Un viaje erótico

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UN VIAJE ERÓTICO Juanjo Carreró Tenía que hacer no se que cosa por el Centro. Maldita la gracia que me causa ir al Centro y a la Capital en general ya que vivo en las afueras. No lo podía postergar así que emprendí el viaje. Dos colectivos vetustos y rezongones hasta llegar al subte, todo apretujado ya que era hora pico a la que, también, maldigo junto con el Centro y la Capital. Es esa hora en que la gente no tiene cara y, quizás, ni alma, sólo la obligación de llegar quién sabe dónde. En el subte, el gentío era tal, que no sé cómo me animé a entrar y mucho menos como hice para llegar hasta ese vagón. Había gente que me respiraba: en la cara, en la nuca y había uno sobre todo que portaba en su boca un búfalo muerto hace días. Apretujones, empujones y demás vejaciones (algunas non sanctas) tuve que sufrir y el pobre búfalo muerto que se empecinaba en quedarse. Hasta terminé creyendo que lo mató el mismo tipo con su propio aliento. Y así, con caras inexpresivas, miradas que no veían y todos con las mismas ganas de estar a kilómetros de ahí, previo cornetazo, se cerraron las puertas lustrando algunas prendas y


achatando algunas narices contra ellas, comenzó nuestro derrotero. A mi costado derecho estaba una señorita que sufría a la par mía, quizás más, tenía cosas más interesantes que yo para delicia de alguna mano larga que siempre anda libre por ahí. Al otro costado, un pibe durmiendo parado. No sé cómo lo hacen, pero no es la primera vez que lo veo, no puedo negar que me causan un poco de envidia, es una de las tantas cosas que me maravillan de los pendejos. Atrás, no me animé a averiguar, sólo supe que me despeinaba un mechón de la nuca, pero no me animé, repito, a darme vuelta aunque sea para conocer la cara de mi soplanuca. Adelante, en los asientos, había dos chicas que conversaban animadamente. Se veía que eran compañeras de facultad. Con una de ellas, coincidían nuestras rodillas, y tal era la presión que lo corto del recorrido nos dio esperanza de que el suplicio no duraría mucho… Fue en ese momento que nos miramos por primera vez, solo fue un soslayo, noté que era linda… muy linda… la más linda de las dos. En cada frenada, cada arranque, cada zigzagueo, nuestras rodillas se apretaban, se rozaban, pero no había intención, por lo menos de mí parte, de


cambiar de posición, estaba cómodo en esa incomodidad. Hubo un tramo del recorrido del transporte, que fue como si hubiese agarrado el más feroz de los empedrados. El bamboleo fue tan intenso que nuestras rodillas hasta parecían que charlaban o se pedían disculpas, no sé. La miré con más atención, digamos, de frente y ella también. Yo puse cara de resignación y ella tenía una peculiar sonrisa tipo Gioconda. El búfalo milagrosamente o resucitó y se pegó un baño, o se fue. Mis vecinos ya no eran los mismos, pero me importaba solo la vecinita de enfrente. Cuando nuestras desdichadas rodillas no dieron más, ella me miró fijamente y movió una de ellas, dejando las mías dentro de las suyas. Ya no charlaba tanto con su amiga y su sonrisa de Gioconda pasó a ser más picaresca. A pesar que el subterráneo bullía de gente sentí que nos íbamos quedando solos. Ella y yo con nuestras rodillas entrelazadas. Un misterioso rayo de sol entró por la ventanilla desde ese paisaje gris e igual que suele mostrar ese medio de locomoción, le iluminó la cara y a mi no me alcanzaban los ojos para mirarla, ella me devolvía la mirada y ya nos sonreíamos sin tapujos, evidentemente estábamos de acuerdo en que ese viaje iba a ser inolvidable y


deseé…deseamos, creo, que fuese eterno. Nuestros apretujes y forcejeos se transformaron en roces y jugueteos. ¡Por Dios!¡ No puede ser que esto me esté pasando justo acá¡ Nuestras miradas ya no eran casuales, ni al pasar. Me quedaba mirándola estaciones enteras, decía para mí, no te bajes nunca, esto no puede terminar en una estación cualquiera ¡Esto no puede terminar nunca!. Pero el momento fatídico llegó. –Permiso-su voz me sonó a música, a sueño… a final. Me hice para atrás y se levantó. Quedamos frente a frente, era casi tan alta como yo¿Bajas?-mirando para todos lados contesté-No-¿Entonces me dejas pasar?-Sí, discúlpame-No, no es nada- me sonrió una última vez y se bajó. Quedé atónito, sin saber qué hacer y con la sensación de que a pesar de estar en algo parecido, había perdido un tren… El tren. Me bajé en la siguiente estación. Y caminé sin rumbo hasta que la realidad, con una bofetada, me dijo que ya era hora de volver. Miré en que calle estaba, y me dije-¿Qué hago acá? Me pasé cuatro estaciones.


Esta noche, cuando me este tomando el whisky de las ocho, trataré de convencerme de que sólo fue un sueño…a lo mejor me cuesta algún whisky mas. Juanjo Carreró


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