Hablar de los comienzos de la historia hispánica en el norte de México parecería remontarnos a un lapso de tiempo muy posterior al inicio de la historia de la conquista de México, su posición de región distante al principal centro militar-po- lítico del mundo mesoamericano lo colocó en un plano de marginalidad, pero el lector neófito se sorprenderá de que las expediciones españolas continuaron explorando hacia el norte casi inmediatamente a la caída de Tenochtitlán, a tal grado que se creó un camino a finales del siglo XVI hacia la región de los grupos pueblo en Nuevo Mexico cuya longitud era mayor a los 2500 kilómetros. Así como 300 años después el ferroca- rril cambiaría la ubicación, función, morfología y dinámica de pueblos, el camino en mención, definió asentamientos, creó nodos y puntos de interacción a consecuencia del comercio y la transculturación que ello implica (Cramausel, 2000).