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ALGUNOS INCENDIOS SE APAGAN CON MIEL
y sus familias con gases lacrimógenos, para después quemar sus campamentos.
Horas más tarde, buena parte de la opinión pública criticó la pérdida de proporción en la respuesta federal; al fin y al cabo, se trataba de estadounidenses que pelearon por su país en las lodosas trincheras europeas. Perseguirlos a ellos y a sus familias con tanques y caballos ponía en entredicho los supuestos valores marciales como el honor y el agradecimiento. Hoover argumentó que había comunistas, anarquistas y otros radicales entre los manifestantes, pero el daño estaba hecho: a meses de enfrentar al demócrata Franklin Roosevelt por la presidencia, su figura se hundía hasta el punto del no retorno.
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Para sorpresa de pocos, en noviembre de 1932, Roosevelt derrotó a Hoover, llevándose 42 de los entonces 48 estados— hoy son 50; Alaska y Hawái se unen a EE. UU. hasta 1959—. Se respiraban nuevos tiempos pero los veteranos aún tenían hambre, solo que esta vez la reacción del gobierno sería muy diferente.
EN JUNIO de 1932, unos 15 mil veteranos estadounidenses de la Primera Guerra Mundial marcharon sobre Washington, D.C. ¿La razón? Ocho años antes, en 1924, el Congreso había autorizado para ellos bonos de mil dólares, bajo la condición de que serían canjeables hasta 1945. El argumento de los marchistas era sencillo: la Depresión de 1929 había dejado a muchos exsoldados en la calle, por lo que pedían adelantar el canje.
Los inconformes, si bien no fueron recibidos por el presidente Herbert Hoover, sí lograron dialogar con legisladores. La demanda encontraría apoyo en la Cámara de Representantes, pero en el Senado sería rechazada bajo argumentos de prudencia presupuestal. La mayoría de los veteranos admitieron la derrota y partieron a sus estados, pero muchos, entre 2 mil y 5 mil, realmente no tenían a donde ir, por lo que decidieron quedarse en el campamento que habían montado pasando el río Potomac.
Esto generó tensiones en el área de D.C., ya que entre los “huéspedes” seguían presentándose brotes de protesta. El vaso se desbordó tras un fallido intento de desalojo por parte de la policía y el ejército, que dejó dos veteranos muertos. Hoover, republicano impopular y rebasado por la Depresión, mandó a las tropas del General MacArthur: seis tanques y cientos de soldados a caballo con rifles y espadas desalojaron a veteranos
Historial De Alonso
• Licenciado en Mercadotecnia, Universidad Iberoamericana, CDMX (2010-2015)
• Curso de Verano: Historia y Relaciones Internacionales, El Colegio de México (2018)
• Maestro en Comunicación Política, Universidad de Glasgow, Reino Unido (2018-2019)
• Maestro en Ciencia Política, London School of Economics, Reino Unido (2020-2021)
@AlonsoTamez
Alonso Tamez
@AlonsoTamez1
En su biografía de Roosevelt, “Una vida política” (Penguin, 2017), Robert Dallek registra ese cambio. En marzo de 1933, a días de haber entrado a la presidencia, “los veteranos fueron ‘asesinados con amabilidad’. Roosevelt les ofreció un campamento del Ejército, tres comidas al día, un sinfín de café, y una gran carpa donde podían recitar el contenido de sus corazones. Él aceptó conversar con sus representantes, y la Sra. Roosevelt los visitó un día lluvioso, caminando con el barro hasta los tobillos”.
Dallek concluye: “Hoover envió al Ejército; Roosevelt a su esposa”. Semanas después de la ofensiva cordial de Roosevelt, la mayoría de los veteranos ingresaron afables al Cuerpo Civil de Conservación (CCC)—un programa de empleo temporal creado por Roosevelt—, mientras que aquellos que no aplicaron para trabajar en el CCC, recibieron transporte de regreso a sus hogares. El resto, como dice Dallek, se topó “con un Waterloo indoloro”.
En 1936, el Congreso otorgó a los veteranos su bono nueve años antes de la fecha estipulada. Y la lección histórica fue que, en efecto, algunos incendios se apagan con miel.
Martha Luc A M Cher Camarena
Senadora de la República del Movimiento Regeneración Nacional LXV Legislatura del Senado de la República