La Hora del Cuento, según Sara C. Bryant1 I No deis nunca un cuento leído al niño a quien hayáis prometido contarle un cuento. El atractivo es muy diferente: muy inferior, en el primer caso. El narrador está libre y el lector sujeto: el libro en la mano y las palabras en la mente le atan. El narrador no ve su arte limitado por nada: se levanta o se sienta, libre de observar el efecto que causa a su auditorio; de seguir el texto o modificarlo; libre de utilizar sus manos, sus ojos, su voz para reforzar su expresión. Su espíritu misma está más libre, porque, bien penetrado de su asunto, deja que las palabras acudan a su boca sin restricción. De aquí que un cuento narrado sea más espontáneo que un cuento leído, por bien que se lea. Y, en consecuencia, la corriente simpática que se establece entre el narrador y su auditorio, que cuando se interpone el libro con sus precisas palabras. A esta ventaja debe añadirse el encanto de la personalidad. Cuando nuestro espíritu está impregnado de un tema interesante, y lo vertemos sobre otro espíritu, éste aprovecha nuestro conocimiento y nuestro gusto por el tema. De aquí que una historia divertida resulte triplemente divertida en los labios de un alegre narrador que en las páginas de una revista. La corriente magnética de la personalidad es mucho más viva; los ojos se encuentran constante y naturalmente con los ojos; la expresión del que oye responde a la del que habla; el contacto es inmediato… De aquí también que para mayor eficacia de la maestra y mayor placer del niño, el arte de contar cuentos pueda proclamarse superior al de leerlos. Es un arte tan bello y noble como antiguo. Los aedas griegos, cuyos cantos formaron la Iliáda y la Odisea; los interpretes de las leyendas históricas que compusieron las Gesta Romanorum; los trovadores provenzales; los Minnensinger de Alemania; los bardos bretones, y nuestras abuelas, nietas de la insigne Maricastaña, no fueron sino continuadores de las generaciones de narradores nómadas, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos… En el reinado de los niños, donde las madres son soberanas, la bella costumbre no se ha perdido nunca del todo. Pero desde aquellos tiempos remotos, nunca, acaso, como ahora, se ha estado propicio a reconocer su importancia como medio popular y legítimo de distracción. A Fröbel2 corresponde el honor de haber sacado de nuevo a la luz el cuento, advirtiendo su gran valor educativo. En el kindergarten, de la hora del cuento, participan todas las clases en sus diversos grados… Pero es preciso que aquella o aquel, de cuyos labios Texto originalmente publicado en El Monitor de la Educación Común, AÑO LI, No. 115 (Julio, 1932). Argentina. Se ha respetado la ortografía, los subrayados, y los giros del original, que indican que más que una traducción de un texto de la autora, de lo que se trata es de un resumen de sus ideas, pues se habla de ella, se menciona su nombre, se dice lo que ella piensa, o acaso puede ser una selección de fragmentos de un texto más extenso, como parece indicar el uso frecuente de puntos suspensivos al final de frases o párrafos. Cotejando con otros textos conocidos, este corresponde con el conjunto de las ideas de la norteamericana. De todas maneras es importante lo que leemos ya que nos da una visión de lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos a principios del siglo XX, por un lado, y por otro, muestra un antecedente de la narración oral con fines pedagógicos en Argentina y del trabajo de Marta Salotti y Dora Pastoriza de Etchebarne en el Instituto Summa. Todas las notas son de Jesús Lozada Guevara. 2 Friedrich Fröbel (Alemania, 1782-1852). Conocido como “el pedagogo del Romanticismo”. Creador del primer kindergarten en 1840, entre otros aportes. 1