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Los militares vs. la ilimitada fantasía

Por Agustina Lescano

“Fue premonitorio: en marzo de 1976 nos quedamos sin papel”, recuerda Amanda Toubes, integrante del Centro Editor de América Latina. Su testimonio abre Los libros cautivos, un documental dirigido por Gabriela Fernández y realizado como tesis colectiva de la Universidad Nacional de La Plata.

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En 1977 un decreto de la Junta Militar prohibió Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann, por contener “cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo”.

Dos años después, la provincia de Santa Fe censuró La torre de cubos, el primer libro infantil de Laura Devetach, por “simbología confusa, cuestionamientos ideológicossociales, objetivos no adecuados al hecho estético e ilimitada fantasía”.

El documental de Fernández se proyectó en el Solar de las Artes con la presencia de su directora el pasado 16 de marzo. El mismo da cuenta de la sistematicidad de la represión ejercida por la dictadura contra la literatura infantil, un plan cimentado en el Ministerio del Interior y el de Educación y en la Dirección General de Publicaciones.

“Por saber que los niños son la base de la sociedad es que apuntaron a la literatura infantil. Por considerarla mayor, no menor”, explica Judith Gociol, investigadora de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, cuya voz también recupera el documental. El relato coral se construye en un mundo visual que se vuelve tan perturbador como los testimonios. Entre las imágenes que los hilan aparece, entre otros objetos, un libro escondido en la arena. Una mano limpia su tapa y se revela el título: Fantasía. Después, unas gotas de tinta caen al agua y se vuelven manchas que toman las formas que le da la imaginación, las del pensamiento y la utopía de un mundo mejor.

“‘¿Por qué censuraron la literatura, Amanda?’, fue una de las preguntas hechas para abrir la entrevista. ‘Porque la letra escrita queda’, dijo Amanda, contundente. Eso fue semilla del documental”, cuenta Gabriela Fernández. Los militares censuraron hasta diccionarios y enciclopedias. También la ilustración y las ediciones en lenguas originarias fueron eliminadas o diezmadas. Algunos libros, que lograban finalmente ser publicados, antes tenían que hacer cambios conceptuales como el de América Latina por Hispanoamérica, atenerse a correccio- nes que señalaban cosas del estilo de “los animales no hablan” o “los colores son demasiado potentes” y modificar propuestas de actividades porque “los estudiantes son muy chicos para opinar”.

Ahora, ni el quilo de pan Clásicos y grandes obras como El pueblo que no quería ser gris, La línea, La ultrabomba, Los niños y el amor, Un libro juntos, Así nació Nicolodo, El nacimiento. Los niños y el amor, Mi amigo el pespir, Renancó y los últimos huemules son otros títulos que sufrieron la censura en un momento floreciente y disruptivo de la literatura infantil y la pedagogía argentina.

El documental se centra en la experiencia del Centro Editor de América Latina (CEAL) fundado en 1966 por Boris Spivacow, tras la intervención de Eudeba (el sello de la Universidad Nacional de Buenos Aires) por el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. Por entonces, cuando faltaba mucho para la tesis del fin de la historia de Fukuyama, Boris era un convencido de que el libro debía ser algo accesible, “al precio de un quilo de pan”, porque era una manera de asir el conocimiento y de usarlo para concretar otra realidad posible. El objetivo era que la gente común, que todxs, puedan tener bibliotecas nuevas.

En 1980, la dictadura quemó un millón y medio de ejemplares del catálogo del sello en un baldío de Sarandí, provincia de Buenos Aires. Fue una de las quemas más grandes que hicieron los militares. Otras, cuenta la película, las hacían las personas asustadas en los patios de sus casas. Como en Fahrenheit 451, muchas de esas personas todavía pueden recitar de memoria los fragmentos de sus libros favoritos. El menemismo terminó de dar el golpe y la editorial, en quiebra, cerró sus puertas en 1995.

Maestras libertarias

“Yo no sé cómo ni quién leyó el libro, ni tengo la culpa de que determinados funcionarios piensen que el pueblo es un grupo de animales y el país es un circo”. Así respondió Elsa Bornemann, en una nota publicada en 1983 en la revista de Clarín, a la censura de Un elefante ocupa mucho espacio. Quiénes eran las personas que leían y dictaminaban cuáles libros sí y cuáles no es otro de los puntos que examina el documental.

Más allá de que se censuraban libros por ser traducciones de autores rusos, por tener algo cercano al color rojo o por llamarse La cuba electrolítica, el detalle de las resoluciones y los decretos da cuenta de que la cadena de censura incluía el trabajo de personas de formación universitaria, de intelectuales “con un grado de conocimiento muy minucioso”, señala Gabriela Fernández.

La censura apuntaba contra toda expresión contraria a la primacía de la familia blanca y cisheterosexual y a eso que los militares llamaban la patria. Las obras prohibidas eran acusadas de marxismo y de subversión, de enemigas, de ser un cáncer como el de Evita. “Lo subversivo es lo que cuestiona un orden y eso es lo que tiene que hacer toda literatura, todo objeto cultural”, afirma Judith Gociol..

A las listas negras de artistas las completaban las zonas grises de la autocensura, de esos autores, de esos libros que por si las dudas, ni loco, mejor no. La contracara fueron las obras que circulaban en versiones mimeografiadas o con sus tapas forradas, que escaparon a la censura gracias a docentes y mediadorxs valientes.

En 1984, cuando se volvió a publicar La torre de cubos, Laura Devetach incluyó un epígrafe para agradecerles “a las maestras y maestros que hicieron rodar estos cuentos cuando no se podía”.

Posdata

Sobre cuál es el libro que más la conmovió, la directora comparte: “Entre los libros prohibidos que Gabriela Pesclevi compiló en Libros que muerden, leí a José Murillo. En sus cuentos él narra la explotación de los terratenientes y la apropiación de los campos con una poética y una belleza que me atravesó de manera muy particular”.

Luego menciona la literatura de Laura Devetach y añade: “Santa Fe tiene que estar muy orgullosa porque es la única provincia que deshizo la resolución que censuró los libros de Laura por ‘fantasía ilimitada’”.

La compilación que acompañó a Gabriela para empezar a realizar el documental, Libros que muerden. Literatura infantil y juvenil censurada durante la última dictadura cívico-militar (Ediciones Biblioteca Nacional), comienza con una cita: “Era tiempo de cambiar el mundo/ para vivir mejor. / Pero llegaron los militares. / Posdata: pero ahora podemos cambiarlo”. Está fi rmada por Martín Romero, 9 años, 4to “C”, Escuela Nacional, marzo de 2012.

Concejo

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