Propuesta Comunista 60

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Propuesta Comunista Revista política

Partido Comunista de los Pueblos de España Noviembre 2010, nº 60

Propuesta Comunista Director: Juan R. Lorenzo Consejo de Redacción: Área Ideológica del PCPE Diseño de Portada: C. Suárez Maquetación: J. Mora Edita: Partido Comunista de los Pueblos de España Depósito Legal: M-12283-1990 Redacción: C/ Carretas nº 14 - 6º, G-1 28012 Madrid Telf. y Fax 91 532 91 87 e-mail: propuestacomunista@pcpe.es www.pcpe.es


Índice

Jorge Beinstein, presentación ..............................................

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En su decadencia, el capitalismo avanza hacia una crisis de subproducción Entrevista a Jorge Beinstein (2010)...........................................

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Declinación del capitalismo, fin del crecimiento global, ilusiones imperiales y periféricas, alternativas (2010) . ......................................... 35 Acople depresivo global (2009) ............................................ 53 Estados Unidos: la irresistible llegada de la recesión (2007)........................ 61 El concepto de crisis a comienzos del siglo XXI (2005) ........................................... 69 Estados Unidos en el centro de la crisis mundial (2004) .................................................... 93 Capitalismo senil y decadencia militarista del imperio (2003) ................................................ 101


Juan Rafael Lorenzo, director de Propuesta Comunista, y Jorge Beinstein, en una conferencia en Las Palmas de Gran Canaria en octubre de 2010


Presentación

Propuesta Comunista dedica este número a los análisis sobre la crisis del capitalismo que viene realizando desde hace años el economista marxista argentino Jorge Beinstein. Jorge Beinstein es Doctor de Estado en Ciencias Económicas por la Universidad de Franche Comté–Besançon. Especialista en pronósticos económicos y economía mundial, ha sido durante estos últimos treinta años consultor de organismos internacionales además de dirigir numerosos programas de investigación. Ha sido igualmente titular de cátedras de economía internacional y prospectiva tanto en Europa como en América Latina. Actualmente, es profesor titular de las cátedras libres “Globalización y Crisis” en las universidades de Buenos Aires y Córdoba (Argentina) y de La Habana (Cuba), y Director del Centro de Prospectiva y Gestión de Sistemas (Cepros). Entre 1986 y 1998, fue titular de la Cátedra de Historia Económica Mundial (“Historia económica y social general”) de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, donde, a comienzos de los 90, fundó y dirigió el Centro de Estudios e Inves-


tigaciones Multidisciplinarias en Innovación Tecnológica y Prospectiva (Cemitep). En esa época, coordinó el Programa de Prospectiva de la Comisión Latinoamericana de Ciencia y Tecnología del SELA (Sistema Económico Latinoamericano). Varios centenares de publicaciones científicas internacionales y de divulgación en medios de difusión masiva expresan una larga trayectoria consagrada a la prospectiva y al análisis de la economía global. En sus libros La larga crisis del capitalismo global (Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1999) y Capitalismo Senil (Ediciones Record, Río de Janeiro, 2001) anticipó la actual crisis mundial. Su libro más reciente es Crónica de la decadencia. Capitalismo global 19992009 (Editorial Cartago, Buenos Aires, 2009). Militante revolucionario, pasó varios años en prisión y es obligado al exilio europeo por la última dictadura militar argentina. Propuesta Comunista recoge en este número una selección de artículos escritos por Beinstein entre 2003 y 2010, así como una entrevista hecha por el director de la revista aprovechando la estancia de Jorge Beinstein en Las Palmas de Gran Canaria, donde participó en diversas actividades organizadas por la Plataforma Canaria de Solidaridad con los Pueblos.


EN SU DECADENCIA, EL CAPITALISMO AVANZA HACIA UNA CRISIS DE SUBPRODUCCION

Entrevista a Jorge Beinstein

¿En qué crisis estamos? Es una crisis del sistema capitalista, la totalidad del sistema está en crisis, y eso se puede producir por la multiplicidad de crisis: energética, alimentaria, industrial, financiera, ambiental, etc. Pero, en realidad, con eso solo no alcanza; habría que ver el proceso a lo largo de la historia y, entonces, lo que se visualiza es que esa crisis múltiple es el resultado de dos siglos de desarrollo del capitalismo, lo cual hace pensar que más que una crisis, más que una gran turbulencia, lo que tenemos enfrente es un proceso de decadencia del sistema. Yo no lo definiría tanto como una crisis, sino como un proceso de decadencia. ¿Está a la vista una quiebra económica del capitalismo global? Estamos ante una muy larga crisis de acumulación de capacidad productiva. En términos clásicos, se diría que es una crisis de sobreproducción crónica, cosa que no es exactamente sobreproducción,


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sino sobreproducción potencial, porque el capitalismo tiene ya los suficientes recursos técnicos como para sabvver, si lanzan un producto al mercado, cuáles son sus posibilidades de venta. Pero el capitalismo lo que no puede evitar es la competencia entre las empresas, que las lleva a innovar y, en consecuencia, a aumentar la composición orgánica del capital. El proceso se puede definir en el largo plazo –o sea, desde los años setenta hasta ahora– como una crisis crónica de sobreproducción potencial o una crisis crónica de sobrecapacidad, pero que se da en un proceso de liquidación de todos los recursos que tiene a su alcance con el fin de bajar los costos, y, entonces, hay una depredación ambiental colosal, una superexplotación de recursos naturales renovables y no renovables, lo cual lleva a una situación de colapso de esos recursos y de colapso ambiental. Estamos próximos a todo eso, y, de ahí, estaríamos pasando de una crisis crónica de sobrecapacidad, en el largo plazo, de carácter muy depredador, a un agotamiento de recursos que plantea un techo material (yo diría absoluto) a la reproducción ampliada del sistema. En términos técnicos, podríamos decir que la crisis crónica de sobrecapacidad o sobreproducción potencial, en las características que se han dado en los últimos 40 años, lleva a un fenómeno de parálisis económica creciente del sistema y, por tanto, a una crisis de subproducción. O sea, que el sistema no sólo no va a ser en el futuro próximo capaz de reproducirse a sí mismo de igual a igual, sino que ni siquiera va a poder hacer eso porque las reservas de petróleo están cayendo rápidamente y los otros recursos no naturales están también en el límite máximo de producción, ya cayendo, y, por otro lado, la desesperación en obtener ganancias por el sistema capitalista ha llevado a una depredación colosal de los recursos naturales no renovables y, consiguientemente, es un techo general en ese sentido, a lo cual se agrega, además, el hecho que esa crisis crónica de subproducción ha llevado a una hipertrofia financiera colosal y, por tanto, lo que tenemos es un gran techo financiero a la reproducción ampliada del capital.


Entrevista a Jorge Beinstein

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¿Ese techo alcanza también a los recursos naturales renovables y no renovables? La historia del capitalismo empieza por una depredación centrada en los recursos no renovables -aunque hubo también de renovables, pero era menos visible, porque, en última instancia, lo que sería una de las funciones básicas de la tierra, que es la producción de alimentos a partir de ella, se pudo realizar durante un largo período del capitalismo e, incluso, con desarrollos técnicos del capitalismo, lo que permitió aumentar en el largo plazo la productividad de la tierra. En la etapa última, donde trata de llevar la productividad de la tierra mucho más allá de lo posible, se violentan lo ciclos de reproducción natural y eso lleva, en un plazo no muy largo, a un colapso de los recursos naturales renovables -por ejemplo, la tierra (a través de glifosato, transgénicos, etc). El Departamento de Defensa de EEUU sacó hace meses un estudio donde ellos confirman lo ya sabido: dentro de 20 años, a este ritmo de explotación, lo que vamos a tener es una bajada de 80 millones de barriles diarios de petróleo a 30 millones, sin posibilidad de grandes reemplazos, partiendo de la base que el petróleo es aproximadamente entre 35-40% de todos los recursos energéticos de que se dispone, pero es la mayoría aplastante (casi el 90%) del recurso energético que se usa para transportes. O sea, que lo visualizable de esa crisis energética es la imposibilidad de mantener el sistema de transporte actual. La suma de agotamientos lleva a una crisis de subproducción; es decir, el capitalismo ya no puede hacer crecer más las fuerzas productivas y, no sólo no puede hacerlas crecer, sino que, si se reproduce el capitalismo, lo que vamos a tener enfrente es una reproducción ampliada negativa de fuerzas productivas: frente a eso estamos. Es una situación histórica, una realidad, imposible de ser pensada en 1950, ni qué decir en 1850. En 1950 era muy difícil pensar que se iba a llegar a una situación de este tipo. Más bien, la crisis del capitalismo se podía ver en ese momento como una crisis general del sistema a partir de una crisis de sobreproducción de magnitudes tales que ni iba a poder ser regulado el sistema. Pero lo que se dio fue que el capitalismo tenía los recursos para transformar la crisis en crónica -por supuesto, sin poder resolverla- y eso lleva a la situación actual, que puede parecer una novedad, una sorpresa,


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pero que no lo es cuando uno mira las historias de todas las civilizaciones que se han derrumbado por factores endógenos. Siempre, el derrumbe de las civilizaciones ha sido por un tema de crisis profunda y general de subproducción. ¿Ha llegado el momento de sustituir el petróleo por otras energías? Los técnicos dicen que el petróleo que se usa para los transportes podría ser reemplazado en un 10-20%. No hay otra posibilidad, por lo menos en los próximos 20-30 años. No hay ninguna innovación a la vista que pueda hacer esa sustitución: con la energía eólica, se puede reemplazar muy poquito; con la solar, muy poco; lo del hidrógeno está por verse -por ahora, la producción de hidrógeno se hace usando como base los hidrocarburos, por lo que estamos gastando hidrocarburos para producir algo que ahorraría hidrocarburos. Eso no tiene ningún sentido. Los biocombustibles, incluso si se utilizara la totalidad de la tierra arable del planeta, no alcanzarían para reemplazar sino la mitad del petróleo. Pero, entonces, no tendríamos con qué alimentarnos. Es una locura completa. Técnicamente no hay sustitución para los próximos 20 años; sólo un reemplazo menor. Entonces, es un hecho ineludible que la humanidad, que va a seguir creciendo, va a tener mucha menos energía disponible dentro de 20 años que la que tiene ahora. Ese no es un tema solamente de disponibilidad energética, de dónde se va a sacar la energía, sino que no va a poder funcionar la industria que conocemos ahora, que no van a poder funcionar las grandes ciudades (que son grandes sistemas hiperconsumidores de energía). Las grandes ciudades son inviables en esta situación. La solución pasa no por encontrar un reemplazo a la energía que se está agotando rápidamente, sino una sustitución del sistema, del sistema de producción que necesita tanta energía. Inevitablemente, se tiene que pasar a un sistema de producción que sirva para satisfacer las necesidades de 7.000/8.000 millones de personas -y eso no puede ser el sistema capitalista que conocemos (y no hay otro). O hay una hiperconcentración de recursos que permitiría la


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supervivencia, en este sistema, de 600-700 millones de personas para los próximos 40 años. Luego, se les plantearía a ellos otra vez el problema. El resto de la humanidad quedaría sumergida en la edad de piedra, muriéndose o viviendo de cualquier manera. Es un futuro de genocidio. Yo diría que la disyuntiva socialismo o barbarie ya no es vigente. El tema no es la supervivencia bárbara del capitalismo como civilización mundial, sino que el capitalismo que podría sobrevivir en los próximos 30-40 años se podría hacer solamente a condición de que no sobreviva la mitad de la humanidad. En tal sentido, cuando Fidel Castro dice que lo que está en peligro es la supervivencia de la humanidad, es exactamente así. O sea, que hemos llegado a un nivel de degeneración del capitalismo que era absolutamente impensable no ya hace 100 años, sino hace 50 años. Es decir, que al capitalismo le sobra población No, al revés: a la población del planeta le sobra el capitalismo. El capitalismo no es un señor abstracto o extrahumano. El capitalismo es humano, es una forma de vivir de los seres humanos. Hay potenciales 600 millones de personas a los cuales les sobran los otros 6.000 millones. Y, esos 600 millones, sometidos a un sistema superautoritario. Si uno imaginara cómo podría ser el capitalismo hacia 2100, tendríamos un capitalismo con 600 millones de personas viviendo en una especie de dictadura ultrafascista y, los otros 6.000 millones, muriéndose, siendo bombardeados para que no molesten en las fronteras, tirándoles bombas nucleares... Es un futuro terrible y, por ello, inviable. Ese esquema no puede funcionar porque los otros 6.000 millones tendrían que estar en unas condiciones de inferioridad civilizatoria decisiva, que es lo que permite la reproducción ampliada del colonialismo. El colonialismo fracasa en la Baja Edad Media porque la civilización occidental emergente choca con una civilización igual o superior (mundo islámico de Oriente Medio). Entonces, Occidente tiene una superioridad militar, pero que es una pequeña superioridad militar (por el tipo de armamento que utiliza, por la manera en que se organiza el sistema militar de Occidente, por la ferocidad de las tácticas de guerra occidentales. Hay una diferencia colosal entre las tácticas militares de los pueblos del Islam de esa época y las de Occidente, que son de exterminio (empiezan


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con Alejandro Magno), mientras que las del Islam no eran de aniquilamiento, sino de desgaste del enemigo para obligarle a rendirse. Las tácticas occidentales son muy agresivas y disponen de un armamento relativamente superior. Pero, cuando llegan al Medio Oriente, cuando ocupan Jerusalén, se encuentran con una población que tiene una alta capacidad de resistencia. Lo que ha pasado después (la conquista de América, la conquista de Africa, el intento de volver a conquistar Medio Oriente -que sí que ya tiene éxito en los siglos XVIII y XIX) es exitoso porque ya la civilización occidental tiene una superioridad cultural decisiva sobre el resto del mundo. Ahora, en este momento, ya no es eso precisamente, porque el mundo enteró se occidentalizó; o sea, la victoria cultural completa del capitalismo a escala planetaria hace que la empresa colonial ahora fracase como fracasó cuando trataban, hace siglos, de conquistar los países del Islam. Ya se vio con la operación que se ha hecho -que es de conquista de la franja central de Eurasia-, que ha fracasado porque esos pueblos tienen una capacidad de resistencia fenomenal. Y lo mismo pasaría si Estados Unidos intenta invadir América Latina. Si ya hay fracaso, quiere decir que ese escenario de una especie de capitalismo genocida, colonial, ultrafascista, es muy difícil que se realice. No digo que sea imposible, sino que es muy difícil. Un capitalismo para 600 millones. ¿El capitalismo ya no necesita la ampliación de mercados y la disputa de los existentes? El capitalismo, para poder reproducirse de manera ampliada, necesitaría la expansión de los mercados. Pero el tema es que esos mercados periféricos son muy poquito en comparación con los grandes mercados de los países centrales. El capitalismo necesita todo el sistema periférico para una extracción violenta de todos los recursos naturales -que, además, son limitados. Por ejemplo, ¿cómo pudo el capitalismo inglés ampliar los mercados? Lo pudo hacer, en primer lugar, por las armas y, luego, porque tenía los recursos naturales suficientes como para poder producir a costos tales que permitían unas tasas de ganancia relativamente buenas. Cuando la tasa de ganancias no se puede mantener a niveles altos, sino que tiende a comprimirse, entonces ahí comienza a generarse fenómenos


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que podríamos llamar como de canibalismo capitalista. Esa es la explicación del sistema financiero. Este no es un sistema de reproducción ampliada de la base material del capitalismo. El sistema financiero y la financierización se hacen sobre la base de una reproducción ampliada que se va desacelerando hasta llegar a ser nula y, a continuación, empieza a ser negativa. Para usar una palabra más sencilla, casi se asimilaría a lo que podría ser, en la próxima etapa de desarrollo del capitalismo, una especie de proceso de autofagia. O sea, que el capitalismo, como un animal hambriento que se ha comido todo lo que tenía a su alrededor, se empieza a comer a sí mismo. El capitalismo, como sistema, está condenado a perecer. Toda la cuestión es si perece el capitalismo o si es liquidado y aparece una civilización superior; o si esa degeneración del capitalismo arrastra al planeta entero. En ese sentido, a una escala que no es planetaria y no es de la intensidad que tiene el fenómeno capitalista, es lo que sucedió con civilizaciones que no fueron superadas. Esas civilizaciones que no fueron superadas terminaron provocando un shock negativo sobre su propio sistema que lo reduce al desastre. Roma, en cifras aproximadas, llegó a tener casi un millón de habitantes y, en la Alta Edad Media, bajó a 30.000 habitantes -como ciudad. En el contexto humano del Imperio, sobre todo en las zonas más próximas a Roma, hay un derrumbe demográfico. O sea, que la decadencia de Roma no es sólo la menor capacidad para producir, sino que la autofagia del imperio, que presionó de una manera terrible a los campesinos, a los esclavos y a la tierra, llevó a un derrumbe demográfico. Ese es un caso absolutamente indiscutible de reproducción ampliada negativa de un sistema, lo cual alerta sobre lo siguiente: si la civilización decadente consigue atrapar en su decadencia a todo su sistema, que nadie escapa de la decadencia, lo que se produce es un retroceso que, como dice Meszaros, en el mejor de los casos, iría a la barbarie. Difícil imaginar el peor de los casos. Lo que yo digo no es un alarmismo para que la gente se asuste y salga corriendo, máxime cuando hay que mantenerse sereno frente a la situación. Lo que señalo es el carácter excepcional de esta crisis y lo que está dándose a partir de esta crisis en relación a todo lo que antes ocurrió en la historia del capitalismo.


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La anterior gran crisis del capitalismo, que es la que ocurre a partir de la I Guerra Mundial, que es una crisis general del capitalismo -ahora, históricamente, se la podría ver así-, produjo elementos de salvajismo y brutalidad inimaginables antes -es difícil que en 1890 alguien hubiera vaticinado la aparición de Hitler; es imposible imaginar algo así, lo cual demuestra que la realidad es superior a cualquier imaginación. Esa primera crisis produjo a Hitler, produjo a Mussolini, produjo una tentativa de transformar a los eslavos en un pueblo esclavo, para su exterminio, tentativa para exterminar cuanto pueblo raro hubiera en el contexto europeo más cercano (imagino lo que hubiera pasado con los africanos al sur del Sahara si Hitler hubiera ganado la guerra -el agravante es que podría haber ganado, no necesariamente tenía que perderla). Hitler pierde la guerra porque tiene que actuar con las armas convencionales; y, entonces, usando armas convencionales se encuentra frente a una masa de población ya con niveles de organización y de culturalización bastante altos, que es la población soviética. Esta derrota a Hitler no porque Stalin tuviera armas superiores -el armamento soviético era inferior al armamento alemán-; lo que pasa es que la URSS enfrenta a Hitler, en primer lugar, con una masa de armas convencionales combinada con la acción de 4-5 millones de guerrilleros. O sea, una población entera, que, en orden concentrado o disperso, ataca ese fenómeno de barbarie y lo derrota. Eso es un producto de la gran crisis larga del capitalismo. Ahora estamos en la segunda, que tiene toda una etapa preparatoria que va de los años 70 hasta comienzos del siglo XXI, y ahora sí que la cosa es grave. Estructuralmente, esto es mucho más grave que la crisis de 1914-45: hay crisis energética, crisis ambiental, financierización, que han llegado a niveles que eran inimaginables cuando Lenin escribe “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. Él llega a usar la expresión “capitalismo degenerado”, proceso que, a casi cien años de ese texto, se muestra como un nivel de degeneración increíble. ¿Qué hubiera pasado si Hitler llega a tener la bomba atómica? La hubiera tirado, hubiera hecho una guerra preventiva -que la inventó Hitler, no Bush. Hubiera tirado la bomba atómica, hubiera hecho el ensayo, para asustar a todo el mundo, tirándola sobre Moscú o Leningrado. Es


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difícil imaginar el mundo desastroso que de ahí hubiera resultado. En la actualidad, sí que estas bestias tienen un poderío nuclear que lo pueden usar. En mis tiempos de exilio, visitaba mucho a un gran marxólogo, Maximilien Rubel -del cual me considero discípulo en algunas cosas-, con un conocimiento de Marx superior al que Marx pudo tener de sí mismo. Rubel, conversando un día, me dijo que si Hitler hubiera tenido la bomba atómica, sobre todo en los últimos días, sin posibilidad ya de grandes transportes, el hubiera preferido tirarla dentro mismo de Alemania y morir él junto con todo el mundo. Creo que hoy estos tipos están dispuestos a eso; no es inviable ni imposible que cualquier día bombardeen Irán. Si lo hacen, se iría el petróleo a 250 dólares el barril, se produciría un desastre universal. Pero esta gente incluso pueden llegar a creer que un desastre universal la puede beneficiar. Hemos entrado en una etapa de alta peligrosidad de los núcleos centrales del capitalismo. No es casual que el penúltimo presidente de EEUU fuera un idiota absoluto, el que ahora tienen es una nulidad, un showman, un payaso, y los que están manejando son prácticamente locos, (los que realmente están manejando el sistema de poder en EEUU, en lo financiero, en lo militar); y el subsistema de países socios menores -Europa Occidental y el Japón- se está convirtiendo en sistema de países gobernados por estúpidos -Berlusconi, Sarkozy, Zapatero-, una clase de personajes que son los personajes de esta época, los del tiempo de la decadencia. La guerra, la destrucción de fuerzas productivas, ¿sigue siendo el recurso para recuperar la tasa de ganancias? El capitalismo utilizó la guerra con un objetivo colonial en un proceso en que destruye fuerzas productivas y también construye fuerzas productivas. La II Guerra Mundial muestra cómo el país que es líder histórico, en última instancia, de la II Guerra Mundial no es Inglaterra, sino EEUU, que no sufrió la destrucción de fuerzas productivas en su territorio. Estados Unidos inicia su redespliegue industrial a partir de


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1939-40 gracias a la economía de guerra. La gran destrucción de fuerzas productivas, que sucede en Europa, que no pasa en EEUU, es de una magnitud tal que lo que hace es, por un lado, terminar con el capitalismo en una parte de Europa, y, por otra, dejar una Europa colonizada por EEUU, lo que le permite transformarla en un socio menor con la aplicación del Plan Marshall. El capitalismo histórico de Europa Occidental, sin ese factor, no hubiera sobrevivido. La salida de la crisis larga de 1914, que permite una destrucción y reconstrucción desde adentro del sistema, ya se hace en una situación en la que la capacidad militar de destrucción disponible casi excedía la capacidad de recuperación, de reconstrucción del capitalismo. Por eso hablaba antes de un escenario con Hitler disponiendo de la bomba atómica. No sé si en ese escenario hubiera habido posibilidad de reconstrucción del capitalismo. Posiblemente, el mundo hubiera caído en un estado de descomposición general. En las grandes guerras anteriores, la capacidad destructiva estaba en niveles controlables. No es el caso actual. Ahora, con las armas nucleares y con un capitalismo con una debilidad estructural terrible, bastan dos o tres cosas importantes para que el sistema entre en colapso. Basta un shock energético muy fuerte, una turbulencia político-militar de gran entidad, para que ese sistema se caiga. Puede parecer, por lo que digo, que simplemente nos tenemos que sentar y ver cómo se derrumba el capitalismo. La cosa es grave porque puede ocurrir que efectivamente el capitalismo se derrumbe por sí solo, se descomponga por sí solo, pero que, en ese proceso, produzca una cosa como la del Imperio Romano, pero a una escala planetaria. Sería un colapso demográfico, una catástrofe para la humanidad. El peligro no es si se termina o no el capitalismo. Este está condenado, pero lo que también hay que ver es si no condena a la humanidad como tal. Reitero las advertencias de Fidel Castro, que, en ese sentido, dice que el peligro es la misma supervivencia de la humanidad, que va más allá de la propia supervivencia del capitalismo. Este puede terminar siendo, si es que no hay fuerzas capaces para liquidarlo en los próximos veinte años, una especie de tumor canceroso. Y, ahora, estaríamos en la etapa de las metástasis que se expanden a gran velocidad, lo que sería gravísimo.


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Frente a eso, diría que el postcapitalismo no es estratégicamente urgente, diría que es civilizatoriamente urgente. Hay una urgencia de la humanidad para terminar con el capitalismo. Es el tiempo de la lucha para que quienes puedan ser protagonistas de esa liquidación lo sean cuanto antes.

¿El militarismo ya no es una vía de salida para la crisis? Lo gravísimo es que ellos ven que esa es la solución que les queda. En realidad, por lo que se ve en Asia, es una victoria pírrica del capitalismo (en Irak, asesinaron no se sabe todavía cuantos cientos de miles y no han logrado conquistar establemente ese país; van a tener que matar hasta el último habitante). Irak es la imagen del futuro de buena parte del mundo si no se para al núcleo agresor -así como Guernica fue la imagen previa de Europa si no se paraba al nazismo. Lo que Irak muestra también es lo otro: que pueden hacer cualquier desastre, pero con eso no consiguen hacerlo funcionar; consiguen, como


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máximo, sacar un poco de petróleo; pero, en realidad, cuando uno compara los beneficios que sacaron consiguiendo el petróleo de Irak y todo lo que le costó militarmente, todo lo que hicieron para eso, es una locura. Lo que pasa es que esa lógica hay que explicarla también económicamente, porque gracias a esa guerra, que no les sirvió para conseguir el petróleo -que era el objetivo-, les sirvió para que grupos de armamentos, grupos financieros, ganaran muchísimo dinero. Hay grupos que han prosperado mucho con esa guerra y con la de Afganistán. Con eso no se va a armar un ciclo keynesiano, como se armó a partir de la II Guerra Mundial. Eso es el pasado, no se repite más. Lo que hay ahora es lo que los gurús de la época de Bush llamaban el restablecimiento del imperio militar, que se parece a la idea de Hitler. Este era un señor capitalista, un adalid del capitalismo, pero, en realidad, a lo que apuntaba era a un capitalismo que era sustancialmente distinto del capitalismo que había existido en los 150 años anteriores. Era una mezcla de militarización, esclavismo... Lo de ahora puede ser algo parecido a eso. ¿Suple la financierización la caída de beneficios de la economía productiva? El sistema financiero es un sistema que parasita sobre el sistema productivo, porque, en última instancia, si sacamos las cuentas, ¿qué quiere decir ganancia financiera? Son ganancias que, siguiendo todo el circuito, se extraen del sector productivo, se extraen del trabajo, de quienes trabajan. Lo que hace el sistema financiero no es producir valor, sino extraer valor del resto: está succionando plusvalía. Es una redistribución de la plusvalía a favor de un grupo muy concentrado. En última instancia, el sistema financiero, la financierización, es eso: un proceso de concentración del poder económico. Por otro lado, a través del pago del salario, que está por debajo del valor que producen los trabajadores, y, por medio del consumo, se expropia doblemente a los trabajadores. Se los expropia por el lado de la producción y los vuelven a expropiar por el lado del consumo (porque les dan créditos: lo que aparece como un gran beneficio para la gente, el crédito -por el


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que cobran tasas de interés-, deviene obligación de consumir productos sin medir si los precios son más altos o son más bajos). El sistema de crédito permite que el consumidor compre productos que podría haber comprado más baratos a precios más altos porque los paga a largo plazo. Lo que aparece ante los ojos del consumidor es la cuota que tiene que pagar, no la totalidad de lo que termina pagando con los intereses. Ese sistema va creciendo hasta que llega a un punto en que no tiene cómo seguir devorando riqueza del resto. Su primera fase es el usurero que le saca ingresos a los demás: le saca dinero directamente al consumidor, o se lo está sacando al burgués industrial, que, a su vez, está obteniendo beneficios de lo que le saca a los trabajadores. Esta es una primera etapa, en la que el sistema financiero no es hegemónico, y, si esto no sucediera, podría durar muchísimo tiempo. Pero, cuando la masa financiera es apabullante, se produce la realización de una segunda etapa, en la que el sector financiero no sólo devora al resto de la economía, sino que se devora a sí mismo, llegándose a un punto de saturación financiera, de crisis del propio sistema financiero, que encuentra el techo del desarrollo del sector financiero, que es, en mi opinión, lo que está sucediendo ahora. Al ver qué pasa con la masa financiera global, diría que tuvo un proceso de crecimiento cómodo -entre 1970 y 2007- y, ahora, está creciendo como creció en otras épocas del capitalismo industrial: gracias al voluntarismo del Estado, porque, cuando viene el colapso de 2008, hay una contracción de la masa financiera global (del orden del 20% teniendo como referencia la reducción de productos financieros derivados, que bajaron de 700 billones a poco menos de 600 billones de dólares). Ahora, esa masa se ha recompuesto al nivel de 2008 sobre la base de una transferencia de ingresos proveniente de los Estados como nunca ha ocurrido; Estados que le sacan dinero a todo el mundo y se endeudan para hacer transferencias que pueden estar en 8-9 billones de dólares, que permiten poner en funcionamiento la masa financiera y que vuelva a crecer hasta el nivel anterior. Ahora, pues, estamos en un capitalismo financiero asistido por el Estado. No estamos


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hablando ni siquiera de economía: ya es una locura completa. Sería una especie de keynesianismo financiero, algo así como que el Estado interviene para salvar al propio sector financiero. Interviene, claro está, un Estado que es manejado por los propios grupos financieros.

¿Qué efectos produce la revitalización del sector financiero? Estamos en un capitalismo de carácter totalmente regresivo. El crecimiento anterior de la masa financiera ya operó como freno para el desarrollo de fuerzas productivas. Esto ya no es solamente un freno; esto tira hacia atrás, porque los planes de ajuste que se están haciendo en toda Europa, que se recrudecerán cuando terminen los efectos de los estímulos en EEUU, lo que hacen es contraer el consumo popular y congelar los salarios y pensiones. Esos serían los efectos más visibles. En segunda instancia, da un golpe muy fuerte al sistema productivo porque va a poder producir menos de lo que estaba produciendo. O sea, hay una recesión a la vista. Ahora estamos en un momento en el que pueden obtener ganancias los grupos financieros, pero haciendo retroceder directamente el sistema productivo. Como consecuencia,


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tenemos industriales que venden menos, trabajadores que pierden derechos. Apoyar al sector financiero, ¿no lleva a recuperar las tasas de empleo? Las tasas de empleo son una variable de ajuste desde hace muchos años. Europa tiene desocupación crónica. En EEUU, comenzó a crecer el desempleo y no tienen cómo achicar eso a nivel más o menos razonable. Hay que partir de la base siguiente: no es que hay un sector financiero como factor exógeno al sistema y, por otro lado, una economía real que estaría siendo víctima de ese parásito que apareció. No es así. No es que un señor que se llama Estado salva al capitalismo financiero. Es el capitalismo financiero quien se salva a sí mismo porque es el dueño del Estado y, además, es el dueño del núcleo central del sistema productivo mundial. El capitalismo, hoy en día, es financiero en el sentido que todo lo que es productivo en mayor importancia a escala mundial (agricultura avanzada, el corazón de la industria, …) forma parte del sistema financiero (ya no es el sistema financiero que se comporta como un usurero del sistema productivo; ahora, el sistema financiero es dueño del sistema productivo: este sí es el final de la historia). La historia empieza con comerciantes del Mediterráneo que inician asociaciones que crean un personaje capitalista que es entre comercial y artesanal. Le dan facilidades al artesano para que produzca y se empieza a formar un personaje nuevo, que es el capitalista industrial. En ese momento, aparece el embrión de lo que sería el capitalista financiero (por ejemplo, los Medici), que obtienen sus grandes ganancias prestando al Estado naciente y, al tiempo, haciéndose con propiedades (minas, etc). El origen del capitalismo en Occidente combina un sistema productivo (artesanos, …) y una mezcla de comerciantes y financieros que, con el tiempo, terminan apoderándose de aquél, pero que, al apoderarse, se transforman a sí mismos: el financiero comercial que se apodera del artesanado asume él mismo la responsabilidad industrial al hacerlo y ya no es más un comerciante financiero, sino una metamorfosis que forma el capital industrial y, en el punto en el que se forma, culturalmente lo que


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hace ese señor histórico transformado en industrial es también recuperar toda su memoria histórica e introduce en la producción industrial formas de organización productiva que no son ni las del artesanado ni la organización del comercio ni la organización de las finanzas, que se emparentan con sectores de punta de la producción industrial en los orígenes del capitalismo, como la producción militar. Si uno quiere ver el modelo de lo que es la fábrica que va a aparecer con fuerza en el siglo XVII, pero sobre todo a fines del XVIII y a lo largo del XIX, tiene que buscar en las grandes fábricas militares -por ejemplo, el Arsenal de Venecia-, que son el modelo que se va a aplicar en la fábrica civil, en la industria, que se basa en sacar a los artesanos de sus casas, destruirles el grupo familiar (que les da una cierta autonomía) y llevarlos a un campo de concentración, que es la fábrica, donde se da un régimen de explotación salvaje, incluso en sus inicios. Las primeras fábricas son un buen antecedente de los campos de concentración nazis. Es un sistema en el que se pone a la gente a trabajar, con castigos corporales incluidos, sacadas de su viejo medio familiar, en jornadas que van desde que sale el sol hasta después que se oculta, todos los días de la semana, todos los días del año, hasta que mueren reventados. Ese es el sistema inicial. Al final de esta historia tenemos la degeneración parasitaria del capitalismo, que genera este parásito financiero (el cual se apodera de todo así como el viejo sistema comercial financiero se apoderó del artesanado) que se apropia del planeta y, con ello, se va transformando a sí mismo. Ya no es el sistema financiero de los años setenta: es un sistema financiero con fuertes componentes mafiosas, absolutamente degenerado, loco, produciendo un desarrollo criminal del capitalismo, que es financiero. Diría que se da una segunda metamorfosis. La primera es la formación del capitalismo industrial, y, la segunda, es la formación, no del capitalismo financiero, sino la formación de la sociedad capitalista como sociedad con cultura financiera. Esto es lo nuevo. Cuando digo cultura financiera no estoy diciendo que es la cultura de Medici, o de los banqueros orleanistas, o de los banqueros estadounidenses de los años veinte. Es un personaje nuevo, que vive de la especulación financiera, que dentro de su ejercicio de la especulación financiera entra la economía industrial, la economía de guerra, el sistema energético, la investigación científica,


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el tráfico de drogas y de mujeres, estafas a países enteros... o sea, mafia. Es un sistema totalmente parasitario. ¿La investigación científica es el penúltimo recurso para la recuperación de un capitalismo en condiciones de reanimarse y animar la economía de todo el planeta? Cuando hablamos de investigación científica hay que sacarla del nivel de abstracción y llevarla a lo concreto. Hay que decir cuáles son las grandes aplicaciones en los últimos 30 años y en los próximos 20 de la investigación científica, porque, si no, hablamos de la investigación científica en general como se puede hablar de dios en general. Pero dios tiene sus profetas, se materializa (es un hombre, no es una mujer), es un personaje concreto aunque presentado muy abstractamente. ¿Qué quiere decir ciencia en su materialización, en su concreción en el mercado productivo? Tres cosas importantes: la biotecnología, la informática y los nuevos materiales. Luego, hay otras muchas cosas menores. ¿Qué es biotecnología? Es una maravillosa promesa de felicidad; pero, en concreto, las grandes realizaciones de la biotecnología comenzaron por provocar un desastre comercial, un gran éxito comercial, en un sector muy chiquitito, el del azúcar, al crear el llamado “jarabe de maíz”, de alto contenido en fructuosa, lo que provoca una revolución de precios en ese sector porque introduce el azúcar líquido a partir del maíz o de cualquier producto del que se pueda sacar glucosa. El primer ensayo que hubo de biotecnología comercial fue un desastre para la gente que estaba metida en ese negocio, salvo para un grupo muy chiquito de capitalistas, que controlaron eso y empezaron a ganar mucho dinero, incluyendo un grupo que estaba en el sector de la producción y comercialización del maíz, pero no en el del azúcar. Hoy, la gran promesa de la biotecnología a nivel productivo es la producción de biocombustible, que es una desgracia para la humanidad, que va a provocar una crisis alimentaria fenomenal. Y estoy poniendo la cara favorable de aplicación de la ciencia burguesa moderna. Otro ámbito es el de la informática. El gran negocio que hay, la gran concreción de mercado de la informática es el sistema financiero. Esa


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es la gran realización de la informática junto a los sistemas de control poblacional. Los nuevos materiales operan como ha operado históricamente el ejército industrial de reserva, como un instrumento que hace que los salarios se mantengan bajos. De todos los nuevos materiales, unos hacen sustitución, pero, básicamente, son una suerte de reaseguro para poder mantener bajos los precios de un amplio sector: minería, producción de algunas materias primas industriales de origen agrícola, … Las realizaciones tecnológicas del capitalismo en los últimos 30 años no han cumplido un rol “positivo” desde el punto de vista de la humanidad, del desarrollo de fuerzas productivas, sino que, más bien, han contribuido a fortalecer el sistema capitalista parasitario. Hay que hacer bajar a tierra el tema de la ciencia. Hay que ver la ciencia desde el punto de vista de cual es su rol social, cuáles son los intereses de clase que hay detrás. Se dice: “gracias a la ciencia vamos a resolver el problema de los combustibles” o “vamos a resolver tal o cual cosa”. Pero, también, gracias a la ciencia, ocurre lo que está ocurriendo. Hay que darle la vuelta. La biotecnología se puede desarrollar de otra manera; la informática puede ser un instrumento de liberación; los nuevos materiales también pueden ser un instrumento para la felicidad humana, que, entre otras cosas, nos permitiría no destruir el medio ambiente, no liquidar todos los recursos, etc. Eso significa que tendría que haber otra civilización que consiga recuperar de todas las civilizaciones anteriores, pero, en especial, de ésta que tiene más cerca, la posibilidad de pasar a un nivel civilizacional superior. Yo insisto mucho con el concepto de Hegel de la abolición, que es un doble proceso de destrucción y de recuperación. La abolición del capitalismo, la abolición de la civilización burguesa, es destrucción de relaciones de producción de objetos técnicos del capitalismo que hay que destruirlos (hay objetos técnicos, hay relaciones de producción, hay formas de producción de ciencia y tecnología que tienen que ser liquidados definitivamente), y, por otro lado, una gran reconversión del pensamiento con respecto al desarrollo tecnológico, a la relación que tiene


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el cambio tecnológico con el medio natural, y una reutilización de todo lo recuperable, y pasar a un nivel que permita que vivan 9.000 millones de personas de una manera relativamente buena, que no destruyamos el medio ambiente, que no es destruir algo que está fuera del hombre -la destrucción del medio ambiente es una autofagia; estamos destruyéndonos a nosotros mismos. El paso de una civilización a otra implica una remodelación completa de lo que llamamos los modernos pensamientos científicos y de la creación de técnicas -o sea, formas de producir. En realidad, el capitalismo, cuando llega a capitalismo, lo es haciendo una abolición de la civilización anterior. Cuando vemos muchas de las creaciones del capitalismo, cuando las empezamos a rastrear, vamos a encontrar objetos técnicos hacia el siglo XVII que a su vez tienen que ver con objetos técnicos del siglo XIV, con objetos técnicos del siglo X; hay una continuidad histórica desde todos los niveles, desde el nivel más sencillo de producción, que tiene una técnica para producción agrícola, hasta el pensamiento más general sobre la realidad. Marx, por ejemplo, sería un discípulo de Aristóteles, Platón... hay una herencia, que no es negada, sino asumida llevándola a un nivel superior. Usted habla de fragilidad del capitalismo. ¿Qué significadoda a ese concepto? El capitalismo mundial está entrando en una despolarización peligrosa. Al decir que el capitalismo está entrando en debilidad, mi cabeza se divide en dos: por un lado, eso me llena de alegría; por otro, tengo una angustia terrible, me preocupo, porque a estos tipos la fragilidad no los calma, sino que los enloquece, los enardece, los convierte en personas terriblemente peligrosas. El capitalismo es frágil, como estamos viendo con el estallido de las subprime y del mercado hipotecario, que ha sido el disparador de un gran desastre. Podrían haber muchos disparadores así en el futuro, por lo que usan desesperadamente los instrumentos que tienen, usan el aparato del Estado, que controlan bien, y lo usan para explotar más a la gente, para armar las guerras...


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Cuando se usa la palabra fragilidad no quiere decir que son viejitos tranquilos: son viejitos histéricos, locos, que quieren llevarse el mundo junto con ellos. La fragilidad es útil, interesante, si hay fuerzas de recambio del capitalismo que usan su fragilidad para superarlo rápidamente. Por ejemplo, en países periféricos o en el área latinoamericana, esa fragilidad permitió la irrupción de gobiernos progresistas, de grandes movimientos populares y hasta de un par de gobiernos que quieren irse del capitalismo y hablan de socialismo. Eso, gracias a la fragilidad del sistema, que es un sistema donde no podían gobernar más políticamente, que no tenían legitimidad, y eso permitió la irrupción de masas populares que están provocando cambios. Ese sería el lado positivo de la fragilidad. Pero también está el otro lado, el negativo, que es que si se les permite a ellos controlar las protestas populares y las expresiones de oposición, van a desarrollar formas monstruosas de control en su desesperación por mantener el sistema. Y, hoy, controlar es aumentar rápidamente la tasa de explotación. Ejemplo, por cada euro de aumento del coste energético tiene que haber un euro menos de costo laboral... salvo que decidan ganar menos, cosa que por ahora no se visualiza, pues cuando pierden un euro por un lado buscan cómo ganarlo por otro. Esto los pone en una situación frágil. No están como hace cuarenta años, que tenían costes energéticos más o menos bajos, podían explotar de una manera bastante organizada la mano de obra, pues, cuando ésta protestaba o se encolerizaba, le podían dar un poco de dinero para que se calmara. Así, teníamos keynesianismo democrático, con democracia representativa, que se podía mantener porque el sistema tenía una buena tasa de crecimiento, tenía márgenes para expandirse hacia muchos lados y, por tanto, podía integrar. En estos momentos, la democracia es un lujo que el capitalismo se va a poder dar de menos en menos hacia el futuro. La democracia burguesa empezó siendo un lujo de ricos, pero, ahora, ni siquiera es un lujo de los países ricos: es un lujo de los ricos de los países ricos (que ya van a comenzar a dejar de ser países ricos). La democracia burguesa la van a ir restringiendo, la pueden ir restringiendo, cosa


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que van a hacer si pueden más que los que protestan, si éstos no reúnen fuerzas para impedirle a estos tipos que le saquen una porción más de plusvalía y que controlen la situación. ¿Qué debemos entender por despolarización? La despolarización es, en primer lugar, una pérdida de hegemonía de EEUU, que se da en un proceso de descomposición del capitalismo y que no implica el ascenso hegemónico de otra potencia. Eso está indicando que EEUU tiene una crisis de una gravedad que no tiene ningún precedente. Todas las crisis de hegemonía en el capitalismo se dieron en un proceso que significaba que un sistema imperial caía y otro subía. En estos momentos, lo que estamos viendo es que el sistema imperial planetario, que tiene por centro a EEUU, ha entrado en declinación y no hay reemplazo, sustitución. Lo que hay es declinación, nada más. La unipolaridad no es reemplazada por la multipolaridad; es sustituida por la nada. Van quedando, en una primera etapa, países periféricos con un margen de autonomía que, a veces, ni siquiera lo buscaron, que no hubo ningún movimiento de liberación nacional que consiguiera esa autonomía; se da casi sola. En algunos casos, la tienen y la usan poco, podrían usarla más. En otros, la tienen y ya la usan (China la usa más o menos -podría utilizarla más); los brasileños la usan poco; el gobierno argentino la usa poco; el gobierno venezolano la usa más). Son hechos que indican que el sistema está perdiendo la capacidad de control sobre sí mismo. El sistema capitalista es un sistema articulado con un centro imperial, y ese centro está perdiendo capacidad de control. La entropía avanza y las fuerzas utilizables del sistema central para tratar de recomponer el control perdido son básicamente fuerzas político-militares, no son fuerzas económicas. Lo que se ve es que no lo pueden recomponer. Esa despolarización genera dos fenómenos: uno, ilusorio -real, pero que genera ilusión-: en muchos de estos capitalismos periféricos aparece la ilusión de la reproducción más allá de la decadencia del sistema central; la reproducción de capitalismo en la periferia: o sea, la ilusión de un renacimiento burgués de la periferia. Esa ilusión empezó en los últimos diez años y, actualmente, es muy grande. Por ejemplo, el gobierno de Lula, del PT, en Brasil, representa mucho eso; su gran ilusión es un capitalismo


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brasileño muy fuerte, hegemónico en América Latina. La realidad es que el capitalismo brasileño está bien financierizado y recontrapenetrado por las empresas multinacionales. En el caso de China, ha aparecido una burguesía emergente cuya ilusión es transformar a China en un país capitalista normal. La realidad es que su dependencia, desde el punto de vista comercial y financiero, es tan grande que están pegados al titanic y se pueden ahogar.

Este es uno de los aspectos, el ilusionismo burgués en la periferia, que, en unos casos, se le puede llamar capitalismo salvaje y, en otros, progresismo; en unos casos, nacionalista y, en otros, capitalismo humanista, progresista. El otro aspecto de la despolarización es que el descontrol del sistema mundial deja en el aire, desnudos, a los capitalismos periféricos, que son débiles sin el centro imperial. Basta una gran movilización popular sin mayores complicaciones para destruir esos sistemas loca-


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les, que son sistemas ya con todas las podredumbres del capitalismo, con una burguesía que es mezcla de burguesía convencional y lumpenburguesía. Esta es la razón de que aparezca primero en la periferia, siendo muy esperanzador porque se distiende el sistema de control imperialista y, entonces, quedan a cargo del problema las llamadas burguesías locales o nacionales, que no son fuertes. O entran en escena las fuerzas populares… Este tema de las fuerzas de la burguesía lo dividiría en dos: uno, es la fuerza propia de la burguesía (cual es su capacidad operativa, cual es su psicología, cual es su cultura, cómo se organiza, como puede controlar sus sociedades). Luego, hay un sistema difuso, que no tengo resuelto, que hay que pensarlo más y discutirlo más, que es hasta qué punto el capitalismo ha llegado a conquistar a las poblaciones periféricas como cultura (o sea, en qué medida la fragilidad de estas burguesías periféricas podría llegar a ser compensada por una cultura burguesa popular). Este es un tema abierto, candente, porque eso tiene mucho que ver con la posibilidad de realizar en zonas periféricas revoluciones socialistas exitosas, porque podría llegar a suceder que estas burguesías frágiles no puedan gobernar y se transforme eso, durante un plazo bastante prolongado, en una situación de ingobernabilidad caótica, donde las burguesías éstas no puedan recuperar el poder de manera fascista ni más o menos vivir en ese sistema de una forma medianamente progresista, y, por otro lado, esas masas populares, que pueden llegar a ser insurgentes, no tienen capacidad para tomar el poder y, si toman el poder, para perdurar en él y generar una sociedad superior. La historia de las civilizaciones muestra poblaciones que pueden prácticamente aniquilar físicamente a sus dominadores, matarlos a todos, y, luego, de su seno, surgir otra vez un subgrupo dominante no de otra civilización, sino de la misma. Por ejemplo, los campesinos matan al rey y proclaman a un rey campesino que, con el correr del tiempo, se transforma en un déspota terrible (hacia el siglo XVI,


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un gran pensador francés, Étienne de La Boétie, escribió el famoso “Discurso de la servidumbre voluntaria”, donde él se planteó un tema que era de difícil respuesta, formulado así: “Si un tirano es un solo hombre y sus súbditos son muchos, ¿por qué consienten ellos su propia esclavitud?”. Concluía que el rey era un producto de la sociedad, que la sociedad fabricaba al rey, no que el rey fabricaba a la sociedad. Por tanto, si la sociedad liquidaba al rey, entronizaba otro). Cuando Toni Negri era una persona con un pensamiento interesante, escribió un librito (Autonomía y sabotaje). El toma el concepto de La Boétie y dice que el Estado está en nosotros, está dentro de nuestra cabeza, la opresión está dentro de nuestra cabeza y la exteriorizamos: la sociedad reproduce sus formas de opresión. En ese sentido, el socialismo es necesario, es una necesidad; pero el socialismo no es inexorable. La liberación del hombre no es un proceso inexorable, es un proceso necesario. Esto no es un juego de palabras. Es un juego entre la vida y la muerte. Cuando digo que el socialismo se necesita quiero decir que se tiene que hacer un esfuerzo de voluntad para conseguirlo, no sale solo, no es que la población, porque el capitalismo sea frágil, puede rápidamente construir postcapitalismo. Y ahí hay cuestiones decisivas. Una, el tema de la revolución; o sea, es necesario acabar con los capitalistas, es necesario destruir el Estado, socializar la propiedad... A continuación, viene un proceso más difícil aún -como nos ha enseñado el siglo XX, donde operó la ilusión falsa de que todo era cuestión de hacer la revolución y lo demás caía por su propio peso, siglo en el que los comunistas eran básicamente revolucionarios y con ello se daban por satisfechos, concibiendo que bastaba con el triunfo de la revolución para hacer un mundo mejor. De lo que no se daban cuenta los comunistas de esa época era de que había que ser revolucionario y había que ser postcapitalista, había que tener una reflexión y una praxis de los oprimidos, que había que generarla, desarrollarla, como una batalla feroz en la que el enemigo es uno mismo en tanto que portador de la cultura capitalista. Si hay una lección para los comunistas básica, básica, es que, primero, por supuesto, la revolución; pero que no alcanza con eso. La


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revolución es sólo el paso necesario para entrar en el proceso complejo de revolución civilizacional, cultural, que no se fabrica el día después que tomamos el poder. Eso se empieza a fabricar ahora y hay que estar preparados ya para el doble operativo: la ruptura (liquidar el Estado burgués) y, los grupos más avanzados, más reflexivos, de la masa insurgente (o sea, el partido) tienen que ser no sólo una máquina para tomar el poder, sino también, al unísono, quienes desarrollen los embriones para la construcción del socialismo. Ambos aspectos son necesarios para entrar en el siglo XXI; si no, nos quedamos en el siglo XX. Tenemos que hacer una superautocrítica de la tradición aparatista del siglo XX, que era un culto a la eficacia y una subestimación del proceso de inteligencia revolucionaria (es decir, de pensamiento crítico radical, revolucionario). El partido tiene que ser el lugar donde más se reflexiona, se discute y se piensa el capitalismo a fondo para poder hacer el postcapitalismo. El partido tiene que ser, de verdad, un intelectual colectivo (que no quiere decir que es mucha gente que piensa lo mismo al mismo tiempo, sino gente que piensa cosas distintas y que va poniéndose de acuerdo en lo fundamental manteniendo sus desacuerdos). El partido como intelectual, como un colectivo que es intelectual -no en el sentido burgués del concepto, sino en el sentido de alguien que piensa la realidad. Si Chávez habla de socialismo del siglo XXI, vamos a hablar de comunismo del siglo XXI: o sea, lo que está delante del socialismo. Entonces, tenemos que hablar de Partido Comunista del siglo XXI, que no es el partido del siglo XX ni el del siglo XIX; que no es la Liga de los Comunistas, de Marx, ni el Partido Bolchevique, que es un modelo formidable. Pero ahora tenemos que ir a un modelo superior de partido porque tenemos un capitalismo que tiene un poder de control y destrucción que no lo tenía en aquellos años. Por ejemplo, frente a la concentración comunicacional y militar del capitalismo, tenemos que construir formas de autonomía social que permitan, precisamente, resistir y ganar la pelea a los capitalistas, incluso en el plano militar (lo que está visto en las experiencias militares de esta última década es que podemos derrotar a los ejércitos


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imperialistas, con toda su sofisticación, si podemos desarrollar una verdadera guerra popular -es decir, guerra en orden disperso, con autonomías locales, regionales, grupales-, que hace que esa gigantesca máquina del capitalismo se transforme en un gigantesco aparato que tiene que matar las hormiguitas una a una, con lo que, a la quinta hormiguita, ya hay diez hormiguitas más (esto es lo que ha hecho que Hezbollah ganara a los israelíes, o la razón de la eficacia que está teniendo la insurgencia colombiana). En términos más generales de la lucha de clases, tenemos que construir partidos que se apoyen en la autonomía de la base, que los grupos revolucionarios no tengan que esperar que el estado mayor les diga lo que tienen que hacer. Partidos coherentes en términos estratégicos, que es fundamental, pero con una gran capacidad de decisión de sus distintas componentes. Ese es el que yo considero partido comunista del siglo XXI. Una realidad sobre la que necesitamos luz es la China. Habla usted de la emergencia de una burguesía china. ¿Se agota el socialismo en China? En China hay 200 millones más de obreros que antes de que empezaran las reformas, dato importante para un análisis marxista. Hay comunistas chinos, que están en el Estado y en el Partido. Y hay burgueses chinos. China es, hoy, una mezcla, una combinación, de comunistas, de segmentos del Estado manejados por comunistas, de segmentos del Estado manejados por miembros del Partido que, a su vez, son burgueses (protoburgueses) y de burgueses que no son el Estado y que tienen empresas. Esa es la realidad de China. ¿China va a transformarse en un Estado capitalista normal? Yo creo que no. No hay condiciones, ni siquiera planetarias, porque para que eso ocurra deberíamos pasar de 900 millones de vehículos a 2.000 millones, y el planeta no aguanta eso, no hay combustible para esa cantidad de vehículos. Es irrealizable la sociedad de consumo en China e India (por poner esos dos casos, que concentran 2.400 millo-


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nes de personas), pues materialmente no hay disponibilidad. China, o bien se transforma en un país subdesarrollado descompuesto, colonia de no se sabe quien, o retoma la vía de construcción del socialismo. Para esta segunda opción, en China hay fuerzas sociales para hacerlo y el problema se sitúa en el ámbito subjetivo, afectado por la época neoliberal, pero contando con una base social muchísimo más grande para plantear el socialismo en ese país. No sabemos cuantos comunistas quedan después de la mutación de mercado, pero esos comunistas tienen un espacio infinitamente mejor que el que tenían muchos más comunistas hace cuarenta años en China. Una de las grandes luchas que vamos a tener en la próxima década se librará en China decidiendo hacia dónde va esa sociedad. 24 de octubre de 2010



En el camino de la insurgencia global

DECLINACIÓN DEL CAPITALISMO, FIN DEL CRECIMIENTO GLOBAL, ILUSIONES IMPERIALES Y PERIFÉRICAS, ALTERNATIVAS

Ponencia presentada por Jorge Beinstein en el Primer Encuentro Internacional sobre “El derecho de los pueblos a la rebelión”, celebrado en Caracas los días 7, 8 y 9 de octubre de 2010, con motivo del Día del Guerrillero Heroico

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as fanfarronerías de los lejanos años 1990 acerca del mileno capitalista-neoliberal han pasado a ser curiosidades históricas. Tal vez sus últimas manifestaciones (ya a la defensiva) han sido las campañas mediáticas que nos señalaban el pronto fin de las “turbulencias financieras” y el inmediato retorno de la marcha triunfal de la globalización. Ahora, al comenzar el último trimestre de 2010, las expectativas optimistas de los altos mandos del planeta (jefes de estado, presidentes de bancos centrales, gurúes de moda y demás estrellas mediáticas) van dando paso a un pesimismo abrumador. Se habla de trayectoria de las economías centrales en forma de W como si después del desinfle iniciado en 2007-2008 hubiera ocurrido una verdadera recuperación a


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la que ahora seguiría una segunda caída y, a cuyo término, llegaría la expansión durable del sistema, algo así como una segunda penitencia que permitiría a las élites purgar sus pecados (financieros) y retomar el camino ascendente. La “recuperación” no ha sido otra cosa que un alivio efímero obtenido gracias a una sobredosis de “estímulos” que prepararon las condiciones para una recaída que se anuncia terrible. Porque el enfermo no tiene cura, su enfermedad no es la consecuencia de un accidente, de un mal comportamiento o del ataque de algún virus (que la súper ciencia de la civilización mas sofisticada de la Historia podrá más temprano que tarde controlar), sino del paso del tiempo, del envejecimiento irreversible que ha ingresado en la etapa senil. La modernidad capitalista ya casi no tiene horizonte de referencia, su futuro visible se retrae a una velocidad inesperada, su posible supervivencia aparece bajo la forma de escenarios monstruosos marcados por militarizaciones, genocidios y destrucciones ambientales cuya magnitud no tiene precedentes en la historia humana. El capitalismo ha llegado a ser finalmente mundial en el sentido más riguroso del término, ha conseguido llegar hasta los rincones más escondidos. En ese sentido, puede afirmarse que la civilización burguesa de raíz occidental es hoy la única civilización del planeta (incluyendo adaptaciones culturales muy diversas). Pero la victoria de la globalización llega en el mismo momento en que comienza su decadencia; dicho de otra manera, si miramos a este comienzo de siglo desde el largo plazo, la concreción del dominio planetario del capitalismo aparece como el primer paso de su decadencia. En consecuencia, la condición necesaria, pero no suficiente, para la emergencia del postcapitalismo ya está instalada. Estamos ingresando en una nueva era caracterizada por el enfriamiento del capitalismo global y los fracasos para relanzar las economías imperialistas, que coinciden con el empantanamiento de la guerra colonial de Eurasia. En esa zona, Estados Unidos y sus aliados están sufriendo un desastre geopolítico que presenta, en una primera aproximación, la imagen de un imperio acorralado. Pero, por debajo de


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esa imagen, se desarrolla un sordo proceso de resdespliegue imperialista, de nueva ofensiva apoyada en su aparato militar y un amplio abanico de dispositivos comunicacionales e ideológicos que lo acompañan. Estados Unidos va configurando sobre la marcha una renovada estrategia global, política de estado cuyos primeros pasos fueron dados hacia el fin de la presidencia de George W. Bush y que tomó cuerpo con la llegada de Obama a la Casa Blanca. El imperio decadente, al igual que otros imperios decadentes del pasado, busca superar su declinación económica utilizando al máximo lo que considera su gran ventaja comparativa: el dispositivo militar. Su agresividad aumenta al ritmo de sus retrocesos industriales, comerciales y financieros, sus delirios militaristas son la compensación psicológica de sus dificultades diplomáticas y económicas y alienta el desarrollo de peligrosas aventuras, de masacres periféricas, de emergencias neofascistas.

La nueva estrategia implica el lanzamiento de una combinación de acciones militares, comunicacionales y diplomáticas destinada a hostigar a enemigos y competidores, provocar disputas y desestabilizaciones,


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apuntando hacia conflictos y situaciones más o menos caóticas capaces de debilitar a potencias grandes y medianas y, a partir de allí, restaurar posiciones de fuerza actualmente en declive. Extensión de la agresión contra Afganistán-Pakistán, amenazas (y preparativos) de guerra contra Irán, contra Corea del Norte, provocación de contradicciones entre Japón y China, etc. También, desde el fin de la era Bush, se desarrollan grandes ofensivas sobre Africa y, especialmente, sobre América Latina, el tradicional patio trasero hoy atravesado por gobiernos izquierdizantes, más o menos progresistas, que han terminado por conformar un espacio relativamente independiente del amo colonial. Allí, la ofensiva norteamericana aparece como un conjunto de acciones concertadas con fuerte dosis de pragmatismo destinadas a recontrolar la región. Su esencia queda al descubierto cuando detectamos su objetivo: no se trata ahora principalmente de ocupar mercados, dominar industrias, extraer beneficios financieros (ya no estamos en el siglo XX). La mira imperial apunta hacia recursos naturales estratégicos (petróleo, grandes territorios agrícolas como productores de biocombustibles, agua, litio, etc.). En muchos casos, las poblaciones locales, sus instituciones, sindicatos y, más en general, el conjunto de sus entramados sociales, constituyen obstáculos, barreras a eliminar o a reducir al estado vegetativo (en ese sentido, lo ocurrido en Irak puede ser considerado un caso ejemplar). Es necesario tomar conciencia de que el poder imperial ha puesto en marcha una estrategia de conquista de largo plazo del estilo de la que implementó en Eurasia. Se trata de una tentativa depredadora-genocida cuyo único precedente comparable en la región es lo ocurrido hace quinientos años con la conquista colonial. El fenómeno es tan profundo e inmenso que se torna casi invisible para las miradas progresistas maravilladas con los éxitos fáciles obtenidos durante la década pasada. Los progresistas buscan y buscan vías de negociación, equilibrios “civilizados”, deambulando de fracaso en fracaso porque el interlocutor racional a sus propuestas solo existe en su imaginación. Hoy, el sistema de poder del imperio se apoya en una “razón de Estado” fundada en la desesperación, producida por un cerebro senil (en última


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instancia, razón delirante que ve los acuerdos, las negociaciones diplomáticas o las maniobras políticas de sus propios aliados-lacayos como puertas abiertas para sus planes agresivos). Lo único que realmente le interesa es recuperar territorios perdidos, desestabilizar los espacios no controlados, golpear y golpear para volver a golpear. Su lógica se monta sobre una ola de reconquista cuya magnitud suele a veces desbordar a los propios estrategas imperiales (y, por supuesto, a una amplia variedad de dirigentes políticos norteamericanos). Pero el imperio está enfermo, es gigantesco, pero está plagado de puntos débiles; el tiempo es su enemigo: aporta nuevos males económicos, nuevas degradaciones sociales y amplifica las áreas de autonomía y rebelión. Agotamiento de los estímulos

Hacia fines de 2010 presenciamos el agotamiento de los estímulos financieros lanzados en las potencias centrales a partir de la agudización de la crisis global en 2007-2008. El caso norteamericano ha sido descripto de manera contundente por Bud Comrad, economista jefe de Casey Research: “En 2009, el Gobierno Federal tuvo un déficit fiscal del orden de los 1,5 billones de dólares; por su parte, la Reserva Federal gastó cerca de 1,5 billones de dólares para comprar deudas hipotecarias y, así, impedir el colapso de ese mercado. Es decir, que el gobierno gastó 3 billones de dólares para obtener una pequeña recuperación evaluada en un 3 % del Producto Bruto Interno, aproximadamente 400 mil millones de dólares de crecimiento económico. Ahora bien, gastar 3 billones de dólares para obtener 400 mil millones es un pésimo negocio”.(1) Con las políticas de “estímulos” (una suerte de neokeynesianismoneoliberal) no llegó la recuperación durable de las grandes potencias. Lo que sí llegó fue una avalancha de deudas públicas: entre 2007 (último año previo a la crisis) y 2010, la relación entre deuda pública y Producto Bruto Interno ha pasado, en Alemania, del 64% al 84%; en Francia, del (1) Bud Conrad, “Beyond the Point of No Return”, GooldSeek, 12 May 2010


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64% al 94 %; en Estados Unidos, del 63% al 100%; en Inglaterra, de 44% al 90%.(2) Luego, ocurrió lo que inevitablemente tenía que ocurrir: se inició la segunda etapa de la crisis a partir del estallido de la deuda pública griega, que anticipaba otras en la Unión Europea, afectando no sólo a los países deudores más vulnerables, sino también a sus principales acreedores, ante quienes se alzaba la amenaza de sobreacumulación de activos crediticios basura (hacia fines de 2009, las deudas de los llamados “PIIGS” -Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, es decir, los países europeos expuestos por el sistema mediático como los más vulnerables- con Francia, Inglaterra y Alemania sumaban unos 2 billones de dólares, suma equivalente al 70% del Producto Bruto Interno de Francia o al 75% del de Inglaterra. Si la primera etapa de la crisis estuvo marcada por los estímulos estatales al sector privado y la expansión de las deudas públicas, la segunda etapa se inicia con el comienzo del fin de la generosidad estatal (más allá de algunos posibles futuros intentos desesperados de reactivación), la llegada de los recortes de gastos, de reducciones salariales, de aumentos en las tasas de interés; en síntesis, la entrada a una era de contracción o estancamiento económico que se irá prolongando en el tiempo y extendiendo en el espacio. Nos encaminamos hacia el enfriamiento del motor de la economía global, los países del G7, aplastados por las deudas luego de una reactivación débil y efímera, gracias a las políticas de subsidios. Sus deudas públicas y privadas han venido creciendo hasta acercarse ahora a su punto de saturación. En 1990, las deudas totales del G7 (públicas más privadas) representaban cerca del 160% de la suma de sus Productos Brutos Internos; en el 2000, habían subido al 180%; y, en el 2010, superarán el 380% (110% las deudas públicas y 270% las deudas privadas).(3) La opción que ahora enfrentan es simple: tratar de amontonar más deudas, lo que les permitiría postergar la recesión por muy poco tiempo (2) “La explosión de la deuda pública. Previsiones de la OCDE para 2010”, AFP, 25-11- 2009 (3) Fuente: FMI. OCDE, McKinsey Global Institute.


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(con alta probabilidad de descontrol, de alta turbulencia en el sistema global), o entrar a la brevedad en un período recesivo (con esperanza de control) que anuncia ser muy prolongado; en realidad, no se trata de dos alternativas antagónicas, sino de un único horizonte negro al que pueden llegar por distintos caminos y a varias velocidades. Hipertrofia financiera

La lluvia de estímulos, masivas transferencias de ingresos hacia las élites dominantes (con rendimientos aceleradamente decrecientes), aparece como el capítulo más reciente de un largo ciclo de hipertrofia financiera originado en los años 1970 (y, tal vez, un poco antes) cuando el mundo capitalista, inmerso en una gigantesca crisis de sobreproducción, debió acudir, a partir de su centro imperial, Estados Unidos, a sus dos muletas históricas: el militarismo y el capital financiero. Detrás de ambos fenómenos se encontraba un viejo conocido: el Estado, aumentando sus gastos bélicos, aflojando los controles sobre los negocios financieros, introduciendo reformas en el mercado laboral que retrasaban a los salarios respecto de los incrementos de la productividad. El proceso fue encabezado por la superpotencia hegemónica, pero integrando a los dos espacios subimperialistas asociados (Europa Occidental y Japón). Es necesario aclarar que la unipolaridad en el mundo capitalista, con sus consecuencias económicas, políticas, culturales y militares, se inició en 1945, y no en 1991, aunque a partir de esa última fecha (con el derrumbe de la URSS) devino planetaria. Se trató de un cambio de época, de una transformación que permitió controlar la crisis, aunque degradando el sistema de manera irreversible. Las altas burguesías centrales se desplazaron en su mayor parte hacia las cúpulas de los negocios especulativos, fusionando intereses financieros y productivos, convirtiendo a la producción y al comercio en complejas redes de operaciones gobernadas, cada vez más, por comportamientos cortoplacistas. La hegemonía parasitaria, rasgo distintivo de la era senil del capitalismo, acaparó los grandes negocios globales y engendró una subcultura (en realidad, una degeneración cultural desintegradora) basada en el individualismo consumista, que fue desestructurando los


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fundamentos ideológicos e institucionales del orden burgués. De ello se derivaron los fenómenos de crisis de legitimidad de los sistemas políticos y de los aparatos institucionales, en general, y sirvió de caldo de cultivo para las deformaciones mafiosas de las burguesías centrales y periféricas (complejo abanico de lumpenburguesías globales). Techo energético y “destrucción creadora” (de más destrucción)

Desde el punto de vista de las relaciones entre el sistema económico y su base material, la depredación (en tanto comportamiento central del sistema) comenzó a desplazar a la reproducción. En realidad, el núcleo cultural depredador existió desde el gran despegue histórico del capitalismo industrial (hacia fines del siglo XVIII, principalmente en Inglaterra) y, aún antes, durante el largo período precapitalista occidental. Marcó para siempre a los sistemas tecnológicos y al desarrollo científico, empezando por su pilar energético (carbón mineral, primero; luego, petróleo) y siguiendo por una amplia variedad de explotaciones mineras de recursos naturales no renovables (esa exacerbación depredadora es uno de los rasgos distintivos de la civilización burguesa respecto de las civilizaciones anteriores). Sin embargo, durante las etapas de juventud y madurez del sistema, la depredación estaba subordinada a la reproducción ampliada del sistema. La mutación parasitaria de los años 1970-1980-1990 no permitió superar la crisis de sobreproducción, sino hacerla crónica, pero controlada, amortiguada, exacerbando el pillaje de recursos naturales no renovables e introduciendo a gran escala técnicas que posibilitaron la súperexplotación de recursos renovables, violentando, destruyendo, sus ciclos de reproducción (es el caso de la agricultura basada en transgénicos y herbicidas, como el glifosato, de alto poder destructivo). Esto ocurría cuando varios de esos recursos (por ejemplo, los hidrocarburos) se aproximaban a su máximo nivel de extracción. La avalancha del cortoplacismo (de la financierización cultural del capitalismo) liquidó toda posibilidad de planificación a largo pazo de una posible reconversión energética, lo que deja planteado el tema de


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la viabilidad histórica-civilizacional de las vías de reconversión (ahorro de energía, recursos energéticos renovables, etc.). Viabilidad en el contexto de las relaciones de poder, de las estructuras industriales y agrícolas; en síntesis, del capitalismo concreto inseparable de la obtención de “ganancias-aquí-y-ahora” y no de la probable supervivencia de las generaciones venideras. El sistema tecnológico del capitalismo no estaba preparado para una reconversión energética; el tema tampoco era de interés prioritario para las élites dominantes (lo que no les impedía “preocuparse” por el problema). No es la primera vez en la historia de la decadencia de las civilizaciones en que los intereses inmediatos de las clases superiores entran en antagonismo con su supervivencia a largo plazo. El techo energético que ha encontrado la reproducción del capitalismo converge con otros techos de recursos no renovables que afectarán pronto a un amplio espectro de actividades mineras. A ello se suma la explotación salvaje de recursos naturales renovables. Se presenta, así, un escenario de agotamiento general de recursos naturales a partir del sistema tecnológico disponible. Más concretamente, del sistema social y sus paradigmas; es decir, del capitalismo como estilo de vida (consumista, individualista, autoritario-centralizador, depredador). De la crisis crónica de sobreproducción a la crisis general de subproducción. El ciclo largo del capitalismo industrial.

Por otra parte, la crisis de recursos naturales, indisociable del desastre ambiental, converge con la crisis de la hegemonía parasitaria. En las primeras décadas de la crisis crónica, el proceso de financierización impulsó la expansión consumista (sobre todo en los países ricos), la concreción de importantes proyectos industriales y de subsidios públicos a las demandas internas, de grandes aventuras militares imperialistas, pero, al final del camino, las euforias se disiparon para dejar al descubierto inmensas montañas de deudas públicas y privadas. La fiesta financiera (que tuvo en su recorrido numerosos accidentes) se convierte en techo financiero que bloquea el crecimiento.


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Las turbulencias de 2007-2008 pueden ser consideradas como el punto de arranque del crepúsculo del sistema. La multiplicidad de “crisis” que estallaron en ese período (financiera, productiva, alimentaria, energética) convergieron con otras como la ambiental o la del Complejo Industrial-Militar del Imperio, empantanado en las guerras asiáticas. Esa sumatoria de crisis no resueltas impiden, frenan, la reproducción ampliada del sistema. Visto desde el largo plazo, la sucesión de crisis de sobreproducción en el capitalismo occidental durante el siglo XIX no marcó un sencillo encadenamiento de caídas y recuperaciones a niveles cada vez más altos de desarrollo de fuerzas productivas, sino que, luego de cada depresión, el sistema se recomponía, pero acumulando en su recorrido masas crecientes de parasitismo. El cáncer financiero irrumpió triunfal, dominante, entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y obtuvo el control absoluto del sistema siete u ocho décadas después. Pero su desarrollo había comenzado mucho tiempo antes financiando a estructuras industriales y comerciales cada vez más concentradas y a los Estados imperialistas, donde se expandían las burocracias civiles y militares. La hegemonía de la ideología del progreso y del discurso productivista sirvió para ocultar el fenómeno, instaló la idea de que el capitalismo, a la inversa de las civilizaciones anteriores, no acumulaba parasitismo, sino fuerzas productivas que, al expandirse, creaban problemas de inadaptación superables en el interior del sistema mundial, resueltos a través de procesos de “destrucción-creadora”. El parasitismo capitalista a gran escala, cuando se hacía evidente, era considerado como una forma de “atraso” o una “degeneración” pasajera en la marcha ascendente de la modernidad. Esa marea ideológica atrapó también a buena parte del pensamiento anticapitalista (en última instancia, “progresista”) de los siglos XIX y XX, convencido de que la corriente imparable del desarrollo de las fuerzas productivas terminaría por enfrentar a las relaciones capitalistas de producción, saltando por encima de ellas, aplastándolas con una avalancha revolucionaria de obreros industriales de los países más “avanzados” a los que seguirían los llamados “países atrasados”. La ilusión


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del progreso indefinido ocultó la perspectiva de la decadencia. De esa manera, dejó a medio camino al pensamiento crítico, le quitó radicalidad, con consecuencias culturales negativas evidentes para los movimientos de emancipación de los oprimidos del centro y de la periferia. Por su parte, el militarismo moderno hunde sus raíces más recientes en el siglo XIX: desde las guerras napoleónicas, llegando a la guerra franco-prusiana, hasta irrumpir en la I Guerra Mundial como “Complejo Militar-Industrial” (aunque es posible encontrar antecedentes importantes en Occidente en las primeras industrias de armamentos de tipo moderno, aproximadamente a partir del siglo XVI). Fue percibido en un comienzo como un instrumento privilegiado de las estrategias imperialistas y como reactivador económico del capitalismo, pero éste es sólo un aspecto del fenómeno que ocultaba o subestimaba su profunda naturaleza parasitaria, el hecho de que detrás del monstruo militar al servicio de la reproducción del sistema se ocultaba un monstruo mucho más poderoso a largo plazo: el del consumo improductivo, causante de déficits públicos que, al final del recorrido, no incentivan más la expansión, sino el estancamiento o la contracción de la economía. Actualmente, el Complejo Militar-Industrial norteamericano (en torno del cual se reproducen los de sus socios de la OTAN) gasta, en términos reales, más de un billón de dólares, contribuye de manera creciente al déficit fiscal y, por consiguiente, al endeudamiento del Imperio (y a la prosperidad de los negocios financieros beneficiarios de dicho déficit). Su eficacia militar es declinante, pero su burocracia es cada vez mayor, la corrupción ha penetrado en todas sus actividades, ya no es el gran generador de empleos, como en otras épocas, el desarrollo de la tecnología industrial-militar ha reducido significativamente esa función (la época del keynesianismo militar como eficaz estrategia anticrisis pertenece al pasado). Al mismo tiempo, es posible constatar que en Estados Unidos se ha producido la integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las “empresas” de seguridad y otras actividades muy dinámicas, conformando el espacio dominante del sistema de poder imperial.


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Tampoco la crisis energética en torno de la llegada del “Peak Oil” (la franja de máxima producción petrolera mundial a partir de la cual se desarrolla su declinación) debería ser restringida a la historia de las últimas décadas; es necesario entenderla como fase declinante del largo ciclo de la explotación moderna de los recursos naturales no renovables, desde el comienzo del capitalismo industrial, que pudo realizar su despegue y posterior expansión gracias a esos insumos energéticos abundantes, baratos y fácilmente transportables, desarrollando, primero, el ciclo del carbón bajo hegemonía inglesa, en el siglo XIX, y, luego, el del petróleo, bajo hegemonía norteamericana, en el siglo XX. El ciclo energético condicionó todo el desarrollo tecnológico del sistema y expresó, fue la vanguardia, de la dinámica depredadora del capitalismo extendida al conjunto de recursos naturales y del ecosistema en general. En síntesis, el desarrollo de la civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso irreversible de decadencia. La depredación ambiental y la expansión parasitaria, estrechamente interrelacionadas, están en la base del fenómeno. La dinámica del desarrollo económico del capitalismo, marcada por una sucesión de crisis de sobreproducción, constituye el motor del proceso depredador-parasitario que conduce inevitablemente a una crisis prolongada de subproducción (el capitalismo obligado a crecer-depredar indefinidamente para no perecer termina por destruir su base material). Existe una interrelación dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de ganancias, su velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea parasitaria y la depredación del ecosistema. Esto significa que la superación necesaria del capitalismo no aparece como el paso indispensable para proseguir “la marcha del progreso”, sino, en primer lugar, como tentativa de supervivencia humana y de su contexto ambiental. La decadencia es la última etapa de un largo súperciclo histórico, su fase declinante, su envejecimiento irreversible (su senilidad). Extremando los reduccionismos, tan practicados por las “ciencias sociales”,


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podríamos hablar de “ciclos” de distinta duración: energético, alimentario, militar, financiero, productivo, estatal, etc., y, así, describir en cada caso trayectorias que despegan en Occidente entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, con raíces anteriores e involucrando espacios geográficos crecientes, hasta asumir finalmente una dimensión planetaria para, luego, declinar cada uno de ellos. La coincidencia histórica de todas esas declinaciones y la fácil detección de densas interrelaciones entre todos esos “ciclos” nos sugieren la existencia de un único súperciclo que los incluye a todos. Se trata del ciclo de la civilización burguesa, que se expresa a través de una multiplicidad de “aspectos” (productivo, moral, político, militar, ambiental, etc.). Declinación del Imperio, redespliegue militarista, ilusiones periféricas e insurgencia global

Toda la historia del capitalismo gira desde fines del siglo XVIII en torno de la dominación; primero, inglesa; y, luego, estadounidense. Capitalismo mundial, imperialismo y predominio anglo-norteamericano constituyen un solo fenómeno (ahora decadente). La articulación sistémica del capitalismo aparece históricamente indisociable del articulador imperial, pero resulta que, en el futuro previsible, no hay ningún nuevo imperialismo global ascendente. En consecuencia, el planeta burgués va perdiendo una pieza decisiva de su proceso de reproducción. La Unión Europea y Japón son tan decadentes como Estados Unidos. China ha basado su espectacular expansión en una gran ofensiva exportadora hacia los mercados ahora declinantes de esas tres potencias centrales. El capitalismo va quedando a la deriva, a menos que pronostiquemos el próximo surgimiento de una suerte de mano invisible universal (y burguesa) capaz de imponer el orden (monetario, comercial, políticomilitar, etc.). En ese caso, estaríamos extrapolando al nivel de la humanidad futura la referencia a la mano invisible (realmente inexistente) del mercado capitalista pregonada por la teoría económica liberal.


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La decadencia de la mayor civilización que ha conocido la historia humana nos presenta diversos escenarios futuros, alternativas de autodestrucción y de regeneración, de genocidio y de solidaridad, de desastre ecológico y de reconciliación del ser humano con su entorno ambiental. Estamos retomando un viejo debate sobre alternativas interrumpido por la euforia neoliberal: la crisis rompe el bloqueo y nos permite pensar el futuro. Volvamos a la reflexión inicial de este texto: el comienzo del siglo XXI señala una paradoja decisiva, el capitalismo ha asumido claramente una dimensión planetaria, pero, al mismo tiempo, ha iniciado su declinación. Por otra parte, cien años de revoluciones y contrarrevoluciones periféricas produjeron grandes cambios culturales. Ahora, en la periferia (completamente modernizada, es decir, completamente subdesarrollada) existe un enorme potencial de autonomía en las clases bajas. Allí, se presenta lo que de manera tal vez demasiado simplista podríamos definir como patrimonio histórico democrático forjado a lo largo del siglo XX. Los periféricos sumergidos han construido sindicatos, organizaciones campesinas, han participado en votaciones de todo tipo, han hecho revoluciones (muchas de ellas con banderas socialistas), reformas democratizantes; la mayor parte de las veces han fracasado. Todo ello forma parte de su memoria, no ha desaparecido; por el contrario, es experiencia acumulada, procesada por lo general de manera subterránea, invisible para los observadores superficiales. Eso ha sido reforzado por la propia modernización, que, por ejemplo, le suministra instrumentos comunicacionales que le permite interactuar, intercambiar informaciones, socializar reflexiones. Finalmente, la decadencia general del sistema, el posible comienzo del fin de su hegemonía cultural, abre un gigantesco espacio a la creatividad de los oprimidos. La guerra eurasiática engendró un inmenso pantano geopolítico del que los occidentales no saben cómo salir. El traspié ha consolidado y extendido espacios de rebelión y autonomía cuya contención es cada día más difícil ante lo cual el Imperio redobla sus amenazas y agresiones. Corea del Norte no ha podido ser doblegada, al igual que Irán; la


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resistencia palestina sigue en pie, e Israel, por primera vez en su historia, sufrió una derrota militar en el sur del Líbano; la guerra de Irak no pudo ser ganada por Estados Unidos, lo que les plantea allí una situación donde todos los caminos conducen a la pérdida de poder en ese país. En el otro extremo de la periferia, América Latina, el despertar popular trasciende a los gobiernos progresistas y deteriora estratégicamente a las pocas oligarquías derechistas que aún controlan el poder político. El proyecto estadounidense de restauración de “gobiernos amigos” tropieza con un escollo fundamental, la profunda degradación de las élites aliadas, su incapacidad para gobernar en varios de los países candidatos al derechazo, aunque el Imperio no puede (no está en condiciones) de detener o desacelerar su ofensiva a la espera de mejores contextos políticos. El ritmo de su crisis sobredetermina su estrategia regional, en última instancia; no es demasiado diferente la situación en Asia donde la dinámica imperial combina la sofisticación y variedad de técnicas y estructuras operativas disponibles con el comportamiento grosero. Si observamos al conjunto de la periferia actual desde el largo plazo histórico constataremos que, de un lado, se sitúa un poder imperial desquiciado enfrentado a una gigantesca ola plural de pueblos sumergidos, desde Afganistán hasta Bolivia, desde Colombia hasta Filipinas, expresión de la crisis de la modernidad subdesarrollada. Es el comienzo de un despertar popular muy superior al del siglo XX. En medio de esas tensiones aparece un colorido abanico de ilusiones periféricas fundadas en la posibilidad de generar un desacople encabezado por las naciones llamadas emergentes, fantasía que no toma en consideración el hecho decisivo de que todas las “emergencias” (las de Rusia, China, Brasil, India, etc.) se apoyan en su inserción en los mercados de los países ricos. Si esos Estados, que vienen practicando neokeynesianismos más o menos audaces compensando el enfriamiento global, quisieran profundizar esos impulsos mercadointernistas e/o interperiféricos se encontrarían, tarde o temprano, con las barreras sociales de sus propios sistemas económicos o, para decirlo de otra


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manera, con sus propios capitalismos realmente existentes; en especial, los intereses de sus burguesías financierizadas y transnacionalizadas. A medida que la crisis se profundice, que las debilidades del capitalismo periférico se hagan más visibles, que las bases sociales internas de las burguesías imperialistas se deterioren y que la desesperación imperial se agudice, la ola popular global, ya en marcha, no tendrá otro camino que el de su radicalización, su transformación en insurgencia revolucionaria. Compleja, a distintas velocidades y con construcciones (contra)culturales diversas, avanzando desde distintas identidades hacia la superación del infierno. Es sólo desde esa perspectiva que es posible pensar el postcapitalismo, el renacimiento (la reconfiguración) de la utopía comunista, ya no como resultado de la “ciencia” social elitista, desde la superación en el interior de la civilización burguesa a través de una suerte de “abolición suave”, sino de su negación integral en tanto expansión ilimitada de la pluralidad, recuperando las viejas culturas igualitarias, solidarias, elevándolas hacia un colectivismo renovado. Los movimientos insurgentes de la periferia actual suelen ser presentados por los medios globales de comunicación como causas perdidas, como resistencias primitivas a la modernización o como el resultado de la actividad de misteriosos grupos de empecinados terroristas. La resistencia en Afganistán y Palestina o la insurgencia colombiana aparecen en dicha propaganda protagonizando guerras que nunca podrían ganar ante aparatos superpoderosos; no faltan los pacificadores profesionales, que aconsejan a los combatientes deponer su intransigencia y negociar alguna forma de rendición ventajosa “antes de que sea demasiado tarde” . El siglo XX debería ser una buena escuela para quienes se encandilan ante el gigantismo y la eficacia de los aparatos militares (y de los aparatos burocráticos, en general) porque ese siglo vio el nacimiento victorioso de los grandes aparatos modernos, como lo es hoy el Complejo Militar Industrial de Estados Unidos, y también fue testigo de su ruina, de su derrota ante pueblos en armas, ante la creatividad y la insumisión de los de abajo.


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En los años 1990, los neoliberales nos explicaban que la globalización constituía un fenómeno irreversible, que el capitalismo había adquirido una dimensión planetaria que arrasaba con todos los obstáculos nacionales o locales. No se daban cuenta que esa irreversibilidad, transformada poco después en decadencia global del sistema, le abría las puertas a un sujeto inesperado: la insurgencia global del siglo XXI, el tiempo (la marcha de la crisis) juega a su favor. El Imperio y sus aliados directos e indirectos quisieran hacerla abortar, empezando por intentar borrar su dimensión universal, tratando mediáticamente de convertirla (fragmentarla) en una modesta colección de residuos locales sin futuro; pero esas supuestas resistencias residuales poseen una vitalidad sorprendente; se reproducen, sobreviven a todos los exterminios y, cuando observamos el recorrido futuro de la declinación civilizacional en curso, la profunda degradación del mundo burgués, su despliegue de barbarie anticipando crímenes aun mayores, entonces la globalización de la insurgencia popular aparece como el camino más seguro para la emancipación de las mayorías sumergidas, que es, a su vez, su única posibilidad de supervivencia digna.



ACOPLE DEPRESIVO GLOBAL (radicalización de la crisis)

Jorge Beinstein

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comienzos de 2007, fue Alan Greenspan (por entonces ya había abandonado la presidencia de la Reserva Federal) quien dio el alerta acerca de la próxima llegada de la recesión en Estados Unidos. La profecía se cumplió hacia el fin de ese año. Ahora ha sido Gordon Brown, Primer Ministro de Inglaterra el que, ante la Cámara de los Comunes, a comienzos de febrero de 2009, en plena recesión, anunció la llegada de la depresión global. Como era de esperarse, la palabra maldita fue rápidamente desmentida oficialmente, que la atribuyó a una “gaffe” (1), una expresión involuntaria de Brown, pero el tema quedó instalado, precedido por un cierto número de comentarios y artículos de especialistas coincidentes con esa afirmación. Casi al mismo tiempo, el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, calificó a la crisis como “la peor desde hace un siglo”, y, en su conferencia de prensa del 9 de febrero, Barak Obama coincidió con esas visiones “catastrofistas” (realistas). (1) Philip Webster, “Comment: Brown on depression - a gaffe and that’s official”, Times Online, February 4, 2009.


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2009 aparece como el-año-de-todos-los-peligros; es muy difícil pronosticar el ritmo de la crisis en curso, sobre todo porque no tiene precedentes en la historia del capitalismo; su carácter sistémico, su pluralidad (económica, energética, militar, institucional, tecnológica, ambiental, ideológica) y las interrelaciones entre sus diversas componentes le confieren un comportamiento errático, casi (pero no totalmente) impredecible. De todos modos, un conjunto de indicadores nos están señalando que el acople recesivo global que se fue desarrollando durante 2008 está ahora ingresando en una nueva etapa caracterizada por grandes caídas productivas y aumentos de la desocupación en los países centrales y en la mayor parte de la periferia. Se trata de la instalación de un acople depresivo global avanzando ante la impotencia de los gobiernos de los países ricos, que constatan cómo las lluvias de millones de millones de dólares, euros, etc., arrojados sobre sus mercados no consiguen frenar la avalancha. Al igual que en el comienzo de la etapa anterior, el motor de la crisis se encuentra en Estados Unidos donde, durante el último trimestre de 2008 y en el comienzo de 2009, aparecieron datos alarmantes anunciando la inminente llegada de la depresión. En el cuarto trimestre de 2008, el Producto Bruto Interno promedio cayó a una tasa anual de 3,8% (si descontamos la acumulación de inventarios, la caída supera el 5%); la producción industrial bajó 11%; el consumo de bienes durables, 22 %; el de bienes no durables, 7%; y las exportaciones, 22%. Las informaciones disponibles del primer mes de 2009 (consumo, desocupación, cotizaciones bursátiles, algunos sectores industriales decisivos, como el del automóvil, etc.) indican que la tendencia recesiva se profundiza. A las caídas en la producción y el consumo se agrega el rápido aumento del ahorro personal, impulsado por el temor a la desocupación y a la pérdida de ingresos, que reducirá aún más el consumo, lo que, a su vez, empujará hacia abajo la producción industrial. A lo largo de 2008, se puso en marcha el clásico círculo vicioso recesivo donde el consumo, la producción y la inversión interactúan negativamente: la recesión provoca más y más recesión. Se ha producido un rápido empobrecimiento del grueso de la población. En algunos casos, se trata de pérdidas de riquezas ilusorias, como lo fue el aumento burbujeante de acciones y valores inmobiliarios,


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que impulsaban el consumo de sus beneficiarios, y, en otros, de pérdidas reales de empleos, salarios y viviendas. Dos informaciones pueden ser útiles para evaluar la magnitud del desastre. La primera, referida a la contracción de la riqueza provocada por el colapso financiero. La llamada riqueza neta de la población norteamericana (valor de las propiedades, acciones, etc., menos deudas) había descendido, a comienzos de 2009, en unos 14 billones de dólares corrientes respecto del valor promedio de 2007, cifra equivalente al Producto Bruto Interno de Estados Unidos(2).

La segunda información nos ilustra sobre el impacto social de la crisis. La desocupación “oficial”, es decir, la registrada de ese modo por el gobierno, creció gradualmente a lo largo de 2007 y se aceleró desde mediados de 2008; en octubre, incluía a más de 10 millones de personas; en diciembre, superaba 11 millones (7,2% de la población económicamente activa en (2) Federal Reserve Statistical Release, Flow of Funds Account in United States y estimaciones propias..


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EEUU). Sin embargo, esa cifra subestima el problema porque a los 11,1 millones de desocupados oficiales de diciembre de 2008 (3,6 millones más que en diciembre de 2007) es necesario agregar 2,6 millones de desocupados de “larga duración” (con 27 semanas o más sin empleo); ese sector aumentó en 1,3 millones de personas durante 2008. Por otra parte, los trabajadores precarios llegaban a unos 8 millones (eran 4 millones 600 mil un año antes). Sumando desocupados oficiales, crónicos y trabajadores precarios se llega, en diciembre de 2008, a casi 22 millones de personas (eran 13 millones 500 mil un año antes(3). Se trata del salto al vacío de más de 8 millones de personas.

Insolvencia y aceleración de la crisis Los principales indicadores económicos y sociales nos señalan que la crisis se acelera y que el aumento de ritmo apunta hacia una gran salto cualitativo, un hundimiento catastrófico de la economía norteamericana que, seguramente, arrastrará al conjunto del sistema global. El Producto Bruto Interno real creció a una tasa anual del 3,3 % en el segundo trimestre de 2008, tuvo una leve cifra negativa en el tercero (-0,5%) y cayó con fuerza en el cuarto (-3,8%). La producción industrial aceleró su descenso a lo largo del año pasado: el índice promedio del segundo trimestre cayo 0,9% respecto del primero, el del tercero bajó 2,3% respecto del segundo y, el de cuarto trimestre, descendió 3%(4). El consumo personal que se había mantenido estancado en términos reales durante los primeros meses de 2008 inició un persistente descenso en el segundo semestre, que tiende a acentuarse a comienzos de 2009(5). A lo largo de 2007 y hasta abril de 2008, la masa de desocupados oficiales presentaba una curva ascendente suave, pero, en mayo, dio un salto del orden del 11%. A partir de allí, el crecimiento de la desocupación se aceleró: en los cinco trimestres que van entre enero de 2007 y marzo de 2008 la tasa trimestral promedio de incremento del volumen de desocupados nunca superó el 1,5%, pero, en el tercer trimestre de 2008, (3) U.S. Bureau of Labor Statistics, “The employment situation: December 2008”. (4) Federal Reserva Statistical Release, Industrial Production and Capacity Utilization. (5) Bureau of Economic Analysis, National Economic Accounts, Real Personal Consumption Expenditures.


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subió al 3,5% y, en el cuatro, al 5%. En diciembre de 2008, se produjeron 630 mil nuevos desocupados netos; en enero de 2008 se repitió aproximadamente dicha cifra(6). El índice de precios de las viviendas desciende a velocidad creciente desde mediados de 2008 (10% de caída a lo largo de todo 2008)(7). En los 12 meses que van entre octubre de 2007 y mediados de septiembre de 2008, la capitalización bursátil norteamericana descendió unos cuatro billones de dólares, pero, solo en los cuatro meses siguientes, descendió en una cifra similar. La baja mensual promedio pasó, entonces, de 333 mil millones de dólares para el primer período a un billón de dólares para el segundo (casi 7% del PBI por mes)(8). En fin, la tasa de ahorro respecto del ingreso personal disponible, que se había mantenido próxima de cero en los últimos años, pasó del 1,2% en el tercer trimestre de 2008 a 2,9% en el cuarto trimestre (y existe consenso entre los pronósticos conocidos para situarla en torno del 5% antes de fin de año, acentuando así la retracción del consumo)(9). Si la tendencia a la aceleración de la caída económica no puede ser frenada, todo parece indicar que en 2009 se producirá la Gran Depresión, mucho más grande que la de los años 1930. Desde que se produjo el colapso financiero de mediados de septiembre del año pasado, el gobierno (Bush y, luego, Obama) ha tratado de suavizar la caída a través de millonarios subsidios a los bancos, primero, y, después, a industrias clave, como la automotriz y, finalmente, a los consumidores. Sin embargo, estas inyecciones de fondos, que aumentan peligrosamente la deuda y el déficit público, no han conseguido el objetivo buscado. Ha sido así porque, detrás de la crisis de liquidez, de la falta de crédito, se encuentra el fenómeno de sobreendeudamiento público y, sobre todo, privado, que ha colocado a numerosas empresas y a una enorme masa de consumidores en la insolvencia o al borde de la misma. Eso no se arregla inyectando dinero en el mercado; con esas intervenciones se producen algunos alivios pasajeros que evitan uno que otro derrumbe, postergan un poco la depresión sin poder impedir su llegada. A su vez, la insolvencia (6) U.S. Bureau of Labor Statistics(7) House Price Index, OFHEO, U.S. Office of Federal Housing Entreprise Oversight. (8) World Federation of Exchanges. (9) Personal Saving Rate, U.S. Bureau of Economic Analysis, National Economic Accounts.


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y el sobreendeudamiento son el resultado de una prolongada decadencia productiva asociada al ascenso del parasitismo financiero de, aproximadamente, cuatro décadas de duración. Es el conjunto del sistema lo que ha entrado en crisis. Trampa global Al igual que en el período recesivo (2008), no existe ninguna posibilidad de desacople: la articulación comercial, productiva y financiera de la economía mundial opera como una gigantesca trampa de la que nadie puede escapar. Habrá que esperar a que el tiempo (la prolongación de la crisis) genere factores de desarticulación, de fractura, capaces de quebrar la unidad del sistema. Para que ello ocurra, debería producirse una quiebra duradera del comercio y de la trama monetaria internacional (queda abierta la reflexión acerca de las posibilidades de supervivencia del capitalismo, como cultura universal, si eso llegara a ocurrir). Por ahora, el hundimiento es general; la mayor parte de los países europeos está pasando de la recesión a la depresión; Japón sigue el mismo camino. China transita hacia una fuerte bajada en su tasa de crecimiento del PIB (algunos pronósticos la sitúan en torno del 6% para 2009, con consecuencias económicas y sociales equivalentes a una recesión); Brasil y Rusia ya se han acoplado al desinfle global; la Organización Internacional del Trabajo acaba de presentar un escenario para 2009 que incluye cincuenta millones de desocupados adicionales(10). Depresión psicológica La depresión económica viene precedida por una ola de depresión psicológica que, después de algunos primeros pasos tímidos en medio de la recesión de 2008, se expande actualmente a toda velocidad entre las élites dominantes del mundo: el pesimismo se está adueñando del universo cultural del capitalismo, sus ilusiones de dominación imperial del mundo se van disolviendo en el océano de la crisis. Ese clima fue bien expresado en su momento inicial por Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Internacionales de Estados Unidos, cuando, en un artículo publicado en mayo de 2008, señalaba el fin de la hegemonía global norteamericana (10) “Global jobs losses could hit 51 m”, BBC News, 2009-01-28.


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y el nacimiento de un mundo crecientemente despolarizado(11); es decir, el principio del fin de la plurisecular y compleja construcción colonial de Occidente. Hacia mediados de diciembre, James Rickards, figura clave del aparato de inteligencia norteamericano, presentó un informe, auspiciado por la Armada estadounidense, plagado de pronósticos siniestros: desde el derrumbe del dólar y de los títulos públicos norteamericanos hasta reducciones del Producto Bruto Interno del orden del 30% en los próximos cinco años y tasas de desempleo similares a las de los años 1930(12). Finalmente, el último encuentro de Davos (en otros tiempos, reunión estelar de la cumbre de la globalización neoliberal) estuvo dominado por las constataciones de impotencia ante una crisis avasalladora; empresarios transnacionales y dirigentes de las grandes potencias lloraron sobre los restos de un mundo que llegaron a creer eterno. Este acople mundial del pesimismo ideológico y la depresión económica podría ser visto, en una primera aproximación al tema, como el principio del fin de la postguerra fría, período de dos décadas de duración marcado por la dominación global de Estados Unidos, un auge sin precedentes de la especulación financiera y una integración transnacional muy avanzada de los sistemas productivos. También podría ser descrito como era neoliberal enterradora del keynesianismo, del estatismo burgués desarrollista. Sin embargo, esas serían interpretaciones muy limitadas, carentes de una visión histórica más amplia, ya que el llamado neoliberalismo no fue otra cosa que el discurso triunfalista de la degeneración financiera, parasitaria, del capitalismo keynesiano. En Estados Unidos, el estado militarista e interventor nunca se retiró de la escena y, en las otras grandes potencias, la intervención voluntarista del Estado estuvo siempre presente, aunque al servicio de un capitalismo globalizado y financierizado cuya dinámica terminó por desquiciar, corromper profundamente, los sistemas institucionales en los que se apoyaba. Es toda la historia del capitalismo (sus grandes paradigmas científicos y tecnológicos, su estilo de consumo, sus sistemas productivos, su cultura imperial) lo que ahora está comenzando a navegar a la deriva.

Febrero de 2009 (11) Richard Haass, “The Age of Nonpolarity. What Will Follow U.S. Dominance”, Foreign Affairs , May/June 2008. (12) Eamon Javers, “Four really, really bad scenarios”, Politico.com, 17 de diciembre de 2008.



La profecía de Alan Greenspan

ESTADOS UNIDOS: LA IRRESISTIBLE LLEGADA DE LA RECESIÓN

Jorge Beinstein

A

caba de ser conocida la cifra definitiva del crecimiento de la economía de Estados Unidos durante el primer trimestre de 2007. El dato inicial, evaluado en un 1,3% anualizado, ha sido reducido al 0,6%. Se trata de la tasa más baja de los últimos cuatro años, que confirma la tendencia a la desaceleración ya iniciada en el último trimestre de 2006.

Cuando, en febrero de este año, Alan Greenspam, extitular de la Reserva Federal, anunció la posibilidad de que Estados Unidos entre en recesión antes de fines de 2007 (su observación coincidió con el derrumbe bursátil desatado por la caída de la bolsa de Shangai) llovieron los desmentidos de expertos y autoridades monetarias de los países centrales. Pero, la realidad no puede ser exorcizada con manipulaciones mediáticas: la acumulación de déficits, la degradación del dólar


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y, sobre todo, el desinfle de la burbuja inmobiliaria hacían inevitable el desenlace. La burbuja inmobiliaria, pieza maestra de la estrategia económica de la administración Bush, junto a la avalancha de gastos militares (con la locura militarista que la acompañó) y las reducciones fiscales consiguieron sacar a la economía estadounidense del estancamiento inflando un consumo no respaldado por el desarrollo productivo local (la decadencia del sistema industrial norteamericano ya lleva muchos años). Se sumaron las deudas internas y externas, los créditos fáciles –en especial, los destinados a las viviendas crecieron de manera desmesurada–, el déficit energético se expandió... Hacia finales de 2006, la deuda total estadounidense (pública, empresarial y personal) llegaba a los 48 billones de dólares: más de tres veces el Producto Interno Bruto norteamericano y superior al Producto Bruto Mundial. Las deudas con el exterior trepaban a 10 billones de dólares... La cuerda no podía ser estirada indefinidamente. Todo mal La estrategia del gobierno de Bush puede ser sintetizada como la combinación de dos operaciones que, apoyándose mutuamente, deberían haber relanzado y consolidado el poderío imperial de Estados Unidos: la expansión rápida de una burbuja consumista-financiera, para producir un fuerte despegue económico, asociada a una ofensiva militar sobre Eurasia que le daría la hegemonía energética global y, desde allí, la primacía financiera, arrinconando a las otras potencias (China, Unión Europea, Rusia). Apostó, a partir de 2001, a una contundente victoria de sus fuerzas armadas que le permitiría controlar militarmente la franja territorial que va desde los Balcanes, en el Mediterráneo Oriental, hasta Pakistán, atravesando Turquía, Siria, Irak, Irán, la exrepúblicas soviéticas de Asia Central, la Cuenca del Mar Caspio, Afganistán, tapizándola de implantaciones militares que vigilarían un complejo abanico de protectorados.


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Los preparativos de la ofensiva se habían desarrollado a lo largo de los años 1990 bajo gobiernos republicanos y demócratas: la primera Guerra del Golfo, los interminables bombardeos sobre Irak durante toda la década, la guerra de Kosovo. Se trató de una "política de Estado", que incluyó a los dos partidos gobernantes y al conjunto del sistema de poder. Ellos sabían que la burbuja económica lanzada paralelamente a la ofensiva militar no podía sostenerse mucho tiempo; los desajustes financieros se acumularían y la burbuja de créditos apuntalando la especulación inmobiliaria terminaría por desinflarse: 20052006 aparecía como una barrera temporal infranqueable. Pero, en ese momento, apostaban los halcones, la victoria militar del Imperio permitiría redefinir las reglas de juego económicas del planeta: los cowboys del Pentágono llagarían justo a tiempo para auxiliar a los magos de las finanzas. Pero todo salió mal: los cowboys se empantanaron en Irak, la ofensiva fulminante sobre Eurasia fracasó en la primera batalla importante. Mientras tanto, el globo especulativo entró en crisis y ningún puño de hierro pudo salvarlo. Señal de alarma, desaceleración, interrogantes

Desde 2005, expertos de muy diverso signo ideológico comenzaron a alertar acerca del próximo desinfle de la burbuja inmobiliaria. En agosto de ese año, "The Economist" señalaba las consecuencias mundiales de la inevitable contracción del globo especulativo(1). Pero, en Estados Unidos, donde la brecha entre los préstamos inmobiliarios y los ingresos personales crecía sin cesar, la fiesta financiera siguió, imperturbable ante las alertas, dictando el ritmo de las otras potencias económicas: el contagio llegó a regiones muy extendidas de la periferia. Finalmente, en 2006, los precios de las viviendas comenzaron a descender, la burbuja estadounidense se contraía inexorablemente. A partir de ese momento, su impacto negativo sobre la demanda y, luego, sobre el conjunto del Producto Interno Bruto era sólo cuestión de tiempo. (1) “The global housing boom. In come the waves”, The Economist, Jun 16th 2005


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Hacia fines de 2006, aparecieron los primeros síntomas de desaceleración económica, que se tornaron dramáticos durante el primer trimestre de 2007. En febrero, se produjo una gran sacudida bursátil internacional afectando, en primer lugar, a China, país extremadamente dependiente de la capacidad de compra del mercado norteamericano. Ahora, al promediar el año 2007, independientemente de altibajos y efímeras recuperaciones, el interrogante central es cómo y a qué ritmo se propagará el enfriamiento al conjunto de la economía mundial. Por ejemplo, cómo afectará a los precios de las materias primas (en primer lugar, el del petróleo, empujado hacia arriba por el proceso de reducción de reservas -la cercanía de la cima productiva global- y presionado hacia abajo por la desaceleración de los grandes sistemas industriales). ¿Afrontaremos pronto una recesión con caída general de precios o bien una combinación de recesión e inflación parecida a la estanflación de los años 1970? ¿Asistiremos a grandes contracciones de negocios financieros o a su combinación con nuevos brotes especulativos (por ejemplo, euforias en los mercados de metales preciosos)? En fin, ¿cuales serán las consecuencias políticas, militares e ideológicas de esta gran perturbación del capitalismo mundial? De algo debemos estar seguros: esta crisis no se parece a ninguna de las anteriores; este nivel de hipertrofia financiera nunca antes había sido alcanzado. También es inédito el grado de interdependencia entre todas las grandes economías y, además, se mezclan peligrosamente aspectos característicos de una crisis de sobreproducción con otros propios de una situación de subproducción de productos decisivos para la supervivencia del sistema. Esto último se expresa, por ahora, sólo en el tema energético, pero el mismo está impulsando otras penurias (por ejemplo, la de alimentos) debido al uso de tierras cultivables en la producción de biocombustibles. Más allá de las conspiraciones Sería ingenuo atribuir la crisis a la aplicación de una estrategia errónea por parte de la Casa Blanca. Debemos insertar dicha estrategia en el contexto más amplio de la decadencia de la sociedad norteamericana y,


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la misma, como parte (decisiva) de un proceso de crisis global. Si enfocamos el mediano plazo, desde comienzos de los 1990 (fin de la guerra fría), observaremos cómo la economía estadounidense se fue convirtiendo en un sistema basado en la especulación financiera y el déficit comercial al que se agregaron el déficit fiscal y las deudas de todo tipo en un proceso general de concentración de ingresos. En suma, una dinámica elitista y parasitaria cuya primera etapa tuvo una cierta apariencia productivista en torno de las llamadas industrias de alta tecnología (su centro motor fue la euforia bursátil y las célebres “acciones tecnológicas” expresadas en el índice Nasdaq, que crecía vertiginosamente). Los expertos comunicadores de la época señalaban que se había puesto en marcha un círculo virtuoso que empujaba a la economía norteamericana hacia una suerte de prosperidad infinita. Según ellos, la expansión del consumo alentaba nuevos desarrollos tecnológicos, que impulsaba la productividad y, en consecuencia, los ingresos y, luego, el consumo, etc. En realidad, lo que estaba ocurriendo era una euforia bursátil que proporcionaba ingresos financieros presentes y futuros a empresas e individuos incitándolos a gastar más y más.

La fiesta concluyó a comienzos de la década actual y la economía se estancó. La nueva administración republicana no encontró otra vía de salida que una nueva burbuja mucho más grande que la anterior, esta vez basada en una avalancha de créditos inmobiliarios. Junto al delirio financiero se desarrollaron otros fenómenos, como la criminalidad y la criminalización estatal de las clases bajas (en especial, de algunas minorías, como la de los latinoamericanos y afronorteamericanos pobres) o la degradación del sistema político (corrupción, sometimiento a los grupos de negocios ascendentes). En especial, se afianzó una convergencia de intereses que fue reconfigurando el tradicional complejo militar-industrial para transformarlo en una extendida red de grupos financieros, petroleros, industriales, políticos, militares y paramilitares mafiosos. A comienzos de la presente década, se produjo un salto cualitativo, representado por la llegada de George W. Bush y sus halcones.


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En un enfoque de más largo plazo, desde el fin del patrón dólaroro (1971) y la crisis planetaria que le siguió, observamos una crisis de sobreproducción global, que fue postergada, parcheada, sobre la base de la expansión de los negocios financieros y del superconsumo norteamericano inscripto en una corriente mundial de concentración de ingresos. La aventura militar-financiera no fue un exabrupto o una desviación neofascista del sistema de poder norteamericano, sino un despliegue estratégico lógico (fuertemente impregnado de componentes fascistas) del núcleo central de poder de Estados Unidos que, de ese modo, prolongaba, acentuaba, las tendencias económicas, ideológicas y políticas dominantes (que fueron creciendo hasta devenir hegemónicas desde la presidencia de Reagan, pasando por Bush padre, Clinton, hasta llegar a los autoatentados del 11 de septiembre de 2001 y la invasión de Irak). El fin de las ilusiones

La prosperidad ficticia del Imperio forjó, sobre todo en los 1990, la ilusión de un poder mundial avasallador ante el cual sólo era posible adaptarse. Surgió una derecha global triunfalista, que cubrió con un discurso “neoliberal” la orgía financiera, pero, también, un progresismo cortesano que, sobre la base del sometimiento al capitalismo, pretendía adornarlo con matices humanistas. Tanto para los unos como para los otros, la victoria del universo burgués era definitiva o, por lo menos, de muy larga duración. Pero, cuando al iniciarse la presente década, comenzaron a despuntar las primeras fisuras del sistema, optaron, en general, por negar fanáticamente la realidad: la declinación del dólar o el súperendeudamiento norteamericano eran presentados como expresiones de una recomposición positiva en marcha del capitalismo global; el desquicio financiero, como el ocaso de la especulación, superado por una próxima reconversión productivista de la economía de mercado; en fin, cada muestra de fracaso era transformada en demostración de rejuvenecimiento. Es posible que eso siga todavía un cierto tiempo más; incluso la declinación de Estados Unidos y de


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otras potencias arrastradas por el gigante puede dar lugar a ilusiones pasajeras acerca del ascenso de capitalismos nacionales o regionales aut贸nomos en la periferia o a reconversiones milagrosas de algunas econom铆as centrales. El truco de reemplazar realidad por deseos ilusorios suele dar buenos resultados a corto plazo; el problema es que las grandes tendencias de la historia terminan por imponerse.

Junio de 2007



Pensar la decadencia

EL CONCEPTO DE CRISIS A COMIENZOS DEL SIGLO XXI

Jorge Beinstein

1. El concepto El concepto de crisis es extremadamente ambiguo, ha tenido múltiples usos, muchas veces contradictorios. A lo largo del siglo XX, ha gozado de períodos de enorme popularidad en contraste con otros donde su existencia futura, como fenómeno social de amplitud y duración significativas, era casi descartada. Así ocurrió hacia finales de la era keynesiana, en los lejanos años 1960 y aún muy al comienzo de los 1970. En esa época, el mito del estado burgués regulador, domesticador de los ciclos económicos, hacía que un economista prestigioso en esa época como Marchal señalara, en 1963, que "en el estado actual de los conocimientos y de las ideas, una crisis prolongada sería imposible"


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(Marchal J. M, 1963). Mientras que el Premio Nobel de Economía Paul Samuelson afirmaba, poco antes de la crisis de 1973-74: "El National Bureau of Economics Research ha trabajado tan bien que de hecho ha eliminado una de sus propias tareas principales, a saber: las fluctuaciones cíclicas", agregando que "gracias al empleo apropiado de políticas monetarias y fiscales, nuestro sistema de economía mixta puede evitar los excesos de los booms y de las depresiones y desarrollar un crecimiento sano y sostenido" (Mandel E., 1978). Pero antes de la I Guerra Mundial, en plena hegemonía del liberalismo y de la ideología del progreso (que muchos suponían indefinido), también era subestimada la idea de crisis, arrojada al museo de antigüedades anarquistas y marxistas catastrofistas. Pero el paraíso se derrumbó en 1914. Y, más recientemente, en los años 1990, sobre todo en el segundo lustro, en pleno delirio bursátil, la prosperidad de Estados Unidos solía ser presentada como el modelo del futuro, la matriz de un capitalismo que finalmente había logrado desatar una dinámica de crecimiento imparable durante un larguísimo período. Se nos explicaba que la revolución tecnológica hacía subir los ingresos y, en consecuencia, la demanda, incitando a más revolución tecnológica, aumentando la productividad laboral y generando nuevos ingresos, etc. etc. Pero el círculo virtuoso de las tecnologías de punta ocultaba al círculo vicioso de la especulación financiera, que terminó por pudrir completamente a la megafortaleza del capitalismo global. Ese frenesí neoliberal de los 90 fue bendecido, en sus comienzos, por personajes como Francis Fukuyama, quien nos informaba que estábamos entrando, no sólo en una era sin crisis significativas, sino en el mismísimo "fin de la historia" (Fukuyama F, 1990). Como es sabido, el origen del concepto de crisis es muy remoto. Si nos restringimos a la historia de Occidente, suele ser situado en la Grecia Antigua: lo empleó Tucídides en "La guerra del Peloponeso" para señalar el momento de decisión en la batalla, pero también la evolución de la peste en Atenas, atravesando ciertos puntos de inflexión, y, por supuesto, Hipócrates, anclando el tema en la medicina, donde estuvo instalado con casi exclusividad durante muchos siglos en los


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que apareció tímidamente en algunas reflexiones sobre acontecimientos sociales. Habrá que esperar el ingreso pleno a la modernidad (a partir del siglo XVIII y, sobre todo, del XIX) para encontrar la expresión en su extensión actual (curiosamente, su destino es similar a los términos progreso y decadencia). Hoy, su ubicuidad, su empleo abrumador, lo ha terminado por convertir en una suerte de comodín difícil de encasillar. Más allá de las utilizaciones individuales o para fenómenos de pequeña dimensión humana (grupales, etc.), cuando entramos en los grandes procesos sociales podemos distinguir "crisis" extremadamente breves de otras de larga duración (décadas, siglos), y diferenciamos también las crisis de baja intensidad de otras que sacuden profundamente a la estructura. También podemos distinguir a las causadas por la propia dinámica del sistema involucrado (es decir, con causas endógenas), de las provocadas por factores externos al mismo (causas exógenas). Ejemplo de las segundas es la crisis catastrófica producida en América a raíz de la conquista europea; ejemplos de las primeras son las crisis clásicas de sobreproducción del capitalismo industrial, que se insinúan desde comienzos del siglo XIX, pero que se expresan plenamente desde mediados del mismo. Cierto reduccionismo económico las limita al momento de cambio de fase del ciclo, cuando se pasa de la etapa de crecimiento a la de recesión, dejando de lado las turbulencias sistémicas que se prolongan mucho más allá de esos momentos. Además, resulta saludable descartar la idea de crisis puramente económicas; ellas forman siempre parte de un conjunto social más amplio, abarcando hechos políticos, institucionales, culturales y muchos otros más. Simplificando, tal vez demasiado, podría definir a la crisis como una turbulencia o perturbación importante del sistema social considerado más allá de su duración y extensión geográfica, que puede llegar a poner en peligro su propia existencia, sus mecanismos esenciales de


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reproducción. Aunque, en otros casos, le permite a éste recomponerse, desechar componentes y comportamientos nocivos e incorporar innovaciones salvadoras. En el primer caso, la crisis lleva a la decadencia y, luego, al colapso. En el segundo, a la recomposición más o menos eficaz o durable, sea como supervivencia difícil o bien como "crisis de crecimiento", propia de organismos sociales jóvenes o con reservas de renovación disponibles. En cualquier caso, la crisis es un tiempo de decisión donde el sistema opta (si hay lugar para ello) entre reconstituirse de una u otra manera o decaer (también transitando alguno de los varios caminos posibles). En la base de esta opción está el fondo cultural que predispone hacia un comportamiento u otro; la cultura, no como stock, como patrimonio inamovible, sino como evolución, como dinámica de seres vivientes que incluye espacios de creatividad reformista o revolucionaria y espacios de rigidez, de conservadurismo letal. En ese sentido, "la crisis propone, pero la cultura dispone" (Le Roy Ladurie, 1976). Las sociedades, desarrollándose y agravando sus contradicciones, llegan a las crisis y, de sus propias entrañas, emergen (desde una suerte de maraña, de laberinto de memorias, de reservas históricas) señales, empujones, zancadillas, sabidurías que alientan caminos futuros. Obviamente, nunca podemos hablar históricamente de sistemas cerrados: es muy raro encontrarlos en el pasado e impensable en el presente mundializado, pero aún hoy es superficial limitarnos a las "corrientes globales de cambio" (imperialistas, periféricas, regionales, etc.) e ignorar las especificidades producto de largos y complejos procesos locales globales de supervivencias y entrelazamientos de ciclos históricos más o menos antiguos, etc. Como la crisis es un detonador, una caja de pandora, desde donde irrumpen pasados supuestamente enterrados para siempre, iniciativas inconcebibles poco antes de la turbulencia, interacciones de diversa amplitud geográfica, constituye siempre una avalancha de "sorpresas", muchas de ellas previsibles a condición de no estar sumergidos en la rutina conservadora aferrada a la creencia ilusoria de que lo que fue y es seguramente será.


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2. Las viejas crisis occidentales Las crisis mejor estudiadas son las occidentales, reducidas a ese espacio o con repercusiones más amplias, incluso planetarias, lo que permite establecer una larga secuencia histórica. a. Precapitalismo: Roma Ahora, a comienzos del siglo XXI, cuando asistimos a la acumulación de incertidumbres en un planeta profundamente occidentalizado (inmerso en la civilización burguesa), resulta sumamente útil iniciar el recorrido remontándonos a la crisis multisecular del Imperio Romano. En los últimos tiempos, han proliferado comparaciones, varias de ellas muy atractivas, entre la declinación romana y la situación actual de Occidente. Denis Duclos, por ejemplo, establece tres similitudes notables (Duclos Denis, 1997). En primer lugar, la agravación extrema de la opresión-explotación de las clases inferiores del sistema, no como primera acumulación sangrienta, despiadada, apuntando a la expansión imperial, sino como último recurso ante el estancamiento del proceso expansivo, cuya continuación aporta más costos que beneficios. Al respecto, Engels señalaba que, en el comienzo del fin del Imperio, "el Estado romano se había convertido en una máquina gigantesca y complicada con el exclusivo fin de explotar a los súbditos. Impuestos, gabelas y requisas de toda clase sumían a la masa de la población en una pobreza cada vez más miserable, por las exacciones de los gobernantes, de los recaudadores, de los soldados... (en consecuencia), los bárbaros contra los cuales pretendía proteger a los ciudadanos eran esperados por éstos como salvadores" (Fernandez Urbiña J., 1982). La comparación con la sobreexplotación actual de la periferia combinada con déficits crecientes (fiscal, comercial...) en Estados Unidos es inmediata. El caso de la guerras coloniales de Irak y Afganistán, cuyo costo provoca graves problemas financieros a la superpotencia, con grandes dificultades para enviar más tropas al combate, puede ser fácilmente comparado con situaciones similares del Imperio Romano declinante.


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En segundo término, el distanciamiento físico de las clases altas respecto del resto (actualmente, el refugio de los ricos en sus "barrios privados" y residencias alejadas, y, en la Roma decadente, de la aristocracia en sus palacios rurales). Se trata de la profundización del abismo social, que reproduce de manera ampliada dos subculturas, cada vez más separadas, expresión de la desvinculación creciente de la élite respecto de su base productiva. Pero, en ambos casos, es también distanciamiento de los de arriba con relación a sus responsabilidades públicas. La función integradora del Estado es despreciada, el Estado sólo aparece como coto de caza, lugar de rapiña. En el mundo de hoy eso es evidente, desde los países periféricos hasta el centro del Imperio, Estados Unidos. En Roma, "desde el siglo IV, ya no son más los grandes gastos en favor de su ciudad lo que distingue a un hombre (de la clase alta)...el financiamiento de edificios públicos a través de fondos privados tiende a disminuir... el lujo se refugia en los palacios y residencias rurales, que devienen mundos aislados" (Rostovtzeff M. I., 1973). Como vemos, la privatización extrema no es una creación original de los neoliberales y sus mafias financieras: hace más de 1.700 años la practicaba la decadente aristocracia romana. En tercer lugar, la irrupción aplastante del parasitismo (en el caso de Roma, desde el siglo III). Rostovtzeff se refiere al predominio "de una nueva burguesía mezquina... que utilizaba diversos subterfugios para eludir las obligaciones impuestas por el Estado y que fundaba su prosperidad en la explotación y la especulación, lo que no impidió su decadencia" ( Rostovtzeff, op. cit.). Nuevamente el paralelo con la mafia financiera actual es inmediato. Pero, también en ambos casos, el poder imperial (en Roma, desde el siglo III, y, en Washington, hoy) es visto por sus jefes como una máquina de pillaje. La reproducción del sistema de dominación, complejo articulador de iniciativas productivas, culturales, políticas, institucionales, militares... y de saqueo, es casi reducida a esta última función, lo que lleva a reemplazar la búsqueda de consenso por el empleo de la sola fuerza bruta. Ayer, las operaciones punitivas de los emperadores romanos; hoy, Irak. Parasitismo, especulación, militarización... Pero debemos ir más allá de los síntomas que acabo de señalar y entender el ciclo milenario de Roma, desde su origen modesto hasta la


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dominación mundial, como un proceso donde la ciudad esclavista de ciudadanos-soldados desarrolló su "conquista en una sucesión (expansiva) de círculos concéntricos, produciendo una creciente depredación de hombres y productos de la periferia. Lo propio de dicho sistema era que excluía, entre otras cosas, el estado estacionario, solo podía subsistir incorporando nuevas zonas de pillaje" (Chaunu P., 1981). Se trataba de una dinámica imparable de enriquecimiento del centro imperial que generaba nuevas necesidades de conquista. Cuando, hacia el siglo II, el Imperio alcanzó aproximadamente los tres millones de kilómetros cuadrados, llegando hasta la Mauritania y Armenia, cubrió la máxima superficie de territorio habitado explotable dadas las condiciones técnicas (medios de comunicación y transporte) de la época. En ese punto de inflexión, la reproducción del sistema sólo podía proseguir aumentando los niveles de explotación de recursos naturales y humanos del espacio ya conquistado. La acumulación había tocado techo, los mecanismos de reproducción comenzaron a generar crecientes desarrollos parasitarios, el consenso interior se fue deteriorando al ritmo de la autofagia del sistema. El siglo III marcó el principio de la decadencia. Dicho en otros términos, la victoria "planetaria" del Imperio, la ocupación de todo el “mundo” (técnicamente) posible, señalaba el principio de una crisis de declinación que se prolongó durante varios siglos hasta la desintegración física completa del sistema. Sólo diecisiete siglos después, hacia 1900, Occidente volvió a ocupar su espacio máximo, esta vez coincidente con la totalidad del planeta. En ese momento, salvo Japón y algunos territorios marginales, el mundo estaba integrado por países occidentales, colonias y semicolonias de Occidente. La crisis del imperio romano estuvo atravesada, en su etapa inicial, por tentativas fracasadas de recomposición, para entrar luego en la decadencia. Fue una crisis larga, multisecular, que engendró formas autárquicas de supervivencia hasta llegar a estructuras institucionales que agrupaban, conservaban, interrelaciones, lazos culturales, comunicaciones, parasitando, durante mucho tiempo, sobre los restos del antiguo imperio para ir engendrando, poco a poco, formas renovadas, aunque restringidas, de articulación del viejo espacio. La Iglesia cumplió un rol esencial, no sólo de preservación de cierta continuidad cultural, sino también de preparación del próximo salto imperial de Occidente.


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Visto desde el futuro de ese universo decadente, es posible afirmar que la desintegración fue desarrollando los embriones de lo que a mediados del milenio siguiente sería el camino capitalista de dominación mundial. Le Roy Ladurie lo afirma de manera contundente: "La inmensa crisis post-imperial del segundo tercio o de la segunda mitad del primer milenio de la era cristiana generó un dato socioeconómico radicalmente nuevo; más allá de la época medieval, prefigura y prepara nuestra modernidad capitalista" (Le Roy Ladurie, op cit). b. Protocapitalismo En el largo período que se extiende entre el año 1000 y el comienzo del siglo XVIII, podemos distinguir dos grandes crisis seculares: la de mediados del siglo XIV (hasta mediados del siglo XV) y la del siglo XVII. Ambas pueden ser incluidas en el término común de crisis del protocapitalismo. El proceso de decadencia se revierte completamente hacia comienzos del nuevo milenio cuando se produce en Occidente la convergencia de tres fenómenos. En primer lugar, una revolución técnica, que genera un significativo crecimiento de la productividad agrícola; la reintroducción masiva de los molinos de agua, las mejoras de semillas, el empleo de instrumentos de hierro. Se establece, así, un círculo virtuoso involucrando a la artesanía y la agricultura, conformando lo que autores como Gimpel denominan "revolución industrial" de la Baja Edad Media (Gimpel J., 1985). Segundo, la extensión de redes comerciales en el interior del territorio y su conexión con polos de comercio marítimo, lo que impulsa la reproducción de una burguesía mercantil que comienza a presionar sobre las estructuras productivas existentes. Y, tercero, hecho decisivo, el retorno del pillaje colonial, motorizado por las Cruzadas. Todo ello desata una ola de prosperidad protocapitalista y la consiguiente explosión demográfica: la población de Europa Occidental se duplica entre, aproximadamente, los años 1100 y el 1300 (Gaudin T., 1988). Pero la expansión colonial se frustra porque las Cruzadas no logran restaurar el dominio occidental sobre el Mediterráneo y el saqueo pro-


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longado y sistemático de su zona de influencia, lo que bloquea la fuente decisiva de recursos del desarrollo occidental. A comienzos del siglo XIV, retorna la penuria alimentaria, y la peste de 1348 se abate sobre una población fragilizada por el deterioro económico, produciendo una catástrofe demográfica. Se trata de una crisis larga, de aproximadamente un siglo, donde se suceden guerras intestinas, pestes, caídas poblacionales, pero, también, desarticulaciones institucionales y culturales significativas. Se trata de un prolongado proceso de trituración del mundo medieval, del que van a emerger, hacia mediados del siglo XV, burguesías comerciales pequeñas, pero relativamente liberadas de los controles feudales, grandes extensiones de tierras fértiles con baja densidad de población (guerras-pestes mediante) y un desarrollo de ideas técnicas (propias o copiadas-adaptadas) que permitirán el salto colonial de un protocapitalismo arrollador, cuya área principal de expánsión ya no será el mundo mediterráneo, sino el Océano Atlántico (primero, hacia el Africa Occidental; luego, hacia América, y, después, hacia el Oriente). En ese sentido, resulta apropiada la idea de Chaunu cuando interpreta al largo derrumbe del Imperio Romano como un proceso de paedomorfosis (retroceder para saltar luego con más fuerza hacia adelante). "La paedomorfosis significa que, llegada a un cierto punto crítico y a condición de no haber cometido errores irreparables, de no haber ido demasiado lejos por la ruta equivocada, la evolución puede retroceder, desandar buena parte del camino que la había llevado a un callejón sin salida, y recomenzar la marcha en una nueva dirección" (Chaunu, op.cit). La involución de los dos últimos tercios del primer milenio es sucedida por un primer salto imperial (las Cruzadas) que es seguido por un nuevo proceso de crisis y paedomorfismo, entre mediados del siglo XIV y mediados del siglo XV, de alta intensidad, con enormes derrumbes demográficos y productivos, que dará lugar al comienzo de la aventura planetaria de Occidente, concluida exitosamente hacia 1900. Pero, en el comienzo de esa larga marcha, ocurrió una nueva crisis secular: la llamada "larga crisis del siglo XVII", que Le Roy Ladurie denomina "largo siglo XVII", extendiéndolo desde las últimas décadas del siglo XVI hasta comienzos del siglo XVIII. Hobsbawn consi-


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dera que "durante el siglo XVII, la economía europea sufrió una crisis general, última fase de la transición global desde una economía feudal hacia una economía capitalista" (Hobsbawm, 1983). La desaceleración de la gran expansión colonial europea ocurrida en torno del siglo XVI aparece como telón de fondo del fenómeno (proceso heterogéneo con algunas excepciones más o menos durables). Como señala Trevor-Roper: "El XVI fue un siglo de expansión económica. Fue el siglo en que, por primera vez, Europa estuvo viviendo a costa de Asia, Africa y América" (Trevor-Roper, 1983). Atenuada la avalancha colonial, se desata una sucesión de convulsiones económicas, político-militares, religiosas, al final de las cuales ya nada se opone al avance del capitalismo. Los restos feudales son eliminados, la ciencia moderna emerge irresistible, es la época de Newton y Descartes, de grandes avances en matemáticas y física; en suma, de una renovación intelectual que se contrapone a las penurias económicas y a significativos retrocesos demográficos. El fin de la primera ola de prosperidad colonial desata la crisis que opera como un megacatalizador de la reestructuración burguesa de Europa. Es posible desarrollar un modelo general de las crisis anteriores al capitalismo, incluyendo a las formas protocapitalistas más avanzadas, no sólo en Occidente, sino en el conjunto de civilizaciones del planeta. En síntesis, se trata de crisis de subproducción propias de economías donde el sector agrícola consagrado a la producción de alimentos era dominante, sobredeterminando de manera absoluta al conjunto del sistema. El ciclo clásico es el siguiente: la prosperidad agrícola(1) provoca aumento de población y del aparato estatal y otras estructuras parasitarias (religiosas, etc.); sube la masa de tributos y demás exacciones a los campesinos y la presión alimentaria general de la sociedad. Esto, en condiciones de rigidez técnica, a mediano plazo (o de progresos hiperlentos en las técnicas vinculadas al desarrollo agrícola), termina por causar el agotamiento de los recursos naturales empleados: la productividad de (1) La prosperidad agrícola podía, eventualmente, ser el resultado de la recuperación de una crisis anterior, de la incorporación de nuevas tierras fértiles, la realización de grandes obras de regadío y, en ciertos casos, impulsada por rapiñas a otras poblaciones bajo la forma de tributos, trabajo esclavo, etc.


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la tierra disminuye, lo que exacerba la explotación de las élites sobre los campesinos y de éstos sobre los recursos naturales declinantes, lo que agrava la situación. La fase decadente puede ser anticipada, acelerada o provocada debido a cambios climáticos negativos (que, muchas veces, no constituyen factores "exógenos", sino el resultado de manipulaciones depredadoras del ecosistema), guerras internas, invasiones, etc.(2) En numerosos casos, la caída productiva, al causar penuria alimentaria, fragiliza a las clases inferiores, haciéndolas víctimas fáciles de pestes y otras calamidades sanitarias, lo que suele provocar derrumbes demográficos. La escasez de alimentos causa el aumento de sus precios (del que sólo se benefician unos pocos acaparadores). Se trata, en suma, de una combinación explosiva de alza general de precios y caída de la producción. A largo o mediano plazo, la catástrofe elimina población campesina y libera recursos (tierra cultivable), lo que permite recomenzar el ciclo más adelante. Este sistema empieza a ser superado en Occidente a partir del desarrollo (primero, tímido, y, luego, arrollador) de la modernidad industrial. c. Capitalismo industrial Desde comienzos del siglo XVIII, se inicia una era de ascenso de la civilización burguesa y su base colonial, que llega al punto de dominio planetario máximo hacia el año 1900. El crecimiento económico, salpicado por numerosas turbulencias, algunas con estancamientos o depresiones de duración variable, se prolonga hasta la actualidad. Y, hacia finales del siglo XX, importantes rupturas anticapitalistas (en primer lugar, la Revolución Rusa) habían sido reabsorbidas por el sistema. Sin embargo, es necesario profundizar el análisis. Una primera distinción debe hacerse entre las viejas crisis de subproducción, que todavía se sucedieron en el siglo XVIII, y las crisis de sobreproducción no muy prolongadas, pero cíclicas, propias del capitalismo industrial ascendente. Estas últimas aparecen como crisis de sobreoferta general de mercancías (o demanda insuficiente relativa) combinada con la baja de la tasa de ganancia. Los capitalistas ingresan (2) La fase descendente podía ser frenada por la obtención de riquezas provenientes de rapiñas externas o bien por la introducción de mejoras técnicas.


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en una dinámica donde compiten unos con otros al mismo tiempo que frenan la participación de los asalariados en los beneficios obtenidos por el incremento de su productividad (gracias al flujo incesante de innovaciones técnicas). Cada vez necesitan invertir más para sostener sus ganancias (decrece la tasa de beneficio) y el grueso de la población, afectada por la concentración de ingresos, tiene crecientes dificultades para comprar la masa de productos ofrecidos por el sistema económico. La crisis de sobreproducción aparece como consecuencia de diversos factores: la sobreacumulación de capitales, que engendra una capacidad de oferta que desborda a la demanda; el subconsumo relativo vinculado a lo anterior, el desorden productivo y económico en general y la declinación de la rentabilidad de las actividades productivas. La evolución negativa puede ser desacelerada o bloqueada gracias a ciertas iniciativas estatales (reducciones fiscales, compras públicas a precios artificialmente altos, etc.) y una mayor explotación de la periferia; y eludida por algunos capitalistas a través del canibalismo financiero, así como el subconsumo relativo puede ser paliado por medio de créditos, presiones consumistas, etc. Pero, finalmente, el peso de las grandes tendencias termina por imponerse provocando la crisis y, con ella, deflación, desocupación, cierre de empresas, etc. Hasta que el desastre produzca una baja decisiva en los salarios y vacíos significativos de oferta. Entonces, la inversión productiva encuentra espacios de alta rentabilidad, puede incrementar el empleo de asalariados (baratos) y vender a mercados vacantes: el ciclo económico recomienza. Aunque, como lo demostraron Marx y Engels al describir las crisis del siglo XIX y su reproducción futura, no se trata de simples repeticiones, sino de una sucesión de ciclos cada vez mas degradados. Ello sólo puede ser entendido desde una visión histórica, superando las modelizaciones ahistóricas de la teoría económica. Como señala Marx, "hasta 1825... se puede decir que las necesidades del consumo general marchaban más rápido que la producción, y que el desarrollo del maquinismo era la consecuencia forzosa de las necesidades del mercado... (en Inglaterra) la industria acababa de salir de su infancia, como lo prueba el hecho de


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que es sólo con la crisis de 1825 que ella inaugura el ciclo periódico de la vida moderna. Y fue sólo en 1830 que se produjo una crisis realmente característica -de sobreproducción" (Marx-Engels, 1978). Se abrió, entonces, un período de crisis decenales de crecimiento que marcaron el ascenso del capitalismo industrial inglés, pero, en 1870, Engels afirmaba que, por lo menos para la vieja Inglaterra, esas regularidades pertenecían al pasado: "La supresión del monopolio inglés sobre el mercado mundial y los nuevos medios de comunicación han contribuido a liquidar los ciclos decenales de la crisis industrial", pronosticando, desde entonces, la tendencia hacia un acortamiento del ciclo hasta llegar, asintóticamente, a una crisis crónica, una supercrisis, muy probablemente acompañada por guerras, anticipando el desastre de 1914-18 (ibid). Pero, antes de ese momento, el capitalismo exacerbó su presión expoliadora, engendrando deformaciones parasitarias-financieras que fueron extendiendo su dominación al conjunto del sistema, incluido el Estado, abriendo la era del imperialismo contemporáneo, que Bujarin definirá mas tarde como "la política del capital financiero" (Bujarin, 1971) , expresión, según Lenin, de la "degeneración del capitalismo" correspondiente a su etapa histórica de descomposición parasitaria (Lenin, 1960). Obviamente, ninguno de ellos estableció plazos precisos, aunque su optimismo los llevaba frecuentemente, como es lógico, a inclinarse por una aceleración de los tiempos. Podemos, entonces, describir la trayectoria de las crisis en Occidente a lo largo del siglo XIX partiendo de "crisis mixtas", muy al comienzo, donde se mezclaron fenómenos propios de las viejas crisis de escasez o subproducción, correspondientes a las economías con predominio agrario, con las nuevas crisis de sobreproducción, inscritas en la era industrial, pasando por las crisis de sobreproducción "clásicas" descritas por Marx, sus repeticiones decenales, hasta llegar, hacia fines de ese siglo, a la emergencia dominante del capital financiero. Todo ese largo periodo se inscribe en una ola más extendida, que arranca a comienzos del siglo XVIII, marcada por la expansión imperial de Occidente. Es una tercera arremetida depredadora, luego de las Cruzadas, al iniciarse el milenio y las conquistas coloniales de los siglos XV y XVI.


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d. Capitalismo drogado Desde fines del siglo XIX, se abre la era de las crisis del "capitalismo drogado", del imperialismo contemporáneo, "reacción de la forma capitalista ante su envejecimiento... tentativa destinada a sostener y acelerar de manera artificial el proceso productivo" (Roger Dangeville en MarxEngels, op. Cit.). Dichas turbulencias se sucederán a lo largo del siglo XX. La primera de ellas fue la supercrisis de sobreproducción que derivó en la I Guerra Mundial, de la que emergió una civilización burguesa amputada por la Revolución Rusa. La segunda fue la de 1929 y su secuela depresiva, llegando a la tercera, la II Guerra Mundial, desde donde el capitalismo global salió con decisivos retrocesos territoriales, que continuaron hasta fines de los años 1970: la pérdida de Europa del Este, de China (en 1949), en 1959, Cuba, hasta llegar a Vietnam, a mediados de los 70... vinculada a una ola tricontinental, periférica, de revoluciones antiimperialistas, amenazando desplazar al capitalismo como sistema mundial. Aquí nos encontramos con un capitalismo caracterizado por una abrumadora intervención del Estado, la extensión de grandes burocracias públicas, la instalación de la industria militar y los aparatos institucionales correspondientes como muleta decisiva del sistema, la hipertrofia de producciones de bienes suntuarios y de consumo artificiales, el sostenimiento estatal de la demanda (subvenciones al consumo, gastos de prestigio, obras públicas, gastos militares...) y el manejo voluntarista del crédito. Esa fase despegó en los últimos años del siglo XIX con una avalancha militarista ligada a las grandes empresas del sector y sus tramas financieras, fenómeno que destacó Engels hacia el final de su vida (Marx-Engels, op.cit.) y que hizo eclosión en la guerra de 1914-18. Siguió con los fascismos en los años 1920 y 1930, pero también con el New Deal, en Estados Unidos,... y la II Guerra Mundial. Después de 1945, se consolidó como megaparche keynesiano que estabilizó a Occidente, permitiéndole integrar a sus clases bajas y asegurar algo más de dos décadas de crecimiento sostenido.


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Puede resultar útil destacar cuatro fenómenos que, bajo diversos envoltorios ideológicos y políticos, atravesaron el período (entre fines del siglo XIX y comienzos de los años 1970). Primero, la idea de que las crisis capitalistas podían ser domesticadas e, incluso, anuladas gracias a la aplicación de dosis variables de voluntarismo estatal. Fue una convicción fuerte en los delirios fascistas, pero también lo fue después de 1945, durante la prosperidad keynesiana. La crisis iniciada a fines de los 1960 y que estalló incontrolable hacia 197374 aplastó dicha ilusión. Segundo, el ascenso del capital financiero como centro dominante del mundo burgués hasta llegar a la hegemonía absoluta desde finales de los años 1970. En su origen, el fenómeno fue descrito, entre otros, por Hilferding, Lenin, Bujarin, pero, en dicha época y hasta mucho después (por lo menos, hasta los años 1960), esa dominación económica creciente debió coexistir con la hegemonía cultural del productivismo: la legitimidad burguesa se encarnaba en la figura de la empresa productiva, sus gerentes e ingenieros industriales. Todo cambió con la llegada del neoliberalismo: los ingenieros industriales fueron opacados por el ascenso de los ingenieros financieros, los capitalistas innovadores productivos fueron desplazados del altar de la cultura burguesa por los especuladores financieros, los Henry Ford por los George Soros. La dominación financiera discreta devino hegemonía civilizacional del parasitismo. Tercero, la persistencia y expansión permanente en el largo plazo de los complejos económico-militares (industrias, sistemas de espionaje, burocracias militares, camarillas políticas y financieras, etc.). La expectativa de su reducción tras la I Guerra Mundial fue rápidamente descartada; lo mismo sucedió después de 1945 y del fin de la guerra fría. Cuarto, la combinación perversa del retroceso territorial del capitalismo (entre la I Guerra Mundial y fines de los años 1970) con la reproducción de su hegemonía cultural planetaria. Las rupturas anticapitalistas de esa época fueron, desde el punto de vista ideológico, rupturas a medias, híbridos culturales, prisioneras de los mitos de la revolución tecnológica occidental (subestimando su peso cultural capitalista), de la eficacia del nuevo Estado burgués del siglo XX, del capitalismo de Estado, de la


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planificación autoritaria, de las formas militarizadas de organización, del modelo de consumo occidental, de la ideología del progreso. La tragedia de ese período fue protagonizada por tentativas heroicas de construcción de un mundo nuevo, socialista, que chocaban con gigantescas barreras civilizacionales que les impedían desarrollar plenamente una cultura superadora del desarrollo y del subdesarrollo burgués. Lo que dio lugar a degeneraciones monstruosas, como la del stalinismo, cuyo telón de fondo fue el fracaso de la Revolución Rusa, deglutida por el aparato burocrático, herencia del pasado zarista (forma específica del capitalismo periférico, subdesarrollado), pero recompuesto al consolidarse la Unión Soviética, modernizado según las técnicas autoritarias (occidentales) más avanzadas de la época(3). Con las revoluciones y reformas nacionalistas de la periferia, a medio camino entre la imitación de los éxitos idealizados de las transformaciones keynesianas en los países centrales y los híbridos socialistas (en primer lugar, la URSS), el resultado fue similar. En síntesis, el retroceso del capitalismo mundial fue compensado, amortiguado, por un reaseguro, una reserva descomunal de poder, nutrida por la superacumulación histórica de riquezas y de desarrollo cultural, lo que le permitió bloquear las rupturas periféricas (anticapitalistas y nacionalistas) y, también, las que emergieron en su propio seno. Pero la declinación siguió su curso, atravesando crisis de distinta envergadura, prosiguiendo la mutación parasitaria del sistema. 3. La crisis actual La última gran ola de prosperidad del capitalismo condujo, hacia fines de los años 1960, a una acumulación de desequilibrios que fueron forjando las condiciones de una crisis general de sobreproducción. Como en otras ocasiones, la misma no se restringía a la esfera económica, sino que abarcaba al conjunto de la reproducción social, mien(3) El ascenso de Stalin al poder debe ser interpretado, no como la victoria del "atraso asiático", sino como la reinstalación de formas despóticas de modernización, siguiendo y radicalizando modelos organizativos autoritarios provenientes de Occidente y reconectando con la trayectoria trazada por los “modernizadores” Iván el Terrible y Pedro el Grande.


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tras emergían las tensiones monetarias, los desajustes comerciales, las aventuras militaristas (Vietnam), estallaron hacia 1968 inesperadas rupturas políticas en los países centrales (Europa se vio sacudida por una serie de rebeliones que establecieron un corte cultural profundo que marcaba el fin del optimismo burgués, del renacimiento de las ilusiones del progreso indefinido). Llegó, luego, la crisis monetaria de 1971 y, finalmente, la estampida de precios del petróleo de 1973-74. Esta última fue el detonador de la crisis mundial. Que no se expresó bajo el aspecto deflacionista convencional, sino como una combinación novedosa de estancamiento (hasta llegar a la recesión) e inflación. La otra "novedad" fue la naturaleza del "detonador", el alza del precio del petróleo, que llevó en ese momento a Le Roy Ladurie a señalar que no se trataba de una tradicional crisis de sobreproducción, sino de una "crisis mixta": de sobreproducción, principalmente industrial, y de subproducción, de escasez de materia prima energética (Le Roy Ladurie, op.cit). Mandel respondió acertadamente a este tipo de argumentaciones señalando que no era la primera vez que la escasez de una materia prima cumplía esa función; por ejemplo, la crisis de 1866 fue provocada por la penuria de algodón debida a la guerra de secesión en Estados Unidos (Mandel E., op. cit). Evidentemente, no es el tipo de detonador lo que define la dinámica de la crisis, aunque no se trató de un factor coyuntural, de una penuria accidental o reversible en el marco histórico capitalista, sino de un fenómeno que, desde comienzos de los años 1970, fue emergiendo de manera irresistible como parte de un proceso más amplio de destrucción de recursos naturales. Esta subestimación permitió a Mandel explicar dicha crisis sin apartarse del esquema marxista convencional, dejando de lado una evaluación civilizacional de mayor alcance. La escasez de materia prima energética (petróleo), pudo ser paliada e, incluso, revertida a mediano plazo (ahorros de energía, sustituciones parciales), pero terminó por imponerse en el largo plazo.


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No se trataba del retorno al mundo de comienzos del siglo XIX, sino de un fenómeno a la vez "nuevo" (desde el punto de vista del capitalismo), pero que enlazaba inesperadamente con crisis antiguas, civilizatorias muchas de ellas. Estados Unidos había llegado, a comienzos de los años 1970, al cénit de su producción de petróleo. A partir de allí, la misma descendió de manera irresistible. Pero fue a mediados de los 1980 cuando la tendencia se aceleró; entre 1986 y 2004, la extracción cayó cerca de un 40%. Uno de cada cuatro barriles de petróleo vendidos en el mercado internacional es, a comienzos de 2005, comprado por Estados Unidos, que representa sólo el 9% de la producción mundial de petróleo, aunque consume el 25% de la misma. A ello se agrega la Unión Europea, que importa el 80% del petróleo que consume, mientras Japón compra al exterior casi el 100% de su consumo. Si sumamos a las tres potencias, tendremos el 12% de la producción mundial, pero el 50% del consumo y el 62% de las importaciones internacionales (Beinstein J., 2004). La declinación petrolera estadounidense fue pronosticada por King Hubbert en los años 1950 por medio de un modelo matemático que fue luego aplicado por destacados expertos a la producción global, llegando a la conclusión de que el planeta alcanzaría el punto de máxima producción de petróleo entre 2008 y 2012. Sin embargo, nuevas evaluaciones han llevado a muchos de ellos a aproximar la fecha a 2007 e, incluso, a 2006. Actualmente, a la presión sobre los recursos ejercida por la tres potencias mencionadas, se agrega la demanda adicional (en expansión explosiva) de China. El resultado, durante 2004, fue una fuerte elevación del precio del petróleo. A esta escasez para el corto-mediano plazo es necesario sumar otras menos cercanas, como la de los recursos hídricos y la de tierras fértiles, sobre todo en extendidas áreas de la periferia, donde la aplicación de tecnologías avanzadas va degradando ese recurso natural (por ejemplo, las técnicas de "siembra directa" asociadas al empleo de agroquímicos depredadores en la producción de soja o maíz transgénicos impuestos por transnacionales del sector, como la firma Monsanto).


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Una conclusión teórica importante es que el modelo marxista convencional de crisis de sobreproducción es, a la vez, un instrumento indispensable, pero, al mismo tiempo, insuficiente para comprender la crisis iniciada a fines de los años 1960. Esta crisis mixta de sobreproducción y subproducción (de materias primas, debido al agotamiento de recursos naturales) aparece, entonces, como un resultado muy original de la sucesión de crisis capitalistas de sobreproducción, pero con vínculos, similitudes históricas, con crisis civilizatorias anteriores al capitalismo. Porque de lo que se trata, visto desde el largo plazo, es de un fenómeno de rigidez técnica (más bien, tecnológica, en esta era de fusión entre ciencia e industria) que bloquea cambios en métodos de producción esenciales (de productos energéticos y otros), provocando agotamiento de recursos naturales. Dicha rigidez no es un obstáculo superable en el marco civilizacional existente, sino uno de los resultados centrales de una proceso cultural prolongado, de un modo de producción (capitalista, en el caso presente) que se instaló y consolidó en un largo período histórico hasta adquirir dimensión planetaria. Podría argumentarse que actuales y futuras revoluciones tecnológicas terminarán por solucionar esos problemas, pero esa es una respuesta limitada (prisionera de abstracciones tecnologistas); deben ser considerados los costos y tiempos de reconversión, y su compatibilidad con la lógica de la rentabilidad capitalista, presionada, como nunca antes, por el comportamiento cortoplacista propio de la hegemonía financiera. Al desatarse la crisis, entre 1968 y 1974, se exacerbaron las tendencias a la concentración de empresas y de ingresos entre centro y periferia y al interior de ambos subsistemas, lo que produjo crecientes masas de marginales, acentuando una crisis de sobreproducción (y subconsumo relativo global) que devino crónica, con agravaciones y respiros efímeros. La tasa de crecimiento de la economía mundial fue decreciendo gradualmente desde entonces bajo el empuje declinante de los países centrales. El estancamiento japonés desde comienzos de los 1990 acentuó la tendencia, la desaceleración alemana fue menos pronunciada debido a los beneficios pasajeros de la anexión de Alemania del Este y la depredación financiera de los países exsocialistas de Europa y la URSS. Y la de Estados Unidos menos aún, por lo menos hasta ahora


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(comienzos de 2005), gracias a las sucesivas burbujas especulativas que inflaron su demanda absorbiendo porciones crecientes del ahorro global. Enfriamiento de la producción y de la demanda, que engendró un círculo vicioso financiero cada vez más ingobernable. Los Estados de los países ricos sosteniendo sus demandas internas con subsidios, exenciones fiscales, gastos militares y otros, para lo cual recurren al endeudamiento. Empresas colocando excedentes en esas deudas y en papeles de otras empresas que absorben recursos para invertirlos en sus guerras tecnológicas y comerciales cada vez más costosas. Lo cual crea nuevos excedentes orientados también hacia la rapiña en la periferia y, finalmente, hacia negocios ilegales, lo que a su vez genera más excedentes. Burbujas financieras que estallan o se desinflan una tras otra para reconstituirse en países y rubros variables. La crisis financiera japonesa de comienzos de los 1990, seguida poco después por la de México; en 1997, por Asia del Este; Rusia, en 1998, hasta llegar al desinfle de la superburbuja bursátil en Estados Unidos a comienzos del milenio actual, sucedida en ese mismo país por una nueva burbuja especulativa, mucho más grande que la anterior, combinada con un desborde militarista que precipita a la superpotencia a la sobreextensión estratégica: obligada por su lógica imperial a ampliar su despilfarro militar, con consecuencias desastrosas para sus finanzas públicas. Un concepto muy útil para describir este panorama es el de "capitalismo senil", que puede ser asociado a visiones parecidas correspondientes a otras crisis de civilización. Por ejemplo, San Cipriano, a mediados del siglo III, se refirió al envejecimiento del mundo romano como causa de su decadencia (Fernandez Urbiña J., op. Cit.). Hacia finales de los años 1970, Roger Dangeville, de manera pionera, instaló el concepto, anticipando así el desarrollo futuro de la crisis que entonces comenzaba (Marx-Engels. op. cit.). Para Dangeville, se estaba iniciando un proceso de crisis de sobreproducción crónica, con estallidos controlados, sin los derrumbes espectaculares de las grandes crisis capitalistas anteriores (por lo menos, en un primer y largo recorrido). Pero sin las recuperaciones vigorosas que, por ejemplo, se sucedieron en el siglo XIX (secuencia de "crisis de crecimiento"). Por el contrario, cada turbulencia importante en la era


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del "capitalismo senil" (entendida como una única supercrisis, crónica, de larga duración), no es sucedida por una nueva expansión durable, sino por supervivencias plagadas de deterioros, de pérdidas de vitalidad. Es posible señalar indicadores evidentes de la senilidad del mundo burgués, entre otros: primero, la tendencia de largo plazo, persistente (más de tres décadas hasta hoy), a la desaceleración del crecimiento económico global. Todos lo "milagros" anteriores, que prometían contrarrestar esa tenencia, se esfumaron uno tras otro (Japón, hacia 1990; los tigres asiáticos, en 1997), y el actual, China, está tan atado como sus antecesores a los avatares de la euforia parasitario-consumista de Estados Unidos, lo que no le augura un porvenir brillante. La pérdida de dinamismo aparece como un fenómeno irresistible. Segundo, la hipertofia (hegemónica) financiera global, el parasitismo ya ha hecho metástasis, invadiendo (controlando) a la totalidad del sistema mundial. Tercero, la evidencia de rendimientos productivos decrecientes de la revolución tecnológica que, sometida a la dinámica del capitalismo parasitario, se va convirtiendo en un factor de destrucción neta de fuerzas productivas. Ya cité el caso de los transgénicos; podríamos agregar el de la pareja informática-financierización, destructora masiva de empleos, de economías nacionales en la periferia. Cuarto, la decadencia del Estado burgués, pieza maestra de la civilización burguesa. Que se expresa en el desquicio estatal de buena parte de la periferia, la podredumbre institucional norteamericana, la creciente crisis de representatividad-legitimidad en los Estados de la Unión Europea, etc. Los neoliberales de los 1990 solían alegrarse ante ese hecho; muchos de ellos vaticinaban la emergencia de una suerte de "autoridad global transnacional" (amalgama de FMI, Banco Mundial, OMC, Naciones Unidas...). Fue una fantasía efímera. La profundización de la crisis ha degradado y desacreditado a esas organizaciones; las necesidades imperiales de Estados Unidos (empleando brutales iniciativas militares y financieras) contribuyó decisivamente a ello.


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Quinto, la ultraprivatización de la riqueza que se manifiesta como desprecio de la burguesía imperial (pero también de las periféricas) hacia la función pública. Es decir, el desinterés de las clases dominantes por la integración de las clases inferiores a través del Estado. El apartheid social es una de sus consecuencias. Sexto, la desintegración social, marginalización en ascenso de grandes masas humanas. Séptimo, vinculado a lo anterior, la subutilización y destrucción a escala global de fuerzas productivas (en el sentido amplio del término). Octavo, la inutilidad práctica creciente de los sofisticados y carísimos aparatos militares, cuyo gigantismo apabullante se contrapone a su incapacidad para ganar guerras coloniales como la de Irak. Es necesario constatar que la larga crisis actual -motorizada por una sobredosis de parasitismo financiero, sin reconversiones productivas a la vista, desintegrando de manera permanente grandes masas de población, apuntando hacia el agotamiento de recursos naturales- ha quebrado numerosas rutinas características del viejo capitalismo. Entre ellas, la repetición de grandes ciclos de depresión-expansión, como las ondas largas de Kondratieff. Hacia el final del siglo XIX, Engels sostenía que los ciclos decenales que habían atravesado a la economía inglesa empezaban a formar parte del pasado (Marx-Engels, op. Cit.). Ahora, la experiencia reciente nos muestra que la dinámica de los ciclos de Kondratieff, de aproximadamente cincuenta años (un cuarto de siglo de ascenso y un cuarto de siglo de descenso), a partir de la "crisis" del cambio de fase (1968-74), se convirtió, desde hace más de tres décadas, en "crisis crónica" (pronto cumplirá cuarenta años de edad). Su duración supera ampliamente a todas las declinaciones capitalistas anteriores (siglos XIX y XX) y cualquier evaluación mínimamente rigurosa concluiría con el pronóstico de que esta ola descendente durará, fácilmente, más de medio siglo, equivalente a más de un ciclo completo de Kondratieff (con su ascenso y su descenso). Quienes (neoliberales, neokeynesianos, etc.) desde fines de los años 1990 esperan confiados el "inminente" recomienzo de una nueva era de prosperidad capitalista deberán transformar su impaciencia en resignación. El mundo ha cambiado. La profundidad de la decadencia no admite nuevos parches (keynesianos


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u otros). Si admitirá, cada vez más, cambios revolucionarios integrales, tentativas de abolición (superación) del marco civilizacional actual, de la civilización burguesa, que, luego de su recorrido milenario y de haber llegado a la hegemonía planetaria, ha devenido antagónica a la grandes fuerzas humanas que ella misma desató. El postcapitalismo aparece ahora, mucho más que a comienzos del siglo XX (cuando comenzó la primera etapa de la decadencia del sistema) como una necesidad profunda del género humano.

Junio 2005 Bibliografía - Beinstein, Jorge; "Estados Unidos en el centro de la crisis mundial", Enfoques Alternativos nº 27, Buenos Aires, noviembre 2004. - Bujarin, Nicolai I., "El imperialismo y la economía mundial", Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba, Argentina, 1971. - Chaunu, Pierre, "Histoire et décadence", Perrin, París, 1981. - Duclos, Denis, "Étrange ressemblance avec la fin de l'empire romain. La cosmocratie, nouvelle classe planétaire". Le Monde Diplomatique, París, Agosto, 1997. - Fernandez Urbiña, J., "La crisis del siglo III y el fin del mundo antiguo", Akal/ Universitaria, Madrid, 1982. - Fukuyama, Francis, "El fin de la historia", Doxa nº1, Buenos Aires, 1990. - Gimpel, Jean, "La revolution industrielle au Moyen Age", Seuil, 1985. - Godin, Thierry, "Les métamorphoses du futur", Económica, París, 1988. - Hobsbawm, E. J.; "La crisis del siglo XVII" en "Crisis en Europa, 1560-1660", Compilación de Trevor Aston, Alianza Universidad, Madrid, 1983. - Lenin, V. I., "El imperialismo, fase superior del capitalismo" en "Obras Escogidas", tomo I, Ediciones en Lenguas Extrangeras, Moscú, 1960. - Le Roy Ladurie, Emmanuel, "La crise et le historien" en "Le Concept de crise", Editions du Seuil, Paris. 1976. - Mandel, Ernest; “La crise 1974-78”, Champs-Flamarion, París, 1978. - Marchal, J.M; “Expansion et récession. Iniciation aux mécanismes généraux de l’économie”, Cujas, París, 1963. - Marx-Engels, “La crise”, Recopilación y comentarios de Roger Dangeville, 10/18- Union Générale d’Editions, París, 1978. - Rostovtzeff, M. Invanovich, “Historia social y económica del Imperio Romano”, Espasa-Calpe, Madrid, 1973..



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ESTADOS UNIDOS EN EL CENTRO DE LA CRISIS MUNDIAL

Jorge Beinstein(1)

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acia el final de la década pasada, la economía norteamericana solía ser presentada por los medios de comunicación como el megamotor del crecimiento global, el paradigma del capitalismo triunfante, donde, según los gurús neoliberales, se estaba expandiendo de manera vertiginosa una Nueva Economía basada en la alta tecnología y desatando un círculo virtuoso de progreso indefinido. Se nos explicaba que las innovaciones tecnológicas generaban ingresos que incitaban a innovar más, lo que a su vez expandía la riqueza, etc. Todo ello expresado en una euforia bursártil sin precedentes (nadie recordaba lo ocurrido en 1929). Clinton ocupaba la Casa Blanca y regalaba simpatía (el caso Lewinsky agregaba una nota de alegría suplementaria a la fiesta de los mercados). (1) Artículo publicado en “Enfoques Alternativos”, n° 27, Buenos Aires, Octubre 2004.


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Sin embargo, algunos hechos disonantes perturbaban la armonía; en primer lugar, el contraste entre el auge consumista y la casi desaparición del ahorro personal. Los ciudadanos del Imperio gastaban todos sus ingresos y contraían deudas porque, de manera directa o a través de fondos de inversión o pensión, ganaban mucho dinero especulando en la Bolsa. Las empresas, en especial, las llamadas tecnológicas, veían cómo, día tras día, se valorizaban sus acciones, lo que les permitía (sobre)invertir y (sobre)endeudarse. Todo eso hacía subir las cotizaciones bursátiles sin mayor vinculación con la rentabilidad real de las firmas. La burbuja se desinfló en el año 2000. Clinton le dejó su puesto a Bush y se instaló la recesión. Además, llegó el 11 de septiembre de 2001, marcando el despegue de una era militarista. No han faltado observadores, en especial, del campo progresista, para señalar el antagonismo entre un Bush arbitrario e imperial y un Clinton multilateral, negociador, apegado al juego de las instituciones. Sin embargo, Clinton impulsó una descomunal concentración de ingresos, desató la guerra en el corazón de Europa (Yugoslavia) e intensificó el bloqueo y los bombardeos contra Irak que prepararon la invasión posterior. Todo su andamiaje económico se apoyó en la hipertrofia financiera, acelerando el ascenso de las mafias que ahora gobiernan a cara descubierta. En realidad, el fascismo crispado de Bush, sus delirios imperialistas y la corrupción que lo rodea heredan, exacerban, tendencias dominantes durante los años 90. La mutación parasitaria del capitalismo norteamericano y sus consecuencias sociales, políticas y militares se gestaron durante mucho tiempo, con la complicidad de demócratas y republicanos; hunde sus raíces en la financierización del capitalismo mundial. Motores de la crisis Estados Unidos salió de la recesión hacia fines del 2001 inflando una segunda burbuja financiera, cuya base no fue, esta vez, la especulación bursátil, sino el negocio inmobiliario. Se produjo una nueva concentración de ingresos impulsada por las reducciones fiscales a los ricos, los gastos militares y otras transferencias de recursos públicos a


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camarillas económicas asociadas al gobierno (entre éstas, las multinacionales petroleras que orquestaron la invasión a Irak). Dicha reactivación amplió los viejos desequilibrios, generó nuevos y rehabilitó otros que dormían durante la era Clinton. El resultado ha sido una avalancha de problemas que desbordan la capacidad de control del sistema, empujándolo a la crisis. El indicador negativo mas visible es el fracaso de la invasión de Irak, que asume un doble aspecto. Por una parte, constituye un duro golpe para la estrategia estadounidense de control de los recursos petroleros mundiales; la aventura iraquí y la ocupación de Afganistán fueron pensadas por el equipo Bush como implantaciones iniciales que serían luego seguidas por la invasión de Irán y la colonización de las repúblicas exsoviéticas de Asia Central, presionando sobre Rusia y China hasta someterlas completamente. El esquema se empantanó y la posible retirada (derrota) de los invasores de Irak muy probablemente desatará una escalada de movimientos antinorteamericanos desde Medio Oriente pasando por Pakistan y llegando a Filipinas e Indonesia. Los pueblos islámicos (más de 1300 millones de personas) serán la base humana de esas transformaciones. El otro aspecto, mucho más grave aún, es que el fiasco en Irak desnuda la impotencia del sistema militar estadounidense para ganar rápidamente una guerra colonial contra un país de solo 25 millones de habitantes, destruido por una sucesión de guerras (la guerra IrakIrán, la primera guerra del Golfo, la década larga de bombardeos anglonorteamericanos). Fracaso del aparato de inteligencia, sobrecargado de sofisticación y dólares, pero incapaz de procesar eficazmente información, consecuencia del embrutecimiento intelectual de recursos humanos provenientes de una sociedad decadente. Débil moral de combate de tropas regulares y mercenarios (los famosos “contratistas“), que despilfarran armamento y masacran población civil indefensa. Fanfarronería tecnológica acompañada por una logística desmesurada, paralizante, resultado de la carencia de apoyos locales significativos. Se repite así la historia de las declinaciones de imperios y civilizaciones del pasado.


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Otro factor de crisis es la acumulación explosiva de desequilibrios. El déficit del comercio exterior viene creciendo desde hace más de una década, pero ahora llega a niveles insostenibles (más de 500 mil millones en 2003, seguramente superados este año) debido a un tejido industrial cada día menos competitivo corroído por la dinámica financiera. El déficit fiscal superó este año los 400 mil millones de dólares afectado por el aumento de los gastos militares y las reducciones tributarias a los ricos, cuyo resultado es una deuda pública que supera los 7,4 billones de dólares (el 67% del PBI, unos 25 mil dólares por habitante) -desde hace 12 meses, su ritmo de aumento diario es del orden de los 1700 millones de dólares(2). La segunda burbuja Detrás de la expansión de los desequilibrios se encuentra la prosperidad efímera generada por la segunda burbuja financiera, centrada en la especulación inmobiliaria. La bajada de las tasas de interés, hasta llegar al 1%, y la multiplicación de incentivos públicos impulsaron una avalancha de préstamos hipotecarios sobre viviendas: los precios de casas y apartamentos se fueron a las nubes. Durante la burbuja anterior, el aumento de las acciones infló artificialmente la riqueza de las familias (hasta que se pinchó el globo); ahora, el alza de los valores inmobiliarios tiene un efecto similar, engendrando una ola consumista basada en deudas, aunque buena parte de estos créditos fueron negociados a tasas variables y con deudores con limitada capacidad de pago, lo que hace suponer que la inevitable subida de tasas de interés en el próximo año colocará en situación de insolvencia a una masa considerable de deudores hipotecarios, desatando una cadena de impagos que golpeará al sistema financiero(3), derrumbando los valores inmobiliarios. La crisis energética A ello se agrega la crisis energética. A mediados de 2001, la administración Bush publicó su Plan Nacional de Energía. En ese momento, (2) U.S. National Debt Clock, (www.brillig.com/debt_clock) (3) William Engdahl; “Estados Unidos: ¿hacia una recesión en 2005?“, Enfoques Alternativos, número 26, septiembre 2004.


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Estados Unidos importaba el 53% del petróleo que consumía, y el Plan pronosticaba que, para el 2020, esa cifra ascendería al 65%. Pero, en los primeros nueve meses del 2004, la importación llegó al 65,5 % y, casi seguramente, en el 2005 alcanzará el 70%(4). La producción petrolera de Estados Unidos viene cayendo desde comienzos de los años 70, pero fue a mediados de los 1980 cuando la tendencia se aceleró; entre 1986 y 2004, la extracción cayó cerca de un 40%. Uno de cada cuatro barriles de petróleo vendidos en el mercado internacional es ahora comprado por Estados Unidos, que representa solo el 9% de la producción mundial de petróleo, aunque consume el 25% de la misma(5). Se trata de un consumidor voraz de los recursos petroleros globales, cuya explotación se va acercando al techo, a lo que seguirá pronto una trayectoria descendente(6). Ello hace subir los precios del petróleo agravando el déficit comercial norteamericano. Como señalan los expertos: se acabó el petróleo barato. Pero la culpa no es sólo de Estados Unidos, sino del conjunto de países superdesarrollados. La Unión Europea (primera importadora mundial) importa el 80% del petróleo que consume y Japón compra al exterior casi el 100% de su consumo. Si sumamos a las tres potencias, tendremos el 12% de la producción mundial, pero el 50 % del consumo y el 62% de las importaciones internacionales. Ahora esos países serán seriamente afectados por la carrera de precios petroleros; subirán sus costos productivos, caerán las ganancias y la inversiones de sus empresas, se desacelerarán o declinarán sus mercados internos, crecerá el desempleo. Y no podrán revertir la situación porque sus estructuras industriales tienen, a mediano plazo, rigideces tecnológicas insuperables. Los ahorros de energía y la utilización de fuentes alternativas avanzarán, pero relativamente poco, porque la magnitud de su costo (si pensamos en un reemplazo a gran escala) y el tiempo necesario (4) Fernando L. D’Alesandro, “Petróleo: ¿punto final?“, La Insignia, septiembre 2004 (www.lainsignia.org). (5) Agencia Internacional de Energía (www.iea.org) y U.S. Energy Information Administration (www.eia.doe.gov). (6) Ver el artículo “¿Hacia una crisis energética global?” en “Enfoques Alternativos” n° 27, Buenos Aires, Octubre 2004.


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para dichos cambios son incompatibles con la reproducción concreta de las áreas dominantes del capitalismo mundial, hegemonizadas por el cortoplacismo financiero. La crisis energética no obedece a un desajuste tecnológico corregible. Una vez más, resulta útil recordar otras decadencias de civilizaciones empujadas hacia abajo por el agotamiento (la superexplotación) de sus recursos naturales, atribuible a su incapacidad práctica, civilizacional, para producir de otra manera (es decir, con otras técnicas que permitan suavizar el consumo de esos recursos y/o utilizar otros). Un sistema técnico hegemónico es el resultado productivo de relaciones sociales en un período histórico determinado: dispone de una espacio de maniobra acotado por barreras culturales, intereses económicos, políticos, etc. ¿Quien empuja a quien? Aparentemente, Estados Unidos empuja hacia el pantano al conjunto de áreas dominantes del mundo, aunque, si profundizamos la reflexión, podríamos ver ese proceso de otra manera. La deuda externa total de Norteamérica (la pública más la privada) ronda los 4 billones de dólares, sus principales acreedores son japoneses, chinos y europeos. Estos últimos, aceptan dólares y compran bonos del Tesoro estadounidense, ayudando, así, a la superpotencia a cubrir su déficit fiscal y a comprar bienes y servicios al resto del mundo (potenciando su déficit de comercio exterior). También adquieren en la Bolsa acciones de las empresas de Estados Unidos y propiedades en dicho país, alentando las especulaciones bursátil e inmobiliaria. ¿Por qué lo hacen? Porque necesitan sostener al primer cliente del planeta; si éste se hunde, se hundirán las exportaciones y las colocaciones de excedentes financieros de dichos países. Japón viene amortiguando, desde hace tres lustros, una crisis de sobreproducción que no ha podido superar: le sobran mercancías y fondos que, sin el mercado norteamericano, serían inubicables (no existe en el mundo un comprador de la talla de la superpotencia). La situación de Alemania es parecida, el repliegue estadounidense golpearía al mercado global y, en consecuencia, a las exportaciones alemanas, sin cuya dinámica ese país habría entrado en recesión hace mucho tiempo. Los chinos también alimentan al supercliente: sin sus compras de productos industriales y su


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absorción de excedentes financieros, el modelo de mercado, tal como hoy existe en China, y la élite beneficiaria del mismo, entrarían en crisis. Este razonamiento lo podríamos trasladar a otros países de Asia del este. De todos modos, de seguir así esta relación perversa, donde los norteamericanos acumulan déficit y deudas mientras los otros acumulan una enorme montaña de papeles destinados a desvalorizarse, y donde todos juntos depredan velozmente los recursos petroleros (pilar decisivo de la economía global), la civilización burguesa entrará pronto en una seguidilla de turbulencias y depresiones imposibles de controlar. Por consiguiente, la culpa es compartida, la mundialización del capitalismo coloca a todas las clases dominantes de las potencias en el mismo barco, que también dispone de camarotes de segunda y tercera clase para las burguesías periféricas, atrapadas por la telaraña financiera. Ninguna de ellas puede tomar distancia del desastre: la que sale del juego, cae, aunque, si persiste, caerá tarde o temprano, arrastrada por la futura depresión global. Esto significa que no existe espacio histórico para potencias de reemplazo del Imperio en decadencia; tampoco lo hay para la autonomización durable de los capitalismos subdesarrollados.

Octubre de 2004



CAPITALISMO SENIL Y DECADENCIA MILITARISTA DEL IMPERIO

Jorge Beinstein

N

os encontramos en medio de una formidable mutación global, su centro es la decadencia de Estados Unidos. La guerra parece ser su única estrategia, aunque, en realidad, constituye el rostro visible de una embrollada arquitectura, que integra restos de viejas glorias y fracasos con nuevos delirios imperiales. La fuga militarista hacia adelante del gobierno de Bush lo va conduciendo hacia un callejón sin salida. Si persiste con la escalada bélica, es muy probable que su aislamiento internacional se acentúe al extremo y que la crisis económica internacional se profundice. Si desiste de ella, el retroceso se convertirá en derrota, sucedida por grandes turbulencias internas. La comparación con Hitler es inmediata. El Tercer Reich multiplicaba los frentes de guerra precipitándose en una extensión excesiva (suicida) de sus fuerzas y, en consecuencia, en un desastre seguro. Pero no podía dejar de hacerlo porque había perdido el


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control de su dinámica militar, resultado del cáncer social que lo devoraba. Es probable que tampoco pueda hacerlo ahora el Cuarto Reich. Causas de la guerra La guerra no solucionará la crisis del Imperio, sino todo lo contrario. Es por ello que se han multiplicado las consideraciones acerca de este aparente despropósito. Abundan las referencias a la presión del lobby petrolero, a la necesidad de tapar la corrupción política y empresaria (efecto Enron), de anestesiar a su opinión pública, afectada por el derrumbe bursátil. También proliferan las denuncias sobre la búsqueda de legitimación militar (campaña antiterrorista) del ascenso autoritario local (creación del superministerio de seguridad interior, aumento del control sobre los medios de comunicación)(1). Es necesario ir más allá de la coyuntura para entender lo que está ocurriendo. El aparato militar El primer tema es el del complejo militar-industrial producto de la II Guerra Mundial y de la guerra fría, que se fue convirtiendo en un factor esencial de la reproducción del capitalismo norteamericano. Los gastos bélicos aliviaron sus crisis y constituyeron el centro de sus revoluciones tecnológicas. En torno a dicho sistema creció una intrincada trama de estructuras científicas, industriales, burocráticas, políticas, financieras. La exageración de la amenaza soviética constituyó su legitimación esencial durante casi medio siglo. Al derrumbarse la URSS, numerosos analistas políticos pronosticaron la extinción gradual del complejo, su reconversión hacia la producción civil. Pero ello era imposible: la economía norteamericana, acosada por una aguda crisis de sobreproducción, no estaba en condiciones de soportar la desaparición de esa muleta esencial. Habría significado atacar intereses que ocupaban posiciones decisivas en el sistema de poder, con suficiente peso propio como para bloquear cualquier tentativa en su contra. Por consiguiente, la expansión continuó después del fin de la guerra fría. La rigidez estructural de la esfera militar, una de las causas del fracaso soviético, también opera como catalizador (1) Carolyn Baker, Ten reasons why Bush must have his war, Online Journal, February 27 2003, , www.onlinejournal.com).


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de la decadencia en el caso norteamericano. Constituye, por otra parte, el aliado natural tanto del autoritarismo interno como de los grupos de rapiña internacional, que necesitan, a menudo, de la coacción armada para controlar negocios (por ejemplo, el grupo petrolero). La crisis económica y su rostro financiero Un segundo aspecto importante es el de la declinación de la economía norteamericana. La misma fue amortiguada a lo largo de los 90 gracias a la hipertrofia financiera que absorbía e incrementaba fondos bloqueados en el área productiva. Ese auge motorizó el consumo (la especulación bursátil involucra actualmente a mas del 50% de la población) impulsando altas tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno e incluso permitiendo (al final del gobierno de Clinton) eliminar el déficit fiscal. La euforia especulativa redujo a cero los ahorros personales e infló las deudas familiares, empresarias y estatales. Eso no podía durar mucho. Hacia el 2000, la burbuja comenzó a desinflarse, se sucedieron los escándalos financieros y, finalmente, se desplomó la bolsa. En 2001 empezó la recesión, que se ha instalado para durar mucho tiempo. Los déficits fiscal y del comercio exterior han llegado a cifras altísimas; el norteamericano medio, estafado por la manipulación bursátil, sufre ahora un efecto pobreza que enfría el consumo ahogando al mercado interno y achicando los beneficios empresariales. En consecuencia, la salida imperialista se pone a la orden del día. Saquear recursos naturales y mercados en la periferia y desplazar a los rivales europeos y asiáticos aparecen como opciones lógicas para los grandes grupos económicos. El petróleo ocupa un lugar destacado en esta historia, aunque sería demasiado simplista atribuirle todo el mérito. Es cierto que el control de los yacimientos del Medio Oriente y de la Cuenca del Mar Caspio permitiría dominar el grueso de los recursos de petróleo y gas del mundo. Pero Corea del Norte carece de petróleo: agredirla significa desestabilizar el Extremo Oriente e impedir que China y sus potenciales socios, en primer lugar, Japón, constituyan un espacio independiente de Estados Unidos. En ambos casos, y también en el de América Latina, aparece la necesidad


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de controlar mercados y recursos desplazando a los rivales europeos y asiáticos. De todos modos, la guerra impone a Estados Unidos efectos económicos negativos que no podrán ser compensados con algunas victorias bélicas. Los nuevos gastos militares incrementarán el déficit fiscal y del comercio exterior, lo que a su vez hará caer el dólar. El peligro de una huida universal con respecto del dólar crece día a día(2), sus consecuencias serían catastróficas. Haría subir las tasas de interés en esa moneda dando un fuerte mazazo recesivo al Imperio y deprimiendo, así, el comercio global (Estados Unidos absorbe actualmente cerca del 20% de las exportaciones mundiales). La locura del poder El tercer tema es el de la creciente irracionalidad belicista del sistema de poder en Estados Unidos. El fenómeno puede ser comprendido insertándolo en el proceso más amplio de financierización de la economía norteamericana, que dio un salto decisivo en los 90, produciendo cambios sustanciales en todos los ámbitos de la vida social. Impregnando, subordinando, a todos los negocios, incluidas las empresas productoras de armas. Y se expresó en el predominio del inmediatismo especulativo, la eliminación de casi todas las reglas de juego, el distanciamiento cultural entre las élites superiores y la esfera productiva. La corriente arrastró al Estado y sus dirigentes políticos. El poder quedó prisionero del gigantismo que le otorgaba la súperconcentración financiera, favorecido por el derrumbe de la URSS, que mostró a Estados Unidos como la única superpotencia planetaria. Además, el colapso soviético dejó al aparato militar-industrial sin legitimación externa. En ese nuevo contexto, el Imperio utilizó excusas circunstanciales para seguir avanzando, como la primera Guerra del Golfo y la de Yugoslavia. Pero se trataba de enemigos insignificantes. La tensión entre la pequeña realidad y la búsqueda enfermiza de adversarios de gran talla fue generando megadelirios, que empezaron a tomar cuerpo alrededor del 11 de septiembre de 2001. No debe pensarse que la guerra infinita contra el terrorismo fue un puro invento del lobby militar y su compadre petrolero, sino la resultante (2) Michel Aglietta: «Le danger le plus grave est une crise du dollar» (www.lexpansion. com, 07-03-2003)


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de necesidades profundas de la cúpula del capitalismo norteamericano, desbordante de autoritarismo y voluntad de rapiña, más allá de las conspiraciones mafiosas propias de ese sistema de poder. Frente a ello, se acentuó el proceso de desintegración y degradación la base social, que empezó a ser vista por los de arriba como una suerte de otro mundo, inferior, muy lejano. El número de presos (dos millones, hoy), creciendo exponencialmente, más de treinta millones de consumidores de drogas, el aumento de la pobreza, de la precariedad laboral (y, ahora, la desocupación abierta) y la fuerte concentración de ingresos componen el panorama popular de Estados Unidos. Dicha realidad facilitó la hegemonía en el sistema de poder de una subcultura muy abstracta y agresiva, muy (demasiado) por encima del mundo. La posesión de instrumentos militares sobredimensionados remachó la trampa psicológica. De Hitler a Bush Es necesario volver nuevamente a la Alemania de los años 30 y su nazismo victorioso, descrito por Hermann Raushning como un nihilismo avasallador centrado en un poder autista(3), sin contrapesos reguladores, donde el éxito efímero del superaparato totalitario (policial, burocrático, tecnológico, militar, industrial, propagandístico) generó en la élite dominante la sensación de su omnipotencia. Pero esa subcultura aparatista-autoritaria, como señalaba Raushning antes del inicio de la guerra, producida y expandida por la máquina del poder, es tan vacía, artificial e inauténtica que el gigantesco aparato que la sustenta podría derrumbarse de una día para otro sin dejar la menor traza(4). Pero no exageremos con los paralelismos. Existe una especificidad determinante en el caso norteamericano actual. El aparatismo de tipo industrial y europeo de Hitler, prisionero de la cultura del maquinismo, se diferencia del aparatismo con base financiera de Bush, mucho más efímero, virtual, verdaderamente planetario, veloz. Otorgándole una mayor flexibilidad, pero también una elevada volatilidad. Si la sobre-extensión estratégica hitleriana condujo a su aplastamiento por una potencia periférica (la URSS), es probable que la guerra infinita de la hiperpotencia (3) Hermann Raushning, La révolution du nihilisme, Gallimard, París, 1980. (4) Ibid.


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norteamericana termine con la hiperimplosión del Imperio. Hecho aparentemente inverosímil si lo sometemos a una evaluación conservadora, pero probable si lo vemos desde la lógica del proceso en curso. Sin reemplazo a la vista Ello lleva al tema de las potencias hegemónicas de reemplazo que podrían emerger en el futuro. Dos fantasías circulan actualmente. Una, es la de la irrupción de un eje Alemania-Francia-Rusia como alternativa a la declinación de Estados Unidos. Pero la evaluación de esas tres componentes nos conduce a apreciaciones pesimistas. Alemania ha tenido un crecimiento casi igual a cero en 2002 y su recesión se está agravando en 2003, ya supera los 4.800.000 desocupados, las inversiones caen. La situación de Francia y del conjunto de la Unión Europea no es mucho mejor. La otra fantasía es la del ascenso asiático, pero poco puede esperarse de Japón, con más de una década de estancamiento y ahora entrando en depresión. En cuanto a China, en el mejor de los casos podrá sustraerse de la recesión mundial, volcándose hacia adentro, aunque corre el riesgo de sufrir la crisis de sus sistemas financiero e industrial (este último, muy dependiente del mercado externo)(5). Ello es así porque la globalización financiera triunfó en los años 90; nadie escapa hoy de las turbulencias del capitalismo mundializado, cuya declinación opera a través de una infinita red de vasos comunicantes de negocios y relaciones políticas. En consecuencia, no aparecen (y, casi seguramente, no aparecerán) reemplazantes hegemónicos a la vista. Esto confirmaría un escenario futuro de bifurcación caótica (Wallerstein). Su duración podría ser relativamente larga y uno de sus desarrollos posibles sería el de la mutación civilizacional. En ese proceso, durante una primera etapa, podrían subsistir formas de militarismo imperial mucho más degradadas que la actual. Dicha mutación, basada en la decadencia del mundo burgués, podría derivar en un tránsito, probablemente doloroso, hacia una nueva era de renacimiento humanista, sin hegemonías importantes, con emergencias significativas de nuevas formas de convivencia social basadas en la igual(5) François Godement, Des désequilibres majeurs se creusent en Chine, (www. lexpansion.com, 08-03-2003).


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dad, la solidaridad, la recuperación de dinámicas productivas autónomas, todo ello, superando, situándose más allá de la dinámica parasitaria (irreversible) del capitalismo. Hechos como el de la movilización planetaria simultánea de millones de personas el 15 de febrero de 2003 contra la guerra imperial nos estarían indicando que algo nuevo, esperanzador, está naciendo. A nivel mundial, aparece una realidad escandalosa despreciada por la literatura neoliberal: el antagonismo entre la presencia de fuerzas productivas globales (en un sentido amplio del término) saqueadas, comprimidas, y la persistencia de un capitalismo crecientemente improductivo, senil. Considero de enorme utilidad el empleo del concepto de capitalismo senil(6) porque hace referencia inmediata a las historias de las decadencias de imperios y civilizaciones, de los grandes ciclos, más allá de la especificidad capitalista. Donde la declinación ha sido siempre motorizada por metástasis parasitarias irresistibles(7) como lo podría ser ahora la hipertrofia financiera-mafiosa. De esa confrontación entre fuerzas productivas desbordantes y relaciones de producción puede emerger la degradación infinita o formas superiores de organización social. El socialismo se encuentra, entonces, a la orden del día, especialmente en la periferia, donde el desastre es abiertamente insoportable, muy especialmente en América Latina, donde la marea popular asciende, se extiende, tropieza, pero vuelve rápidamente al combate, se va radicalizando. La re-instalación del horizonte socialista constituye una apuesta contra la barbarie, un esfuerzo de creatividad revolucionaria y de superación del fracaso soviético, primer ensayo, plagado de torpezas e híbridos, nacido de una gran crisis capitalista. Pero la crisis presente es infinitamente mayor. En consecuencia, podemos pretender un socialismo mucho más alejado de los mitos de la civilización burguesa, menos autoritario, más libertario, menos aparatista, más basista y descentralizado, menos homogeneizador, más respetuoso de la pluralidad.

Marzo de 2003 (6) Jorge Beinstein, “Capitalismo senil”. Ediciones Record, Río de Janeiro, 2001. (7) Salvo, por supuesto, en los casos de intervenciones exógenas depredadoras (por ejemplo, la conquista europea del continente americano en el siglo XVI).



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