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ESPECIAL 24M EN LOS 40 AÑOS DE DEMOCRACIA Cine y memoria en los barrios populares

Entre las actividades de la Semana de la Memoria, la agrupación Somos Patria proyectó “Argentina, 1985” en Chalet, Centenario, Yapeyú, Schneider, Arenales y Santa Lucía. Allí fuimos con nuestra silleta.

Por Octavio Gallo

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El reloj marca las 18:55. El aire es de un color algo extraño; luego de una seguidilla de días de calor extremo que parecía que no iba a terminar nunca, hoy se nubló y refrescó un poco, pero da la impresión de que el sol no está dispuesto a rendirse del todo, y sigue ahí, dándole un tono ocre al atardecer. Caminamos con las silletas en la mano, como si estuviéramos yendo a la playa. “No se olviden de traer su silla o sillón”, rezaba el flyer.

Este año se cumplen 40 años de democracia ininterrumpida en nuestro país, y en el marco del Mes de la Memoria por la Verdad y la Justicia la agrupación Somos Patria proyectó Argentina, 1985 en distintos barrios populares de la ciudad: Chalet, Centenario, Yapeyú, Schneider, Arenales y Santa Lucía. Nos encontramos en este último, en el sudoeste santafesino. Llegamos a la vecinal y vemos que la puerta está cerrada. No parece haber gente en el lugar. Esbozamos una expresión de decepción, porque quizás somos los primeros en llegar, hasta que nos acercamos a la puerta y vemos un pizarrón detrás de las rejas que indica: “Película a la vuelta”.

En la vereda, un grupo de niñes juega trepándose a una virgen mientras dos hombres sacan del baúl de un auto un proyector, una pantalla y una maraña de cables. Adentro son todas mujeres: muchas señoras grandes, con su equipo de mate y su repelente de insectos preparado, y muchas chiquitas y chiquitos corriendo, saltando, jugando a embocar una pelota en una torre de cubiertas de auto. Entramos, sa- ludamos y nos acomodamos a un costado. La gente que va entrando también saluda a todo el mundo, algo que en el cine no sucede. Tiene sentido saludar a las personas con las que vas a compartir una experiencia colectiva, pienso.

Luego del consabido ritual de conexión del equipo (“falta este cable”, “no, esta ficha no, la otra”, “acá creo que vi uno”) y una breve charla sobre la importancia de recordar lo que costó recuperar la democracia y enjuiciar tan rápidamente a los responsables del genocidio, algo que jamás se hubiera podido lograr sin voluntad política, la película empezó. Yo no la había visto, y rápidamente me sumergí en la Argentina de 1985, el recorte espacio-temporal que propone la última película de Santiago Mitre, el suceso cinematográfico y cultural más importante del último año.

Argentina, 1985 fue furor. ¿Cuál fue el secreto? Más allá de las actuaciones, de la magnífica puesta en escena, de la tensión indescriptible que va aumentando lentamente en el espectador a pesar de que ya sabe lo que va a pasar —y a pesar de que lo que está presenciando no deja de ser un juicio—, hay algo más en la película, algo que toca una fibra íntima de la sociedad argentina, o al menos de parte de ella. Algo intangible, una especie de aura, que escapa incluso a sus realizadores y se ubica más bien en la instancia de recepción, como dijo Mariano Llinás, su coguionista, en la entrevista que dio a Pausa: “Yo no sé si esta película va a ser importante en la historia del cine, pienso que puede implicar un jalón dentro de la historia de Argentina y eso tiene que ver con el uso que la sociedad le da: ahí ya hay un punto en donde uno no tiene tanto que ver con eso”. El poder hipnótico que suscitó tantas filas a lo largo y a lo ancho del país —imagen que no se veía hacía mucho tiempo, y que acrecentó el carácter mítico de la película— y que luego viajó en forma de ilusión colectiva hasta la alfombra roja de los Oscar, estaba ahí flotando, en la esquina de Roque Sáenz Peña y Juan de Garay, al alcance de cualquiera que se instalara con su sillita.

Se podía sentir en el aire, en las inconfundibles lágrimas contenidas que acompañaban silenciosamente el testimonio de Adriana Calvo, en los nervios de los momentos previos

Los milicos eran de mutear

Por Marcelo Przylucki

Las canciones son peligrosas. Son armas cotidianas que bañan nuestra memoria cada vez que las cantamos o las tarareamos. Pueden dañar a cualquier represor. Son llamadores de la libertad: con ellas tenemos libre albedrío para la tristeza o la felicidad, para empoderarnos o para sentirnos poca cosa.

“Tienen esa cosa de colarse en la cotidianeidad y en la permanencia de lo cotidiano. Se manejan horizontalmente, todo el mundo puede cantarlas y contra eso se revela una dictadura, contra lo que no puede manejar. Las canciones son como un agua buena, que se cuela por todos lados”, dice Gabo Ferro en el preludio al documental “Canciones Prohibidas”, un proyecto de hace algunos años en el que se reversionaron piezas censuradas por la Comisión Federal de Radiodifusión (también conocida como el Comfer), el señor Tijeras —diría Charly García— que se encargó recortar la música en los tiempos de los trajes verdes y las botas.

Las canciones prohibidas

Además de los casos conocidos de cantores como Horacio Guarany (“Estamos prisioneros carcelero/ Yo de estos torpes barrotes/Tú del miedo”), de Pink Floyd y de María Elena Walsh, hay otros menos esperables y que tomaron relevancia con el contexto como “Las madres cansadas” de Joan Baez o “Café da Manhã” (“Desayuno”) de Roberto Carlos, capaz que porque en una parte dice que no quiere ir a laburar mañana. Y quién te puede culpar, querido Roberto Carlos.

Todas las canciones que enumeramos a continuación, entre otras, fueron prohibidas por atacar al “orden, laboriosidad, jerarquía, responsabilidad, idoneidad, honestidad, dentro del contexto de la moral cristiana”, según la lógica militar.

= Da ya think I'm sexy? (Rod Stewart)

Esa risa de costado, esas mechas rubias como chispas de fuego, el tonito canchero. Rod Stewart era al alegato final de Strassera. “Otra idea que yo tampoco tenía cuando empezamos a escribir fue la idea de la extrema fragilidad del Juicio, de que el Juicio era algo que podía fallar, de que algo podía salir mal”, señaló Llinás, algo que debería ser obvio pero que cobra un sentido profundo. Cuando uno mira hacia atrás la historia ya está escrita, pero podría haber sido escrita de otra manera. Cada persona que vio Argentina, 1985 escribió la historia de nuevo, junto a Strassera y su equipo. Y, lo que es más importante, cada uno se fue con la certeza de que el futuro todavía no está escrito, de que a la historia la hacen las personas. En un contexto en que la Corte Suprema de Justicia de la Nación tan sexy que constituía una verdadera amenaza para la juventud argentina, el prototipo de enemigo contra el que el buen soldado tenía que ser implacable.

= Cara de tramposo (Cacho Castaña)

Aunque reprodujo muchas prácticas retrógradas hacia el final de su vida, Cacho Castaña en su momento tenía gente aún más a la derecha de lo que él estaba. Era calculable que a los oídos de los milicos, tener el pelo largo y la lengua picante no era la que iba.

= Je t'aime... Moi non plus (Serge Gainsbourg y Jane Birkin)

La versión original de esta canción fue grabada en 1968 por Serge Gainsbourg y su amante Brigitte Bardot. Se pasó muy pocas veces por radio y un año después Serge la regrabó con la cantante inglesa muestra de forma cada vez más plausible sus vínculos íntimos con los poderes más concentrados, y en que un ex presidente y líder de uno de los bloques políticos mayoritarios despide con cariño a un empresario procesado por crímenes de lesa humanidad, traer la memoria al presente y reactivarla se vuelve una tarea cada vez más necesaria, más aún en los barrios populares, en donde la dictadura dejó las heridas más profundas y más difíciles de cicatrizar. Aunque, como dijo una compañera, existe otra iniciativa que significaría un aporte igual de importante a la memoria: que proyecten Argentina, 1985 en el Colegio Inmaculada.

Jane Birkin. En el tema, una oda al placer y al amour physique, se escuchan los gemidos de un orgasmo femenino. Se ve que el Comfer tenía dificultades con el clítoris y no cuadraba —en la burocracia censora de entonces— que una mujer pudiera gozar.

= Ayer nomás (Moris y Pipo Lernoud)

"Este país es grande y tiene libertad”. “No, ahí te equivocás” le dijo el COMFER a Moris y Pipo Lernoud (autores) y a Los Gatos (intérpretes recurrentes de la época) de esta canción que, más allá de esa frase iniciática, es bastante ambigua y podría ser el panorama triste de cualquier lugar y de cualquier momento. Pero la segunda mitad de los '70 no fue cualquier momento y la libertad, aún dentro de una canción, era imposible para la Argentina.

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