LA VIDA POR UN CHIZO De Juanjo Carreró
Lleguè a casa después de dormir la siesta en lo de mi hermana. Estaba realmente cansado, de no hacer nada, que es lo que más cansa. Como eran las cinco y media quise tomar un té de esos “menjunje” que suelo prepararme. Así lo hice, pero cuando busquè algo para comer, en mi casa, que parece un departamento de soltero, a pesar de que vive una familia. Somos tres pero tres soledades, un trio de solistas que no cuajan en el conjunto. La cuestión es que no encontré nada. Abrí la alacena, ese lugar donde se guardan los fideos y las latas, con casi nada de esperanza de encontrar algo y vi un paquete extraño procediendo a revisarlo con cierta desconfianza para ver que era y ¡Oh sorpresa! me encontré con unos chizitos gigantes, de esos que tienen un agujero en el medio que habían sobrado del festejo de mi cercano cumpleaños y pensé: té mezclado con chizitos, por lo menos más que una combinación, era un desafío y decidí aceptarlo. No fue tan terrible, es más me gustó la “combineta”. En uno de los tantos manotazos que le tiré al recipiente que los contenía se me cayó el último. Primero, como estaba lejos lo pateé, pero con tanta fuerza que pasó para el otro lado, por lo que tuve que levantarme y ahí fue donde empezó todo. Quedamos a la misma distancia y con las mismas ganas de engullirlo, eso pronosticaba una feroz pelea. Dicha pelea era muy desigual porque él era chiquitito y corajudo y yo grandote y cobarde. Así fue. Entre gruñidos de él y alaridos míos nos trenzamos en un cruento combate que implicó revolcones besos y lamidas a veces él arriba y yo abajo, viceversa también, fue desarrollándose esa encarnizada batalla. Pasamos varias veces por arriba del chizo dejándolo convertido en polvo pero igual era un tesoro a conquistar. Tan absortos estábamos en ese duelo que no vimos ni nos dimos cuenta que apareció “La Peque”, que al parecer es su prometida, y, muy viva ella, lamiendo el piso, no había otra manera, dio cuenta del tan valioso chizito.
Cuando nos dimos cuenta hicimos la paz, me tiré exhausto en la cama y él se acomodó en un hueco que dejó mi cuerpo formando un hermoso y cómodo cucharita quedándonos profundamente dormidos. Evidentemente fue una pelea entre dos machos de ley. ¡Que lo parió!