L’OSSERVATORE ROMANO en Español

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L’OSSERVATORE ROMANO EDICIÓN SEMANAL Unicuique suum Año XLVII, número 8 (2.403)

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Ciudad del Vaticano

20 de febrero de 2015

La creación de nuevos cardenales

Nuevos purpurados en la Iglesia

Incardinados y dóciles El único título de honor GIOVANNI MARIA VIAN El consistorio extraordinario y la creación de veinte cardenales elegidos literalmente de todas las partes del mundo muestran con claridad la intención del Papa Francisco, mientras está por iniciar el tercer año de su pontificado. En el signo de la comunión y de la colegialidad la preocupación central del Pontífice es la misión, cuyos rasgos están delineados en la meditación sobre el himno de la caridad de san Pablo que Bergoglio desarrolló en dos momentos, al hablar a los nuevos purpurados y luego al celebrar con ellos. Y precisamente en la caridad se mide la ejemplaridad a la que cada día está llamada la Iglesia de Roma con su curia. En esta Iglesia están incorporados a título especial los cardenales, expresión, ahora como nunca antes, de una catolicidad que el Papa describió con eficacia: «Es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos». Si la Iglesia de Roma, en efecto, preside en la caridad, «toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad». Durante dos días, en el consistorio extraordinario, los cardenales de todo el mundo debatieron e indiscutiblemente sostuvieron, en la natural y obvia diversidad de voces, la reforma de la Iglesia y de la Curia romana, que es necesaria y

Roma, 14 de febrero de 2015

CONSISTORIO

Y MISA CON LOS NUEVOS CARDENALES EN PÁGINAS

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Celebración del miércoles de ceniza en Santa Sabina

El don de las lágrimas

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«Nos hará bien a todos, pero especialmente a nosotros, los sacerdotes, pedir el don de las lágrimas, para hacer que nuestra oración y nuestro camino de conversión sean cada vez más auténticos y sin hipocresía». El miércoles de Ceniza el Papa trazó las coordenadas del itinerario cuaresmal. Al celebrar la misa en el Aventino el 18 de febrero, por la tarde, el Pontífice ofreció una reflexión sobre la importancia del llanto, que evocó la que propuso en Manila durante el encuentro con una niña víctima de violencias. Para el Papa Francisco el llanto revela el rostro auténtico del hombre, más allá de los gestos hipócritas realizados para absolver «prescripciones corroídas por la herrumbre del formalismo». Después de la procesión penitencial desde la basílica de San Anselmo a Santa Sabina, el Papa presidió la Eucaristía con el rito de la imposición de la ceniza.

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Trigésimo aniversario de la Jornada mundial de la juventud

Exploradores de la belleza

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Mensaje del día de Hispanoamérica en las diócesis de España

Evangelizadores con la fuerza del Espíritu MENSAJE

DEL

PONTÍFICE

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El Sumo Pontífice Francisco, el sábado 14 de febrero de 2015, en la basílica vaticana, tuvo el Consistorio ordinario público para la creación de nuevos cardenales, la imposición de la birreta, la entrega del anillo y la asignación del título o de la diaconía. El Santo Padre llegó a las 11 a la basílica e hizo una breve oración ante la Confesión. Tras ubicarse en la Cátedra, recibió por parte del prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica, Dominique Mamberti, primero entre los nuevos cardenales, unas palabras de saludo. Luego, tras recitar la oración inicial y después de la proclamación del

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En la audiencia general

Paz para Ucrania Las zonas de conflicto estuvieron nuevamente en el centro de las preocupaciones del Papa durante los saludos a los grupos presentes en la plaza. Saludo cordialmente a los obispos de Ucrania, Слава Ісусу Христу! (¡alabado sea Jesucristo!) en visita «ad limina», así como a los peregrinos de las diócesis que los acompañan. Hermanos y hermanas, sé que entre las muchas otras intenciones que traéis a las tumbas de los Apóstoles está la petición de la paz en Ucrania. Llevo en el corazón el mismo deseo y me uno a vuestra oración, para que llegue la paz duradera a vuestra patria cuanto antes. Que Dios os bendiga. Quisiera invitar nuevamente a rezar por nuestros hermanos egipcios que hace tres días fueron asesinados en Libia por el solo motivo de ser cristianos. Que el Señor los acoja en su casa y dé consuelo a sus familias y a sus comunidades. Oremos también por la paz en Oriente Medio y en el Norte de África, recordando a todos los difuntos, heridos y refugiados. Que la comunidad internacional pueda encontrar soluciones pacíficas a la difícil situación en Libia. CATEQUESIS

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viernes 20 de febrero de 2015, número 8

En la audiencia general el Papa habla de los hermanos

De la misma carne Es necesario «volver a llevar la fraternidad al centro de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática»: lo dijo el Papa Francisco durante la audiencia general del miércoles 18 de febrero, en la plaza de San Pedro. Continuando con el ciclo de catequesis dedicadas a la familia, el Pontífice habló de los hermanos. Queridos hermanos ¡buenos días!

y

hermanas,

En nuestro camino de catequesis sobre la familia, tras haber considerado el papel de la madre, del padre, de los hijos, hoy es el turno de los hermanos. «Hermano» y «hermana» son palabras que el cristianismo quiere mucho. Y, gracias a la experiencia familiar, son palabras que todas las culturas y todas las épocas comprenden. El vínculo fraterno tiene un sitio especial en la historia del pueblo de Dios, que recibe su revelación en la vivacidad de la experiencia humana. El salmista canta la belleza de la relación fraterna: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 132, 1). Y esto es verdad, la fraternidad es hermosa. Jesucristo llevó a su plenitud incluso esta experiencia humana de ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor trinitario y potenciándola de tal modo que vaya mucho más allá de los vínculos del parentesco y pueda superar todo muro de extrañeza. Sabemos que cuando la relación fraterna se daña, cuando se arruina la relación entre hermanos, se abre el camino hacia experiencias dolorosas de conflicto, de traición, de odio. El relato bíblico de Caín y Abel constituye el ejemplo de este resultado negativo. Después del asesinato de Abel, Dios pregunta a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?» (Gen 4, 9a). Es una pregunta que el Señor sigue repitiendo en cada generación. Y lamentablemente, en cada generación, no cesa de repetirse también la dramática respuesta de Caín: «No

Los tuits en @Pontifex_es 16 FEB [6.15 PM] Jesús ha venido a traernos la alegría a todos y para siempre 17 FEB [10.00 AM] Durante la Cuaresma, hallemos modos concretos para superar nuestra indiferencia 18 FEB [12.00 PM] Jesús no es un personaje del pasado: también hoy sigue iluminando el camino del hombre

sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gen 4, 9b). La ruptura del vínculo entre hermanos es algo feo y malo para la humanidad. Incluso en la familia, cuántos hermanos riñen por pequeñas cosas, o por una herencia, y luego no se hablan más, no se saludan más. ¡Esto es feo! La fraternidad es algo grande, cuando se piensa que todos los hermanos vivieron en el seno de la misma mamá durante nueve meses, vienen de la carne de la mamá. Y no se puede romper la hermandad. Pensemos un poco: todos conocemos familias que tienen hermanos divididos, que han reñido; pidamos al Señor por estas familias —tal vez en nuestra familia hay algunos casos— para que les ayude a reunir a los hermanos, a reconstituir la familia. La fraternidad no se debe romper y cuando se rompe sucede lo que pasó con Caín y Abel. Cuando el Señor pregunta a Caín dónde estaba su hermano, él responde: «Pero, yo no sé, a mí no me importa mi hermano». Esto es feo, es algo muy, muy doloroso de escuchar. En nuestras oraciones siempre rezamos por los hermanos que se han distanciado. El vínculo de fraternidad que se forma en la familia entre los hijos, si se da en un clima de educación abierto a los demás, es la gran escuela de libertad y de paz. En la familia, entre hermanos se aprende la convivencia humana, cómo se debe convivir en sociedad. Tal vez no siempre somos conscientes de ello, pero es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo. A partir de esta primera experiencia de fraternidad, nutrida por los afectos y por la educación familiar, el estilo de la fraternidad se irradia como una promesa sobre toda la sociedad y sobre las relaciones entre los pueblos. La bendición que Dios, en Jesucristo, derrama sobre este vínculo de

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GIOVANNI MARIA VIAN director

Giuseppe Fiorentino subdirector

fraternidad lo dilata de un modo inimaginable, haciéndolo capaz de ir más allá de toda diferencia de nación, de lengua, de cultura e incluso de religión. Pensad lo que llega a ser la relación entre los hombres, incluso siendo muy distintos entre ellos, cuando pueden decir de otro: «Este es precisamente como un hermano, esta es precisamente como una hermana para mí». ¡Esto es hermoso! La historia, por lo demás, ha mostrado suficientemente que incluso la libertad y la igualdad, sin la fraternidad, pueden llenarse de individualismo y de conformismo, incluso de interés personal. La fraternidad en la familia resplandece de modo especial cuando vemos el cuidado, la paciencia, el afecto con los cuales se rodea al hermanito o a la hermanita más débiles, enfermos, o con discapacidad. Los hermanos y hermanas que hacen esto son muchísimos, en todo el mundo, y tal vez no apreciamos lo suficiente su generosidad. Y cuando los hermanos son muchos en la familia —hoy, he saludado a una familia,

TIPO GRAFIA VATICANA EDITRICE L’OSSERVATORE ROMANO don Sergio Pellini S.D.B. director general

Marta Lago

Servicio fotográfico photo@ossrom.va

redactor jefe de la edición

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que tiene nueve hijos: el más grande, o la más grande, ayuda al papá, a la mamá, a cuidar a los más pequeños. Y es hermoso este trabajo de ayuda entre los hermanos. Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. Lo mismo sucede en la fraternidad cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen «derecho» de llenarnos el alma y el corazón. Sí, ellos son nuestros hermanos y como tales tenemos que amarlos y tratarlos. Cuando esto se da, cuando los pobres son como de casa, nuestra fraternidad cristiana misma cobra de nuevo vida. Los cristianos, en efecto, van al encuentro de los pobres y de los débiles no para obedecer a un programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que todos somos hermanos. Este es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres. Os sugiero una cosa: antes de acabar, me faltan pocas líneas, en silencio cada uno de nosotros, pensemos en nuestros hermanos, en nuestras hermanas, y en silencio desde el corazón recemos por ellos. Un instante de silencio. Así, pues, con esta oración los hemos traído a todos, hermanos y hermanas, con el pensamiento, con el corazón, aquí a la plaza para recibir la bendición. Hoy más que nunca es necesario volver a poner la fraternidad en el centro de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces también la libertad y la igualdad tomarán su justa entonación. Por ello, no privemos a nuestras familias con demasiada ligereza, por sometimiento o por miedo, de la belleza de una amplia experiencia fraterna de hijos e hijas. Y no perdamos nuestra confianza en la amplitud de horizonte que la fe es capaz de sacar de esta experiencia, iluminada por la bendición de Dios.

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número 8, viernes 20 de febrero de 2015

«Ustedes, jóvenes, son expertos exploradores... Al mismo tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al amor, les pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar el amor». Lo escribe el Papa Francisco en el mensaje para la Jornada mundial de la juventud 2015, que se celebrará a nivel diocesano el domingo de Ramos. Es el segundo de los tres mensajes dedicados a las bienaventuranzas evangélicas, que están marcando la preparación para el encuentro internacional programado en Cracovia en 2016.

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El trigésimo aniversario de la Jornada mundial de la juventud

Exploradores de la belleza Que Juan Pablo

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8) Queridos jóvenes: Seguimos avanzando en nuestra peregrinación espiritual a Cracovia, donde tendrá lugar la próxima edición internacional de la Jornada mundial de la juventud, en julio de 2016. Como guía en nuestro camino, hemos elegido el texto evangélico de las Bienaventuranzas. El año pasado reflexionamos sobre la bienaventuranza de los pobres de espíritu, situándola en el contexto más amplio del «sermón de la montaña». Descubrimos el significado revolucionario de las Bienaventuranzas y el fuerte llamamiento de Jesús a lanzarnos decididamente a la aventura de la búsqueda de la felicidad. Este año reflexionaremos sobre la sexta Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8).

1. El deseo de felicidad La palabra bienaventurados (felices), aparece nueve veces en esta primera gran predicación de Jesús (cf. Mt 5, 1-12). Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad. Queridos jóvenes, todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la felicidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo anhelo de felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están inquietos y en continua búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de infinito? Los primeros capítulos del libro del Génesis nos presentan la espléndida bienaventuranza a la que estamos llamados y que consiste en la comunión perfecta con Dios, con los otros, con la naturaleza, con nosotros mismos. El libre acceso a Dios,

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interceda por nuestra peregrinación hacia Cracovia

a su presencia e intimidad, formaba parte de su proyecto sobre la humanidad desde los orígenes y hacía que la luz divina permease de verdad y trasparencia todas las relaciones humanas. En este estado de pureza original, no había «máscaras», subterfugios, ni motivos para esconderse unos de otros. Todo era limpio y claro. Cuando el hombre y la mujer ceden a la tentación y rompen la relación de comunión y confianza con Dios, el pecado entra en la historia humana (cf. Gn 3). Las consecuencias se hacen notar enseguida en las relaciones consigo mismos, de los unos con los otros, con la naturaleza. Y son dramáticas. La pureza de los orígenes queda como contaminada. Desde ese momento, el acceso directo a la presencia de Dios ya no es posible. Aparece la tendencia a esconderse, el hombre y la mujer tienen que cubrir su desnudez. Sin la luz que proviene de la visión del Señor, ven la realidad que los rodea de manera distorsionada, miope. La «brújula» interior que los guiaba en la búsqueda de la felicidad pierde su punto de orientación y la tentación del poder, del tener y el deseo del placer a toda costa los lleva al abismo de la tristeza y de la angustia. En los Salmos encontramos el grito de la humanidad que, desde lo hondo de su alma, clama a Dios:

«¿Quién nos hará ver la dicha si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» (Sal 4, 7). El Padre, en su bondad infinita, responde a esta súplica enviando a su Hijo. En Jesús, Dios asume un rostro humano. Con su encarnación, vida, muerte y resurrección, nos redime del pecado y nos descubre nuevos horizontes, impensables hasta entonces. Y así, en Cristo, queridos jóvenes, encontrarán el pleno cumplimiento de sus sueños de bondad y felicidad. Sólo Él puede satisfacer sus expectativas, muchas veces frustradas por las falsas promesas mundanas. Como dijo san Juan Pablo II: «Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande» (Vigilia de oración en Tor Vergata, 19 de agosto de 2000).

2. Bienaventurados los limpios de corazón... Ahora intentemos profundizar en por qué esta bienaventuranza pasa a través de la pureza del corazón. Antes que nada, hay que comprender el significado bíblico de la palabra corazón. Para la cultura semita el corazón es el centro de los sentimientos, de los pensamientos y de las intenciones de la persona humana. Si la Biblia nos enseña que Dios no mira las apariencias, sino al corazón (cf. 1 Sam 16, 7), también podríamos decir que es desde nuestro corazón desde donde podemos ver a Dios. Esto es así porque nuestro corazón concentra al ser humano en su totalidad y unidad de cuerpo y alma, su capacidad de amar y ser amado. En cuanto a la definición de limpio, la palabra griega utilizada por el evangelista Mateo es katharos, que significa fundamentalmente puro, libre de sustancias contaminantes. En el Evangelio, vemos que Jesús rechaza una determinada concepción de pureza ritual ligada a la exterioridad, que prohíbe el contacto con cosas y

personas (entre ellas, los leprosos y los extranjeros) consideradas impuras. A los fariseos que, como otros muchos judíos de entonces, no comían sin haber hecho las abluciones y observaban muchas tradiciones sobre la limpieza de los objetos, Jesús les dijo categóricamente: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc 7, 15.21-22). Por tanto, ¿en qué consiste la felicidad que sale de un corazón puro? Por la lista que hace Jesús de los males que vuelven al hombre impuro, vemos que se trata sobre todo de algo que tiene que ver con el campo de nuestras relaciones. Cada uno tiene que aprender a descubrir lo que puede «contaminar» su corazón, formarse una conciencia recta y sensible, capaz de «discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (Rm 12, 2). Si hemos de estar atentos y cuidar adecuadamente la creación, para que el aire, el agua, los alimentos no estén contaminados, mucho más tenemos que cuidar la pureza de lo más precioso que tenemos: nuestros corazones y nuestras relaciones. Esta «ecología humana» nos ayudará a respirar el aire puro que proviene de las cosas bellas, del amor verdadero, de la santidad. Una vez les pregunté: ¿Dónde está su tesoro? ¿en qué descansa su corazón? (cf. Entrevista con algunos jóvenes de Bélgica, 31 de marzo de 2014). Sí, nuestros corazones pueden apegarse a tesoros verdaderos o falsos, en los que pueden encontrar auténtico reposo o adormecerse, haciéndose perezosos e insensibles. El bien más precioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Lo creen así de verdad? ¿Son conscientes del valor inestimable que tienen a los ojos de Dios? ¿Saben que Él los valora y los ama incondicionalmente? Cuando esta convicción desaparece, el ser humano se convierte en un enigma incomprensible, porque precisamente lo SIGUE EN LA PÁGINA 4


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Exploradores de la belleza cidad, sino en un proyecto de vida capaz de atraer nuestros corazones.

3. ...porque verán a Dios

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que da sentido a nuestra vida es sabernos amados incondicionalmente por Dios. ¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico (cf. Mc 10, 1722)? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño (cf. v. 21), y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida. Durante la juventud, emerge la gran riqueza afectiva que hay en sus corazones, el deseo profundo de un amor verdadero, maravilloso, grande. ¡Cuánta energía hay en esta capacidad de amar y ser amado! No permitan que este valor tan precioso sea falseado, destruido o menoscabado. Esto sucede cuando nuestras relaciones están marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer. El corazón queda herido y triste tras esas experiencias negativas. Se los ruego: no tengan miedo al amor verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: «El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Co 13, 4-8). Al mismo tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al amor, les pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar el amor, sobre todo cuando se intenta reducirlo solamente al aspecto sexual, privándolo así de sus características esenciales de belleza, comunión, fidelidad y responsabilidad. Queridos jóvenes, «en la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo que pasará mañana. Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a “ir contracorriente”. Y atrévanse también a ser felices» (Encuentro con los voluntarios de la JMJ de Río de Janeiro, 28 de julio de 2013). Ustedes, jóvenes, son expertos exploradores. Si se deciden a descubrir el rico magisterio de la Iglesia en este campo, verán que el cristianismo no consiste en una serie de prohibiciones que apagan sus ansias de feli-

En el corazón de todo hombre y mujer, resuena continuamente la invitación del Señor: «Busquen mi rostro» (Sal 27, 8). Al mismo tiempo, tenemos que confrontarnos siempre con nuestra pobre condición de pecadores. Es lo que leemos, por ejemplo, en el Libro de los Salmos: «¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón» (Sal 24, 3-4). Pero no tengamos miedo ni nos desanimemos: en la Biblia y en la historia de cada uno de nosotros vemos que Dios siempre da el primer paso. Él es quien nos purifica para que seamos dignos de estar en su presencia. El profeta Isaías, cuando recibió la llamada del Señor para que hablase en su nombre, se asustó: «¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6, 5). Pero el Señor lo purificó por medio de un ángel que le tocó la boca y le dijo: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (v. 7). En el Nuevo Testamento, cuando Jesús llamó a sus primeros discípulos en el lago de Genesaret y realizó el prodigio de la pesca milagrosa, Simón Pedro se echó a sus pies diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5, 8). La respuesta no se hizo esperar: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10). Y cuando uno de los discípulos de Jesús le pidió: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta», el Maestro respondió: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 8-9). La invitación del Señor a encontrarse con Él se dirige a cada uno de ustedes, en cualquier lugar o situación en que se encuentre. Basta «tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3). Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados por el Señor. Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, ocasión privilegiada para encontrar la misericordia divina que purifica y recrea nuestros corazones. Sí, queridos jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos «ver» su rostro. Me preguntarán: «Pero, ¿cómo?». También Santa Teresa de Ávila, que nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus padres: «Quiero ver a Dios». Después descubrió el camino

de la oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia católica, 2715). También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones, que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119, 105). Descubrirán que se puede «ver» a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (cf. Mt 25, 31-46). ¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóve-

considerar la llamada a la vida consagrada y al sacerdocio. Qué maravilla ver jóvenes que abrazan la vocación de entregarse plenamente a Cristo y al servicio de su Iglesia. Háganse la pregunta con corazón limpio y no tengan miedo a lo que Dios les pida. A partir de su «sí» a la llamada del Señor se convertirán en nuevas semillas de esperanza en la Iglesia y en la sociedad. No lo olviden: La voluntad de Dios es nuestra felicidad.

nes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados. El encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les sucedió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), la voz de Jesús hará arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene para sus vidas. Algunos de ustedes sienten o sentirán la llamada del Señor al matrimonio, a formar una familia. Hoy muchos piensan que esta vocación está «pasada de moda», pero no es verdad. Precisamente por eso, toda la Comunidad eclesial está viviendo un período especial de reflexión sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Además, les invito a

Iglesia las Jornadas mundiales de la juventud. Esta peregrinación juvenil a través de los continentes, bajo la guía del Sucesor de Pedro, ha sido verdaderamente una iniciativa providencial y profética. Demos gracias al Señor por los abundantes frutos que ha dado en la vida de muchos jóvenes en todo el mundo. Cuántos descubrimientos importantes, sobre todo el de Cristo Camino, Verdad y Vida, y de la Iglesia como una familia grande y acogedora. Cuántos cambios de vida, cuántas decisiones vocacionales han tenido lugar en estos encuentros. Que el santo Pontífice, patrono de la JMJ, interceda por nuestra peregrinación a su querida Cracovia. Y que la mirada maternal de la Bienaventurada Virgen María, la llena de gracia, toda belleza y toda pureza, nos acompañe en este camino.

4. En camino a Cracovia «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Queridos jóvenes, como ven, esta Bienaventuranza toca muy de cerca su vida y es una garantía de su felicidad. Por eso, les repito una vez más: atrévanse a ser felices. Con la Jornada mundial de la juventud de este año comienza la última etapa del camino de preparación de la próxima gran cita mundial de los jóvenes en Cracovia, en 2016. Se cumplen ahora 30 años desde que san Juan Pablo II instituyó en la

Vaticano, 31 de enero de 2015 Memoria de san Juan Bosco


número 8, viernes 20 de febrero de 2015

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En la misa en Santa Marta el Papa ofreció la celebración por los veintiún coptos «degollados por el solo motivo de ser cristianos»

Como mártires «Ofrecemos esta misa por nuestros veintiún hermanos coptos, degollados por el solo motivo de ser cristianos». Lo dijo el Papa Francisco en la celebración que presidió el martes 17 de febrero en la capilla de la Casa Santa Marta. «Recemos por ellos —añadió—, que el Señor los acoja como mártires, por sus familias, por mi hermano Tawadros que sufre mucho». Y precisamente con el patriarca de la Iglesia ortodoxa copta, Tawadros II, el Papa habló personalmente por teléfono el lunes por la tarde manifestándole su profunda participación en el dolor por el cruel asesinato realizado por los fundamentalistas islámicos. Y aseguró también su oración con ocasión de los funerales. Repitiendo las palabras de la antífona de ingreso «Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame» (Salmo 31, 3-4), el Papa Francisco inició la homilía. El pasaje del Libro del Génesis sobre el diluvio (6, 5-8; 7, 1-5.10), propuesto por la liturgia del día, «nos hace pensar —dijo el Pontífice— en la capacidad de destrucción que tiene el hombre: el hombre es capaz de destruir lo que ha hecho Dios» cuando «le parece que es más poderoso que Dios». Y, así, «Dios puede hacer cosas buenas, pero el hombre es capaz de destruirlas todas». También «en la Biblia, en los primeros capítulos, encontramos muchos ejemplos, desde el comienzo». Por ejemplo, explicó el Papa Francisco, «el hombre llama el diluvio por su maldad: es él quien lo llama». Además, «el hombre llama el fuego del cielo, en Sodoma y Gomorra, por su maldad». Luego «el hombre crea la confusión, la división de la humanidad —Babel, la Torre de Babel— por su maldad». En definitiva, «el hombre es capaz de destruir, nosotros somos todos capaces de destruir». Nos lo confirma, también en el Génesis, «una frase muy, muy aguda: “la maldad del hombre crecía sobre la tierra y todos los pensamientos de su corazón —del corazón de los hombres— tienden siempre y únicamente al mal, siempre”». No es cuestión de ser demasiado negativos, destacó el Papa, porque «esta es la verdad». A tal punto que «somos capaces de destruir incluso la fraternidad», como lo demuestra la historia de «Caín y Abel en las primeras páginas de la Biblia». Un episodio que, precisamente, «destruye la fraternidad, es el inicio de las guerras: los celos, las envidias, tanta codicia de poder, de tener más poder». Sí, afirmó el Papa Francisco, «esto parece negativo, pero es realista». Por lo demás, añadió, basta con tomar un «periódico cualquiera» para ver «que más del noventa por ciento de las noticias son noticias de destrucción: ¡más del noventa por ciento! ¡Y esto lo vemos todos los días!». Pero entonces, «¿qué sucede en el corazón del hombre?», fue la pregunta fundamental propuesta por el Papa. «Jesús, una vez, advirtió a sus discípulos que el mal no entra en el corazón del hombre porque coma algo que no es puro, sino que sale del corazón». Y «del corazón del hom-

bre salen todas las maldades». En efecto, «nuestro corazón débil está herido». Está «siempre ese deseo de autonomía» que lleva a decir: «Yo hago lo que quiero y si tengo ganas de hacer esto, lo hago. Y si por esto quiero declarar una guerra, la declaro. Y si por esto quiero destruir a mi familia, lo hago. Y si para ello tengo que matar al vecino, lo hago». Pero precisamente «estas son las noticias de cada día», destacó el Papa, observando que «los periódicos no nos cuentan noticias de la vida de los santos». Así, pues, continuó tratando la cuestión central: «¿por qué somos así?». La respuesta es directa: «Porque tenemos esta posibilidad de destrucción, este es el problema». Y actuando así, luego, «en las guerras, en el tráfico de armas somos emprendedores de muerte». Y «hay países que venden las armas a este que está en guerra con este, y las venden también a este, para que así continúe la guerra». El problema es precisamente la «capacidad de destrucción y esto no viene del vecino» sino «¡de nosotros!». «Cada íntimo intento del corazón no era otra cosa más que el mal» repitió una vez más el Papa Francisco. Al recordar precisamente que «nosotros tenemos esta semilla dentro, esta posibilidad». Pero «tenemos también al Espíritu Santo que nos salva». Se trata, por ello, de elegir a partir de las «pequeñas cosas». Y, así, «cuando una mujer va al mercado y encuentra a otra, comienza a hablar, a criticar a la vecina, a la otra mujer de más allá: esa mujer mata, esa mujer es malvada». Y lo es «en el mercado» pero también «en la parroquia, en las asociaciones: cuando hay celos y envidias, van al párroco y le dicen: “esta no,

El dolor de los familiares de los egipcios coptos masacrados en Libia (Reuters)

este sí, este hace”». También «esta es la maldad, la capacidad de destruir que todos nosotros tenemos». Es sobre este punto que «hoy la Iglesia, a la puerta de la Cuaresma, nos hace reflexionar». La invitación del Papa se orienta a preguntarnos la razón de ello, a partir del pasaje evangélico de san Marcos (8, 14-21). «En el Evangelio Jesús riñe un poco a los discípulos que discutían: “pero tú tenías que tomar el pan —¡No, tú!”». En definitiva los doce «discutían como siempre, peleaban entre ellos». Y he aquí que Jesús les dirige «una hermosa palabra: “Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes”». Así, «presenta sencillamente el ejemplo de dos personas: Herodes es malo, asesino, y los fariseos hipócritas». Pero el Señor habla también de «“levadura” y ellos no comprendían». El hecho es que, como relata san Marcos, los discípulos «hablaban de pan, de este pan, y Jesús les dice: “pero esa levadura es peligrosa, lo que nosotros tenemos dentro y que nos conduce a destruir. Estad aten-

Para no abandonarlos LUCETTA SCARAFFIA En Trípoli el obispo ha permanecido en su cátedra despojada para no abandonar a sus fieles. En un país completamente musulmán, durante más de cuarenta años, primero como franciscano y después como vicario apostólico, Giovanni Innocenzo Martinelli ha estado siempre al servicio de los últimos de la tierra, en un territorio inmenso y en continua transformación. En efecto, Martinelli siempre se ha ocupado de los inmigrantes, no solo cristianos, sino también de quienes llegan a Libia para escapar de la guerra y desde allí después prueban fortuna en Europa. Por tanto, en una diócesis formada en gran parte por desesperados, mujeres y hombres de paso a los que encuentra brevemente, pero quizá en los momentos más duros e inciertos de su vida, el obispo ha garantizado las primeras ayudas y, sobre todo, ha ofrecido amor paterno. Y durante estos largos años Martinelli siempre ha salido a su encuentro para llevarles ayuda material y una pala-

bra de afecto y aliento, incluso en las terribles cárceles en las que, sin motivo aparente, a menudo internan a los prófugos eritreos. Sus fieles son también las minorías de inmigrantes que llegan para trabajar y que en el obispo franciscano han encontrado siempre un punto de reunión, un momento de comunión y participación. Precisamente para estar junto a ellos, un grupo de filipinos que en Libia se dedican sobre todo a la asistencia sanitaria en los hospitales, Martinelli no se marcha, aunque es muy consciente de los riesgos que corre. Cuando viajé para encontrarme con él en 2008, me contó que esos filipinos, con su trabajo silencioso, dan un gran testimonio de amor cristiano en la sociedad líbica. En su modestísima casa junto a la catedral, me explicó muchos aspectos del país donde nació, vive y considera suyo. Es un padre que permanece en su lugar, hombre intrépido como el vicario apostólico de Bengasi, el franciscano Sylvester Carmel Magro: todos debemos rezar por ellos.

tos, prestad atención”». Luego «Jesús muestra la otra puerta: “¿Tenéis el corazón endurecido? ¿No recordáis cuando distribuí los cinco panes, la puerta de la salvación de Dios?». En efecto, «por este camino de la discusión —dijo— jamás, jamás se hará algo bueno, siempre habrá divisiones, destrucción». Y continuó: «Pensad en la salvación, en lo que también Dios hizo por nosotros, y elegid bien». Pero los discípulos «no entendían porque el corazón estaba endurecido por esta pasión, por esta maldad de discutir entre ellos y ver quién era el culpable de ese despiste del pan». El Papa Francisco exhortó a considerar «seriamente este mensaje del Señor». Con la consciencia de que «estas no son cosas raras, no es el discurso de un marciano», sino que son, en cambio, «las cosas que cada día suceden en la vida». Y para verificarlo, repitió, basta sólo con tomar «el periódico, nada más». Sin embargo, añadió, «el hombre es capaz de hacer mucho bien: pensemos en la madre Teresa, por ejemplo, una mujer de nuestro tiempo». Pero si «todos nosotros somos capaces de hacer tanto bien» somos igualmente «capaces también de destruir en lo grande y en lo pequeño, en la familia misma: destruir a los hijos, no dejando crecer a los hijos con libertad, no ayudándoles a crecer bien» y así, en cierto modo, anulando a los hijos. Al considerar que «tenemos esta capacidad», para nosotros «es necesaria la meditación continua: la oración, la confrontación entre nosotros», precisamente «para no caer en esta maldad que lo destruye todo». Y «contamos con la fuerza» para hacerlo, como «nos recuerda Jesús». Por ello «hoy nos dice: “Recordadlo. Recordaos de mí, que he derramado mi sangre por vosotros; recordaos de mí que os he salvado, que os he salvado a todos; recordaos de mí, que tengo la fuerza para acompañaros en el camino de la vida, no por la senda de la maldad, sino por el camino de la bondad, de hacer el bien a los demás; no por el camino de la destrucción, sino por la senda del construir: construir una familia, construir una ciudad, construir una cultura, construir una patria, ¡cada vez más!». La reflexión de hoy sugirió al Papa Francisco pedir al Señor, «antes de comenzar la Cuaresma», la gracia de «elegir siempre bien el camino con su ayuda y no dejarnos engañar por las seducciones que nos llevarán por el camino equivocado».


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Mensaje de la Comisión pontificia para América Latina con motivo del Día de Hispanoamérica (1 de marzo) en las diócesis de España

Evangelizadores con la fuerza del Espíritu «Doy gracias a mi Dios cada vez que os recuerdo; siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy» (Flp 1, 3-5). De este saludo del apóstol Pablo bien puede hacerse eco el Papa Francisco, como también yo mismo o cada uno de los obispos de España y, en especial, S.E. mons. Braulio Rodríguez Plaza, presidente de la Comisión episcopal de misiones y cooperación entre las Iglesias, recordando a los más de 9.000 misioneros españoles que trabajan al servicio de la evangelización en América Latina. «Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Ef 1, 2). Vaya nuestro abrazo fraterno a los sacerdotes y laicos que colaboran en la misión como fidei donum, en particular a los cerca de 300 sacerdotes que sirven a la Iglesia en Latinoamérica acogidos a la Obra de cooperación sacerdotal hispanoamericana (O CSHA), así como a todas las religiosas y religiosos españoles que cooperan con la evangelización en aquellas tierras. Mi palabra de gratitud se dirige también a quien preside la Comisión episcopal de misiones y cooperación entre las Iglesias y a quienes colaboran con ella para acompañar y alentar esa corriente misionera tan importante para la misión de la Iglesia en América Latina. La próxima celebración del «Día de Hispanoamérica», tradicional cita anual que se está celebrando desde el año 1959, es una buena ocasión para tener presentes a todos esos misioneros en la oración y en la comunión eclesial, que se hace explícita en la cooperación entre las Iglesias. «Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús» (1 Cor 1, 4).

Francisco, en la redacción de esta Exhortación apostólica, quien ha querido personalmente incorporar en ambos textos la alegría como una elocuente señal de identidad de los primeros evangelizadores, como debe serlo también de los de ahora, siguiendo el pensamiento de Pablo VI: «Recobremos y acrecentemos el fervor, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas [...]. Y ojalá el mundo actual —que busca con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EN 80)» (EG 10). La propuesta que ofrece el lema de la jornada, «Evangelizadores con la fuerza del Espíritu», es fruto de la decidida confianza en el Espíritu Santo, que «acude en ayuda de

Alegría en el Espíritu Santo Es muy bueno que, inspirándose en el capítulo V de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, que el Santo Padre Francisco ha propuesto para invitar «a una nueva etapa evangelizadora [...] e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años» (EG 1; cf. 287), se haya escogido para esta nueva cita del Día de Hispanoamérica el lema «Evangelizadores con la fuerza del Espíritu». En efecto, es en Pentecostés cuando los Apóstoles, con la fuerza del Espíritu, salen de sí mismos y se convierten en evangelizadores. Ellos, que hasta ese momento habían estado aherrojados por el miedo y el temor, manifiestan con alegría y audacia su fe en Cristo resucitado. Esta transformación es fruto de esa fuerza del Espíritu, que «renueva, sacude e impulsa a la Iglesia en una salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos» (EG 261). Fue el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, como presidente de la Comisión de redacción del Documento conclusivo en la V Conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe (Aparecida, mayo de 2007), y el hoy Papa

nuestra debilidad» (Rom 8, 26), para seguir impulsando una corriente evangelizadora marcada por esa alegría, más fervorosa, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa, promovida por «evangelizadores llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa» (EG 263).

La vocación de los misioneros Fidei donum El origen y la causa por la que los misioneros son enviados a cooperar con otras Iglesias más necesitadas está en la iniciativa divina, que les ha llamado a estar con Él y a anunciar el Reino (cf. Mc 3, 14-15); es Dios quien les da esta vocación que transforma su vida. No marchan por iniciativa propia o por otros motivos que no sean el anuncio del Evangelio. Así sucedió en los orígenes de la primera evangelización del continente americano. Desde entonces, miles

de misioneros y misioneras han llegado a América, especialmente desde España, en unos casos, para la primera evangelización; en otros, para la cooperación con aquellas Iglesias en formación. Estas personas son conscientes de su vocación divina, hasta el punto de que pueden decir con el Papa Francisco: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (EG 273). La respuesta a tal llamada implica en cada caso un largo y muchas veces arduo camino: requiere dejar el propio terruño y sus gentes, partir hacia mundos lejanos, incorporarse en la vida de otros pueblos, compenetrarse con su historia, congeniar con su temperamento, vibrar con sus sufrimientos y esperanzas, participar en una nueva realidad eclesial, ponerse al servicio de nuevos obispos, alargar los horizontes de la solicitud apostólica universal... Tampoco se ocultan las oscuridades que el evangelizador encontrará en su trabajo misionero (cf. EG 287). Sin embargo, este proceso es, a la vez, motivo de conversión y de renovado entusiasmo, porque el origen y el fruto de la actividad misionera no depende de los proyectos individuales, ni de las fuerzas humanas, necesarias por otra parte para el sostenimiento y el dinamismo en esa «peregrinación misionera». Es Él, el que da la vocación, quien otorga tanto la fuerza de emprender el camino para «llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 21), como la alegría del anuncio, para que esa luz de Cristo ilumine a cuantos todavía no lo conocen o lo han rechazado. A la vez acontece que, en medio de la oscuridad y de los impedimentos, siempre se perciben nuevos brotes y signos de que tarde o temprano se producirá el fruto esperado. «Esa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo» (EG 276). Por eso, el misionero tiene la seguridad de que no se perderá ninguno de sus esfuerzos realizados con amor, como no se pierde el amor de Dios; de que su trabajo dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Estas convicciones que animan a los misioneros brotan del convencimiento de que «ninguna motivación será suficiente si no arde en nuestros corazones el fuego del Espíritu» (EG 261), porque saben que es Él quien precede a la actividad misionera en el secreto de los corazones y en la cultura de los pueblos. Son conscientes de que su misión es ser instrumentos en manos del Espíritu Santo, y hacen gravitar la certeza de su misión en esa seguridad de que

en el interior de las personas hay una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte (cf. RM 45; EG 265). Entonces descubren con aún mayor evidencia la necesidad de apoyarse en la oración, como siervos inútiles y mendicantes, pero dóciles y disponibles, y en la audacia (parresía) para proclamar el Evangelio en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. La fuerza les viene del Espíritu. «No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos!» (EG 280).

La fuerza del primer amor El Papa Francisco recuerda en su Exhortación apostólica que la primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más —«¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?»—. El verdadero misionero, que lo es por ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, respira con él, trabaja con él; percibe a Jesús vivo en medio de la tarea misionera (cf. EG 264-265). Y «si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie» (EG 266). Sólo desde ese saberse enviado por Dios puede el misionero vivir con alegría el servicio de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar a los demás. De ahí el grito de Francisco: «¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!» (EG 83). Es una invitación a sumergirnos en la alegría del Evangelio y a alimentar el amor de Dios, capaz de iluminar la vocación y la misión propias. Con motivo del último D OMUND escribía el Santo Padre: «Os exhorto a recordar, como en una peregrinación interior, el «primer amor» con el que el Señor Jesucristo ha caldeado el corazón de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del Señor persevera en la alegría cuando está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte la fe, la esperanza y la caridad evangélica» (Mensaje para la Jornada mundial de las misiones 2014).

Encuentro personal con Cristo El misionero sabe, por propia experiencia, que tiene necesidad de «recomenzar» siempre su renovado encuentro personal con Jesucristo. Nada se puede dar por presupuesto ni por descontado. No puede conformarse con lo que considera «ad-


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quirido». Las nuevas exigencias de la actividad misionera —como ocurre en el caso de América Latina, donde la fe y la vida cristiana de las comunidades parece que tardan en consolidarse— requieren siempre de un nuevo inicio, que mantenga despierto el asombro y la fascinación por ese encuentro. Cuando más pesa el cansancio, el desaliento o la tristeza al no advertir los frutos de muchos sacrificios, y aparece la soledad difícil de sobrellevar; cuando aparece la tentación de dejarse arrastrar por apatías y escepticismos, más necesita el misionero recomenzar, con el mismo entusiasmo con el que pronunció en su momento el «sí» para salir a la misión; con el «sí» de la renovación de las promesas sacerdotales o de los votos de consagración; con aquel «sí» por el que se mostró disponible a la misión ad gentes. Como el «fiat» de la Virgen María, gracias al cual el Hijo de Dios entrega su vida al Padre y la fuerza imparable de su Resurrección se convierte en fuente inagotable de semillas de un mundo nuevo (cf. EG 276-278). Esa es la razón de la alegría y de la esperanza del misionero, de su continuo revivir el amor a quienes le han sido confiados, para compartir con ellos el don del encuentro con Cristo, que les llena de gozo y sentido, de fuerza y esperanza; que es la respuesta sobreabundante y totalmente satisfactoria a las «necesidades más profundas» de sus personas, que anhelan amor y verdad, justicia y felicidad. Por la fuerza del Espíritu el misionero vive, en su más absorbente actividad, la contemplación del rostro de Dios en los demás; por eso, urge recobrar un espíritu contemplativo, sin cansarse de «pedirle a Él que vuelva a cautivarnos» (EG 264). Esta experiencia contemplativa se trueca en oración de intercesión por los demás, la cual posibilita que el poder, el amor y la fidelidad de Dios se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo: «Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño» (EG 281). Para contar siempre con la presencia y compañía del Señor, «nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial» (EG 264). El Papa Francisco insiste en que la misión comienza de rodillas, se alimenta y adquiere su ímpetu de entrega a través de una disciplina de oración, se despliega desde la comunión con Él en la Eucaristía, necesita de tiempos de adoración, y siempre recomienza, más allá de nuestros desfallecimientos y caídas, por la frecuencia del sacramento de la reconciliación. «Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga» (EG 262). Vivir la oración contemplativa no separa de la realidad; por eso, el

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Santo Padre advierte que «se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación» (EG 262). Frente a ese equívoco, ahí está el testimonio de tantos misioneros y misioneras que gastan su vida al servicio del Evangelio y ofrecen a sus gentes la memoria viva y grata de la Presencia del Señor, que bien conoce y ama la realidad humana, especialmente la de quienes carecen de lo más necesario. Porque «Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!» (EG 278).

Pasión por el pueblo En estos tiempos propicios y exigentes de «salida misionera», se confirma que «la misión es una pasión por Cristo, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo» (EG 268). La evangelización es siempre obra de todo el pueblo de Dios y destinada a todos, sin acepción de personas ni grupos sociales. Esa capacidad de abrazar a todo pueblo al que se está destinado se encuentra, de modo muy especial, en la entraña de la vocación misionera ad gentes y ad extra. Los misioneros no caen en paracaídas sobre la gente, sino que aprenden a conocerla, a apreciarla, a quererla, a valorarla, a crecer con ella. Se enriquecen con sus expresiones de piedad popular, con sus testimonios de fe, esperanza y caridad. Y esto, dice el Papa, «es fuente de gozo superior» (EG 268). ¿No nos muestran los misioneros cómo gozan estando muy cerca de los suyos, «perdiendo el tiempo» en la convivencia, compenetrados con sus alegrías, sufrimientos y esperanzas, siempre misericordiosos, solidarios, serviciales, sin excluir a ninguno? Miran cómo lo hacía Jesús y «tocan la carne sufriente de los demás», abrazando en especial a los más pobres y necesitados. Son un ejemplo de compasión y consuelo, de sanación y liberación. Esta dinámica de identificación con el pueblo es la que hace que el misionero pueda exclamar con el Papa Francisco: «Si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!» (EG 274).

El misionero, tomado de en medio del pueblo y enviado al pueblo, manifiesta su identidad al reconocer su pertenencia a Cristo, y, por Cristo, al mundo y al pueblo al que es enviado. Esta vinculación es la que le hace ser un manantial que desborda y refresca a sus hermanos. Solamente puede ser misionero quien busca el bien de los demás y desea la felicidad de los otros. Esa apertura de su corazón es precisamente la fuente de su felicidad, hasta el punto de verificarse las palabras del Señor que recordaba Pablo a los fieles de Mileto: «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35). La actividad misionera de la Iglesia en América Latina es una continua solicitud por los más necesitados. Ha sido uno de los principales argumentos en las sucesivas Conferencias generales del episcopado latinoamericano y del Caribe. Basta acudir al Documento Conclusivo de Aparecida para descubrir cómo la Iglesia sigue el ejemplo del Maestro; según recuerda el Papa Francisco, «en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25, 40)» (EG 179).

De la mano de María Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras, y a todos los que acompañan y apoyan esta cooperación con las Iglesias en formación de América Latina, para que el anuncio del Evangelio pueda resonar

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en todos los rincones de este continente. Ellos encarnan, según las mencionadas palabras del beato Pablo VI, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EN 80). María, mujer orante y trabajadora en Nazaret y Nuestra Señora de la prontitud, sigue siendo el ejemplo de este «salir alegres» para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1, 39) y hacer presente la justicia y la ternura que salen el encuentro de los otros. A todos y cada uno de los 9.000 misioneros españoles al servicio de la Iglesia en América Latina los invito, en fin, a leer y releer, a gustar en la oración, todo lo que escribe el Papa Francisco en los últimos números de su Exhortación apostólica Evangelii gaudium respecto a ese «regalo de Jesús a su pueblo», que es la maternidad de María. Cristo nos lleva a María, pero también María nos conduce a Cristo, porque en esa imagen materna se descubren todos los misterios del Evangelio (cf. EG 285) y porque «ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno» (EG 286). El pueblo americano peregrina a los santuarios marianos, pedazos de cielo, para pedirle a la Virgen que transforme este continente en la casa de Jesús con «una montaña de ternura». Pidamos también nosotros a María la gracia de tener siempre presentes su camino de obediencia a los designios del Padre, su estar dispuesta a la efusión de gracia del Espíritu Santo para que el Verbo se hiciera carne en su carne, su inseparable relación con su Hijo, su maternidad llena de ternura y consuelo, su intercesión ante la Santísima Trinidad, su testimonio de primera discípula, su guía como Estrella de la nueva evangelización, «para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial» (EG 287). A todos y cada uno, vaya mi bendición pastoral y un abrazo fraterno, MARC CARD. OUELLET Presidente de la Comisión pontificia para América Latina

El lunes 16 de febrero, por la mañana, el Papa Francisco recibió en audiencia a Pynchas Brener, rabino jefe emérito de la Unión Israelita de Caracas, con el séquito


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Las mujeres en la vida social y eclesial según el Papa Francisco

No huéspedes sino protagonistas Es necesario «estudiar criterios y modalidades nuevos para que las mujeres no se sientan huéspedes, sino plenamente partícipes en los varios ámbitos de la vida social y eclesial»: lo dijo el Papa Francisco a los miembros del Consejo pontificio de la cultura, a quienes recibió el sábado 7 de febrero, en la sala del Consistorio, al término de la asamblea plenaria que fue dedicada al tema «Las culturas femeninas: igualdad y diferencia».

mujer, pues, debería reconocer que ambos son necesarios porque poseen, sí, una naturaleza idéntica, pero con modalidades propias. Una es necesaria para el otro, y viceversa, para que se realice verdaderamente la plenitud de la persona. El segundo tema, La «generatividad» como código simbólico, dirige una mirada intensa a todas las madres, y ensancha el horizonte a la transmisión y protección de la vida,

Queridos hermanos y hermanas: Os acojo con agrado al final de vuestra asamblea plenaria en la que os dedicasteis a la reflexión y a la investigación sobre el tema Las culturas femeninas: igualdad y diferencia. Agradezco al cardenal Ravasi las palabras que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros. Deseo expresar mi agradecimiento, en particular, a las mujeres presentes, pero también a todas las que —y sé que son muchas— contribuyeron de diferentes modos a la preparación y a la realización de este trabajo. El argumento que elegisteis me interesa mucho, y ya en diversas ocasiones tuve la posibilidad de abordarlo e invitar a profundizarlo. Se trata de estudiar criterios y modalidades nuevos para que las mujeres no se sientan huéspedes, sino plenamente partícipes en los varios ámbitos de la vida social y eclesial. La Iglesia es mujer, es la Iglesia, no el Iglesia. Este es un desafío que ya no se puede postergar. Lo digo a los pastores de las comunidades cristianas que están aquí en representación de la Iglesia universal, pero también a las laicas y laicos comprometidos de diversas maneras en la cultura, en la educación, en la economía, en la política, en el mundo del trabajo, en las familias, en las instituciones religiosas. El orden de las temáticas que programasteis para el desarrollo del trabajo de estos días —trabajo que, ciertamente, también proseguirá en el futuro— me permite indicaros un itinerario, ofreceros algunas líneas directrices para realizar dicho compromiso en cualquier parte de la tierra, en el corazón de todas las culturas, en diálogo con las diferentes confesiones religiosas. El primer tema es: Entre igualdad y diferencia: en busca de un equilibrio. Pero un equilibrio que sea armonioso, no sólo balanceado. No hay que afrontar ideológicamente este aspecto, porque la «lente» de la ideología impide ver bien la realidad. La igualdad y la diferencia de las mujeres —como, por lo demás, de los hombres— se perciben mejor en la perspectiva del con, de la relación, que en la del contra. Desde hace tiempo hemos dejado atrás, al menos en las sociedades occidentales, el modelo de subordinación social de la mujer al hombre, modelo secular que, sin embargo, jamás ha agotado del todo sus efectos negativos. También hemos superado un segundo modelo, el miedo a la pura y simple paridad, aplicada mecánicamente, y a la igualdad absoluta. Así, se ha configurado un nuevo paradigma, el de la reciprocidad en la equivalencia y en la diferencia. La relación hombre-

no limitada a la esfera biológica, que podríamos sintetizar con cuatro verbos: desear, dar a luz, cuidar y dejar ir. En este ámbito tengo presente, y aliento, la contribución de tantas mujeres que trabajan en la familia, en el campo de la educación en la fe, en la actividad pastoral, en la formación escolar, pero también en las estructuras sociales, culturales y económicas. Vosotras, mujeres, sabéis encarnar el rostro tierno de Dios, su misericordia, que se traduce en disponibilidad a dar tiempo más que a

ocupar espacios, a acoger en lugar de excluir. En este sentido, me complace describir la dimensión femenina de la Iglesia como seno acogedor que regenera la vida. El tercer tema, El cuerpo femenino entre cultura y biología, nos recuerda la belleza y la armonía del cuerpo que Dios ha dado a la mujer, pero también las dolorosas heridas que se les han causado, a veces con cruel violencia, por ser mujeres. Símbolo de la vida, el cuerpo femenino a menudo es agredido y desfigurado incluso por quienes deberían ser sus custodios y compañeros de vida. Por lo tanto, las numerosas formas de esclavitud, de mercantilización, de mutilación del cuerpo de las mujeres, nos comprometen a trabajar para vencer esta forma de degradación que lo reduce a simple objeto para malvender en los distintos mercados. En este contexto, deseo atraer la atención sobre la dolorosa situación de tantas mujeres pobres, obligadas a vivir en condiciones de peligro, de explotación, relegadas al margen de las sociedades y convertidas en víctimas de una cultura del descarte. Cuarto tema: Las mujeres y la religión: ¿fuga o búsqueda de participación en la vida de la Iglesia? Aquí los creyentes son interpelados de modo particular. Estoy convencido de la urgencia de ofrecer espacios a las mujeres en la vida de la Iglesia y de acogerlas, teniendo en cuenta las específicas y cambiadas sensibilidades culturales y sociales. Por lo tanto, es

de desear una presencia femenina más amplia e influyente en las comunidades, para que podamos ver a muchas mujeres partícipes en las responsabilidades pastorales, en el acompañamiento de personas, familias y grupos, así como en la reflexión teológica. No se puede olvidar el papel insustituible de la mujer en la familia. Las dotes de delicadeza, peculiar sensibilidad y ternura, de la que es rica el alma femenina, no sólo representan una fuerza genuina para la vida de las familias, para la irradiación de un clima de serenidad y armonía, sino también una realidad sin la cual la vocación humana sería irrealizable. Además, se trata de alentar y promover la presencia eficaz de las mujeres en numerosos ámbitos de la esfera pública, en el mundo del trabajo y en los lugares donde se adoptan las decisiones más importantes y, al mismo tiempo, mantener su presencia y atención preferencial y del todo especial en y para la familia. No hay que dejar solas a las mujeres mientras llevan este peso y toman decisiones, sino que todas las instituciones, incluida la comunidad eclesial, están llamadas a garantizar la libertad de elección a las mujeres para que tengan la posibilidad de asumir responsabilidades sociales y eclesiales de un modo armónico con la vida familiar. Queridos amigos y amigas: Os aliento a llevar adelante este compromiso, que encomiendo a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, ejemplo concreto y sublime de mujer y madre. Os pido, por favor, que recéis por mí, y os bendigo de corazón. Gracias.

Delegación iraní visita el Vaticano

Once mujeres alrededor de una mesa Por primera vez en la historia de las relaciones bilaterales, el 12 de febrero una vicepresidenta iraní, Shahindokht Molaverdi, encabezó una delegación formada sólo por mujeres en el Vaticano para tratar con el Papa Francisco y con los dicasterios de la Santa Sede cómo defender la familia y promover el papel de las mujeres en la sociedad y en la política internacional. Las mujeres hoy son cada vez más víctimas de la violencia y del fundamentalismo, sin embargo pueden ser precisamente ellas el motor para un cambio radical de las sociedades. Esto es, en síntesis, el punto central del encuentro que tuvo lugar primero en el Consejo pontificio para la familia y luego en el Vaticano, donde las delegadas iraníes mantuvieron un encuentro con el Pontífice. Durante la mesa redonda moderada por monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Consejo pontificio la familia, once mujeres —seis de la República Islámica de Irán, encabezadas por la vicepresidenta Molaverdi, y cinco en representación del Vaticano— se confrontaron sobre temas relacionados con la iden-

El jueves 12 de febrero, el Papa recibió en audiencia a la vicepresidenta islámica de Irán, Shahindokht Molaverdi

tidad femenina y la familia. Además de la vicepresidenta, la delegación iraní estaba formada por Zohreh Sefati, consejera para las cuestiones inherentes al derecho islámico, Ashraf Gheramizadegan, responsable para las cuestiones legales, Aliye Shokrbeighi, secretaria del grupo de trabajo para una sana familia, Fatemeh Rahmati, consejera para las cuestiones internacionales y Atefeh Karbalaei, periodista de la agencia Isna. Por parte vaticana, intervinieron Flaminia Giovannelli, subsecretaria del Consejo pontificio Justicia y paz, Mary Melone, rectora de la Pontificia Universidad Antonianum, Lucetta Scaraffia, editorialista de nuestro periódico y responsable del encarte «donne chiesa mondo», Myriam Tinti, profesora de derecho canónico, y Giulia Galeotti. En el día de la fiesta nacional de la República Islámica de Irán, monseñor Paglia hizo un pequeño milagro: alrededor de la mesa del debate, diez mujeres se confrontaron sobre las mujeres. Un binomio para nada previsto, pero terriblemente de buen agüero.


número 8, viernes 20 de febrero de 2015

«Bienvenidos a esta comunión, que se expresa en la colegialidad»: con estas palabras el Papa Francisco saludó el jueves 12 de febrero a los cardenales reunidos en el aula del Sínodo para el consistorio extraordinario sobre la reforma de la Curia romana. Entre ellos también diecinueve de los veinte eclesiásticos que el sábado 14 de febrero recibieron la púrpura. Queridos hermanos: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133, 1). Con las palabras del Salmo alabamos al Señor que nos ha convocado y nos da la gracia de acoger en esta asamblea a los 20 nuevos cardenales. A ellos y a todos dirijo mi cordial saludo. Bienvenidos a esta comunión, que se expresa en la colegialidad. Gracias a todos los que han preparado este evento, en especial al cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio. Agradezco a la Comisión de los nueve cardenales y a su eminencia Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, coordinador. Doy las gracias también a su excelencia Marcello Semeraro, secretario de la Comisión de los nueve cardenales: es él quien hoy nos presenta la síntesis del trabajo realizado en estos últimos meses para elaborar la nueva constitución apostólica para la reforma de la Curia. Como sabemos, esta síntesis se dispuso a partir de muchas sugerencias, también de parte de los jefes y responsables de dicasterios, así como de expertos en la materia. La meta a alcanzar es siempre la de favorecer mayor armonía en el trabajo de los diversos dicasterios y oficinas, con el fin de realizar una

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El Pontífice abre los trabajos del consistorio extraordinario

Comunión y colegialidad colaboración más eficaz en la absoluta transparencia que edifica la auténtica sinodalidad y la colegialidad. La reforma no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano, para favorecer una evangelización más eficaz, para promover un espíritu ecuménico más fecundo y para alentar un diálogo más constructivo con todos. La reforma, deseada vivamente por la mayoría de los cardenales en el ámbito de las congregaciones generales antes del cónclave, tendrá que

perfeccionar aún más la identidad de la Curia romana misma, o sea la de ayudar al sucesor de Pedro en el ejercicio de su suprema función pastoral, para el bien y el servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares. Ejercicio con el cual se refuerzan la unidad de fe y la comunión del pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo. Ciertamente, alcanzar una meta así no es fácil: requiere tiempo, determinación y, sobre todo, la colabo-

ración de todos. Pero para realizar esto debemos ante todo encomendarnos al Espíritu Santo, que es el verdadero guía de la Iglesia, implorando en la oración el don del auténtico discernimiento. Con este espíritu de colaboración inicia nuestro encuentro, que será fecundo gracias a la aportación que cada uno de nosotros podrá expresar con parresía, fidelidad al Magisterio y consciencia de que todo se oriente a la ley suprema, o sea a la salus animarum. Gracias.

Presentadas las propuestas

Líneas directrices para la reforma de la Curia romana Racionalización, simplificación, agilización: las palabras clave de la reforma de la Curia romana querida por el Papa Francisco, y en la cual está trabajando desde octubre de 2013 el Consejo de cardenales, son el hilo conductor de las propuestas de la revisión de la Pastor bonus presentadas a los purpurados al inicio del consistorio. Propuestas

Las modificaciones a la «Pastor bonus» Antes de las recientes reformas en el campo económico queridas por el Papa Francisco, las modificaciones legislativas más significativas realizadas a la constitución apostólica Pastor bonus del 28 de junio de 1988 —si se exceptúan los cambios de los nombres de algunos dicasterios— se llevaron a cabo con seis motu proprio, uno firmado por Juan Pablo II y los otros cinco por Benedicto XVI. El primero en orden cronológico fue el Inde a pontificatus, del 25 de marzo de 1993, con el que el Papa Wojtyła suprimió el Consejo pontificio para el diálogo con los no creyentes (Pastor bonus, arts. 163-155), uniéndolo al Consejo pontificio para la cultura (arts. 166-168); además, con el mismo motu proprio creó la Comisión pontificia para la conservación del patrimonio artístico e histórico (arts. 99-104), que estaba unida a la Congregación para el clero, en una comisión autónoma, cambiándole el nombre en Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, con cierto contacto oportuno con el Consejo pontificio para la cultura. Por lo que respecta al Papa Ratzinger, con Ubicumque et semper, del 31 de septiembre de 2010, instituyó el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización; con Quaerit semper, del 30 de agosto de 2011, transfirió la competencia sobre la dispensa super rato (art. 67) y sobre la causas de invalidez de la sagrada ordenación (art. 68), que la Pastor bonus encomendaba a la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, a una oficina establecida en la Rota romana; con Pulchritudinis fidei, del 30 de julio de 2012, unió la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia al Consejo pontificio para la cultura; con Ministrorum institutio, del 16 de enero de 2013, transfirió la competencia sobre los seminarios de la Congregación para la educación católica a la Congregación para el clero; y, por último, con Fides per doctrinam, en esa misma fecha transfirió la competencia sobre la catequesis de la Congregación para el clero al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización.

orientadas, esencialmente, a modelar una Curia cada vez más fiel en la tarea de ayudar al Papa en el gobierno diario de la Iglesia, como lo indicó el obispo secretario del Consejo de cardenales Marcello Semeraro y como sintetizó brevemente el director de la Oficina de prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, en un encuentro con los periodistas al término de la primera mañana de trabajos. Precedida por una introducción del cardenal Rodríguez Maradiaga —que recorrió las etapas principales de la actividad del Consejo de cardenales instituido en septiembre de 2013— la relación del prelado indicó los principios inspiradores y las líneas guía de la reforma. Recordó en particular la naturaleza específica de la Curia romana y sus funciones constitutivas, hipotizando una racionalización y un reordenamiento. En lo que se refiere a la Secretaría de Estado, destacó en especial su papel de coordinación o «moderación» de los diversos sectores de la Curia: papel para el cual, especificó el padre Lombardi durante el briefing, no se prevé la institución de una nueva figura específica. En los detalles el texto ha indicado los perfiles teológicos de dos grande polos temáticos («laicos, familia y vida» y «caridad, justicia y paz») alrededor de los cuales podrían agruparse los actuales Consejos pontificios y algunas Academias pontificias dando vida a dos nuevos dicasterios. En su ámbito de actividad se incluirían sectores ya hoy bien delineados en el organigrama de la Curia y otros de especial actualidad como por ejemplo la tutela

del ambiente natural y la «ecología humana». Entre los demás temas tratados en la relación, el criterio de la sinodalidad como dimensión fundamental del trabajo de Curia y la exigencia de elegir el personal privilegiando el espíritu de servicio y responsabilidad. En lo que se refiere al procedimiento a seguir en la obra de reforma, se confirmó que el proceso será largo y se indicó la posibilidad —como ya sucedió para la elaboración de la Pastor bonus— de instituir una comisión reducida encargada de redactar un primer esquema de una nueva constitución. Esquema que podría luego ser sometido al Consejo de cardenales para una primera valoración, seguida por una consulta entre los purpurados, obispos y dicasterios. Por último, una comisión cardenalicia tendría que encargarse de la redacción del texto definitivo que se presentará para la aprobación del Papa. Esto no quita —precisó el padre Lombardi— que algunas disposiciones se puedan realizar de modo experimental incluso antes de la aprobación definitiva de la nueva constitución. Doce las intervenciones que siguieron a la relación del obispo Semeraro. Se habló, entre otras cosas, del contexto teológico y jurídico de la reforma, de la necesidad de considerar la aportación del Colegio cardenalicio, del consistorio y del Sínodo de los obispos, de la relación entre sinodalidad y colegialidad, la exigencia de mayor colaboración y coordinación en la actividad de los dicasterios, del papel de la Secretaría de Estado y la formación permanente del personal.


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número 8, viernes 20 de febrero de 2015

En el consistorio ordinario público en la basílica vaticana el Pontífice crea veinte nuevos cardenales

Incardinados y dóciles Durante el consistorio ordinario público para la creación de veinte cardenales, que tuvo lugar el sábado 14 de febrero, por la mañana, en la basílica de San Pedro, el Papa pronunció la siguiente alocución. Queridos hermanos cardenales: El cardenalato ciertamente es una dignidad, pero no una distinción honorífica. Ya el mismo nombre de «cardenal», que remite a la palabra latina «cardo - quicio», nos lleva a pensar, no en algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Sois «quicios» y estáis incardinados en la Iglesia de Roma, que «preside toda la comunidad de la caridad» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 13; cf. IGN. ANT., Ad Rom., Prólogo). En la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad.

Por eso creo que el «himno a la caridad», de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad. Que María nuestra Madre nos ayude en esta escucha. Ella dio al mundo a Aquel que es «el camino más excelente» (cf. 1 Co 12, 31): Jesús, caridad encarnada; que nos ayude a acoger esta Palabra y a seguir siempre este camino. Que nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura. En primer lugar, san Pablo nos dice que la caridad es «magnánima» y «benevolente». Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del corazón de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es

Los cardenales creados por el Papa Francisco VIENE DE LA PÁGINA 1

Evangelio, el Papa pronunció la alocución. Sucesivamente leyó la fórmula de creación de los cardenales proclamando sus nombres: — Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica; — Manuel José Macário do Nascimento Clemente, Patriarca de Lisboa (Portugal); — Berhaneyesus Demerew Souraphiel, C.M., arzobispo de Addis Abeba (Etiopía) — John Atcherley Dew, arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda); — Edoardo Menichelli, arzobispo de Ancona-Ósimo (Italia); — Pierre Nguyên Văn Nhon, arzobispo de Hanoi (Vietnam); — Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia (México); — Charles Maung Bo, S.D.B., arzobispo de Yangón (Myanmar); — Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok (Tailandia); — Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento (Italia);

— Daniel Fernando Sturla Berhouet, S.D.B., arzobispo de Montevideo (Uruguay) — Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid (España); — José Luis Lacunza Maestrojuán, O.A.R., obispo de David (Panamá); — Arlindo Gomes Furtado, obispo de Santiago de Cabo Verde (Archipiélago de Cabo Verde); — Soane Patita Paini Mafi, obispo de Tonga (Islas de Tonga); — José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manizales (Colombia); — Luigi De Magistris, arzobispo titular de Nova Pro – Penitenciario mayor emérito; — Karl-Josef Rauber, nuncio apostólico; —Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán (Argentina); —Júlio Duarte Langa, obispo emérito de Xai-Xai (Mozambique). Siguió la imposición de la birreta a los nuevos cardenales, la entrega del anillo y la asignación a cada uno de ellos del título o de la diaconía.

saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque «non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est». Saber amar con gestos de bondad. La benevolencia es la intención firme y constante de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman. A continuación, el apóstol dice que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe». Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos —todos, y en todas las etapas de la vida— tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación. Pero precisamente por eso, queridos hermanos, puede resaltar todavía más en nosotros la fuerza divina de la caridad, que transforma el corazón, de modo que ya no eres tú el que vive, sino que Cristo vive en ti. Y Jesús es todo amor. Además, la caridad «no es mal educada ni egoísta». Estos dos rasgos revelan que quien vive en la caridad está descentrado de sí mismo. El que está autocentrado carece inevitablemente de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque el «respeto» es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este «interés» puede estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de «interés personal». En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás. La caridad, dice Pablo, «no se irrita; no lleva cuentas del mal». Al pastor que vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira acumulada, «alimentada» dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos proteja y libre de ello. La caridad, añade el Apóstol, «no se alegra de la injusticia, sino que goza con

la verdad». El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, «goza con la verdad»: ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad. Por último, la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites». Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados. Queridos hermanos, todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5, 5). Que así sea.

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Durante la misa con los nuevos cardenales el Santo Padre recuerda que la Iglesia no debe marginar sino reintegrar

En la encrucijada de dos lógicas Fiesta de rojo púrpura, con reflejos y rasgos de varios colores según la vestimenta, las banderas, las etnias, las lenguas de la variada asamblea reunida en San Pedro. Europeos, latinoamericanos, africanos, habitantes de las islas del Pacífico: todos juntos para participar en la misa con diecinueve de los veinte cardenales creados por el Papa Francisco en el consistorio del sábado. Alrededor de la Eucaristía presidida por el Pontífice el domingo 15 de febrero, por la mañana, había 135 purpurados —entre «Señor, si quieres, puedes limpiarme...». Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio» (cf. Mc 1, 40-41). La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente... simplemente, porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión. «No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios» (Mc 1, 45). Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía (cf. Lv 13, 1-2. 45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias (cf. Is 53, 4). La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración.

ellos Sodano, decano del Colegio, y Parolin, secretario de Estado— con numerosos arzobispos, obispos, prelados, sacerdotes, religiosos y laicos, quienes participaron en el rito celebrado en varias lenguas: el Evangelio de Marcos fue proclamado en latín, la primera lectura en español, la segunda en portugués. En la oración de los fieles se elevaron intenciones en vietnamita por la Iglesia, en inglés por los cardenales, en chino por los legisladores y los gobernantes, en francés por los cristianos perseguidos y

Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: «Impuros» (cf. Lv 13, 12.45.46).

Con la presencia de Benedicto XVI

Un rito rico de símbolos Juraron fidelidad y obediencia al Pontífice así como a sus sucesores, después uno por uno subió al altar de la Confesión y arrodillándose ante el Papa Francisco recibieron de sus manos las insignias cardenalicias: fue este el momento más significativo del consistorio ordinario público para la creación de veinte cardenales, que se llevó a cabo el sábado 14 de febrero, por la mañana, en la basílica vaticana. A la cita faltaba el colombiano José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manizales, que dentro de cuatro días cumplirá 96 años; recibirá la birreta en los próximos días en su tierra natal. A los pies del altar, junto a los purpurados del orden de los obispos, se encontraba Benedicto XVI. Una presencia significativa, como ya había sucedido en el consistorio de febrero de 2014, que fue recibida con un prolongado aplauso. Y el Papa Francisco, al término de la procesión de ingreso a la basílica, se acercó a su predecesor y lo saludó, repitiendo el gesto al final del rito. Al inicio el prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica Dominique Mamberti —primero de los nuevos cardenales— dirigió al Pontífice un saludo en nombre de los presentes. Después todos juntos renovaron la profesión de fe. A la fórmula del juramento le siguió la entrega del anillo y de la bula de asignación de la diaconía o del título, que representa la participación en la solicitud pastoral del obispo de Roma por su diócesis. Ante los dos cardenales diáconos con más de ochenta años, Luigi De Magistris y Karl Joseph Rauber, el Papa Francisco se puso de pie. La universalidad de la Iglesia estuvo representada por las distintas zonas geográficas de las que provienen los nuevos cardenales: siete de Europa (de los cuales tres son de Italia), cinco del continente americano, tres de África, tres de Asia y dos de Oceanía. El más joven es el obispo de Tonga, Soane Patita Piani Mafi, quien nació en 1961. En el rito estuvieron presentes más de cien purpurados que en los días pasados habían participado en el consistorio extraordinario. Entre ellos el decano del Colegio cardenalicio Angelo Sodano y el secretario de Estado Pietro Parolin. Al término de la celebración, el Papa se dirigió a la capilla de la Piedad para recibir el saludo de los jefes de las delegaciones oficiales.

en birmano por los pobres, los que sufren y las víctimas del odio. Los cantos estuvieron a cargo del coro de la Capilla Sixtina apoyados por el coro guía. Prestaron servicio en el altar los Legionarios de Cristo. Junto al Cuerpo diplomático acreditato ante la Santa Sede estuvieron presentes, entre otros, los arzobispos Becciu, sustituto, y Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados, y monseñor Bettencourt, jefe del Protocolo.

Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como «si su padre le hubiera escupido en la cara» (Nm 12, 14). Además, el leproso infunde miedo, desprecio, disgusto y por esto viene abandonado por los propios familiares, evitado por las otras personas, marginado por la sociedad, es más, la misma sociedad lo expulsa y lo fuerza a vivir en lugares alejados de los sanos, lo excluye. Y esto hasta el punto de que si un individuo sano se hubiese acercado a un leproso, habría sido severamente castigado y, muchas veces, tratado, a su vez, como un leproso. Es verdad, la finalidad de esa normativa era la de salvar a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro, tratando sin piedad al contagiado. De aquí, que el Sumo Sacerdote Caifás exclamase: «Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn 11, 50). Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5, 17), declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos

horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, «que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 4). «Quiero misericordia y no sacrificio» (Mt 12, 7; Os 6, 6). Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocarlo, ha querido reintegrarlo en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos. SIGUE EN LA PÁGINA 12

El único título de honor VIENE DE LA PÁGINA 1

la quiso el Pontífice en coherencia con las indicaciones que surgieron durante la última sede vacante. A ellos y a todos los fieles el Papa Francisco recordó la esencia del Evangelio: «Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios». Esto había dicho el arzobispo Bergoglio a sus hermanos reunidos en Roma para elegir allí al obispo y esto repitió hoy a los nuevos cardenales: hay que «salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las «periferias» esenciales de la existencia», venciendo la siempre presente tentación del hermano mayor descrita en la parábola evangélica del hijo pródigo, perdonado por la misericordia paterna. Sabiendo que el único título de honor del cristiano es la disponibilidad para servir a los demás.


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En la encrucijada de dos lógicas

Durante el Ángelus la reflexión sobre la curación del leproso

Miedo de tocar

Cuando se hace el bien a alguien no hay que tener miedo de mirarlo a los ojos y tocarlo, así como hizo Jesús con el leproso curado: lo recomendó el Papa en el Ángelus del domingo 15 de febrero, en la plaza de San Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En estos domingos el evangelista san Marcos nos está relatando la acción de Jesús contra todo tipo de mal, en beneficio de los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos, pecadores... Él se presenta como aquel que combate y vence el mal donde sea que lo encuentre. En el Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 40-45) esta lucha suya afronta un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que estar fuera de los centros habitados e indicar su presencia a los que pasaban. Era marginado por la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante. El episodio de la curación del leproso tiene lugar en tres breves pasos: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús y las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso suplica a Jesús «de rodillas» y le dice: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40). Ante esta oración humilde y confiada, Jesús reacciona con una actitud profunda de su espíritu: la compasión. Y «compasión» es una palabra muy profunda: compasión significa «padecer-con-el otro». El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por ese hombre, acercándose a él y tocándolo. Y este detalle es muy importante. Jesús «extendió la mano y lo tocó... la lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio» (v. 41-42). La misericordia de Dios supera toda barrera y la mano de Jesús tocó al leproso. Él no toma distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal; y precisamente así nuestro mal se convierte en el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros nues-

tra humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y capaz de sanar. Esto sucede cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos «toca» y nos dona su gracia. En este caso pensemos especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado. Una vez más el Evangelio nos muestra lo que hace Dios ante nuestro mal: Dios no viene a «dar una lección» sobre el dolor; no viene tampoco a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a cargar sobre sí el peso de nuestra condición humana, a conducirla hasta sus últimas consecuencias, para liberarnos de modo radical y definitivo. Así Cristo combate los males y los sufrimientos del mundo: haciéndose cargo de ellos y venciéndolos con la fuerza de la misericordia de Dios. A nosotros, hoy, el Evangelio de la curación del leproso nos dice que si queremos ser auténticos discípulos de Jesús estamos llamados a llegar a ser, unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando todo tipo de marginación. Para ser «imitadores de Cristo» (cf. 1 Cor 11, 1) ante un pobre o un enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los ojos y de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y abrazarlo. He pedido a menudo a las personas que ayudan a los demás que lo hagan mirándolos a los ojos, que no tengan miedo de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación: también nosotros tenemos necesidad de ser acogidos por ellos. Un gesto de ternura, un gesto de compasión... Pero yo os pregunto: vosotros, ¿cuándo ayudáis a los demás, los miráis a los ojos? ¿Los acogéis sin miedo de tocarlos? ¿Los acogéis con ternura? Pensad en esto: ¿cómo ayudáis? A distancia, ¿o con ternura, con cercanía? Si el mal es contagioso, lo es también el bien. Por lo tanto, es necesario que el bien abunde en nosotros, cada vez más. Dejémonos contagiar por el bien y contagiemos el bien. SIGUE EN LA PÁGINA 19

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Y Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10). Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio. Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. San Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor de llevar el anuncio del Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Mt 28, 19), escandalizó y encontró una fuerte resistencia y una gran hostilidad sobre todo de parte de aquellos que exigían una incondicional observancia de la Ley mosaica, incluso de parte de los paganos convertidos. También san Pedro fue duramente criticado por la comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, el centurión pagano (cf. Hch 10). El camino de la Iglesia, desde el Concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las “periferias” esenciales de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al Maestro que dice: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan» (Lc 5, 31-32). Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la tentación del «hermano mayor» (cf. Lc 15, 11-32) y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor (cf. Mt 20, 1-16). En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad

verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita (cf. 1 Cor 13). La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo... El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto! Era un leproso y se ha hay convertido en mensajero del amor de Dios. Dice el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho» (Mc 1, 45). Queridos nuevos Cardenales, ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger e integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente. «Quien dice que permanece en Él debe caminar como Él caminó» (1 Jn 2, 6). ¡La disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor! Pensadlo bien en estos días en los que habéis recibido el título cardenalicio. En esta Eucaristía que nos reúne entorno al altar, invocamos Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias (cf. Jn 8, 41) y el exilio (cf. Mt 2, 13-23), para que nos conceda el ser siervos fieles de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo de la ternura. Cuántas veces tenemos miedo de la ternura. Que Ella nos enseñe a no tener miedo de la ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él. Queridos hermanos nuevos Cardenales, mirando a Jesús y a nuestra Madre María, os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos —edificados por nuestro testimonio— no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso —de cuerpo o de alma—, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no tuvo ha tenido miedo de abrazar al leproso y de acoger a aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, queridos hermanos, sobre el evangelio de los marginados, se juega y se descubre y se revela nuestra credibilidad.


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Los cardenales creados por el Papa Francisco Dominique Mamberti prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica Después de ocho años como responsable del servicio diplomático de la Santa Sede, el cardenal Dominique Mamberti ahora está llamado a ocuparse de la administración de la justicia en los tribunales eclesiásticos de todo el mundo. El Papa Francisco lo nombró el pasado mes de noviembre prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica, cargo que asumió a tiempo pleno a inicios de este año. Nació en Marrakech, en la archidiócesis de Rabat, en Marruecos, el 7 de marzo de 1952, de padres franceses que regresaron a su patria po-

co tiempo después de su nacimiento. Estudió derecho en Estrasburgo y cursó el post-grado en la Universidad de París II, donde obtuvo el diploma de estudios superiores de derecho público y de ciencias políticas. Ingresó en el Pontificio seminario francés de Roma, y recibió la ordenación sacerdotal el 20 de septiembre de 1981, incardinado en la diócesis de Ajaccio (Corsica). Tras ser llamado a la Pontificia Academia eclesiástica, continuó la formación en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se doctoró en derecho canónico. Ingresó en el servicio diplomático de la Santa Sede el 1 de marzo de 1986, y trabajó en las representaciones pontificias en Argelia, Chile, ante las Naciones Unidas en Nueva York, en Líbano y en la Secretaría de Estado, en la sección para las Relaciones con los Estados. El 18 de mayo de 2002 Juan Pablo II lo nombró arzobispo titular de Sagona y nuncio apostólico en Sudán y delegado apostólico en Somalia. Recibió la ordenación episcopal el 3 de julio sucesivo en la basílica de San Pedro. El 19 de febrero de 2004 lo nombró también nuncio apostólico en Eritrea. El 15 de septiembre de 2006 Benedicto XVI lo llamó a la Secretaría de Estado para desempeñar el cargo de secretario para las Relaciones con los Estados, y en esa misión lo confirmó el Papa Francisco el 31 de agosto de 2013. El 8 de noviembre de 2014 fue nombrado prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica, pero continuó su servicio en la Sección para las Relaciones con los Estados hasta mediados de enero de 2015.

Publicamos las biografías de los veinte purpurados creados por el Papa Francisco durante el consistorio ordinario público que tuvo lugar el 14 de febrero, por la mañana, en la basílica vaticana. El orden seguido es el que dio el Pontífice durante el Ángelus del domingo 4 de enero.

José Macário do Nascimento Clemente patriarca di Lisboa (Portugal) Historiador de la Iglesia, experto en pastoral en los contextos urbanos occidentales de antigua tradición católica necesitados de una nueva evangelización: el cardenal portugués Manuel José Macário do Nascimento Clemente supo unir el estudio de los orígenes del cristianismo lusitano a un ministerio caracterizado por una presencia activa en las dos ciudades más grandes del país, Oporto y Lisboa. Nació en Torres Vedras, en el patriarcado de Lisboa, el 16 de julio de 1948. Tras estudiar historia general en la facultad de letras de la Universidad de Lisboa, ingresó en el seminario patriarcal. Obtuvo la licenciatura en teología y el doctorado con especialización en teología histórica en la Universidad católica portuguesa. Recibió la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1979, incardinado en el patriarcado de Lisboa. Inició su ministerio como colaborador parroquial y formador en el seminario mayor donde, más tarde, fue, sucesivamente, vicerrector y rector, en 1997. Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Pinhel y auxiliar de Lisboa el 6 de noviembre de 1999; recibió la ordenación episcopal el 22 de enero de 2000. Al año siguiente comenzó a dirigir el Centro de estudios de historia religiosa del ateneo católico portugués. Y el 11 de abril de 2002 pasó a ser promotor de

la pastoral de la cultura en la Conferencia episcopal nacional, donde, de 2005 a 2011, presidió la comisión para la cultura, los bienes culturales y las comunicaciones sociales. Benedicto XVI, el 22 de febrero de 2007, lo trasladó a la sede de Oporto. En 2010 lanzó la misión especial para la nueva evangelización de la diócesis, una realidad territorial de más de dos millones de personas. En 2011 fue elegido vicepresidente de la Conferencia episcopal portuguesa y nombrado miembro del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. En octubre de 2012 participó en el Sínodo para la nueva evangelización, donde fue miembro de la comisión para la información. El 18 de mayo de 2013 el Papa Francisco lo promovió como decimoséptimo patriarca de Lisboa. Y el

19 de junio fue elegido presidente de la Conferencia episcopal portuguesa. También en la capital portuguesa propuso un estilo pastoral de cercanía y de apertura. En enero de 2014, como conclusión de la semana ecuménica, firmó junto a ortodoxos, anglicanos, presbiterianios y metodistas una declaración de mutuo reconocimiento del sacramento del bautismo. En octubre participó en el Sínodo extraordinario sobre la familia que tuvo lugar en el Vaticano. En enero de 2015 inauguró la iniciativa «Escutar a cidade» («Escuchar la ciudad») promovida por veintisiete entre comunidades, movimientos, organizaciones y grupos católicos portugueses integrantes del sínodo diocesano, lanzado algunas semanas antes y que concluirá en noviembre de 2016 coincidiendo con el tercer centenario de la bula pontificia «In supremo apostolatus solio», con la que Clemente XI, el 7 de noviembre de 1716, elevó la archidiócesis de Lisboa al rango de patriarcado.

Berhaneyesus Demerew Souraphiel arzobispo de Addis Abeba (Etiopía) Experimentó la persecución y la cárcel por la fe el cardenal Berhaneyesus Demerew Souraphiel, arzobispo de Addis Abeba. Es el segundo etíope que recibe la púrpura después de Paulos Tzadua. En más de una ocasión denunció los dramas que afligen el Cuerno de África: guerras, carestías provocadas por la sequía,

Títulos y diaconías de los purpurados D OMINIQUE MAMBERTI, diaconía de Santo Espíritu en Sassia. MANUEL JOSÉ MACÁRIO DO NASCIMENTO CLEMENTE, título de San Antonio en Campo Marzio. DEMEREW BERHANEYESUS SOURAPHIEL, C.M., título de San Romano Mártir. JOHN ATCHERLEY DEW, título de San Hipólito. ED OARD O MENICHELLI, título de los Sagrados Corazones de Jesús y María en Tor Fiorenza. PIERRE NGUYÊN VĂN NHON, título de Santo Tomás Apóstol. ALBERTO SUÁREZ INDA, título de San Policarpo. CHARLES MAUNG BO, S.D.B., título de San Ireneo en Centocelle. FRANCIS XAVIER KRIENGSAK KOVITHAVANIJ, título de Santa María Dolorosa. FRANCESCO MONTENEGRO, título de San Andrés y San Gregorio en el Monte Celio.

DANIEL FERNAND O STURLA BERHOUET, S.D.B., título de Santa Galla. RICARD O BLÁZQUEZ PÉREZ, título de Santa María en Vallicella. JOSÉ LUIS LACUNZA MAESTROtítulo de San José de Cupertino. JUÁN, O.A.R.,

ARLIND O GOMES FURTAD O, título de San Timoteo. SOANE PATITA PAINI MAFI, título de Santa Paula Romana. JOSÉ

JESÚS PIMIENTO ROtítulo de San Juan Crisóstomo en Monte Sacro Alto. DE

DRÍGUEZ,

LUIGI DE MAGISTRIS, diaconía de los Santísimos Nombres de Jesús y María en Via Lata. KARL-JOSEF RAUBER, diaconía de San Antonio de Padua en la Circunvalación Apia. LUIS HÉCTOR VILLALBA, título de San Jerónimo en el Corviale. JÚLIO DUARTE LANGA, título de San Gabriel de la Dolorosa.

tráfico de seres humanos, migraciones de masa. Nació el 14 de julio de 1948 en Tcheleleka, en el vicariato apostólico de Harar, en una familia de ocho hijos. En 1963 ingresó en el seminario menor de los padres lazaristas en Addis Abeba; y en 1968 pasó al seminario mayor San Kaleb, también en la capital, donde cursó sus estudios en la Universidad Haileselassie I. De 1970 a 1974 estudió en el «Missionary institute» de Londres y en el «King’s College» de la Universidad de Londres. Recibidó la ordenación sacerdotal en Addis Abeba el 4 de julio de 1976 en la Congregación de la misión (lazaristas), y partió voluntariamente a SIGUE EN LA PÁGINA 14


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Los nuevos purpurados VIENE DE LA PÁGINA 13

la región sudoeste del país. En junio de 1979 fue arrestado durante siete meses durante la persecución militar iniciada por el gobierno comunista del dictador Menghistu Hailé Mariàm. Tras su liberación, en 1980 completó la formación en Roma en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se doctoró en sociología. Al regresar a Addis Abeba en 1983, desempeñó su ministerio en una parroquia y al mismo tiempo era responsable del noviciado lazarista y profesor en el instituto filosófico y teológico San Francisco de la capital. En 1991 pasó a ser superior de la comunidad lazarista local y fue nombrado también vicario episcopal del vicario apostólico de Nekemte. Con la erección de la prefectura apostólica de Jimma-Bonga el 10 de junio de 1994, pasó a ser el primer prefecto apostólico. El 7 de noviembre de 1997 Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Bita y auxiliar de Addis Abeba; recibió la ordenación episcopal el 25 de enero de 1998. El 16 de junio de 1999, tras la renuncia del cardenal Tzadua a la sede de Addis Abeba, fue nombrado administrador «sede vacante» de dicha archieparquía y el sucesivo 7 de julio fue promovido a arzobispo metropolitano de Addis Abeba. Al mismo tiempo fue elegido presidente de la Conferencia episcopal de Etiopía y Eritrea, mientras que desde 1998 preside también el Consejo de la Iglesia etiópica. Y desde el año 2000 es representante oficial de la Iglesia católica ante el Gobierno y las organizaciones internacionales en Etiopía. En calidad de presidente del episcopado de su país participó en la tercera asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos sobre la familia en octubre pasado.

John Atcherley Dew arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda) Desde hace diez años es el pastor de la capital ubicada más al sur del mundo: el cardenal neozelandés John Atcherley Dew, arzobispo de Wellington, es también una de las voces más autorizadas del episcopado de Oceanía, que guió de 2010 a 2014 en calidad de presidente de la Federación de las conferencias de los obispos católicos del continente (FCBCO). Es el cuarto neozelandés en la historia del país que recibe la púrpura.

Nació el 5 de mayo de 1948 en Waipawa (entonces archidiócesis de Wellington, actualmente diócesis de Palmerston North). En el seminario «Holy Name» de Christchurch cursó los estudios filosóficos y en el «Holy Cross» de Mosgiel los teológicos. Completó la formación bíblica en el Instituto San Anselmo en Kent, Reino Unido. Recibió la ordenación sacerdotal el 9 de mayo de 1976 en Waipukurau. Inició su ministerio pastoral en una parroquia de Upper Hutt hasta 1979, luego marchó como párroco misionero a la diócesis de Rarotonga, en las Islas Cook, donde permaneció hasta 1982. De regreso a su diócesis de origen desempeñó diversos cargos. Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Privata y auxiliar de Wellington el 1 de abril de 1995; recibió la ordenación episcopal el 31 de mayo sucesivo. El mismo Papa lo promovió a arzobispo coadjutor de Wellington el 29 de abril de 2004; pasó a ser arzobispo de dicha sede el 21 de marzo de 2005. El sucesivo 1 de abril fue nombrado también Ordinario militar para Nueva Zelanda. El 30 de octubre de 2009 fue elegido presidente de la Conferencia episcopal neozelandesa, un país con menos de 4 millones y medio de habitantes —de los cuales sólo el 15 por ciento son católicos— y cuenta con sólo seis diócesis. Al año siguiente fue elegido también presidente de la FCBCO, que dirigió hasta 2014.

Edoardo Menichelli arzobispo de Ancona-Ósimo (Italia) Más de veinte años de ministerio episcopal en dos archidiócesis de Italia central, precedidos por un largo servicio en la Curia romana: se puede resumir así la experiencia del cardenal Edoardo Menichelli, arzobispo de Ancona-Ósimo. Nació en Serripola di San Severino Marche, en la provincia de Macerata, el 14 de octubre de 1939. Tras iniciar sus estudios en el seminario de San Severino Marche (la diócesis de origen que en 1986 se unió a la archidiócesis de Camerino con la denominación de Camerino - San Severino Marche) y cursar la filosofía y la teología en el Pontificio seminario regional Pío XI de Fano, se trasladó a Roma, donde se licenció teología pastoral en la Pontificia Universidad Lateranense. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de julio de 1965, y durante tres años desempeñó su ministerio en su diócesis. En 1968 fue llamado a prestar servicio en la Santa Sede, donde permaneció veintiséis años, hasta 1991, trabajando como oficial del Tribunal supremo de la Signatura apostólica y luego en la Congregación para las Iglesias orientales. Juan Pablo II, el 10 de junio de 1994, lo nombró arzobispo de Chieti-Vasto; recibió la ordenación sacerdotal el 9 de julio sucesivo. Durante su ministerio episcopal en Chieti-Vasto trabajó sobre todo por relanzar la vida pastoral, sin descuidar una atención especial a la reforma económica-administrativa de la archidiócesis. Diez años después, el 8 de enero de 2004, Benedicto XVI

lo trasladó a la sede metropolitana de Ancona-Ósimo. El 11 de septiembre de 2011 acogió a Benedicto XVI en la visita pastoral a Ancona, con ocasión de la misa conclusiva del 25° Congreso eucarístico nacional italiano. En la Conferencia episcopal italiana es miembro de la comisión para la educación, la escuela y la universidad.

Pierre Nguyên Văn Nhon arzobispo de Hanoi (Vietnam) Pastor de la capital de uno de los países asiáticos de mayor y consistente presencia católica, el vietnamita Pierre Nguyên Văn Nhon. Nació el 1 de abril de 1938 en Đà Lat y creció en una familia católica. A los once años ingresó en el seminario menor de Saigon (hoy ThanPhô Hô Chí Minh, Hôchiminh Ville) y luego pasó al Pontificio Colegio San Pío X en Đà Lat para los estudios filosóficos y teológicos. Recibidó la ordenación sacerdotal el 21 de diciembre de 1967. Desempeñó su ministerio como profesor en el seminario menor de Đà Lat, rector del seminario mayor, párroco de la catedral, decano del decanato de Đà Lat y vicario general de la diócesis. Juan Pablo II, el 19 de octubre de 1991, lo nombró obispo coadjutor de la diócesis; recibió la ordenación episcopal el 3 de diciembre sucesivo. El 23 de marzo de 1994 pasó a ser obispo de Đà Lat. Durante ese período, en la Conferencia episcopal vietnamita (CEVN) presidió la comisión para los laicos y fue subsecretario general de la misma de 1998 a 2001; y en 2007 fue elegido presidente, cargo que desempeñó durante

dos mandatos. Se distiguió por la solicitud pastoral demostrada ante los cambios de la sociedad vietnamita provocados por una recesión económica que despobló las zonas rurales, amontonando a los ex campesinos en las periferias urbanas, entre los cuales había muchos cristianos. Y cuando a finales de 2007, tras años de relativos progresos, las relaciones entre autoridades civiles y algunos sectores de la Iglesia local llegaron a ser tensas, eligió siempre la línea del diálogo. Benedicto XVI lo promovió a arzobispo coadjutor de Hanoi el 22 de abril de 2010, y pocos días después, el 13 de mayo, pasó a ser arzobispo de dicha sede. En esos años de su ministerio episcopal continuó trabajando en la búsqueda del diálogo a través de la siembra diaria del Evangelio, incluso sin dejar de denunciar injusticias que perjudicaban a las comunidades católicas.

Alberto Suárez Inda arzobispo de Morelia (México) Un pastor de frontera llamado a trabajar en un contexto social marcado por la expansión de la criminalidad vinculada sobre todo con el narcotráfico. El cardenal mexicano Alberto Suárez Inda desde hace veinte años es arzobispo de Morelia,

capital del Estado de Michoacán, ciudad ensangrentada a menudo por una violencia que sólo en 2014 provocó mil homicidios y no evitó ataques a la Iglesia: en los últimos quince años cinco sacerdotes fueron asesinados. Numerosos sus llamamientos a la pacificación y sus invitaciones a abandonar los deseos de venganza y de muere. Nació en Celaya el 30 de enero de 1939, es el undécimo y último hijo de una familia profundamente cristiana. Ingresó en el seminario de Morelia, donde cursó los estudios humanísticos. Luego, de 1958 a 1965, estudió en Roma como alumno del Colegio Pío latinoamericano. Recibió la ordenación sacerdotal el 8 de agosto de 1964 en Celaya. Inició su ministerio pastoral como vicario parroquial en San José de Morelia y en la basílica de Pátzcuaro. Luego le encomendaron ser profesor de algunas materias en el seminario diocesano: introducción a la Sagrada Escritura, liturgia e historia


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de la salvación. Más tarde lo nombraron primer párroco de la nueva comunidad de la Asunción de María, en su ciudad natal de Celaya. Con la creación de la homónima diócesis, en 1974 fue nombrado rector del seminario menor, misión que desempeñó hasta 1985. Juan Pablo II, el 5 de noviembre de 1985, lo nombró obispo de Tacámbaro; recibió la ordenación episcopal el 20 de diciembre sucesivo. El mismo Papa lo promovió a arzobispo de Morelia el 20 de enero de 1995. En los veinte años de gobierno pastoral promovió la creación de la nueva diócesis de Irapuato, formada con territorio desmembrado de la arquidiócesis de Morelia y de la de León, instituyó más de 40 nuevas parroquias y ordenó casi 300 sacerdotes y cuatro obispos. Además realizó tres visitas pastorales, presidió ocho asambleas diocesanas y promovió tres proyectos diocesanos de pastoral. En el ámbito de la Conferencia episcopal mexicana (CEM) ha sido responsable del sustentamiento social del clero y presidente de la comisión del clero, que instituyó a los responsables diocesanos para la formación permanente de los sacerdotes. Más tarde, y durante dos trienios, fue vicepresidente de dicha Conferencia episcopal y responsable de la comisión para la creación de nuevas diócesis. Actualmente es responsable de la pastoral educativa. En el Consejo episcopal latinoamericano (CELAM) fue miembro del departamento de vocaciones y ministerios y participó en la cuarta Conferencia del episcopado latinoamericano en Santo Domingo en 1992. Por mandato de la Santa Sede realizó la visita apostólica a varios seminarios de México y de América Central.

Los cardenales creados por el Santo Padre

Charles Maung Bo arzobispo de Yangon (Myanmar) Firme defensor del diálogo entre los pueblos y las religiones, concretamente comprometido en la promoción de la paz, la reconciliación y la justicia en un país cuya historia, incluso reciente, está marcada por la dictatura y por los enfrentamientos étnicos. Charles Maung Bo es el primer cardenal de Myanmar, país que recién ha celebrado el quinto centenario de la evangelización y en el cual la Iglesia, incluso siendo una presencia numéricamente exigua, siempre ha dado testimonio de fe en medio de las persecuciones. Nació el 29 de octubre de 1948 en Monhla, en la archidiócesis de Mandalay, en el corazón del país asiático. Tras quedar huérfano de padre cuando sólo tenía dos años, fue encomendado a los cuidados de los salesianos de Mandalay y bajo la luz del carisma de don Bosco recibió toda su formación, en especial los estudios realizados de 1962 a 1976 en el aspirantado salesiano Nazaret de Anikasan en Pyin Oo Lwin. Tras ser ordenado sacerdote salesiano en Lashio el 9 de abril de 1976, le encomendaron su primer tarea pastoral como párroco. Luego fue formador en el seminario de Anisakan y en 1985 le confiaron —por un año como administrador apostólico

y después, hasta 1990, como prefecto apostólico— la prefectura de Lashio, en el atormentado Estado de Shan. Y cuando el 7 de julio de 1990 fue elevada a la categoría de diócesis, pasó a ser el primer obispo; recibió la ordenación episcopal el 16 de diciembre sucesivo. Juan Pablo II, el 13 de marzo de 1996, lo trasladó a la diócesis de Pathein y luego, en 2002, lo nombró administrador apostólico de la archidiócesis de Mandalay. El 15 de mayo de 2003 el mismo Papa lo promovió a arzobispo de Yangon, la más grande ciudad birmana y, en ese período, capital de la nación. Actualmente desempeña diversos cargos a nivel nacional y continental en la Conferencia episcopal de Myanmar y en la Federación de las conferencias episcopales de Asia.

Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij arzobispo de Bangkok (Tailandia) Promotor del diálogo con las religiones en el sureste asiático, en especial con la mayoría budista de su país, el cardenal Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok, es el segundo tailandés que recibe la púrpura en la historia de esta comunidad. Firmemente convencido del papel fundamental de los líderes religiosos en la construcción de sociedades pacíficas y armoniosas, en más de una ocasión elevó la voz contra la corrupción que a menudo paraliza la vida y la economía de su nación. Cree en la importancia de la educación y consi-

dera indispensable el compromiso de la Iglesia en ese ámbito. Nació el 27 de junio de 1949 en Ban Rak, archidiócesis de Bangkok. Inició los estudios eclesiásticos en el seminario de San José en Sampran, luego, en Roma, recibió la formación filosófica y teológica en la Pontificia Universidad Urbaniana. Recibió la ordenación sacerdotal el 11 de julio de 1976. Su primera misión pastoral fue la de vicario parroquial, luego lo nombraron vicerrector del seminario menor de San José en Sampran. En 1982 regresó a Roma para cursar la especialización en espiritualidad en la Pontificia Universidad Gregoriana, y al regresar a su patria fue durante seis años rector del seminario intermedio Sagrada Familia, en Nakhon Ratchasima, y luego rector del seminario mayor nacional «Lux Mundi» en Sampran. Además, fue subsecretario de la Conferencia episcopal tailandesa. Benedicto XVI lo nombró obispo de Nakhon Sawan el 7 de marzo de 2007; recibió la ordenación episcopal el 2 de junio sucesivo de manos del primer purpurado tailandés, Michael Michai Kitbunchu, su predecesor en Bangkok. El mismo Papa lo promovió a arzobispo de la capital el 14 de mayo de 2009. Ese mismo año fue elegido vicepresidente de la Conferencia episcopal de Tailandia. Ahora se prepara para celebrar el año santo proclamado en este 2015 por la Iglesia tailandesa para conmemorar el 350° aniversario del primer Sínodo de Ayutthaya (antigua capital del reino del Siam), que tuvo lugar en 1664 y lanzó las bases para la presencia estable de la Iglesia en la nación. En esta circunstancia se tiene también el primer Concilio plenario de la Iglesia católica en Tailandia, sobre el tema «Los discípulos de Cristo viven la nueva evangelización», programado del 20 al 25 de abril bajo la presidencia del arzobispo de Bangkok.

Francesco Montenegro arzobispo de Agrigento (Italia) Son los más necesitados, sobre todo los inmigrantes, los destinatarios privilegiados del ministerio pastoral del cardenal Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento. El purpurado siciliano ha sido por un quinquenio presidente de Cáritas nacional y desde 2013 preside la comisión para las inmigraciones en la Conferencia episcopal italiana y en la fundación Migrantes. Nació en Messina el 22 de mayo de 1946. Cursó los estudios eclesiásticos en el seminario diocesano de su ciudad. Recibió la ordenación sacerdotal el 8 de agosto de 1969, y durante dos años desempeñó su ministerio en el poblado UNRRA («United Nations relief and rehabilitation administration»), un barrio periférico que toma el nombre de la administración de las Naciones Unidas para la asistencia y la rehabilitación de zonas destrozadas por la guerra. Fue director de Cáritas diocesana, y llegó a ser también delegado de

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Cáritas regional y representante de Cáritas nacional. Juan Pablo II, el 18 de marzo de 2000, lo nombró obispo titular de Aurusuliana y auxiliar de Messina. Recibió la ordenación episcopal el 29 de abril sucesivo. De 2003 a 2008 fue presidente de Cáritas italiana. Y Benedicto XVI, el 23 de febrero de 2008, lo promovió a arzobispo metropolitano de Agrigento. Desde el inicio de su ministerio en esta sede dirigió su obra por senda de la comunión, la misión y la formación, con atención especial a

las situaciones de marginalidad y de pobreza. Por la especial atención al fenómeno migratorio —una de las prioridades pastorales en una diócesis que comprende en su territorio también a Lampedusa y Linosa, metas continuas de llegada de inmigrates— lo nombraron, el 24 de mayo de 2013, presidente de la comisión episcopal para las inmigraciones y presidente de la Fundación «Migrantes». El 8 de julio de 2013 recibió al Papa Francisco en Lampedusa en el primer viaje del Pontificado.

Daniel Fernando Sturla Berhouet arzobispo de Montevideo (Uruguay) La apertura al diálogo y al encuentro es lo que caracteriza el estilo pastoral del cardenal uruguayo Daniel Fernando Sturla Berhouet. Des-

de hace un año guía la arquidiócesis de Montevideo —capital de un país que desde inicios del siglo pasado estableció la clara separación entre Estado e Iglesia adoptando un caSIGUE EN LA PÁGINA 16


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lendario laico— y está especialmente atento al debate sobre laicismo y secularización, incluso a la luz de su formación histórica y teológica. Nació el 4 de julio de 1959, es el segundo eclesiástico en la historia de Uruguay que recibe la púrpura. Atraído por el carisma de san Juan Bosco, ingresó en el noviciado de los salesianos de Montevideo. Luego cursó sus estudios de filosofía y ciencias de la educación en la capital del país. Tras un periodo de práctica didáctica en los Talleres Don Bosco, de 1984 a 1987 continuó los estudios en teología en el Instituto Monseñor Mariano Soler, donde algunos años más tarde obtuvo la licenciatura. Recibió la ordenación sacerdotal el 21 de noviembre de 1987. Tras desempeñar diversas misiones en la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco, fue también director del aspirantado salesiano y maestro de novicios. Además fue director del Instituto pre-universitario Juan XXIII. En 2008 fue nombrado inspector de la provincia salesiana de Uruguay, cargo que desempeñó hasta el 10 de diciembre de 2011, cuando Benedicto XVI lo nombró obispo titular de Phelbes y auxiliar de Montevideo; recibió la ordenación episcopal el 4 de marzo de 2012. El Papa Francisco lo promovió a arzobispo de Montevideo el 11 de febrero de 2014.

Ricardo Blázquez Pérez arzobispo de Valladolid (España) Es una de las voces más representativas del episcopado español. El cardenal Ricardo Blázquez Pérez actualmente preside por segunda vez la Conferencia episcopal española después del primer mandato que tuvo lugar del 2005 al 2008 y tras ha-

ber sido vicepresidente durante dos trienios. De 72 años hijo de humildes agricultores de Villanueva del Campillo, en la provincia de Ávila, guía de la archidiócesis de Valladolid desde hace cuatro años. Nació el 13 de abril de 1942 en Villanueva del Campillo, diócesis de Ávila. A los trece años ingresó en el seminario menor de Ávila, y en la misma ciudad continuó la formación en el seminario mayor. Recibió la or-

denación sacerdotal el 18 de febrero de 1967. Se doctoró en teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Durante los 21 años de ministerio sacerdotal trabajó especialmente en ámbito académico. Fue secretario del Instituto teológico de Ávila, profesor, decano de la Facultad de teología y luego vicerrector de la Pontificia Universidad de Salamanca. Juan Pablo II, el 8 de abril de 1988 lo nombró obispo titular de Germa de Galazia y auxiliar de Santiago de Compostela; recibió la ordenación episcopal el 29 de mayo sucesivo. El mismo Papa lo nombró obispo de Palencia el 26 de mayo de 1992 y lo trasladó a la diócesis de Bilbao el 8 de septiembre de 1995. Del año 2000 al 2005 fue gran canciller de la Pontificia Universidad de Salamanca. En el seno de la Conferencia episcopal española desempeñó diversos cargos, entre otros, formando parte de la comisión para la doctrina de la fe y de la comisión litúrgica. Luego fue presidente de la comisión para la doctrina de la fe y de la comisión de las relaciones interconfesionales. En 2005 fue elegido presidente de dicha Conferencia episcopal. Terminado el mandato en 2008, durante dos trienios fue vicepresidente, hasta que el 12 de marzo de 2014 fue elegido nuevamente presidente para el trienio 2014-2017. Benedicto XVI lo promovió a la sede arzobispal de Valladolid el 13 de marzo de 2010. En 2011 participó en la decimotercera asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización y en octubre pasado en la tercer asamblea general extraordinaria dedicada a la familia.

José Luis Lacunza Maestrojuán obispo de David (Panamá) Es agustino recoleto de origen español el primer cardenal de Panamá. José Luis Lacunza Maestrojuán es obispo de David desde 1999, la tercera ciudad del país. Es también el primer cardenal en la historia de su orden religiosa, cuya fundación se remonta al 1588. Nació en Pamplona, Navarra, el 24 de febrero de 1944. Ingresó en la Orden de Agustinos Recoletos en España. Inició los estudios eclesiásticos en el seminario de Nuestra Señora Valentuñana, en Sos del Rey Católico, en la provincia de Zaragoza, y los continuó en el seminario mayor de Pamplona. Recibió la ordenación sacerdotal el 13 de julio de 1969. Tras ser profesor en el Colegio Nuestra Señora del Buen Consejo de Madrid, fue enviado a Panamá, donde continuó los estudios y se licneció en filosofía y en historia en la Universidad nacional de Panamá. En su Orden religiosa desempeñó diversos cargos en el ámbito académico, también fue elegido consejero de la provincia agustina recoleta de Centroamérica y Panamá y fue administrador de dicha provincia religiosa. Fue también rector de la Uni-

versidad católica Santa María la Antigua (USMA) en Panamá. En la archidiócesis panameña fue nombrado miembro del consejo presbiteral y rector del seminario mayor San José, además de ser vicario general y vicario episcopal para la educación y para la capital. Juan Pablo II, el 30 de diciembre de 1985, lo nombró obispo titular de Partenia y auxiliar de Panamá; recibió la ordenación episcopal el 8 de enero de 1986. El mismo Papa, el 29 de octubre de 1994, lo nombró obispo de la diócesis de Chitré y el 28 de agosto de 1999 lo trasladó a David, donde viven casi medio millón de habitantes, entre los cuales casi setenta mil indígenas.

sar a su patria fue ordenado diácono, y durante un año colaboró pastoralmente en una parroquia. Recibió la ordenación sacerdotal el 18 de julio de 1976. Inició su ministerio como vicario parroquial, y luego, entre otros cargos, fue rector del seminario menor de San José, canciller, ecónomo diocesano y capellán de los caboverdianos en los Países Bajos, país en el que residió durante un año. En agosto de 1986 marchó a Roma para estudiar en el Pontificio Instituto Bíblico, donde obtuvo la licenciatura en Sagrada Escritura. Al regresar a Cabo Verde continuó su ministerio en el seminario, además trabajó pastoralmente en diferentes zonas y fue profesor. En 1991 marchó nuevamente a Portugal, donde permaneció hasta 1995, y fue profesor de materias bíblicas en el Instituto superior de estudios teológicos de Coimbra, además de colaborar en dos parroquias y ayudar en la traducción de la «Nova Bíblia» de los Capuchinos. Nuevamente en su país, en 1995, le encomendaron la misión de párroco y fue miembro del Consejo nacional de la educación. Hasta finales de 2003 fue también vicario general de la diócesis de Santiago de Cabo Verde. Juan Pablo II lo nombró primer obispo de la nueva diócesis de Mindelo el 14 de noviembre de 2003; recibió la ordenación episcopal el 22 de febrero de 2004. Benedicto XVI, el 22 de julio de 2009, lo trasladó a la antigua sede de Santiago de Cabo Verde.

Arlindo Gomes Furtado

Soane Patita Paini Mafi

obispo de Santiago de Cabo Verde (Archipiélago de Cabo Verde)

obispo de Tonga (Islas de Tonga)

Primer cardenal caboverdiano, Arlindo Gomes Furtado es, desde hace poco más de un lustro obispo de Santiago de Cabo Verde, antigua sede episcopal que se remonta a 1533. Representa en el Colegio cardenalicio a los cerca de quinientos mil habitantes del archipiélago africano en su mayoría católicos, pero también a los más de setecientos mil caboverdianos de la diáspora que fueron abandonando el país para buscar fortuna en América o en Europa. Nació el 15 de noviembre de 1949 en Figueira das Naus, en Santa Catarina, diócesis de Santiago de Cabo Verde. En octubre de 1963 ingresó en el seminario menor de San José y en septiembre de 1971 marchó a Coimbra para cursar los estudios eclesiásticos en el seminario mayor de la ciudad portuguesa. Tras regre-

Con sus cincuenta y tres años cumplidos hace poco, el cardenal

Soane Patita Paini Mafi es el más joven del Colegio y el primer tongano que recibe la púrpura y representa a la Iglesia de Oceanía. Presidente de la Conferencia episcopal del Pacífico, es también el primer eclesiástico nacido en la década de los años sesenta que recibe la púrpura. Nació en Nuku’alofa el 19 de diciembre de 1961. Cursó los estudios eclesiásticos en el seminario regional del Pacífico, en Suva, en las Islas Fiji. Recibió la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1991. Inició su ministerio como párroco y vicario general de Tonga. Luego estudió psicología (pastoral counseling) en el «Loyola College» de Bal-


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timora, en Estados Unidos. Al regresar a su país fue nuevamente párroco, además de ser profesor y formador en el seminario regional del Pacífico en Fiji, del que más tarde fue vicerrector. Benedicto XVI lo nombró obispo coadjutor de Tonga el 28 de junio de 2007; recibió la ordenación episcopal el 4 de octubre sucesivo. Pasó a ser obispo diocesano el 18 de abril de 2008. Ese mismo año fue elegido presidente de Cáritas nacional y del «Tonga national forum of Church leaders», cargo que desempeñó hasta 2014. En 2010 realizó la visita pastoral a Niua Toputapu & Niua Fo’ou, en el extremo norte del archipiélago tongano, y en 2012 a los connacionales residentes en Hawaii y en Niue. Participó en el Sínodo sobre la nueva evangelización. Su aportación a la reflexión se centró en especial en la necesidad de que los sacerdotes y los obispos examinen constantemente la propia vida personal a la luz de un sencillo «modo de ser», o sea, siendo «sencillos»: la sencillez, en efecto, destacó, excluye el «autoengaño», el hecho de llevar «máscaras».

Los cardenales creados por el Santo Padre

José de Jesús Pimiento Rodríguez arzobispo emérito de Manizales (Colombia) Nombrado obispo hace sesenta años por el Papa Pío XII, el cardenal colombiano José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manizales, es uno de los pocos padres conciliares que aún viven.

el 29 de febrero de 1964, cuando fue trasladado a Garzón (Huila). Tras participar en el Concilio Vaticano II, fue delegado en las conferencias generales del episcopado latinoamericano celebradas en Medellín en 1968, en Puebla de los Ángeles, México, en 1979, y en Santo Domingo en 1992. En julio de 1972 fue elegido presidente de la Conferencia episcopal colombiana, cargo que desempeñó durante dos mandatos, hasta 1978. El 22 de mayo de 1975 Pablo VI lo promovió a la sede arzobispal de Manizales, que gobernó durante 21 años, durante los cuales dio gran impulso a la aplicación de los decretos del Vaticano II, atendiendo de forma especial la pastoral familiar, juvenil y social, sin olvidad el mundo de la educación. Promovió la renovación conciliar a nivel parroquial y en el seno de la organización del seminario mayor arquidiocesano. Especial atención prestó a la actualización y a la formación de los sacerdotes y al cuidado de las vocaciones. Su episcopado se caracterizó también por la realización de varias obras sociales, tanto a nivel local como nacional. En 1995, al cumplir 75 años, presentó la renuncia como arzobispo de Manizales, que Juan Pablo II aceptó el 15 de octubre del año sucesivo. Se retiró a Urabá, en la parroquia de Turbo, para trabajar pastoralmente en la diócesis de Apartadó, donde él mismo, siendo arzobispo de Manizales, había promovido una experiencia misionera fraterna. Actualmente reside en el «Foyer de Charité San Pablo», en Bucaramanga.

Luigi De Magistris pro-penitenciario mayor emérito

Nació el 18 de febrero de 1919 en Zapatoca, en el departamento de Santander. Cursó los estudios eclesiásticos en los seminarios de San Gil y en el seminario mayor de Bogotá. Recibió la ordenación sacerdotal el 14 de diciembre de 1941, incardinado en su diócesis de origen: Socorro y San Gil. En sus primeros años de ministerio fue vicario parroquial, luego desempeñó su misión como prefecto y profesor en el seminario y coordinador de la Acción social y Acción católica diocesana. Cuando apenas tenía 36 años, el 14 de junio de 1955, el Papa Pacelli lo nombró obispo titular de Apollonide y auxiliar de Pasto; recibió la ordenación episcopal el 28 de agosto sucesivo. Cuatro años después, el 30 de diciembre de 1959, Juan XXIII lo nombró obispo de la diócesis de Monteria, donde permaneció hasta

Cumplirá 89 años pocos días después de recibir la púrpura el cardenal sardo Luigi De Magistris, propenitenciario mayor emérito. Tras ser por más de veinte años regente del primero de los tribunales de la Santa Sede, pasó a ser la más alta autoridad durante dos años, antes de retirarse por límite de edad. Nació en Cágliari el 23 de febrero de 1926. Si bien su vocación al sacerdocio la descubrió a temprana edad, siguiendo el consejo del padre, antes de entrar en el seminario cursó sus estudios en la facultad de letras

de la Universidad de Cágliari, donde obtuvo el doctorado. Con la probación del arzobispo marchó a Roma para cursar los estudios eclesiásticos en el Pontificio seminario romano mayor. Recibió la ordenación sacerdotal el 12 de abril de 1952. En Cerdeña trabajó en el Tribunal eclesiástico diocesano y en el regional. Al mismo tiempo fue colaborador parroquial. En 1957 regresó a Roma para trabajar, en un primer momento, como secretario del ateneo Lateranense. Luego pasó al Santo Oficio como notario sustituto, sucesivamente fue trasladado al Consejo para los Asuntos públicos de la Iglesia y, por último, a la Penitenciaría apostólica. Desde el año 1979 fue regente de la Penitenciaría apostólica, y el 6 de marzo de 1996 Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Nova. Recibió la ordenación episcopal el sucesivo 28 de abril en Cágliari. El 22 de noviembre de 2001 fue nombrado propenitenciario mayor y promovido a arzobispo. En 2003 renunció a dicho cargo por límite de edad, pero continuó su trabajo pastoral en Roma. Y en 2010, por motivos de salud, regresó definitivamente a su ciudad natal.

Karl-Joseph Rauber nuncio apostólico Llamado a afrontar situaciones particularmente delicadas en su largo servicio diplomático de la Santa Sede, el cardenal alemán Karl-Josef Rauber que por un trienio se ocupó también de la formación de los futuros representantes pontificios. Nació el 11 de abril de 1934 en Norimberga (Nürnberg), archidiócesis de Bamberga. En 1950 comenzó a estudiar teología en la Universidad de Maguncia. Recibió la ordenación sacerdotal el 28 de febrero de 1959. Los primeros años de su ministerio pastoral los dedicó a una pequeña comunidad católica. En 1962 se trasladó a Roma, donde obtuvo el doctorado en derecho canónico y fue alumno de la Pontificia Academia eclesiástica. Ingresó en el servicio diplomático de la Santa Sede en 1966 y hasta 1977 fue uno de los cuatro secretario de Giovanni Benelli —que luego fue cardenal arzobispo de Florencia— en el período en el que era sustituto de la Secretaría de Estado. Benelli y Pablo VI mismo incidieron en la vida y en el ministerio de Rauber de modo profundo: en los once años pasados en la Curia romana él adquirió una gran experiencia eclesiástica en estrecha comunión con el Papa. Desde 1977, como consejero de nunciatura, prestó servicio en las representaciones pontificias en Bélgica, Luxemburgo y Grecia. Juan Pablo II lo nombró arzobispo titular de Giubalziana y nuncio apostólico en Uganda el 18 de diciembre de 1982; recibió la ordenación episcopal en la basílica de San Pedro, de manos del Papa Wojtyła el 6 de enero de 1983. En enero de 1990 se le confió la presidencia de la Pontificia Acade-

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mia eclesiástica. Tres años después volvió al servicio activo primero como representante pontificio en Suiza y en Liechtenstein, luego en Hungría y en Moldavia; y por último en Bélgica y en Luxemburgo, terminando precisamente donde había iniciado la carrera diplomática. Como nuncio apostólico tuvo que afrontar desafíos difíciles para la Iglesia: en Uganda, por ejemplo, prestó servicio en los años en que se expandía el sida, con consecuencias devastadoras

para la población; en Suiza colaboró en aplacar las tensiones que afectaban a la diócesis de Coria y el obispo Wolfgang Haas; en Hungría gestionó la fase de restablecimiento de las relaciones entre Estado e Iglesia después de la época comunista; en Bélgica trabajó en un contexto social y político no siempre fácil; y cuando en Bruselas se creó también una representación pontificia ante la Unión europea se ocupó de armonizar y subdividir con sensibilidad el trabajo de las dos instituciones diplomáticas en tierra belga. Al cumplir 75 años, en 2009, se retiró del servicio diplomático y desde entonces ejerce su ministerio espiritual y pastoral en Alemania.

Luis Héctor Villalba arzobispo emérito de Tucumán (Argentina) Ha sido durante largos años, y lo sigue siendo, un obispo de periferia según el estilo del Papa Francisco.

Luis Héctor Villalba guió hasta hace pocos años la arquidiócesis argentina de Tucumán, pero incluso después de la renuncia presentada en 2011 por límite de edad no dejó de SIGUE EN LA PÁGINA 18


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ser pastor. Actualmente es rector de la iglesia de Santa Cruz de San Miguel de Tucumán y se dedica a la predicación de ejercicios espirituales al clero y a religiosas. Entre 2006 y 2011, como primer vicepresidente de la Conferencia episcopal argentina, trabajó muy cerca de Jorge Mario Begoglio, que era el presidente de la misma, compartiendo con él sobre todo la atención a los pobres y a los últimos. Una sintonía evidente en sus llamamientos en defensa de los derechos de los más necesitados. Nació en Buenos Aires el 11 de octubre de 1934. Ingresó en el seminario metropolitano de la capital, donde cursó los estudios eclesiásticos. Recibió la ordenación sacerdotal el 24 de septiembre de 1960. Inmediatamente después lo enviaron a Roma, donde se licenció en teología e historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana. Al regresar a Argentina desempeñó primero su ministerio como vicario parroquial, y luego lo nombraron rector del seminario mayor de Buenos Aires. Tras la creación del curso propedéutico, el primero en el país, en 1968 el arzobispo Juan Carlos Aramburu le encomendó dirigir la nueva casa de formación. Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Ofena y auxiliar de Buenos Aires el 20 de octubre de 1984; recibió la ordenación episcopal el 22 de diciembre sucesivo. El 16 de julio de 1991 el mismo Papa lo nombró obispo de la diócesis de San Martín y el 8 de julio de 1999 lo promovió a arzobispo de Tucumán. Benedicto XVI aceptó su renuncia al gobierno pastoral de dicha sede el 10 de junio de 2011 y lo nombró administrador apostólico de Tucumán hasta la llegada de su sucesor, el 17 de septiembre del mismo año. Además de la vicepresidencia de la Conferencia episcopal argentina de 2006 a 2010, se recuerda su actividad como miembro del departamento de catequesis del Consejo episcopal latinoamericano (CELAM) y su participación en la cuarta y en la quinta conferencia del episcopado latinoamericano, que tuvieron lugar, respectivamente, en Santo Domingo en 1992 y en Aparecida en 2007.

Júlio Duarte Langa obispo emérito de Xai-Xai (Mozambique) Muchos mozambiqueños consideran como un padre al anciano obispo Júlio Duarte Langa, emérito de Xai-Xai. Durante veintiocho años estuvo al frente de la diócesis que le encomendaron al sur del país, y fue tam-

bién responsable de la formación del clero diocesano en el seno de la Conferencia episcopal, dejando un recuerdo imborrable entre los sacerdotes. Es el segundo mozambiqueño que recibe la púrpura en la historia de esta Iglesia africana. Nació el 27 de octubre de 1927 en Mangunze, en la actual diócesis de Xai-Xai. Inició los estudios eclesiásticos en el seminario de Magude, luego en el de Namaacha, entonces archidiócesis de Lourenço Marques, que tras la independencia de 1975 tomó el nombre de Maputo. Recibió la ordenación sacerdotal el 9 de junio de 1957 en la catedral de la capital del país. Inició su ministerio como vicario parroquial, luego fue párroco en la misión de Malaisse y sucesivamente lo nombraron miembro del colegio de consultores y del consejo presbiteral y, por último, vicario general de la diócesis. Es un profundo conocedor de las lenguas locales, por ello tuvo a su cargo las traduc-

COMUNICACIONES Colegio episcopal Monseñor José Crispiano Clavijo Méndez, obispo de Sincelejo (Colombia) RENUNCIAS: El Papa ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la diócesis de Krk (Croacia) que monseñor Valter Župan le había presentado en conformidad con el canon 401 § 1 del Código de derecho canónico. Valter Župan nació en Cunski el 10 de agosto de 1938. Recibió la ordenación sacerdotal el 8 de julio de 1962, incardinado en la diócesis de Krk. Juan Pablo II le nombró obispo de Krk el 31 de enero de 1998; recibió la ordenación episcopal el 15 de marzo de 1998. El Papa ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la diócesis de Quimper (Francia) que monseñor JEAN-MARIE LE VERT le había presentado en conformidad con el canon 401 § 2 del Código de derecho canónico. Jean-Marie Le Vert nació en Papeete el 9 de abril de 1959. Recibió la ordenación sacerdotal el 10 de octubre de 1987. Benedicto XVI le nombró obispo titular de Simidicca y auxiliar de la diócesis de Meaux el 21 de noviembre

Audiencias pontificias ciones de los textos del Concilio Vaticano II en las principales lenguas de Mozambique. Pablo VI lo nombró obispo de la diócesis de João Belo —que desde el 1 de octubre del mismo año cambió el nombre por XaiXai— el 31 de mayo de 1976. Recibió la ordenación episcopal el 24 de octubre sucesivo, de manos de Alexandre José Maria dos Santos, primer sacerdote, primer obispo y primer cardenal nativo de la ex colonia portuguesa de África sudoriental. Fue obispo de Xai-Xai, que tiene una gran extensión territorial, durante casi treinta años, caracterizados por la larga guerra civil que ensangrentó Mozambique desde la época de la independencia hasta los acuerdos de paz firmados el 4 de octubre de 1992 en Roma. Durante su ministerio buscó mantener viva la práctica religiosa y da nuevo impulsó a la Iglesia, en una zona azotada por carestías, epidemias y catástrofes naturales. En el mismo período, en la Conferencia episcopal se ocupó del clero diocesano. Renunció al gobierno pastoral de la diócesis el 24 de junio de 2004.

EL SANTO PADRE HA RECIBID O EN AUDIENCIA: Jueves 12 de febrero —A la vicepresidenta de la República islámica de Irán, Shahindokht Molaverdi. Lunes, día 16 —Al cardenal Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe. —Al moderador de la Iglesia de Escocia (Reformada), John P. Chalmers, con el séquito. —Al rabino jefe emérito de la Unión Israelita de Caracas, Pynchas Brener, con el séquito. —A su majestad Tupou VI, rey de Tonga, con la reina Nanasipau’aho y el séquito. Miércoles, día 18 —Al presidente del Supremo Tribunal Federal de Brasil, Ricardo Lewandowski. Jueves, día 19 —A monseñor Vito Rallo, arzobispo titular de Alba. —A monseñor Miguel Maury Buendía, arzobispo titular de Italica, nuncio apostólico en Kazajstán, Kirguizistán y Tayikistán.

de 2005; recibió la ordenación episcopal el 8 de enero de 2006. El mismo Papa le nombró obispo de Quimper el 7 de diciembre de 2007. EL PAPA

HA NOMBRAD O:

—Obispo de Krk (Croacia) al padre IVICA PETANJAK, O.F.M. Ivica Petanjak, O.F.M., nació en Drenje, archidiócesis de ĐakovoOsijek, el 29 de agosto de 1963. Ingresó en la Orden de Frailes Menores, donde recibió la ordenación sacerdotal el 24 de junio de 1990. Obtuvo el doctorado en historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En su ministerio ha sido, entre otras cosas, vicemaestro de seminaristas; maestro de postulantes; vicario parroquial y párroco; guardián de un monasterio; ministro y definidor provincial. —Obispo de Sincelejo (Colombia) al presbítero JOSÉ CRISPIANO CLAVIJO MÉNDEZ. José Crispiano Clavijo Méndez nació en Tocancipá, diócesis de Zipaquirá, el 13 de junio de 1951. Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de noviembre de 1988, incardinado en la diócesis de Valledupar. Obtuvo la licenciatura en catequesis y pastoral juvenil en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. En su ministerio ha desempeñado los siguientes cargos: párroco en diversas parroquias, canciller de la curia diocesana, rector de la catedral, delegado episcopal, vicario general y rector del seminario mayor. —Obispo titular de Buffada y auxiliar de Yangon (Myanmar) al presbítero JOHN SAW YAW HAN. John Saw Yaw Han nació en la aldea de Homalim, archidiócesis de Yangon, el 5 de mayo de 1968. Recibió la ordenación sacerdotal el 18 de marzo de 1995. En su ministerio ha desempeñado los siguientes cargos: asistente parroquial en diversas parroquias; docente en diversos seminarios mayores y rector de un seminario menor y mayor. —Obispo titular de Capso y auxiliar de Austin (Estados Unidos) al presbítero DANIEL ELÍAS GARCÍA. Daniel Elías García nació en Cameron (Texas), diócesis de Austin, el 30 de agosto de 1960. Recibió la ordenación sacerdotal el 28 de mayo de 1988. Obtuvo el máster en estudios litúrgicos en la Saint John’s University en Collegeville (Minesota). En su ministerio ha sido vicario parroquial en diversas parroquias; párroco; decano; miembro del consejo presbiteral; consultor diocesano; vicario general y moderador de la curia.


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El jesuita alemán había recibido la púrpura de manos de Benedicto

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en febrero de 2012.

La muerte del cardenal Becker El cardenal jesuita alemán Karl Josef Becker, docente emérito de la Pontificia Universidad Gregoriana y consultor emérito de la Congregación para la doctrina de la fe, falleció el martes 10 de febrero en el hospital romano de los «fatebenefratelli». Tenía 86 años. Con más de treinta años de docencia e investigación científica en la Universidad Gregoriana, donde dirigió más de cincuenta tesis doctorales, Karl Josef Becker, durante mucho tiempo colaborador de Joseph Ratzinger en el ex Santo Oficio, fue uno de los estudiosos que más contribuyó a la profundización de importantes temas teológicos y dogmáticos, ofreciendo también una apor-

tación significativa a la comprensión de la figura de Antonio Rosmini. Nació el 18 de abril de 1928 en el seno de una familia de sólida tradición católica. Bajo el nacionalsocialismo, a pesar del riesgo de represalias, sus padres lograron impedir la inscripción de sus cuatro hijos a las asociaciones juveniles impuestas por el régimen. El 13 de abril de 1948, tras haber estudiado lenguas clásicas e historia, ingresó en la Compañía de Jesús. Durante el período de formación, primero en la escuela de Pullach y sucesivamente en la facultad de teología de «Sankt Georgen» en Fráncfort del Meno, obtuvo la licencia en teología dogmática.

Pésame del Papa El Santo Padre Francisco apenas tuvo noticia de la muerte del cardenal Karl Josef Becker, se recogió en oración. Después envió al prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Adolfo Nicolás Pachón, el siguiente telegrama de pésame. La noticia de la pía muerte del venerado cardenal Karl Josef Becker suscita en mi alma una afectuosa nostalgia y deseo de expresar sentimientos de profundo pésame a Usted y a toda la compañía de Jesús, al recordar con profunda gratitud el servicio intenso y ejemplar desempeñado durante muchos años por el difunto purpurado en la enseñanza, en la formación de las nuevas generaciones, especialmente de los sacerdotes, en la investigación teológica, así como en el servicio a la Santa Sede. Elevo al Señor fervientes oraciones para que, por intercesión de la Virgen Santa y de san Ignacio de Loyola, conceda al difunto cardenal el premio eterno prometido a sus fieles discípulos y de corazón le envío a Usted y a quienes lo conocieron, apreciando sus dones de mente y corazón, la confortadora bendición apostólica.

Miedo de tocar VIENE DE LA PÁGINA 12

Al término de la oración el Pontífice dirigió su felicitación a los pueblos de Extremo Oriente que se preparan para celebrar el nuevo año lunar y saludó a los fieles reunidos con ocasión del consistorio. Queridos hermanos y hermanas: Dirijo un deseo de serenidad y de paz a todos los hombres y mujeres que en Extremo Oriente y en diversas partes del mundo se preparan para celebrar el nuevo año lunar. Esas fiestas les ofrecen la feliz ocasión de redescubrir y vivir de modo intenso la fraternidad, que es vínculo precioso de la vida y fundamento de la vida social. Que este regreso anual a las raíces de la persona y de la familia ayude a esos pueblos a construir una sociedad en la cual se creen relaciones interpersonales fundadas en el respeto, la justicia y la caridad. Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos; en especial, a quienes habéis venido con ocasión del Consistorio, para acompañar a los nuevos

cardenales; y doy las gracias a los países que han querido estar presentes en este evento con delegaciones oficiales. Saludamos con un aplauso a los nuevos cardenales. A todos vosotros os deseo un feliz domingo. Por favor, no olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

Cosimo Rosselli y Piero Di Cosimo «Curación del leproso» (1481-1482)

Después de su ordenación sacerdotal, el 31 de julio de 1958, se trasladó a Roma y en 1963 obtuvo el doctorado en sagrada teología en la Pontificia Universidad Gregoriana con una tesis intitulada: Die Rechtfertigungslehre nach Domingo de Soto. Das Denken eines Konzilsteilnehmers vor, in und nach Trient («La doctrina de la justificación según Domingo de Soto. El pensamiento de un participante al Concilio, antes, durante y después de Trento»). Tras un breve período de docencia en «Sankt Georgen» (1963-1969) fue llamado a Roma como docente de la Gregoriana, donde enseñó durante más de treinta años, convirtiéndose en profesor emérito en 2003. Como ordinario de teología dogmática impartió numerosos cursos sobre sacramentos en general, confirmación y bautismo, doctrina de la gracia, relación entre magisterio y teología, método teológico, Credo e interpretación del dogma. Fue director de la revista «Gregorianum» de 1972 a 1985, donde publicó numerosos ensayos y dirigió más de cincuenta tesis doctorales. Entre los profesores de la Gregoriana fue uno de los que promovieron de manera especial el estudio del Concilio de Trento y los documentos del Vaticano II. Junto a su vasta actividad de docencia e investigación científica en la Gregoriana, no hay que olvidar que a partir de 1985 —prefecto el cardenal Joseph Ratzinger— fue consultor de la Congregación para la doctrina de la fe. Y, de 1997 a 1999 participó

en las últimas dos importantes sesiones de la comisión mixta encargada de tratar las divergencias entre la Fraternidad sacerdotal San Pío X y la Iglesia católica. En 2003, con ocasión de su septuagésimo cumpleaños, fue publicada una ponderosa Festschrift con el título Sentire cum Ecclesia. Homenaje al Padre Karl Josef Becker S.J., en cuya redacción participó Joseph Ratzinger con una aportación personal (Eucharistie-Communio-Solidarität), presidiendo luego la presentación del volumen en noviembre de 2003. Fue Benedicto XVI mismo quien lo creó cardenal de la diaconía de San Julián Mártir en el consistorio del 18 de febrero de 2012.

Cuatro nuevas santas el próximo 17 de mayo La segunda parte del Consistorio que tuvo el Papa Francisco en la basílica vaticana el sábado 14 de febrero, por la mañana, se dedicó al voto sobre las causas de canonización de Juana Emilia de Villeneuve, María de Jesús Crucificado Baouardy y María Alfonsina Ghattas. El Pontífice estableció que las proclamará santas el domingo 17 de mayo, junto con la beata María Cristina de la Inmaculada Concepción (en el siglo Adelaide Brando, Nápoles 1856 - Casoria 1906) fundadora de la congregación de las Hermanas Víctimas Expiadoras de Jesús Sacramentado, cuya canonización ya se había decidido en el consistorio del 20 de octubre de 2014, juntamente con la de José Vaz, celebrada luego durante el viaje a Sri Lanka, el pasado 14 de enero. Las cuatro nuevas santas son todas religiosas: dos son de Tierra Santa, una es italiana y una francesa. El cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, hizo la peroración de las causas de canonización. Tras subir al altar presentó breves biografías de las tres beatas: Juana Emilia De Villeneuve, nació en Tolosa, Francia, el 9 de marzo de 1811, y murió por una epidemia de cólera en Castres el 2 de octubre de 1854. Fundadora de la congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres, fue beatificada el 5 de julio de 2009 por Benedicto XVI. María

Alfonsina Danil Ghattas nació en Jerusalén el 4 de octubre de 1843 y murió en Ain Karem el 25 de marzo de 1927. Fundadora de la congregación de las Hermanas del Santísimo Rosario de Jerusalén, fue beatificada el 22 de noviembre de 2009 también por el Papa Ratzinger. La carmelita María de Jesús Crucificado (Mariam Baouardy) nació en Nazaret, Galilea, el 5 de enero de 1846 y murió en Belén el 26 de agosto de 1878. Fue beatificada por Juan Pablo II el 13 de noviembre de 1983. El Papa Francisco expresó la Perpensio votorum de propositis Canonizationibus. «Vosotros, venerados hermanos, ya por escrito —dijo en latín dirigiéndose a los cardenales y a los obispos presentes— habéis manifestado de forma individual vuestro parecer y declaráis a los mismos beatos como ejemplos de vida cristiana y de santidad para proponer a toda la Iglesia, en consideración sobre todo de la situación de nuestro tiempo». Al término el Pontífice decidió inscribir en el catálogo de los santos los nombres de las tres beatas, añadiendo el de María Cristina de la Inmaculada Concepción y dando a conocer que la fecha establecida para la canonización es el domingo 17 de mayo. Por último el Papa impartió la bendición apostólica a los presentes, antes de que la asamblea abandonara la basílica mientras se cantaba el «Salve, Regina».


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L’OSSERVATORE ROMANO

viernes 20 de febrero de 2015, número 8

El Pontífice celebra el miércoles de ceniza en Santa Sabina

El don de las lágrimas «Nos hará bien a todos, pero especialmente a nosotros, los sacerdotes, al comienzo de esta Cuaresma, pedir el don de lágrimas, para hacer que nuestra oración y nuestro camino de conversión sean cada vez más auténticos y sin hipocresía». Lo recomendó el Papa Francisco durante la misa del miércoles de ceniza, el 18 de febrero por la tarde, en la basílica romana de Santa Sabina. Como pueblo de Dios comenzamos el camino de Cuaresma, tiempo en el que tratamos de unirnos más estrechamente al Señor para compartir el misterio de su pasión y su resurrección. La liturgia de hoy nos propone, ante todo, el pasaje del profeta Joel, enviado por Dios para llamar al pueblo a la penitencia y a la conversión, a causa de una calamidad (una invasión de langostas) que devasta la Judea. Sólo el Señor puede salvar del flagelo y, por lo tanto, es necesario invocarlo con oraciones y ayunos, confesando el propio pecado. El profeta insiste en la conversión interior: «Volved a mí de todo corazón» (2, 12). Volver al Señor «de todo corazón» significa emprender el camino de una conversión no superficial y transitoria, sino un itinerario espiritual que concierne al lugar más íntimo de nuestra persona. En efecto, el corazón es la sede de nuestros sentimientos, el centro en el que maduran nuestras elecciones, nuestras actitudes. El «volved a mí de todo corazón» no sólo implica a cada persona, sino que también se extiende a toda la comunidad, es una convocatoria dirigida a todos: «Reunid a la gente, santificad a la comunidad, llamad a los ancianos; congredad a los muchachos y a los niños de pecho,

salga el esposo de la alcoba y la esposa del tálamo» (v. 16). El profeta se refiere, en particular, a la oración de los sacerdotes, observando que va acompañada por lágrimas. Nos hará bien a todos, pero especialmente a nosotros, los sacerdotes, al comienzo de esta Cuaresma, pedir el don de lágrimas, para hacer que nuestra oración y nuestro camino de conversión sean cada vez más auténticos y sin hipocresía. Nos hará bien hacernos esta pregunta: «¿Lloro? ¿Llora el Papa? ¿Lloran los cardenales? ¿Lloran los obispos? ¿Lloran los consagrados? ¿Lloran los sacerdotes? ¿Está el llanto en nuestras oraciones?». Precisamente este es el mensaje del Evangelio de hoy. En el pasaje de Mateo, Jesús relee las tres obras de piedad previstas en la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno. Y distingue el hecho externo del hecho interno, de ese llanto del corazón. A lo largo del tiempo estas prescripciones habían sido corroídas por la herrumbre del formalismo exterior o, incluso, se habían transformado en un signo de superioridad social. Jesús pone de relieve una tentación común en estas tres obras, que se puede resumir precisamente en la hipocresía (la nombra tres veces): «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos… Cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas… Cuando recéis, no seáis como los hipócritas a quienes les gusta rezar de pie para que los vea la gente… Y cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas» (Mt 6, 1. 2. 5. 16). Sabed, hermanos, que los hipócritas no saben llorar, se han olvidado de cómo se llora, no piden el don de lágrimas. Cuando se hace algo bueno, casi instintivamente nace en nosotros el deseo de ser estimados y admirados por esta buena acción, para tener una satisfacción. Jesús nos invita a hacer estas obras sin ninguna ostentación, y a confiar únicamente en la recompensa del Padre «que ve en lo secreto» (Mt 6, 4. 6. 18). Queridos hermanos y hermanas: El Señor no se cansa nunca de tener misericordia de nosotros, y quiere ofrecernos una vez más su perdón —todos tenemos necesidad de Él—, invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, purificado por las lágrimas, para compartir su alegría. ¿Cómo acoger esta invitación? Nos lo sugiere san Pablo: «En nombre de Cristo os pedimos: ¡que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5, 20). Este esfuerzo de

conversión no es solamente una obra humana, es dejarse reconciliar. La reconciliación entre nosotros y Dios es posible gracias a la misericordia del Padre que, por amor a nosotros, no dudó en sacrificar a su Hijo unigénito. En efecto, Cristo, que era justo y sin pecado, fue hecho pecado por nosotros (v. 21) cuando cargó con nuestros pecados en la cruz, y así nos ha rescatado y justificando ante Dios. «En Él» podemos llegar a ser justos, en Él podemos cambiar, si

acogemos la gracia de Dios y no dejamos pasar en vano este «tiempo favorable» (6, 2). Por favor, detengámonos, detengámonos un poco y dejémonos reconciliar con Dios. Con esta certeza, comencemos con confianza y alegría el itinerario cuaresmal. Que María, Madre inmaculada, sin pecado, sostenga nuestro combate espiritual contra el pecado y nos acompañe en este momento favorable, para que lleguemos a cantar juntos la exultación de la victoria el día de Pascua. Y en señal de nuestra voluntad de dejarnos reconciliar con Dios, además de las lágrimas que estarán «en lo secreto», en público realizaremos el gesto de la imposición de la ceniza en la cabeza. El celebrante pronuncia estas palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3, 19), o repite la exhortación de Jesús: «Convertíos y creed el Evangelio» (cf. Mc 1, 15). Ambas fórmulas constituyen una exhortación a la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores siempre necesitados de penitencia y conversión. ¡Cuán importante es escuchar y acoger esta exhortación en nuestro tiempo! La invitación a la conversión es, entonces, un impulso a volver, como hizo el hijo de la parábola, a los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a llorar en ese abrazo, a fiarse de Él y encomendarse a Él.

Del 22 al 27 de febrero en Ariccia

Ejercicios espirituales del Papa y la Curia «Servidores y profetas del Dios vivo»: es el tema de los ejercicios espirituales que tendrán lugar del 22 al 27 de febrero en la Casa Divino Maestro de Ariccia y en los cuales participarán el Papa Francisco y los miembros de la Curia romana. Las meditaciones, que presentarán una lectura pastoral del profeta Elías, estarán a cargo del carmelita Bruno Secondin. El programa de los ejercicios prevé para el domingo de inicio, a las 18, la adoración eucarística y las Vísperas. Los días sucesivos iniciarán con la oración de Laudes a las 7.30, seguido de una primera meditación a las 9.30 y luego por la concelebración eucarística. Ya por la tarde, a las 16, se tendrá la segunda meditación, que precederá la adoración eucarística y la oración de Vísperas. La jornada conclusiva, viernes 27, está programada la concelebración eucarística a las 7.30 y una conclusión a las 9.30. Las meditaciones iniciarán el domingo 22 con una reflexión sobre el tema «Salir del propio “poblado”» y se sucederán según este programa diario: «Caminos de autenticidad» (las raíces de la fe y la valentía de decir no a la ambigüedad), «Senderos de libertad» (de los ídolos vanos a la piedad verdadera), «Dejarse sorprender por Dios» (el encuentro con un Dios que está más allá y el reconocimiento del pobre que nos evangeliza), «Justicia e intercesión» (testimonios de justicia y solidaridad). La jornada conclusiva se dedicará al tema «Recoger el manto de Elías» (para llegar a ser profetas de fraternidad). Durante el período de retiro, como es habitual, se suspenden las audiencias privadas y especiales, incluida la audiencia general del miércoles.


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