de salir. Explico lo de la víspera por el cansancio, la sobrepesca de estos días y la mala condición física, en fin, excusas. Me siento desanimado. Para repetir lo de ayer vale más quedar en la cabaña y atar moscas o escribir algún recuerdo. A regañadientes pero atraído como por un imán me voy hasta el muelle y veo que por la otra orilla, bajan flotadas en tropel, esas lanchas de remo con el guía de pesca en el centro y un gringo lanzando en cada extremo. Muchas varadas y pocas nueces. No, no salgo hoy. Voy a revisar el motor del bote que no anda bien. Llega mi mujer que quiere aprovechar el día de pleno sol, excepcionalmente sin viento, para dar un paseo con el gomón, así no más, un par de horas, hasta la comida... Le da igual ir a cualquier sitio. La pesca no es su problema. Se va a tumbar en la proa mirando los fondos y las truchas escabulléndose por doquier. Con estas flotadas de gringos que no paran ¿Adónde podemos ir? Primero esperar que se alejen, luego ir detrás de ellos a ver donde no pescan. Como de costumbre desprecian: La Playa de los Indios. Yo llamo así una zona de poca profundidad que se puede vadear mucho más de lo que parece cuando se la mira desde la mitad del río. Por suerte pasan botes sin detenerse. Nos deslizamos hacia la playa plácidamente, gozando del dulce navegar por la inmensidad donde se confunden en la lontananza el cielo y las aguas. Al llegar, atamos el bote como caballo a la argolla y empiezo a pescar a seca las pocas cebadas que veo. Rechazos imprevistos. Alguna captura sin interés ¿Va a ser otro día aciago como ayer? Es un sitio poco pescado, no conocen el estrímer como en las islas de abajo. Voy a cambiar la modalidad. Cuando paso de la seca a la ahogada o al estrímer cambio el largo del bajo de línea, más corto en estos últimos casos. No me complico mucho el montaje, lo que controlo es la calidad de la posada. Al entrar en un tramo de agua más movida coloco el patagoma y empiezo a moverlo averiguando que ondule bien a medias aguas. Es un pequeño estrímer ligero que me dio siempre buenos resultados. Será por las patitas de goma que al vibrar atraerán más los peces. No es más que una hipótesis... como siempre.
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Tertulias de pescadores
Pelea
Maravilloso “Patagoma” En el segundo lance me entra una marrón de buen tamaño (más de 1 kilo) que pelea como un demonio aunque poquito a poco se va cansando. Cuando quiero encestarla se revuelve y se suelta...¡Malditos anzuelos sin muerte! Cosa rara, en vez de desanimarme pensando que otra vez todo se me tuerce, me invade una confianza ciega, una voluntad de dominar el río. Me crezco sin razón válida. La fe, la inexplicable fe. De repente el estrímer se para y al tensar siento una resistencia como si me hubiese trabado en una rama pero la rama empieza a mover, primero lentamente luego arrancando como un caballo hacia la mitad del río. A medias aguas no quiero ver lo que veo, otra marrón tres veces más grande que la primera y que, no cabe duda, me va a romper mi terminal del 0,16. Cuando pega el pesado pero potente salto de su especie, que no tiene nada que ver con el brinco eléctrico y alto de las arco iris plateadas, siento unas gotas de sudor frío en la frente y le protesto al sombrero. Con la edad y a medida que se suman las capturas uno pierde esa capaci-
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Noble marrón
dad de emoción, ese temblor tan presente en los años de juventud. Esta trucha que me hace temblar ahora me rejuvenece y sacarla es como una apuesta, como si me jugara parte de mi vida en esta pelea, no mi vida de ser humano, desde luego, sino algo de mi vida de pescador. Ella, majestuosa, empieza a aceptar mis órdenes, muevo la caña tan pronto para la izquierda como para la derecha para atontarla. No se suelta, no veo el patagoma, señal de que está dentro de la boca. No dejo de desorientarla aprovechando su conmoción para acercarla. Su librea marrón dorado lanza fulgores al sol, es espléndida en sí pero más estética todavía en el movimiento. La verdadera belleza está en el movimiento. En los humanos también. Entiendo que no entrará fácilmente en la sacadera, que corro el riesgo de que me rompa el hilo al apoyarse en el aro. Le voy a aplicar la técnica del salmón. Aprovecho que tenga la boca fuera del agua, chupando aire, para arrastrarla por una pendiente suave
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de tierra herbosa, paso detrás de ella la cojo de la cola y la empujo más arriba hacia un hueco del terreno donde la agarro entre mis manos entre duras y atentas, para desanzuelarla. Hace rato que Lucía saca fotos, las de la pelea y ahora las de la victoria. Por suerte tenemos un pesímetro en el bote. A toda prisa colgamos el pez de la boca antes de soltarlo. Leo con sorpresa 2k500 y aunque esta trucha es una de la más grandes marrones que pesqué en el Futaleufú este año, me quedo un poco decepcionado, porque la evaluaba en más de 3 kilos. La próxima vez dejaré el pesímetro en casa. Cuántas veces me ocurrió lo mismo, un éxito después del fracaso y el contrario también pero cada vez me olvido y luego me pregunto ¿Para qué sirve la experiencia?
(Comentario de Leonardo de la Fuente: Leí tu texto y aprendí que una captura, sea cual sea su peso, contada con esa narrativa y esa pasión, hace que sea infinitamente más grande de lo que pueda decir el fiél de una romana o de una báscula.)
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Florero lindo
Epílogo
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Alondras con espejuelo Los que me conocen no se lo van a creer, pues sí, he sido cazador, cazador de pluma aunque no despreciaba el salto de la liebre o los brincos del conejo. En mi juventud montamos con mi hermano una expedición española que empezó por la pesca en Riaño y terminó por la caza de la codorniz en Burgos. Desde el camping de Fuentes Blancas salíamos a la meseta vecina. No había mucho problema para llenar las perchas de las que colgaban las aves ensartadas por el pico. Hasta por las calles de Burgos se veían cazadores que volvían a casa luciendo en la cintura bultos de color marrón amarillento. Después de un accidente de coche que me reventó una cadera me di cuenta de que no podría volver a cazar y quise llorar porque creo que en un principio era más cazador que pescador. La caza corresponde mejor a mi temperamento matador de toros escondido debajo de un ungüento de buena educación que a veces no sirve si no me tomo el tiempo de untarme cada mañana. Es cierto que en nuestra sociedad donde el delincuente tiene más derechos que la víctima me entran ganas de sacar la escopeta que tengo guardada por si acaso. En los primeros tiempos de mi lesionada cadera, seguí pescando en primavera y verano sin pensar que las frustraciones de la caza, que practicaba en otoño e invierno, las iba a sublimar y mucha gente iba a creer que soy un gran pescador lo que desmiento.
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Yo no soy más que un pastor sin ovejas tocando mi flauta hacia el infinito intentando espetar las oscuras galaxias con mi caña de pescar (Canción en la brisa)
Total que se me ocurrió cazar sin andar. Me quedaba la caza mayor con puesto fijo y su correspondiente aburrimiento. Además no puedo matar grandes bichos, en cambio siempre me gustó la pluma. Eso de disparar a un bicho volando es instinto y ciencia. Creo que no he fallado ninguna liebre, algún conejo sí, pero las aves es otra historia. Las hay bastante fáciles como el faisán y muy complicadas como la becada. Como nunca me importó el tamaño o la cantidad de piezas en caza como en pesca, se me ocurrió, para andar muy poco, ir a cazar alondras. Recordé que en el desván de mi casa había un objeto de madera medio raro imitando las alas de un aguilucho, todo incrustado de diminutas lunas redondas con un eje vertical puntiagudo alrededor del que podía girar gracias a un bramante largo que se enroscaba arriba del eje. Entendí que era un espejuelo para atraer las alondras y decidí ponerlo a banco de pruebas. Por una mañana fría y soleada de otoño salí en busca de un campo recién arado donde sé que se aquerencian las alondras cuando llegan a nuestras tierras. Clavé el espejuelo a unos 30 metros del tronco de un roble que me permitió disimular mi presencia y empecé a mover el engaño mediante la cuerda. Hay que cogerle la mano pero es bastante fácil siempre que se consigan revoluciones alternativas. Parece que este movimiento de vaivén es el que hipnotiza a los infelices pájaros. Más tarde me compré un espejuelo de pilas con movimiento regular pero no valió. Cuando por cualquier razón, el paso de un perro, de un campesino o lo que sea el vuelo de alondras se levanta piando, se deja atraer
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por las brillantes lunas en movimiento y algunas quedan inmovilizadas en el aire arriba del espejuelo, aleteando, hipnotizadas por los destellos plateados. Disparar a las primeras es relativamente fácil pero, como todos los animales, las alondras aprenden rápido y luego pasan intrigadas pero no se clavan en el azul del cielo. Si por casualidad alguna se para aleteando un rato, no se puede perder la oportunidad de matarla porque pronto se zafa y se funde en el azul del cielo. Esta última observación, más que el resultado de este tipo de caza menor, fue en mis primeras experiencias un motivo de reflexión. Tengo la manía de la interpretación máxime si es simbólica. Pues se me antojó que muchas taimadas Evas se portan como las alondras, que si no sabes aprovechar el momento en que supiste hipnotizarlas, si tardas en disparar, se van y no vuelven.
Otras obras del autor En Francés
Libros de poemas. Novelas cortas. 1 libro sobre la pesca a mosca: A Propos de Mouche (1978)
En Castellano
1 Libro de Poemas : “Los Ejes del Acaso” (1982) 5 libros de pesca : Planeta Mosca (Ríos de Tinta Madrid 1998) Mosquero Andante (Tutor Madrid 2001) El Cantar del Agua (Tutor Madrid 2004) Delirios de un Pescador a Mosca (Sekotia Madrid 2007) Libro (1) Diálogos con mi Sombrero Libro (2) Nudos de Viento Competiciones y Competidores (Sekotia Madrid 2010)
“Guy Roques es una de las grandes plumas que tiene Francia y que quiere a nuestro país como al suyo. En España se le debe mucho, tanto en la divulgación de la pesca a mosca como en su forma de entenderla...” (Comentario en Internet)