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Unicuique suum Año XLVII, número 12 (2.407)
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20 de marzo de 2015
Al iniciar el tercer año de pontificado el Papa Francisco anuncia un jubileo extraordinario
Bajo el signo de la misericordia
El tercer año del pontificado del Papa Francisco se abrió bajo el signo de la misericordia. El viernes 13 de marzo, por la tarde, aniversario de su elección, durante la celebración penitencial presidida en la basílica vaticana, el Papa anunció un Año santo de la misericordia. Además, tuvo lugar el rito de la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual; celebrada, como el año pasado, en vísperas del cuarto domingo de Cuaresma, dedicado de modo especial la misericordia de Dios Padre. El Jubileo extraordinario iniciará en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de este año y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. La organización del Año jubilar se encomendó al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización. PÁGINAS 6
Cómo leer la exhortación apostólica «Evangelii gaudium»
Un desafío importante VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ Publicamos algunos pasajes de la «Guía breve para aplicar Evangelii gaudium» (Buenos Aires, 2014) del arzobispo rector de la Pontificia universidad católica Santa María de los Buenos Aires. El Papa Francisco nos ha planteado un desafío importante.
Nos dijo que Evangelii gaudium no es un documento más, porque tiene un «sentido programático» (25). ¿Qué significa esto? Que no es un documento para estudiar y comentar, o para tomarlo solamente como una inspiración o una motivación. Es un «programa» de trabajo para todos los católicos y para todas nuestras comunidades.
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Lo que nos cambia RINO FISICHELLA
¿Se nota en nuestras diócesis y parroquias que nos hemos tomado en serio este programa que nos presenta Francisco? Si así fuera, tendrían que verse cambios importantes, tendría que llamarnos la atención la renovación, la vida y el dinamismo novedoso de nuestras comunidades. De hecho, el PaSIGUE EN LA PÁGINA 2
En el Ángelus el dolor del Pontífice por las tragedias de los cristianos en Pakistán
La persecución que el mundo oculta El grito de dolor del Papa por la enésima masacre de cristianos, provocada en Pakistán por los ataques terroristas contra dos iglesias en Lahore, resonó en el Ángelus del domingo 15 de marzo. Al dirigirse a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro el Pontífice denunció la indiferencia del mundo ante el drama de las persecuciones que golpean a los creyentes y pidió el fin de las violencias en el país asiático y en todos lo países donde «los cristianos son perseguidos, nuestros hermanos derraman la sangre sólo por ser cristianos». PÁGINA 2
Y
En el funeral de las víctimas del atentado (Epa/Rahat Dar)
Un Año santo de la misericordia. No es impropio sostener que el Papa Francisco hizo de la misericordia su programa de pontificado. Este Jubileo aunque llega de modo repentino no es, de hecho, algo inesperado. Llega en el segundo aniversario de la elección de Jorge Mario Bergoglio como Sucesor de Pedro. En muchos aspectos el anuncio de un Año santo extraordinario no hace más que confirmar lo que el Papa había escrito en su carta programática Evangelii gaudium: «La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan... y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!» (n. 24). Esta es la iniciativa que el Papa Francisco asumió y que arrastra consigo a toda la Iglesia en una aventura de contemplación y oración, de conversión y peregrinación, de compromiso y testimonio, de fantasía de la caridad vivida por doquier. Una iniciativa ya prefigurada desde su primer ÁnSIGUE EN LA PÁGINA 8
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viernes 20 de marzo de 2015, número 12
En el Ángelus del 15 de marzo el Papa recuerda a los cristianos víctimas de los atentados en Pakistán
La persecución que el mundo oculta «Que esta persecución contra los cristianos, que el mundo busca ocultar, acabe y haya paz»: a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro el domingo 15 de marzo, el Pontífice recordó «con mucho dolor» los atentados en Lahore, Pakistán. El Papa Francisco rezó por las víctimas y los familiares a la hora del Ángelus, durante el cual, al comentar el Evangelio del cuarto domingo de Cuaresma, afirmó que «Dios nos ama con amor gratuito y sin medida»: esta es, dijo al iniciar la reflexión, «la expresión más sencilla que resume todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología». Queridos hermanos ¡buenos días!
y
hermanas,
El Evangelio de hoy nos vuelve a proponer las palabras que Jesús dirigió a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16). Al escuchar estas palabras, dirijamos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sintamos dentro de nosotros que Dio nos ama, nos ama de verdad, y nos ama en gran medida. Esta es la expresión más sencilla que resume todo el Evangelio, toda la fe, toda la
Continúa así la Plegaria eucarística IV: «Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos». Vino con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación destaca la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca, sino porque es el más pequeño entre todos los pueblos, como dice Él. Y cuando llega «la plenitud de los tiempos», a pesar de que los hombres en más de una ocasión quebrantaron la alianza, Dios, en lugar de abandonarlos, estrechó con ellos un vínculo nuevo, en la sangre de Jesús —el vínculo de la nueva y eterna alianza—, un vín-
teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin medida. Así nos ama Dios y este amor Dios lo demuestra ante todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Plegaria eucarística IV: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado». En el origen del mundo está sólo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo un santo de los primeros siglos escribe: «Dios no creó a Adán porque tenía necesidad del hombre, sino para tener a alguien a quien donar sus beneficios» (Adversus haereses, IV, 14, 1). Es así, el amor de Dios es así.
Un desafío importante VIENE DE LA PÁGINA 1
pa dice que lo que él nos plantea en Evangelii gaudium tiene «consecuencias importantes» (25). Pero él avanza más todavía, de una manera muy práctica, y nos dice que no nos conformemos con ponernos algunos objetivos para renovar nuestras comunidades sino que hay que «poner los medios necesarios» (25), porque no podemos «dejar las cosas como están» (25). Una nueva opción misionera tiene que ser «capaz de transformarlo todo». (27). Este pedido es muy claro e insistente, pero a veces parece que estuviéramos como adormecidos, enredados en miles de cosas secundarias y descuidando lo más importante. Algunos laicos más generosos y entusiastas suelen lamentar que no logramos reaccionar ante lo que el Espíritu Santo nos está pidiendo a través del Papa. Les duele que no se vean reacciones en algunos obispos, en sacerdotes ni en muchos laicos que trabajan en parroquias, movimientos e instituciones católicas. El reclamo del Papa es muy profundo. Es como si nos dijera: «¡despierten!». «El mundo se nos escapa, la gente se aleja, muchos viven sin el amor y la luz de Jesucris-
to. No sigamos perdiendo el tiempo en cosas secundarias. ¡Entremos en un estado de misión, de búsqueda, de salida, de cercanía con todos! ¡Que nadie se quede sin escuchar de forma directa el anuncio de un Dios que ama, que salva, que vive! ¡No nos quedemos encerrados, salgamos!». Si realmente escuchamos ese pedido, despertamos y reaccionamos, no se trata sólo de cambiar algunas cositas. El Papa dice que hace falta «transformarlo todo» (27) para la evangelización del mundo actual. No nos pide que organicemos alguna misión cada tanto, sino que entremos en un «estado permanente de misión» (25). En el punto 8 se va al centro, y allí dice cómo se alcanza la alegría más bella: sólo gracias al encuentro con el amor de Dios «somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (8). La autorreferencialidad es estar pendiente de uno mismo, de las propias necesidades y los propios
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proyectos, sin pensar en los demás y en la gloria de Dios. La «conciencia aislada» es no dejarse tocar por el amor de Dios, y entonces vivir encerrado en la propia insatisfacción y en las propias ideas. Todo eso se resume en lo que el Papa llama la «mundanidad espiritual», porque nos volvemos egoístas y vanidosos pero creemos que somos espirituales. Pero hay que descubrir cuál es la propuesta positiva para romper esos vicios: la salida de sí. Es decir, que nos abrazamos al amor del Señor y le permitimos que nos saque más allá de nosotros mismos, para volvernos cercanos a todos y llenos de misericordia. Aplicando esto a la Iglesia, aquí está el punto de partida de la evangelización. La Iglesia también debe salir de sí, y eso es la misión. En el punto 9, retoma un viejo principio: «el bien siempre tiende a comunicarse». Si uno realmente se ha dejado transformar por Dios, ese bien que recibió busca llegar a otros, comunicarse, compartirse. Si lo hacemos somos felices y nos realizamos como personas. Si nos encerramos en nosotros mismos, perdemos vida, alegría y felicidad.
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culo que jamás nada lo podrá romper. San Pablo nos recuerda: «Dios, rico en misericordia, —nunca olvidarlo, es rico en misericordia— por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (Ef 2, 4-5). La Cruz de Cristo es la prueba suprema de la misericordia y del amor de Dios por nosotros: Jesús nos amó «hasta el extremo» (Jn 13, 1), es decir, no sólo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el límite extremo del amor. Si en la creación el Padre nos dio la prueba de su inmenso amor dándonos la vida, en la pasión y en la muerte de su Hijo nos dio la prueba de las pruebas: vino a sufrir y morir por nosotros. Así de grande es la misericordia de Dios: Él nos ama, nos perdona; Dios perdona todo y Dios perdona siempre. Que María, que es Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios; nos sea cercana en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia de perdón, acogida y caridad. Al término de la oración mariana el Papa expresó también su cercanía a la población de Vanuatu, en el Océano Pacífico, azotada por un fuerte ciclón, asegurando oraciones «por los difuntos, los heridos y los sin techo» y agradeciendo a quienes se movilizaron para llevar socorro. Queridos hermanos y hermanas: Con dolor, con mucho dolor, recibí la noticia de los atentados terroristas de hoy contra dos iglesias en la ciudad de Lahore en Pakistán, que provocaron numerosos muertos y heridos. Son iglesias cristianas. Los cristianos son perseguidos. Nuestros hermanos derraman la sangre sólo porque son cristianos. Mientras aseguro mi oración por las víctimas y por sus familias, pido al Señor, imploro del Señor, fuente de todo bien, el don de la paz y la concordia para ese país. Que esta persecución contra los cristianos, que el mundo busca ocultar, termine y llegue la paz. Dirijo un cordial saludo a vosotros fieles de Roma y a vosotros llegados de muchas partes del mundo. Estoy cercano a la población de Vanuatu, en el Océano Pacífico, azotada por un fuerte ciclón. Rezo por los difuntos, los heridos y los sin techo. Doy las gracias a quienes se movilizaron inmediatamente para llevar socorro y ayudas. A todos vosotros os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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número 12, viernes 20 de marzo de 2015
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El Pontífice recuerda que no hay ningún pecado que Dios no pueda perdonar
La fiesta del abrazo Todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el corazón «Vivir el sacramento como medio para educar en la misericordia; dejarse educar por lo que celebramos; custodiar la mirada sobrenatural»: son las «tres exigencias» del ministerio de la reconciliación indicadas por el Papa Francisco a los nuevos sacerdotes y los seminaristas participantes en el curso sobre el fuero interno organizado por la Penitenciaría apostólica. Durante la audiencia, celebrada el jueves 12 de marzo, por la mañana, en la sala Clementina, el Pontífice destacó que la confesión «no debe ser una “tortura”, sino que todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el corazón». Queridos hermanos: Me alegra de manera especial, en este tiempo de Cuaresma, encontrarme con vosotros con ocasión del curso anual sobre el fuero interno organizado por la Penitenciaría apostólica. Dirijo un saludo cordial al cardenal Mauro Piacenza, penitenciario mayor, y le agradezco sus amables palabras. Le doy las gracias por las felicitaciones que me ha expresado, pero también quiero compartir otro aniversario: además del de mañana, dos años de pontificado, hoy se cumple el 57º aniversario de mi entrada en la vida religiosa. Rezad por mí. Saludo al regente, monseñor Krzysztof Nykiel, a los prelados, a los oficiales y al personal de la Penitenciaría, a los colegios de penitenciarios ordinarios y extraordinarios de las basílicas papales in Urbe, y a todos los participantes en el curso, cuyo fin pastoral es ayudar a los nuevos sacerdotes y a los candidatos al orden sagrado a administrar rectamente el sacramento de la Reconciliación. Como sabemos, los sacramentos son el lugar de la cercanía y de la ternura de Dios por los hombres; son el modo concreto que Dios ha pensado, ha querido para salir a nuestro encuentro, para abrazarnos sin avergonzarse de nosotros y de nuestro límite. Entre los sacramentos, ciertamente el de la Reconciliación hace presente con especial eficacia el rostro misericordioso de Dios: lo hace concreto y lo manifiesta continuamente, sin pausa. No lo olvidemos nunca, como penitentes o como confesores: no existe ningún pecado que Dios no pueda perdonar. Ninguno. Sólo lo que se aparta de la misericordia divina no se puede perdonar, como quien se aleja del sol no se puede iluminar ni calentar. A la luz de este maravilloso don de Dios, quiero poner de relieve tres exigencias: vivir el sacramento como medio para educar en la misericordia, dejarse educar por lo que celebramos y custodiar la mirada sobrenatural. 1. Vivir el sacramento como medio para educar en la misericordia, significa ayudar a nuestros hermanos a experimentar la paz y la comprensión, humana y cristiana. La confesión no debe ser una «tortura», sino que todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el cora-
zón, con el rostro resplandeciente de esperanza, aunque a veces —lo sabemos— humedecido por las lágrimas de la conversión y de la alegría que deriva de ella (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 44). El sacramento, con todos los actos del penitente, no debe convertirse en un pesado interrogatorio, fastidioso e indiscreto. Al contrario, debe ser un encuentro liberador y rico de humanidad, a través del cual se puede educar en la misericordia, que no excluye, sino que más bien comprende el justo compromiso de reparar, en la medida de las posibilidades, el mal cometido. Así, el fiel se sentirá invitado a confesarse frecuentemente, y aprenderá a hacerlo del mejor modo posible, con la delicadeza de conciencia que hace tanto bien al
Misericordioso es estar cerca y acompañar el proceso de conversión. 2. Y es precisamente a vosotros, confesores, que os digo: Dejaos educar por el sacramento de la reconciliación. Segundo punto. ¡Cuántas veces nos sucede que escuchamos confesiones que nos edifican! Hermanos y hermanas que viven una auténtica comunión personal y eclesial con el Señor y un amor sincero a los hermanos. Almas sencillas, almas de pobres de espíritu, que se abandonan totalmente al Señor, que se fían de la Iglesia y, por eso, también del confesor. También nos ocurre a menudo que asistimos a verdaderos milagros
por amor, más aún, precisamente por misericordia. Yo que he hecho esto, lo otro y lo de más allá, ahora debo perdonar… Me viene a la memoria el pasaje final de Ezequiel 16, cuando el Señor reprocha con palabras muy fuertes la infidelidad de su pueblo. Pero al final, dice: «Te perdonaré y te pondré sobre tus hermanas —las otras naciones— para que
corazón, incluso al corazón del confesor. De esta manera nosotros, sacerdotes, hacemos crecer la relación personal con Dios, para que su reino de amor y de paz se dilate en los corazones. Muchas veces se confunde la misericordia con el hecho de ser confesor «de manga ancha». Pero pensad en esto: ni un confesor de manga ancha ni un confesor rígido es misericordioso. Ninguno de los dos. El primero, porque dice: «Sigue adelante, esto no es pecado, sigue, sigue». El otro, porque dice: «No, la ley dice…». Pero ninguno de los dos trata al penitente como hermano, lo toma de la mano y lo acompaña en su camino de conversión. Uno dice: «Ve tranquilo, Dios perdona todo. Ve, ve». El otro dice: «No, la ley dice no». En cambio, el misericordioso lo escucha, lo perdona, pero se hace cargo de él y lo acompaña, porque la conversión comienza hoy —quizá—, pero debe proseguir con la perseverancia… Lo toma sobre sí, como el buen Pastor que va a buscar la oveja perdida y la toma sobre sí. Pero no hay que confundirse: esto es muy importante. Misericordia significa hacerse cargo del hermano o de la hermana y ayudarles a caminar. No decir «¡ah, no, sigue, sigue!», o la rigidez. Esto es muy importante. ¿Y quién puede hacer esto? El confesor que reza, el confesor que llora, el confesor que sabe que es más pecador que el penitente, y si no ha realizado la cosa fea que dice el penitente, es por pura gracia de Dios.
de conversión. Personas que desde hace meses, a veces años, han estado bajo el dominio del pecado y que, como el hijo pródigo, vuelven en sí y deciden levantarse y regresar a la casa del Padre (cf. Lc 15, 17) para implorar su perdón. ¡Qué hermoso es acoger a estos hermanos y hermanas arrepentidos con el abrazo de bendición del Padre misericordioso, que tanto nos ama y hace fiesta por cada hijo que con todo el corazón vuelve a Él. ¡Cuánto podemos aprender de la conversión y del arrepentimiento de nuestros hermanos! Nos impulsan a que también nosotros hagamos un examen de conciencia: yo, sacerdote, ¿amo así al Señor, como esta anciana? Yo, sacerdote, que he sido constituido ministro de su misericordia, ¿soy capaz de tener la misericordia que hay en el corazón de este penitente? Yo, confesor, ¿estoy dispuesto al cambio, a la conversión, como este penitente, a quien debo servir? Muchas veces nos edifican estas personas, nos edifican. 3. Cuando se escuchan las confesiones sacramentales de los fieles es preciso tener siempre la mirada interior dirigida al cielo, a lo sobrenatural. Ante todo, debemos reavivar en nosotros la conciencia de que nadie ejerce dicho ministerio por mérito propio, ni por sus propias competencias teológicas o jurídicas, ni por su propio trato humano o psicológico. Todos hemos sido constituidos ministros de la reconciliación por pura gracia de Dios, gratuitamente y
las juzgues y seas más importante que ellas; lo haré para que sientas vergüenza, para que te avergüences de lo que has hecho». La experiencia de la vergüenza: al escuchar este pecado, esta alma que se arrepiente con tanto dolor o con tanta delicadeza de conciencia, ¿soy capaz de avergonzarme de mis pecados? Y esta es una gracia. Somos ministros de la misericordia gracias a la misericordia de Dios; jamás debemos perder esta mirada sobrenatural, que nos hace verdaderamente humildes, acogedores y misericordiosos con cada hermano y hermana que pide confesarse. Y si no he hecho esto, si no he cometido ese pecado feo o no estoy en la cárcel, es por pura gracia de Dios, solamente por eso. No por mérito propio. Y esto debemos sentirlo en el momento de la administración del sacramento. También el modo de escuchar la acusación de los pecados debe ser sobrenatural: escuchar de modo sobrenatural, de modo divino; respetuoso de la dignidad y de la historia personal de cada uno, de manera que pueda comprender qué quiere Dios de él o de ella. Por eso la Iglesia está llamada a «iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este “arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 169). También el pecador más grande, que se presenta a SIGUE EN LA PÁGINA 8
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viernes 20 de marzo de 2015, número 12
Con los obispos de Corea el Papa recuerda el viaje del año pasado al país asiático
Memoria, jóvenes, misión Y desea el crecimiento de la pequeña comunidad de la Iglesia en Mongolia «La memoria, los jóvenes y la misión de confirmar a nuestros hermanos y nuestras hermanas en la fe»: estas fueron las tres líneas directrices de la reflexión que el Papa Francisco presentó a los obispos de Corea al recibirlos el jueves 12 de marzo, por la mañana, con ocasión de su visita «ad limina». Publicamos la traducción del discurso que el Pontífice les entregó en lengua inglesa. Queridos hermanos obispos: Es una gran alegría para mí daros la bienvenida mientras realizáis vuestra visita «ad limina Apostolorum» para rezar ante las tumbas de los santos Pedro y Pablo y reforzar los vínculos de amistad y comunión que nos unen. Rezo para que estos días sean una ocasión de gracia y renovación en vuestro servicio a Cristo y a su Iglesia. Agradezco al arzobispo Kim las afectuosas palabras de saludo que ha pronunciado en vuestro nombre y en el de toda la Iglesia en Corea y en Mongolia. Vuestra presencia hoy me trae a la memoria los hermosos recuerdos de mi reciente visita a Corea, donde experimenté personalmente la bondad del pueblo coreano, que me acogió con tanta generosidad y compartió conmigo las alegrías y las tristezas de su vida. Mi visita a vuestro país seguirá siendo para mí un incentivo duradero en mi ministerio al servicio de la Iglesia universal. Durante mi visita tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre la vida de la Iglesia en Corea y, en particular, sobre nuestro ministerio episcopal al servicio del pueblo de Dios y de la sociedad. Deseo proseguir esa reflexión con vosotros hoy, destacando tres aspectos de mi visita: la memoria, los jóvenes y la misión de confirmar a nuestros hermanos y nuestras hermanas en la fe. También quiero compartir estas reflexiones con la Iglesia en Mongolia. Aun siendo una pequeña comunidad en un territorio vasto, es como el grano de mostaza, que es promesa de la plenitud del reino de Dios (cf. Mt 13, 31-32). Ojalá que estas reflexiones incentiven el crecimiento constante de ese grano y alimenten el rico suelo de la fe del pueblo de Mongolia. Para mí, uno de los momentos más hermosos de la vista a Corea fue la beatificación de los mártires Paul Yun Ji-chung y compañeros. Incluyéndolos entre los beatos, alabamos a Dios por las innumerables gracias que derramó en la Iglesia en Corea en su infancia, y también dimos gracias por la respuesta fiel dada a estos dones de Dios. Ya antes de que su fe se manifestara plenamente en la vida sacramental de la Iglesia, estos primeros cristianos coreanos no sólo habían alimentado su relación personal con Jesús, sino que también la habían llevado a otros, prescindiendo de la clase o posición social, y habían vivido en una comunidad de fe y caridad como los primeros discípulos del Señor (cf. Hch 4, 32). «Estaban dispuestos a gran-
des sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo […]: sólo Cristo era su verdadero tesoro» (Homilía en Seúl, 16 de agosto de 2014). Su amor a Dios y al prójimo se realizó en el acto final de entregar su propia vida, regando con su sangre el semillero de la Iglesia. Aquella primera comunidad ha dejado a vosotros y a toda la Iglesia un hermoso testimonio de vida cristiana: «Su rectitud en la búsqueda de la verdad, su fidelidad a los más altos principios de la religión que abrazaron, así como su testimonio de caridad y solidaridad para con todos» (ibídem). Su ejemplo es una escuela que puede enseñarnos a ser testigos cristianos cada vez más fieles, llamándonos al encuentro, a la
mienzo de su vida y llenos de esperanzas, promesas y posibilidades. Fue una alegría para mí estar con los jóvenes de Corea y de toda Asia, que se reunieron para la Jornada de la juventud asiática, y experimentar su apertura a Dios y a los demás. Precisamente como el testimonio de los primeros cristianos nos invita a ser solícitos unos con otros, así también nuestros jóvenes nos desafían a escucharnos unos a otros. Sé que en vuestras diócesis, parroquias e instituciones estáis buscando nuevos modos de implicar a los jóvenes para que puedan expresarse y ser escuchados, a fin de compartir la riqueza de vuestra fe y de la vida de la Iglesia. Cuando hablamos con los jóvenes, ellos nos desafían a compartir la
caridad y al sacrificio. Las lecciones que impartieron pueden aplicarse de modo particular a nuestro tiempo en el que, a pesar de los numerosos progresos realizados en la tecnología y en la comunicación, las personas están cada vez más aisladas y las comunidades más debilitadas. Qué importante es, pues, que trabajéis junto con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y los líderes laicos de vuestras diócesis para garantizar que las parroquias, las escuelas y los centros de apostolado sean auténticos lugares de encuentro: encuentro con el Señor, que nos enseña cómo amar y abre nuestros ojos a la dignidad de cada persona, y encuentro de unos con otros, especialmente con los pobres, los ancianos y las personas olvidadas en medio de nosotros. Cuando encontramos a Jesús y experimentamos su compasión por nosotros, nos convertimos en testigos cada vez más convincentes de su poder salvífico; compartimos más fácilmente nuestro amor por Él y los dones con los que hemos sido bendecidos. Nos convertimos en un sacrificio vivo, entregados a Dios y a los demás por amor (cf. Rm 12, 1, 9-10). Mi pensamiento se dirige ahora a vuestros jóvenes, que con fuerza desean llevar adelante la herencia de vuestros antepasados. Están al co-
verdad de Jesucristo con claridad y de un modo que puedan comprender. También ponen a prueba la autenticidad de nuestra fe y de nuestra fidelidad. Aunque prediquemos a Cristo y no a nosotros mismos, estamos llamados a ser un ejemplo para el pueblo de Dios (cf. 1 P 5, 3) a fin de atraer a las personas hacia Él. Los jóvenes nos llamarán inmediatamente al orden a nosotros y a la Iglesia, si nuestra vida no refleja nuestra fe. Al respecto, su honradez puede ayudarnos precisamente mientras tratamos de impulsar a los fieles a manifestar la fe en su vida diaria. Mientras reflexionáis sobre la vida de vuestras diócesis, mientras formuláis y revéis vuestros planes pastorales, os exhorto a tener presentes a los jóvenes a quienes servís. Vedlos como interlocutores para «edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde […], una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados» (Homilía en el castillo de Haemi, 17 de agosto de 2014). Estad cerca de ellos y mostradles que os preocupáis por ellos y comprendéis sus necesidades. Esta cercanía no sólo reforzará las instituciones y las comunidades de la Iglesia, sino que también os ayudará a comprender las dificul-
tades que ellos y sus familias experimentan en la vida diaria en la sociedad. De este modo, el Evangelio penetrará cada vez más profundamente en la vida, tanto de la comunidad católica como de la sociedad en su conjunto. A través de vuestro servicio a los jóvenes, la Iglesia llegará a ser esa levadura en el mundo que el Señor nos llama a ser (cf. Mt 13, 33). Mientras os preparáis para volver a vuestras Iglesias locales, además de alentaros en vuestro ministerio y confirmaros en vuestra misión, os pido, sobre todo, que seáis servidores precisamente como Cristo, que vino a servir y no a ser servido (cf. Mt 20, 28). Nuestra vida es una vida de servicio, entregada libremente por cada alma confiada a nuestro cuidado, sin excepción. Comprobé esto en vuestro servicio generoso y altruista a vuestra gente, que se manifiesta de modo particular en vuestro anuncio de Jesucristo y en la entrega de vosotros mismos, que renováis cada día. «Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas» (Evangelii gaudium, 167). Con este espíritu de servicio, sed solícitos unos con otros. A través de vuestra colaboración y vuestro apoyo fraterno, fortaleceréis la Iglesia en Corea y en Mongolia, y llegaréis a ser cada vez más eficaces al proclamar a Cristo. Estad cerca de vuestros sacerdotes: sed verdaderos padres que no sólo quieren exhortarlos y corregirlos, sino sobre todo acompañarlos en sus dificultades y alegrías. Acercaos también a los numerosos religiosos y religiosas, cuya consagración enriquece y sostiene cada día la vida de la Iglesia, puesto que ofrecen a la sociedad un signo visible del nuevo cielo y de la nueva tierra (cf. Ap 21, 1-2). Con estos obreros comprometidos en la viña del Señor, junto con todos los fieles laicos, edificad a partir de la herencia de vuestros antepasados y ofreced al Señor un sacrificio digno para hacer más profundas la comunión y la misión de la Iglesia en Corea y en Mongolia. Deseo expresar de modo particular mi aprecio a la comunidad católica en Mongolia por sus esfuerzos en edificar el reino de Dios. Que siga siendo fervorosa en la fe, siempre confiada en que la fuerza santificadora del Espíritu Santo obra en ella como discípula misionera (cf. Evangelii gaudium, 119). Queridos hermanos obispos: Con renovada gratitud por el testimonio duradero de las comunidades cristianas en Corea y en Mongolia, os aseguro mis constantes oraciones y mi cercanía espiritual. Os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y os imparto de buen grado mi bendición apostólica a vosotros y a todos los que han sido confiados a vuestra atención pastoral.
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En una entrevista a Televisa
Dos años de pontificado El Papa Francisco concedió una larga entrevista a Valentina Alazraki, vaticanista de Televisa, el 6 de marzo por la tarde en la Casa Santa Marta. La televisión mexicana comenzó a transmitirla el 12 de marzo por la noche, víspera del inicio del tercer año de pontificado. Durante el diálogo abordó muchos y variados temas: el próximo viaje apostólico a Estados Unidos y la decisión de no visitar en esa ocasión México; el significado de la Virgen en su vida; la inmigración; el problema de la droga; la privacidad de sus llamadas telefónicas y las cartas enviadas a otras personas; el avance en América Latina de los evangélicos y las sectas; su elección al pontificado; su estancia en Santa Marta; la sensación de la brevedad de su pontificado; la puerta abierta por Benedicto XVI al renunciar; su relación con el Papa emérito; la reforma de la Curia; la reforma que parte del cambio del corazón; su es-
Pero le tengo que recordar que fue una monja mexicana la que tuvo una gran intuición. Usted el sábado antes de la elección comió en casa de su amigo, el cardenal Lozano Barragán, y la madre Estela le dijo: «Eminencia, si lo hacen Papa Usted nos invita a comer allá arriba, ¡eh! La madre Estela me dijo así. Bueno y así empezó el cónclave. Los periodistas decían que a lo más yo era un kingmaker que, bueno, un elector, un gran elector, que indicaría a alguno. Y estuve en paz. Empezó la primera votación, el martes a la noche, segunda el miércoles a la mañana, tercera el miércoles antes del almuerzo y. El fenómeno de las votaciones ahí en, siempre, no sólo en el cónclave, en estos grupos, es un fenómeno interesante. Hay candidatos ya, fuertes. Pero mucha gente que no sabe dónde dar el voto. Entonces elige seis, siete, que son los votos depósito. Entonces yo deposito el
saba gracia. Después, en la segunda votación cuando se alcanzaron los dos tercios, siempre se aplaude ¿no? En todos los cónclaves aplauden. Y sí el escrutinio. Y él ahí sí me besó y me dijo: «No te olvides de los pobres». Y eso me empezó a dar vueltas en la cabeza y fue lo que provocó la elección del nombre, después, ¿no? Yo, mientras la votación, rezaba el Rosario, solía rezar los tres Rosarios diarios, tenía mucha paz. Yo diría que hasta inconciencia. Lo mismo cuando se dio la cosa, y para mí ese fue un signo de que Dios quería eso. La paz. Hasta el día de hoy no la he perdido. Pero es algo de adentro, que, como un regalo ¿no? Y después, qué es lo que hice, no sé. Me hicieron parar. Me preguntaron si aceptaba. Dije que sí. No sé si me hicieron jurar algo, no me acuerdo. Estaba en paz. Fui, me cambié la sotana. Y salí y quise primero ir a saludar al cardenal Días, que estaba allá en su silla de ruedas, y después saludé a los cardenales. Después le pedí al vicario de Roma y al cardenal Hummes, por amigo, que me acompañaran. ¡Cosa que no estaba prevista en el protocolo! Ahí empezaron sus problemas con el protocolo, creo. ¿Qué sabía? Yo puse ahí a...
No porque sea lujoso, como algunos dicen, no. No es lujoso. El apartamento no es lujoso. Es grande. Pero esa soledad no la hubiera tolerado. Venir aquí, comer en el comedor, donde está toda la gente, tener la misa esa donde cuatro días a la semana viene gente de afuera, de las parroquias, me da un poquitito de holgura espiritual. Me gusta mucho eso. ¿No se siente solo? No, no, no. En serio que no.
Esa fue la primera de muchas.
tilo de vida sencillo; los pobres en el Evangelio; el Sínodo de la familia; los abusos de menores por parte del clero y su estilo de comunicación. La entrevista completa se puede leer online en: http://www.osservatoreromano.va/es/news/intervista-spagnola A continuación publicamos amplios pasajes de las respuestas del Pontífice relacionadas con el aniversario de su segundo año de pontificado, y las preguntas correspondientes de forma sintética. Esta entrevista cae en el segundo aniversario de su elección. A ver, ¿qué pasó ese día? La cosa fue muy sencilla. Yo me vine con una valijita chica porque hice el cálculo, y dije el Papa no va nunca a asumir en Semana Santa. Por lo tanto yo me puedo venir tranquilamente y estar el Domingo de Ramos en Buenos Aires. Dejé preparada la homilía del Domingo de Ramos sobre mi escritorio y me vine con lo necesario para esos días, aunque pensaba que podía ser un cónclave muy corto ¿no? De todas maneras, me preparé hasta lo más posible por si fuera largo de tal manera que tenía el boleto de vuelta. Lo podía cambiar o adelantar ¿no? Pero tenía asegurado ese. Además no estaba en ninguna lista de papables, gracias a Dios, pero ni se me pasó por la cabeza. En esto quiero ser sincero para evitar cuentos y eso. En las apuestas de Londres creo que estaba en el número 42 o 46. Un conocido mío, por simpatía apostó, ¡y le fue muy bien!
voto en Usted y cuando veo ya quien va se lo doy. [...] ¿Es cierto que en el cónclave anterior había tenido unos cuarenta? ¿Se puede decir? No. Eso dijeron. Sí, bueno, dijeron. Algún cardenal dijo. Bueno, dejémoslo al cardenal. Aunque yo podría decirlo porque ahora yo tengo la autoridad para decirlo. Pero mejor. Dejémoslo que lo haya dicho el cardenal. Pero nada. Realmente, hasta ese mediodía, nada. Y después pasó algo, no sé. En el almuerzo, yo vi algún signo raro, pero. Me preguntan por la salud, esas cosas que... y ya cuando volvimos a la tarde, se cocinó el pastel ¿no? En dos votaciones se acabó todo ¿no? O sea que para mí también fue una sorpresa. ¿Qué me pasó a mí? En la primera votación de la tarde cuando yo vi que ya eso ya podía ser irreversible, lo tenía al lado —y esto lo quiero contar porque hace a la amistad— al cardenal Hummes, que para mí es un grande. A la edad que tiene, es el delegado de la Conferencia episcopal para la Amazonia. Y va allá y se mete y va en barca y va, y va visitando las iglesias, y lo tenía al lado, y ya a la mitad de la primera votación de la tarde —hubo dos, porque hubo una segunda— cuando se vio la cosa, se me acercaba así, me decía: «No te preocupes, así obra el Espíritu Santo». Me cau-
Y fuimos a rezar a la capilla Paulina, mientras el cardenal Tauran anunciaba el nombre. Después salí y yo no sabía lo que iba a decir. Y bueno, de todo lo demás son testigos ustedes. Sentí profundamente que un ministro necesita la bendición de Dios, pero también la de su pueblo. No me atreví a decir que el pueblo me bendijera. Simplemente dije: «Pueblo recen para que Dios, a través suyo, me bendiga». Pero me fue saliendo todo espontáneo. Igual lo de rezar por Benedicto. Decía, no, no sé, no preparé nada. Salió solo. ¿Y le gusta ser Papa? ¡No me disgusta! Porque uno se hubiera imaginado que no le hubiese gustado ser Papa. No, no. Una vez dada la cosa después se hace. ¿Qué es lo que le gusta y qué lo que no le gusta tanto de ser Papa? ¿O le gusta todo? Sí, lo único que me gustaría es poder salir un día, sin que nadie me conociera, e irme a una pizzería a comer una pizza. ¡Eso estaría muy bien! Lo digo como ejemplo. En Buenos Aires yo era muy callejero. Iba, venía por las parroquias, y claro cambiar de hábitos y estar... eso me cuesta un poquito, pero, no, no sé, se arregla, se habitúa. Se encuentra otra manera de callejear: el teléfono... ¿Le gusta estar aquí en Santa Marta? Es simplemente porque hay gente. Yo allá solo, no hubiera soportado.
¿Por qué tenemos la sensación de que Usted, por un lado, es como si tuviera prisa, en su forma de actuar?, y por otra, ¿por qué como que parecería que viera su Pontificado a breve plazo? Yo tengo la sensación que mi Pontificado va a ser breve. Cuatro o cinco años. No sé, o dos, tres. Bueno dos ya pasaron. Es como una sensación un poco vaga. Le digo, capaz que no. Por ahí es como la psicología del que juega y entonces cree que va a perder para no desilusionarse después. Y si gana está contento ¿no? No sé qué es. Pero tengo la sensación que el Señor me pone para una cosa breve, nomás y... Pero es una sensación. Por eso tengo siempre la posibilidad abierta ¿no? Y Usted nos ha dicho también que seguiría el ejemplo del Papa Benedicto... Bueno, hubo algunos cardenales en el pre cónclave, en las Congregaciones Generales, que se plantearon el problema teológico, muy interesante, muy rico ¿no? Yo creo que lo que hizo el Papa Benedicto fue abrir una puerta. Hace setenta años, no existían los obispos eméritos. Y hoy tenemos mil cuatrocientos. O sea se llegó a la idea de que un hombre después de los 75, alrededor de esa edad, no puede llevar el peso de una Iglesia particular. En general. Creo que, lo que hizo Benedicto con mucha valentía fue abrir la puerta de los Papas eméritos. A Benedicto no hay que considerarlo como una excepción. Sino como una Institución. Por ahí sea el único en mucho tiempo, por ahí no sea el único. Pero es una puerta abierta institucional. Hoy día el Papa emérito no es una cosa rara, sino que se abrió la puerta, que pueda existir esto.
L’OSSERVATORE ROMANO
número 12, viernes 20 de marzo de 2015
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Durante la celebración penitencial en la basílica vaticana el Papa Francisco anuncia el año santo de la misericordia
El gran perdón
«He pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual; y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año santo de la misericordia». Lo anunció el Papa Francisco el viernes 13 de marzo, por la tarde, segundo aniversario de su elección al Pontificado, durante la celebración penitencial que presidió en la basílica de San Pedro. También este año, en vísperas del cuarto domingo de Cuaresma, nos hemos reunido para celebrar la liturgia penitencial. Estamos unidos a muchos cristianos que hoy, en todas las partes del mundo, han acogido la invitación de vivir este momento como signo de la bondad del Señor. El sacramento de la Reconciliación, en efecto, nos permite acercarnos con confianza al Padre para tener la certeza de su perdón. Él es verdaderamente «rico en misericordia» y la extiende en abundancia sobre quienes recurren a Él con corazón sincero.
Estar aquí para experimentar su amor, en cualquier caso, es ante todo fruto de su gracia. Como nos ha recordado el apóstol Pablo, Dios nunca deja de mostrar la riqueza de su misericordia a lo largo de los siglos. La transformación del corazón que nos lleva a confesar nuestros pecados es «don de Dios». Nosotros solos no podemos. Poder confesar nuestros pecados es un don de Dios, es un regalo, es «obra suya» (cf. Ef 2, 8-10). Ser tocados con ternura por su mano y plasmados por su gracia nos permite, por lo tanto, acercarnos al sacerdote sin temor por nuestras culpas, pero con la certeza de ser acogidos por él en nombre de Dios y comprendidos a pesar de nuestras miserias; e incluso sin tener un abogado defensor: tenemos sólo uno, que dio su vida por nuestros pecados. Es Él quien, con el Padre, nos defiende siempre. Al salir del confesionario, percibiremos su fuerza que nos vuelve a dar la vida y restituye el entusiasmo de la fe. Después de la confesión renacemos. El Evangelio que hemos escuchado (cf. Lc 7, 36-50) nos abre un camino de
esta mujer habla de amor y expresa su deseo de tener una certeza indestructible en su vida: la de haber sido perdonada. ¡Esta es una certeza hermosísima! Y Jesús le da esta certeza: acogiéndola le demuestra el amor de Dios por ella, precisamente por ella, una pecadora pública. El amor y el perdón son simultáneos: Dios le perdona mucho, le perdona todo, porque «ha amado mucho» (Lc 7, 47); y ella adora a Jesús porque percibe que en Él hay misericordia y no condena. Siente que Jesús la comprende con amor, a ella, que es una pecadora. Gracias a Jesús, Dios carga sobre sí sus muchos pecados, ya no los recuerda (cf. Is 43, 25). Porque también esto es verdad: cuando Dios perdona, olvida. ¡Es grande el perdón de Dios! Para ella ahora comienza un nuevo período; renace en el amor a una vida nueva. Esta mujer encontró verdaderamente al Señor. En el silencio, le abrió su corazón; en el dolor, le mostró el arrepentimiento por sus pecados; con su llanto, hizo un llamamiento a la bondad divina para recibir el perdón. Para ella no habrá ningún juicio si no el que viene de Dios, y Al salir del confesionario, percibiremos este es el juicio de la misericordia. El protasu fuerza que nos vuelve a dar la vida gonista de este eny restituye el entusiasmo de la fe. cuentro es ciertamente Después de la confesión renacemos el amor, la misericordia que va más allá de la justicia. Simón, el dueño de casa, el fariseo, esperanza y de consuelo. Es bueno percibir sobre nosotros la mirada compasi- al contrario, no logra encontrar el cava de Jesús, así como la percibió la mu- mino del amor. Todo está calculado, tojer pecadora en la casa del fariseo. En do pensado... Él permanece inmóvil en este pasaje vuelven con insistencia dos el umbral de la formalidad. Es algo feo el amor formal, no se entiende. No es palabras: amor y juicio. capaz de dar el paso sucesivo para ir al Está el amor de la mujer pecadora encuentro de Jesús que le trae la salvaque se humilla ante el Señor; pero an- ción. Simón se limitó a invitar a Jesús a tes aún está el amor misericordioso de comer, pero no lo acogió verdaderaJesús por ella, que la impulsa a acercar- mente. En sus pensamientos invoca sóse. Su llanto de arrepentimiento y de lo la justicia y obrando así se equivoca. alegría lava los pies del Maestro, y sus Su juicio acerca de la mujer lo aleja de cabellos los secan con gratitud; los be- la verdad y no le permite ni siquiera sos son expresión de su afecto puro; y comprender quién es su huésped. Se el ungüento perfumado que derrama detuvo en la superficie —en la formaliabundantemente atestigua lo valioso dad—, no fue capaz de mirar al coraque es Él ante sus ojos. Cada gesto de zón. Ante la parábola de Jesús y la pre-
gunta sobre cuál de los servidores había amado más, el fariseo respondió correctamente: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Y Jesús no deja de hacerle notar: «Has juzgado rectamente» (Lc 7, 43). Sólo cuando el juicio de Simón se dirige al amor, entonces él está en lo correcto. La llamada de Jesús nos impulsa a cada uno de nosotros a no detenerse jamás en la superficie de las cosas, sobre todo cuando estamos ante una persona. Estamos llamados a mirar más allá, a centrarnos en el corazón para ver de cuánta generosidad es capaz cada uno. Nadie puede ser excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino para acceder a ella y la Iglesia es la casa que acoge a todos y no rechaza a nadie. Sus puertas permanecen abiertas de par en par, para que quienes son tocados por la gracia puedan encontrar la certeza del perdón. Cuanto más grande es el pecado, mayor debe ser el amor que la Iglesia expresa hacia quienes se convierten. ¡Con cuánto amor nos mira Jesús! ¡Con cuánto amor cura nuestro corazón pecador! Jamás se asusta de nuestros pecados. Pensemos en el hijo pródigo que, cuando decidió volver al padre, pensaba hacerle un discurso, pero el padre no lo dejó hablar, lo abrazó (cf. Lc 15, 17-24). Así es Jesús con nosotros. «Padre, tengo muchos peca-
dos...». —«Pero Él estará contento si tú vas: ¡te abrazará con mucho amor! No tengas miedo». Queridos hermanos y hermanas, he pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual; y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de
vivo de la misericordia del Padre. Encomiendo la organización de este Jubileo al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, para que pueda animarlo como una nueva etapa del camino de la Iglesia en su misión de llevar a cada persona el Evangelio de la misericordia. Estoy convencido de que toda la Iglesia, que tiene una gran necesidad de recibir misericordia, porque somos pecadores, podrá encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer Cuanto más grande es el pecado, mayor debe ser fecunda la misericordia de Dios, con el amor que la Iglesia expresa hacia quienes se la cual todos estaconvierten. ¡Con cuánto amor nos mira Jesús! mos llamados a dar ¡Con cuánto amor cura nuestro corazón pecador! consuelo a cada hombre y a cada mujer de nuestro Dios. Será un Año santo de la miseri- tiempo. No olvidemos que Dios perdocordia. Lo queremos vivir a la luz de la na todo, y Dios perdona siempre. No Palabra del Señor: «Sed misericordio- nos cansemos de pedir perdón. Encosos como el Padre» (cf. Lc 6, 36). Esto mendemos desde ahora este Año a la especialmente para los confesores: ¡mu- Madre de la misericordia, para que dicha misericordia! rija su mirada sobre nosotros y vele soEste Año santo iniciará con la próxi- bre nuestro camino: nuestro camino pema solemnidad de la Inmaculada Con- nitencial, nuestro camino con el coracepción y se concluirá el 20 de noviem- zón abierto, durante un año, para recibre de 2016, domingo de Nuestro Se- bir la indulgencia de Dios, para recibir ñor Jesucristo Rey del universo y rostro la misericordia de Dios.
En el 50° aniversario de la clausura del Vaticano El Papa Francisco anunció el 13 de marzo de 2015, en la basílica de San Pedro, la celebración de un Año santo extraordinario. Este Jubileo de la misericordia se iniciará el presente año con la apertura de la Puerta santa en la basílica vaticana durante la solem-
Tiempo de misericordia La basílica de San Pedro como un gran «hospital de campaña». En cada rincón muchos sacerdotes y penitentes. Algunos de rodillas, otros sentados, otros de pie, decenas de fieles recibiendo la «medicina» de la misericordia. No es un medicamento, sino mucho más, porque tiene el poder de curar al instante las heridas del alma. Y el pecado no hace distinción de personas: es por ello que en la basílica había gente de toda raza, lengua, cultura y procedencia geográfica. Uno junto al otro, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, consagrados, laicos, sacerdotes, esperando recibir el perdón a través del sacramento de la penitencia. No podía darse mejor ocasión para anunciar un año de gracia, un jubileo extraordinario, un Año santo bajo el signo de la misericordia. Como lo hizo el Papa Francisco el viernes por la tarde, 13 de marzo, al presidir la celebración penitencial. Una sorpresa que dejó asombrados, contentos, conmovidos, y que que fue acogida con un estruendoso aplauso. Será un tiempo de misericordia el que iniciará el 8 de diciembre próximo, solemnidad de la Inmaculada, 50° aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Cristo Rey del Universo. El anuncio oficial y solemne tendrá lugar con la lectura y la publicación junto a la Puerta santa de la Bula en la fiesta de la divina misericordia, el primer domingo después de Pascua. Un tiempo de gracia que en cierto modo ya inició y
que para cada cristiano inicia todas las veces que el perdón de Dios reconcilia el corazón a través de la absolución sacramental. No pasó desapercibido, por lo demás, que el primero en arrodillarse ante un confesor haya sido el Papa Francisco mismo. Sobre el escalón del confesionario de madera, el Pontífice se arrodilló para confesarse con uno de los frailes menores conventuales que pasa horas enteras en la basílica para acoger a los penitentes. No es la primera vez que el Pontífice se confiesa en público: ya lo hizo el año pasado, en la misma ocasión. Como entonces, esta escena quedó grabada en los ojos de quienes participaban en el rito, con el cual se inició también las «24 horas para el Señor», la iniciativa del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, que se ocupará también de la organización del Jubileo extraordinario. Tras recibir la absolución, el Papa Francisco se sentó en un confesionario y confesó a ocho penitentes: un joven, un anciano, una madre de familia, dos voluntarios, una religiosa, un sacerdote y un hombre. Confesaron a los fieles cuarenta y ocho sacerdotes, entre los cuales los penitenciarios de las cuatro basílicas papales. Al ver las largas filas de fieles hacía recordar las palabras que Jesús confió a la hermana Faustina Kowalska, la santa de la misericordia: «Ora a fin de que las almas no tengan miedo de venir a este tribunal, que es el de mi misericordia».
II
nidad de la Inmaculada Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016 con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. El Santo Padre, al inicio del año, exclamó: «Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Este es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!». El anuncio se realizó en el segundo aniversario de la elección del Papa Francisco, durante la homilía de la celebración penitencial con la que el Santo Padre ha dado inicio a las «24 horas para el Señor», iniciativa propuesta por el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización para promover en todo el mundo la apertura extraordinaria de las iglesias y favorecer la celebración del sacramento de la Reconciliación. El tema de este año ha sido tomado de la carta de San Pablo a los Efesios: «Dios rico en misericordia» (Ef 2, 4). La apertura del próximo Jubileo adquiere un significado especial ya que tendrá lugar en el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, ocurrida en 1965. Será, por tanto, un impulso para que la Iglesia continúe la obra iniciada con el Vaticano II. Durante el Jubileo las lecturas para los domingos del tiempo ordinario serán tomadas del Evangelio de Lucas, conocido como «el evangelista de la misericordia». Dante Aligheri lo definía «scriba mansuetudinis Christi», «narrador de la mansedumbre de Cristo». Son bien conocidas las parábolas de la misericordia presentes en este Evangelio: la oveja perdida, la moneda extraviada, el padre misericordioso. El anuncio oficial y solemne del Año santo tendrá lugar con la lectura y publicación junto a la Puerta santa de la bula, el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por san SIGUE EN LA PÁGINA 8
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En el quincuagésimo aniversario de la clausura del Vaticano II VIENE DE LA PÁGINA 6
Juan Pablo II que se celebra el domingo siguiente a la Pascua. Antiguamente, para los hebreos el jubileo era un año declarado santo, que recurría cada 50 años, y durante el cual se debía restituir la igualdad a todos los hijos de Israel, ofreciendo nuevas posibilidades a las familias que habían perdido sus propiedades e incluso la libertad personal. A los ricos, en cambio, el año jubilar les recordaba que llegaría el tiempo en el que los esclavos israelitas, llegados a ser nuevamente iguales a ellos, podrían reivindicar sus derechos. «La justicia, según la ley de Israel, consistía sobre todo en la protección de los débiles» (San Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente 13). La Iglesia católica inició la tradición del Año santo con el Papa Bonifacio VIII, en el año 1300. Este Pontífice previó la realización de un jubileo cada siglo. Desde el año 1475 —para permitir a cada generación vivir al menos un Año santo— el jubileo ordinario comenzó a espaciarse al ritmo de cada 25 años. Un jubileo extraordinario, en cambio, se proclama con ocasión de un acontecimiento de particular importancia. Los Años santos ordinarios celebrados hasta hoy han sido 26. El último fue el Jubileo del año 2000. La costumbre de proclamar años santos extraordinarios se remonta al siglo XVI. Los últimos de ellos, celebrados el siglo pasado, fueron el de 1933, proclamado por Pío XI con motivo del XIX centenario de la Redención, y el de 1983, proclamado por Juan Pablo II por los 1950 años de la Redención. La Iglesia católica ha dado al jubileo hebreo un significado más es-
piritual. Consiste en un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y en la posibilidad de renovar la relación con Dios y con el prójimo. De este modo, el Año santo es siempre una oportunidad para profundizar la fe y vivir con un compromiso renovado el testimonio cristiano. Con el Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco pone al centro de la atención el Dios misericordioso que invita a todos a volver hacia Él. El encuentro con Él inspira la virtud de la misericordia. El rito inicial del jubileo es la apertura de la Puerta santa. Se trata de una puerta que se abre solamente durante el Año santo, mientas el resto de años permanece sellada. Tienen una Puerta santa las cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Ex-
tramuros y Santa María Mayor. El rito de la apertura expresa simbólicamente el concepto que, durante el tiempo jubilar, se ofrece a los fieles una «vía extraordinaria» hacia la salvación. Luego de la apertura de la Puerta santa en la basílica de San Pedro, serán abiertas sucesivamente las puertas de las otras basílicas mayores. La misericordia es un tema muy sentido por el Papa Francisco quien ya como obispo había escogido como lema propio «miserando atque eligendo». Se trata de una cita tomada de las homilías de san Beda el venerable, el cual, comentando el episodio evangélico de la vocación de San Mateo, escribe: «Vidit ergo lesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi Sequere me» (Vio Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eli-
La fiesta del abrazo VIENE DE LA PÁGINA 3
Dios para pedir perdón, es «tierra sagrada», y también yo, que debo perdonarlo en nombre de Dios, puedo hacer cosas más feas que las que ha hecho él. Cada fiel penitente que se acerca al confesionario es «tierra sagrada», tierra sagrada que hay que «cultivar» con dedicación, cuidado y atención pastoral. Queridos hermanos: Os deseo que aprovechéis el tiempo cuaresmal para la conversión personal y para dedicaros generosamente a escuchar las confesiones, de modo que el pueblo de Dios pueda llegar purificado a la fiesta de la Pascua, que representa la victoria definitiva de la Misericordia divina sobre todo el mal del mundo. Encomendémonos a la intercesión de María, Madre de la Misericordia y Refugio de los pecadores. Ella sabe cómo ayudarnos a nosotros, pecadores. A mí me gusta mucho leer las historias de san Alfonso María de Ligorio y los diversos capítulos de su libro «Las glorias de María». Esas historias de la Virgen, que siempre es el refugio de los pecadores y busca el camino para que el Señor perdone todo. Que ella nos enseñe este arte. Os bendigo de corazón y, por favor, os pido que recéis por mí. Gracias.
Lo que cambia al mundo VIENE DE LA PÁGINA 1
gelus cuando el Papa Francisco decía con sencillez: «Misericordia. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo». No es casualidad que el anuncio del Jubileo se haya dado precisamente durante una celebración penitencial. El Papa Francisco, hablando de la misericordia, indicó también el primer lugar en el que cada uno puede experimentar directamente el amor de Dios que perdona: la confesión. La imagen del Papa arrodillado ante el confesor sigue siendo el lenguaje más expresivo para hacer que se vuelva a descubrir la belleza de este sacramento, olvidado desde hace demasiado tiempo. Las palabras del Papa Francisco en su primer Ángelus vuelven hoy con toda su fuerza profética: «No olvidemos esta palabra: Dios jamás se cansa de perdonarnos, nunca... nosotros nos cansamos, nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar». Muchos fieles en estos dos años se acercaron de nuevo al confesonario, después de muchos años, precisamente porque
quedaron impactados por esta invitación del Papa. Celebrar este sacramento, por lo tanto, es el inicio de un camino de caridad y solidaridad. La misericordia, en efecto, tiene un rostro: es el encuentro con Cristo que pide ser reconocido en los hermanos. Reexaminar las obras de misericordia, por lo tanto, será un itinerario obligatorio durante el próximo Jubileo. La apertura de la Puerta santa tendrá lugar en la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Tampoco esta fecha es una elección casual. Hace 50 años, ante esa misma puerta se concluía el Concilio Vaticano II. Abriendo la Puerta santa es como si el Papa Francisco quisiera hacer que todos revivieran la intensidad de aquellos cuatro años de trabajos conciliares que hicieron comprender a la Iglesia la exigencia de salir de nuevo hacia el mundo. El Vaticano II, en efecto, pedía a la Iglesia hablar de Dios a un mundo cambiado, con un lenguaje nuevo, eficaz, poniendo en el centro a Jesucristo y el testimonio de vida. ¿Qué palabra más expresiva podía esperar el mundo de parte de la
Iglesia si no la de la misericordia? Y precisamente en la Gaudium et spes, donde los padres afrontaban el tema de la ayuda que la Iglesia podía ofrecer a la sociedad, se insistía en que ella «puede crear, mejor dicho, debe crear, obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de misericordia» (Gs 42). Antes de cualquier intervención de orden político, económico y social, la Iglesia ofrece su nota distintiva: ser un signo eficaz de la misericordia de Dios. El Papa Francisco, al anunciar un Año santo extraordinario, que ponga en el centro la misericordia, destaca la senda que hace cincuenta años había sido indicada por los Padres conciliares y confirma a la Iglesia en el incansable camino de la nueva evangelización. La misericordia será en este Año la protagonista de la vida de la Iglesia para consentir que todos participen en la grandeza del corazón paterno de Dios que ha querido revelarse y darse a conocer como «rico en misericordia y grande en el amor».
gió, le dijo: Sígueme). Esta homilía es un homenaje a la misericordia divina. Una traducción del lema podría ser: «Con ojos de misericordia». En el primer Ángelus después de su elección, el Santo Padre decía que: «Al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia» (Ángelus del 17 de marzo de 2013). También este año, en el Ángelus del 11 de enero, manifestó: «Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Este es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!». Y en el mensaje para la Cuaresma del 2015, el Santo Padre escribe: «Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia». En el texto de la edición española de la exhortación apostólica Evangelii gaudium el término misericordia aparece 29 veces. El Papa Francisco ha confiado al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización la organización del Jubileo de la Misericordia.
Lista de los años jubilares con los respectivos Papas: 1300: Bonifacio VIII 1350: Clemente VI 1390: proclamado por Urbano VI, presidido por Bonifacio IX 1400: segundo jubileo de Bonifacio IX 1423: Martín V 1450: Nicolás V 1475: proclamado por Pablo II, presidido por Sixto IV 1500: Alejandro VI 1525: Clemente VII 1550: proclamado por Pablo III, presidido por Julio III 1575: Gregorio XIII 1600: Clemente VIII 1625: Urbano VIII 1650: Inocencio X 1675: Clemente X 1700: Abierto por Inocencio XII, concluido por Clemente XI 1725: Benedicto XIII 1750: Benedicto XIV 1775: proclamado por Clemente XIV, presidido por Pío VI 1825: León XII 1875: Pío IX 1900: León XIII 1925: Pío XI 1933: Pío XI 1950: Pío XII 1975: Pablo VI 1983: Juan Pablo II 2000: Juan Pablo II 2015: Francisco En los años 1800 y 1850 no hubo jubileo a causa de las circunstancias políticas de la época.
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La misa en Santa Marta Cómo se cambia Nosotros somos el «sueño de Dios» que, enamorado de verdad, quiere «cambiar nuestra vida». Precisamente por amor. Sólo nos pide tener fe para dejarlo obrar. Y así, «sólo podemos llorar de alegría» ante un Dios que nos «re-crea», dijo el Papa Francisco en la misa celebrada el lunes 16 de marzo, en la capilla de la Casa Santa Marta. En la primera lectura, tomada de Isaías (65, 17-21) «el Señor nos dice que crea cielos nuevos y tierra nueva, es decir, “re-crea” las cosas», destacó el Papa Francisco, al recordar también que «muchas veces hemos hablado de estas “dos creaciones” de Dios: la primera, la que se hizo en seis días, y la segunda, cuando el Señor “rehace” el mundo, arruinado por el pecado, en Jesucristo». Y, destacó, «hemos dicho muchas veces que esta segunda es más maravillosa que la primera». En efecto, explicó el Papa, «la primera ya es una creación maravillosa; pero la segunda, en Cristo, es aún más maravillosa». En la meditación, sin embargo, el Papa Francisco eligió detenerse «en otro aspecto», a partir precisamente del pasaje de Isaías en el cual, explicó, «el Señor habla de lo que hará: un cielo nuevo, una tierra nueva». Y «encontramos que el Señor tiene mucho entusiasmo: habla de alegría y dice una palabra: “Me regocijaré con mi pueblo”». En esencia, «el Señor piensa en lo que hará, piensa que Él, Él mismo gozará de la alegría con su pueblo». Así «es como si fuese un “sueño” del Señor, como si el Señor “soñase” acerca de nosotros: cuán hermoso será cuando estemos todos juntos, cuando nos encontraremos allá o cuando esa persona, la otra o la otra caminará...». Precisando aún más su razonamiento, el Papa Francisco recurrió a «una metáfora que nos pueda hacer comprender: es como si una joven con su novio o el joven con su novia pensase: cuando estaremos juntos, cuando nos casemos...». He aquí, precisamente, «el “sueño” de Dios: Dios piensa en cada uno de nosotros, nos quiere mucho, sueña con nosotros, sueña con la alegría de la que gozará con nosotros». Y es precisamente «por esto que el Señor quiere “re-crearnos”, hacer de nuevo nuestro corazón, “re-crear” nuestro corazón para hacer triunfar la alegría». Todo esto condujo al Papa a sugerir alguna pregunta: «¿Habéis pensado alguna vez: el Señor sueña conmigo, piensa en mí, yo estoy en la mente, en el corazón del Señor, el Señor es capaz de cambiarme la vida?». Isaías, añadió el Papa Francisco, nos dice también que el Señor «hace muchos proyectos: construiremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos: todos esos proyectos típicos de un enamorado». Por lo demás, «el Señor se manifiesta enamorado de su pueblo» llegando incluso a decir: «Pero yo no te elegí porque tú eres el más fuerte, el más grande, el más poderoso; sino que te elegí porque tú eres el más
pequeño de todos». Es más, «se podría decir: el más miserable de todos. Pero te elegí así, y esto es el amor». «De allí —afirmó el Papa— este continuo querer del Señor, este deseo suyo de cambiar nuestra vida. Y nosotros podemos decir, si escuchamos esta invitación del Señor: “Cambiaste mi luto en danzas”», o sea las palabras «que rezamos» en el Salmo 29. «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» dice también el Salmo, reconociendo de este modo que el Señor «es capaz de cambiarnos, por amor: está enamorado de nosotros». «Creo que no existe un teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar», destacó el Papa Francisco. Porque «sobre esto sólo se puede reflexionar, sentir y llorar de alegría: el Señor nos puede cambiar». A este punto surge espontáneo preguntarse: ¿qué debo hacer? La respuesta es clara: «Creer, creer que el Señor puede cambiarme, que Él puede». Exactamente lo que hizo con el funcionario del rey que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún, como relata san Juan en su Evangelio (4, 43-54). Ese hombre, se lee, a Jesús le «pedía que bajase a curar a su hijo, porque estaba por morir». Y Jesús le respondió: «Anda, tu hijo vive». Así, pues, ese padre «creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino: creyó, creyó que Jesús tenía el poder de curar a su niño. Y tuvo razón». «La fe —explicó el Papa Francisco— es dejar espacio a este amor de Dios; es dejar espacio al poder, al poder de Dios, al poder de alguien que me ama, que está enamorado de mí y desea la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es dejar espacio al Señor para que venga y me cambie». El Papa concluyó con una significativa anotación: «Es curioso: este fue el segundo milagro que hizo Jesús. Y lo hizo en el mismo sitio que había hecho el primero, en Caná de Galilea». En el pasaje del Evangelio de hoy se lee: «Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino». De nuevo «en Caná de Galilea cambia incluso la muerte de este niño en vida». De verdad, dijo el Papa Francisco, «el Señor puede cambiarnos, quiere cambiarnos, ama cambiarnos. Y esto, por amor». A nosotros, concluyó,
«sólo nos pide nuestra fe: es decir, dejar espacio a su amor para que pueda obrar y realizar un cambio de vida en nosotros».
No cerréis esa puerta La Cuaresma es tiempo propicio para pedir al Señor, «para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia», la «conversión a la misericordia de Jesús». Demasiadas veces, en efecto, los cristianos «son especialistas en cerrar las puertas a las personas» que, debilitadas por la vida y por sus errores, estarían, en cambio, dispuestas a recomenzar, «personas a las cuales el Espíritu Santo mueve el corazón para seguir adelante». La ley del amor está en el centro de la reflexión que el Papa Francisco desarrolló, el martes 17 de marzo, por la mañana, en Santa Marta, a partir de la liturgia del día. Una Palabra de Dios que parte de una imagen: «el agua que cura». En la primera lectura el profeta Ezequiel (47, 1-9.12) habla, en efecto, del agua que brota del templo, «un agua bendecida, el agua de Dios, abundante como la gracia de Dios: abundante siempre». El Señor, en efecto, explicó el Papa, es generoso «al dar su amor, al sanar nuestras llagas». El agua está presente también en el Evangelio de san Juan (5, 1-16) donde se narra acerca de una piscina —«llamada en hebreo Betesda»— caracterizada por «cinco soportales, bajo los cuales estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos». En ese sitio, en efecto, «había una tradición» según la cual «de vez en cuando bajaba del cielo un ángel» a mover las aguas, y los enfermos «que se tiraban allí» en ese momento «quedaban curados». Por ello, explicó el Pontífice, «había tanta gente». Y, así, se encontraba también en ese sitio «un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años». Estaba allí esperando y Jesús le preguntó: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua, cuando viene el ángel. Para cuando llego yo,
otro se se me ha adelantado». Es decir, quien se presenta a Jesús es «un hombre derrotado» que «había perdido la esperanza». Enfermo, pero —destacó el Papa Francisco— «no sólo paralítico»: estaba enfermo de «otra enfermedad muy mala», la acedia. «Es la acedia la que hacía que estuviese triste, que sea perezoso», destacó. Otra persona, en efecto, hubiese «buscado el camino para llegar a tiempo, como el ciego en Jericó, que gritaba, gritaba, y querían hacerle callar y gritaba más fuerte: encontró el camino». Pero él, postrado por la enfermedad desde hacía treinta y ocho años, «no tenía ganas de curarse», no tenía «fuerzas». Al mismo tiempo, tenía «amargura en el alma: “Pero el otro llega antes que yo y a mí me dejan a un lado”». Y tenía «también un poco de resentimiento». Era «de verdad un alma triste, derrotada, derrotada por la vida». «Jesús tiene misericordia» de este hombre y lo invita: «Levántate. Levántate, acabemos esta historia; toma tu camilla y echa a andar». El Papa Francisco describió la siguiente escena: «Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Pero estaba tan enfermo que no lograba creer y tal vez caminaba un poco dudoso con su camilla sobre los hombros». A este punto entraron en juego otros personajes: «Era sábado, ¿qué encontró ese hombre? A los doctores de la ley», quienes le preguntaron: «¿Por qué llevas esto? No se puede, hoy es sábado». Y el hombre respondió: «¿Sabes? Estoy curado». Y añadió: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla”». Sucede, por lo tanto, un hecho extraño: «esta gente en lugar de alegrarse, de decir: “¡Qué bien! ¡Felicidades!”», se pregunta: «¿Quién es este hombre?». Los doctores comienzan «una investigación» y discuten: «Veamos lo que sucedió aquí, pero la ley... Debemos custodiar la ley». El hombre, por su parte, sigue caminando con su camilla, «pero un poco triste». Comentó el Papa: «Soy malo, pero algunas veces pienso qué hubiese sucedido si este hombre hubiese dado un buen cheque a esos doctores. Hubiesen dicho: “Sigue adelante, sí, sí, por esta vez sigue adelante”». Continuando con la lectura del Evangelio, tenemos a Jesús que «encuentra a este hombre más tarde y le dice: “Mira, has quedado sano, pero no vuelvas atrás —es decir, no peques más— para que no te suceda algo peor. Sigue adelante, sigue caminando hacia adelante”». Y el hombre fue a los doctores de la ley para decir: «La persona, el hombre que me curó se llama Jesús. Es Aquel». Y se lee: «Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado». De nuevo comentó el Papa Francisco: «Porque hacía el bien también el sábado, y no se podía hacer». Esta historia, dijo el Papa actualizando su reflexión, «se repite muchas veces en la vida: un hombre —una mujer— que se siente enfermo SIGUE EN LA PÁGINA 11
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viernes 20 de marzo de 2015, número 12
COMUNICACIONES Colegio episcopal RENUNCIA: El Papa ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la archidiócesis de Fort de France (Martinica, Antillas francesas) que monseñor MICHEL MÉRANVILLE le había presentado en conformidad con el canon 401 § 1 del Código de derecho canónico. Michel Méranville nació en Vauclin, archidiócesis de Fort de France, el 4 de febrero de 1936. Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de diciembre de 1959. Benedicto XVI le nombró arzobispo de Fort de France el 14 de noviembre de 2003; recibió la ordenación episcopal el 18 de abril de 2004. EL PAPA
HA NOMBRAD O:
—Arzobispo de Fort de France (Martinica, Antillas francesas) al padre DAVID MACAIRE, O.P. David Macaire, O.P., nació en Hexagonale, Francia, el 20 de octubre de 1969. Ingresó en la Orden de Frailes Predicadores (dominicos), donde recibió la ordenación sacerdotal el 23 de junio de 2001. Se licenció en teología y en derecho canónico en Francia. Desempeñó su ministerio como profesor de teología en el seminario mayor de Burdeos, formador de los estudiantes dominicos, miembro del consejo presbiteral de Burdeos, superior de una comunidad dominica y miembro del consejo provincial de su Orden religiosa. —Arzobispo de Maribor (Eslovenia) al padre ALOJZIJ CVIKL, S.J. Alojzij Cvikl, S.J., nació en Celje el 19 de junio de 1955. Se licenció en pedagogía y ciencias sociales en Bruselas. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de julio de 1983. Ha sido vicario parroquial, párroco, superior provincial de los jesuitas en Eslovenia, presidente de la Conferencia de superiores mayores de su país, rector del Pontificio Colegio ruso de Roma y ecónomo de la archidiócesis de Maribor. —Obispo de San Diego (Estados Unidos) a monseñor ROBERT WALTER MCELROY, hasta ahora obispo titular de Gemelle di Bizacena y auxiliar de San Francisco. Robert Walter McElroy nació en San Francisco, California, el 5 de febrero de 1954. Recibió la ordenación sacerdotal el 12 de abril de 1980. Benedicto XVI le nombró obispo titular de Gemelle di Bizacena y auxiliar de San Francisco el 6 de julio de 2010; recibió la ordenación episcopal el 7 de septiembre sucesivo.
—Obispo de Spokane (Estados Unidos) a monseñor THOMAS ANTHONY DALY, hasta ahora obispo titular de Tabalta y auxiliar de San José en California. Thomas Anthony Daly nació en San Francisco, California, el 30 de abril de 1960. Recibió la ordenación sacerdotal el 9 de mayo de 1987. Benedicto XVI le nombró obispo titular de Tabalta y auxiliar de San José en California el 16 de marzo de 2011; recibió la ordenación episcopal el 25 de mayo sucesivo.
Sínodo de los obispos El Santo Padre ha nombrado consultores de la Secretaría general del Sínodo de los obispos a las siguientes personas: monseñor LLUÍS CLAVELL, miembro ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino; GIUSEPPE BONFRATE, docente en la facultad de teología de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; MAURIZIO GRONCHI, profesor ordinario de teología dogmática en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma; MICHELE GIULIO MASCIARELLI, profesor de teología dogmática en la Facultad Marianum de Roma y de teología fundamental en el Instituto teológico Abruzzese Molisano de Chieti; PETER PAUL SALDANHA, profesor de eclesiología en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma; DARIO VITALI, profesor de eclesiología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; AIMABLE MUSONI, S.D.B., profesor de teología sistemática, eclesiología y ecumenismo en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma; padre FRANÇOIS XAVIER DUMORTIER, S.J., rector magnífico de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; GEORGES RUYSSEN, S.J., profesor de derecho canónico en el Pontificio Instituto oriental de Roma; SABATINO MAJORANO, C.SS.R., profesor de teología moral sistemática en la Academia Alfonsiana de Roma; MANUEL JESÚS ARROBA CONDE, C.M.F., director del Instituto «Utriusque iuris» en la Pontificia Universidad Lateranense; JOSÉ GRANAD OS, D.C.J.M., subdirector del Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia, profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Audiencias pontificias EL SANTO PADRE EN AUDIENCIA:
A los obispos de la Conferencia episcopal de Bosnia y Herzegovina, en visita «ad limina Apostolorum»:
HA RECIBID O
Jueves 12 de marzo —A monseñor Girolamo Prigione, arzobispo titular de Lauriaco, nuncio apostólico.
—Cardenal Vinko Puljic, arzobispo de Vrhbosna, Sarajevo, con el auxiliar: monseñor Pero Sudar, obispo titular de Selja.
—A monseñor Andrés Carrascosa Coso, arzobispo titular de Elo, nuncio apostólico en Panamá.
—Monseñor Franjo Komarica, obispo de Banja Luka, con el auxiliar: monseñor Marko Senren, obispo titular de Abaradira.
A los obispos de la Conferencia episcopal de Corea, en visita «ad limina Apostolorum»:
—Monseñor Ratko Peric, obispo de Mostar-Duvno, administrador apostólico de Trebinje y Mrkan.
—Monseñor Matthias Ri Ionghoon, obispo de Suwon, con el auxiliar: monseñor Linus Lee Seonghyo, obispo titular de Torre di Tamalleno.
—Monseñor Tomo Vuksic, Ordinario militar.
—Monseñor Peter Lee Ki-heon, obispo de Uijeongbu, con el obispo emérito: monseñor Joseph Lee Han-taek, S.J. —Monseñor Jacobus Kim Seok,, obispo de Wonju.
Ji-
—Monseñor Thaddeus Cho Hwan-kil, arzobispo de Daegu. —Monseñor John Chrisostom Kwon Hyeok-ju, obispo de Andong. —Monseñor Paul Hwang Chulsoo, obispo de Busan, con el auxiliar: monseñor Joseph Son Samseok, obispo titular de Fessei. —Monseñor Gabriel Chang Bong-hun, obispo de Cheongju. —Monseñor Francis Xavier Ahn Myong-ok, obispo de Masan, con el obispo emérito: monseñor Michael Pak Jeong-il. —Monseñor Francis Xavier Yu Soo-il, O.F.M., Ordinario militar. —Monseñor Wenceslao S. Padilla, obispo titular de Tharros, prefecto apostólico de Ulaanbaatar (Mongolia).
C.I.C.M.,
Sábado, día 14 —Cardenal Marc Ouellet, P.S.S., prefecto de la Congregación para los obispos. —Monseñor Orlando Antonini, arzobispo titular de Formia, nuncio apostólico en Serbia Lunes, día 16 —A sus excelencias los señores Gian Franco Terenzi y Guerrino Zanotti, capitanes regentes de la República de San Marino, con sus esposas y el séquito. —Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos. —Hermano Alois, prior de Taizé.
Miércoles, día 18 —Cardenal Angelo Amato, S.D.B., prefecto de la Congregación para las causas de los santos.
Representaciones pontificias El Santo Padre ha nombrado nuncio apostólico en Cuba a monseñor GIORGIO LINGUA, arzobispo titular de Tuscania, hasta ahora nuncio apostólico en Irak y en Jordania. Giorgio Lingua nació en Fossano (Cúneo, Italia) el 23 de marzo de 1960. Recibió la ordenación sacerdotal el 10 de noviembre de 1984. Se doctoró en derecho canónico. Entró en el servicio diplomático de la Santa Sede el 1 de julio de 1992. Benedicto XVI le nombró arzobispo titular de Tuscania y nuncio apostólico en Jordania y en Irak el 4 de septiembre de 2010; recibió la ordenación episcopal el 9 de octubre sucesivo.
Luto en el episcopado VALLÉE, —Monseñor ANDRÉ P.M.E., obispo emérito de Hearst (Canadá), falleció el 28 de febrero. Había nacido en Sainte-Anne-de-Pérade, diócesis de TroisRivières, el 31 de julio de 1930. Era sacerdote desde el 24 de junio de 1956. Juan Pablo II le nombró obispo titular de Sufasar y Ordinario militar para Canadá el 28 de octubre de 1987; recibió la ordenación episcopal el 28 de enero de 1988. El mismo Papa le nombró obispo de Hearst el 19 de agosto de 1996. Benedicto XVI aceptó su renuncia al gobierno pastoral de dicha diócesis el 3 de noviembre de 2005.
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El Papa invita a los obispos y a los fieles de la comunidad coreana de Roma a permanecer fieles a la herencia de los mártires
Promesa para Asia «Vosotros sois Iglesia de mártires, y esta es una promesa para toda Asia. Seguid adelante»: con estas palabras el Papa Francisco saludó en la basílica de San Pedro a los obispos y a la comunidad coreana de Roma antes de la misa celebrada por los prelados el jueves 12 de marzo, por la tarde, en acción de gracias por la reciente visita del Pontífice al país asiático y por la beatificación de 124 mártires coreanos. El Pontífice invitó a todos a mantener intactos la fe y el celo y a cuidarse de las tentaciones del «bienestar religioso». ¡Buenas tardes a todos! Os doy la bienvenida. Me complace volver a reunirme otra vez con los obispos y encontraros a vosotros, miembros de la comunidad coreana. Tengo siempre en el corazón —¡aún no se ha ido!— la alegría de la visita a Corea. Fue una visita preciosa, preciosa, y no puedo olvidar vuestra fe y vuestro celo. Quiero expresar mi agradecimiento por esto. A vosotros
obispos pido, por favor, que al regresar a la patria, llevéis mis saludos a la comunidad coreana y a todos los coreanos, también a los no católicos, porque es un pueblo que me ha edificado. Y no olvido el día de la beatificación, tan llena de gente, tan llena. Transmitid mis saludos. Quisiera solamente recordar dos cosas. Primero, los laicos. Los laicos llevaron adelante vuestra Iglesia durante dos siglos. Ayudad a los laicos a ser conscientes de esta responsabilidad. Ellos heredaron esta gloriosa historia. Primero, los laicos: ¡que sean valientes como los primeros! Segundo, los mártires. Vuestra Iglesia fue «regada» con la sangre de los mártires, y esto dio vida. Por favor no cedáis. Cuidaos del «bienestar religioso». Estad atentos, porque el diablo es astuto. Os explicaré con una anécdota: los japoneses, cuando en la persecución religiosa, torturaban a los cristianos —también entre vosotros, muchas torturas— después los llevaban a la cárcel, pero un mes antes del juicio, cuando debían apostatar, los conducían a una casa hermosa, les daban bien de comer, en un buen bienestar. Todas estas cosas están escritas en la historia de la persecución de los cristianos en ese país. ¿Por qué los llevaban un mes antes? Para ablandar la fe, para
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en el alma, triste, que cometió muchos errores en la vida, en un cierto momento percibe que las aguas se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo; u oye una palabra». Y reacciona: «Yo quisiera ir». Así, «se arma de valor y va». Pero ese hombre «cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las puertas cerradas». Tal vez escucha que le dicen: «Tú no puedes, no, tú no puedes; tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a la misa del domingo, pero quédate allí, no hagas nada más». Sucede de este modo que «lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, los cristianos con psicología de doctores de la ley lo destruyen». El Pontífice dijo estar disgustado por esto, porque, destacó, la Iglesia «es la casa de Jesús y Jesús acoge, pero no sólo acoge: va a al encuentro de la gente», así como «fue a buscar» a ese hombre. «Y si la gente está herida —se preguntó—, ¿qué hace Jesús?, ¿la reprende diciéndole: por qué está herida? No, va y la carga sobre los hombros». Esto, afirmó el Papa, «se llama misericordia». Precisamente de esto habla Dios cuando «reprende a su pue-
blo: “Misericordia quiero, no sacrificios”». Como es costumbre, el Pontífice concluyó la reflexión sugiriendo un compromiso para la vida cotidiana: «Estamos en Cuaresma, tenemos que convertirnos». Alguien, dijo, podría reconocer: «Padre, hay tantos pecadores por la calle: los que roban, los que están en los campos nómadas... —por decir algo— y nosotros despreciamos a esta gente». Pero a este se le debe decir: «¿Y tú quién eres? ¿Y tú quién eres, que cierras la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer, que tiene ganas de mejorar, de volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha obrado en su corazón?». Incluso hoy hay cristianos que se comportan como los doctores de la ley y «hacen lo mismo que hacían con Jesús», objetando: «Pero este, este dice una herejía, esto no se puede hacer, esto va contra la disciplina de la Iglesia, esto va contra la ley». Y así cierran las puertas a muchas personas. Por ello, concluyó el Papa, «pidamos hoy al Señor» la «conversión a la misericordia de Jesús»: sólo así «la ley estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos».
que encontraran el placer de estar bien, y después les proponían la apostasía y ellos cedían porque se habían debilitado. El cardenal Filoni me regaló un libro con la historia de las persecuciones japonesas, muy bueno. Y así algunos se derrumbaban y caían, mientras que otros luchaban hasta el final y morían. Yo no quiero ser profeta, pero así os puede suceder a vosotros. Si vosotros no seguís adelante con la fuerza de la fe, con el celo, con el amor a Jesucristo, si vosotros llegáis a ser blandos —cristianismo de «agua de rosas», débil— vuestra fe se vendrá abajo. El demonio es astuto —decía— y hará está propuesta, el bienestar religioso —«somos buenos católicos, pero hasta aquí...»— y os quitará la fuerza. No os olvidéis, por favor: sois hijos de mártires y el celo apostólico no se puede negociar. Recuerdo lo que dice la Carta a los hebreos: «Recordad aquellos días pri-
meros, en los que soportasteis múltiples combates y sufrimientos por la fe. No renunciéis ahora» (cf. Hb 10, 32-36). Y dice también, en otro pasaje casí al final: «Acordáos de vuestros padres en la fe, de vuestros maestros, y seguid su ejemplo» (cf. Hb 12, 1). Vosotros sois Iglesia de mártires, y esta es una promesa para toda Asia. Seguid adelante. No cedáis. Nada de mundanidad espiritual, nada. Nada de catolicismo fácil, sin celo. Nada de bienestar religioso. Amor a Jesucristo, amor a la cruz de Jesucristo y amor a vuestra historia. Y con estas dos cosas me despido, para que podáis seguir la misa. Os agradezco mucho la visita y ahora os invito a rezar a la Virgen, todos juntos, un Avemaría: en coreano vosotoros y yo en italiano. [«Ave María...»] Y por favor rezad por mí. Y ¡adelante!
Audiencia a una delegación de la Red latinoamericana sobre la doctrina social de la Iglesia
El lunes 16 de marzo, por la mañana, el Papa Francisco recibió en audiencia a la comisión coordinadora de la Red latinoamericana y del Caribe sobre la doctrina social de la Iglesia (REDLAPSI). El encuentro tuvo lugar en la biblioteca privada del palacio apostólico. La delegación de seis personas esta formada por la presidenta, la brasileña Rosana Mazini; el tesorero, el mexicano Víctor Chávez; la secretaria, la uruguaya Roxana Esqueff; por Eduardo Ramos, de Honduras; Roberto Sandoval, de Chile; y el jesuita argentino Juan Carlos Scannone, escritor de la «Civiltà Cattolica».
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viernes 20 de marzo de 2015, número 12
En la audiencia general del miércoles 18 el Papa habla de los niños
Riqueza de la humanidad Pero también grandes excluidos porque ni siquiera les dejan nacer «Los niños son una riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos remiten constantemente a la condición necesaria para entrar en el reino de Dios: la de no considerarnos autosuficientes, sino necesitados de ayuda, amor y perdón». Lo destacó el Papa Francisco en la audiencia general del miércoles 18 de marzo, por la mañana. Al continuar con los fieles presentes en la plaza de San Pedro las reflexiones dedicadas a las diversas figuras relacionadas con la vida familiar, el Pontífice se detuvo a hablar de los hijos. Queridos hermanos ¡buenos días!
y
hermanas,
Después de haber pasado revista a las diversas figuras de la vida familiar —madre, padre, hijos, hermanos, abuelos—, quisiera concluir este primer grupo de catequesis sobre la familia hablando de los niños. Lo haré en dos momentos: hoy me centraré en el gran don que son los niños para la humanidad —es verdad, son un gran don para la humanidad, pero son también los grandes excluidos porque ni siquiera les dejan nacer—
y próximamente me detendré en algunas heridas que lamentablemente hacen mal a la infancia. Me vienen a la mente muchos niños con los que me he encontrado durante mi último viaje a Asia: llenos de vida y entusiasmo, y, por otra parte, veo que en el mundo muchos de ellos viven en condiciones no dignas... En efecto, del modo en el que son tratados los niños se puede juzgar a la sociedad, pero no sólo moralmente, también sociológicamente, si se trata de una sociedad libre o una sociedad esclava de intereses internacionales. En primer lugar, los niños nos recuerdan que todos, en los primeros años de vida, hemos sido totalmente dependientes de los cuidados y de la benevolencia de los demás. Y el Hijo de Dios no se ahorró este paso. Es el misterio que contemplamos cada año en Navidad. El belén es el icono que nos comunica esta realidad del modo más sencillo y directo. Pero es curioso: Dios no tiene dificultad para hacerse entender por los niños, y los niños no tienen problemas para comprender a Dios. No por casualidad en el Evangelio hay algunas palabras muy bonitas y fuertes de Jesús sobre los «pequeños». Este término «pequeños» se refiere a todas las personas que dependen de
la ayuda de los demás, y en especial a los niños. Por ejemplo Jesús dice: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11, 25). Y dice también: «Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial» (Mt 18, 10). Por lo tanto, los niños son en sí mismos una riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos remiten constantemente a la condición necesaria para entrar en el reino de Dios: la de no considerarnos autosuficientes, sino necesitados de ayuda, amor y perdón. Y todos necesitamos ayuda, amor y perdón. Los niños nos recuerdan otra cosa hermosa, nos recuerdan que somos siempre hijos: incluso cuando se llega a la edad de adulto, o anciano, también si se convierte en padre, si ocupa un sitio de responsabilidad, por debajo de todo esto permanece la identidad de hijo. Todos somos hijos. Y esto nos reconduce siempre al hecho de que la vida no nos la
hemos dado nosotros mismos sino que la hemos recibido. El gran don de la vida es el primer regalo que nos ha sido dado. A veces corremos el riesgo de vivir olvidándonos de esto, como si fuésemos nosotros los dueños de nuestra existencia y, en cambio, somos radicalmente dependientes. En realidad, es motivo de gran alegría sentir que en cada edad de la vida, en cada situación, en cada condición social, somos y permanecemos hijos. Este es el principal mensaje que nos dan los niños con su presencia misma: sólo con ella nos recuerdan que todos nosotros y cada uno de nosotros somos hijos. Y son numerosos los dones, muchas las riquezas que los niños traen a la humanidad. Recordaré sólo algunos. Portan su modo de ver la realidad, con una mirada confiada y pura. El niño tiene una confianza espontánea en el papá y en la mamá; y tiene una confianza natural en Dios, en Jesús, en la Virgen. Al mismo tiempo, su mirada interior es pura, aún no está contaminada por la malicia, la doblez, las «incrustaciones» de la vida que endurecen el corazón. Sabemos que también los niños tienen el pecado original, sus egoísmos, pero conservan una pure-
za y una sencillez interior. Pero los niños no son diplomáticos: dicen lo que sienten, dicen lo que ven, directamente. Y muchas veces ponen en dificultad a los padres, manifestando delante de otras personas: «Esto no me gusta porque es feo». Pero los niños dicen lo que ven, no son personas dobles, no han cultivado aún esa ciencia de la doblez que nosotros adultos lamentablemente hemos aprendido. Los niños —en su sencillez interior— llevan consigo, además, la capacidad de recibir y dar ternura. Ternura es tener un corazón «de carne» y no «de piedra», come dice la Biblia (cf. Ez 36, 26). La ternura es también poesía: es «sentir» las cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, sólo para usarlos, porque sirven... Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar. Algunos, cuando los tomo para abrazarlos, sonríen; otros me ven vestido de blanco y creen que soy el médico y que vengo a vacunarlos, y lloran... pero espontáneamente. Los niños son así: sonríen y lloran, dos cosas que en nosotros, los grandes, a menudo «se bloquean», ya no somos capaces... Muchas veces nuestra sonrisa se convierte en una sonrisa de cartón, algo sin vida, una sonrisa que no es alegre, incluso una sonrisa artificial, de payaso. Los niños sonríen espontáneamente y lloran espontáneamente. Depende siempre del corazón, y con frecuencia nuestro corazón se bloquea y pierde esta capacidad de sonreír, de llorar. Entonces, los niños pueden enseñarnos de nuevo a sonreír y a llorar. Pero, nosotros mismos, tenemos que preguntarnos: ¿sonrío espontáneamente, con naturalidad, con amor, o mi sonrisa es artificial? ¿Todavía lloro o he perdido la capacidad de llorar? Dos preguntas muy humanas que nos enseñan los niños. Por todos estos motivos Jesús invita a sus discípulos a «hacerse como niños», porque «de los que son
como ellos es el reino de Dios» (cf. Mt 18, 3; Mc 10, 14). Queridos hermanos y hermanas, los niños traen vida, alegría, esperanza, incluso complicaciones. Pero la vida es así. Ciertamente causan también preocupaciones y a veces muchos problemas; pero es mejor una sociedad con estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se quedó sin niños. Y cuando vemos que el número de nacimientos de una sociedad llega apenas al uno por ciento, podemos decir que esta sociedad es triste, es gris, porque se ha quedado sin niños.
Los tuits en pontifex_es 12 MAR [12.30 AM] ¡Cuidado con la comodidad! Cuando nos acomodamos olvidamos fácilmente a los demás 14 MAR [10.30 AM] La Cuaresma es un tiempo para acercarse a Cristo por medio de la Palabra de Dios y los sacramentos 17 MAR [1.00 PM] Dejemos que Dios nos colme de su bondad y de su misericordia
La víspera de la fiesta de san José
Ejemplo de vida humilde y discreta «Mañana celebraremos la solemnidad de san José, patrono de la Iglesia universal», recordó el Papa Francisco en los saludos que dirigió a los fieles presentes en la plaza de San Pedro al término de la audiencia general, diciendo: «Queridos jóvenes, miradlo a él como ejemplo de vida humilde y discreta; queridos enfermos, llevad la cruz con la actitud del silencio y la oración del padre putativo de Jesús; y vosotros, queridos recién casados, construid vuestra familia en el mismo amor que unió a José y a la Virgen María». Dirigiéndose a los fieles de lengua francesa dijo, además, que «la Cuaresma es un tiempo favorable para llegar a ser como niños, porque el reino de Dios es para quienes se asemejan a ellos».