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L’OSSERVATORE ROMANO EDICIÓN SEMANAL
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Unicuique suum Año XLVII, número 16 (2.411)
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Ciudad del Vaticano
17 de abril de 2015
La bula de convocación del jubileo extraordinario
El rostro de la misericordia La misericordia es «la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia» y exige ser propuesta «con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral». Nace así la iniciativa de celebrar el Año santo de la misericordia: un «momento extraordinario de gracia» y de «retornar a lo esencial», lo define el Papa Francisco en la bula de convocación Misericordiae vultus entregada durante la celebración del sábado 11 de abril. La bula recuerda que el jubileo iniciará el próximo 8 de diciembre, quincuagésimo aniversario de la conclusión del Vaticano II, con la apertura de la «puerta de la misericordia» en San Pedro y sucesivamente en las basílicas papales y en catedrales, santuarios o iglesias particulares dispersas por el mundo. Hilo conductor y «lema» del Año santo —que concluirá el 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Cristo rey— será la palabra del Señor «Misericordiosos como el Padre».
Síntesis de la fe cristiana GIOVANNI MARIA VIAN La bula de convocación del jubileo de la misericordia querido por el Papa Francisco es una síntesis de la fe cristiana. Y esto porque, como se lee al inicio, precisamente la misericordia es el corazón de la revelación que culmina en Jesús de Nazaret, rostro del Padre y de su amor, misericordiae vultus. El documento papal se dirige significativamente a quienes quieran leerlo, sin distinción, y desea que «a todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del reino de Dios que está ya presente» entre los hombres. Las fechas que comprenden este nuevo año santo extraordinario las explica el Pontífice a la luz de la misericordia, desde el inicio el 8 de diciembre de 2015 hasta la conclusión el 20 de noviembre de 2016: o sea, entre las festividades litúrgicas de la Inmaculada Concepción y del domingo de Cristo rey. Para poner de relieve al inicio del jubileo la acción de Dios —que «no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal» sino que preservó a María de la culpa original— y con su conclusión indicar el señorío de Cristo, es decir, de su misericordia en todo el universo. En este marco que remite a toda la historia de la salvación el Papa Francisco declara haber elegido la fecha de inicio del año santo en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Vaticano II porque la Iglesia «siente la necesidad de mantener vi-
Bartolomé Esteban Murillo, «El regreso del hijo pródigo» (1666-1670)
BULA
DE CONVO CACIÓN EN PÁGINAS
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En el Vaticano
Los trabajos del Consejo de cardenales La reforma de los medios de comunicación vaticanos y la cuestión de la responsabilidad en la Iglesia en materia de abusos, son dos de los temas en los que se profundizó du-
Catequesis del Papa
Creatividad y audacia PÁGINA 2
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Centenario del exterminio de los armenios
Sin memoria la herida queda abierta No se puede «esconder o negar el mal» porque sin la memoria las heridas de la historia permanecen abiertas. Fue la advertencia del Papa Francisco en la misa que celebró el domingo 12 de abril, por la mañana, con ocasión del centenario del martirio de los armenios y la proclamación de san Gregorio de Narek como doctor de la Iglesia. En el contexto de la celebración el Papa volvió a denunciar la «indiferencia general y colectiva» en la que vivimos hoy, y en la homilía invitó a retomar «el camino de reconciliación». MISA
Y MENSAJE EN PÁGINAS
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rante la novena reunión del Papa Francisco con el Consejo de cardenales, iniciada el lunes 13 de abril. Con vistas a la conclusión de los trabajos, el miércoles 15, por la tarde, habló de ello el director de la Oficina de prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, en un briefing con los periodistas acreditados. Tras recordar que en todos los encuentros, excepto el del miércoles por la mañana, estuvo presente el Pontífice, el padre Lombardi destacó que los purpurados dedicaron la mayor parte del tiempo al tema general de la reforma de la Curia romana, centrándose en consideraciones metodológicas, para poder llegar antes del 2016 a un punto significativo en la preparación de la nueva constitución apostólica. Luego hizo referencia a que un considerable espacio de tiempo se dedicó a la relectura, a cargo del obispo secretario, de las más de sesenta intervenciones realizadas durante el Consistorio del pasado mes de febrero. En particular se habló de principios generales y de la consolidación de la línea que conduce hacia el nacimiento de dos grandes dicasterios: uno para la caridad, la justicia y la paz; y otro para los laicos, la familia y la vida. Sucesivamente el director de la Oficina de prensa se detuvo en la reforma de los medios de comunicación. Concluido el trabajo del comité referente, encabezado en los meses pasados por lord Chris Pat-
ten, debería surgir una segunda comisión que definirá la reestructuración del ámbito informativo. Base de la reflexión será el informe final que el comité entregó al Papa y a sus colaboradores, «en el cual hay un proyecto aún amplio y general, sin decisiones operativas particulares», dijo el padre Lombardi. En consecuencia se pidió al Pontífice SIGUE EN LA PÁGINA 2
Para la Jornada de oración por las vocaciones
En busca de la vía de salida PÁGINA 9
L’OSSERVATORE ROMANO
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viernes 17 de abril de 2015, número 16
En la audiencia general el Papa Francisco habla de la complementariedad entre hombre y mujer
Creatividad y audacia Y pide que se reconozca el papel femenino en la sociedad y en la Iglesia «El hombre y la mujer tienen que hablar más entre sí, escucharse más, conocerse más, quererse más», porque «el vínculo matrimonial y familiar es algo serio, y lo es para todos, no sólo para los creyentes». Es la recomendación que hizo el Papa Francisco en la audiencia general del miércoles 15 de abril, por la mañana. Continuando con los fieles presentes en la plaza de San Pedro las reflexiones sobre el tema de la familia, el Pontífice exhortó también a «hacer mucho más en favor» de las mujeres. Queridos hermanos ¡buenos días!
y
hermanas,
La catequesis de hoy está dedicada a un aspecto central del tema de la familia: el gran don que Dios hizo a la humanidad con la creación del hombre y la mujer y con el sacramento del matrimonio. Esta catequesis y la próxima se refieren a la diferencia y la complementariedad entre el hombre y la mujer, que están en el vértice de la creación divina; las próximas dos serán sobre otros temas del matrimonio. Iniciamos con un breve comentario al primer relato de la creación, en el libro del Génesis. Allí leemos que Dios, después de crear el universo y todos los seres vivientes, creó la obra maestra, o sea, el ser humano, que hizo a su imagen: «a imagen de Dios lo creó: varón y mujer los creó» (Gen 1, 27), así dice el libro del Génesis. Y como todos sabemos, la diferencia sexual está presente en muchas formas de vida, en la larga serie de los seres vivos. Pero sólo en el hombre y en la mujer esa diferencia lleva en sí la imagen y la semejanza de Dios: el texto bíblico lo repite tres veces en dos versículos (26-27): hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios. Esto nos dice que no sólo el hombre en su individualidad es imagen de Dios, no sólo la mujer en su individualidad es imagen de Dios, sino también el hombre y la mujer, como pareja, son imagen de Dios. La diferencia entre hombre y
mujer no es para la contraposición, o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios. La experiencia nos lo enseña: para conocerse bien y crecer armónicamente el ser humano necesita de la reciprocidad entre hombre y mujer. Cuando esto no se da, se ven las consecuencias. Estamos hechos para escucharnos y ayudarnos mutuamente. Podemos decir que sin el enriquecimiento recíproco en esta relación —en el pensamiento y en la acción, en los afectos y en el trabajo, incluso en la fe— los dos no pueden ni siquiera comprender en profundidad lo que significa ser hombre y mujer. La cultura moderna y contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades y nuevas profundidades para el enriquecimiento de la comprensión de esta diferencia. Pero ha introducido también muchas dudas y mucho escepticismo. Por ejemplo, yo me pregunto si la así llamada teoría del gender no sea también expresión de una frustración y de una resignación, orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma. Sí, corremos el riesgo de dar un paso hacia atrás. La remoción de la diferencia, en efecto, es el problema, no la solución. Para resolver sus problemas de relación, el hombre y la mujer deben en cambio hablar más entre ellos, escucharse más, conocerse
El Papa con el esposo y la hija de Asia Bibi, la cristiana paquistaní condenada a muerte
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GIOVANNI MARIA VIAN director
Giuseppe Fiorentino subdirector
más, quererse más. Deben tratarse con respeto y cooperar con amistad. Con estas bases humanas, sostenidas por la gracia de Dios, es posible proyectar la unión matrimonial y familiar para toda la vida. El vínculo matrimonial y familiar es algo serio, y lo es para todos, no sólo para los creyentes. Quisiera exhortar a los intelectuales a no abandonar este tema, como si hubiese pasado a ser secundario, por el compromiso en favor de una sociedad más libre y más justa. Dios ha confiado la tierra a la alianza del hombre y la mujer: su fracaso aridece el mundo de los afectos y oscurece el cielo de la esperanza. Las señales ya son preocupantes, y las vemos. Quisiera indicar, entre otros muchos, dos puntos que yo creo que deben comprometernos con más urgencia. El primero. Es indudable que debemos hacer mucho más en favor de la mujer, si queremos volver a dar más fuerza a la reciprocidad entre hombres y mujeres. Es necesario, en efecto, que la mujer no sólo sea más escuchada, sino que su voz tenga un peso real, una autoridad reconocida, en la sociedad y en la Iglesia. El modo mismo con el que Jesús consideró a la mujer en un contexto menos favorable que el nuestro, porque en esos tiempos la mujer estaba precisamente en segundo lugar, y Jesús la trató de una forma que da una luz potente, que ilumina una senda que conduce lejos, de la cual hemos recorrido sólo un trocito. No hemos comprendido aún en profundidad cuáles son las cosas que nos puede dar el genio femenino, las cosas que la mujer puede dar a la sociedad y también a nosotros: la mujer sabe ver las cosas con otros ojos que completan el pensamiento de los hombres. Es un camino por recorrer con más creatividad y audacia. Una segunda reflexión se refiere al tema del hombre y de la mujer creados a imagen de Dios. Me pregunto si la crisis de confianza colectiva en Dios, que nos hace tanto mal, que hace que nos enfermemos de resignación ante la incredulidad y
TIPO GRAFIA VATICANA EDITRICE L’OSSERVATORE ROMANO don Sergio Pellini S.D.B. director general
Marta Lago
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redactor jefe de la edición
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el cinismo, no esté también relacionada con la crisis de la alianza entre hombre y mujer. En efecto, el relato bíblico, con la gran pintura simbólica sobre el paraíso terrestre y el pecado original, nos dice precisamente que la comunión con Dios se refleja en la comunión de la pareja humana y la pérdida de la confianza en el Padre celestial genera división y conflicto entre hombre y mujer. De aquí viene la gran responsabilidad de la Iglesia, de todos los creyentes, y ante todo de las familias creyentes, para redescubrir la belleza del designio creador que inscribe la imagen de Dios también en la alianza entre el hombre y la mujer. La tierra se colma de armonía y de confianza cuando la alianza entre hombre y mujer se vive bien. Y si el hombre y la mujer la buscan juntos entre ellos y con Dios, sin lugar a dudas la encontrarán. Jesús nos alienta explícitamente a testimoniar esta belleza, que es la imagen de D ios.
Los trabajos del C9 VIENE DE LA PÁGINA 1
que nombrara una comisión, encargada de articular y estudiar bien los pasos a dar para su realización, y que trabajará en continuidad con el comité que ha preparado el informe. En cuanto al tema de la accountability, el padre Lombardi refirió que lo propuso para el debate el cardenal Sean O’Malley, arzobispo de Boston y miembro del Consejo de cardenales, respondiendo a una expectativa de la Comisión pontificia para la tutela de los menores, presidida por él. Se trata de «cómo afrontar, con qué procedimientos y competencias, los casos no tanto de abuso, sobre el cual ya existen las normas, sino los casos de abuso de oficio, omisión, responsabilidad, en particular por parte de personas que tengan responsabilidad: sacerdotes, obispos, superiores religiosos u otros», concluyó el director de la Oficina de prensa, puntualizando que «no hay un proyecto preciso o un documento, sino que el tema se puso explícitamente sobre la mesa y se cuenta con la intención de encontrar los caminos para proceder» en esa dirección. Por último, se fijó el calendario de las próximas reuniones, que se tendrán del 8 al 10 de junio, del 14 al 16 de septiembre y del 10 al 12 de diciembre.
Tarifas de suscripción: Italia - Vaticano: € 58.00; Europa (España + IVA): € 100.00 - $ 148.00; América Latina, África, Asia: € 110.00 - $ 160.00; América del Norte, Oceanía: € 162.00 - $ 240.00. Administración: 00120 Ciudad del Vaticano, teléfono + 39 06 698 99 480, fax + 39 06 698 85 164, e-mail: suscripciones@ossrom.va. En México: Arquidiócesis primada de México. Dirección de Comunicación Social. San Juan de Dios, 222-C. Col. Villa Lázaro Cárdenas. CP 14370. Del. Tlalpan. México, D.F.; teléfono + 52 55 5594 11 25, + 52 55 5518 40 99; e-mail: losservatore@prodigy.net.mx, or.mexico@ossrom.va. En Argentina: Arzobispado de Mercedes-Luján; calle 24, 735, 6600 Mercedes (B), Argentina; teléfono y fax + 2324 428 102/432 412; e-mail: osservatoreargentina@yahoo.com. En Perú: Editorial salesiana, Avenida Brasil 220, Lima 5, Perú; teléfono + 51 42 357 82; fax + 51 431 67 82; e-mail: editorial@salesianos.edu.pe.
número 16, viernes 17 de abril de 2015
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Bula de convocación del jubileo extraordinario
El rostro de la misericordia MISERICORDIAE
VULTUS
Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la misericordia
FRANCISCO ROMA
OBISPO DE
SIERVO DE LOS SIERVOS DE
DIOS
A CUANTOS LEAN ESTA CARTA GRACIA, MISERICORDIA Y PAZ
1. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, «rico en misericordia» (Ef 2, 4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34, 6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4, 4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr. Jn 14, 9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona1 revela la misericordia de Dios. 2. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado. 3. Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo extraordinario de la misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes. El Año santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta
litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr. Ef 1, 4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta santa. En esta ocasión será una Puerta de la misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza. El domingo siguiente, III de Adviento, se abrirá la Puerta santa en la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán. Sucesivamente se abrirá la Puerta santa en las otras basílicas papales. Para el mismo domingo establezco que en cada Iglesia particular, en la catedral que es la Iglesia madre para todos los fieles, o en la concatedral o en una iglesia de significado especial se abra por todo el Año santo una idéntica Puerta de la misericordia. A juicio del Ordinario, ella podrá ser abierta también en los santuarios, meta de tantos peregrinos que en estos lugares santos con frecuencia son tocados en el corazón por la gracia y encuentran el camino de la conversión. Cada Iglesia particular, entonces, estará directamente comprometida a vivir este Año santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. El Jubileo, por tanto, será celebrado en Roma así Rembrandt, como en las Iglesias particulares como signo visible de la comunión de toda la Iglesia. 4. He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la Puerta santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de
anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre. Vuelven a la mente las palabras cargadas de significado que san Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio para indicar el camino a seguir: «En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad… La Iglesia católica, al elevar por medio de este Concilio ecuménico la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella»2. En el mismo horizonte se colocaba también el beato Pablo VI quien, en la conclusión del Concilio, se expresaba de esta manera: «Queremos más bien notar cómo la reli-
«El regreso del hijo pródigo» (1668, detalle)
gión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad… La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio… Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor. El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas… Otra cosa debemos destacar aún: toda esta riqueza doctrinal
se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades»3. Con estos sentimientos de agradecimiento por cuanto la Iglesia ha recibido y de responsabilidad por la tarea que nos espera, atravesaremos la Puerta santa, en la plena confianza de sabernos acompañados por la fuerza del Señor resucitado que continúa sosteniendo nuestra peregrinación. El Espíritu Santo que conduce los pasos de los creyentes para que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del Pueblo de Dios para ayudarlo a contemplar el rostro de la misericordia4. 5. El Año jubilar se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia. Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la señoría de Cristo, esperando que derrame su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro. ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros. 6. «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia»5. Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: «Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón»6. Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso. «Paciente y misericordioso» es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (103, 3-4). De una manera aún más explícita, otro Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: «Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al SIGUE EN LA PÁGINA 4
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viernes 17 de abril de 2015, número 16
Bula de convocación del jubileo extraordinario VIENE DE LA PÁGINA 3
cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, perdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr. Mt 9, 36). A causa de
(cfr. Lc 15, 1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón. De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22) y pronunció la parábola del «siervo despiadado». Este, llamado por el patrón a restituir una grande suma, le suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía unos pocos centésimos, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: «¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?» (Mt 18, 33). Y Jesús concluye: «Lo mismo hará también mi Padre celestial con vosotros, si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos» (Mt 18, 35). La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violen-
caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (146, 7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: «El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (147, 3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un En las parábolas dedicadas a la amor «visceral». Proviene desde lo más íntimo misericordia, Jesús revela la como un sentimiento naturaleza de Dios como la de un profundo, natural, hecho de ternura y compasión, Padre que jamás se da por vencido de indulgencia y de perhasta tanto no haya disuelto el dón. pecado y superado el rechazo con la 7. «Eterna es su misericordia»: es el estribillo compasión y la misericordia que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la este amor compasivo curó los enfermisericordia, todas las vicisitudes del mos que le presentaban (cfr. Mt 14, Antiguo Testamento están cargadas 14) y con pocos panes y peces calmó de un profundo valor salvífico. La el hambre de grandes muchedummisericordia hace de la historia de bres (cfr. Mt 15, 37). Lo que movía a Dios con Israel una historia de sal- Jesús en todas las circunstancias no vación. Repetir continuamente era sino la misericordia, con la cual «Eterna es su misericordia», como lo leía el corazón de los interlocutores hace el Salmo, parece un intento por y respondía a sus necesidades más romper el círculo del espacio y del reales. Cuando encontró la viuda de tiempo para introducirlo todo en el Naim, que llevaba su único hijo al misterio eterno del amor. Es como si sepulcro, sintió gran compasión por se quisiera decir que no solo en la el inmenso dolor de la madre en láhistoria, sino por toda la eternidad grimas, y le devolvió a su hijo resuel hombre estará siempre bajo la mi- citándolo de la muerte (cfr. Lc 7, 15). rada misericordiosa del Padre. No es Después de haber liberado el endecasual que el pueblo de Israel haya moniado de Gerasa, le confía esta querido integrar este Salmo, el gran- misión: «Anuncia todo lo que el Sede hallel como es conocido, en las ñor te ha hecho y la misericordia fiestas litúrgicas más importantes. que ha obrado contigo» (Mc 5, 19). Antes de la Pasión Jesús oró con También la vocación de Mateo se este Salmo de la misericordia. Lo coloca en el horizonte de la miseriatestigua el evangelista Mateo cuan- cordia. Pasando delante del banco do dice que «después de haber can- de los impuestos, los ojos tado el himno» (26, 30), Jesús con de Jesús se posan sobre sus discípulos salieron hacia el Mon- los de Mateo. Era una te de los Olivos. Mientras instituía mirada cargada de miseLa misericordia es la viga maestra la Eucaristía, como memorial peren- ricordia que perdonaba que sostiene la vida de la Iglesia. ne de él y de su Pascua, puso simbó- los pecados de aquel Todo en su acción pastoral debería licamente este acto supremo de la hombre y, venciendo la Revelación a la luz de la misericor- resistencia de los otros estar revestido por la ternura con dia. En este mismo horizonte de la discípulos, lo escoge a él, la que se dirige a los creyentes; misericordia, Jesús vivió su pasión y el pecador y publicano, muerte, consciente del gran misterio para que sea uno de los nada en su anuncio y testimonio del amor de Dios que se habría de Doce. San Beda el Venepuede carecer de misericordia cumplir en la cruz. Saber que Jesús rable, comentando esta mismo hizo oración con este Salmo, escena del Evangelio, eslo hace para nosotros los cristianos cribió que Jesús miró a aún más importante y nos compro- Mateo con amor misericordioso y lo cia y la venganza son condiciones mete a incorporar este estribillo en eligió: miserando atque eligendo7. necesarias para vivir felices. Acojanuestra oración de alabanza cotidiaSiempre me ha cautivado esta expre- mos entonces la exhortación del na: «Eterna es su misericordia». sión, tanto que quise hacerla mi pro- Apóstol: «No permitan que la noche 8. Con la mirada fija en Jesús y pio lema. los sorprenda enojados» (Ef 4, 26). en su rostro misericordioso podemos 9. En las parábolas dedicadas a la Y sobre todo escuchemos la palabra percibir el amor de la Santísima Trimisericordia, Jesús revela la naturalenidad. La misión que Jesús ha recide Jesús que ha señalado la miseribido del Padre ha sido la de revelar za de Dios como la de un Padre que cordia como ideal de vida y como el misterio del amor divino en pleni- jamás se da por vencido hasta tanto criterio de credibilidad de nuestra fe. tud. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16), no haya disuelto el pecado y supera- «Dichosos los misericordiosos, porafirma por la primera y única vez en do el rechazo con la compasión y la toda la Sagrada Escritura el evange- misericordia. Conocemos estas pará- que encontrarán misericordia» (Mt lista Juan. Este amor se ha hecho bolas; tres en particular: la de la 5, 7) es la bienaventuranza en la que ahora visible y tangible en toda la oveja perdida y de la moneda extra- hay que inspirarse durante este Año vida de Jesús. Su persona no es otra viada, y la del padre y los dos hijos santo.
Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros. 10. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia «vive un deseo inagotable de brindar misericordia»8. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza. 11. No podemos olvidar la gran enseñanza que san Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema que afrontaba. Dos pasajes en particular quiero recordar. Ante todo, el santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la
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Santos Buglioni, «Las siete obras de misericordia: acoger a los peregrinos» (siglo XVI, Pistoia, hospital del Ceppo)
tierra mucho más que en el pasado (cfr. Gn 1, 28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia… Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios»9. Además, san Juan Pablo II motivaba con estas palabras la urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo: «Ella está dictada por el amor al hombre, a todo lo que es humano y que, según la intuición de gran parte de los contemporáneos, está amenazado por un peligro inmenso. El misterio de Cristo... me obliga al mismo tiempo a proclamar la misericordia como amor compasivo de Dios, revelado en el mismo misterio de Cristo. Ello me obliga también a recurrir a tal misericordia y a implorarla en esta difícil, crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo»10. Esta enseñanza es hoy más que nunca actual y merece ser retomada en este Año santo. Acojamos nuevamente sus palabras: «La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia — el atributo más estupendo del Creador y del Redentor— y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora»11. 12. La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movi-
mientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia. 13. Queremos vivir este Año jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús: «Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso» (Lc 6, 36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz. El imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz (cfr. Lc 6, 27). Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida. 14. La peregrinación es un signo peculiar en el Año santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros. El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida que midáis» (Lc 6, 37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chis-
me. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad. Así entonces, misericordiosos como el Padre es el «lema» del Año santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme» (Sal 70, 2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos. 15. En este Año santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indife-
rencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo. Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr. Mt 25, 31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos «más pequeños» está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor»12. 16. En el Evangelio de Lucas encontramos otro aspecto importante para vivir con fe el Jubileo. El evangelista narra que Jesús, un sábado, volvió a Nazaret y, como era costumbre, entró en la sinagoga. Lo llamaron para que leyera la Escritura y la comentara. El paso era el del profeta Isaías donde está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha SIGUE EN LA PÁGINA 6
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El rostro de la misericordia Padre! Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros podemos repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo. Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados (cfr. 7, 18-19). Las páginas del profeta Isaías podrán ser meditadas con mayor atención en este tiempo de oración, ayuno y caridad: «Este es el ayuno que
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enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (61, 1-2). «Un año de gracia»: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a Nunca me cansaré de insistir dar dignidad a cuantos han sido privados en que los confesores sean un de ella. La predicación verdadero signo de la misericordia de Jesús se hace de nuevo visible en las del Padre. Ser confesores no se respuestas de fe que el improvisa. Se llega a serlo cuando, testimonio de los cristianos está llamado a ante todo, nos hacemos nosotros ofrecer. Nos acompapenitentes en busca de perdón. ñen las palabras del Apóstol: «El que practica misericordia, que lo haga con alegría» (Rm 12, 8). yo deseo: soltar las cadenas injustas, 17. La Cuaresma de este Año jubi- desatar los lazos del yugo, dejar en lar sea vivida con mayor intensidad, libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan como momento fuerte para celebrar con el hambriento y albergar a los y experimentar la misericordia de pobres sin techo; cubrir al que veas Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagra- desnudo y no abandonar a tus semeda Escritura pueden ser meditadas jantes. Entonces despuntará tu luz en las semanas de Cuaresma para re- como la aurora y tu herida se curará descubrir el rostro misericordioso del rápidamente; delante de ti avanzará
«Obras de misericordia» (siglo
XII,
baptisterio de Parma)
tu justicia y detrás de ti irá la gloria viar los Misioneros de la misericordia. del Señor. Entonces llamarás, y el Serán un signo de la solicitud materSeñor responderá; pedirás auxilio, y na de la Iglesia por el Pueblo de él dirá: “¡Aquí estoy!”. Si eliminas Dios, para que entre en profundidad de ti todos los yugos, el gesto ame- en la riqueza de este misterio tan nazador y la palabra maligna; si par- fundamental para la fe. Serán sacertes tu pan con el hambriento y sa- dotes a los cuales daré la autoridad cias al afligido de corazón, tu luz se de perdonar también los pecados alzará en las tinieblas y tu oscuridad que están reservados a la Sede aposserá como al mediodía. El Señor te tólica, para que se haga evidente la guiará incesantemente, te saciará en amplitud de su mandato. Serán, solos ardores del desierto y llenará tus bre todo, signo vivo de cómo el Pahuesos de vigor; tú serás como un dre acoge cuantos están en busca de jardín bien regado, como una ver- su perdón. Serán misioneros de la tiente de agua, cuyas aguas nunca se misericordia porque serán los artífiagotan» (58, 6-11). ces ante todos de un encuentro carLa iniciativa «24 horas para el Se- gado de humanidad, fuente de libeñor», a celebrarse durante el viernes ración, rico de responsabilidad, para y sábado que anteceden el IV domin- superar los obstáculos y retomar la go de Cuaresma, se incremente en vida nueva del Bautismo. Se dejarán las diócesis. Muchas personas están conducir en su misión por las palavolviendo a acercarse al sacramento bras del Apóstol: «Dios sometió a de la Reconciliación y entre ellas todos a la desobediencia, para tener muchos jóvenes, quienes en una ex- misericordia de todos» (Rm 11, 32). periencia semejante suelen reencon- Todos entonces, sin excluir a nadie, trar el camino para volver al Señor, están llamados a percibir el llamapara vivir un momento de intensa miento a la misericordia. Los misiooración y redescubrir el sentido de la neros vivan esta llamada conscientes propia vida. De nuevo ponemos de poder fijar la mirada sobre Jesús, convencidos en el centro el sacra«sumo sacerdote misericordioso y mento de la Reconciliación, porque digno de fe» (Hb 2, 17). nos permite experimentar en carne Pido a los hermanos obispos que propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente inviten y acojan estos Misioneros, para que sean ante todo predicadode verdadera paz interior. Nunca me cansaré de insistir en res convincentes de la misericordia. que los confesores sean un verdade- Se organicen en las diócesis «misioro signo de la misericordia del Pa- nes para el pueblo» de modo que dre. Ser confesores no se improvisa. estos misioneros sean anunciadores Se llega a serlo cuando, ante todo, de la alegría del perdón. Se les pida nos hacemos nosotros penitentes en celebrar el sacramento de la Reconbusca de perdón. Nunca olvidemos ciliación para los fieles, para que el que ser confesores significa partici- tiempo de gracia donado en el Año par de la misma misión de Jesús y jubilar permita a tantos hijos alejaser signo concreto de la continuidad dos encontrar el camino de regreso de un amor divino que perdona y hacia la casa paterna. Los Pastores, que salva. Cada uno de nosotros ha especialmente durante el tiempo recibido el don del Espíritu Santo fuerte de Cuaresma, sean solícitos en para el perdón de los pecados, de invitar a los fieles a acercarse «al troesto somos responsables. Ninguno no de la gracia, a fin de obtener mide nosotros es dueño del Sacramen- sericordia y alcanzar la gracia» (Hb to, sino fiel servidor del perdón de 4, 16). Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre No caigáis en la terrible trampa en la parábola del hijo pródigo: un padre que de pensar que la vida depende corre al encuentro del del dinero y que ante él todo el resto hijo no obstante hubiese dilapidado sus se vuelve carente de valor y dignidad. bienes. Los confesores Es solo una ilusión. No llevamos están llamados a abrazar ese hijo arrepentiel dinero con nosotros al más allá. do que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al en19. La palabra del perdón pueda cuentro también del otro hijo que se llegar a todos y la llamada a experiquedó afuera, incapaz de alegrarse, mentar la misericordia no deje a ninpara explicarle que su juicio severo guno indiferente. Mi invitación a la es injusto y no tiene ningún sentido conversión se dirige con mayor insisante la misericordia del Padre que tencia a aquellas personas que se enno conoce confines. No harán pre- cuentran lejanas de la gracia de Dios guntas impertinentes, sino como el debido a su conducta de vida. Pienpadre de la parábola interrumpirán so en modo particular en los homel discurso preparado por el hijo bres y mujeres que pertenecen a alpródigo, porque serán capaces de gún grupo criminal, cualquiera que percibir en el corazón de cada peni- éste sea. Por vuestro bien, os pido tente la invocación de ayuda y la sú- cambiar de vida. Os lo pido en el plica de perdón. En fin, los confeso- nombre del Hijo de Dios que si bien res están llamados a ser siempre, en combate el pecado nunca rechaza a todas partes, en cada situación y a ningún pecador. No caigáis en la tepesar de todo, el signo del primado rrible trampa de pensar que la vida de la misericordia. depende del dinero y que ante él to18. Durante la Cuaresma de este do el resto se vuelve carente de valor Año santo tengo la intención de en- y dignidad. Es solo una ilusión. No
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Frank Wesley «El Padre que perdona» (1954-1958)
llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad. La violencia usada para amasar fortunas que escurren sangre no convierte a nadie en poderoso ni inmortal. Para todos, tarde o temprano, llega el juicio de Dios al cual ninguno puede escapar. La misma llamada llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Es una obra de las tinieblas, sostenida por la sospecha y la intriga. Corruptio optimi pessima, decía con razón san Gregorio Magno, para indicar que ninguno puede sentirse inmune de esta tentación. Para erradicarla de la vida personal y social son necesarias prudencia, vigilancia, lealtad, transparencia, unidas al coraje de la denuncia. Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia. ¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Ante el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los afectos, la vida misma. Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto. Dios no se cansa de tender la mano. Está dispuesto a escuchar, y también yo lo estoy, al igual que mis hermanos obispos y sacerdotes. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia. 20. No será inútil en este contexto recordar la relación existente entre justicia y misericordia. No son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor. La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil cuando, normalmente, se hace referencia a un orden jurídico a través del cual se aplica la ley. Con la justicia se entiende también que a cada uno se debe dar lo que le es debido. En la Biblia, muchas veces se hace referencia a la justicia divina y a Dios como juez. Generalmente es entendida como la observación integral de la ley y como el comportamiento de todo buen israelita conforme a los mandamientos dados por Dios. Esta visión, sin embargo, ha conducido no pocas veces a caer en el legalismo, falsificando su sentido originario y oscureciendo el profundo valor que la justicia tiene. Para superar la perspectiva legalista, sería necesario recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es concebida esencialmente como un aban-
donarse confiado en la voluntad de D ios. Por su parte, Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe, más bien que de la observancia de la ley. Es en este sentido que debemos comprender sus palabras cuando estando a la mesa con Mateo y otros publicanos y pecadores, dice a los fariseos que le replicaban: «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 13). Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el gran de don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. Se comprende porqué en presencia de una perspectiva tan liberadora y fuente de renovación, Jesús haya sido rechazado por los fariseos y por los doctores de la ley. Estos, para ser fieles a la ley, ponían solo pesos sobre las espaldas de las personas, pero así frustraban la misericordia del Padre. El reclamo a observar la ley no puede obstaculizar la atención por las necesidades que tocan la dignidad de las personas. Al respecto es muy significativa la referencia que Jesús hace al profeta Oseas —«yo quiero amor, no sacrificio» (6, 6). Jesús afirma que de ahora en adelante la regla de vida de sus discípulos deberá ser la que da el primado a la misericordia, como Él mismo testimonia compartiendo la mesa con los pecadores. La misericordia, una vez más, se revela como dimensión fundamental de la misión de Jesús. Ella es un verdadero reto para sus interlocutores que se detienen en el respeto formal de la ley. Jesús, en cambio, va más allá de la ley; su compartir con aquellos que la ley consideraba pecadores permite comprender hasta dónde llega su misericordia. También el apóstol Pablo hizo un recorrido parecido. Antes de encontrar a Jesús en el camino a Damasco, su vida estaba dedicada a perseguir de manera irreprensible la justicia de la ley (cfr. Flp 3, 6). La conversión a Cristo lo condujo a ampliar su visión precedente al punto que en la carta a los Gálatas afirma: «Hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley» (2, 16). Su comprensión de la justicia ha cambiado ahora radicalmente. Pablo pone en primer lugar la fe y no más la ley. No es la observancia de la ley lo que salva, sino la fe en Jesucristo, que con su muerte y resurrección trae la salvación junto con la misericordia que justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón (cfr. Sal 51, 11-16). 21. La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos la superación de la justicia en dirección hacia la misericor-
dia. La época de este profeta se cuenta entre las más dramáticas de la historia del pueblo hebreo. El Reino está cercano de la destrucción; el pueblo no ha permanecido fiel a la alianza, se ha alejado de Dios y ha perdido la fe de los Padres. Según una lógica humana, es justo que Dios piense en rechazar el pueblo infiel: no ha observado el pacto establecido y por tanto merece la pena correspondiente, el exilio. Las palabras del profeta lo atestiguan: «Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse» (Os 11, 5). Y sin embargo, después de esta reacción que apela a la justicia, el profeta modifica radicalmente su lenguaje y revela el verdadero rostro de Dios: «Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no un hombre; el Santo en medio de ti y no es mi deseo aniquilar» (11, 89). San Agustín, como comentando las palabras del profeta dice: «Es más fácil que Dios contenga la ira que la misericordia»13. Es precisamente así. La ira de Dios dura un instante, mientras que su misericordia dura eternamente. Si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la mi-
sericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera justicia. Debemos prestar mucha atención a cuanto escribe Pablo para no caer en el mismo error que el Apóstol reprochaba a sus contemporáneos judíos: «Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree» (Rm 10, 3-4). Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva. 22. El jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. En el Año santo de la misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (cfr. Mt 5, 48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado. SIGUE EN LA PÁGINA 8
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Maestro de Alkmaar, «Las obras de misericordia» (1504, Alkmaar, iglesia de San Lorenzo)
Bula de convocación del jubileo extraordinario VIENE DE LA PÁGINA 7
La Iglesia vive la comunión de los santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los santos y los beatos cuyo número es incalculable (cfr. Ap 7, 4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de ir al encuentro de la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la redención de Cristo, para que el perdón sea extendido hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la dispensación de su indulgencia misericordiosa. 23. La misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Israel primero que todo recibió esta revelación, que permanece en la historia como el comienzo de una riqueza inconmensurable para ofrecer a la entera humanidad. Como hemos visto, las páginas del Antiguo Testamento están entretejidas de misericordia porque narran las obras que el Señor ha realizado en favor de su pueblo en los momentos más difíciles de su historia. El islam, por su parte, entre los nombres que le atribuye al Creador está el de misericordioso y clemente. Esta invocación aparece con frecuencia en los labios de los fieles musulmanes, que se sienten acompañados y sostenidos por la misericordia en su cotidiana debilidad. También ellos creen que nadie puede limitar la misericordia divina porque sus puertas están siempre abiertas. Este Año jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón
y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación. 24. El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor. Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre por el amor del Padre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende «de generación en generación» (Lc 1, 50). También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos la Puerta santa para experimentar los frutos de la misericordia divina. Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y
F. d’Antonio, «Visitar a los enfermos» (s.
XV,
alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús. Nuestra plegaria se extienda también a tantos santos y beatos que hicieron de la misericordia su misión de vida. En particular el pensamiento se dirige a la grande apóstol de la misericordia, santa Faustina Kowalska. Ella que fue llamada a entrar en las profundidades de la divina misericordia, interceda por nosotros y nos obtenga vivir y caminar siempre en el perdón de Dios y en la inquebrantable confianza en su amor. 25. Un Año santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Je-
Florencia, Oratorio dei Buonomini di San Martino)
sucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene. En este Año jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: «Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos» (Sal 25, 6). Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de abril, Vigilia del Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, del Año del Señor 2015, tercero de mi pontificado.
1 Cfr. Conc. ecum. Vat. II, const. dogm. Dei Verbum, 4. 2 Discurso de apertura del Conc. ecum. Vat. II, Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre de 1962, 2-3. 3 Alocución en la última sesión pública, 7 de diciembre de 1965. 4 Cfr. Conc. ecum. Vat. II, const. dogm. Lumen gentium, 16; const. past. Gaudium et spes, 15. 5 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4. 6 XXVI Domingo del tiempo ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el siglo VIII, entre los textos eucológicos del Sacramentario Gelasiano (1198). 7 Cfr. Hom. 21: CCL 122, 149-151. 8 Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24. 9 N., 2. 10 Juan Pablo II, carta enc. Dives in misericordia, 15. 11 Ibíd., 13. 12 Palabras de luz y de amor, 57. 13 Enarr. in Ps. 76, 11.
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Marc Chagall, «El éxodo» (1952)
La vocación cristiana es una experiencia de éxodo, de salida de sí mismo y de camino en el seguimiento de Cristo y al servicio de los hermanos. Lo afirma el Papa Francisco en el mensaje para la LII Jornada mundial de oración por las vocaciones, que se celebra el próximo 26 de abril, cuarto domingo de Pascua.
La vocación cristiana éxodo de sí mismo
En busca de la vía de salida mundial de oración por las vocaciones, quisiera reflexionar precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o, mejor aún, nuestra respuesta a la vocación que Dios nos Queridos hermanos y hermanas: da. Cuando oímos la palabra «éxoEl cuarto Domingo de Pascua nos do», nos viene a la mente inmediatapresenta el icono del Buen Pastor mente el comienzo de la maravillosa que conoce a sus ovejas, las llama historia de amor de Dios con el puepor su nombre, las alimenta y las blo de sus hijos, una historia que guía. Hace más de 50 años que en pasa por los días dramáticos de la este domingo celebramos la Jornada esclavitud en Egipto, la llamada de mundial de oración por las vocacioMoisés, la liberación y el camino hanes. Esta Jornada nos recuerda la cia la tierra prometida. El libro del importancia de rezar para que, como Éxodo —el segundo libro de la Bidijo Jesús a sus discípulos, «el dueblia—, que narra esta historia, repreño de la mies... mande obreros a su mies» (Lc 10, 2). Jesús nos dio este senta una parábola de toda la histomandamiento en el contexto de un ria de la salvación, y también de la envío misionero: además de los doce dinámica fundamental de la fe crisapóstoles, llamó a otros setenta y tiana. De hecho, pasar de la esclavidos discípulos y los mandó de dos tud del hombre viejo a la vida nueva en dos para la misión (cf. Lc 10, 1- en Cristo es la obra redentora que se 16). Efectivamente, si la Iglesia «es realiza en nosotros mediante la fe misionera por su naturaleza» (Conc. (cf. Ef 4, 22-24). Este paso es un ecum. Vat. II, decr. Ad gentes, 2), la verdadero y real «éxodo», es el cavocación cristiana nace necesaria- mino del alma cristiana y de toda la mente dentro de una experiencia de Iglesia, la orientación decisiva de la misión. Así, escuchar y seguir la voz existencia hacia el Padre. En la raíz de toda vocación crisde Cristo Buen Pastor, dejándose tiana se encuentra este movimiento fundamental de la experiencia de fe: creer quiere decir renunciar a uno mismo, salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar nuestra vida en Jesucristo; abandonar, como Abrahán, la propia tierra 10 ABR [10.10 AM] Si el Evangelio arraiga poniéndose en camino con profundamente en nuestras vidas, seremos confianza, sabiendo que capaces de llevarlo a los demás Dios indicará el camino hacia la tierra nueva. Esta «sa14 ABR [11.14 AM] El Señor no se cansa lida» no hay que entenderla nunca de perdonarnos. Somos nosotros como un desprecio de la los que nos cansamos de pedir perdón propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende atraer y conducir por Él y consa- el camino siguiendo a Cristo engrando a Él la propia vida, significa cuentra vida en abundancia, poniénaceptar que el Espíritu Santo nos in- dose del todo a disposición de Dios troduzca en este dinamismo misione- y de su reino. Dice Jesús: «El que ro, suscitando en nosotros el deseo y por mí deja casa, hermanos o herla determinación gozosa de entregar manas, padre o madre, hijos o tienuestra vida y gastarla por la causa rras, recibirá cien veces más, y heredel reino de Dios. dará la vida eterna» (Mt 19, 29). La Entregar la propia vida en esta ac- raíz profunda de todo esto es el titud misionera sólo será posible si amor. En efecto, la vocación cristiasomos capaces de salir de nosotros na es sobre todo una llamada de mismos. Por eso, en esta 52 Jornada amor que atrae y que se refiere a alEl éxodo, experiencia fundamental de la vocación
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go más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un «camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6). La experiencia del éxodo es paradigma de la vida cristiana, en particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio. Consiste en una actitud siempre renovada de conversión y transformación, en un estar siempre en camino, en un pasar de la muerte a la vida, tal como celebramos en la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto, desde la llamada de Abrahán a la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por el desierto a la conversión predicada por los profetas, hasta el viaje misionero de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, la vocación es siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y la indiferencia y nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos. Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que Él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra felicidad. Esta dinámica del éxodo no se refiere sólo a la llamada personal, sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia «en salida», no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de com-padecer sus heridas. Dios sale de sí mismo en una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e interviene para liberarlo (cf. Ex 3, 7). A esta forma de ser y de actuar está llamada también la Iglesia: la Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia
de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados. Queridos hermanos y hermanas, este éxodo liberador hacia Cristo y hacia los hermanos constituye también el camino para la plena comprensión del hombre y para el crecimiento humano y social en la historia. Escuchar y acoger la llamada del Señor no es una cuestión privada o intimista que pueda confundirse con la emoción del momento; es un compromiso concreto, real y total, que afecta a toda nuestra existencia y la pone al servicio de la construcción del reino de Dios en la tierra. Por eso, la vocación cristiana, radicada en la contemplación del corazón del Padre, lleva al mismo tiempo al compromiso solidario en favor de la liberación de los hermanos, sobre todo de los más pobres. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del mundo, sino que, al contrario, «esencialmente se configura como comunión misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23). Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la vida de alegría y de sentido. Quisiera decírselo especialmente a los más jóvenes que, también por su edad y por la visión de futuro que se abre ante sus ojos, saben ser disponibles y generosos. A veces las incógnitas y las preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de cada día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el punto de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe cristiana limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a salir de vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día. La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar plenamente disponibles al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros, para que crezca en nosotros el deseo de salir e ir, con solicitud, al encuentro de los demás (cf. Lc 1, 39). Que la Virgen Madre nos proteja e interceda por todos nosotros. Vaticano, 29 de marzo de 2015 Domingo de Ramos
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número 16, viernes 17 de abril de 2015
En el centenario del exterminio de los armenios comúnmente considerado «el primer genocidio del siglo
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el Papa recuerda que también hoy asistimos a graves masacres
Sin memoria la herida queda abierta El mal jamás proviene de Dios y no debe, de ninguna manera, encontrar en su santo nombre justificación alguna Al inicio de la misa celebrada en la basílica vaticana durante la mañana del domingo 12 de abril, segundo de Pascua o de la Divina Misericordia, el Papa pronunció el siguiente discurso. Queridos hermanos y hermanas armenios, queridos hermanos y hermanas: En varias ocasiones he definido este tiempo como un tiempo de guerra, como una tercera guerra mundial «por partes», en la que asistimos cotidianamente a crímenes atroces, a sangrientas masacres y a la locura de la destrucción. Desgraciadamente todavía hoy oímos el grito angustiado y desamparado de muchos hermanos y hermanas indefensos, que a causa de su fe en Cristo o de su etnia son pública y cruelmente asesinados —decapitados, crucificados, quemados vivos—, o bien obligados a abandonar su tierra. También hoy estamos viviendo una especie de genocidio causado por la indiferencia general y colectiva, por el silencio cómplice de Caín que clama: «¿A mí qué me importa?», «¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9; Homilía en Redipuglia, 13 de septiembre de 2014). La humanidad conoció en el siglo pasado tres grandes tragedias inauditas: la primera, que generalmente es considerada como «el primer genocidio del siglo XX» (Juan Pablo II y Karekin II, Declaración conjunta, Etchmiazin, 27 de septiembre de
2001), afligió a vuestro pueblo armenio —primera nación cristiana—, junto a los sirios católicos y ortodoxos, los asirios, los caldeos y los griegos. Fueron asesinados obispos, sacerdotes, religiosos, mujeres, hombres, ancianos e incluso niños y enfermos indefensos. Las otras dos fueron perpetradas por el nazismo y el estalinismo. Y más recientemente ha habido otros exterminios masivos, como los de Camboya, Ruanda, Burundi, Bosnia. Y, sin embargo, parece que la humanidad no consigue dejar de derramar sangre inocente. Parece que el entusiasmo que surgió al final de la segunda guerra mundial está desapareciendo y disolviéndose. Da la impresión de que la familia humana no quiere aprender de sus errores, causados por la ley del terror; y así aún hoy hay quien intenta acabar con sus semejantes, con la colaboración de algunos y con
el silencio cómplice de otros que se convierten en espectadores. No hemos aprendido todavía que «la guerra es una locura, una masacre inútil» (cf. Homilía en Redipuglia, 13 de septiembre de 2014). Queridos fieles armenios, hoy recordamos, con el corazón traspasado de dolor, pero lleno de espe-
ranza en el Señor Resucitado, el centenario de aquel trágico hecho, de aquel exterminio terrible y sin sentido, que vuestros antepasados padecieron cruelmente. Es necesario recordarlos, es más, es obligado recordarlos, porque donde se pierde la memoria quiere decir que el mal mantiene aún la herida abierta; esconder o negar el mal es como dejar que una herida siga sangrando sin curarla. Os saludo con afecto y os agradezco vuestro testimonio. Saludo y agradezco la presencia del señor Serž Sargsyan, presidente de la República de Armenia. Saludo cordialmente también a mis hermanos patriarcas y obispos: Su Santidad Karekin II, patriarca supremo y catholicós de todos los armenios; Su Santidad Aram I, catholicós de la Gran Casa de Cilicia; Su Beatitud Nerses Bedros XIX, patriarca de Cilicia de los armenios católicos; los dos catolicosados de la Iglesia apostólica armenia y el Patriarcado de la Iglesia armenio-católica. Con la firme certeza de que el mal nunca proviene de Dios, infinitamente Bueno, y firmes en la fe, profesamos que la crueldad nunca puede ser atribuida a la obra de Dios y, además, no debe encontrar, en ningún modo, en su santo Nombre justificación alguna. Vivamos juntos esta celebración con los ojos fijos en Jesucristo resucitado, vencedor de la muerte y del mal.
Del dolor a la reconciliación Sólo con la paz las nuevas generaciones se abren a un futuro mejor Al término de la misa, el Pontífice entregó a los patriarcas y al presidente de la República de Armenia el siguiente mensaje. Queridos hermanos y hermanas armenios: Ha pasado un siglo desde esa horrible masacre, que fue un verdadero martirio de vuestro pueblo, en la que muchos inocentes murieron como confesores y mártires por el nombre de Cristo (cf. Juan Pablo II y Karekin II, Declaración común, Echmiadzin, 27 de septiembre de 2001). No hay familia armenia aun hoy que no haya perdido en esos acontecimientos algunos de sus seres queridos: verdaderamente eso fue el Metz Yeghern, el «Gran Mal», como habéis llamado a esa tragedia. En esta conmemoración experimento un sentimiento de fuerte cercanía a vuestro pueblo y deseo unirme espiritualmente a las oraciones que se elevan desde vuestros corazones, vuestras familias y vuestras comunidades. Se nos ha dado una ocasión propicia para rezar juntos en la celebración de hoy, en la que proclamamos doctor de la Iglesia a san Gregorio de Narek. Expreso un vivo agradecimiento por su presencia a Su Santidad Karekin II, supremo patriarca y catholicós de todos los armenios, a Su Santidad Aram I, catholicós de la gran casa de Cilicia, y a Su Beatitud Nerses Bedros XIX, patriarca de Cilicia de los armenios católicos. San Gregorio de Narek, monje del siglo X, más que cualquier otro supo expresar la sensibilidad de vuestro pueblo, dando voz al grito, que se convierte en oración, de una humanidad que sufre y es pecadora, oprimida por la angustia de la propia impotencia pero iluminada por el esplendor del amor de Dios y abierta a la esperanza de su intervención salvífica, capaz de transfor-
mar todo. «En virtud de su poder, yo creo con una esperanza que no duda, en segura espera, refugiándome en las manos del Poderoso... de verlo a Él mismo, en su misericordia y ternura, en la herencia de los cielos» (san Gregorio de Narek, Libro de las lamentaciones, XII). Vuestra vocación cristiana es muy antigua y se remonta al año 301, cuando san Gregorio el Iluminador guió hacia la conversión y el bautismo a Armenia, la primera entre las naciones que a lo largo de los siglos abrazaron el Evangelio de Cristo. Ese acontecimiento espiritual marcó de forma indeleble al pueblo armenio, su cultura e historia, en las cuales el martirio ocupa un sitio preeminente, como lo atestigua de modo emblemático el testimonio sacrificial de san Vardán y sus compañeros en el siglo V. Vuestro pueblo, iluminado por la luz de Cristo y su gracia, ha superado muchas pruebas y sufrimientos, animado por la esperanza que brota de la Cruz (cf. Rm 8, 31-39). Como os dijo san Juan Pablo II: «Vuestra historia de sufrimiento y de martirio es una perla preciosa, de la cual está orgullosa la Iglesia universal. La fe en Cristo, redentor del hombre, os ha infundido una valentía admirable en el camino, a menudo tan parecido al de la cruz, por el
que habéis avanzado con determinación, con el propósito de conservar vuestra identidad de pueblo y de creyentes» (Homilía, 21 de noviembre de 1987). Esta fe ha acompañado y sostenido a vuestro pueblo incluso en el trágico acontecimiento de hace cien años que «generalmente se define como el primer genocidio del siglo XX» (Juan Pablo II y Karekin II, Declaración común, Echmiadzin, 27 de septiembre de 2001). El Papa Benedicto XV, que condenó como «inútil masacre» la Primera Guerra mundial (AAS, IX [1917], 429), se prodigó hasta el último momento para impedirla, retomando los esfuerzos de mediación ya realizados por el Papa León XIII ante los «funestos
eventos» de los años 1894-1896. Por este motivo él escribió al sultán Mehmet V, implorando que se salvasen a los numerosos inocentes (cf. Carta del 10 de septiembre de 1915) y fue también él quien, en el Consistorio secreto del 6 de diciembre de 1915, afirmó con vibrante consternación: Miserrima Armenorum gens ad interitum prope ducitur (AAS, VII [1915], 510). Hacer memoria de lo sucedido es un deber no sólo para el pueblo armenio y para la Iglesia universal, sino para toda la familia humana, para que el llamamiento que surge de esa tragedia nos libre de volver a caer en semejantes horrores, que ofenden a Dios y la dignidad humana. También hoy, en efecto, estos conflictos algunas veces degeneran en violencias injustificables, y se fomentan instrumentalizando las diversidades étnicas y religiosas. Todos los que son nombrados jefes de las naciones y de las organizaciones internacionales están llamados a oponerse a tales crímenes con firme responsabilidad, sin ceder a ambigüedades y componendas. Que este doloroso aniversario sea para todos motivo de reflexión humilde y sincera y de apertura del corazón al perdón, que es fuente de paz y de renovada esperanza. San Gregorio de Narek, formi-
dable intérprete del espíritu humano, parece pronunciar palabras proféticas para nosotros: «Yo cargué voluntariamente todas las culpas, desde las del primer padre hasta las del último de sus descendientes, y de ello me consideré responsable» (Libro de las lamentaciones, LXXII). Cuánto nos impacta ese sentimiento suyo de solidaridad universal. Qué pequeños nos sentimos ante la grandeza de sus invocaciones: «Acuérdate, [Señor,]... de quienes en la estirpe humana son nuestros enemigos, pero para su bien: concede a ellos perdón y misericordia (...) No extermines a quienes me muerden: ¡conviértelos! Extirpa la viciosa conducta terrena y arraiga la buena conducta en mí y en ellos» (ibid., LXXXIII). Que Dios conceda que se retome el camino de reconciliación entre el pueblo armenio y el pueblo turco, y que la paz brote también en el Nagorno Karabaj. Se trata de pueblos que, en el pasado, a pesar de los contrastes y tensiones, vivieron largos períodos de pacífica convivencia, e incluso en la turbulencia de las violencias vieron casos de solidaridad y ayuda mutua. Sólo con este espíritu las nuevas generaciones pueden abrirse a un futuro mejor y el sacrificio de muchos convertirse en semilla de justicia y de paz. Que para nosotros, cristianos, este tiempo sea sobre todo un tiempo fuerte de oración, para que la sangre derramada, por la fuerza redentora del sacrificio de Cristo, obre el prodigio de la plena unidad entre sus discípulos. Que fortalezca en especial los vínculos de amistad fraterna que ya unen a la Iglesia católica y a la Iglesia armenia apostólica. El testimonio de muchos hermanos y hermanas que, inermes, han sacrificado la vida SIGUE EN LA PÁGINA 12
Jesús colma el abismo La maldad humana abre abismos en el mundo A continuación el texto de la homilía del Papa Francisco. San Juan, que estaba presente en el Cenáculo con los otros discípulos al anochecer del primer día de la semana, cuenta cómo Jesús entró, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros», y «les enseñó las manos y el costado» (20, 19-20), les mostró sus llagas. Así ellos se dieron cuenta de que no era una visión, era Él, el Señor, y se llenaron de alegría. Ocho días después, Jesús entró de nuevo en el Cenáculo y mostró las llagas a Tomás, para que las tocase como él quería, para que creyese y se convirtiese también él en testigo de la Resurrección. También a nosotros, hoy, en este domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, el Señor nos muestra, por medio del Evangelio, sus llagas. Son llagas de misericordia. Es verdad: las llagas de Jesús son llagas de misericordia. «Por sus llagas fuimos sanados» (Is 53, 5). Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso. A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios: su Pasión, su vida terrena —llena de compasión por los más pequeños y los enfermos—, su encarnación en el seno de María. Y podemos recorrer hasta sus orígenes toda la historia de la salvación: las profecías —especialmente la del Siervo de Yahvé—, los Salmos, la Ley y la alianza, hasta la liberación de Egipto, la primera pascua y la sangre de los corderos sacrificados; e incluso los patriarcas hasta Abrahán, y luego, en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que grita desde la tierra. Todo esto podemos verlo a través de las llagas de Jesús crucificado y resucitado y, como María en el Magníficat, podemos reconocer que «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1, 50). Ante los trágicos acontecimientos de la historia humana, nos sentimos a
veces abatidos, y nos preguntamos: «¿Por qué?». La maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo podemos colmar estos abismos? Para nosotros es imposible; sólo Dios puede colmar estos vacíos que el mal abre en nuestro corazón y en nuestra historia. Es Jesús, que se hizo hombre y murió en la cruz, quien llena el abismo del pecado con el abismo de su misericordia. San Bernardo, en su comentario al Cantar de los Cantares (Disc. 61, 3-5; Opera omnia 2, 150-151), se detiene justamente en el misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que «las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro D ios». Es este, hermanos y hermanas, el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este camino es Él, Jesús, crucificado y resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia. Los santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, «me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, «fue traspasado por nuestras rebeliones» (Is 53, 5). ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?» (ibíd.). Con los ojos fijos en las llagas de Jesús resucitado, cantemos con la Iglesia: «Eterna es su misericordia» (Sal 117, 2). Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza.
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viernes 17 de abril de 2015, número 16
Al sínodo patriarcal de la Iglesia armenio-católica
Una historia de fidelidad y resurrección El jueves 9 de abril, por la mañana, el Papa Francisco recibió en audiencia a los miembros del sínodo patriarcal de la Iglesia armenio-católica. Tras el saludo del patriarca de Cilicia de los armenios, Nerses Bedros XIX Tarmouni, el Pontífice recordó en su discurso la larga historia de fidelidad y el «admirable patrimonio de espiritualidad y cultura» del pueblo armenio. Beatitud, excelencias: Os saludo fraternalmente y os doy las gracias por este encuentro, que se sitúa en la inminencia de la celebración del domingo próximo en la basílica vaticana. Elevaremos la oración cristiana en sufragio por los hijos e hijas de vuestro amado pueblo, que fueron víctimas hace cien años. Invocaremos a la Divina Misericordia para que nos ayude a todos, en el amor a la verdad y la justicia, a curar toda herida y apresurar gestos concretos de reconciliación y de paz entre las naciones que aún no logran llegar a un acuerdo razonable sobre la interpretación de estos tristes acontecimientos. En vosotros y a través de vosotros saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y fieles laicos de la Iglesia armenio-católica: sé que muchos os han acompañado en estos días aquí en Roma, y que muchos
más se unirán espiritualmente a nosotros desde los países de la diáspora, como Estados Unidos, América Latina, Europa, Rusia, Ucrania, hasta la madre patria. Pienso con tristeza especialmente en esas zonas, como Aleppo —el obispo me dijo «la ciudad mártir»— que hace cien años fueron lugar seguro para los pocos supervivientes. Tales regiones, en este último período, han visto en peligro la permanencia de los cristianos, no sólo armenios. Vuestro pueblo, que la tradición reconoce como el primero en convertirse al cristianismo en el año 301,
En la poesía mística de Gregorio de Narek
El poder de las lágrimas ROSSELLA FABIANI Poeta, monje, teólogo, filósofo y místico, Gregorio de Narek (9511010/11) desde el domingo 12 de abril es doctor de la Iglesia. Ya considerado santo en el martirologio romano que lo recuerda el 27 de febrero, ahora este místico poeta armenio se convierte en el trigésimo sexto doctor de la Iglesia católica. Fue Benedicto XIV quien estableció los tres requisitos necesarios para la concesión de este título: doctrina eminente, insigne santidad de vida y declaración del Sumo Pontífice o de un Concilio. Con estos tres requisitos el Papa Lambertini había resumido las condiciones en base a las cuales la Iglesia, a lo largo de los siglos, había reconocido o declarado a algunos santos doctores de la Iglesia. Y aunque la insigne santidad de vida constituye un requisito previo y la declaración por parte del Papa o de un Concilio sigue siendo el acto formal del reconocimiento del doctorado, la doctrina eminente es la cualidad específica y determinante para el reconocimiento del título. Gregorio de Narek resume en su persona todos estos requisitos. Sobrino de Anania Narekatsi, «padre» del monasterio de Narek, uno de los vardapet —título eclesiástico armenio para padre, maestro, doctor— más célebres de la época, apodado «filósofo», Gregorio entra de pequeño en el monasterio, donde
Miniatura de Gregorio de Narek (1173)
recibe una riquísima formación del abad Anania, que le permite leer todas las grandes obras patrísticas, tanto griegas como orientales, y alimentar su meditación diaria con un inmenso tesoro de lecturas espirituales. Pasa toda su vida en el recogimiento, rezando, enseñando, contemplando y escuchando la naturaleza circundante. Y alternando incesantemente el trabajo y la oración, Gregorio comienza a manifestar una fuerte propensión a reelaSIGUE EN LA PÁGINA 13
tiene una historia bimilenaria y custodia un admirable patrimonio de espiritualidad y cultura, unido a una capacidad de levantarse de nuevo después de las numerosas persecuciones y pruebas a las que ha sido sometido. Os invito a cultivar siempre un sentimiento de gratitud al Señor, por haber sido capaces de manteneros fieles a Él incluso en los tiempos más difíciles. Es importante, además, pedir a Dios el don de la sabiduría del corazón: la conmemoración de las víctimas de hace cien años nos sitúa ante la oscuridad del mysterium iniquitatis. No se comprende si no es con esta actitud. Como dice el Evangelio, desde lo íntimo del corazón del hombre pueden desencadenarse las fuerzas más oscuras, capaces de llegar a programar sistemáticamente la eliminación del hermano, a considerarlo un enemigo, un adversario, o incluso un individuo carente de la misma dignidad humana. Pero para los creyentes la pregunta sobre el mal realizado por el hombre introduce también en el misterio de la participación en la Pasión redentora: no pocos hijos e hijas de la nación armenia fueron capaces de pronunciar el nombre de Cristo hasta el derramamiento de la sangre o la muerte por inedia en el éxodo interminable al que fueron obligados. Las páginas dolorosas de la historia de vuestro pueblo continúan, en cierto sentido, la pasión de Jesús, pero en cada una de ellas está presente la semilla de su Resurrección. Que no disminuya en vosotros pastores el compromiso de educar a los fieles laicos a saber leer la realidad con ojos nuevos, para llegar a decir todos los días: mi pueblo no es solamente el de los que sufren por Cristo, sino, sobre todo, el de los resucitados en Él. Por eso es importante recordar el pasado, para sacar de él la savia nueva para alimentar el presente con el anuncio gozoso del Evangelio y con el testimonio de la caridad. Os animo a sostener el camino de formación permanente de los sacerdotes y de las personas consagradas. Ellos son vuestros primeros colaboradores: la comunión entre ellos y vosotros se reforzará por la fraternidad ejemplar que ellos podrán percibir en el Sínodo y con el Patriarca. Nuestro recuerdo agradecido se dirige en este momento a quienes se preocupan por llevar algún alivio al drama de vuestros antepasados.
Pienso especialmente en el Papa Benedicto XV, quien intervino ante el sultán Mehmet V para hacer cesar la masacre de los armenios. Este Pontífice fue un gran amigo del Oriente cristiano: él instituyó la Congregación para las Iglesias orientales y el Pontificio Instituto Oriental, y en 1920 inscribió a san Efrén el sirio entre los doctores de la Iglesia universal. Me complace que este encuentro nuestro tenga lugar en vísperas del análogo gesto que el domingo tendré la alegría de realizar con la gran figura de san Gregorio de Narek. A su intercesión confío especialmente el diálogo ecuménico entre la Iglesia armenio-católica y la Iglesia armenio-apostólica, quienes recuerdan el hecho de que hace cien años como hoy, el martirio y la persecución ya realizaron «el ecumenismo de la sangre». Sobre vosotros y sobre vuestros fieles invoco ahora la bendición del Señor, mientras os pido que no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!
Del dolor a la reconciliación VIENE DE LA PÁGINA 10
por su fe, congrega a las diversas confesiones: es el ecumenismo de la sangre, que condujo a san Juan Pablo II a celebrar juntos, durante el Jubileo del año 2000, a todos los mártires del siglo XX . También la celebración de hoy se sitúa en este contexto espiritual y eclesial. En este evento participan representantes de nuestras dos Iglesias y se unen espiritualmente numerosos fieles dispersos por el mundo, en un signo que refleja sobre la tierra la comunión perfecta que existe entre los espíritus bienaventurados del cielo. Con espíritu fraterno, aseguro mi cercanía con ocasión de la ceremonia de canonización de los mártires de la Iglesia armenia apostólica, que tendrá lugar el próximo 23 de abril en la catedral de Echmiadzin, y a las conmemoraciones que se tendrán en Antelias en julio. Encomiendo a la Madre de Dios estas intenciones con las palabras de san Gregorio de Narek: «Oh pureza de las Vírgenes, corifea de los bienaventurados, Madre del templo indestructible de la Iglesia, Madre del Verbo inmaculado de Dios, (...) Refugiándonos bajo las inmensas alas de defensa de tu intercesión, elevamos nuestras manos hacia ti, y con esperanza cierta creemos que seremos salvados». (Panegírico a la Virgen) Vaticano, 12 de abril de 2015
número 16, viernes 17 de abril de 2015
L’OSSERVATORE ROMANO
El poder de las lágrimas
Mensaje a la séptima cumbre de las Américas en Panamá
Nuevo orden de paz y justicia
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borar la tradición recibida mediante un lenguaje poético de los más elevados de la historia cristiana. Fue un maestro muy famoso, y aún en vida gozó de fama de santidad. El monasterio de Narek, fundado en 935, se encontraba al sudeste del lago de Van, a casi cuatro kilómetros de la costa y a una altura de 1650 metros. Fue destruido durante los trágicos hechos de 1915, y refundado recientemente. Después de su muerte, el cuerpo de Gregorio fue colocado en la iglesia del monasterio dedicada a santa Sandujt, hija, según la tradición, del rey Sanatruk, y primera mártir armenia del siglo I, asesinada a causa de su fe por orden de su padre. En 1021 las reliquias del santo fueron trasladadas a Sebaste, actual Sivaz, en la antigua provincia de Armenia menor, en Anatolia central. La aldea donde depositaron las reliquias se denominó después Narek, en recuerdo del monasterio en el que Gregorio había pasado su vida. La Alta Edad Media de la cultura cristiana armenia concluye con un período de extraordinario esplendor: la época del reino de los Bagrátidas, en el norte de Armenia, con la legendaria capital Ani, ciudad «de las mil y una iglesias», y del reino de los Artzrunos, en el sur, alrededor del lago de Van. Dicho esplendor acabó repentinamente a causa de la ocupación bizantina de Armenia meridional en 1021, y de Ani en 1045. Pero los siglos IX y X marcaron la historia armenia con una de las renovaciones más fecundas y felices. Y si la ciudad de Ani, que hoy descansa en el suntuoso y melancólico silencio de sus ruinas, y la incomparable joya de la iglesia de Aghtamar, a orillas del lago de Van, son los símbolos más significativos de dicho renacimiento, «la creación poética del vidente de Narek —según el padre Bogos Levon Zekiyan—, es su digno contrapeso como monumento literario». Nombrado arzobispo de Estambul el año pasado, el arcipreste armenio Zekiyan, que nació en Turquía y vivió durante más de cincuenta años en Venecia, en la histórica comunidad mequitarista de la isla de San Lázaro, es uno de los máximos expertos mundiales en la obra de Gregorio de Narek, y en él estaría pensando el Gobierno armenio para encomendarle la traducción completa al italiano del Libro de las lamentaciones de Gregorio —una colección de noventa y cinco oraciones de estilo poético también conocida como Narek, por el nombre del monasterio—, como nos anticipa Vartan Karapetian, consejero de la embajada armenia ante la Santa Sede.
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La esperanza de «un nuevo orden de paz y de justicia» que promueva «la globalización de la solidaridad y la fraternidad» expresó el Papa en un mensaje enviado al presidente de Panamá con ocasión de la séptima cumbre de las Américas. Publicamos el mensaje que el Pontífice envió en español y que fue leído por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, durante la sesión inaugural de los trabajos el viernes 10 de abril. Al excelentísimo señor JUAN CARLOS VARELA RODRÍGUEZ Presidente de Panamá «San Gregorio de Narek» (siglo
XII)
Considerada la obra maestra de Gregorio y una de las mayores obras maestras de la poesía y de la mística de todos los tiempos, Narek es, para usar las palabras del nuncio apostólico en Bielorrusia, monseñor Claudio Gugerotti, «el testimonio de una aventura espiritual, es la historia de un hombre y de sus miedos, de sus aspiraciones altísimas, del vértigo de un hambre de Dios. Pero Narek es también el poder de un lamento que logra arrancar el perdón». Precisamente con esta palabra, lamento, que se transforma en llanto, Narek valora el filón de la espiritualidad de la compunción, muy conocido en la antigüedad y hoy en Occidente casi totalmente desaparecido, excepto por la incesante y apasionada obra de divulgación de los padres de la Iglesia que practicaron la filocalia por parte del cardenal Tomáš Špidlík, fallecido el 16 de abril de hace cinco años. La antigüedad conoció el pènthos, la katanùxis, como componente de la penitencia, porque «quien persevera en las lágrimas y en el llanto difícilmente podrá seguir pecando», dicen los padres de la Iglesia. Y la búsqueda de la tristeza, del gemido y de las lágrimas llegará a formar parte del lenguaje espiritual, desde los Apophtègmata Patrum de Evagrio hasta Juan Clímaco. Pero Gregorio no es el único autor que compone textos poéticos que invocan el dolor de los pecados y la gracia del perdón. El canon penitencial de Andrés de Creta se convierte incluso en un género literario; está claro que Gregorio apreció mucho el pasaje bíblico «tu siervo ha tenido ánimo para dirigirte esta oración» (II Samuel 7, 27), el mismo que eligieron los padres de la Iglesia como fundamento de la que ha llegado a ser, con el tiempo, la oración del corazón. A esta figura luminosa de la Iglesia universal se le dedicará un congreso que se celebrará en Roma, entre octubre y noviembre, y en el que participarán los mayores estudiosos de la obra de san Gregorio.
Como anfitrión de la VII Cumbre de las Américas, deseo hacerle llegar mi saludo cordial y, a través de usted, a todos los jefes de Estado y de Gobierno, así como a las delegaciones participantes. Al mismo tiempo, me gustaría manifestarles mi cercanía y aliento para que el diálogo sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos y supera diferencias en el camino hacia el bien común. Pido a Dios que, compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en el ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y trasmitan esperanza. Me siento en sintonía con el tema elegido para esta Cumbre: «Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas». Estoy convencido —y así lo expresé en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium— de que la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir dignamente, hay que luchar contra los demás (cf. 52, 54). El bienestar así logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas. Hay «bienes básicos», como la tierra, el trabajo y la casa, y «servicios públicos», como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente..., de los que ningún ser humano debería quedar excluido. Este deseo —que todos compartimos—, desgraciadamente aún está lejos de la realidad. Todavía hoy siguen habiendo injustas desigualdades, que ofenden a la dignidad de las personas. El gran reto de nuestro mundo es la globalización de la solidaridad y la fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia y, mientras no se logre una distribución equitativa de la riqueza, no se resolverán los males de nuestra sociedad (cf. Evangelii gaudium 202). No podemos negar que muchos países han experimentado un fuerte desarrollo económico en los últimos años, pero no es menos cierto que otros siguen postrados en la pobreza. Además, en las economías emergentes, gran parte de la población no se ha beneficiado del progreso económico general, sino que frecuentemente se ha abierto una brecha mayor entre ricos y pobres. La teoría
del «goteo» o «derrame» (cf. Evangelii gaudium 54) se ha revelado falaz: no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos. Son necesarias acciones directas en pro de los más desfavorecidos, cuya atención, como la de los más pequeños en el seno de una familia, debería ser prioritaria para los gobernantes. La Iglesia siempre ha defendido la «promoción de las personas concretas» (Centesimus annus, 46), atendiendo sus necesidades y ofreciéndoles posibilidades de desarrollo. Me gustaría también llamar su atención sobre el problema de la inmigración. La inmensa disparidad de oportunidades entre unos países y otros hace que muchas personas se vean obligadas a abandonar su tierra y su familia, convirtiéndose en fácil presa del tráfico de personas y del trabajo esclavo, sin derechos, ni acceso a la justicia... En ocasiones, la falta de cooperación entre los Estados deja a muchas personas fuera de la legalidad y sin posibilidad de hacer
valer sus derechos, obligándoles a situarse entre los que se aprovechan de los demás o a resignarse a ser víctimas de los abusos. Son situaciones en las que no basta salvaguardar la ley para defender los derechos básicos de la persona, en las que la norma, sin piedad y misericordia, no responde a la justicia. A veces, incluso dentro de cada país, se dan diferencias escandalosas y ofensivas, especialmente en las poblaciones indígenas, en las zonas rurales o en los suburbios de las grandes ciudades. Sin una auténtica defensa de estas personas contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad. Señor Presidente, los esfuerzos por tender puentes, canales de comunicación, tejer relaciones, buscar el entendimiento nunca son vanos. La situación geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que la convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación. Con el deseo de que la Iglesia sea también instrumento de paz y reconciliación entre los pueblos, reciba mi más atento y cordial saludo. Vaticano, 10 de abril de 2015 FRANCISCO
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COMUNICACIONES Colegio episcopal
Curia romana
Monseñor Dante Gustavo Braida, auxiliar de Mendoza (Argentina) formidad con el canon 401 § 1 del Código de derecho canónico.
RENUNCIAS: El Papa ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la archidiócesis de Taunggyi (Myanmar) que monseñor MATTHIAS U SHWE le había presentado en conformidad con el canon 401 § 2 del Código de derecho canónico. Matthias U Shwe nació en Kamai, diócesis de Taunggyi, el 1 de diciembre de 1943. Recibió la ordenación sacerdotal el 12 de abril de 1969. Juan Pablo II le nombró obispo titular de Uzippari y auxiliar de Taunggyi el 20 de diciembre de 1979; recibió la ordenación episcopal el 13 de diciembre de 1980. El mismo Papa lo nombró obispo de Taunggyi el 18 de diciembre de 1989, y tras elevar dicha sede a la categoría de archidiócesis le promovió a arzobispo el 17 de enero de 1998. El Papa ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la diócesis de Ambatondrazaka (Madagascar) que monseñor ANTOINE SCOPELLITI, O.SS.T., le había presentado en con-
Lutos en el episcopado —Monseñor LUIS MARÍA PÉREZ DE ONRAITA AGUIRRE, obispo emérito de Malanje (Angola), falleció el 3 de abril. Había nacido en Gauna, diócesis de Vitoria (España), el 12 de abril de 1933. Era sacerdote desde el 11 de agosto de 1957. Juan Pablo II le nombró obispo coadjutor de la entonces diócesis de Malanje el 15 de diciembre de 1995; recibió la ordenación episcopal el 10 de marzo de 1996. Pasó a ser obispo de dicha sede el 27 de agosto de 1998. Benedicto XVI, el 12 de abril de 2011, tras elevar la sede de Malanje al rango de archidiócesis le promovió a arzobispo. El mismo Papa aceptó su renuncia al gobierno pastoral de dicha sede el 19 de mayo de 2012. MOKE —Monseñor EUGÈNE MOTSÜRI, obispo titular de Lestrona y auxiliar emérito de Kinshasa (República democrática del Congo), falleció el 6 de abril. Había nacido en Mongobele, diócesis de Inongo, el 25 de marzo de 1916. Era sacerdote desde el 9 de junio de 1946. Pablo VI le nombró obispo titular de Lestrona y auxiliar de la archidiócesis de Kinshasa el 1 de septiembre de 1970; recibió la ordenación episcopal el 6 de diciembre sucesivo. Juan Pablo II aceptó su renuncia al gobierno pastoral de SIGUE EN LA PÁGINA 16
Antoine Scopelliti, O.SS.T., nació en Gallico Superiore, archidiócesis de Reggio Calabria-Bova (Italia), el 9 de abril de 1939. Ingresó en la Orden de la Santísima Trinidad (trinitarios), donde recibió la ordenación sacerdotal el 18 de diciembre de 1965. Juan Pablo II le nombró obispo coadjutor de Ambatondrazaka el 21 de enero de 1991; recibió la ordenación episcopal el 5 de mayo sucesivo. Pasó a ser obispo de dicha sede el 6 de marzo de 1993. EL PAPA
HA NOMBRAD O:
—Obispo de Ambatondrazaka (Madagascar) a monseñor JEAN DE DIEU RAOELISON, hasta ahora obispo titular de Corniculana y auxiliar de Antananarivo. Jean de Dieu Raoelison nació en Arivonimamo, archidiócesis de Antananarivo, el 31 de julio de 1963. Recibió la ordenación sacerdotal el 7 de septiembre de 1996. Benedicto XVI le nombró obispo titular de Corniculana y auxiliar de Antananarivo el 25 de marzo de 2010; recibió la ordenación episcopal el 13 de junio del mismo año. —Obispo de Bagdora (India) al presbítero VINCENT AIND. Vincent Aind nació en Kalchini, diócesis de Jalpaiguri, el 3o de eneSIGUE EN LA PÁGINA 16
El Pontífice ha incluido entre los miembros de los dicasterios de la Curia romana a los siguientes cardenales, creados y publicados en el consistorio del 14 de febrero de 2015: 1) en el Consejo de cardenales y obispos de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado al cardenal: Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica; 2) en la Congregación para la doctrina de la fe al cardenal: Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid (España); 3) en la Congregación para las Iglesias orientales a los cardenales: Berhaneyesus Demerew Souraphiel, arzobispo de Addis Abeba (Etiopía), y Edoardo Menichelli, arzobispo de Ancona-Osimo (Italia); 4) en la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos al cardenal: Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica; 5) en la Congregación para las causas de los santos al cardenal: Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica; 6) en la Congregación para la evangelización de los pueblos a los cardenales: John Atcherley Dew, arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda); Pierre Nguyên Văn Nhon, arzobispo de Hanoi (Vietnam); Francis Xavier Kriengsak Kovitha-
Audiencias pontificias EL SANTO PADRE HA RECIBID O EN AUDIENCIA: Viernes 10 de abril —Al presidente de la República de Georgia, Giorgi Margvelashvili, con el séquito.
tante especial del secretario general de las Naciones Unidas para las violencias sexuales en los conflictos; Leila Zerrougui, representante especial del secretario general de las Naciones Unidas para los niños y conflictos armados; y Julienne Lusenge, presidenta de la Solidaridad femenina para la paz y el desarrollo integral.
—Al arzobispo primado de la Iglesia apostólica armenia en Argentina, Mouradian Kissag, con el séquito.
Sábado, día 11
—A monseñor Luis Francisco Ladaria Ferrer, S.J., arzobispo titular de Tibica, secretario de la Congregación para la doctrina de la fe.
—Al nuevo embajador de Italia ante la Santa Sede, Daniele Mancini, con ocasión de la presentación de las cartas credenciales.
—A monseñor Robert Bezak, arzobispo emérito de Trnava (República eslovaca).
—Al cardenal Marc Oullet, P.S.S., prefecto de la Congregación para los obispos.
—Al profesor Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio.
—A monseñor Antonio Guido Filipazzi, arzobispo titular de Sutri, nuncio apostólico en Indonesia.
—A la señora María Cristina Perceval, representante permanente de la misión permanente de Argentina ante las Naciones Unidas, acompañada por Zainab Bangura, represen-
Sábado, día 11 —Al monseñor Carlos José Ñáñez, arzobispo de Córdoba (Argentina).
vanij, arzobispo de Bangkok (Thailandia); Arlindo Gomes Furtado, obispo de Santiago de Cabo Verde; Soane Patita Paini Mafi, obispo de Tonga (Tonga); 7) en la Congregación para el clero a los cardenales: Manuel José Macário do Nascimento Clemente, Patriarca de Lisboa (Portugal); Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia (México); 8) en la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica a los cardenales: Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon (Myanmar); Daniel Fernando Sturla Berhouet, arzobispo de Montevideo (Uruguay); 9) en la Congregación para la educación católica al cardenal: José Luis Lacunza Maestrojuán, obispo de David (Panamá); 10) en el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos al cardenal: John Atcherley Dew, arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda); 11) en el Consejo pontificio Justicia y paz a los cardenales: Pierre Nguyên Văn Nhon, arzobispo de Hanoi (Vietnam); Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia (México); 12) en el Consejo pontificio «Cor Unum» a los cardenales: Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento (Italia); Arlindo Gomes Furtado, obispo de Santiago de Cabo Verde (Cabo Verde); Soane Patita Paini Mafi, obispo de Tonga (Tonga); 13) en el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes a los cardenales: Berhaneyesus Demerew Souraphiel, arzobispo de Addis Abeba (Etiopía); Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento (Italia); 14) en el Consejo pontificio para la pastoral de la salud al cardenal: Edoardo Menichelli, arzobispo de Ancona-Osimo (Italia); 15) en el Consejo pontificio para la cultura a los cardenales: Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon (Myanmar); Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid (España); José Luis Lacunza Maestrojuán, obispo de David (Panamá); 16) en el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales a los cardenales: Manuel José Macário do Nascimento Clemente, patriarca de Lisboa (Portugal); Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok (Thailandia); 17) en el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización al cardenal Daniel Fernando Sturla Berhouet, arzobispo de Montevideo (Uruguay).
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Misa del Pontífice en Santa Marta La valentía de la franqueza Sólo el Espíritu Santo nos da la «fuerza de anunciar a Jesucristo hasta el testimonio final». Y el Espíritu «viene de cualquier parte, como el viento». En la homilía de la misa que celebró el lunes 13 de abril en Santa Marta, el Papa Francisco afrontó el tema de la «valentía cristiana» que es una «gracia que da el Espíritu Santo». El punto de partida de su reflexión fue un pasaje de los Hechos de los apóstoles (4, 23-31). Se trata de la parte final de un largo relato «que comienza con un milagro que hacen Pedro y Juan: la curación del cojo que estaba en la puerta llamada “Hermosa”, pidiendo limosna». El Papa hizo referencia a todo el episodio y recordó que Pedro miró al cojo «y le dijo: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: levántate y camina”». El hombre se curó. La gente que vio esto quedó asombrada «y alababa a Dios». Entonces «Pedro aprovechó para anunciar el Evangelio, para anunciar la buena noticia de Jesucristo: para anunciar a Jesucristo». A ese punto, explicó el Papa Francisco, los sacerdotes se encontraban molestos: enviaron a «algunos a detener a Pedro y a Juan», quienes se mostraron como «gente sencilla, sin instrucción». Los dos apóstoles «permanecieron en la cárcel esa noche». Al día siguiente los sacerdotes decidieron «prohibirles hablar en nombre de Jesús, de predicar esta doctrina». Pero ellos «continuaron»; es más, Pedro —que «era quien hablaba en nombre de los dos»— afirmó: «Si es justo obedeceros a vosotros en lugar de obedecer a Dios: nosotros obedecemos a Dios». Y añadió «la palabra que hemos escuchado muchas veces: “No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído”». De aquí el Pontífice retomó el pasaje propuesto por la liturgia del día, donde se lee que los dos, «al ser puestos en libertad», fueron a contar a la comunidad «lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos», y que todos, ante esas palabras, «invocaron a una a Dios y comenzaron a rezar», recorriendo las etapas de la historia de la salvación hasta Jesús. Y «al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos y todos se llenaron de Espíritu Santo y proclamaban la Palabra de Dios con franqueza». Precisamente en esta última palabra —«franqueza»— se detuvo el Pontífice destacando cómo en esa oración común se lee: «“Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos” no huir: “predicar con toda franqueza tu palabra”». Aquí emerge la indicación para cada cristiano: «Podemos decir», subrayó el Papa Francisco, que «también hoy el mensaje de la Iglesia es el mensaje del camino de la franqueza, del camino de la valentía cristiana». Esa palabra, explicó, «se puede traducir como “valor”, “franqueza”, “libertad de hablar”, “no tener miedo de decir las cosas”». Es la «parresía». Los dos apóstoles «pasaron del temor a
la franqueza, a decir las cosas con libertad». El círculo de la reflexión del Papa se cerró con la relectura del pasaje del Evangelio de san Juan (3, 1-8), o sea del «diálogo un poco misterioso entre Jesús y Nicodemo, sobre el “segundo nacimiento”». En este punto el Pontífice se preguntó: «En toda la historia, ¿quién es el verdadero protagonista? En este itinerario de la franqueza, ¿quién es el verdadero protagonista? ¿Pedro, Juan, el cojo curado, la gente que escuchaba, los sacerdotes, los soldados, Nicodemo, Jesús?». Y la respuesta fue: «el verdadero protagonista es precisamente el Espíritu Santo. Porque Él es el único capaz de darnos esta gracia de la valentía de anunciar a Jesucristo». Es la «valentía del anuncio» lo que «nos distingue del simple proselitismo». Explicó el Papa: «Nosotros no hacemos publicidad» para tener «más “socios” en nuestra “sociedad espiritual”». Esto «no funciona, no es cristiano». En cambio, «lo que el cristiano hace es anunciar con valentía; y el anuncio de Jesucristo provoca, mediante el Espíritu Santo, ese estupor que nos hace seguir adelante». Por eso «el verdadero protagonista de todo esto es el Espíritu Santo», hasta el punto que —como se lee en los Hechos de los Apóstoles— cuando los discípulos terminaron la oración, el lugar donde se encontraban tembló y todos quedaron llenos del Espíritu. Fue, dijo el Papa Fran-
da el Espíritu Santo». Hay, en efecto, «muchos caminos que podemos tomar, incluso que nos dan una cierta valentía», por lo que se puede decir: «¡Mira qué valiente la decisión que tomó!». Pero todo esto «es instrumento de algo más grande: el Espíritu». Y «si no está el Espíritu, podemos hacer muchas cosas, mucho trabajo, pero no sirve de nada». Por eso, concluyó el Papa, después del día de Pascua, «que duró ocho días», la Iglesia «nos prepara para recibir el Espíritu Santo». Ahora, «en la celebración del misterio de la muerte y resurrección de Jesús, podemos recordar toda la historia de salvación», que es también «nuestra propia historia de salvación», y podemos «pedir la gracia de recibir el Espíritu para que nos dé la auténtica valentía para anunciar a Jesucristo».
Armonía, pobreza, paciencia Tres gracias que hay que pedir para las comunidades cristianas: la armonía, la pobreza y la paciencia. Continuando la reflexión sobre el relato del diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo —en el centro de la liturgia de la Palabra— el Papa Francisco dedicó la homilía de la misa que celebró en Santa Marta el martes 14 de abril al tema de «renacer», que para
Rafael, «La curación del paralítico» (1515)
cisco, «como un nuevo Pentecostés». El Espíritu Santo es, por lo tanto, el protagonista, hasta el punto que Jesús dice a Nicodemo que se puede nacer de nuevo pero que «el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene y adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». Por ello, explicó el Pontífice, «es precisamente el Espíritu quien nos cambia, quien viene de cualquier parte, como el viento». Y también: «solamente el Espíritu es capaz de cambiar nuestra actitud, de cambiarnos, de cambiar la actitud, de cambiar la historia de nuestra vida, cambiar incluso nuestra pertenencia». Y es el Espíritu mismo quien dio la fuerza a los dos apóstoles, «hombres sencillos y sin instrucción», de «anunciar a Jesucristo hasta el testimonio final: el martirio». Aquí está entonces la enseñanza para cada creyente: «el camino de la valentía cristiana es una gracia que
la Iglesia significa «renacer en el Espíritu». El obispo de Roma se remitió a las lecturas del día anterior, recordando que las mismas invitaban a «reflexionar sobre una de las numerosas transformaciones» que obra el Espíritu: la de dar «valentía», transformando al hombre «de cobarde y miedoso» a «valiente, con una valentía fuerte para anunciar a Jesús, sin miedo». De la persona en particular el Papa pasó a considerar «lo que hace el Espíritu en una comunidad». Releyendo el pasaje de los Hechos de los apóstoles (4, 32-37) que describe las primeras comunidades cristianas, parece encontrarse ante la descripción de un mundo ideal: «todos eran amigos, todos ponían todo en común, nadie peleaba». Un relato, explicó el Papa Francisco, que «es como un resumen, como si la vida se detuviese un poco y el Espíritu de Dios nos hiciese entrever lo que
podría hacer en una comunidad, cómo se podría transformar una comunidad: una comunidad diocesana, una comunidad parroquial, religiosa, una comunidad familiar». En esta descripción el Pontífice puso de relieve dos signos característicos del «renacer en una comunidad». Ante todo la armonía: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma». Quien renace del Espíritu tiene la «gracia de la unidad, de la armonía». El Espíritu Santo, en efecto, es «el único que puede darnos la armonía» porque «Él es también la armonía entre el Padre y el Hijo». Hay luego un segundo signo, y es el del «bien común». Se lee en la Escritura: «Entre ellos no había necesitados..., nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía». En este punto el Papa destacó cómo estos dos aspectos forman «un paso» solo en el camino de la comunidad que renace. Esta, en efecto, comienza a vivir también «problemas». Por ejemplo está el caso «del matrimonio de Ananías y Safira», quienes, al entrar en la comunidad, «buscaron engañar a la misma». Una experiencia negativa que se puede traer hasta nuestros días: es similar, explicó el Papa Francisco, a los «los bienhechores que se acercan a la Iglesia, entran para ayudarla y usar a la Iglesia para sus propios asuntos». Están, luego, también «las persecuciones» que, por lo demás, habían sido «anunciadas por Jesús»: al respecto el Pontífice hizo referencia a «la última de las bienaventuranzas de Mateo: “Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa... Alegraos”». Y recordó también que Jesús «promete muchas cosas hermosas, la paz, la abundancia: “Tendréis cien veces más con las persecuciones”». Todo esto se encuentra «en la primera comunidad renacida por el Espíritu Santo», a la que Pedro explica: «Hermanos no os maravilléis de estas persecuciones, de este incendio que estalló entre vosotros». En la «imagen del incendio», comentó el Pontífice, encontramos la imagen del «fuego que purifica el oro», o sea: el «oro de una comunidad que renace del Espíritu Santo es purificado por las dificultades, las persecuciones». A este punto el Papa introdujo un tercer elemento importante, recordando el «consejo de Jesús» a quien se encuentra «en medio de dificultades, de persecuciones: “tened paciencia, porque con la paciencia salvaréis vuestras vidas, vuestras almas”». Se necesita, por lo tanto, «la paciencia para soportar: soportar los problemas, soportar las dificultades, soportar las maledicencias, las calumnias, soportar las enfermedades, soportar el dolor de la pérdida de un hijo, de una mujer, de un marido, de una madre, de un padre... la paciencia». He aquí los tres elementos: una comunidad cristiana «muestra que ha renacido en el Espíritu Santo, cuando es una comunidad que busca la armonía» y no la división interna, «cuando busca la pobreza», y «no la acumulación de riquezas —las riqueSIGUE EN LA PÁGINA 18
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Colegio episcopal VIENE DE LA PÁGINA 14
ro de 1955. Recibió la ordenación sacerdotal el 30 de abril de 1984. Se doctoró en filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha sido vicario parroquial, párroco, docente y decano de la facultad de filosofía del seminario regional, formador y rector del mismo seminario, miembro del consejo de consultores y del consejo de asuntos económicos, secretario regional de la comisión del clero, religiosos y seminarios de la conferencia episcopal regional de West Bengal. —Obispo titular de Tanudaia y auxiliar de Mendoza (Argentina) al presbítero DANTE GUSTAVO BRAIDA. Dante Gustavo Braida nació en Reconquista el 18 de julio de 1968. Recibió la ordenación sacerdotal el 21 de abril de 1996. En su ministerio ha sido vicario parroquial, misionero «ad gentes» en Cuba, párroco, asesor para la pastoral vocacional, formador en el seminario de Resistencia, miembro del consejo presbiteral y del colegio de consultores. En el último período era vicario general de la diócesis de Reconquista y párroco. —Administrador apostólico «sede vacante et ad nutum Sanctae Sedis» de Taunggyi (Myanmar) a monseñor BASILIO ATHAI, obispo titular de Tasaccora y auxiliar de dicha sede. Basilio Athai nació en Kyekadaw, diócesis de Taungngu, el 22 de julio de 1956. Recibió la ordenación sacerdotal el 1 de abril de 1984. Benedicto XVI le nombró obispo titular de Tasaccora y auxiliar de Taunggyi el 28 de junio de 2008; recibió la ordenación episcopal el 18 de noviembre del mismo año. —Visitador apostólico para los fieles maronitas en Bulgaria, Grecia y Rumanía a monseñor FRANÇOIS EID, O.M.M., obispo emérito de El Cairo de los maronitas (Egipto) y procurador del Patriarca maronita ante la Santa Sede.
François Eid, O.M.M., nació en Mtolleh, eparquía de Sidón de los maronitas (Líbano), el 24 de julio de 1943. Recibió la ordenación sacerdotal el 28 de agosto de 1971. Fue nombrado obispo de El Cairo de los maronitas el 24 de septiembre de 2005; recibió la ordenación episcopal el 11 de febrero de 2006. Benedicto XVI le nombró procurador patriarcal ante la Santa Sede y le asignó el título de obispo emérito de El Cairo el 16 de junio de 2012.
Lutos en el episcopado VIENE DE LA PÁGINA 14
dicha sede el 11 de mayo de 1991. —Monseñor JOÃO ALVES D OS SANTOS, O.F.M.CAP., obispo de Paranaguá (Brasil), falleció el 9 de abril. Había nacido en Alto Alegre, diócesis de Lins, el 9 de diciembre de 1956. Era sacerdote desde el 4 de diciembre de 1982. Benedicto XVI le nombró obispo de Paranaguá el 2 de agosto de 2006; recibió la ordenación episcopal el 30 de septiembre sucesivo. —Monseñor ELMO N. J. PERERA, obispo emérito de Galle (Sri Lanka), falleció el 9 de abril. Había nacido en Madampe, diócesis de Chilaw, el 4 de diciembre de 1932. Era sacerdote desde el 21 de diciembre de 1960. Juan Pablo II le nombró obispo titular de Gadiaufala y auxiliar de Galle el 17 de diciembre de 1992; recibió la ordenación episcopal el 6 de enero de 1993. El mismo Papa le nombró obispo de la diócesis de Galle el 1 de junio de 1995; y aceptó su renuncia al gobierno pastoral de dicha sede el 11 de octubre de 2004.
Credenciales del embajador de Italia
El sábado 11 de abril, por la mañana, el Papa Francisco recibió en audiencia al señor Daniele Mancini, nuevo embajador de Italia ante la Santa Sede con ocasión de la presentación de las cartas credenciales
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Tras una larga enfermedad
Fallece el cardenal Turcotte El miércoles 8 de abril falleció el cardenal canadiense Jean-Claude Turcotte, arzobispo emérito de Montreal. Gravemente enfermo desde hacía tiempo, había sido ingresado en el «Hôpital Marie-Clarac» de su ciudad. Las condiciones de salud del cardenal Turcotte ya desde hacía mucho tiempo eran muy delicadas y empeoraban progresivamente. La archidiócesis de Montreal, en varias ocasiones, había informado sobre la evolución de su enfermedad y las continuas hospitalizaciones. De esta manera, el purpurado vivió también esta difícil prueba en comunión con su gente, sobre todo a través de la oración ofrecida en el sufrimiento. Nació en Montreal el 26 de junio de 1936 en una familia numerosa: tenía seis hermanos y era hijo de un empleado en un pequeño negocio de electrónica. Tras estudiar en la escuela parroquial de San Vicente de Paúl en Laval, y realizar los de la Conferencia episcopal, miembro estudios clásicos en el colegio André- del consejo permanente durante veinte Grasset entre 1947 y 1955, ingresó en el años. seminario mayor de Montreal. Recibió Juan Pablo II le creó cardenal, del tíla ordenación sacerdotal el 24 de mayo tulo de Nuestra Señora del Santísimo de 1959 en la iglesia de San Vicente de Sacramento y de los Santos Mártires Paúl en Laval. Canadienses, en el consistorio del 26 de Inició su ministerio como vicario de noviembre de 1994. la parroquia de San Mateo Apóstol; lueBenedicto XVI aceptó su renuncia al go, de 1961 a 1964, fue asistente y capellán diocesano de la Jeunesse indépendan- gobierno pastoral de la sede de Monte catholique féminine (JICF) y del Mouve- treal el 20 de marzo de 2012. Como purpurado formó parte del ment des travailleurs chrétiens (MTC). En Francia profundizó sus estudios en la Consejo de cardenales para el estudio facultad católica de Lille obteniendo un diploma en pastoral social en 1965. Al volver a Canadá siguió trabajando como capellán de dichas instituciones hasta 1967. De 1967 a 1974 desempeñó diEl Santo Padre Francisco apenas tuvo noticia versas funciones en la oficina de la muerte del cardenal Jean-Claude Turcotte, del clero: responsable de los sese recogió en oración. Después envió a monseñor minaristas de Montreal, secretaChristian Lépine, arzobispo de Montreal, el rio de la Commission des traitesiguiente telegrama de pésame. ments, responsable de los estuAl recibir conmovido la noticia de la muerte dios y la formación permanente del cardenal Jean-Claude Turcotte, arzobispo del clero. El 25 de septiembre de emérito de Montreal, doy mi más sentido pé1981 fue nombrado vicario genesame a usted, y también a su familia y a sus ral de pastoral. ex diocesanos. Mientras celebramos la ResuEl 14 de abril 1982 Juan Pablo rrección del Señor, le pido a Él que acoja en II le nombró obispo titular de la luz de la vida eterna a este pastor fiel que Suas y auxiliar de Montreal; y sirvió a la Iglesia con entrega, no sólo en su eligió como lema: Servir le Seigdiócesis sino también a nivel nacional como neur dans la joie. Recibió la orpresidente de la Conferencia episcopal de denación episcopal el 29 de juCanadá, y al mismo tiempo fue miembro imnio del mismo año. portante de diversos dicasterios romanos. Como delegado de los obisPastor celoso y atento a los desafíos de la pos de Quebec ante el Gobierno Iglesia contemporánea, participó activamente provincial, se ocupó personalen el Sínodo de los obispos de 1994 sobre mente de la visita de Juan Pablo «La vida consagrada y su misión en la IgleII, que tuvo lugar en septiembre sia y en el mundo», y fue uno de los protade 1984. El 17 de marzo de 1990 gonistas principales del Sínodo de 1997 sobre fue promovido a arzobispo de América. Como prenda de consolación, imMontreal. En 1994 participó en parto una especial bendición apostólica a usla IX asamblea ordinaria del Síted, a la familia del difunto cardenal y a sus nodo de los obispos sobre la viparientes, a sus ex diocesanos de Montreal, da consagrada y en 1997 formó así como a todas las personas que participaparte de la comisión para el rán en el funeral. mensaje final de la asamblea sinodal especial para América. Su estilo pastoral era sencillo y acogedor. Le interesó sobre todo la cuestión de la reevangelización: de las cuestiones de organización y ecocreía firmemente en la necesidad de un nomía de la Santa Sede, de la Prefectunuevo anuncio del Evangelio a toda la ra de asuntos económicos de la Santa sociedad, sobre todo a los más pobres, Sede, de las Congregaciones para la los jóvenes y los trabajadores. Su aten- evangelización de los pueblos y para las ción a las problemáticas juveniles le lle- causas de los santos y del Consejo ponvó a participar en diversas ediciones de tificio para las comunicaciones sociales. la Jornada mundial de la juventud. Participó también en los cónclaves que En el ámbito del episcopado cana- eligieron a Benedicto XVI y al Papa diense fue presidente y vicepresidente Francisco.
Pésame del Papa
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«No sois sólo “maestros”; sois sobre todo testigos del seguimiento de Cristo»: con estas palabras el Papa Francisco, tras el saludo del cardenal João Braz de Aviz, se dirigió a los formadores de la vida consagrada, a quienes recibió en audiencia, el sábado 11 de abril, como conclusión del congreso internacional que tuvo lugar en Roma. Queridos hermanos ¡buenos días!
y
hermanas,
Me dijo [el cardenal prefecto] vuestro número, cuántos sois, y yo dije: «Pero, con la escasez de vocaciones que hay, tenemos más formadores que formandos». Esto es un problema. Hay que pedir al Señor y hacer todo lo posible para que lleguen las vocaciones. Agradezco al cardenal Braz de Aviz las palabras que me dirigió en nombre de todos los presentes. Doy las gracias también al secretario y a los demás colaboradores que prepararon el Congreso, el primero de este nivel que se celebra en la Iglesia, precisamente en el Año dedicado a la vida consagrada, con formadores y formadoras de muchos institutos de diversas partes del mundo. Deseaba tener este encuentro con vosotros, por lo que sois y representáis como educadores y formadores, y porque detrás de cada uno de vosotros veo a vuestros y nuestros jóvenes, protagonistas de un presente vivido con pasión, y promotores de un futuro animado por la esperanza; jóvenes que, impulsados por el amor de Dios, buscan en la Iglesia los caminos para asumirlo en su vida. Yo los siento aquí presentes y a ellos dirijo un recuerdo afectuoso. Al veros tan numerosos no se diría que existe una crisis vocacional. Pero
Audiencia a los formadores de la vida consagrada
Reiniciar el camino desde Galilea en realidad hay una indudable disminución cuantitativa, y esto hace aún más urgente la tarea de la formación, una formación que plasme de verdad en el corazón de los jóvenes el corazón de Jesús, para que tengan sus mismos sentimientos (cf. Flp 2, 5; Vita consecrata, 65). Estoy convencido también de que no hay crisis vocacional allí donde hay consagrados capaces de trasmitir, con su testimonio, la belleza de la consagración. Si no hay testimonio, si no hay coherencia, no habrá vocaciones. Y a este testimonio estáis llamados. Este es vuestro ministerio, vuestra misión. No sois sólo «maestros»; sois sobre todo testigos del seguimiento de Cristo en vuestro propio carisma. Y esto se puede hacer si cada día se redescubre con alegría el hecho de ser discípulos de Jesús. De ello deriva también la exigencia de cuidar siempre vuestra formación personal, a partir de la amistad sólida con el
único Maestro. En estos días de la Resurrección, la palabra que en la oración me resonaba con frecuencia era «Galilea», «allí donde comenzó todo», dice Pedro en su primer discurso. Los hechos que tuvieron lugar en Jerusalén pero que comenzaron en Galilea. También vuestra vida comenzó en una «Galilea»: cada uno de nosotros tuvo la experiencia de Galilea, del encuentro con el Señor, ese encuentro que no se olvida, pero que muchas veces acaba cubierto por las cosas, el trabajo, las inquietudes y también por pecados y mundanidad. Para dar testimonio es necesario realizar con frecuencia la peregrinación a la propia Galilea, retomar la memoria de ese encuentro, de ese estupor, y desde allí comenzar a caminar de nuevo. Pero si no se sigue esta senda de la memoria existe el peligro de permanecer allí donde uno se encuentra y, también, existe el peligro de no saber por qué uno se
Conclusión del congreso internacional
Las bienaventuranzas de los formadores «Sed formadores felices, contentos de poder prestar este servicio». Son palabras contenidas en el primero de los doce puntos que forman el mensaje conclusivo —firmado por el cardenal João Braz de Aviz y por el arzobispo José Rodríguez Carballo— del congreso internacional celebrado en Roma del 7 al 11 de abril. Un mensaje que lleva como título «Bienaventurados formadores y formadoras», y quiere ser una fuerte invitación a la alegría para transmitirla a las nuevas generaciones. En el texto se da importancia a la «formación del corazón», no sólo de los comportamientos, recordando que «cor ad cor loquitur». No pasó desapercibida la referencia a seguir los pasos de Jesús para aprender «cada día el arte de formar el corazón», porque es la pasión por Cristo lo que «convierte en formadores». El mensaje invita a cuidar la formación continua, para aprender de la pedagogía de Jesús, pero también de los jóvenes, de los errores de la vida. Hay
que considerar también que se es formador «a tiempo pleno» y dando lo mejor de uno mismo. Se trata de una tarea de gran responsabilidad, porque es el Señor quien «os confía a los jóvenes que acompañáis como realidad preciosa a sus ojos y que lo mismo debe llegar a ser ante vuestros ojos». El mensaje advierte que hay que estar atentos a no pretender de los jóvenes lo que «no sea ya vivido y puesto en práctica por vosotros. Sin imponer pesos imposibles y motivando siempre cada petición con la ley de la libertad de los hijos de Dios, la ley del amor». Es importante luego considerar la necesidad de la relación interpersonal entre formador y formando, como «instrumento por excelencia de la acción educativa». El texto da amplia importancia a la formación de los formadores, como «responsabilidad de los superiores». Y concluye alentando, porque «sin vuestro servicio la vida consagrada no podría existir, o tendría un futuro incierto».
encuentra allí. Esta es una disciplina de aquellos y de aquellas que quieren dar testimonio: ir detrás de la propia Galilea, donde encontré al Señor; de ese primer estupor. Es hermosa la vida consagrada, es uno de los tesoros más preciosos de la Iglesia, que tiene sus raíces en la vocación bautismal. Y, por lo tanto, es hermoso ser formadores, porque es un privilegio participar en la obra del Padre que forma el corazón del Hijo en los que el Espíritu ha llamado. A veces se puede sentir este servicio como un peso, como si nos quitara algo más importante. Pero esto es un engaño, es una tentación. Es importante la misión, pero es también importante formar para la misión, formar en la pasión del anuncio, formar en esa pasión de ir a dónde sea, a cualquier periferia, para anunciar a todos el amor de Jesucristo, especialmente a los alejados, relatarlo a los pequeños y a los pobres, y dejarse también evangelizar por ellos. Todo esto requiere bases sólidas, una estructura cristiana de la personalidad que hoy las familias mismas raramente saben dar. Y esto aumenta vuestra responsabilidad. Una de las cualidades del formador es la de tener un corazón grande para los jóvenes, para formar en ellos corazones grandes, capaces de acoger a todos, corazones ricos de misericordia, llenos de ternura. Vosotros no sois sólo amigos y compañeros de vida consagrada de quienes se os ha encomendado, sino auténticos padres, auténticas madres, capaces de pedirles y darles el máximo. Engendrar una vida, dar a luz una vida religiosa. Y esto sólo es posible por medio del amor, el amor de padres y de madres. Y no es verdad que los jóvenes de hoy son mediocres y no generosos; pero tienen necesidad de experimentar que «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 35), que hay gran libertad en una vida obediente, gran fecundidad en un corazón virgen, gran riqueza en no poseer nada. De aquí la necesidad de estar amorosamente atentos al camino de cada uno y ser evangélicamente exigentes en cada SIGUE EN LA PÁGINA 18
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A los formadores de la vida consagrada VIENE DE LA PÁGINA 17
etapa del camino formativo, comenzando por el discernimiento vocacional, para que la eventual crisis de cantidad no determine una mucho más grave crisis de calidad. Y este es el peligro. El discernimiento vocacional es importante: todos, todas las personas que conocen la personalidad humana —tanto psicólogos, padres espirituales, madres espirituales— nos dicen que los jóvenes que inconscientemente perciben tener algo desequilibrado o algún problema de desequilibrio o de desviación, inconscientemente buscan estructuras fuertes que los protejan, para protegerse. Y allí está el discernimiento: saber decir no. Pero no expulsar: no, no. Yo te acompaño, sigue, sigue, sigue... Y como se acompaña en el ingreso, acompañar también en la salida, para que él o ella encuentre el camino en la vida, con la ayuda necesaria. No con actitud de defensa que es pan para hoy y hambre para mañana. La crisis de calidad... No sé si está escrito, pero ahora se me ocurre decir: mirar las cualidades de tantos, tantos consagrados... Ayer en la comida había un grupito de sacerdotes que celebraba el 60° aniversario de ordenación sacerdotal: esa sabiduría de los mayores... Algunos son un poco..., pero la mayoría de los ancianos tiene sabiduría. Las religiosas que todos los días se levantan para trabajar, las religiosas del hospital, que son «doctoras en humanidad»: ¡cuánto tenemos que aprender de esta consagración de años y años!... Y luego mueren. Y las hermanas misioneras, los consagrados misioneros, que van allí y mueren allí... ¡Mirar a los mayores! Y no sólo mirarlos: ir a visitarlos, porque el cuarto mandamiento cuenta también en la vida religiosa, con los ancianos nuestros. También ellos, para una institución religiosa, son una «Galilea», porque en ellos encontramos al Señor que nos habla hoy. Y cuánto bien hace a los jóvenes mandarlos hacia ellos, que se acerquen a estos ancianos y ancianas consagrados, sabios: ¡cuánto bien hace! Porque los jóvenes tienen el olfato para descubrir la autenticidad: esto hace bien. La formación inicial, este discernimiento, es el primer paso de un proceso destinado a durar toda la vida, y el joven se debe formar en la libertad humilde e inteligente de dejarse educar por Dios Padre cada día de la vida, en cada edad, en la misión como en la fraternidad, en la acción como en la contemplación. Gracias, queridos formadores y formadoras, por vuestro servicio humilde y discreto, el tiempo donado a la escucha —al apostolado «del oído», escuchar—, el tiempo dedicado al acompañamiento y a la atención de cada uno de vuestros jóvenes. Dios tiene una virtud —si se puede hablar de la virtud de Dios—, una cualidad, de la cual no se habla mucho: es la paciencia. Él tiene paciencia. Dios sabe esperar. También vosotros aprended esto, esta actitud de la paciencia, que muchas veces es un poco un martirio: esperar... Y cuando te viene una tentación de impaciencia, deténte; o de curiosi-
dad... Pienso en santa Teresa del Niño Jesús, cuando una novicia comenzaba a contar una historia y a ella le gustaba saber como acabaría, y luego la novicia iba a otra parte, santa Teresa no decía nada, esperaba. La paciencia es una de las virtudes de los formadores. Acompañar: en esta misión no se ahorra ni tiempo ni energías. Y no hay que desalentarse cuando los resultados no corresponden a las expectativas. Es doloroso cuando viene un joven, una joven, después de tres, cuatro años y dice: «Ah, yo no me veo capaz; encontré otro amor que no va contra Dios, pero no puedo, me marcho». Es duro esto. Pero es también vuestro martirio. Y los fracasos, estos fracasos desde el punto de vista del formador pueden favorecer el camino de formación continua del formador. Y si algunas veces tenéis la sensación de que vuestro trabajo no es lo suficientemente apreciado, sabed que Jesús os sigue con amor y toda la Iglesia os agradece. Y siempre en esta belleza de la vida consagrada: algunos —yo lo escribí aquí, pero se ve que también el Papa es censurado— dicen que la vida consagrada es el paraíso en la tierra. No. En todo caso el purgatorio. Seguir adelante con alegría, seguir adelante con alegría. Os deseo que viváis con alegría y gratitud este ministerio, con la certeza de que no hay nada más bello en la vida que pertenecer para siempre y con todo el corazón a Dios, y dar la vida al servicio de los hermanos. Os pido, por favor, que recéis por mí, para que Dios me dé también un poco de esa virtud que Él tiene: la paciencia.
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Misa en Santa Marta VIENE DE LA PÁGINA 15
zas, en efecto, «son para el servicio»— y cuando tiene paciencia, es decir, cuando «no se enfada rápidamente ante las dificultades y se siente ofendida», porque «el siervo de Yahvé, Jesús, es paciente». A la luz de todo lo dicho, el Papa concluyó su reflexión exhortando a todos, «en esta segunda semana de Pascua», a «pensar en nuestras comunidades», ya sean diocesanas, parroquiales, familiares o de otro tipo, para pedir tres gracias: la «de la armonía, que es más que la unidad», la «de la pobreza» —que no significa «miseria»: en efecto, especificó el Papa Francisco, quien posee algo «debe administrarlo bien por el bien común y con generosidad»— y por último la «de la paciencia». Tenemos que entender, en efecto, que no solamente «cada uno de nosotros» recibió la gracia de «renacer en el Espíritu», sino que esta gracia es también para «nuestras comunidades».
Obedecer dialogando El Papa Francisco recordó a Benedicto XVI en el día de su octogésimo octavo cumpleaños. Y por el Papa emérito ofreció la misa que celebró el jueves 16 de abril, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, invitando a los presentes a unirse a él en la oración «para que el Señor lo sostenga y le done mucha alegría y felicidad». En la homilía, el Pontífice hizo referencia al tema de la obediencia,
Audiencia a los responsables de organizaciones internacionales
No a la violencia en mujeres y niños
El Papa Francisco apoya plenamente el compromiso por hacer respetar los derechos humanos violados en el mundo y se suma en especial a quienes trabajan para poner fin a la violencia en los niños y las mujeres durante los conflictos. Lo refirió María Cristina Perceval, representante permanente de la misión de Argentina ante las Naciones Unidas, tras el encuentro con el Pontífice que tuvo lugar el viernes 10 de abril por la mañana. La acompañaban la argelina Leila Zerrougui, la sierraleonesa Zainab Bangura y la congoleña Julienne Lusenge. Juntas hablaron con el Papa de la cultura del respeto, la reconciliación, la tolerancia y la paz, pero también de la prevención, la protección y la necesidad de que los responsables de los delitos cometidos no queden impunes. La señora Perceval destacó además cómo con demasiada frecuencia las víctimas de las violencias en los conflictos son los sujetos más débiles: los niños, las mujeres, los pobres, las minorías étnicas y religiosas. El Pontífice destacó la necesidad de que estas víctimas no sean culpabilizadas y discriminadas, sino reintegradas en las familias y en la sociedad.
un tema puesto de relieve por la liturgia del día. Y citó inmediatamente las últimas palabras del pasaje del evangelio de Juan (3, 31-36): «El que no crea al Hijo no verá la vida». Refiriéndose a la primera lectura (Hechos de los apóstoles 5, 2733), el Pontífice recordó también el momento en que «los apóstoles dijeron a los sumos sacerdotes: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». «La obediencia —explicó el Papa Francisco— muchas veces nos conduce por una senda que no es la que yo pienso que debe ser: existe otra, la obediencia de Jesús que dice al Padre en el huerto de los Olivos “que se cumpla tu voluntad”». Obrando así, Jesús «obedece y nos salva a todos». Por lo tanto, debemos estar dispuestos a «obedecer, tener la valentía de cambiar de camino cuando el Señor nos lo pide». Y «por ello quien obedece tiene la vida eterna; y quien no obedece, la ira de Dios permanece en él». Precisamente «en este marco», afirmó el Pontífice, «podemos reflexionar sobre la primera lectura», más precisamente sobre el «diálogo entre los apóstoles y los sumos sacerdotes». Una «historia que había iniciado poco antes, en el mismo capítulo quinto de los Hechos de los apóstoles». Así pues, retomando el tema, «los apóstoles predicaban al pueblo y con frecuencia se reunían en el pórtico de Salomón. Todo el pueblo iba allí a escucharlos: hacían milagros y el número de los creyentes crecía». Pero «un pequeño grupo no se atrevía a unirse a ellos por temor, estaban lejos». Sin embargo, afirmó el Papa, «también de los sitios vecinos, de los poblados vecinos, llevaban a los enfermos a las plazas, en camillas, para que al pasar Pedro, al menos su sombra, los cubriese un poco y los curase. Y se curaban». Y así, continúa la narración de los Hechos, «los sacerdotes y el grupo dirigente del pueblo se enfureció»: de hecho tenían «muchos celos porque el pueblo seguía a los apóstoles, los exaltaba, los loaba». Y así dieron orden «de meterlos en la cárcel». Pero, continuó Francisco, «por la noche el ángel de Dios los libera, y no es la primera vez que hará esto». Por eso cuando «por la mañana los sacerdotes se reúnen para juzgarlos la cárcel estaba cerrada, toda cerrada y ellos no estaban». Después tienen conocimiento de que los apóstoles habían regresado allí, al pórtico de Salomón, a predicar al pueblo. Y los convocaron de nuevo a su presencia. El Pontífice dijo que el pasaje de los Hechos que propone hoy la liturgia cuenta lo que sucede en aquel momento: los comandantes y los sirvientes «condujeron a los apóstoles y los presentaron en el Sanedrín». Y, se lee también en la Escritura, «el sumo sacerdote los interrogó diciendo: “¿No os habíamos prohibido expresamente enseñar en ese nombre? Y habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre». A estas acusaciones Pedro responde: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y así «repite la historia de salvación hasta JeSIGUE EN LA PÁGINA 19
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En el Regina caeli el Papa habla de la incredulidad de Tomás
La marca de los clavos «En la marca de los clavos» Tomás «encuentra la prueba decisiva de que era amado, esperado y entendido». Lo dijo el Papa Francisco comentando en el Regina caeli del 12 de abril las lecturas del segundo domingo de Pascua. Al término de la misa celebrada en la basílica vaticana, el Pontífice se asomó a la ventana del palacio apostólico para recitar la oración mariana con los fieles presentes en la plaza de San Pedro. Queridos hermanos ¡buenos días!
y
hermanas,
Hoy es el octavo día después de Pascua, y el Evangelio de Juan nos documenta las dos apariciones de Jesús resucitado a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo: la de la tarde de Pascua, en la que Tomás estaba ausente, y aquella después de ocho días, con Tomás presente. La primera vez, el Señor mostró a los discípulos las heridas de su cuerpo, sopló sobre ellos y dijo: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). Les transmite su misma misión, con la fuerza del Espíritu Santo. Pero esa tarde faltaba Tomás, el cual no quiso creer en el testimonio de los otros. «Si no veo y no toco sus llagas —dice—, no lo creeré» (cf. Jn 20, 25). Ocho días después —precisamente como hoy— Jesús vuelve a presentarse en medio de los suyos y se dirige inmediatamente a Tomás,
invitándolo a tocar las heridas de sus manos y de su costado. Va al encuentro de su incredulidad, para que, a través de los signos de la pasión, pueda alcanzar la plenitud de la fe pascual, es decir la fe en la resurrección de Jesús. Tomás es uno que no se contenta y busca, pretende constatar él mismo, tener una experiencia personal. Tras las iniciales resistencias e inquietudes, al final también él llega a creer, aunque avanzando con fatiga, pero llega a la fe. Jesús lo espera con paciencia y se muestra disponible ante las dificultades e inseguridades del último en llegar. El Señor proclama «bienaventurados» a aquellos que creen sin ver (cf. v. 29) —y la primera de estos es María su Madre—, pero va también al encuentro de la exigencia del discípulo incrédulo: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos…» (v. 27). En el contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifesta las propias heridas, las propias llagas, las propias laceraciones, la propia humillación; en la marca de los clavos encuentra la prueba decisiva de que era amado, esperado, entendido. Se encuentra frente a un Mesías lleno de dulzura, de misericordia, de ternura. Era ése el Señor que buscaba, él, en las profundidades secretas del propio ser, porque siempre había sabido que era así. ¡Cuántos de nosotros buscamos en lo profundo del corazón encontrar a Jesús, así como es: dulce, mi-
sericordioso, tierno! Porque nosotros sabemos, en lo más hondo, que Él es así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de su Resurrección e, íntimamente trasformado, declara su fe plena y total en Él exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). ¡Bonita, bonita expresión, esta de Tomás! Él ha podido «tocar» el misterio pascual que manifiesta plenamente el amor salvífico de Dios, rico en misericordia (cf. Ef 2, 4). Y como Tomás también todos nosotros: en este segundo domingo de Pascua estamos invitados a contemplar en las llagas del Resucitado la Divina Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece sobre la oscuridad del mal y del pecado. Un tiempo intenso y prolongado para acoger las inmensas riquezas del amor misericordioso de Dios será el próximo Jubileo extraordinario de la misericordia, cuya bula de convocación promulgué ayer por la tarde aquí, en la basílica de San Pedro. La bula comienza con las palabras «Misericordiae vultus»: el rostro de la misericordia es Jesucristo. Dirijamos la mirada a Él, que siempre nos busca,
nos espera, nos perdona; tan misericordioso que no se asusta de nuestras miserias. En sus heridas nos cura y perdona todos nuestros pecados. Que la Virgen Madre nos ayude a ser misericordiosos con los demás como Jesús lo es con nosotros. Al término del Regina caeli, el Pontífice, como es habitual, saludó a los grupos presentes, dirigiendo una especial felicitación a los fieles de las Iglesias de Oriente que celebraban la Pascua. Queridos hermanos y hermanas:
La oración por el cumpleaños de Benedicto XVI VIENE DE LA PÁGINA 18
sús». Pero «al oír este kerigma de Pedro, esta predicación de Pedro sobre la redención realizada por Dios a través de Jesús al pueblo», los miembros del Sanedrín «se enfurecieron y querían matarlos». En realidad, «fueron incapaces de reconocer la salvación de Dios» aun siendo «doctores» que «habían estudiado la historia del pueblo, habían estudiado las profecías, habían estudiado la ley, conocían casi toda la teología de pueblo de Israel, la revelación de Dios, sabían todo: eran doctores». La pregunta es «¿por qué esta dureza de corazón?». Sí, afirmó el Papa, su dureza «no es dureza de mente, no es una simple testarudez». La dureza está en su corazón. Y entonces «se puede preguntar: ¿cómo es el recorrido de esta testarudez total de mente y corazón? Cómo se llega a esto, a esta cerrazón, que incluso los apóstoles tenían antes de que llegara el Espíritu Santo». Tanto que Jesús dice a los dos discípulos de Emaús: «Necios y torpes para entender las cosas de D ios». En el fondo, explicó el Papa Francisco, «la historia de esta testarudez, el itinerario, es cerrarse en sí mismos, no dialogar, es la falta de diálogo». Eran personas que «no sabían dialogar, no sabían dialogar con Dios porque no sabían orar y escuchar la voz del Señor; y no sabían dialogar con los demás».
Esta cerrazón al diálogo les llevaba a interpretar «la ley para hacerla más precisa, pero estaban cerrados a los signos de Dios en la historia, estaban cerrados al pueblo: estaban cerrados, cerrados». Y «la falta de diálogo, esta cerrazón de corazón, los llevó a no obedecer a Dios». Por lo demás «este es el drama de estos doctores de Israel, de estos teólogos del pueblo de Dios: no sabían escuchar, no sabían dialogar». Porque, afirmó el Papa, «el diálogo se hace con Dios y con los hermanos». Y «esta furia y el deseo de hacer callar a todos los que predican, en este caso la novedad de Dios, es decir, que Jesús ha resucitado» es claramente «el signo de que no se sabe dialogar, que una persona no está abierta a la voz del Señor, a los signos que el Señor
Fiesta bávara Fiesta bávara para Benedicto XVI. El día de su cumpleaños, el Papa emérito recibió la felicitación de un grupo de Gebirgsschützen de Baviera con vestimenta tradicional. En el espacio ubicado delante del monasterio «Mater Ecclesiae», en el Vaticano, donde reside, entre los presentes estaba también el hermano, monseñor Georg Ratzinger, y el prefecto de la Casa pontificia, arzobispo Georg Gänswein.
realiza en el pueblo». Por lo tanto, «no tienen razón, pero llegan» a estar furiosos y a querer matar a los Apóstoles. «Es un itinerario doloroso», insistió el Papa Francisco, también porque «estos son los mismos que pagaron a los guardias del sepulcro para hacer decir que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús: hacen de todo para no abrirse a la voz de Dios». Antes de seguir con la celebración de la Eucaristía —«que es la vida de Dios, que nos habla desde lo alto, como Jesús dice a Nicodemo»—, el Papa Francisco pidió «por los maestros, por los doctores, por los que enseñan al pueblo de Dios, para que no se cierren, para que dialoguen, y así se salven de la ira de Dios que, si no cambian de actitud, pesará sobre ellos».
Dirijo un cordial saludo a los fieles de Roma y a todos los llegados de diversas partes del mundo. Saludo a los peregrinos que han participado en la santa misa presidida por el cardenal vicario de Roma en la iglesia del Espíritu Santo en Sassia, centro de devoción a la Divina Misericordia. Saludo a las comunidades neocatecumenales de Roma, que inician hoy una misión especial en las plazas de la ciudad para rezar y dar testimonio de fe. Dirijo una cordial felicitación a los fieles de las Iglesias de Oriente que, según su calendario, celebran hoy la santa Pascua. Me uno a la alegría de su anuncio del Cristo resucitado: ¡Christós anésti! Saludamos a nuestros hermanos de Oriente en este día de su Pascua, con un aplauso, ¡todos! Dirijo también un sincero saludo a los fieles armenios, que han venido a Roma y que han participado en la santa misa con la presencia de mis hermanos, los tres patriarcas, y numerosos obispos. Durante las semanas pasadas me llegaron de diversas partes del mundo numerosos mensajes de felicitaciones pascuales. Con gratitud les correspondo. Deseo agradecer de corazón a los niños, los ancianos, las familias, las diócesis, las comunidades parroquiales y religiosas, las entidades y diversas asociaciones que han querido manifestarme afecto y cercanía. ¡Continuad rezando por mí, por favor! A todos vosotros os deseo un buen domingo. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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L’OSSERVATORE ROMANO
viernes 17 de abril de 2015, número 16
Síntesis de la fe cristiana VIENE DE LA PÁGINA 1
«La Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Este no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario, para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial». Lo destacó el Papa Francisco al presidir en la basílica vaticana, el sábado 11 de abril, las primeras vísperas del segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia con ocasión de la entrega y lectura de la bula de convocación del Jubileo extraordinario. Todavía resuena en todos nosotros el saludo de Jesús resucitado a sus discípulos la tarde de Pascua: «Paz a vosotros» (Jn 20, 19). La paz, sobre todo en estas semanas, sigue siendo el deseo de tantos pueblos que sufren la violencia inaudita de la discriminación y de la muerte, sólo por llevar el nombre de cristianos. Nuestra oración se hace aún más intensa y se convierte en un grito de auxilio al Padre, rico en misericordia, para que sostenga la fe de tantos hermanos y hermanas que sufren, a la vez que pedimos que convierta nuestros corazones, para pasar de la indiferencia a la compasión. San Pablo nos ha recordado que hemos sido salvados en el misterio de la muerte y resurrección del Señor Jesús. Él es el Reconciliador, que está vivo en medio de nosotros para mostrarnos el camino de la reconciliación con Dios y con los hermanos. El Apóstol recuerda que, a pesar de las dificultades y los sufrimientos de la vida, sigue creciendo la esperanza en la salvación que el amor de Cristo ha sembrado en nuestros corazones. La misericordia de Dios se ha derramado en nosotros haciéndonos justos, dándonos la paz.
En las tres basílicas papales El domingo 12 de abril la bula de convocación del Año santo extraordinario, Misericordiae vultus, fue leída en las otras tres basílicas papales, en el contexto de una celebración litúrgica. En la basílica de Santa María la Mayor, el cardenal arcipreste Santos Abril y Castelló presidió la misa capitular a las 10. Igualmente en la basílica de San Pablo Extramuros, el cardenal arcipreste James Michael Harvey celebró la liturgia eucarística a las 10.15. Por último, en la basílica de San Juan de Letrán, a las 17, el canciller de la diócesis de Roma, monseñor Giuseppe Tonello, leyó algunos pasajes de la bula. Y el cardenal arcipreste Agostino Vallini presidió la oración de las segundas vísperas del segundo domingo de Pascua.
Hacia el Jubileo extraordinario de la misericordia
Tiempo para despertar Una pregunta está presente en el corazón de muchos: ¿por qué hoy un Jubileo de la misericordia? Simplemente porque la Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre (cf. Jn 20, 2123). Por eso el Año santo tiene que mantener vivo el deseo de saber descubrir los muchos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos sufren, se encuentran solos y abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y sentirse amados por el Padre. Un Año santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que, como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos. Un Jubileo para percibir el calor de su amor cuando nos carga sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a la casa del Padre. Un Año para ser tocados por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de misericordia. Para esto es el Jubileo: porque este
es el tiempo de la misericordia. Es el tiempo favorable para curar las heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios, para ofrecer a todos, a todos, el camino del perdón y de la reconciliación. Que la Madre de la Divina Misericordia abra nuestros ojos para que comprendamos la tarea a la que estamos llamados; y que nos alcance la gracia de vivir este Jubileo de la misericordia con un testimonio fiel y fecundo.
Del 6 al 12 de julio el Papa en América Latina El Papa Francisco visitará América del Sur del 6 al 12 de julio de 2015. Lo hizo público, el jueves 16 de abril, una declaración del director de la Oficina de prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi. «Acogiendo la invitación de los respectivos jefes de Estado y de los obispos», refiere el padre Lombardi, el Papa Francisco «realizará un viaje apostólico a Ecuador del 6 al 8 de julio, a Bolivia del 8 al 10 de julio y a Paraguay del 10 al 12 de julio. El programa del viaje —concluye— se publicará próximamente».
vo» el Concilio, definido el inicio de un nuevo itinerario. Entonces se percibió «la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible», como ya en 1950 había dicho Montini a Jean Guitton: «¿De qué sirve decir lo que es verdad, si los hombres de nuestro tiempo no nos entienden?». Y de los Papas del Concilio su sucesor recuerda en la bula las palabras que sitúan al Vaticano II en esta clave de lectura antigua y siempre nueva: «En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia» y así «quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella» dijo Juan XXIII en la apertura del Vaticano II. Concluido bajo el signo sugestivo de la «antigua historia del samaritano», presentada por Pablo VI como paradigma de su espiritualidad. A medio siglo de la clausura de la más grande asamblea cristiana jamás celebrada, el Papa Francisco la recuerda como «nueva etapa en la evangelización de siempre». Y usa una imagen que hace referencia al título (Abatir los bastiones) y al sentido de un pequeño libro de Hans Urs von Balthasar publicado en 1952: «Derribar los bastiones que durante demasiado tiempo habían encerrado a la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de modo nuevo» y «testimoniar con más entusiasmo y valentía» la fe en Cristo, único Señor. He aquí entonces el tiempo favorable para volver a lo esencial y transformar cada comunidad cristiana en «un oasis de misericordia», rompiendo la indiferencia, practicando las obras de misericordia corporales y espirituales, redescubriendo la belleza de la confesión y cambiando de vida, abiertos al encuentro con mujeres y hombres de las demás religiones. Como peregrinos en camino hacia la meta a la que cada uno, tal vez incluso inconscientemente, aspira. Sin miedo de dejarse «sorprender por Dios».
Delante de la Puerta santa Con la entrega y la lectura de la Misericordiae vultus, la bula de convocación del Jubileo extraordinario, el Papa dio un paso hacia la Puerta santa que abrirá el 8 de diciembre. Ante esa puerta el Papa Francisco quiso detenerse en oración al inicio de la ceremonia del sábado 11 de abril, en el atrio de la basílica vaticana. El rito continuó con la oración de Vísperas. Además, doce personas recibieron directamente de manos del Pontífice, quien invocó la asistencia del Espíritu Santo y el apoyo de la Madre de Dios, la bula de convocación del Jubileo.