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L’OSSERVATORE ROMANO EDICIÓN SEMANAL
EN LENGUA ESPAÑOLA
Unicuique suum Año XLVII, número 13 (2.408)
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Ciudad del Vaticano
27 de marzo de 2015
Visita pastoral del Papa Francisco a Pompeya y a Nápoles
Un porvenir de esperanza El primer día de primavera GIOVANNI MARIA VIAN
DISCURSOS
DEL
PONTÍFICE
EN PÁGINAS
En oración con las comunidades carmelitas en el quinto centenario de Teresa de Ávila
La hora de la paz
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A
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No podía comenzar mejor la primavera en Nápoles, ciudad bellísima y apasionada que reservó al Papa Francisco una acogida llena de calor y afecto únicos, como el Pontífice mismo destacó al regresar al Vaticano. En una decena de horas, el primer día de primavera, Bergoglio pudo tocar literalmente con la mano las diversas realidades de la ciudad, desde el ingreso en la atormentada Scampia hasta el encuentro en el paseo marítimo Caracciolo iluminado por los colores tenues del atardecer. Y a su vez los napolitanos supieron demostrar la gratitud por una visita que ciertamente dará frutos de renovación. Y lo hicieron con gestos espontáneos y conmovedores: los de los detenidos de Poggioreale, con quienes almorzó el Pontífice; los de los numerosos enfermos con quienes se reunió en el «Gesù nuovo» tras la oración ante la tumba de José Moscati, el santo médico; hasta el esfuerzo del dueño de una pizzería que logró acrobáticamente ofrecer al Papa una pizza margarita cuando estaba a punto de partir. Pero en los encuentros con el pueblo napolitano Bergoglio encontró de nuevo el modo de hablar con sencilla eficacia a todos, introduciendo largos trozos espontáneos en los discursos preparados o incluso improvisando totalmente. Para testimoniar y predicar el Evangelio como constantemente lo hizo «en la otra diócesis» —así le gusta al Papa recordar su episcopado en Buenos Aires—
«Que el fuego del amor de Dios venza los incendios de guerra y violencia que afligen a la humanidad, y el diálogo prevalezca en todas partes sobre el enfrentamiento armado». Con estas palabras el Papa Francisco se unió de todo corazón a la «hora de oración por la paz» promovida en todas las comunidades carmelitas del mundo con ocasión del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, que tiene lugar el sábado 28 de marzo. Al SIGUE EN LA PÁGINA 2 inicio de la misa celebrada el jueves 26 en la capilla de la Casa Santa Marta, tras el saludo litúrgico, el A la Comisión internacional contra la pena de muerte Papa confió expresamente a Santa Teresa «esta nuestra súplica» por la paz. Y después entregó una vela encendida al prepósito general de los carmelitas descalzos, el padre Saverio Cannistrà, presente en la celebración con el vicario de la Orden.
Un fracaso del Estado de derecho
Conmemoración del V centenario del nacimiento de Teresa de Jesús
En el Ángelus el deseo de encontrar a Jesús
Mística de la acción amorosa
Los que quieren ver
CHRISTINE RANCÉ
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Rafael Sanzio «Las virtudes y la ley» (detalle, museos vaticanos, 1511) CARTA
DEL
PAPA
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viernes 27 de marzo de 2015, número 13
En Pompeya la primera etapa de la visita pastoral del Papa a la región de Campania
En el signo de María El helicóptero procedente de la Ciudad del Vati«Hemos rezado a la Virgen, para que nos bendiga a todos: a vosotros, a mí y a todo el mundo. Necesi- cano, después de casi una hora de vuelo, aterrizó a tamos a la Virgen para que nos cuide». Se encierra las 7.48. Al llegar a la basílica se dirigió al altar maen estas palabras, dirigidas a los fieles desde el atrio yor, ante la imagen mariana. Allí se recogió en orade la basílica mariana, todo el significado del paso ción silenciosa, luego compartió el gesto de todos los peregrinos rezando la versión breve de la «Súdel Papa Francisco por Pompeya. El sábado 21 de marzo, por la mañana, antes de plica». En un segundo momento visitó la capilla ir a Nápoles, el Pontífice quiso confiar a la protec- donde están los restos del beato Bartolo Longo. Al ción de la Virgen María la visita pastoral a la región pasar por la capilla de la Reconciliación —en la que italiana de Campania. Y para hacerlo se detuvo en hay treinta confesionarios—, que el delegado para la la ciudadela fundada por el beato Bartolo Longo, basílica, el arzobispo Caputo, definió «el corazón meta cada año de millones de peregrinos y de devo- del santuario», el Papa Francisco recomendó a los sacerdotes que sean misericordiosos. tos del rosario. Con un gesto no previsto en el programa, el PonYa se sabe: cada vez que emprende un viaje, el Pontífice siempre se encomienda a la protección de tífice quiso salir por la puerta principal del templo la madre de Jesús. Lo hace habitualmente dirigién- para saludar nuevamente a la gente, a la que pidió dose a la basílica romana de Santa María la Mayor, oraciones por su ministerio. Al final un Avemaría y donde se recoge en oración ante la «Salus populi la bendición, y se alejó exclamando: «Nos vemos Romani». El sábado 21, una semana después de ha- pronto», antes de que lo acompañaran al helicópteber invitado a toda la Iglesia a realizar un viaje in- ro para su traslado a Nápoles. terior para encontrar, comprender y acoger la misericordia del Padre, el Papa Francisco reEl Pontífice en Nápoles gresó a los pies de María, la mejor guía. En Pompeya más que una visita, fue una auténtica peregrinación, aunque breve. Ningún discurso oficial, saludos y protocolo reducidos al mínimo. Cincuenta minutos en total: tiempo y espacio a la oración y al abrazo caluroso de los cerca de diez mil fieles que lo esperaban.
Mil colores y alguna herida
El primer día de primavera VIENE DE LA PÁGINA 1
y como lo hace ahora desde hace dos años, escuchado en todo el mundo con un interés que ciertamente no disminuye. En el centro de todo está Jesús, dijo el Pontífice al clero y a los religiosos reunidos en la catedral, recordando su testimonio de personas «siempre en camino». Pero, ¿cómo estar seguros de esta indispensable centralidad de Jesús? «Está su madre que conduce a Él» y, como en los iconos, «es ella quien hizo descender a Jesús entre nosotros; es ella quien nos da a Jesús», respondió el Papa. Y del Señor se desprenden los demás testimonios: el espíritu de pobreza y la misericordia con sus obras, corporales y espirituales, a menudo olvidadas pero «que practican las ancianas y la gente sencilla en los barrios, en las parroquias, porque seguir a Jesús, ir en pos de Jesús es sencillo». Está continuamente en camino, en Nápoles y en todas las partes
del mundo, quien quiere seguir al Señor, y para esto es necesario «convertirnos un poco más todos», concluyó el Pontífice en su reflexión. Y tras bendecir a los fieles con la reliquia de san Jenaro, dejó al clero y a los religiosos tres recomendaciones: la adoración a Dios, de lo cual se ha perdido el sentido; el amor a la Iglesia y la misionariedad, concepto central —dijo— porque impulsa a salir de sí mismo para testimoniar el Evangelio pero también para adorar. Y en el encuentro conclusivo con el pueblo de Nápoles el Papa escuchó de nuevo las esperanzas y las preocupaciones de las mujeres y de los hombres de hoy, y una vez más encontró palabras que llegaron al corazón de muchos. Al meditar sobre Dios que habla, actúa, calla, y al reflexionar sobre las tendencias culturales dominantes que condicionan la sociedad y colonizan ideológicamente a la familia. Pero mirando con confianza al futuro, «jóvenes y ancianos juntos», el primer día de primavera.
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Misericordia y esperanza. Con estas palabras se sintetiza la visita del Papa Francisco a Nápoles, el sábado 21 de marzo. Y queda grabado en las retinas la alegría de una ciudad que salió a la calle para acoger con júbilo al Pontífice procedente de Pompeya. Cuando se habla de Nápoles, de sus mil colores y de sus sombras, de sus bellezas y de sus heridas profundas, el riesgo de la retórica siempre está a la vuelta de la esquina. Y el antídoto contra esta es la verdad. El Papa, en primer lugar, quiso tocar con la mano las numerosas realidades de la ciudad y después habló a cada una de la verdad de Cristo. Al desempleado de Scampia como al detenido de Poggioreale, el Pontífice ha querido decirles: no te dejes robar tu verdad, no permitas que te hurten la esperanza. A la ciudad quiso transmitirle: sé testimonio de la verdad, no te la dejes saquear por el egoísmo y la corrupción. Y también a los criminales, durante la misa en la plaza del Plebiscito, les dijo: «¡Convertíos, Jesús os está esperando!». Misericordia y esperanza. Tras el anuncio del 13 de marzo de un Año santo de la misericordia, uno de los primeros gestos del Papa Francisco
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fue precisamente llevar el abrazo misericordioso de Dios a todos. El Pontífice llegó al centro penitenciario Giuseppe Salvia alrededor de la una de la tarde, inmediatamente después de la misa celebrada en la plaza del Plebiscito. Acompañado por el cardenal Sepe, se encaminó hacia el pasillo que conduce a la capilla. Cuando llegó a la explanada situada enfrente de la iglesia, el Papa se detuvo para saludar a los detenidos, antes de compartir el almuerzo con 120 de ellos, entre los cuales también se hallaban representantes de otros centros. El encuentro fue también la ocasión para escuchar los testimonios de dos detenidos y recordar a todos, como se lee en el discurso entregado, que «¡nada podrá nunca separarnos del amor de Dios! Ni siquiera las barras de una cárcel». Al final el Pontífice saludó uno por uno a todos los comensales. En este centro penitenciario de Poggioreale, en el emotivo encuentro con los presos, se imprimió la imagen simbólica de la mañana napolitana del Papa. Un abrazo, un diálogo en voz baja, una confesión, una caricia, un consejo. Misericordia y esperanza, justamente.
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Comenzó desde el barrio periférico de Scampia el sábado 21 de marzo, por la mañana, la visita del Papa Francisco a Nápoles. Durante el encuentro con la población, que tuvo lugar en la plaza Juan Pablo II, el Pontífice pronunció el siguiente discurso. Queridos hermanos ¡buenos días!
y
hermanas,
Quise comenzar desde aquí, desde esta periferia, mi visita a Nápoles. Os saludo a todos y os agradezco vuestra calurosa acogida. Verdaderamente se ve que los napolitanos no son fríos. Doy las gracias a vuestro arzobispo por haberme invitado —incluso amenazado si no venía a Nápoles— y por sus palabras de bienvenida; y gracias a quienes se hicieron eco de las realidades de los inmigrantes, trabajadores y magistrados. Vosotros pertenecéis a un pueblo que tiene una larga historia, surcada por acontecimientos complejos y dramáticos. La vida en Nápoles nunca ha sido fácil, sin embargo nunca ha sido triste. Y este es vuestro gran recurso: la alegría, el gozo. El camino cotidiano en esta ciudad, con sus dificultades y sus necesidades y algunas veces con sus duras pruebas, genera una cultura de vida que ayuda siempre a volver a levantarse después de cada caída, y a obrar de tal modo que el mal nunca tenga la última palabra. Es un gran desafío: nunca dejar que el mal tenga la última palabra. Es la esperanza, lo sabéis bien, ese gran patrimonio, ese «resorte del alma», tan valioso, pero también expuesto a asaltos y robos. Lo sabemos, quien sigue voluntariamente la senda del mal roba un trozo de esperanza, gana alguna cosa pero roba esperanza a sí mismo, a los demás y a la sociedad. La senda del mal es un camino que siempre roba esperanza, la roba también a la gente honesta y trabajadora, e incluso a la buena fama de la ciudad, a su economía. Quisiera responder a la hermana que habló en nombre de los inmigrantes y de los sin techo. Ella pidió una palabra que asegure que los inmigrantes son hijos de Dios y que son ciudadanos. ¿Pero es necesario llegar a esto? ¿Los inmigrantes son seres humanos de segunda clase? Tenemos que hacer que nuestros hermanos y hermanas inmigrantes escuchen que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son inmigrantes como nosotros, porque todos nosotros somos emigrantes hacia otra patria, y ojalá lleguemos todos. ¡Qué nadie se pierda por el camino! Todos somos inmigrantes, hijos de Dios que nos puso a todos en camino. No se puede decir: «Los inmigrantes son así.. Nosotros somos...». ¡No! Todos somos inmigrantes, todos estamos en camino. Y esta palabra que todos somos inmigrantes no está en un libro, está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de Dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados. Pensemos en esto: todos somos inmigrantes en el camino de la vida, ninguno de nosotros tiene
Encuentro con la población del barrio de Scampia
El mal no es la última palabra morada fija en esta tierra, todos tendremos que marchar de aquí. Y todos tenemos que ir al encuentro de Dios: uno antes, otro después, o como decía ese anciano, ese viejecito astuto: «¡Sí, sí, todos! ¡Id vosotros, yo voy por último!». Todos tendremos que ir. Luego tuvimos la intervención del trabajador. Y doy las gracias también a él porque naturalmente quería tocar este punto, que es un signo negativo de nuestra época. De modo especial lo es la falta de trabajo para los jóvenes. Vosotros pensad esto: más del 40 por ciento de los jóvenes de 25 años hacia abajo no tiene trabajo. ¡Esto es grave! ¿Qué hace un joven sin trabajo? ¿Qué futuro tiene? ¿Qué camino de vida elige? Eso es una responsabilidad no sólo de la ciudad, no sólo del país, sino del mundo. ¿Por qué? Porque existe un sistema económico que descarta a la gente y ahora es el turno de los jóvenes de ser descartados, es decir sin trabajo. ¡Esto es grave! «Pero hay obras de caridad, hay voluntariados, está Cáritas, está ese centro, está ese club que da de comer...». Pero el problema no es comer, el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a casa, de ganar el pan. Y cuando no se gana el pan, se pierde la dignidad. Esa falta de trabajo nos roba la dignidad. Tenemos que luchar por esto, debemos defender nuestra dignidad de ciudadanos, de hombres, de mujeres, de jóvenes. Este es el drama de nuestro tiempo. No debemos permanecer callados. Pienso también en el trabajo a mitad. ¿Qué quiero decir con esto? La explotación de las personas en el trabajo. Hace algunas semanas, una joven que necesitaba trabajo encontró uno en una agencia turística y las condiciones eran estas: 11 horas de trabajo, 600 euros al mes sin ninguna aportación para la pensión. «¡Es poco por 11 horas!». «Si no te gusta, mira la fila de gente que está esperando el trabajo». Esto se llama esclavitud, esto se llama explotación, esto no es humano, esto no es cristiano. Y si quien hace esto se dice cristiano es un mentiroso, no dice la verdad, no es cristiano. También la explotación del trabajo en negro —tú trabajas sin contrato y te pago lo que quiero— es explotación de las personas. «¿Sin las aportaciones para la pensión y para la salud?». «A mí no me interesa». Te comprendo bien, hermano, y te agradezco lo que has dicho. Debemos retomar la lucha por nuestra dignidad que es la lucha de buscar, encontrar, volver a encontrar la posi-
bilidad de llevar el pan a casa. Esta es nuestra lucha. Y aquí pienso en la intervención del presidente del Tribunal de apelación. Él usó una bonita expresión «itinerario de esperanza» y recordaba un lema de san Juan Bosco: «buenos cristianos y honestos ciudadanos», dirigido a los niños y a los jóvenes. El itinerario de esperanza para los niños —los que están aquí y para todos— es ante todo la educación, pero una educación auténtica, el itinerario de educar para un futuro: esto previene y ayuda a seguir adelante. El juez dijo una palabra que yo quisiera retomar, una palabra que hoy se usa mucho, el juez dijo «corrupción». Pero, decidme, si cerramos la puerta a los inmigrantes, si quitamos el trabajo y la dignidad a la gente, ¿cómo se llama esto? Se llama corrupción y todos nosotros tenemos la posibilidad de ser corruptos, ninguno de nosotros puede decir: «yo nunca seré corrupto». ¡No! Es una tentación, es un deslizarse hacia los negocios fáciles, hacia la delincuencia, hacia los delitos, hacia la explotación de las personas. ¡Cuánta corrupción hay en el mundo! Es una palabra fea, si pensamos un poco en ello. Porque algo corrupto es algo sucio. Si encontramos un animal muerto que se está echando a perder, que se ve «corrompido», es horrible y apesta. ¡La corrupción apesta! La sociedad corrupta apesta. Un cristiano que deja entrar dentro de sí la corrupción no es cristiano, apesta. Queridos amigos, mi presencia quiere ser un impulso hacia un cami-
no de esperanza, de renacimiento y de saneamiento que ya se está realizando. Conozco el compromiso, generoso y diligente, de la Iglesia, presente con sus comunidades y sus servicios en la realidad concreta de Scampia; así como la continua movilización de grupos de voluntarios, que no dejan faltar su ayuda. Aliento también la presencia y el compromiso activo de las instituciones ciudadanas, porque una comunidad no puede progresar sin ese apoyo, mucho más en momentos de crisis y en presencia de situaciones sociales difíciles y algunas veces extremas. La «buena política» es un servicio a las personas, que se ejerce en primer lugar a nivel local, donde el peso del incumplimiento, de los retrasos, de las auténticas omisiones es más directo y hace más daño. La buena política es una de las expresiones más elevadas de la caridad, del servicio y del amor. Haced una buena política, pero entre vosotros: la política se hace entre todos, juntos. Entre todos se hace una buena política. Nápoles está siempre dispuesta a resurgir, sopalancando sobre una esperanza forjada por mil pruebas, y por ello recurso auténtico y concreto con el cual se puede contar en todo momento. Su raíz radica en el ánimo mismo de los napolitanos, sobre todo en su alegría, en su religiosidad y en su piedad. Os deseo que tengáis la valentía de seguir adelante con esta alegría, con esta raíz, el valor de llevar adelante la esperanza, de no robar nunca la esperanza a nadie, de seguir adelante por el camino del bien, no por la senda del mal, de seguir adelante en la acogida de todos los que vienen a Nápoles de cada país: que sean todos napolitanos, que aprendan el napolitano que es tan dulce y tan bonito. Os deseo que sigáis adelante en la búsqueda de fuentes de trabajo, para que todos tengan la dignidad de llevar el pan a casa, y de seguir adelante en la limpieza de la propia alma, en la limpieza de la ciudad, en la limpieza de la sociedad para que no se sienta ese mal olor de la corrupción. Os deseo lo mejor, seguid adelante y que San Jenaro, vuestro patrono, os asista e interceda por vosotros. Os bendigo de corazón a todos, bendigo a vuestras familias y este barrio vuestro, bendigo a los niños que están aquí a nuestro alrededor. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ‘A Maronna v’accumpagne! (Que la Virgen os acompañe).
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El Papa Francisco invoca la conversión de los malvivientes y pide a la población reaccionar ante la criminalidad
Tiempo de rescate Desde el barrio periférico de Scampia el Pontífice se dirigió en coche panorámico a la plaza del Plebiscito, donde celebró la misa en presencia de decena de miles de fieles napolitanos. Publicamos la traducción de la homilía pronunciada por el Papa. El pasaje del Evangelio que hemos escuchado nos presenta una escena ambientada en el templo de Jerusalén, al final de la fiesta judía de las tiendas, después de que Jesús proclamara una gran profecía revelándose como fuente de «agua viva», es decir el Espíritu Santo (cf. Jn 7, 3739). Entonces la gente, muy impresionada, se puso a discutir acerca de Él. También hoy la gente discute sobre Él. Algunos están entusiasmados y dicen que «es de verdad el profeta» (v. 40). Alguno incluso afirma: «Este es el Mesías» (v. 41). Pero otros se oponen porque —dicen— el Mesías no viene de Galilea, sino de la estirpe de David, de Belén; y así, sin saberlo, confirman precisamente la identidad de Jesús. Los jefes de los sacerdotes habían mandado a los guardias a arrestarlo, como se hace en las dictaduras, pero vuelven con la manos vacías y dicen: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre» (v. 46). He aquí la voz de la verdad, que resuena en esos hombres sencillos. La palabra del Señor, ayer como hoy, provoca siempre una división: la Palabra de Dios divide, ¡siempre! Provoca una división entre quien la acoge y quien la rechaza. A veces también en nuestro corazón se enciende un contraste interior; esto sucede cuando advertimos la fascinación, la belleza y la verdad de las palabras de Jesús, pero al mismo tiempo las rechazamos porque nos cuestionan, nos ponen en dificultad y nos cuesta demasiado observarlas. Hoy he venido a Nápoles para proclamar juntamente con vosotros: ¡Jesús es el Señor! Pero no quiero decirlo sólo yo: quiero escucharlo de vosotros, de todos, ahora, todos juntos «¡Jesús es el Señor!», otra vez «¡Jesús es el Señor!». Nadie habla como Él. Sólo Él tiene palabras de misericordia que pueden curar las heridas de nuestro corazón. Sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). La palabra de Cristo es poderosa: no tiene el poder del mundo, sino el de Dios, que es fuerte en la humildad, también en la debilidad. Su poder es el del amor: este es el poder de la Palabra de Dios. Un amor que no conoce confines, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos. La palabra de Jesús, el santo Evangelio, enseña que los auténticos bienaventurados son los pobres de espíritu, los no violentos, los mansos, los agentes de paz y de justicia. Esta es la fuerza que cambia al mundo. Esta es la palabra que da fuerza y es capaz de cambiar al mundo. No hay otro camino para cambiar al mundo. La palabra de Cristo quiere llegar a todos, en especial a quienes viven en las periferias de la existencia, para que encuentren en Él el centro de su vida y la fuente de la esperanza. Y nosotros, que hemos tenido la gracia de recibir esta Palabra de Vida —¡es una gracia recibir la Palabra
de Dios!— estamos llamados a ir, a salir de nuestros recintos y, con ardor en el corazón, llevar a todos la misericordia, la ternura, la amistad de Dios: es un trabajo que corresponde a todos, pero de manera especial a vosotros sacerdotes. Llevar misericordia, llevar perdón, llevar paz, llevar alegría en los Sacramentos y en la escucha. Que el pueblo de Dios encuentre en vosotros hombres misericordiosos como Jesús. Al mismo tiempo que cada parroquia y cada realidad eclesial se convierta en un santuario para quien busca a Dios y casa acogedora para los pobres, los ancianos y quienes atraviesan situaciones de necesidad. Ir y acoger: así late el corazón de la madre Iglesia y de todos sus hijos. Ve, acógelos. Ve, busca. Ve, lleva amor, misericordia, ternura.
Cuando los corazones se abren al Evangelio, el mundo comienza a cambiar y la humanidad resucita. Si acogemos y vivimos cada día la Palabra de Jesús, resucitamos con Él. La Cuaresma que estamos viviendo hace resonar en la Iglesia este mensaje, mientras caminamos hacia la Pascua: en todo el pueblo de Dios se vuelve a encender la esperanza de resucitar con Cristo, nuestro Salvador. Que no venga en vano la gracia de esta Pascua, para el pueblo de Dios de esta ciudad. Que la gracia de la Resurrección sea acogida por cada uno de vosotros, para que Nápoles se llene de la esperanza de Cristo Señor. La esperanza: «Abrid paso a la esperanza», dice el lema de mi visita. Lo digo a todos, de manera especial a los jóvenes: abríos al poder de Jesús resucitado, y llevaréis frutos de vida nueva a esta ciudad: frutos de
Para cambiar el mundo GIOVANNI MARIA VIAN Entre las imágenes que permanecerán de la visita del Papa a Nápoles está ciertamente la de Francisco en Scampia que habla rodeado de niños. Llevando, el primer día de primavera, palabras de esperanza que van mucho más allá de los confines de una ciudad bellísima y desfigurada. Palabras que se nutren de una sola palabra, la de Jesús: la única fuerza que puede cambiar el mundo, destacó luego Bergoglio al celebrar la misa con los obispos de la región de Campania en la plaza del Plebiscito, la plaza de Nápoles. La visita papal comenzó temprano por la mañana bajo el signo de María, venerada en el santuario de Pompeya. «Necesitamos de la Virgen para que nos proteja» explicó con sencillez Francisco a los fieles que lo acogieron, e inmediatamente después quiso entrar en la metrópoli por uno de sus barrios más difíciles pero que, a pesar de todo, no se desalienta: «Cuando no ves la felicidad, búscala dentro», invitaba un enorme cartel delante del palco papal. Y el discurso del Pontífice, que en gran medida fue espontáneo,
relanzó esta voluntad tenaz de reactivación. «Este es un gran desafío: no dejar nunca que el mal tenga la última palabra», dijo. Al responder luego a los saludos de una inmigrante filipina, un trabajador y un magistrado, Francisco tocó puntos que les interesan de forma especial y que giran alrededor del tema central de la dignidad de cada ser humano. Así, al asombro por la necesidad de tener que reiterar los derechos de los inmigrantes —«que son inmigrantes como nosotros porque todos somos emigrantes hacia otra patria» exclamó, recordando un argumento radicado en las más antiguas fuentes cristianas— el Papa sumó un fuerte llamamiento relacionado con la desocupación, sobre todo juvenil, y el trabajo en negro: «Esta falta de trabajo nos roba la dignidad. Tenemos que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad de ciudadanos». Incluso la condena de la corrupción, con expresiones muy eficaces, y el elogio a la «buena política» que —repitió— «es una de las expresiones más elevadas de la caridad, el servicio y el amor». Palabras significativas y SIGUE EN LA PÁGINA 7
gestos que saben compartir, de reconciliación, de servicio, de fraternidad. Dejaos envolver y abrazar por su misericordia, por la misericordia de Jesús, la misericordia que sólo Jesús nos da. Queridos napolitanos, abrid paso a la esperanza y no os dejéis robar la esperanza. No cedáis a las tentaciones de ganancias fáciles o de entradas deshonestas: esto es pan para hoy y hambre para mañana. No te puede aportar nada. Reaccionad con firmeza ante las organizaciones que explotan y corrompen a los jóvenes, los pobres y los débiles, con el cínico comercio de la droga y otros delitos. No os dejéis robar la esperanza. No permitáis que vuestra juventud sea explotada por esta gente. Que la corrupción y la delincuencia no desfiguren el rostro de esta bella ciudad. Y más aún: que no desfiguren la alegría de vuestro corazón napolitano. A los criminales y a todos sus cómplices hoy yo humildemente, como hermano, repito: convertíos al amor y a la justicia. Dejaos encontrar por la misericordia de Dios. Sed conscientes de que Jesús os está buscando para abrazaros, para besaros, para amaros aún más. Con la gracia de Dios, que perdona todo y perdona siempre, es posible volver a una vida honrada. Os lo piden también las lágrimas de las madres de Nápoles, mezcladas con las de María, la Madre celestial invocada en Piedigrotta y en numerosas iglesias de Nápoles. Que estas lágrimas ablanden la dureza de los corazones y reconduzcan a todos por el camino del bien. Hoy comienza la primavera y la primavera trae esperanza: tiempo de esperanza. Y el hoy de Nápoles es tiempo de rescate para Nápoles: este es mi deseo y mi oración por una ciudad que tiene en sí muchas potencialidades espirituales, culturales y humanas, y sobre todo gran capacidad de amar. Las autoridades, las instituciones, las diversas realidades sociales y los ciudadanos, todos juntos y concordes, pueden construir un futuro mejor. Y el futuro de Nápoles no es replegarse resignada en sí misma: este no es vuestro futuro. Sino que el futuro de Nápoles es abrirse con confianza al mundo, abrirse a la esperanza. Esta ciudad puede encontrar en la misericordia de Jesús, que hace nuevas todas las cosas, la fuerza para seguir adelante con esperanza, la fuerza para muchas vidas, muchas familias y comunidades. Esperar es ya resistir al mal. Esperar es mirar al mundo con la mirada y con el corazón de Dios. Esperar es apostar por la misericordia de Dios que es Padre y perdona siempre y perdona todo. Dios, fuente de nuestra alegría y razón de nuestra esperanza, vive en nuestras ciudades. ¡Dios vive en Nápoles! Que su gracia y su bendición sostengan vuestro camino en la fe, en la caridad y en la esperanza, vuestros buenos propósitos y vuestros proyectos de rescate moral y social. Hemos proclamado todos juntos que Jesús es el Señor: digámoslo una vez más al final: «¡Jesús es el Señor!», todos tres veces: «¡Jesús es el Señor!». E ca ‘a Maronna v’accumpagne!
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A los reclusos de Poggioreale
De la marginación a la inclusión Publicamos el texto del discurso que el Papa Francisco entregó a los detenidos del centro penitenciario Giuseppe Salvia, en Poggioreale, que visitó el sábado 21 de marzo al mediodía y donde almorzó con una representación de ellos. Estoy contento de estar en medio de vosotros con ocasión de mi visita a Nápoles. Doy las gracias a Claudio y a Pasquale que hablaron en nombre de todos. Este encuentro me permite expresar mi cercanía a vosotros, y lo hago trayéndoos la palabra y el amor de Jesús, que vino a la tierra para hacer plena nuestra esperanza y murió en la cruz para salvar a cada uno de nosotros. A veces sucede que nos sentimos decepcionados, desanimados, abandonados por todos: pero Dios no se olvida de sus hijos, nunca los abandona. Él está siempre a nuestro lado, especialmente en el momento de la prueba; es un Padre «rico en misericordia» (Ef 2, 4), que dirige siempre hacia nosotros su mirada serena y benévola, nos espera siempre con los brazos abiertos. Esta es una certeza que infunde consuelo y esperanza, especialmente en los momentos difíciles y tristes. Incluso si en la vida nos hemos equivocado, el Señor no se cansa de indicarnos el camino del regreso y del encuentro con Él. El amor de Jesús hacia cada uno de nosotros es fuente de consuelo y de esperanza. Es una certeza fundamental para nosotros: nada podrá jamás separarnos del amor de Dios, ni siquiera las barras de una cárcel. Lo único que nos puede separar de Él es nuestro pecado; pero si lo reconocemos y lo confesamos con arrepentimiento sincero, precisamente ese pecado se convierte en lugar de encuentro con Él, porque Él es misericordia. Queridos hermanos, conozco vuestras situaciones dolorosas: me llegan muchas cartas —algunas verdaderamente conmovedoras— desde los centros penitenciarios de todo el mundo. Muy a menudo los reclusos son tenidos en condiciones indignas de la persona humana, y luego no logran reinsertarse en la sociedad. Pero gracias a Dios hay también dirigentes, capellanes, educadores, agentes pastorales que saben estar cerca de vosotros de la forma adecuada. Y hay algunas experiencias buenas y significativas de inserción. Es necesario trabajar en esto, desarrollar estas experiencias positivas, que hacen crecer una actitud distinta en la comunidad civil y también en la comunidad de la Iglesia. En la base de este compromiso está la convicción de que el amor puede siempre transformar a la persona humana. Y entonces un lugar de
marginación, como puede ser la cárcel en sentido negativo, se puede convertir en lugar de inclusión y de estímulo para toda la sociedad, para que sea más justa, más atenta a las personas. Os invito a vivir cada día, cada momento en la presencia de Dios, a quien pertenece el futuro del mundo y del hombre. Esta es la esperanza cristiana: el futuro está en las manos de Dios. La historia tiene un sentido porque está habitada por la bondad de Dios. Por lo tanto, también en medio de tantos problemas, incluso graves, no perdamos nuestra esperanza en la infinita misericordia de Dios y en su providencia. Con esta segura esperanza, preparémonos para la Pascua ya cercana, orientando con firmeza nuestra vida hacia el Señor y manteniendo viva en nosotros la llama de su amor.
Encuentro del Pontífice con los enfermos
La única explicación En Cristo crucificado se encuentra «la única explicación» de la enfermedad. Lo recordó el Papa Francisco al gran número de enfermos que encontró el sábado 21 de marzo, por la tarde, en la basílica del «Gesù nuovo», en Nápoles. No es fácil acercarse a un enfermo. Las cosas más bonitas de la vida y las cosa más miserables se reservan, se esconden. El amor más grande, uno intenta ocultarlo por pudor, y las cosas que muestran nuestra miseria humana, también intentamos velarlas por pudor. Por este motivo, para encontrar a un enfermo hay que ir hasta él, porque el pudor de la vida lo esconde. Hay que ir al encuentro del enfermo. Cuando existen enfermedades para toda la vida, cuando nos encontramos con enfermedades que marcan toda una vida, preferimos ocultarlas, porque ir a visitar al enfermo es ir a encontrar nuestra propia enfermedad, la que llevamos dentro. Es tener la valentía de decirse a uno mismo: yo también tengo alguna enfermedad en el corazón, en el alma, en el espíritu. Yo también soy un enfermo espiritual. Dios nos ha creado para cambiar el mundo, para ser eficientes, para dominar la creación: es nuestra tarea. Pero cuando nos encontramos ante una enfermedad, vemos que
El futuro de un pueblo La atención a los jóvenes y los ancianos es la medida del futuro de un pueblo. Lo recordó el Papa Francisco como conclusión de la visita a Nápoles, renovando a la ciudad el llamamiento a «seguir siempre adelante» y a «no perder la esperanza». Ante cien mil jóvenes de la archidiócesis reunidos el sábado 21 de marzo, por la tarde, en el paseo marítimo Caracciolo, el Pontífice volvió a denunciar la cultura del «descarte» que perjudica a los más pequeños y a los más ancianos, y habló de la crisis de la familia, hoy «atacada» por la secularización y por auténticas formas de «colonizaciones ideológicas». La tarde del Papa —que después de la visita a Scampia y la misa en la plaza del Plebiscito había almorzado con los detenidos de la cárcel de Poggioreale— inició con el encuentro festivo con los sacer-
dotes, religiosos y religiosas en la catedral de la ciudad. El Papa Francisco pidió a los consagrados que pongan a Cristo en el centro de la propia vida, evitando en especial las tentaciones de la especulación, la mundanidad y las habladurías que «destruyen la fraternidad». Antes de trasladarse al paseo marítimo para saludar a los jóvenes, el Pontífice se detuvo en la basílica de «Gesù nuovo», donde se habían reunido cientos de enfermos, a quienes invitó a «mirar a Cristo crucificado», en quien está «la única explicación» al misterio de la enfermedad. El Papa Francisco lanzó también un llamamiento para evitar que la medicina se transforme «en comercio» y «en negocio», porque así —explicó— el médico «pierde el núcleo de su vocación».
esta impide todo esto: ese hombre o mujer que o bien ha nacido con la enfermedad o la ha desarrollado, es un decir «no» —parece— a la misión de transformar el mundo. Este es el misterio de la enfermedad. Podemos acercarnos a la enfermedad sólo con espíritu de fe. Podemos aproximarnos bien a un hombre, a una mujer, a un niño o una niña, enfermos, solamente si nos acostumbramos a mirar al Cristo crucificado. Ahí está la única explicación de este «fracaso», de este fracaso humano, la enfermedad para toda la vida. La única explicación se encuentra en Cristo crucificado. A vosotros enfermos os digo que si no podéis comprender al Señor, pido al Señor que os haga entender dentro del corazón que sois la carne de Cristo, que sois Cristo crucificado entre nosotros, los hermanos que están muy cerca de Cristo. Una cosa es mirar un crucifijo y otra es mirar a un hombre, una mujer, un niño enfermos, esto es, crucificados allí en su enfermedad: son la carne viva de Cristo. A vosotros voluntarios, ¡muchas gracias! Muchas gracias por pasar vuestro tiempo acariciando la carne de Cristo, sirviendo al Cristo crucificado, vivo. ¡Gracias! Y también a vosotros médicos, enfermeros os doy las gracias. Gracias por hacer este trabajo, gracias por no hacer de vuestra profesión un negocio. Gracias a muchos de vosotros que seguís el ejemplo del santo que está aquí, que trabajó aquí en Nápoles: servir sin enriquecerse con el servicio. Cuando la medicina se transforma en comercio, en negocio, es como el sacerdocio cuando actúa de la misma forma: pierde la esencia de su vocación. A todos vosotros cristianos de esta diócesis de Nápoles, os pido que no olvidéis lo que Jesús nos pidió y que también está escrito en el «protocolo» en base al cual seremos juzgados: Estuve enfermo y me visitasteis (cf. Mt 25, 36). Sobre esto seremos juzgados. El mundo de la enfermedad es un mundo de dolor. Los enfermos sufren, reflejan al Cristo que sufre: no hay que tener miedo de acercarse a Cristo que sufre. Muchas gracias por todo lo que hacéis. Y recemos para que todos los cristianos de la diócesis tengan una mayor conciencia de esto y para que el Señor os dé a vosotros y a los muchos voluntarios la perseverancia en este servicio de acariciar la carne de Cristo que sufre. Gracias.
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viernes 27 de marzo de 2015, número 13
A los sacerdotes y a los religiosos el Papa recomienda espíritu de pobreza y misericordia
Testigos libres y alegres El sábado 21 de marzo, por la tarde, el Papa Francisco se reunió en la catedral con el clero, los religiosos y diáconos permanentes de la archidiócesis de Nápoles. Hablando espontáneamente el Pontífice pidió a todos que sean testigos libres y alegres de Jesús que está en el centro de su vida. En especial recomendó tener «espíritu de pobreza» y «misericordia». Preparé un discurso, pero son aburridos los discursos. Lo entrego al cardenal y luego en el boletín lo dará a conocer. Prefiero responder un poco a algunas cosas. Me sugieren que hable sentado, así descanso un poco. Una hermana que está aquí, muy mayor, vino corriendo a decirme: «Bendígame en articulo mortis». «¿Por qué hermana?”. «Porque tengo que ir de misión a abrir un convento...». Esto es el espíritu de la vida religiosa. Esta hermana me hizo pensar. Es anciana, pero dice: «Sí, yo estoy en articulo mortis, pero tengo que ir a renovar o a hacer de nuevo un convento» y parte. Por lo tanto, también yo ahora obedezco y hablo sentado. Este es uno de los testimonios sobre los que preguntabas: estar siempre en camino. El camino en la vida consagrada es el seguimiento de Jesús; también la vida consagrada en general, también para los sacerdotes se trata de ir tras Jesús, y con ganas de trabajar por el Señor. Una vez —relaciono con lo que dijo la religiosa— me dijo un anciano sacerdote: «Para nosotros no existe la jubilación y cuando vamos a la residencia seguimos trabajando con la oración, con las pequeñas cosas que podemos hacer, pero con el mismo entusiasmo de seguir a Jesús». ¡El testimonio de caminar por la senda de Jesús! Por eso el centro de la vida debe ser Jesús. Si en el centro de la vida —exagero... pero sucede en otros sitios, en Nápoles seguramente no— está el hecho de que yo estoy en contra del obispo o contra el párroco o contra otro sacerdote, toda mi vida estará invadida por esa lucha. Y eso es perder la vida. No tener una familia, no tener hijos, no tener el amor conyugal, que es tan bueno y tan hermoso, para acabar peleando con el obispo, con los hermanos sacerdotes, con los fieles, con «cara de vinagre», esto no es un testimonio. El testimonio es Jesús, el centro es Jesús. Y cuando el centro es Jesús están, de todos modos, estas dificultades, están en todos lados, pero se afrontan de diversa forma. En un convento tal vez la superiora no me gusta, pero si mi centro es la superiora que no me gusta, el testimonio no funciona. Si mi centro en cambio es Jesús, rezo por esta superiora que no me gusta, la tolero y hago todo lo necesario para que los demás superiores conozcan la situación. Pero la alegría no me la quita nadie: la alegría de ir tras Jesús. Veo aquí a los seminaristas. Os digo una cosa: si vosotros no tenéis a Jesús en el centro, postergad la ordenación. Si no estáis seguros de que Jesús es el centro de vuestra vida, esperad un poco más de tiempo, para estar seguros. Porque, de lo contrario, co-
menzaréis un camino que no sabéis cómo acabará. Este es el primer testimonio: que se vea que Jesús es el centro. El centro no son ni las habladurías ni la ambición de ocupar este puesto o aquel otro ni el dinero —del dinero quiero hablar después—, sino que el centro debe ser Jesús. ¿Cómo puedo estar seguro de caminar siempre con Jesús? Está su Madre que nos conduce a Él. Un sacerdote, un religioso, una religiosa que no ama a la Virgen, que no reza a la Virgen, diría también que no reza el rosario... si no quiere a la Madre, la Madre no le dará al Hijo. El cardenal me regaló un libro de san Alfonso María de Ligorio, no sé si «Las Glorias de María»... De este libro me gusta leer las historias de la Virgen que están al final de cada uno de los capítulos: en ellos se ve cómo la Virgen nos conduce siempre a Jesús. Ella es Madre, el centro del ser de la Virgen es ser Madre, conducir a Jesús. Y el padre Rupnik, que pinta y hace mosaicos muy bonitos y muy artísticos, me regaló un icono de la Virgen con Jesús delante. Jesús y las manos de la Virgen
están ubicadas de tal modo que Jesús baja y con la mano toma el manto de la Virgen para no caer. Es ella quien hizo descender a Jesús entre nosotros; es ella quien nos da a Jesús. Dar testimonio de Jesús, y para ir tras Jesús una buena ayuda es la Madre: es ella quien nos da a Jesús. Este es uno de los testimonios. Otro testimonio es el espíritu de pobreza; también para los sacerdotes que no hacen voto de pobreza, pero deben tener el espíritu de pobreza. Cuando entra en la Iglesia la especulación, tanto en los sacerdotes como en los religiosos, es feo. Recuerdo a una gran religiosa, buena mujer, una gran ecónoma que hacía bien su trabajo. Era observante, pero tenía el corazón apegado al dinero e inconscientemente seleccionaba a la gente según el dinero que tenía. «Este me gusta más, tiene mucho dinero». Era ecónoma de un colegio importante e hizo grandes construcciones, una gran mujer, pero se veía este límite suyo y la última humilla-
ción que tuvo esta mujer fue pública. Tenía 70 años, más o menos, estaba en una sala de profesores, durante una pausa de la escuela, tomando un café, y le dio un síncope y se desplomó. Le daban palmadas para hacerla volver en sí y no reaccionaba. Y una profesora dijo esto: «Pónle un billete de cien “pesos” y veamos si así reacciona”. La pobrecilla ya estaba muerta, pero fue la última palabra que se dijo de ella cuando todavía no se sabía si estaba muerta o no. Un mal testimonio. Los consagrados —sean sacerdotes, religiosas o religiosos— nunca deben ser especuladores. El espíritu de pobreza, sin embargo, no es espíritu de miseria. Un sacerdote, que no hizo voto de pobreza, puede tener sus ahorros, pero de una forma honesta y también razonable. Pero cuando tiene codicia y se mete en negocios... Cuántos escándalos en la Iglesia y cuánta falta de libertad por el dinero: «A esta persona le debería decir cuatro verdades, pero no puedo porque es un gran benefactor». Los grandes benefactores llevan la vida que quieren y yo no tengo la libertad de decírselo, porque estoy apegado al dinero que ellos me dan. ¿Comprendéis cuánto es importante la pobreza, el espíritu de pobreza, como dice la primera de la bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres de espíritu». Como dije, un sacerdote puede tener sus ahorros, pero no el corazón en ello, y que sean ahorros razonables. Cuando hay dinero de por medio, se hacen diferencias entre las personas; por ello os pido a todos examinar la conciencia: ¿cómo va mi vida de pobreza, lo que llega incluso de las pequeñas cosas? Y este es el segundo testimonio. El tercer testimonio —y aquí hablo en general, para los religiosos, para los consagrados y también para los sacerdotes diocesanos— es la misericordia. Hemos olvidado las obras de misericordia. Quisiera preguntar —no lo haré pero tendría ganas de hacerlo—, pedir que digáis las obras de misericordia corporales y espirituales. ¡Cuántos de nosotros las han olvidado! Cuando regreséis a casa buscad el catecismo y recordad estas obras de misericordia que son las obras que practican las ancianas y la gente sencilla en los barrios, en las parroquias, porque seguir a Jesús, ir tras Jesús es sencillo. Cito un ejemplo que pongo siempre. En las grandes ciudades, todavía ciudades cristianas —pienso en la diócesis que tenía antes, pero creo que en Roma sucede lo mismo, no sé en Nápoles, pero en Roma seguro—, hay niños bautizados que no saben hacer la señal de la cruz. Y, ¿dónde está, en este caso, la obra de misericordia de enseñar? «Te enseño a hacer la señal de la fe». Es sólo un ejemplo. Pero es necesario retomar las obras de misericordia, tanto las corporales como las espirituales. Si cerca de mi casa hay una persona que está enferma y quisiera ir a visitarla, pero el tiempo del que dispongo coincide con el momento de la telenovela, y entre la telenovela y hacer una obra de misericordia elijo la telenovela, eso no está bien.
Hablando de telenovelas, vuelvo al espíritu de pobreza. En la diócesis que tenía antes había un colegio gestionado por religiosas, trabajaban mucho, pero en la casa donde vivían dentro del colegio había una parte que era el apartamento de las hermanas; la casa donde vivían era un poco antigua y era necesario rehacerla, y la reformaron bien, demasiado bien y lujosa: en cada habitación pusieron también un televisor. A la hora de la telenovela, no encontrabas a una hermana en el colegio... Estas son las cosas que nos conducen al espíritu del mundo, y aquí surge otra cosa que quisiera decir: el peligro de la mundanidad. Vivir mundanamente. Vivir con el espíritu del mundo que Jesús no quería. Pensad en la oración sacerdotal de Jesús cuando ora al Padre: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno» (Jn 17, 15). La mundanidad va contra el testimonio, mientras que el espíritu de oración es un testimonio que se ve: se ve quién es el hombre y la mujer consagrados que rezan, así como quien reza formalmente pero no con el corazón. Son testimonios que la gente ve. Tú has hablado de la falta de vocaciones, pero el testimonio es una de las cosas que atrae las vocaciones. «Quiero ser como ese sacerdote, quiero ser como esa religiosa». El testimonio de vida. Una vida cómoda, una vida mundana no nos ayuda. El vicario del clero destacó el problema, el hecho —yo lo llamo problema— de la fraternidad sacerdotal. También esto es válido para la vida consagrada. La vida de comunidad tanto en la vida consagrada como en el presbiterio, en la diocesanidad, que es el carisma propio de los sacerdotes diocesanos, en el presbiterio en torno al obispo. Llevar hacia delante esa «fraternidad» no es fácil tanto en el convento, en la vida consagrada, como en el presbiterio. El diablo nos tienta siempre con celos, envidias, luchas internas, antipatías, simpatías, muchas cosas que no nos ayudan a formar una auténtica fraternidad y así damos un testimonio de división entre nosotros. Para mí, el signo de que no hay fraternidad, tanto en el presbiterio como en las comunidades religiosas es la presencia de habladurías. Y me permito decir esta expresión: el terrorismo de las habladurías, porque quien murmura es un terrorista que tira una bomba, destruye permaneciendo fuera. ¡Si al menos hiciese el papel del kamikaze! En cambio destruye a los demás. Las habladurías destruyen y son el signo de que no hay fraternidad. Cuando uno se encuentra con un presbiterio que tiene sus diferentes puntos de vista, porque tienen que existir diferencias, es normal, es cristiano, pero estas diferencia se deben manifestar teniendo la valentía de decirlas a la cara. Si yo tengo que decir algo al obispo, voy al obispo y puedo incluso decirle: «Usted es un antipático», y el obispo debe tener el valor de no vengarse. ¡Esto es fraternidad! O cuando tienes algo contra una persona y en lugar de ir a ella vas a otra. Existen problemas tanto en la vida religiosa como en la vida presbiteral
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Con el clero y los religiosos de la archidiócesis de Nápoles que se deben afrontar, pero sólo entre dos personas. En el caso de que no se pudiese —porque a veces no se puede— se le dice a otra persona para que sea intermediaria. Pero no se puede hablar contra otro, porque las habladurías son un terrorismo de la fraternidad diocesana, de la fraternidad sacerdotal, de las comunidades religiosas. Luego, hablando de testimonios, la alegría. La alegría de mi vida es plena, la alegría de haber elegido
bien, la alegría de que yo veo todos los días que el Señor es fiel a mí. La alegría está en ver que el Señor es siempre fiel a todos. Cuando yo no soy fiel al Señor, me acerco al sacramento de la Reconciliación. Los consagrados o los sacerdotes aburridos, con amargura en el corazón, tristes, tienen algo que no funciona y tienen que ir a un buen consejero espiritual, a un amigo, y decir: «No sé que sucede en mi vida». Cuando no hay alegría, hay algo que no funciona. El olfato del que hablaba hoy
el arzobispo, nos dice que algo falta. Sin alegría no atraes hacia el Señor y el Evangelio. Estos son los testimonios. Quisiera terminar con tres cosas. Primero, la adoración. «¿Tú rezas?». —«Yo rezo, sí». Pido, doy gracias, alabo al Señor. Pero, ¿adoras al Señor? Hemos perdido el sentido de la adoración a Dios: es necesario retomar la adoración a Dios. Segundo: tú no puedes amar a Jesús sin amar a su esposa. El amor a la Iglesia. Hemos
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conocido muchos sacerdotes que amaban a la Iglesia y se veía que la amaban. Tercero, y esto es importante, el celo apostólico, es decir la misionariedad. El amor a la Iglesia te conduce a darla a conocer, a salir de tí mismo para ir fuera a predicar la Revelación de Jesús, te impulsa también a salir de ti mismo para ir hacia la trascendencia, es decir la adoración. En el ámbito de la misionariedad creo que la Iglesia debe caminar un poco más, convertirse más, porque la Iglesia no es una ONG, sino que es la esposa de Cristo que tiene el tesoro más grande: Jesús. Y su misión, su razón de existir es precisamente esta: evangelizar, es decir, llevar a Jesús. Adoración, amor a la Iglesia y misionariedad. Estas son las cosas que me surgieron espontáneas. [Después de la adoración] El arzobispo dijo que se licuó la mitad de la sangre: se ve que el santo nos quiere hasta la mitad. Tenemos que convertirnos un poco todos para que nos quiera aún más. Muchas gracias, y por favor no os olvidéis de rezar por mí.
¿Buenos obreros o funcionarios? Publicamos el texto del discurso que el Pontífice había preparado para el encuentro en la catedral con el clero y los religiosos. Queridos hermanos ¡buenas tardes!
y
hermanas,
Os agradezco vuestra acogida en este lugar-símbolo de la fe y de la historia de Nápoles: la catedral. Gracias, señor cardenal, por introducir este encuentro nuestro; y gracias a los dos hermanos que plantearon las preguntas en nombre de todos. Quisiera empezar por esa expresión que dijo el vicario para el clero: «ser sacerdotes es hermoso». Sí, es hermoso ser sacerdote, y también ser consagrado. Me dirijo primero a los sacerdotes y después a los consagrados. Comparto con vosotros la sorpresa siempre nueva de ser llamado por el Señor a seguirlo, a estar con Él, a ir hacia la gente llevando su Palabra, su perdón... En verdad es algo grande lo que nos ha pasado, una gracia del Señor que se renueva todos los días. Me imagino que en una realidad ardua como Nápoles, con antiguos y nuevos desafíos, nos tiramos de cabeza para salir al encuentro de las necesidades de muchos hermanos y hermanas, corriendo el riesgo de ser totalmente absorbidos. Es necesario encontrar siempre el tiempo para estar ante el sagrario, permanecer allí en silencio, para percibir en nosotros la mirada de Jesús, que nos renueva y nos reanima. Y si el estar ante Jesús nos inquieta un poco, es un buen signo, nos hará bien. La oración es precisamente la que nos muestra si estamos caminando por el camino de la vida o el de la mentira, como dice el Salmo (cf. 138, 24), si trabajamos como buenos obreros o nos hemos convertido en «funcionarios», si somos «canales» abiertos,
por el cual fluye el amor y la gracia del Señor, o si, en cambio, nos ponemos en el centro a nosotros mismos, acabando por convertirnos en «pantallas» que no ayudan al encuentro con el Señor. Y luego está la bellezza de la fraternidad, de ser sacerdotes juntos, de seguir al Señor no solos, no individualmente, sino juntos, en la gran diversidad de los dones y personalidades, y todo vivido en la comunión y fraternidad. También esto no es fácil, no es inmediato y no se da por descontado, porque también nosotros sacerdotes vivimos inmersos en esta cultura subjetivista de hoy, que exalta el yo hasta idolatrarlo. Y luego existe también un cierto individualismo pastoral, que lleva a la tentación de seguir adelante solos, o con el pequeño grupo de los que «piensan como yo»... Sabemos, en cambio, que todos son llamados a vivir la comunión en Cristo en el presbiterio, en torno al obispo. Se pueden, es más, se deben buscar siempre formas concretas adecuadas a los tiempos y a la realidad del territorio, pero esta búsqueda pastoral y misionera ha de hacerse con actitud de comunión, con humildad y fraternidad. Y no olvidemos la belleza de caminar con el pueblo. Sé que desde hace algunos años vuestra comunidad diocesana ha emprendido un arduo itinerario de redescubrimiento de la fe, en contacto con una realidad ciudadana que quiere volverse a levantar y necesita de la colaboración de todos. Os animo, por lo tanto, a salir para ir al encuentro del otro, a abrir las puertas y llegar a las familias, los enfermos, los jóvenes, los ancianos, allí donde viven, buscándolos, estando junto a ellos, sosteniéndolos, para celebrar con ellos la liturgia de la vida. En especial, será hermoso acompañar a las familias en
el desafío de engendrar y educar a los hijos. Los niños son un «signo diagnóstico», para ver la salud de la sociedad. Los niños no deben ser consentidos, sino amados. Y nosotros sacerdotes estamos llamados a acompañar a las familias para que los niños sean educados en la vida cristiana. La segunda intervención hacía referencia a la vida consagrada, y mencionó luces y sombras. Existe siempre la tentación de destacar más las sombras en perjuicio de las luces.
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válidas no sólo para la realidad napolitana o para la italiana, en un clima histórico marcado por la urgente necesidad de redescubrir las razones, civiles y religiosas, de una oposición real a la corrupción y de un compromiso político para seguir adelante «en la limpieza de la sociedad». Temas que volvieron a estar presentes en la homilía en la plaza del Plebiscito y en el encuentro con los presos de Poggioreale, bajo el signo de la esperanza, lema de esta visita a una Nápoles que acogió al Pontífice con entusiasmo. «Hoy comienza la primavera y la primavera trae esperanza» dijo Francisco, añadiendo que en este tiempo de esperanza «el hoy de Nápoles» es tiempo de rescate, abierto al futuro de D ios.
Esto, sin embargo, lleva a replegarnos en nosotros mismos, a recriminar continuamente, a acusar siempre a los demás. Y en cambio, especialmente durante este Año de la vida consagrada, dejemos brotar en nosotros y en nuestras comunidades la belleza de nuestra vocación, para que sea verdad que «donde están los religiosos hay alegría». Con este espíritu escribí la Carta a los consagrados, y espero que os esté ayudando en vuestro camino personal y comunitario. Quisiera preguntaros: ¿cómo está el «clima» en vuestras comunidades? ¿Existe esta gratitud, existe esta alegría de Dios que llena nuestro corazón? Si existe esto, entonces se realiza mi deseo de que no haya entre nosotros caras tristes, personas descontentas e insatisfechas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento» (ibid., II, 1). Queridos hermanos y hermanas consagrados, os deseo que testimoniéis, con humildad y sencillez, que la vida consagrada es un don valioso para la Iglesia y para el mundo. Un don que no hay que conservar para sí mismo, sino que hay que compartir, llevando a Cristo a cada rincón de esta ciudad. Que vuestra cotidiana gratitud a Dios encuentre su expresión en el deseo de atraer los corazones a Él, y de acompañarlos en el camino. Que tanto en la vida contemplativa como en la apostólica, podáis sentir con fuerza en vosotros el amor por la Iglesia y contribuir, mediante vuestro carisma específico, a su misión de proclamar el Evangelio y edificar el pueblo de Dios en la unidad, la santidad y el amor. Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias. Sigamos adelante, animados por el común amor al Señor y a la santa madre Iglesia. Os bendigo de corazón. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
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En el encuentro conclusivo con los jóvenes de Nápoles
El futuro de un pueblo Un pueblo que no cuida a los jóvenes y a los ancianos «no tiene futuro». Lo recordó el Papa Francisco como conclusión de su visita pastoral a Nápoles. En el paseo marítimo Caracciolo, el sábado 21 de marzo, por la tarde, se reunieron cien mil jóvenes para el último encuentro del día, donde hubo preguntas de una joven, de una anciana y de una pareja de esposos, a las que el Pontífice respondió antes de dirigir un saludo a los presentes, Pregunta de Bianca, una joven En nombre de todos los jóvenes le doy la bienvenida a Nápoles. Santidad, usted nos enseña que el apóstol debe esforzarse por ser una persona amable, serena, entusiasta y alegre, que transmite alegría donde sea que se encuentre, y esto vale para nosotros. Sin embargo, es también grande el hambre de sueños y esperanzas que hay en nuestro corazón, por lo que a menudo se hace difícil conjugar los valores cristianos que llevamos dentro con los horrores, las dificultades y las corrupciones que nos rodean en la vida diaria. Padre Santo, en medio de tales «silencios de Dios», ¿cómo sembrar brotes de alegría y semillas de esperanza para hacer fructificar la tierra de la autenticidad, la verdad, la justicia, el amor verdadero, que supera todo límite humano? Disculpadme si estoy sentado, pero estoy verdaderamente cansado, porque vosotros napolitanos hacéis que me mueva... Dios, nuestro Dios, es un Dios de las palabras, es un Dios de los gestos, es un Dios de los silencios. El Dios de las palabras, lo sabemos porque en la Biblia están las palabras de Dios: Dios nos habla, nos busca. El Dios de los gestos es el Dios que sale al encuentro. Pensemos en la parábola del buen pastor que va a buscarnos, que nos llama por nombre, que nos conoce mejor que nosotros mismos, que siempre nos espera, que siempre nos perdona, que siempre nos comprende con gestos de ternura. Y luego el Dios del silencio. Pensad en los grandes silencios en la Biblia: por ejemplo el si-
lencio en el corazón de Abrahán, cuando iba con su hijo para ofrecerlo en sacrificio. Dos días subiendo al monte, pero él no lograba decir nada al hijo, incluso si el hijo, que no era tonto, intuía. Y Dios callaba. Pero el más grande silencio de Dios fue la Cruz: Jesús escuchó el silencio del Padre, hasta definirlo «abandono»: «Padre, ¿por qué me has abandonado?». Y luego sucedió ese milagro de Dios, esa palabra, ese gesto grandioso que fue la Resurrección. Nuestro Dios es también el Dios de los silencios y existen silencios de Dios que no se pueden explicar si no miras al Crucificado. Por ejemplo, ¿por qué sufren los niños? ¿Cómo me explicas esto? ¿Dónde encuentras una palabra de Dios que explique por qué sufren los niños? Este es uno de los grandes silencios de Dios. Y el silencio de Dios no digo que se puede «comprender», pero podemos acercarnos a los silencios de Dios mirando a Cristo crucificado, a Cristo que muere, a Cristo abandonado, desde el Huerto de los Olivos hasta la Cruz. Estos son los silencios. «Pero Dios nos creó para ser felices». —«Sí, es verdad». Y Él muchas veces calla. Y esta es la verdad. Yo no puedo engañarte diciendo: «No, ten fe e irá todo bien, serás feliz, tendrás buena suerte, tendrás dinero...»: No, nuestro Dios también guarda silencio. Recuerda: es el Dios de las palabras, el Dios de los gestos y el Dios de los silencios, estas tres cosas las debes unir en tu vida. Esto es lo que se me ocurre decirte. Discúlpame. No tengo otra «receta». Pregunta de Erminia, anciana de 95 años Padre Santo, me llamo Erminia, tengo 95 años. Doy gracias a Dios por el don de una vida larga. Y también le agradezco a usted porque no pierde ocasión para defenderla. ¡Se necesita tanto hacerlo! Porque es un don que en nuestra sociedad parece causar miedo y a menudo se rechaza y descarta. Con el paso de los años me encontré sola tras la
muerte de mi marido, más frágil y ne- Nosotros ancianos tenemos achaques, cesitada de ayuda. Tuve miedo de tener problemas, y llevamos problemas a los que dejar mi casa y acabar en cualquier demás, y la gente tal vez nos descarta residencia, en uno de esos «depósitos por nuestros achaques, porque ya no para viejos» de los que usted ha habla- servimos. Y está también esa costumbre do. Así, muchas veces los ancianos se —disculpadme la palabra— de dejarlos ven impulsados a preguntarse si su vida morir, y como nos gusta tanto usar euaún tiene sentido. Tuve la gracia de en- femismos, decimos una palabra técnica: contrar una comunidad cristiana que eutanasia. Pero no sólo la eutanasia no perdió su espíritu y donde se vive el realizada con una inyección —y te manafecto y la gratuidad. De este modo, en do al otro lado— sino la eutanasia oculmi vejez, llegaron «ángeles», como les ta, la de no darte las medicinas, no llamo yo, jóvenes y menos jóvenes que proporcionarte los tratamientos, hacienme ayudan, me visitan, me sostienen en las dificultades El silencio de Dios no digo que se puede de cada día. La amistad con ellos me ha dado mucha «comprender», pero podemos acercarnos fuerza y mucho ánimo. a los silencios de Dios mirando a Cristo También rezar juntos me ayuda mucho: soy débil, pecrucificado, a Cristo que muere, ro rezando por los pobres, a Cristo abandonado los enfermos, los necesitados del mundo, por la paz, por el bien de la Iglesia, y también por el do triste tu vida, y así se muere, se acaPapa, encuentro la fuerza para ayudar y ba. proteger a los demás. De este modo, Este camino, que usted dice haber quienes ayudan y quienes reciben ayu- encontrado, es la mejor medicina para da forman una única familia: jóvenes y vivir largo tiempo: la cercanía, la amisancianos juntos. ¿Cómo podemos vivir tad, la ternura. A veces pregunto a los todos nosotros en mayor medida una hijos que tienen padres ancianos: ¿esIglesia que sea familia de todas las ge- táis cercanos a vuestros padres ancianeraciones, sin descartar a los ancianos nos? Y si los tenéis en una residencia y haciéndoles sentir parte viva de la co- —porque en casa sucede que no se puemunidad? den tener por el hecho de que trabajan tanto el papá como la mamá—, ¿vais a Tome asiento, porque cuando escu- visitarlos? En la otra diócesis, cuando cho que usted tiene 95 años, tengo ga- visitaba las residencias, me encontré nas de decir: pero si usted tiene 95 muchos ancianos a quienes preguntaba: años, yo soy Napoleón. ¡Enhorabuena «¿Y vuestros hijos?». «Bien, bien, por cómo los lleva! Usted dijo una pa- bien». «¿Vienen a visitaros?». Se quelabra clave de nuestra cultura: «descar- daban callados y yo me daba cuenta intar». Los ancianos son descartados, mediatamente... «¿Cuándo vinieron la porque esta sociedad tira lo que no es última vez?». «Por Navidad», y estábaútil: usa y tira. Los niños no son útiles: mos en el mes de agosto. Los dejan allí ¿para qué tener niños? Mejor no tener- sin afecto, y el afecto es la medicina los. Pero yo igualmente tengo afecto, más importante para un anciano. Todos me arreglo incluso con un perrito y un necesitamos afecto, y con la edad aún gato. Nuestra sociedad es así: ¡cuánta más. A vosotros, hijos, que tenéis pagente prefiere descartar a los niños y dres ancianos, os pido que hagáis un consolarse con el perrito o con el gato! examen de conciencia: ¿cómo vives el Se descartan a los niños, se descartan a cuarto mandamiento? ¿Vas a visitarlos? los ancianos, porque se les deja solos. ¿Les brindas ternura? ¿Pasas tiempo
con tu papá o con tu mamá ancianos? Me gusta contar una historia que cuando era niño me contaban en casa. Había un abuelo que vivía con el hijo, la nuera y los nietos. Pero el abuelo envejeció y al final, pobrecillo, cuando comía, tomaba la sopa y se ensuciaba un poco. Un día el papá decidió que el abuelo ya no comiera en la mesa de la familia porque no quedaba bien, no se podía invitar a los amigos. Hizo comprar una mesita y el abuelo comía solo en la cocina. La soledad es el veneno más grande para los ancianos. Un día, el papá al regresar del trabajo encuentra al hijo de cuatro años jugando con madera, clavos y un martillo. Y le dijo: «¿Qué haces?». «Una mesita, para que cuando seas anciano puedas comer allí». Lo que se siembra, se recoge. A vosotros, hijos, os recuerdo el cuarto mandamiento. ¿Das afecto a tus padres, los abrazas, les dices que los quieres? Si gastan mucho dinero en medicinas, ¿los reprendes? Haced un buen examen de conciencia. El afecto es la medicina más grande para nosotros ancianos. Este testimonio que da usted, con sus amigos —¡que son buenos!— debe contarlo mucho, para que la gente se anime a hacer lo mismo. Nunca descartar a un anciano. Nunca. Pregunta de la familia Russo Santidad, usted nos dijo recientemente que hay que comunicar la belleza de la familia, en cuanto que es el lugar privilegiado del encuentro de la gratuidad del amor. El desafío requiere compromiso, conocimiento y resistencia a las corrientes contrarias, reconsiderando la capacidad de elecciones valientes que defienden el sentido auténtico de la familia como recurso de la sociedad y como medio privilegiado de transmisión de la fe. Usted nos incita a «no dejarnos robar la esperanza», pero en una ciudad como Nápoles, patria de tantos santos pero también sede de tantos sufrimientos y contradicciones donde la familia se ve atacada, ¿cómo podemos construir una pastoral de la familia en salida, a la ofensiva y no replegada en la defensa, y que cuente a todos su belleza? ¿Cómo podemos conjugar nues-
tra excesiva secularidad con la espiritualidad e, inspirándonos en las palabras de nuestro arzobispo, «abrid paso a la esperanza»? La familia está en crisis: esto es verdad, no es una novedad. Los jóvenes no quieren casarse, prefieren convivir, tranquilos y sin compromisos; luego, si viene un hijo se casarán obligados. Hoy no está de moda casarse. Además, muchas veces en los matrimonios por la Iglesia pregunto: «Tú que vienes a casarte, ¿lo haces porque de verdad quieres recibir de tu novio y de tu novia el Sacramento, o vienes porque socialmente se debe hacer así?». Sucedió hace poco que, tras una larga conviven- convertirse en esposo en ocho lecciocia, una pareja que yo conozco decidió nes. La preparación al matrimonio es casarse. «¿Y cuándo?». «Todavía no lo otra cosa. Debe comenzar en casa, con sabemos, porque estamos buscando la los amigos, en la juventud, en el noiglesia que armonice con el vestido, y viazgo. El noviazgo perdió el sentido luego estamos buscando que el restau- sagrado del respeto. Hoy, normalmenrante esté cerca de la iglesia, y además te, noviazgo y convivencia son casi la tenemos que hacer los recuerdos, y lue- misma cosa. No siempre, porque exisgo...». «Pero dime, ¿con qué fe te ca- ten hermosos ejemplos... ¿Cómo prepasas?». La crisis de la familia es una realidad A los jóvenes repito: no perdáis la esperanza social. Luego están las colonizaciones ideolóde seguir siempre adelante. gicas sobre las familias, A los ancianos: llevad hacia delante la modalidad y propuestas que existen en Eusabiduría de la vida; los ancianos son como ropa y vienen incluso el buen vino de más allá del oceáno. Luego ese error de la mente humana que es la teoría del gen- rar un noviazgo que madure? Porque der, que crea tanta confusión. Así la fa- cuando el noviazgo es bueno, llega a milia se ve atacada. ¿Qué se puede ha- un punto que tienes que casarte, porcer con la secularización en acción? que ha madurado. Es como la fruta: si ¿Cómo proceder con estas colonizacio- no la recoges cuando está madura, desnes ideológicas? ¿Qué se puede hacer pués no es lo mismo. Pero es toda una con una cultura que no considera a la crisis, y os pido que recéis mucho. Yo familia, donde se prefiere no casarse? no tengo recetas para esto. Pero es imYo no tengo la receta. La Iglesia es portante el testimonio del amor, el tesconsciente de esto y el Señor ha inspi- timonio del modo de resolver los prorado convocar el Sínodo sobre la fami- blemas. lia, sobre tantos problemas. Por ejemEn el matrimonio también se pelea plo, el problema de la preparación al y... vuelan los platos. Doy siempre un matrimonio por la Iglesia. ¿Cómo se consejo práctico: pelead hasta que quepreparan las parejas que vienen a casar- ráis, pero no acabéis el día sin hacer las se? Algunas veces se hacen tres char- paces. Para hacer esto no es necesario las... ¿Es suficiente esto para verificar la ponerse de rodillas, es suficiente una fe? No es fácil. La preparación al ma- caricia, porque cuando se discute, hay trimonio no es cuestión de un curso, algo de rencor dentro, y si hay reconcicomo podría ser un curso de idiomas: liación inmediatamente, todo está bien.
El rencor frío del día anterior es mucho más difícil de quitar, por lo tanto haced las paces el mismo día. Es un consejo. Además es importante preguntar siempre al otro si le gusta o no le gusta algo: sois dos, el «yo» no es muy válido en el matrimonio, lo que cuenta es el «nosotros». Es también verdad lo que se dice de los matrimonios: alegría en dos, tres veces alegría; pena y dolor en dos, media pena, medio dolor. Así hay que vivir la vida matrimonial y esto se hace con la oración, mucha oración y con el testimonio, para que el amor no se apague. Porque siempre hay pruebas difíciles en la vida, no se puede tener la ilusión de encontrar a otra persona y decir: «Ah, si yo hubiese conocido a esta antes o a este antes, me hubiese casado con este o con esta». Pero no lo has conocido antes, ha llegado tarde. ¡Cierra inmediatamente la puerta! Estad atentos a estas cosas y seguid adelante con vuestro testimonio y de este modo vuelvo al inicio: la familia está en crisis y no es fácil dar una respuesta, pero es necesario el testimonio y la oración. (Al final del encuentro) Os doy las gracias por esta acogida y los testimonios. Y os pido que recéis por mí. Os pido que recéis por los jóvenes: hoy es el primer día de primavera, el día de la esperanza, el día de los jóvenes. Tal vez cada primavera se retoma el camino de la juventud, se florece otra vez. A los jóvenes repito: no perdáis la esperanza de seguir siempre adelante. A los ancianos: llevad hacia delante la sabiduría de la vida; los ancianos son como el buen vino cuando envejece. Y el buen vino tiene algo bueno que sirve tanto a los jóvenes como a los ancianos. Jóvenes y ancianos juntos: los jóvenes tienen la fuerza, los ancianos la memoria y la sabiduría. Un pueblo que no atiende a los jóvenes, que los deja sin trabajo, desocupados, y que no cuida a los ancianos, no tiene futuro. Si queremos que nuestro pueblo tenga futuro, tenemos que cuidar a los jóvenes buscando para ellos trabajo, buscando para ellos vías de salida de esta crisis, dándoles valores con la educación; y tenemos que cuidar a los ancianos que son quienes traen la sabiduría de la vida. Ahora recemos a la Virgen y a san José para que protejan a los jóvenes, a los ancianos y a las familias: [Ave María...] Ahora me despido de Nápoles porque regreso a Roma. Os deseo lo mejor y «‘ca Maronna v’accumpagne!».
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viernes 27 de marzo de 2015, número 13
El Pontífice a la Comisión internacional contra la pena de muerte
Un fracaso del Estado de derecho El Papa Francisco recibió en audiencia el viernes 20 de marzo, por la mañana, a una delegación de la Comisión internacional contra la pena de muerte. A continuación ofrecemos una traducción de la carta que el Pontífice entregó, durante el encuentro, al presidente de la Comisión, Federico Mayor.
Excelentísimo señor FEDERICO MAYOR Presidente de la Comisión internacional contra la pena de muerte Señor presidente: Con estas letras, deseo hacer llegar mi saludo a todos los miembros de la Comisión internacional contra la pena de muerte, al grupo de países que la apoyan, y a quienes colaboran con el organismo que Ud. preside. Quiero además expresar mi agradecimiento personal, y también el de los hombres de buena voluntad, por su compromiso con un mundo libre de la pena de muerte y por su contribución para el establecimiento de una moratoria universal de las ejecuciones en todo el mundo, con miras a la abolición de la pena capital. He compartido algunas ideas sobre este tema en mi carta a la Asociación internacional de derecho penal y a la Asociación latinoamericana de derecho penal y criminología, del 30 de mayo de 2014. He tenido la oportunidad de profundizar sobre ellas en mi alocución ante las cinco grandes asociaciones mundiales dedicadas al estudio del derecho penal, la criminología, la victimología y las cuestiones penitenciarias, del 23 de octubre de 2014. En esta oportunidad, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones con las que la Iglesia contribuya al esfuerzo humanista de la Comisión. El Magisterio de la Iglesia, a partir de la Sagrada Escritura y de la experiencia milenaria del Pueblo de Dios, defiende la vida desde la concepción hasta la muerte natural, y sostiene la plena dignidad humana en cuanto imagen de Dios (cf. Gen 1, 26). La vida humana es sagrada porque desde su inicio, desde el primer instante de la concepción, es fruto de la acción creadora de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2258), y desde ese momento, el hombre, única criatura a la que Dios ha amado por sí mismo, es objeto de un amor personal por parte de Dios (cf. Gaudium et spes, 24). Los Estados pueden matar por acción cuando aplican la pena de muerte, cuando llevan a sus pueblos a la guerra o cuando realizan ejecuciones extrajudiciales o sumarias. Pueden matar también por omisión,
cuando no garantizan a sus pueblos el acceso a los medios esenciales para la vida. «Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”» (Evangelii gaudium, 53). La vida, especialmente la humana, pertenece sólo a Dios. Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante. Como enseña san Ambrosio, Dios no quiso castigar a Caín con el homicidio, ya que quiere el arrepentimiento del pecador y no su muerte (cf. Evangelium vitae, 9). En algunas ocasiones es necesario repeler proporcionadamente una agresión en curso para evitar que un agresor cause un daño, y la necesidad de neutralizarlo puede conllevar su eliminación: es el caso de la legítima defensa (cf. Evangelium vitae, 55). Sin embargo, los presupuestos de la legítima defensa personal no son aplicables al medio social, sin riesgo de tergiversación. Es que cuando se aplica la pena de muerte, se mata a personas no por agresiones actuales, sino por daños cometidos en el pasado. Se aplica, además, a personas cuya capacidad de dañar no es actual sino que ya ha sido neutralizada, y que se encuentran privadas de su libertad. Hoy día la pena de muerte es inadmisible, por cuanto grave haya sido el delito del condenado. Es una ofensa a la inviolabilidad de la vida y a la dignidad de la persona humana que contradice el designio de Dios sobre el hombre y la sociedad y su justicia misericordiosa, e impide cumplir con cualquier finalidad justa de las penas. No hace justicia a las víctimas, sino que fomenta la venganza. Para un Estado de derecho, la pena de muerte representa un fracaso, porque lo obliga a matar en nombre de la justicia. Escribió Dostoevskij: «Matar a quien mató es un castigo incomparablemente mayor que el mismo crimen. El asesinato en virtud de una sentencia es más espantoso que el asesinato que comete un criminal». Nunca se alcanzará la justicia dando muerte a un ser humano. La pena de muerte pierde toda legitimidad en razón de la defectiva
selectividad del sistema penal y frente a la posibilidad del error judicial. La justicia humana es imperfecta, y no reconocer su falibilidad puede convertirla en fuente de injusticias. Con la aplicación de la pena capital, se le niega al condenado la posibilidad de la reparación o enmienda del daño causado; la posibilidad de la confesión, por la que el hombre expresa su conversión interior; y de la contrición, pórtico del arrepentimiento y de la expiación, para llegar al encuentro con el amor misericordioso y sanador de Dios. La pena capital es, además, un recurso frecuente al que echan mano algunos regímenes totalitarios y grupos de fanáticos, para el exterminio de disidentes políticos, de minorías, y de todo sujeto etiquetado como «peligroso» o que puede ser percibido como una amenaza para su poder o para la consecución de sus fines. Como en los primeros siglos, también en el presente la Iglesia padece la aplicación de esta pena a sus nuevos mártires. La pena de muerte es contraria al sentido de la humanitas y a la misericordia divina, que debe ser modelo para la justicia de los hombres. Implica un trato cruel, inhumano y degradante, como también lo es la angustia previa al momento de la ejecución y la terrible espera entre el dictado de la sentencia y la aplicación de la pena, una «tortura» que, en nombre del debido proceso, suele durar muchos años, y que en la antesala de la muerte no pocas veces lleva a la enfermedad y a la locura. Se debate en algunos lugares acerca del modo de matar, como si se tratara de encontrar el modo de «hacerlo bien». A lo largo de la historia, diversos mecanismos de muerte han sido defendidos por reducir el sufrimiento y la agonía de los condenados. Pero no hay forma humana de matar a otra persona. En la actualidad, no sólo existen medios para reprimir el crimen eficazmente sin privar definitivamente de la posibilidad de redimirse a
La cercanía del Santo Padre por el accidente aéreo en Francia
Tragedia europea Con un balance confirmado de 150 víctimas se puede considerar una tragedia europea —al implicar a Alemania, Francia y España— el accidente aéreo de la compañía «Germanwings» que se estrelló en los Alpes franceses el miércoles 25 de marzo. Dolor y solidaridad con las familias de las víctimas expresó el Papa Francisco en un telegrama firmado por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, enviado a monseñor Jean-Philippe Nault, obispo de Digne. El Papa —se lee en el texto— «se une al dolor de las familias, manifestando su cercanía». El Pontífice, además, «pide por el eterno descanso de los fallecidos, encomendándolos a la misericordia de Dios, para que los acoja en su seno de paz y de luz». El Papa «expresa su profundo afecto a todos los que sufren este drama, y a quienes los han socorrido en estas difíciles condiciones». Profundo dolor expresaron también el cardenal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia episcopal alemana, y los obispos españoles y franceses.
quien lo ha cometido (cf. Evangelium vitae, 27), sino que se ha desarrollado una mayor sensibilidad moral con relación al valor de la vida humana, provocando una creciente aversión a la pena de muerte y el apoyo de la opinión pública a las diversas disposiciones que tienden a su abolición o a la suspensión de su aplicación (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 405). Por otra parte, la pena de prisión perpetua, así como aquellas que por su duración conlleven la imposibilidad para el penado de proyectar un futuro en libertad, pueden ser consideradas penas de muerte encubiertas, puesto que con ellas no se priva al culpable de su libertad sino que se intenta privarlo de la esperanza. Pero aunque el sistema penal pueda cobrarse el tiempo de los culpables, jamás podrá cobrarse su esperanza. Como expresé en mi alocución del 23 de octubre pasado, «la pena de muerte implica la negación del amor a los enemigos, predicada en el Evangelio. Todos los cristianos y los hombres de buena voluntad, estamos obligados no sólo a luchar por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal, y en todas sus formas, sino también para que las condiciones carcelarias sean mejores, en respeto de la dignidad humana de las personas privadas de la libertad». Queridos amigos, los aliento a continuar con la obra que realizan, pues el mundo necesita testigos de la misericordia y de la ternura de D ios. Me despido encomendándolos al Señor Jesús, que en los días de su vida terrena no quiso que hiriesen a sus perseguidores en su defensa — «Guarda tu espada en la vaina» (Mt 26, 52)—, fue apresado y condenado injustamente a muerte, y se identificó con todos los encarcelados, culpables o no: «Estuve preso y me visitaron» (Mt 25, 36). Él, que frente a la mujer adúltera no se cuestionó sobre su culpabilidad, sino que invitó a los acusadores a examinar su propia conciencia antes de lapidarla (cf. Jn 8, 1-11), les conceda el don de la sabiduría, para que las acciones que emprendan en pos de la abolición de esta pena cruel, sean acertadas y fructíferas. Les ruego que recen por mí. Cordialmente. Vaticano, 20 de marzo de 2015 FRANCISCO
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número 13, viernes 27 de marzo de 2015
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En el Ángelus el Papa habla del deseo de encontrar a Jesús
Los que quieren ver El deseo de «ver a Jesús» atraviesa épocas y culturas. Lo recordó el Papa en el Ángelus del domingo 22 de marzo, en la plaza de San Pedro, subrayando que también hoy muchas personas «que están en búsqueda del rostro de Dios» y esperan que los cristianos sean un testimonio coherente de fe. Queridos hermanos y hermanas: En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelista Juan nos llama la atención con un particular curioso: algunos «griegos», de religión judía, llegados a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, se dirigen al apóstol Felipe y le dicen: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). En la ciudad santa, donde Jesús fue por última vez, hay mucha gente. Están los pequeños y los sencillos, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret reconociendo en Él al Enviado del Señor. Están los sumos sacerdotes y los líderes del pueblo, que lo quieren eliminar porque lo consideran herético y peligroso. También hay personas, como esos «griegos», que tienen curiosidad por verlo y por saber más acerca de su persona y de las obras realizadas por Él, la última de las cuales —la resurrección de Lázaro— causó mucha sensación. «Queremos ver a Jesús»: estas palabras, al igual que muchas otras en los Evangelios, van más allá del episodio particular y expresan algo universal; revelan un deseo que atraviesa épocas y culturas, un deseo presente en el corazón de muchas personas que han oído hablar de Cristo, pero no lo han encontrado aún. «Yo deseo ver a Jesús», así siente el corazón de esta gente. Respondiendo indirectamente, de modo profético, a aquel pedido de
poderlo ver, Jesús pronuncia una profecía que revela su identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12, 23). ¡Es la hora de la Cruz! Es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios. Cristo declara que será «levantado sobre la tierra» (v. 32), una expresión con doble significado: «levantado» en cuanto crucificado, y «levantado» porque fue exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos hacia sí y reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos. La hora de la Cruz, la más oscura de la historia, es también la fuente de salvación para todos los que creen en Él. Continuando con la profecía sobre su Pascua ya inminente, Jesús usa una imagen sencilla y sugestiva, la del «grano de trigo» que, al caer en la tierra, muere para dar fruto (cf. v. 24). En esta imagen encontramos otro aspecto de la Cruz de Cristo: el de la fecundidad. La cruz de Cristo es fecunda. La muerte de Jesús, de hecho, es una fuente inagotable de vida nueva, porque lleva en sí la
fuerza regeneradora del amor de Dios. Inmersos en este amor por el Bautismo, los cristianos pueden convertirse en «granos de trigo» y dar mucho fruto si, al igual que Jesús, «pierden la propia vida» por amor a Dios y a los hermanos (cf. v. 25). Por este motivo, a aquellos que también hoy «quieren ver a Jesús», a los que están en búsqueda del rostro de Dios; a quien recibió una catequesis cuando era pequeño y luego no la profundizó más y quizá ha perdido la fe; a muchos que aún no han encontrado a Jesús personalmente...; a todas estas personas podemos ofrecerles tres cosas: el Evangelio; el Crucifijo y el testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera. El Evangelio: ahí podemos encontrar a
Distribuidos cincuenta mil evangelios Entre los voluntarios se contaban también trescientas personas sin techo que, el domingo por la mañana, distribuyeron cincuenta mil evangelios de bolsillo a los fieles presentes en la plaza coordinados por el arzobispo limosnero Konrad Krajewski. Precisamente los sin techos, asistidos por la limosnería apostólica, fueron la novedad más significativa de la iniciativa querida por el Papa y que este año llega a su segunda edición. En abril del año pasado el Pontífice ya había regalado un librito con los cuatro Evangelios y los Hechos de los apóstoles para ayudar a poner en práctica su invitación de llevar siempre el evangelio en el bolsillo y meditar las palabras y las acciones de Jesús.
Congregación para las causas de los santos
Promulgación de decretos El Santo Padre Francisco, el miércoles 18 de marzo, recibió en audiencia privada al cardenal Angelo Amato, S.D.B., prefecto de la Congregación para las causas de los santos. Durante la misma el Pontífice autorizó a la Congregación promulgar los siguientes decretos: —un milagro atribuido a la intercesión de los beatos esposos LUD OVICO MARTIN, laico y padre de familia; nació en Burdeos (Francia) el 22 de agosto de 1823 y murió en Arnières (Francia) el 29 de julio de 1894, y MARÍA CELIA GUÉRIN DE MARTIN, laica y madre de familia; nació en Saint-Denis-Sarthon (Francia) el 23 de diciembre de 1831 y murió en Alençon (Francia) el 28 de agosto de 1877; —las virtudes heroicas del siervo de Dios FRANCESCO GATTOLA, sacerdote diocesano, fundador de la congregación de las religiosas Hijas de la Santísima Virgen Inmaculada de Lourdes, nació en Nápoles (Italia) el 19 de septiembre de 1822 y murió allí el 20 de enero de 1899; —las virtudes heroicas del siervo de Dios PEDRO BARBARIĆ, novicio escolástico de la Compañía de Jesús; nació en Klobuk (Bosnia y Herzegovina) el 19 de mayo de 1874 y murió en Travnik (Bosnia y Herzegovina) el 15 de abril de 1897; —las virtudes heroicas de la sierva de Dios MARIA AIKENHEAD, fundadora del instituto de las Hermanas de la Caridad de Irlanda; nació en Cork (Irlanda) el 19
de enero de 1787 y murió en Dublín (Irlanda) el 22 de julio de 1858; —las virtudes heroicas de la sierva de Dios ELISABETBALD O, viuda, fundadora de la Pía casa de San José en Gavardo, cofundadora de la congregación de las Humildes Servidoras del Señor; nació en Gavardo (Italia) el 29 de octubre de 1862 y murió allí el 4 de julio de 1926;
TA
—las virtudes heroicas de la sierva de Dios VICENTA PASIÓN DEL SEÑOR (en el siglo: Edvige Jaroszewska), fundadora de la congregación de las Hermanas Benedictinas Samaritanas de la Cruz de Cristo; nació en Piotrków Trybunalski (Polonia) el 7 de marzo de 1900 y murió en Varsovia (Polonia) el 10 de noviembre de 1937;
DE LA
—las virtudes heroicas de la sierva de Dios Juana de la Cruz (en el siglo: Juana Vázquez Gutiérrez), monja profesa de la Tercera Orden de San Francisco, abadesa del convento de Santa María de la Cruz en Cubas de Madrid; nació en Villa de Azaña, hoy Numancia La Sagra (España) el 3 de mayo de 1481 y murió en Cubas de La Sagra (España) el 3 de mayo de 1534; —las virtudes heroicas de la sierva de Dios Maria Orsola Bussone, laica; nació en Vallo Torinese (Italia) el 2 de octubre de 1954 y murió en Ca’ Savio (Italia) el 10 de julio de 1970.
Jesús, escucharlo, conocerlo. El Crucifijo: signo del amor de Jesús que se entregó por nosotros. Y luego, una fe que se traduce en gestos sencillos de caridad fraterna. Pero principalmente en la coherencia de vida: entre lo que decimos y lo que vivimos, coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones. Evangelio, Crucifijo y testimonio. Que la Virgen nos ayude a llevar estas tres cosas. Al término de la oración mariana el Pontífice recordó la visita del día precedente a Nápoles, y lanzó un llamamiento para que todos tengan acceso al agua. Queridos hermanos y hermanas: No obstante el mal tiempo, habéis venido muchos ¡felicitaciones! Habéis sido muy valientes, también los maratonistas son valientes, los saludo con afecto. Ayer estuve en Nápoles en visita pastoral. Quiero agradecer la cálida acogida a todos los napolitanos, tan buenos. ¡Mil gracias! Hoy celebramos la Jornada mundial del agua, promovida por las Naciones Unidas. El agua es el elemento más esencial para la vida, y de nuestra capacidad de custodiarlo y de compartirlo depende el futuro de la humanidad. Aliento, por lo tanto, a la Comunidad internacional a vigilar para que las aguas del planeta sean adecuadamente protegidas y nadie esté excluido o discriminado en el uso de este bien, que es un bien común por excelencia. Con san Francisco de Asís digamos: «Loado seas, mi Señor, por la hermana Agua, la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta» (Cántico del hermano sol). Y ahora, repetiremos un gesto ya realizado el año pasado: según la antigua tradición de la Iglesia, durante la Cuaresma se entrega el Evangelio a quienes se preparan para el Bautismo; así yo hoy os ofrezco a los que estáis en la Plaza un regalo, un Evangelio de bolsillo. Os será distribuido gratuitamente por algunas personas sin techo, que viven en Roma. También en esto vemos un gesto muy bonito, que le gusta a Jesús: los más necesitados son los que nos regalan la Palabra de Dios. ¡Tomadlo y llevadlo con vosotros, para leerlo frecuentemente! Cada día llevadlo en la cartera, en el bolsillo y leed a menudo un pasaje cada día. ¡La Palabra de Dios es luz para nuestro camino! ¡Os hará bien, hacedlo! Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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Misa del Pontífice en Santa Marta Tres mujeres y tres jueces «Donde no hay misericordia, no hay justicia». Quien paga por la falta de misericordia es, también hoy, el pueblo de Dios que sufre cuando encuentra «jueces especuladores, viciosos y rígidos» incluso en la Iglesia que es «santa, pecadora, necesitada». Lo dijo el Papa el lunes 23 de marzo en la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta. El Papa Francisco destacó inmediatamente que las lecturas propuestas por la liturgia —tomadas del libro de Daniel (13, 1-9.15-17.19-30.33-62) y del Evangelio de san Juan (8, 1-11)— «nos hacen ver dos juicios a dos mujeres». Pero, añadió, «yo me permito recordar otro juicio que se refiere a una mujer: el que Jesús nos relata en el capítulo 18 de san Lucas». Así, pues, «hay tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana; otra, pecadora, la adúltera; y una tercera, la del Evangelio de san Lucas, una pobre viuda». Y «las tres, según algunos padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada, porque las viudas y los huérfanos eran los más necesitados en ese tiempo». Precisamente por esto, explicó el Papa, «los padres piensan que sean figuras alegóricas de la Iglesia». En cambio «los tres jueces son malos, los tres». Y, continuó, «me urge destacar esto: en esa época el juez no era sólo un juez civil: era civil y religioso, era las dos cosas juntas, juzgaba las cuestiones religiosas y también las civiles». De este modo, «los tres eran corruptos: los que condujeron a la adúltera hasta Jesús, los escribas, los fariseos, los que hacían la ley y también emitían los juicios, tenían dentro del corazón la corrupción de la rigidez». Para ellos, en efecto, «todo era la letra de la ley, lo que decía la ley, se sentían puros: la ley dice esto y se debe hacer esto...». Pero, destacó el Papa Francisco, «estos no eran santos; eran corruptos, corruptos porque una rigidez de ese tipo sólo puede seguir adelante en una doble vida». Tal vez precisamente los «que condenaban a estas mujeres luego iban a buscarlas por detrás, a escondidas, para divertirse un poco». Y el Papa quiso destacar también que «los rígidos son —uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos— hipócritas: llevan una doble vida». En tal medida que «los que juzgan, pensemos en la Iglesia —las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia—, los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen una doble vida. Con la rigidez ni siquiera se puede respirar». Refiriéndose en especial al pasaje del libro de Daniel, el Papa recordó que ciertamente «no eran santos tampoco ninguno de aquellos dos» que acusaron injustamente a Susana. Y precisamente «Daniel, a quien el Espíritu Santo mueve a profetizar, los llama “envejecidos en días y en crímenes”». A uno de ellos le dice también: «La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas,
y ellas por miedo se acostaban con vosotros». En definitiva, los dos «eran jueces viciosos, tenían la corrupción del vicio, en este caso la lujuria». Y «se dice que cuando se tiene este vicio de la lujuria, con los años se hace más feroz, empeora». Por lo tanto, los dos jueces «estaban corrompidos por los vicios». Y «del tercer juez —el del Evangelio de san Lucas que recordé hace un momento— Jesús dice que no temía a Dios y no le interesaba nadie: no le importaba nada, sólo le interesaba él mismo», afirmó el Papa Francisco. Era, en pocas palabras, «un especulador, un juez que con su trabajo de juzgar hacía los negocios». Y era por ello «un corrupto, un corrupto de dinero, de prestigio». El problema de fondo, explicó el Papa es que estas tres personas —tanto el «especulador» como «los viciosos» y los «rígidos»— «no conocían una palabra: no conocían lo que era la misericordia». Porque «la corrupción los conducía lejos del hecho de comprender la misericordia», de «ser misericordiosos». En cambio «la Biblia nos dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio». Y así «las tres mujeres —la santa, la pecadora y la necesitada— sufren por esta falta de misericordia».
Como conclusión, el Papa Francisco quiso «recordar una de las palabras más bonitas del Evangelio, tomada precisamente del pasaje de san Juan, que me conmueve mucho: ¿Ninguno te ha condenado? —Ninguno, Señor. —Tampoco yo te condeno». Y precisamente esta expresión de Jesús —«Tampoco yo te condeno»— es «una de las palabras más hermosas porque está llena de misericordia».
¿Cristianos? Sí, pero... ¿Cuántos se dicen cristianos pero no aceptan «el estilo» con el cual Dios quiere salvarnos? Son a quienes el Papa Francisco definió como «cristianos sí, pero...», incapaces de comprender que la salvación pasa por la cruz. Y Jesús en la cruz —explicó el Pontífice en la homilía de la misa que celebró en Santa Marta el martes 24 de marzo— es precisamente «el núcleo del mensaje de la liturgia de hoy». En el pasaje evangélico de san Juan (8, 21-30), Jesús dice: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre...» y, anunciando su muerte en
Andrey Minorov, «Jesús y la adúltera» (2011)
Pero eso es válido «también hoy». Y lo toca con la mano «el pueblo de Dios» que, «cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico». Por lo demás, precisó el Papa, «donde no hay misericordia no hay justicia». Y así «cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces, cuántas veces, encuentra a uno de estos». Encuentra «a los viciosos», por ejemplo, «que están allí, capaces también de tratar de explotarlos», y este «es uno de los pecados más graves». Pero encuentra lamentablemente también a «los especuladores», a quienes «no les importa nada y no dan oxígeno a esa alma, no dan esperanza: a ellos no les interesa». Y encuentra «a los rígidos, que castigan en los penitentes de lo que esconden en su alma». He aquí, entonces, «a la Iglesia santa, pecadora, necesitada, y a los jueces corruptos: sean ellos especuladores, viciosos o rígidos». Y «esto se llama falta de misericordia».
la cruz, recuerda la serpiente de bronce que Moisés hizo elevar «para curar a los israelitas en el desierto», como se lee en la primera lectura tomada del libro de los Números (21, 4-9). El pueblo de Dios esclavo en Egipto —explicó el Papa— había sido liberado: «Ellos habían visto verdaderos milagros. Y, cuando tuvieron miedo, en el momento de la persecución del faraón, cuando estuvieron ante el mar Rojo, vieron el milagro» que Dios había realizado para ellos. El «camino de liberación» comenzó con la alegría. Los israelitas «estaban contentos» porque fueron «liberados de la esclavitud», contentos porque «llevaban consigo la promesa de una tierra muy buena, una tierra sólo para ellos» y porque «ninguno de ellos había muerto» en la primera parte del viaje. También las mujeres estaban contentas porque tenían con ellas «las joyas de las mujeres egipcias». Pero a un cierto punto, continuó el Pontífice, en el momento que «se alargaba el camino», el pueblo ya no soportó el viaje y «se cansó». Por
ello comenzó a hablar «contra Dios y contra Moisés: ¿por qué nos han sacado de Egipto para morir en el desierto?». Comenzó «a criticar: a hablar mal de Dios, de Moisés», diciendo: «No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia, el maná». Es decir, a los israelitas «les daban náuseas las ayudas de Dios, el don de Dios. Y, así, la alegría del comienzo de la liberación se convirtió en tristeza, en murmuración». Probablemente preferían «un mago que con la varita mágica» los liberase y no un Dios que les hiciese caminar y que «en cierto modo» les hiciese «ganar la salvación» o, «al menos, merecerla en parte». En la Escritura se ve «un pueblo descontento» y, destacó el Papa Francisco, «la crítica es una vía de salida de ese descontento». En su descontento «se desahogaban, pero no se daban cuenta de que con esa actitud envenenaban su alma». He aquí, entonces, la llegada de las serpientes, porque «así, como el veneno de las serpientes, en ese momento el pueblo tenía el alma envenenada». También Jesús habla de la misma actitud, de «ese modo de ser no contento, no satisfecho». Refiriéndose a un pasaje que encontramos en los Evangelios de san Mateo (11, 17) y de san Lucas (7, 32), el Pontífice dijo: «Jesús, cuando habla de esta actitud dice: “¿Quién os entiende a vosotros? Sois como esos niños en la plaza: hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; os hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado. Entonces, ¿nada os satisface?”». Es decir, el problema «no era la salvación, la liberación», porque «todos la querían»; el problema era «el estilo de Dios: no gustaba el sonido de Dios para bailar; no gustaban las lamentaciones de Dios para llorar». Entonces, «¿qué querían?». Querían, explicó el Papa, obrar «según su pensamiento, elegir el propio camino de salvación». Pero ese camino «no conducía a nada». Una actitud que encontramos aún hoy. Incluso «entre los cristianos», se preguntó el Papa Francisco, ¿cuántos están «un poco envenenados» de esta insatisfacción? Oímos decir: «Sí, verdaderamente, Dios es bueno, pero cristianos sí, pero...». Son los que, explicó, «no terminan de abrir el corazón a la salvación de Dios» y «piden siempre condiciones»; los que dicen: «Sí, sí, sí, yo quiero ser salvado, pero por este camino». Es así que «el corazón se envenena». Es el corazón de los «cristianos tibios», que tienen siempre algo de qué lamentarse: «“pero el Señor, ¿por qué me ha hecho esto?” –“pero te ha salvado, te ha abierto la puerta, te ha perdonado muchos pecados”– “Sí, sí, es verdad, pero...”». El israelita en el desierto decía: «Yo quisiera agua, pan, eso que me gusta, no esta comida tan ligera. Estoy hastiado». Y también nosotros «muchas veces decimos que estamos hastiados del estilo divino». Destacó el Papa Francisco: No aceptar el don de Dios con su estilo, ese es el pecado, ese es el veneno; lo que envenena el alma, quita la alegría, no deja seguir».
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Y «¿cómo resuelve todo esto el Señor? Con el mismo veneno, con el mismo pecado»: es decir, «Él mismo toma sobre sí el veneno, el pecado y es elevado». Así sana «esta tibieza del alma, ese ser cristianos a medias», ese ser «cristianos sí, pero...». La curación, explicó el Papa, llega sólo «mirando la cruz», mirando a Dios que asume nuestros pecados: «mi pecado está allí». Sin embargo, «cuántos cristianos mueren en el desierto de su tristeza, de su murmuración, de su no querer el estilo de Dios». Esta es la reflexión para cada cristiano: mientras Dios «nos salva y nos muestra cómo nos salva», yo «no soy capaz de tolerar un poco un camino que no me gusta mucho». Es «ese egoísmo que Jesús reprochaba a su generación», la que decía acerca de Juan Bautista: «No, es un endemoniado». Y la que cuando vino el Hijo del hombre lo definió como un «comilón» y un «borracho». «¿Pero quién os entiende?» dijo el Papa añadiendo: «También yo, con mis caprichos espirituales ante la salvación que Dios me da, ¿quién me entiende?». He aquí entonces la invitación a los fieles: «Miremos a la serpiente, el veneno ahí en el cuerpo de Cristo, el veneno de todos los pecados del mundo y pidamos la gracia de aceptar los momentos difíciles; de aceptar el estilo divino de salvación; de aceptar también esta comida tan ligera de la que se lamentaban los judíos»: la gracia, o sea, «de aceptar los caminos por los cuales el Señor me conduce hacia adelante». El Papa Francisco concluyó deseando que la Semana Santa «nos ayude a salir de esta tentación de llegar a ser “cristianos sí, pero...”».
Himno a la alegría Alegría y esperanza son las características del cristiano. Y es triste encontrar a un creyente que no sabe gozar, asustado en su apego a la fría doctrina. Ha sido por eso un auténtico himno a la alegría el que lanzó el Papa Francisco en la misa celebrada el jueves 26 de marzo, en la capilla de la Casa Santa Marta. Al inicio, el Papa recordó la «hora de oración por la paz» promovida en todas las comunidades carmelitas. «Queridos hermanos y hermanas», dijo tras el saludo litúrgico, «pasado mañana, 28 de marzo, se conmemorará el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia». Y «por
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petición del padre general de los Carmelitas Descalzos, hoy aquí presente con el padre vicario, ese día tendrá lugar en todas las comunidades carmelitas del mundo una hora de oración por la paz. Me uno de corazón —afirmó el Papa Francisco— a esta iniciativa, a fin de que el fuego del amor de Dios venza los incendios de guerra y de violencia que afligen a la humanidad, y el diálogo predomine por doquier sobre el enfrentamiento armado». Y concluyó así: «Que Santa Teresa de Jesús interceda por esta petición nuestra». En las dos lecturas propuestas hoy por la liturgia, destacó inmediatamente el Pontífice, «se habla de tiempo, de eternidad, de años, de futuro, de pasado» (Génesis 17, 3-9 y Juan 8, 51-59). En tal medida que precisamente el tiempo parece que es la realidad «más importante en el mensaje litúrgico de este jueves». Pero el Papa Francisco prefirió «tomar otra palabra» que, sugirió, «creo que es precisamente el mensaje de la Iglesia hoy». Y son las palabras de Jesús que presenta el evangelista Juan: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio y se llenó de alegría». Así, pues, el mensaje central de hoy es «la alegría de la esperanza, la alegría de la confianza en la promesa de Dios, la alegría de la fecundidad». Precisamente «Abrahán, en el tiempo del que habla la primera lectura, tenía noventa y nueve años y el Señor se le apareció y le aseguró la alianza» con estas palabras: «Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos». Abrahán, recordó el Papa Francisco, «tenía un hijo de doce, trece años: Ismael». Pero Dios le asegura que se convertirá en «padre de una muchedumbre de pueblos». Y «le cambia el nombre». Luego «continúa y le pide que sea fiel a la alianza» diciendo: «Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras za generaciones, como alianza perpetua». En concreto, Dios dice a Abrahán «te doy todo, te doy el tiempo: te doy todo, tú serás padre». Seguramente Abrahán, dijo el Papa, «era feliz por esto, sentía una consolación plena» escuchando la promesa del Señor: «Dentro de un
año tendrás otro hijo». Cierto, ante esas palabras «Abrahán rió, dice la Biblia a continuación: ¿cómo un hijo a los cien años?». Sí, «había engendrado a Ismael a los ochenta y siete años, pero a los cien un hijo es demasiado, no se puede comprender». Y así «rió». Pero precisamente «esa sonrisa, esa risa fue el inicio de la alegría de Abrahán». He aquí, por lo tanto, el sentido de las palabras de Jesús que hoy vuelve a proponer el Papa como mensaje central: «Abrahán, vuestro padre, exultó en la esperanza». En efecto, «no se atrevía a creer y dijo al Señor: “Pero si al menos Ismael viviese en tu presencia”». Y recibió esta respuesta: «No, no será Ismael. Será otro». Para Abrahán, por lo tanto, «la alegría era plena», afirmó el Papa. Pero «también su esposa Sara, un poco más tarde, rió: estaba un poco oculta, detrás de las cortinas de la entrada, escuchando lo que decían los hombres». Y «cuando estos en-
El Papa Francisco entrega una vela encendida al prepósito general de los carmelitas descalzos
viados de Dios dieron a Abrahán la noticia sobre el hijo, también ella rió». Es precisamente este, afirmó el Papa Francisco, «el inicio de la gran alegría de Abrahán». Sí, «la gran alegría: exultó en la esperanza de ver de este día; lo vio y se llenó de alegría». Y el Papa invitó a contemplar «este hermoso icono: Abrahán ante Dios, postrado con el rostro en tierra: escuchó esta promesa y abrió el corazón a la esperanza y se llenó de alegría». Y es precisamente «esto y aquello lo que no entendían los doctores de la ley» destacó el Papa Francisco. «No entendían la alegría de la promesa; no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la alianza. No entendían». Y «no sabían alegrarse, porque habían perdido el sentido de la alegría que llega solamente por la fe». En cambio, explicó el Papa, «nuestro padre
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Abrahán fue capaz de alegrarse porque tenía fe: fue justificado en la fe». Por su parte, esos doctores de la ley «habían perdido la fe: eran doctores de la ley, pero sin fe». «Más aún: habían perdido la ley, porque el centro de la ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo». Ellos, sin embargo, «tenían sólo un sistema de doctrinas precisas y que necesitaban cada día más para que nadie los tocara». Eran «hombres sin fe, sin ley, apegados a doctrinas que se convierten igualmente en actitudes casuísticas». Y el Papa Francisco propuso ejemplos concretos: «¿Se puede pagar el tributo al César? ¿No se puede? Esta mujer, que estuvo casada siete veces, ¿será esposa de esos siete cuando vaya al cielo?». Y «esta casuística era su mundo: un mundo abstracto, un mundo sin amor, un mundo sin fe, un mundo sin esperanza, un mundo sin confianza, un mundo sin Dios». Precisamente «por ello no podían alegrarse». No se alegraban ni hacían alguna fiesta para divertirse: tanto que, afirmó el Papa, seguramente habrán «destapado algunas botellas cuando Jesús fue condenado». Pero siempre «sin alegría», es más «con miedo porque uno de ellos, tal vez mientras bebían», recodaría la promesa de «que resucitaría». Y, así «de rápido, con miedo, fueron al procurador para decirle: por favor, ocupaos de esto, que no vaya a ser un engaño». Y todo porque «tenían miedo». Pero «esta es la vida sin fe en Dios, sin confianza en Dios, sin esperanza en Dios», afirmó nuevamente el Papa. «La vida de estos que sólo cuando entendieron que no tenían razón» —añadió— pensaron que únicamente les quedaba el camino de tomar las piedras para lapidar a Jesús. Su corazón se había petrificado». En efecto, «es triste ser creyente sin alegría —explicó el Papa Francisco— y no hay alegría cuando no hay fe, cuando no hay esperanza, cuando no hay ley, sino solamente las prescripciones, la doctrina fría. Esto es lo que vale». En contraposición, el Papa volvió a proponer «la alegría de Abrahán, ese hermoso gesto de la sonrisa de Abrahán» cuando escucha la promesa de tener «un hijo a los cien años». Y «también la sonrisa de Sara, una sonrisa de esperanza». Porque «la alegría de la fe, la alegría del Evangelio es el criterio para ver la fe de una persona: sin alegría esa persona no es un verdadero creyente». Como conclusión, el Papa Francisco invitó a hacer propias las palabras de Jesús: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Y pidió «al Señor la gracia de ser exultante en la esperanza, la gracia de poder ver el día de Jesús cuando nos encontremos con Él y la gracia de la alegría».
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COMUNICACIONES Colegio episcopal
Audiencias pontificias
Monseñor José Leopoldo González, obispo de la nueva diócesis de Nogales (México) Monseñor Javier Gerardo Román Arias, obispo de Limón (Costa Rica) Monseñor Bertram Víctor Wick Enzler, obispo de Santo Domingo (Ecuador) RENUNCIA: El Papa ha aceptado la renuncia de dom JOSEPH RODUIT, C.R., a la función de abad ordinario de la abadía territorial de Saint Maurice (Suiza), en conformidad con el canon 401 § 1 del Código de derecho canónico. Joseph Roduit, C.R., nació en Saillon, diócesis de Sión, el 17 de diciembre de 1939. Recibió la ordenación sacerdotal el 4 de septiembre de 1965. Juan Pablo II le nombró abad ordinario de la abadía territorial de Saint Maurice el 14 de mayo de 1999. EL PAPA
HA NOMBRAD O:
—Obispo de la nueva diócesis de Nogales (México) a monseñor JOSÉ LEOPOLD O GONZÁLEZ GONZÁLEZ, hasta ahora obispo titular de Tuburnica y auxiliar de Guadalajara. José Leopoldo González González nació en Cañadas de Obregón,
Representaciones pontificias El Santo Padre ha nombrado nuncio apostólico en los Países Bajos a monseñor ALD O CAVALLI, arzobispo titular de Vibo Valentia, hasta ahora nuncio apostólico en Malta y en Libia. Aldo Cavalli nació en Maggianico di Lecco, archidiócesis de Milán (Italia), el 18 de octubre de 1946. Recibió la ordenación sacerdotal el 18 de marzo de 1971, incardinado en la diócesis de Bérgamo. Entró en el servicio diplomático de la Santa Sede el 15 de abril de 1979. Juan Pablo II lo nombró arzobispo titular de Vibo Valentia, nuncio apostólico en Santo Tomé y Príncipe, y delegado apostólico en Angola el 2 de julio de 1996; recibió la ordenación episcopal el 26 de agosto de dicho año. El Papa, cuando se establecieron las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República de Angola el 1 de septiembre de 1997, lo nombró nuncio apostólico en Angola; y el 28 de junio de 2001 lo trasladó como nuncio apostólico a Chile. Benedicto XVI lo nombró nuncio apostólico en Colombia el 29 de octubre de 2007. El mismo Papa lo nombró nuncio apostólico en Malta el 16 de febrero de 2013 y también en Libia el 13 de abril sucesivo.
diócesis de de San Juan de los Lagos, el 7 de febrero de 1955. Recibió la ordenación sacerdotal el 27 de mayo de 1984. El Papa Benedicto XVI le nombró obispo titular de Tuburnica y auxiliar de Guadalajara el 15 de noviembre de 2005; recibió la ordenación episcopal el 25 de enero de 2006. De 2009 a 2011 fue secretario general del CELAM.
Charles Phillip Richard Moth nació en Chingola (Zambia) el 8 de julio de 1958. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de julio de 1982, incardinado en la archidiócesis de Southwark. El Papa Benedicto XVI le nombró Ordinario militar para Gran Bretaña el 25 de julio de 2009; recibió la ordenación sacerdotal el 29 de septiembre sucesivo.
—Obispo de Limón (Costa Rica) al presbítero JAVIER GERARD O ROMÁN ARIAS.
—Obispo titular de Alba marítima y auxiliar de la diócesis de Roma al presbítero AUGUSTO PAOLO LOJUDICE.
Javier Gerardo Román Arias nació en Alajuela el 19 de octubre de 1962. Recibió la ordenación sacerdotal el 8 de diciembre de 1987. En su ministerio ha desempeñado, entre otros, los siguientes cargos: vicario parroquial, párroco en diversas parroquias, ecónomo diocesano y secretario adjunto de la Conferencia episcopal de Costa Rica, función que desempeña desde el año 2008. —Obispo de Santo Domingo (Ecuador) a monseñor BERTRAM VÍCTOR WICK ENZLER, hasta ahora obispo titular de Carpi y auxiliar de Guayaquil.
Augusto Paolo Lojudice nació en Roma el 1 de julio de 1964. Recibió la ordenación sacerdotal el 6 de mayo de 1989. Obtuvo la licenciatura en teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En su ministerio en la diócesis de Roma ha desempeñado, entre otros, los siguientes cargos: vicario parroquial, párroco y director espiritual del seminario mayor de la diócesis de Roma.
Bertram Víctor Wick Enzler nació en Waldkirch, diócesis de Sankt Gallen (Suiza), el 8 de marzo de 1955. Recibió la ordenación sacerdotal el 8 de diciembre de 1991, incardinado en la arquidiócesis de Guayaquil. El Papa Francisco le nombró obispo titular de Carpi y auxiliar de la arquidiócesis de Guayaquil el 26 de octubre de 2013; recibió la ordenación episcopal el 30 de noviembre sucesivo. —Obispo de Arundel y Brighton (Inglaterra) a monseñor CHARLES PHILLIP RICHARD MOTH, hasta ahora Ordinario militar para Gran Bretaña.
EL SANTO PADRE
HA RECIBID O:
Viernes 20 de marzo —Al cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los obispos.
P.S.S.,
A los obispos de la Conferencia episcopal de Japón, en visita «ad limina Apostolorum»: —Monseñor Joseph Mitsuaki Takami, P.S.S., arzobispo de Nagasaki. —Monseñor Dominic Ryōji Miyahara, obispo de Fukuoka. —Monseñor Paul Kenjiro Koriyama, obispo de Kagoshima. —Monseñor Berard Toshio Oshikawa, O.F.M.CONV., obispo de Naha. —Monseñor Paul Sueo Hamaguchi, obispo de Oita. —Monseñor Thomas Aquino Manyo Maeda, arzobispo de Osaka, con el auxiliar: monseñor Michael Gorō Matsuura, obispo titular de Sfasferia. —Monseñor Paul Yoshinao Otsuka, obispo de Kyoto. —Monseñor Augustinus Jun-ichi Nomura, obispo de Nagoya.
Erección de diócesis
—Monseñor John Eijiro Suwa, obispo de Takamatsu.
El Papa ha erigido la diócesis de NO GALES (México), con territorio desmembrado de la arquidiócesis de Hermosillo, y la ha hecho sufragánea de la misma sede.
—Monseñor Peter Takeo Okada, arzobispo de Tōkyō, administrador apostólico «sede vacante et ad nutum Sanctae Sedis» de Saitama; con el auxiliar: monseñor James Kazuo Koda, obispo titular de Sinnada de Mauritania.
La nueva diócesis tiene una extensión de 44.243 km² y cuenta con 483.180 habitantes, de los cuales 381.000 son católicos. Pastoralmente están distribuidos en 25 parroquias y son atendidos por 44 sacerdotes. También desempeñan su misión en esa circunscripción eclesiástica 62 religiosas. Hay 13 seminaristas.
—Monseñor Tarcisius Isao Kikuchi, S.V.D., obispo de Niigata. —Monseñor Bernard Taiji Katsuya, obispo de Sapporo. —Monseñor Martin Tetsuo Hiraga, obispo de Sendai. —Monseñor Rafael Masahiro Umemura, obispo de Yokohama.
Luto en el episcopado
Comunicado del decano del Colegio cardenalicio
—Monseñor ANTONIO D ORAD O SOTO, obispo emérito de la diócesis de Málaga (España). Falleció el 17 de marzo. Había nacido en Urda, archidiócesis de Toledo, el 18 de junio de 1931. Era sacerdote desde el 1 de abril de 1956. El Papa Pablo VI lo nombró obispo de Guadix el 31 de marzo de 1970; recibió la ordenación episcopal el 10 de mayo de dicho año. El mismo Papa lo trasladó a la diócesis de Cádiz y Ceuta el 1 de septiembre de 1973. Juan Pablo II lo nombró obispo de Málaga el 26 de marzo de 1993. Benedicto XVI aceptó su renuncia al gobierno pastoral de la diócesis el 10 de octubre de 2008.
Renovación y reconciliación para la Iglesia en Escocia El Santo Padre ha aceptado la renuncia a los derechos y a las prerrogativas del cardenalato, expresados en los cánones 349, 353 y 356 del Codex iuris canonici, presentada, al final de un largo itinerario de oración, por el cardenal KEITH MICHAEL PATRICK O’BRIEN, arzobispo emérito de San Andrés y Edimburgo (Escocia). Con esta disposición, Su Santidad manifiesta a todos los fieles de la Iglesia en Escocia su solicitud pastoral y les alienta a continuar con confianza el camino de renovación y reconciliación.
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Conmemoración del V centenario del nacimiento de Teresa de Jesús CHRISTINE RANCÉ Es difícil resumir la espiritualidad de Teresa de Ávila: tan rica y sutil es. Pero lo que puede decirse para presentarla es que encuentra su fuerza en la acción. Teresa de Jesús elaboró una mística que respondía a las urgencias y a los peligros de su tiempo y que se articula en torno a tres polos: su iluminada comprensión de la encarnación y de lo que ella implica como respuesta; su «invención» —como se dice del descubrimiento de un tesoro— del centro del alma como morada de Dios; y, por último, la oración como acción amorosa sobre el mundo. «Estáse ardiendo el mundo», escribe Teresa en el primer capítulo de su Camino de perfección. Y el mundo, agrega, tiene necesidad de «amigos fuertes». ¿Contra qué fuego quiere actuar Teresa de Ávila? Contra el que devora a la Iglesia desde den-tro, con las ideas nuevas de la Reforma y de otras corrientes de pensamiento que impugnan el dogma y la infalibilidad de Roma. Lo que sucedió es que la revolución copernicana destruyó las bases del mundo antiguo y extendió en las mentes de aquel siglo XVI, el primero de la Edad Moderna, una angustia generalizada: ni la Tierra ni Dios son ya los centros de un universo eterno e incorruptible que gira en torno a ellos. Teresa barre magistralmente con los interrogantes que este vertiginoso descubrimiento plantea en las mentes de entonces. ¿Qué importa si a causa de esta teoría Dios ha perdido su lugar de residencia? Basta buscar lo divino como trascendencia pura, como experiencia interior, responde Teresa. ¿Qué importa, además, si la Tierra no es más el lugar de un teocentrismo? Si Dios es todo, si «la máquina del mundo, por decirlo así, tiene el propio centro por todas partes y su circunferencia en ningún lugar»: el centro del mundo está donde se encuentra el hombre, y Dios en él. La cita de Nicolás de Cusa retomada por Pascal no es una alegoría: en efecto, una esfera de radio infinito tiene su centro en todas partes. Cualquiera sea el punto en que uno se encuentre dentro de la esfera, está
Mística de la acción amorosa «de facto» a una distancia infinita del borde, y ello en todas las direcciones del espacio. Así, Dios, como reside en el centro del alma, está siempre e inevitablemente en el centro del universo. Esta es una de las fuentes de la espiritualidad teresiana: el descubrimiento del alma. Tomás Álvarez subraya en el Diccionario de santa Teresa de Jesús la originalidad de la madre sobre esta noción que devendrá en una línea maestra de su obra principal, El castillo interior. Este centro del alma es «la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma». Allí, en su centro, Dios sigue habitando y resplandeciendo. Es en
Gian Lorenzo Bernini, «Transverberación de santa Teresa de Ávila» (1647-1652)
este centro donde se celebra la unión del alma con Cristo nuestro Señor, precisa Teresa, para que su relación con él quede definitivamente establecida: «Siempre queda el alma con su Dios en aquel centro. Esta concepción, indudablemente singular, atraerá sobre Teresa las iras de la Inquisición. Se trata de un «error en filosofia, sueño y disparate en teología», decretan los jueces. En cuanto a la idea de Dios que está en ese centro, se la define como una herejía repugnante. Tal es la respuesta puramente genial de una mujer que responde intuitivamente, desde su alma, a la angustia generalizada que genera la revolución copernicana. Llega así a
mantener la fuerza de un pacificador divino. Ella que tiene la loca voluntad de devolver a Dios su lugar —de hacer que su alma, si se une a Dios vuelva a ser el centro del mundo—, lo logra: su oración coloca nuevamente el mundo ante la mirada divina y a Dios en el centro del universo. Orando, Teresa pone nuevamente en su lugar al Cristo que viene. ¡Ironía de la fortuna! Aquello que hizo casi que la Inquisición la definiera como hereje —la noción del centro del alma— es lo que la hace tan necesaria. Teresa de Jesús fue canonizada por la santidad de su vida, por la creación de su Carmelo y por su irreductible fidelidad a la Iglesia. Pero lo que hace de ella una contemporánea nuestra es este descubrimiento. Mucho más que la apertura individual de un alma perdidamente fiel a Dios, es ella la que da perpetuamente a Dios un futuro, no con un «pienso luego existo», sino con un «creo, luego Él existe». De ese modo fuerza el advenimiento de un mundo en que la medida inevitable seguirá siendo Jesucristo. Teresa de Ávila comprendió la atracción de sus semejantes por la materia y las teorías contemporáneas. De ahí proviene su aversión a la falsa erudición, la pretensión de saber y las agitaciones del espíritu en sus conventos. «El alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada por él, que tendría harta malaventura; por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho», afirma. Teresa se sintió obligada a amar el día en que la contemplación de un crucifijo le hizo comprender, de pronto, cuánto la amaba Dios como para haberle dado la propia vida en la infamia y en el dolor de la cruz. Cuánto la amaba para haberse hecho tan semejante a su criatura, que se encarnase en el ser más débil y humilde que existe, no en un príncipe, sino en el hijo de un carpintero, la periferia de Palestina. A partir de
En «Vida Nueva»
La publicación mensual de L’Osservatore habla español Dede el 21 de marzo, la revista española «Vida Nueva» publica —en 16 páginas a todo color— la edición mensual de L’Osservatore Romano «Mujeres, Iglesia, Mundo» traducida al castellano. La iniciativa conjunta —que fue presentada el 24 de marzo en la embajada de España ante la Santa Sede por Lucetta Scaraffia, docente en la universidad «La Sapienza» de Roma y coordinadora de la publicación mensual, Nuria Calduch, profesora en la Pontificia Universidad Gregoriana, y los dos directores de ambas cabeceras, José Beltrán y Giovanni Maria Vian— comienza con el número monográfico de «Mujeres, Iglesia, Mundo» dedicado a Teresa de Ávila de quien el 28 de marzo se celebran 500 años de su nacimiento. Para la ocasión «Vida Nueva» publica un número especial, que contiene el dossier «Teresas de hoy», dedicado a las mujeres que
hoy encarnan al espíritu decidido de la reformadora del Carmelo, siguiendo sus huellas en las elecciones concretas de vida. «Dar voz a las mujeres, dar a conocer qué piensan, qué hacen, qué han pensado y hecho en los dos mil años de historia de la Iglesia: es esta la finalidad de una publicación mensual —escribió en «Vida Nueva» Scaraffia presentando «Mujeres, Iglesia, Mundo» nacido en el 2012— dedicado a las mujeres de todo el mundo, con especial atención a sus relaciones con la Iglesia. En estos tres años de vida ha sido un útil instrumento de información, reflexión y contacto gracias a las informaciones sobre la vida y las condiciones femeninas, en especial sobre los temas más «candentes»: todo lo que está relacionado con la procreación, el acceso a la cultura y la emancipación».
ese momento comprende de manera fulgurante que no podrá acceder a ningún estado superior de la fe sin una plena consciencia y sin una plena experiencia de este amor a través de la fusión en Él: se da cuenta de que, para que Dios le responda, debe comprometerse de manera proporcionada al amor que su pasión ha demostrado. Así, la representación de la humanidad de Cristo en lo que ha tenido de más paroxístico —la pasión— la sacudió y, a través de ella y a partir de ella, pudo comprender plenamente aquello que constituía la locura y el escándalo del cristianismo: la encarnación: «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6). Jesús es el rostro humano de Dios. ¿Había acaso mejor metáfora de esta verdad, que Teresa asimilará como una hostia, a saber, que la realidad de Dios, su ser, solo es accesible en Jesús y a través de Jesús? En el Libro de la vida escribe que Jesús es el verdadero libro en el que ha descubierto todas las verdades. La estremecedora contemplación del cuerpo sufriente de Jesús le reveló, además, de manera fulgurante, todas las promesas del misterio de Jesús como hombre-Dios y como Dios-hombre. La humanidad de Cristo ofrece una posibilidad de unión, de comunión y de unidad de amor. Por medio de Jesús, la atracción recíproca entre Dios y su criatura se formaliza. Sea que piense en la pasión o que medite sobre ese misterio, el orante se encuentra a los pies de una escalera que conduce a Dios, una escalera como la de Jacob, una escalera de oración que deberá ascender para llegar a la unión divina, donde «nada es comparable al grandísimo deleite que siente el alma». De aquí proviene la exhortación de Teresa a orar. Según ella, la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». Hay que orar porque la oración es el momento central de la creación religiosa de la cual Jesús es maestro. Orar porque la oración es la lengua de la amistad, como el silencio es la de Dios. Teresa asegura así la supervivencia de aquella formidable revolución teológica, teleológica y humana que es la encarnación. Orar e ir adelante. Su lema aparece unas ciento treinta veces en su obra. Ir adelante en el mundo y, al mismo tiempo, entrar en lo más profundo de uno mismo. Pues «pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros (...) es deatino». ¿Qué nos enseña su espiritualidad? Actuando por amor, como si se dijera, por instinto, la irradiación infinita de cada uno de nuestros actos se difunde en la trama infinita del mundo. A través del amor, la mística de Teresa —su contemplación dichosa, su oración— se torna en una acción y crea una dinámica desde donde brota la caridad. De hecho, ¿qué sería el Amor si se contentase consigo mismo? ¿Si no fuese dado a luz por la caridad? ¿Si no se encarnara, a su vez, en el amor al prójimo? Sería nada. No sería otra cosa que una especulación vacía, propiamente lo contrario de la espiritualidad de Teresa, que es una mística de la acción amorosa.
L’OSSERVATORE ROMANO
página 16
viernes 27 de marzo de 2015, número 13
En la audiencia general el Papa Francisco invita a rezar por todas las familias
Dentro y fuera del redil Una «pausa de oración» especial por la familia y por la vida: este ha sido el sentido de la audiencia general del miércoles 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación. A los fieles presentes en la plaza de San Pedro el Papa invitó a rezar un Avemaría y la oración a la Sagrada Familia compuesta para el Sínodo de los obispos, recordando que la Iglesia «como madre, nunca abandona a la familia». Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En nuestro camino de catequesis sobre la familia, hoy tenemos una etapa un poco especial: será una pausa de oración. El 25 de marzo en la Iglesia celebramos solemnemente la Anunciación, inicio del misterio de la Encarnación. El arcángel Gabriel visita a la humilde joven de Nazaret y le anuncia que concebirá y dará a luz al Hijo de Dios. Con este anuncio el Señor ilumina y fortalece la fe de María, como lo hará luego también con su esposo José, para que Jesús pueda nacer en una familia humana. Esto es muy hermoso: nos muestra en qué medida el misterio de la Encarnación, tal como Dios lo quiso, comprende no sólo la concepción en el seno de la madre, sino también la acogida en una familia auténtica. Hoy quisiera contemplar con vosotros la belleza de este vínculo, la belleza de esta condescendencia de Dios; y podemos hacerlo rezando juntos el Avemaría, que en la primera parte retoma precisamente las palabras del ángel, las que dirigió a la Virgen. Os invito a rezar juntos: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén». Y ahora un segundo aspecto: el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación, en muchos países se celebra la Jornada por la vida. Por eso, hace veinte años, san Juan Pablo II en esta fecha firmó la encíclica Evangelium vitae. Para recordar este aniversario hoy están presentes en la plaza muchos simpatizantes del Movimiento por la vida. En la «Evangelium vitae» la familia ocupa un sitio central, en cuanto que es el seno de la vida humana. La palabra de mi venerado predecesor nos recuerda que la pareja humana ha sido bendecida por
Dios desde el principio para formar una comunidad de amor y de vida, a la que se le confía la misión de la procreación. Los esposos cristianos, al celebrar el sacramento del Matrimonio, se muestran disponibles para honrar esta bendición, con la gracia de Cristo, para toda la vida. La Iglesia, por su parte, se compromete solemnemente a ocuparse de la familia que nace en ella, como don de Dios para su vida misma, en las situaciones buenas y malas: el vínculo entre Iglesia y familia es sagrado e inviolable. La Iglesia, como madre, nunca abandona a la familia, incluso cuando está desanimada, herida y de muchos modos mortificada. Ni siquiera cuando cae en el pecado, o cuando se aleja de la Iglesia; siempre hará todo lo posible por tratar de
Garantizar el trabajo es justicia
Pan y dignidad «Cuando no se gana el pan, se pierde la dignidad»: lo recordó el Pontífice al saludar a los fieles presentes en la audiencia general. Dirijo un doloroso llamamiento para que no prevalezca la lógica del beneficio, sino la de la solidaridad y la justicia. En el centro de toda cuestión, especialmente la cuestión laboral, hay que poner siempre a la persona y su dignidad. Por eso tener trabajo es una cuestión de justicia y es una injusticia no tener trabajo. Cuando no se gana el pan, se pierde la dignidad. Este es el drama de nuestro tiempo, especialmente para los jóvenes quienes, sin trabajo, no tienen perspectivas para el futuro y pueden llegar a ser presa fácil de las organizaciones criminales. Por favor, luchemos por esto: la justicia del trabajo.
Oración por la familia En la audiencia general el Papa Francisco invitó a rezar el Avemaría y la oración a la Sagrada Familia que él compuso con ocasión del Sínodo del mes de octubre y que fue distribuida a los fieles antes de la audiencia. Esta iniciativa querida por el Papa Francisco implicó a todos los que trabajan en primera fila en la defensa de la vida. Estuvieron presentes más de mil voluntarios de diversas asociaciones pro vida. Entre los fieles que estuvieron en la audiencia estaba el ex jugador del equipo colombiano Iván Ramiro Córdoba, que promueve una fundación de beneficencia en favor de los pobres y regaló al Pontífice una camiseta del equipo argentino San Lorenzo. Antes de reunirse con los fieles en la plaza de San Pedro, el Papa Francisco había saludado a muchos enfermos que se encontraban en el aula Pablo VI por la lluvia.
atenderla y sanarla, invitarla a la conversión y reconciliarla con el Señor. Pues bien, si esta es la tarea, se ve claro cuánta oración necesita la Iglesia para ser capaz, en cada época, de llevar a cabo esta misión. Una oración llena de amor por la familia y por la vida. Una oración que sabe alegrarse con quien se alegra y sufrir con quien sufre. He aquí entonces lo que, juntamente con mis colaboradores, hemos pensado proponer hoy: renovar la oración por el Sínodo de los obispos sobre la familia. Relanzamos este compromiso hasta el próximo mes de octubre, cuando tendrá lugar la Asamblea sinodal ordinaria dedicada a la familia. Quisiera que esta oración, como todo el camino sinodal, esté animada por la compasión del buen Pastor por su rebaño, especialmente por las personas y las familias que por diversos motivos están «extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36). Así, sostenida y animada por la gracia de Dios, la Iglesia podrá estar aún más comprometida, y aún más unida, en el testimonio de la verdad del amor de Dios y de su misericordia por las familias del mundo, ninguna excluida, tanto dentro como fuera del redil. Os pido, por favor, que no falte vuestra oración. Todos —Papa, cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos—, todos estamos llamados a rezar por el Sínodo. Esto es lo que se necesita, no de habladurías. Invito también a rezar a quienes se sienten alejados, o que ya no están acostumbrados a hacerlo. Esta oración por el Sínodo sobre la familia es para el bien de todos. Sé que esta mañana os han entregado una estampa, y que la tenéis entre las manos. Os invito a conservarla y llevarla con vosotros, para que en los próximos meses podáis rezarla con frecuencia, con santa insistencia, como nos lo pidió Jesús. Ahora la recitamos juntos: Jesús, María y José en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor, a vosotros, confiados, nos dirigimos. Santa Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas.
Los tuits en @Pontifex_es 23 MAR [12.00 PM] Que las comunidades cristianas sean lugar de misericordia en medio de tanta indiferencia 24 MAR [11.15 AM] El sufrimiento es una llamada a la conversión: nos recuerda que somos débiles y vulnerables 26 MAR [11.00 AM] Los fieles laicos están llamados a ser fermento de vida cristiana en la sociedad
Santa Familia de Nazaret, que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división; que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado. Santa Familia de Nazaret, que el próximo Sínodo de los obispos haga tomar conciencia a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica. Amén.