Zelaya

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ZELAYA Por Juanjo Carreró

Llegué temprano al teatro. Demasiado. La mala combinación de colectivos y la poca costumbre de tomarlos produjo ese fenómeno. El mencionado teatro, que debería inspeccionar, queda en un pasaje. Son dos cuadras realmente notables. En la cuadra que a mi me ocupa hay dos teatros. Similares en importancia. Pero en el que tenía que trabajar faltaba más de una hora para que empezara la función. Entonces se me ocurrió echar un vistazo al resto de la cuadra. El ambiente era bullicioso, no sólo por el público que traian los teatros sino por el de la gente misma que habitaba ese pasaje. A cierta hora todo el mundo salía, poniendo sillas en la vereda, hablaban animadamente, tomaban mate. Digamos que la cuadra adquiría una vida intensa. Hay un héroe local, Maxi, que los fines de semana acomoda y cuida los coches y en la semana hace fletes. Todo el mundo recurre a él, Incluso yo, y atiende con eficacia y deferencia a todo el mundo. Por lo que a mi me toca, de tanto estacionar el auto y charlar, hemos empezado a construir una linda amistad. . Los pibes, cometían los desmanes propios de los pibes, jugaban a la pelota entre los coches estacionados y usaban como arco la persiana cerrada de un negocio, que


sinceramente no sé a qué se dedicaría, y el ruido de la pelota cuando pegaba en esa vetusta e improvisada red, era ensordecedor. También, y con cierta parsimonia, empezaron a desplegar una “pelopincho” de generosas dimensiones y a preparar el fuego para un asado para el que habían contribuido muchos del lugar y para lo que se había armado una mesa en la vereda para un número indeterminado de comensales. Platos, vasos, cuchillos y tenedores de todas las marcas y colores fueron puestos a la espera de esa vecinal comida. Visto todo aquello, decidí sentarme en un bar que quedaba justo en la esquina. Dado lo temprano de la hora era el único parroquiano. Me senté en la vereda para tener un panorama de ese paisaje urbano que no dejaba de atraerme. Pasado un rato, tuve que hacer notar mi presencia para que me atendieran. Apareció una moza y le pregunté si me podía traer un cortado. Me contestó que la máquina de café no andaba. Le pedí un té y, previa averiguación, me contestó que tampoco tenían. -Hay gaseosas y sanguches-Traeme una gaseosa dietética y ¿sanguche de qué tenés?-Tenemos de pan de pizza y tostados comunes-Traeme un tostado comúnLa moza de adentró en el local y después de unos veinte minutos apareció con un sanguche que tenía el tamaño de


una pizza chica. Yo no lo podía creer, pensé que si este era un tostado común como sería uno de los grandes. Le dije –Me voy a comer una sola porción, lo demás ¿me lo podés envolver para llevar? -Como no- volvió a entrar al local y nuevamente tardó un rato en salir. En el interín, sin yo darme cuenta, se me acercó un pibe, que se ve que había ido a buscar la pelota que se había descarriado del partido y, con el balón recatado de abajo de un auto me dice -¿Me da un cachito?Lo miré. Sudoroso con los cachetes colorados y con el flequillo pegado a la frente que casi le tapaban los dos faroles marrones que tenía en la cara.--¿Cómo te llamás?-JuliánEntonces procedí a corta un pedacito de la porción que tenía en la mano y yéndose a toda carrera me gritó -¡Gracias!Seguí comiendo y no paso ni medio minuto que tenía otro al lado mio de similares características y condiciones -¿Me da un cachito, Señor?Este, por lo menos, le agregó el señor. Pero ahí nomás se desató una catarata de pibes (eran siete) -Me da un cachito, me da un cachito…etc-


Entonces les dije -Vamos a organizarnosLa moza no sabía qué hacer, yo tampoco pero no vi otra alternativa que compartir el resto del sanguche y sentarlos a mi mesa. Pedí un par de cocas más y se armó una reunión por demás entusiasta. Se habló de futbol y de cualquier otra cosa menos del colegio, palabra prohibida en vacaciones. Me sentía el Patriarca de los pájaros con tanto pendejo alrededor pero al llamado que vino de mitad de cuadra -¡Chicos, la pelopincho esta llena!Se armó una estampita pero en la carrera alguno me alcanzó a gritar -¡Gracias, vuelva cuando quiera!Claro que voy a volver, me dije, quiero repetir una mesa como esta. Me voy con los oídos llenos de voces de pibes y el corazón contento.


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