Carta con motivo de la festividad de Santa Clara 2013

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FEDERACIÓN BÉTICA NUESTRA SEÑORA DE LORETO

Convento Santa Clara c/. Corredera, 19 06900-LLERENA (Badajoz) Tel: 924872562 y 673003050 febecla-800@hotmail.es Prot. 09/13

1 de agosto de 2013 A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN.

Mi saludo de paz y bien para todas y cada una de vosotras, queridas hermanas. Saludo al que adjunto mi gozosa felicitación por lo que supone de fiesta el poder agradecer, un año más, la vida de Clara y todo lo que a través de ella Dios sigue haciendo posible aquí y ahora, en cada una y en todas. La novedad perenne de evangelio que Clara imprimió a su Forma de vida, sigue perforando el tiempo y la historia para llegar hasta nosotras como un permanente desafío a proseguir cotidianamente la búsqueda esperanzada del paso de Dios por esta realidad histórica tan sumamente compleja que estamos atravesando y desde donde se nos vuelve a presentar como tarea irrenunciable el vivir una fidelidad encarnada, creativa y responsable a tanto bien recibido. La memoria del corazón es un gran tesoro, y agosto nos vuelve a dar la posibilidad de celebrar una vida recreada por la gracia: la de Clara; un carisma apasionante: el evangelio como Forma de vida; un modo de ser y de vivir nuestra aportación específica a la Iglesia y al mundo: la sororidad. La propuesta de Clara sigue siendo fascinante, atrevida, provocadora. Y, mientras nos dure la vida, no podemos desperdiciar la ocasión de hacerla posible, creíble y hermosa. También ésta debe ser, en cada una y en todas, un trabajo ineludible. Ciertamente, necesitamos, quizá con más urgencia de la que nos parece, asomarnos, con el asombro de la primera vez, a la experiencia evangélica de Clara a través de su escritos más personales, donde sigue habiendo una llamada personal y comunitaria a recobrar la memoria de la herencia que nos ha sido confiada, del talento que sólo tenemos en préstamo y que hay que ir devolviéndole al “Dador de todo bien” traducido en gestos humildes y cotidianos que expresen nuestro ser y sentirnos hermanas. Necesitamos acercar a Clara a nuestra cotidianeidad para aclararnos, valga la expresión, para escuchar con mucha fuerza el ruego de Francisco a Clara y a sus hermanas: “vivir en esta santísima vida y pobreza". (RegCl VI,8). No podemos hablar de nosotras mismas sin hablar de Clara. Sí, necesitamos sentarnos al lado de Clara, sin prisas, trabar cercanía, confidencialidad; darle palabra, dejar que sea ella la que nos sugiera el modo y la manera de vivir creativamente la Forma de vida para que pueda ser una Forma viva, dinámica. Necesitamos acudir con asiduidad, y no de manera esporádica o intermitente a la fuente de su experiencia creyente. A veces una observa con cierta tristeza que los escritos de Clara empiezan a salir de las estanterías cuando se va aproximando su fiesta y parece como "obligado" leer los textos, para recogerlos


después, hasta otra ocasión. Tenemos que permitir que sea Clara quien diga su palabra en las nuestras, que resuene en nuestras conversaciones cotidianas, en nuestras decisiones, en nuestros proyectos. De igual manera sus gestos tienen que repetirse entre nosotras: gestos sencillos de humanidad, de ternura y de una sensibilidad que debiera ser exquisita. Y todo esto lo necesitamos para confirmarnos y animarnos unas a otras en el camino emprendido, para buscar juntas, mirar juntas, orar juntas de tal manera podamos reflejar Aquel al que miramos; necesitamos sentirnos peregrinas, capaces de estrenar camino y “paso ligero” a la luz del Rostro del Pobre Crucificado, llenas de inquietud, de pasión. Precisamente la memoria de esta experiencia de gracia que hemos heredado de Clara nos puede ayudar a captar la lógica de Dios, siempre tan desconcertante, tan distinta y tan distante de la nuestra; memoria que, además, puede hacer surgir en nosotras algunos interrogantes: ¿Qué sueño mantenía dinámico y abierto el proyecto de Clara y de las primeras hermanas en medio de un sin fin de dificultades? Ciertamente, ni para Clara ni para las hermanas era una preocupación primaria el problema vocacional como puede serlo hoy para nosotras hoy; ni siquiera la edad avanzada de las hermanas, ni el ensayar nuevas formas de trabajo con miras a favorecer la continuidad de nuestras casas, o garantizarnos una vida estable, digna. ¿Cómo podemos nosotras actualizar e irradiar hoy esta hermosa espiritualidad que hunde sus raíces en el evangelio “sin glosa”? ¿Cuáles son hoy nuestras prioridades? ¿Qué nos ocupa y qué nos preocupa? La respuesta a estas preguntas puede ayudarnos a captar la riqueza de un carisma que sigue vivo en la Iglesia y que está destinado a prolongarse en el tiempo y en el espacio, como don del Señor y empeño de cada una y de todas. Rememorar de nuevo el pasado, aunque nos parezca más rico y luminoso que presente, puede convertirse en una llamada a discernir con amor y sabiduría herencia recibida que nos lleve a preguntarnos sinceramente por la manera cómo estamos “negociando” y si se refleja en la vida, si se traduce en gestos preocupación de unas hacia las otras.

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Volver a Clara y a su sabiduría es volver a gustar la alegría de participar “graciosamente” de una hermosa vocación y de una santidad de la que han participado y participan sin disonancias muchas hermanas, algunas conocidas por nosotras, admiradas y recordadas precisamente por esa manera tan luminosa y tan limpia de vivir el carisma, habitadas por el deseo de espejar a Jesús hasta en los detalles más mínimos. Estas cosas no se olvidan y hoy son pueden ser, tienen que ser, un reclamo y una llamada para que también nosotras podamos dedicar tiempo a ser más y mejores hermanas, más y mejores discípulas del evangelio y de Clara. Todas sabemos que nuestro futuro es tan incierto como nuestra propia vida. El mañana llegará mañana. El hoy es lo que tenemos. Y nuestro futuro no va a depender casi nada de nuestros saberes o “teneres”, sino de nuestro crecimiento humano, de la hondura con que vayamos asumiendo y viviendo, de la fuerza del amor que pongamos en lo que hacemos, en lo que vivimos, en la fidelidad al proyecto de Dios que a nosotras se nos ha hecho cercano y factible a través de Clara. Cada una de nosotras somos personalmente responsables de la vitalidad del carisma y de la de la fecundidad vocacional, de la propia primero. No podemos olvidar que algo tenemos que hacer, pero antes que nada, tenemos que SER.


En mis visitas a las Comunidades percibo que no todo es así de sencillo. Que la vida cuesta, que las relaciones no siempre son las deseadas. Que muchos intereses “de fuera” campan a sus anchas “dentro”. Todo esto hay que analizarlo. Yo en mi comunidad y vosotras en la vuestra. Tenemos que ir “poniéndonos de acuerdo y llegando a acuerdos para vivir acordes”. Nos jugamos mucho de nuestro bienestar, de nuestra paz, de ir envejeciendo, como dice Dolores Aleixandre, “con esplendor”. En este sentido, también me gustaría invitaros (me lo digo también a mí misma primero, aunque sé que generalmente se hace), a acercarnos con más frecuencia a nuestra hermanas mayores y enfermas para escucharlas si agitación, para pasear un rato a su lado, para dejar que nos expresen lo que les pesa, lo que sueñan para la Comunidad. Donde nosotras podemos invocar cosas sabidas y aprendidas, ellas ofrecen experiencias vividas. No hay duda de que son una fuente de sabiduría y de testimonio que nos vendría muy bien aprovechar y disfrutar. Un día nos las tendremos cerca. Como sucede en el cuento de Pulgarcito, cada una de ellas, en su caminar lento y torpe por el claustro, va esparciendo “migajas” de santidad, de bondad, de silencio, de plegaria… para señalarnos el camino de “retorno a las fuentes”, a lo esencial del evangelio. ¡Sus vidas son perfume que impregna, que remiten a una Belleza mayor y primera!. Es bueno que podamos seguir el rastro de esas “migajas” para reencontrarnos con lo que tal vez hayamos perdido por creerlo insulso, insignificante: la simplicidad del evangelio, la gratuidad de todo lo que podemos disfrutar sin retener egoístamente, convirtiéndolo una propiedad privada. La sororidad es una escuela donde aprendemos unas de otras diariamente. Con las hermanas vamos haciendo “escuela”, poniendo en marcha procesos de aprendizaje que nos ayuden a saber posicionarnos de frente a una vida que discurre en un ambiente históricamente convulso, que genera mucha inseguridad y no pocos miedos. Necesitamos pedirle a Clara que nos enseñe a orar. Una oración como la suya puede dilatar nuestro deseo de Dios y puede, al mismo tiempo, ayudarnos a recobrar la frescura y la hondura de nuestra espiritualidad: “Mira, considera, contempla…” para que puedas llegar a ser imagen de lo que tus ojos ven, de lo que tu mente piensa y de lo que tu corazón desea. La de Clara es una oración del dinamismo de los sentidos, no descansa ni se nutre de abstracciones, de ocurrencias. Es gradual, asomada y abierta a un misterio que abre desde dentro para devolver a lo cotidiano llena de amor, de un amor encarnado, ofrecido, entregado. Que vivamos la fiesta de Clara con un profundo sentido de gratitud y con un renovado compromiso de ser hermanas de todas y de todo. Un fuerte abrazo de vuestra hermana.

Mª Rosario Sánchez Muñoz, Presidenta federal


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