Fairy Tales for a Fairer World (Spanish)

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Cuentos De Hadas Para Un Mundo Mรกs Justo Kirsten Deall Carolina Rodriguez




La idea, la redacción y el diseño de este libro forman parte de una iniciativa creativa del Proyecto de Cambio de Percepción de la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra. No es una publicación oficial de las Naciones Unidas. Cuentos de Hadas para un Mundo más Justo es una creación de un equipo multidisciplinario e internacional: Concepto: Carolina Rodríguez (Chile/Argentina) Autores: Kirsten Deall (Sudáfrica) y Carolina Rodríguez (Chile/Argentina) Ilustraciones: Koyo Do (Viet Nam/Japón) Maquetación: Carolina Rodríguez (Chile/Argentina), Esther Cappelli (Italia) Edición digital: Tudor Mihailescu (Rumania) y Jon Mark Walls (Estados Unidos) Plataforma de conversación electrónica: Tudor Mihailescu (Rumania), Jon Mark Walls (Estados Unidos), Juan Manuel Olea (España) y Javier Hernández (España) Idioma original: inglés Traducciones: francés, español, ruso, árabe, chino, griego. La producción de este libro no hubiera sido posible sin la amable contribución de los numerosos socios del Proyecto de Cambio de Percepción, que ayudaron a dar forma a las historias. Agradecemos especialmente el apoyo económico del Gobierno Federal Suizo y la Fondation pour Genève, así como la ayuda de Greycells, imprescindible para la elaboración de las próximas ediciones de este libro en otros idiomas.

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Cuentos De Hadas Para Un Mundo Mรกs Justo Kirsten Deall Carolina Rodriguez

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El Viaje

Capítulo 1

La Ciudad Vieja Página 1

Capítulo 2

La Ciudad de los Cerditos Página 17

Capítulo 3

El Elefante y la Tortuga Página 35

Capítulo 4

Caperucita Roja Página 53


Capítulo 8 La Sombra Página 129

Capítulo 5

La Princesa Bambú Página 71

Capítulo 6 Caleuche Página 93

Capítulo 7

La lámpara Página 113

Solo tenemos un planeta en el que vivir, y de todos nosotros depende que las futuras generaciones también puedan disfrutarlo. No lo lograremos si no trabajamos juntos. Este libro nos embarca en un viaje único y nos muestra que es posible conseguirlo si trabajamos juntos a través de las generaciones y desde todos los rincones del mundo. Ha llegado el momento de que todos colaboremos para salvar al mundo.

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Introducción

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l mundo está hecho de cuentos. Los cuentos modelan nuestro pensamiento, y el pensamiento guía nuestras acciones. Los cuentos revelan verdades sobre nosotros mismos, sobre la gente que nos rodea y el mundo en el que vivimos. También tienen la capacidad de transportarnos desde la realidad hacia un mundo imaginario del que fluyen las ideas, del que brota la creatividad, en el que la vulnerabilidad queda expuesta, y en el que se inculca la esperanza de poder contribuir al cambio. A través de los cuentos, conectamos con distintos personajes, vivimos sus victorias y desafíos y, en última instancia, desarrollamos una comprensión única de la vida, que transciende la nuestra propia. A través de los distintos géneros, empatizamos con las experiencias ajenas, similares a las nuestras, y que no siempre tienen un final feliz.

en los que una princesa debe casarse con el príncipe adecuado y que, a pesar de las diferentes variantes, siguen la misma línea. Son cuentos que todos conocemos y que, en algún momento, volvemos a contar a nuestros hijos y nietos. También sabemos que hay que adaptar muchas de esas historias a nuestra época.

Los cuentos de hadas, que existen desde hace muchos siglos, forman parte de nuestro patrimonio cultural. De alguna manera, las historias con las que crecimos nos unen. Muchos cuentos tradicionales comparten un argumento común, adaptado a cada región. Así, son muchos los relatos

humana, ya no consiste en que los países ricos ayuden a los países pobres; o en desarrollar ciertos sectores con un alto costo ambiental. Ni siquiera se trata de escoger un problema concreto, como la pobreza o la mortalidad materna, y afrontar cada cuestión por separado. Resulta cada vez más evidente que necesitamos

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Por otra parte, nos encontramos en un momento único. En septiembre de 2015, los líderes del mundo firmaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, un acuerdo global revolucionario. El desarrollo humano ha llegado a un punto en el que a nuestro mundo no se le puede aplicar un enfoque convencional. Proteger el planeta, y garantizar la supervivencia de la especie


enfoques más integrados, y que debemos ser plenamente conscientes de que el planeta es de todos, y que si lo administramos con cuidado y de forma sostenible, disfrutaremos, tanto nosotros como las futuras generaciones, de un brillante futuro. Este libro pretende combinar los cuentos tradicionales en un solo relato, contado desde otra perspectiva. Son cuentos de diferentes rincones del mundo, en los que a su vez se entremezclan elementos de otros cuentos. En esta ecléctica combinación, se han alterado los argumentos tradicionales de los cuentos que conocemos, para introducir desafíos y elementos modernos. El resultado es una historia llena de emoción, que recoge y pone de relieve aspectos que forman parte de nuestro mundo actual, y que están relacionados con los desafíos globales a los que nos enfrentamos.

entre lectores, expertos, especialistas y personalidades públicas. El objetivo es destacar estas cuestiones, e invitar a personas de todas las generaciones a unirse a un debate virtual que nos atañe a todos. Ahora que nos enfrentamos al desafío de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, debemos redefinir la manera de trabajar juntos. Este libro, fruto de una iniciativa innovadora, utiliza los cuentos tradicionales para implicar a todos en torno a los retos del desarrollo global, a través del diálogo. Si todos nos unimos en el esfuerzo colectivo de dar vida a estas historias —que encierran lecciones valiosas y, siempre actuales, sobre cómo proteger y salvar nuestro planeta— tendremos la garantía de que hemos dado un primer paso hacia la consecución de estos objetivos. Michael Møller Director General Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra

Las historias están relacionadas con los distintos Objetivos de Desarrollo Sostenible, facilitando las conversaciones en línea

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Los personajes

Escarlata Bisabuela de Caperucita Roja

Abuelita Rosa Abuela de Caperucita Roja

Rubí Madre de Caperucita Roja

Caperucita Roja Hija de Rubí

Viejo Cerdito Sabio

Cerdito Gruñón 1

Cerdito Gruñón 2

Rapunzel

Viejo Lad Bisabuelo de Aladino

Aladino Bisnieto del Viejo Lad

Quelin Bisabuelo de Cadin

Cadin Bisnieto de Quelin

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Reina Bambú Bisabuela de la Princesa Bambú

Princesa Bambú Bisnieta de la Reina Bambú

Colmillos Bisabuelo de Orejitas

Orejitas Bisnieto de Colmillos

Cerdito Arborícola

Cerdito Subterráneo

Cerdito Acuático

Baba Yaga

Brujo

Señor Mosquito

Lobo

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Sombra


Príncipe de las Nieves

Príncipe Soñador

Loman

Pincoya

Príncipe Zapatilla

Príncipe Rana

Gacela

Jabalí

Jaguar

Huenchula

León

Súper Rata

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Dedicado a las futuras generaciones.

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CapĂ­tulo 1

La Ciudad Vieja 1


É

rase una vez una pequeña ciudad, conocida por su chocolate, en la que vivía una familia única. Aunque no eran hermanos entre ellos, tenían algo en común que les convertía en una familia distinta a las demás. Estaba formada por héroes y heroínas de otros tiempos, que sobrevivieron a los colmillos del lobo, a los hechizos de las brujas o la fuerza de los gigantes, y acabaron viviendo felices y comiendo perdices… es decir, todos juntos en el Hogar Viejo, una residencia para personas mayores. La Ciudad Vieja, situada al final de un gran lago, en medio de las montañas, se había convertido en su hogar. Era un lugar precioso. Era tranquilo. Era predecible. Sus vidas eran la imagen de los finales felices que solo ocurren en los cuentos de hadas. Hasta que un día, las noticias anunciaron que el lobo había vuelto a echar a los tres cerditos de sus casas, por lo que sus vidas estaban en peligro. Y así fue como empezó una nueva serie de relatos de un mundo nuevo.

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Escarlata tiro su sándwich a medio comer y se dirigió a sus viejos amigos: ¡Ya no puedo más! —y no se refería a su almuerzo. De todo el grupo de amigos, Escarlata era la más delgada, y la de aspecto más joven y fuerte. Se la conocía como la Vieja Caperucita Roja, pero desde el día en que lavó su capa favorita (y también la única) con una falda naranja fluorescente, su capa se volvió escarlata. Sus amigos, bromeando, le decían que debería haberlo sabido y le pusieron un nuevo nombre: la Vieja Caperucita Escarlata, o simplemente Escarlata. —Ya no aguanto más malas noticias —dijo Escarlata—. No es que la historia se repita, es que es mucho peor. ¡El lobo sigue amenazando a los cerditos, y adentrándose en los bosques para comerse a todas las frágiles abuelitas del lugar de donde vengo! Debemos detenerlo de una vez por todas. ¡Hay que atraparlo! ¿Quién se apunta? —¡Cuenta conmigo! —dijo el Cerdito Sabio levantándose. Era el más sabio y positivo de los tres cerditos. Siempre encontraba una solución para cada problema. Los otros dos viejos cerditos, Cerdito Gruñón 1 y Cerdito Gruñón 2, eran gemelos y especialistas en buscarse problemas con grandes ideas y sueños. Al oír las valientes palabras del Cerdito Sabio, Baba Yaga dejó de comer las patas de pollo que estaba masticando con sus dientes de hierro. Baba Yaga era la favorita del Cerdito Sabio. Cuidaban el uno del otro, estaban siempre juntos y se querían mucho. Cuando él hablaba, ella le escuchaba. Baba Yaga había conocido al Cerdito Sabio en el bosque en el que ambos vivían unas décadas antes. Allí entablaron una estrecha amistad y, a medida que pasaban más tiempo juntos, ella también se volvía más sabia y bondadosa. Cuando Baba Yaga abandonó su choza del bosque para comenzar una nueva vida, solo se llevó las patas de pollo que sostenían su choza y las guardaba bajo la cama.

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Blancanieves, que con los años había perdido la vista, respondió: —Creo que has descubierto algo, Escarlata. Acabo de leer un artículo sobre la reaparición de la lámpara mágica… —dijo mostrando el periódico que sostenía. Nadie entendía lo que señalaba, porque estaba escrito en braille, pero sí sabían a qué se refería. —¡Es un escándalo! —dijo Pulgarcita, sentada sobre el hombro de Blancanieves. Escarlata se dirigió entonces a Hansel y Gretel: —¿Quieren detener a la bruja que trató de engordarlos para comérselos? —y, mirando a Jack, que estaba sentado frente a ella, prosiguió—: ¿Quieres que sobre la vida de tus bisnietos y tataranietos planee siempre la amenaza del ogro que vive al final de los tallos de habichuelas? La Sirenita estaba en un estanque hinchable situado junto a la terraza. Escarlata le preguntó: —¿No sería muy diferente tu vida si no existiera la Bruja de los Mares, que solo te concede tener piernas a cambio de tu lengua? —En realidad, era más una afirmación que una pregunta. Escarlata se dirigió hacia Rapunzel, que estaba sentada en su mecedora, y posó una mano sobre su hombro. —Mi querida Rapunzel… Todos esos años que la bruja te robó, encerrándote en esa horrible torre, aislada del mundo.

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Rapunzel, mirando a Escarlata, murmuró: —¿Qué bruja? ¿Qué torre? —Las pérdidas de memoria eran cada vez más frecuentes. El Cerdito Sabio continuó: —Depende de nosotros que esto continúe o no. ¿Quién quiere impedir que la historia se repita? ¿Quién quiere cambiar las cosas? —Yo los acompañaría, Cerdito. Si pudiera —dijo la Sirenita sacudiendo el agua con la cola, como para recordar a sus amigos que estaba hecha para nadar y no podía caminar sobre la tierra. —No hay nada que hacer —aseguró Hansel—, todos somos muy viejos. —Se levantó y salió de la habitación, arrastrando tras él su catéter y otros aparatos médicos. Gretel, que imitaba todo lo que su hermano hacía, salió con él de la habitación. Desde el corredor se oyó a Hansel gritar: —Además, ¿qué haríamos después de atrapar al lobo? No es la solución… —Tienes razón. No solo capturaremos al lobo, sino que construiremos casas más resistentes para los cerditos, en la Ciudad de los Cerditos. Enseñaremos a la abuela de Caperucita Roja a llevar una vida sana y mantenerse en forma. ¡Así evitaremos de una vez por todas que las cosas malas de la historia se repitan! El elefante Colmillos, que estaba comprimido entre dos Cerditos Gruñones, trató de salir de la mesa, pero estaba atascado.

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—De niño, nunca conocí al malvado lobo. En la selva donde yo crecí, el problema era yo. Tenía tantos prejuicios, que no compartía el agua con nadie. No era justo. Fui yo quien transmití ese rasgo de carácter, y quiero ponerle fin. Quiero que los elefantes del futuro traten a los demás como sus iguales —y, alzando su trompa sin dejar de mascar unas hojas verdes, declaró:

¿Verdad que es horrible no recordar el nombre de una persona, una cita con el dentista, o dónde has dejado tu libro? Imagina ahora tener esas lagunas de memoria todo el tiempo; algunas veces, hasta el punto de olvidar conductas aprendidas como vestirse solo. Rapunzel está cansada de sus pérdidas de memoria, y quiere saber por qué le cuesta tanto recordar algunas cosas. Está hablando sobre el Alzheimer y otros problemas de salud con expertos y otros líderes.

—Escarlata, me uniré a ustedes. —¡No metas tanto ruido masticando! —le espetó Cerdito Gruñón 1. La Reina de Bambú, que era la más inteligente de todos, dijo: —En mi tierra tampoco había un lobo feroz, ni una malvada bruja, ni un ogro. Yo simplemente fui una niña nacida de una rama de bambú y, tal como lo quería la tradición, debía aceptar un matrimonio arreglado para no desilusionar a mi familia. Yo me rebelé, luché por mi educación y, como consecuencia de ello, mi familia me rechazó. Desde entonces, muchos bebés bambú han escogido la vía

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fácil, y se han casado siguiendo las instrucciones de sus padres. Ya no soporto ver más mujeres obligadas a casarse. Me voy contigo, Escarlata. —¡Yo también! —dijo Quelin. Todo el mundo conocía la trágica historia de Quelin. Su hermanita había sido capturada por un hechicero, al que todos llamaban el Brujo. Fue una de las muchas jóvenes que fueron arrancadas de sus familias. Los demás también sabían que el viaje se estaba poniendo más peligroso porque tenían que ir con Quelin a la Isla del Brujo, una isla a la que muchos fueron a rescatar a sus hijos y nunca regresaron. Los dos Cerditos Gruñones suspiraron profundamente. —No veo cómo tres viejos cerditos podrían atrapar a un lobo joven y ágil, pero el Cerdito Sabio ha demostrado que toma mejores decisiones que nosotros, así que nosotros también iremos. —¡Cuenten conmigo! —exclamó el Viejo Lad con entusiasmo y dispuesto a vivir una nueva aventura. —¡Imposible! Sus pulmones no lo soportarían —dijo Escarlata. —¡Me llevaré la bombona de oxígeno! —aseguró el viejo Aladino. La anciana Princesa del Guisante era una experta en camas confortables, pero no sabía mucho más. —Viejo Lad —dijo—, ¿no creerás que la lámpara ha resucitado, verdad? Tú la destruiste, la arrojaste al hoyo en el que la encontraste. ¡Se acabó! La lámpara está muerta.

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—No estés tan segura —replicó al instante el Viejo Lad—, algunos creen que el joven Aladino quiere destruir toda la nación utilizando al genio de la lámpara, al que tiene bajo sus órdenes. Sin la lámpara mágica y el genio ¡no podría hacerlo! —Y si fuera así, ¿cómo piensas matarlos a todos exactamente? Las lámparas no matan personas —dijo la anciana Princesa del Guisante. —No necesariamente matando a todos, sino quitándoles aquello que necesitan para vivir —dijo la Reina Bambú, antes de recordar una frase de uno de los muchos libros que había leído—: «La vida dará su último suspiro cuando desaparezcan todas las necesidades humanas». —¿Cómo cuáles? —preguntó la Princesa del Guisante, que no comprendía la conversación. —Pues comida, agua, techo, educación, dinero, esperanza… todo aquello que necesitamos para vivir bien. —También hemos oído —añadió Pulgarcita— que el Príncipe Aladino acaricia el deseo de ser la persona más rica del mundo. Se ha comprado un palacio más grande; famoso por ser el más alto y el más hermoso. También se ha comprado islas, aviones, reservas naturales, ¡y hasta un león de mascota! Algo difícil de hacer sin el poder de la lámpara… —La lámpara mágica —añadió el Viejo Lad— es un instrumento poderoso, que se puede usar para hacer el bien o el mal. Los deseos del Príncipe Aladino son mezquinos, miopes y destructivos. Por eso tengo que regresar, Princesa del Guisante. —¿A qué están esperando? —preguntó la Sirenita.

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—Tienes razón, debemos regresar. ¡Regresemos juntos! —dijo el Cerdito Sabio, animándolos a todos. Tras retirar de la mesa la gelatina intacta y el helado derretido, Escarlata, Colmillos, la Reina Bambú, Quelin, el Viejo Lad y los tres Cerditos, comenzaron a planear el viaje. Rapunzel, que estaba en un rincón, apartada del grupo, entregó a Escarlata un regalo sentimental para el viaje. Escarlata, emocionada por ese hermoso gesto, lo guardó en su caperucita roja.

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A la mañana siguiente, se hizo la luz antes de que saliera el sol y de que sonara el despertador musical por el altavoz. En el Hogar Viejo, todos los días sonaba la misma canción. Era el único momento del día en que las personas que necesitaban audífonos se consideraban afortunadas. Después de cerrar las maletas, guardando los mapas y lupas en los bolsillos delanteros, pusieron a cargar los escúteres eléctricos y quitaron las telarañas del cofre volador del Viejo Lad. Estaban listos. Tras despedirse de unos y otros recibir sus buenos deseos, los ocho valientes y ancianos amigos se alejaron hacia el amanecer. Recorrieron —y el Viejo Lad sobrevoló— kilómetros y kilómetros, hasta que la Ciudad Vieja se fue haciendo más y más pequeña y la Ciudad de los Cerditos más y más grande. Al llegar a las puertas de la Ciudad de los Cerditos, descubrieron que el bosque de su infancia estaba envuelto en llamas.

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¡Ha llegado el momento de la energía limpia! No llegaremos muy lejos si no encontramos nuevas formas de utilizar las energías renovables a diario. La energía sostenible es un tema que hay que abordar ¡y la conversación comienza contigo! ¿Nuestras decisiones cuentan? ¿Cómo podemos marcar la diferencia? ¿Y por qué es importante una energía sostenible?

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CapĂ­tulo 2

La Ciudad de los Cerditos 17


L

os tres Cerditos vivían en la Ciudad de los Cerditos. Sus antepasados les habían enseñado que, si querían sobrevivir al lobo, cuando construyeran sus viviendas, además de escoger los materiales apropiados, lo más importante era encontrar un lugar seguro. Así que diseñaron viviendas más sostenibles, en lugares más seguros. Desafortunadamente, a pesar de eso, el lobo seguía intentando comérselos. Cada uno de los Cerditos tenía su idea de cómo debía ser la casa más segura. El Cerdito Acuático pensaba que lo más seguro era mudarse cerca del lago, porque los lobos odian el agua. El Cerdito Arborícola decía que era más seguro vivir en las alturas, en la copa de un árbol, donde el lobo no podría alcanzarlos. El Cerdito Subterráneo creía que lo más seguro sería instalarse bajo tierra, donde estarían a salvo de los lobos y los huracanes. Los cerditos nunca habían visto un huracán, ni vivían en una zona de huracanes, pero el mayor temor del Cerdito Subterráneo era enfrentarse a uno. Así que los tres cerditos decidieron modificar la forma de construir casas en la Ciudad de los Cerditos, ya que cada uno de ellos estaba firmemente convencido de su idea sobre el lugar más seguro para vivir. Era el primer día que el Cerdito Acuático pasaba en su casa flotante, una sencilla casa de madera, alimentada por dos aerogeneradores que producían toda la electricidad y la energía que la embarcación necesitaba. Al Cerdito le encantaba su nueva casa, a pesar de que era más bien pequeña y le constreñía. No podía limpiar las ventanas por fuera, porque no tenía donde sujetarse, ni organizar una fiesta de cumpleaños en el jardín, pero al menos se sentía a salvo del lobo. Después de pintar el interior de su casa, el Cerdito se acostó en su cama segura, que tocaba los dos extremos de la vivienda, y comenzó a lanzar la pelota contra la pared. Muy pronto, la pelota salió por la ventana y cayó al agua, por lo que la perdió. Después comenzó a dar golpecitos con el dedo a la pantalla de la lámpara de noche, hasta que lo hizo con demasiada fuerza y la lámpara se cayó, rompiéndose el pie de

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Mucha gente desconoce las numerosas maneras de lograr una vivienda sostenible, o por qué es bueno para el medio ambiente y para nosotros. El diseño, los materiales, y los electrodomésticos de bajo consumo contribuyen a crear viviendas sostenibles y comunidades medioambientalmente más seguras, que hacen que las ciudades sean lugares agradables para vivir. ¿Cómo habría que construir nuestras casas para que fueran seguras, no solo para nosotros, sino para el planeta?

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porcelana. Entonces se sentó en la cama, y empezó a golpear con los pies el piso de madera. Continuó golpeando, y golpeando... Quizás esa casa era muy pequeña para un cerdito tan hiperactivo. Entonces, oyó la voz que tanto temía, gritando desde la orilla del lago... —¡Cerdito! ¡Cerdito! ¡Acércate a la orilla, para que pueda subir! —dijo el lobo. —¡No! ¡Jamás! —respondió el cerdito—. ¡Ni por todo el oro del mundo! Entonces se oyó la respuesta del lobo: —Muy bien, pues soplaré y soplaré, ¡y tu casa derrumbaré! El lobo llenó sus pulmones de aire y comenzó a soplar y soplar… Pero la casa no se cayó, ni tampoco salió volando. De hecho, apenas se formó alguna onda sobre la superficie del agua que les separaba. —¡Lo sabía! ¡Sabía que estaría a salvo! —dijo el Cerdito con el puño en alto—. Se lo contaré a los otros dos Cerditos. Aunque el Cerdito había sido bastante hábil y creativo construyendo su casa flotante, el lobo era más inteligente. Sabía que se acercaba una sequía, que había comenzado a extenderse por la tierra. Sabía que el agua que rodeaba al cerdito acabaría por evaporarse, solo era cuestión de tiempo, así que esperó pacientemente en la orilla. A medida que pasaban los días, la tierra iba secándose, hasta que no quedó ni rastro de tierra fértil. En poco tiempo, la casa flotante del Cerdito quedaría sobre una tierra seca y agrietada.

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Para entonces, el lobo, que estaba hambriento, comenzó a correr hacia el Cerdito Acuático, en busca de su almuerzo. El cerdito salió por la ventana y, a toda la velocidad que le permitían sus cortas patas, se dirigió hacia la casa del Cerdito Arborícola, que parecía haber escogido el árbol más alejado del lago. El Cerdito Arborícola se encontraba a los pies de su casa, construida entre grandes pinos y un abeto. Al mirar hacia arriba, observó cómo una hoja caía lentamente antes de posarse suavemente sobre la tierra. La trituró y la puso en el cubo de reciclaje. Poco después vio otra hoja que caía, pero la agarró antes de que llegara al suelo y la tiró. Se sentía feliz por poder alcanzar las hojas antes de que tocaran el suelo. Entonces se dio cuenta de que ese era el perfeccionismo del que tanto se quejaba el Cerdito Acuático. Dio una patada al cubo y las hojas se esparcieron; conteniendo el tremendo impulso de recogerlas, trepó a su casa del árbol, en la que había preparado un lugar para sus mejores amigas, las abejas. Desde lo alto, el Cerdito Arborícola podía divisar fácilmente cualquier situación de peligro. Aunque hasta ahora, no había visto ninguna. Hasta ahora... De pronto, vio al lobo persiguiendo algo... ¿Podría ser el Cerdito Acuático? Desplegó la escalera de cuerda y esperó al Cerdito, que venía corriendo tan rápidamente como podía. El Cerdito Acuático atrapó la escalera y comenzó a subir. Una vez arriba, ambos recogieron la escalera antes de que el lobo pudiera alcanzarla... ¡Estaban a salvo!

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Pero el lobo estaba furioso. —¡No crean que se librarán de mí! — gritó sacudiendo la base del árbol. Los Cerditos se agarraron fuertemente a las ramas mientras el lobo sacudía el árbol. La colmena de abejas situada encima de ellos se desprendió del árbol y, tras dar varios botes por el árbol, cayó al suelo. El lobo abrió su canasto, metió en él la colmena con todas las abejas enfurecidas y lo cerró. El Cerdito Arborícola exclamó:

¿Sabías que la humanidad depende de las abejas para su alimento diario? Lamentablemente, cada año mueren miles de abejas debido, entre otras cosas, a los pesticidas que protegen los cultivos de los insectos. Si las abejas mueren, no polinizan las plantas. Debemos gestionar este ciclo de consecuencias. El Cerdito Arborícola nos cuenta cómo los seres vivos y el planeta están interconectados y qué podemos hacer para evitar que sigan muriendo abejas.

—¡Eh, son nuestras abejas! —pero al lobo no le importaba. Con una malévola sonrisa, dijo a los dos Cerditos: —¡Cerditos! ¡Ayúdenme a subir al árbol! ¡De lo contrario, soplaré y soplaré, y su casa derrumbaré! —¡No! ¡Jamás! —respondieron los Cerditos—. ¡Ni por todo el oro del mundo! Los Cerditos eran listos, pero el lobo lo era más. Con una lupa, unas ramas secas caídas de los árboles y la ayuda del sol,

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obtuvo una delgada columna de humo. Después de soplar, soplar y soplar, logró avivar el humo que dio lugar a un intenso e incontrolable incendio. Los Cerditos, gritando, bajaron del árbol y se alejaron corriendo del bosque. Corrieron de puntillas sobre sus pezuñas, atravesando la densa humareda y alejándose del lobo hacia el Cerdito Subterráneo. Desde su guarida subterránea, el Cerdito Subterráneo creyó escuchar, en medio del fragor y el crepitar de las llamas, los gritos de los Cerditos. Movido por la curiosidad, abrió la trampilla que le separaba de los peligros del mundo, miró por encima de su hocico, y vio a los dos Cerditos tratando de alcanzar la puerta del Cerdito Subterráneo para huir del fuego y del lobo. El Cerdito Subterráneo vio un gran árbol en llamas que parecía empezar a caer a cámara lenta. —¡Cuidado! —les gritó. El árbol se derrumbó con gran estruendo, muy cerca de donde se encontraban los Cerditos, chamuscándoles los pelos de la cola, pero al mismo tiempo impidiendo el paso del lobo. —¡Uf! —exclamaron—. ¡Nos salvamos por los pelos! Los dos Cerditos, sin aliento y ya fuera de peligro, se introdujeron en la madriguera del Cerdito Subterráneo, que no podía evitar sonreír. Su casa había sobrevivido a la sequía y el fuego. A las puertas de la Ciudad de los Cerditos, el Cerdito Sabio y los Cerditos Gruñones 1 y 2 contemplaban, incapaces de pronunciar una palabra, cómo las llamas se iban expandiendo de un árbol a otro. Habían venido a salvar a los cerditos del malvado

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lobo y, en lugar de eso, se enfrentaban a un incendio. No podían salvar a los Cerditos de algo mucho más grande y fuerte que ellos mismos. —¿No hemos venido a salvar a los Cerditos? —dijo Quelin tranquilamente—. ¡Pues, salvémoslos! La tropa se hizo camino con cuidado por las zonas del bosque que todavía no estaban en llamas. Tras la humareda, divisaron dos siluetas que corrían sobre la punta de sus pezuñas. —¡Ahí están! —exclamó el Cerdito Sabio. —El humo apenas nos deja ver —dijo el Viejo Lad. Siguieron a los dos Cerditos, pisando los palos y las hojas secas con las ruedas de sus escúteres. Viendo al lobo apostado delante de la trampilla, frenaron en seco. Al tener ante sus ojos al enorme y malvado lobo, el Cerdito Sabio sintió que su valentía flaqueaba. Empezó a dudar. Escarlata se percató de su angustia: —Vinimos a salvar a los Cerditos, así es que ¡salvémoslos! Él la miró y asintió con la cabeza. Todos asintieron igualmente, metieron primera y giraron las motos en dirección al problema. Rodearon al lobo, y Cerdito Gruñón 1 dijo: —¡No vas para ninguna parte, Lobo! —Tras lo cual el lobo, brincando por encima de sus cabezas, se adentró en el humeante bosque.

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Se produjo un sorprendente silencio que Colmillos, que solía ser el primero en preocuparse, interrumpió: —¡Oh no! Se suponía que debíamos capturarlo… ¿Y ahora qué hacemos? —¡Haremos lo que vinimos a hacer! —dijo Quelin—. Puede ser que el lobo se haya escapado, pero volverá, y entonces, lo atraparemos. —Mejor entremos —dijo Escarlata señalando hacia la casa subterránea del Cerdito Subterráneo—. ¡Vamos, muévanse! Los Tres Cerditos estaban en la casa subterránea, bebiendo una taza de té negro y comiendo pastel, cuando la puerta se abrió repentinamente y entraron siete extraños ancianos y una enorme cabeza de elefante. Apuntándoles con su espray repelente de mosquitos en una mano, y un encendedor en la otra, el Cerdito Subterráneo dijo: —¡Váyanse o no dudaré en usar este espray inflamable! Los Tres Cerditos nunca habían conocido a sus bisabuelos, los tres Viejos Cerditos, por lo que les costó un tiempo entender qué era lo que les estaban explicando. Solo entonces, el Cerdito Subterráneo guardó el repelente y en su lugar les ofreció un pedazo de Torta Selva Negra. —¿Tan importantes son nuestras vidas como para arriesgar las suyas salvándonos del lobo? —dijo el Cerdito Subterráneo, intrigado por la generosidad de los Viejos Cerditos y con la boca llena de torta. —Conocemos el miedo —dijo el Cerdito Sabio—. Sabemos lo que se siente al vivir sin saber si veremos la próxima luna llena. Todo el mundo debería sentirse seguro y protegido. Todo el mundo debería vivir sin miedo. Todo el mundo debería tener una

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casa segura en la que cobijarse. En nuestra época, nadie supo cómo ayudarnos. Pero hoy, el mundo conoce mejor sus problemas. Colmillos trató de introducir algo más que el cuello por la trampilla, pero no pudo. Los teléfonos celulares y las computadoras han revolucionado nuestro mundo. Estas innovadoras tecnologías serán fundamentales para que el mundo avance. Sin embargo, también implican un rápido aumento del volumen de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos. Estamos generando un nivel de altísimo de estos desechos electrónicos tóxicos. La Reina Bambú lo sabe y ha decidido que su misión será contar a la gente cómo eliminar toda la chatarra electrónica.

—Lo siento amigo —dijo el Cerdito Subterráneo—, no construí esta casa pensando en los elefantes. —Todos se rieron. La Reina Bambú levantó su teléfono celular y el cargador, y le pidió a Cerdito Subterráneo si podía prestarle su cargador. El se lo dio, pero no era compatible con su teléfono. Nadie tenía un cargador compatible, por lo que, en un gesto de frustración, tiró el teléfono celular a la basura. Viendo que lo había tirado al cubo equivocado, los Tres Cerditos corrieron a ponerlo en el cubo de residuos electrónicos. Entretanto, la araña Anansi bajó del techo. El Cerdito Acuático, que tamboreaba impacientemente la mesa, de un salto atrapó el repelente de insectos, apuntando a Anansi.

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—Odio las arañas —dijo el Cerdito Acuático. —¿Estás loco? —gritó el Cerdito Sabio protegiendo a la araña con sus arrugados brazos—. ¡Su vida también cuenta! Te parecerá peligrosa, pero tiene una función muy valiosa para nuestro planeta. Anansi sonrió y se posó en el hombro del Cerdito Gruñón. El Cerdito Acuático soltó el espray y comenzó a tamborilear con el tenedor. El ojo del Cerdito Gruñón pronto empezó a parpadear por el continuo tamborileo, lo que indicaba que estaba a punto de estallar. —¡Quieto! ¡Para de agitarte!

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Se instaló entonces un incómodo silencio, que no duró mucho tiempo, porque súbitamente la mano peluda del lobo atravesó la superficie de la tierra y arrancó a los Tres Viejos Cerditos. Todos comenzaron a gritar, incluso Colmillos, cuya cabeza quedó atascada. Los Tres Cerditos, dejando a los ancianos en el bosque, corrieron tras el lobo sin ningún plan preciso. —El Cerdito Sabio querría que continuáramos —dijo Escarlata. —Tienes razón Escarlata. Te seguimos… —dijo Colmillos.

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CapĂ­tulo 3

El elefante y la tortuga 35


U

n día, Orejitas le dijo a Lluvia que no la necesitaba, y Lluvia se fue. Sin Lluvia, toda la tierra que la vista puede abarcar empezó a secarse. Se tornó estéril. Las plantas se marchitaron. Los lagos se secaron. En el territorio de Orejitas, solo quedó una laguna con agua, que él guardaba para sí, decidido a no compartirla con ningún otro animal que fuera diferente de él. Como Orejitas necesitaba alejarse de la laguna para buscar comida, le pidió a la Tortuga que vigilara el agua, dándole una única instrucción, muy precisa: —Ningún otro animal puede beber mi agua. ¡Ni siquiera tú!

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La Tortuga vigilaba la laguna encaramada a una roca. Se sentía henchida de orgullo como una rana mugidora por haber sido escogida para esa tarea. La Tortuga dijo a los pájaros de los árboles: —Cuando Orejitas vea lo bien que hago mi trabajo, se dará cuenta de que no soy muy diferente de él y, para recompensarme, me dará agua. —La Tortuga aún no sabía lo que iba a suceder. El calor abrasador hacía que de la superficie del agua se desprendiera vapor. De entre la bruma, surgió un mosquito. Era un mosquito portador de paludismo. El Mosquito le preguntó a la Tortuga: —¿Quién te has creído que eres? Tú no eres el dios del agua. Yo sí. La Tortuga era lenta para muchas cosas. Lenta en contestar y lenta en retirarse a su concha protectora al ver que el Mosquito se dirigía hacia ella. El mosquito portador de paludismo le picó en el cuello. Tras el picotazo, la Tortuga sintió un escozor y notó que la infección se introducía en su pequeño cuerpo provocando fiebre y cansancio. No había cómo combatirlo, así que metió las patas dentro del caparazón, y exhaló su último aliento. El pájaro de la canción popular que habitaba el árbol junto a la Tortuga, ya no cantaba su popular canción. Entretanto, llegaron al lugar un león, una jirafa, una búfala y muchos otros animales de las zonas secas de los alrededores, agotados tras recorrer largas distancias para encontrar un poco de agua. Sedientos, se acercaron a la laguna de Orejitas y vieron a la Tortuga boca arriba, sin vida. Pensaron que la Tortuga había viajado desde muy lejos para llegar hasta la charca y que había sufrido un colapso debido a la sed y el cansancio. Se sintieron muy tristes por la pobre Tortuga.

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El agua es un elemento esencial del mundo en que vivimos. La vida marina y las plantas necesitan agua limpia para sobrevivir; la tierra necesita agua para producir alimentos; y las personas necesitan agua limpia y saludable para beber y para el saneamiento. Si no es procesada, el agua insegura es una amenaza para la vida de la humanidad, y también para los animales terrestres y marinos. ¿Sabe cuántas personas carecen de acceso al agua? ¿Sabía que es posible filtrar y utilizar incluso las aguas residuales para transformarlas en agua potable limpia y saludable?

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De pronto, los animales oyeron una profunda voz que surgía de entre las nubes. —¡Atrás! ¡No pueden beber de esa agua! Se preguntaron quién estaba hablando. Se acercaron un poco más. —¡He dicho que atrás! Entonces oyeron un zumbido irritante y agudo, y comprendieron quién estaba hablando. Sedientos, los animales agitaron las orejas para alejar al mosquito. El Rinoceronte blanco del Norte se acercó al agua con valentía. —Señor Mosquito, todos tenemos mucha sed y estamos cansados, por favor, comparta el agua con nosotros. Y si es mucho pedir ¿podría al menos dejarme a mí dar un sorbo? El Mosquito no le hizo caso, pero el Rinoceronte insistió: —Señor Mosquito, ¿por qué no puedo beber un poco de agua? ¿Porque soy blanco? —Sí —contestó Mosquito. El Rinoceronte inclinó su enorme hocico y empezó a llorar. —¡Quedan tan pocos rinocerontes blancos como yo! No puedo soportar desaparecer yo también. El Flamenco, seguro de sí mismo, se acercó al Mosquito, enseñándole sus plumas rosadas. —Ningún flamenco rosa puede beber de mi agua —dijo el Mosquito.

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La Grulla del Paraíso, que estaba de pie junto al Flamenco Rosa, se alejó de este dando una gran zancada con sus largas y angulosas patas. Al verlo, el Mosquito le dijo: —Lo mismo digo para ti, Grulla del Paraíso. Entonces la Búfala dio un paso adelante. —Señor Mosquito ¿por qué no puedo beber agua? —Porque eres una niña. —¡Eso no es justo! —sollozó la Búfala. El Jabalí, que había perdido ambas piernas tras pisar una mina, se acercó en su silla de ruedas. —Prohibido al que no tenga piernas —dijo el Mosquito antes de que el Jabalí pudiera preguntar. —Pero… —¡No! Se acercaron sigilosamente dos leones machos con las colas entrelazadas. —Fuera de mi vista —les dijo el Mosquito—. No hay agua para ustedes. La Mamá Gacela avanzó, cepillándose el pelaje para tener mejor aspecto. —No sé qué te ocurre, pero apestas —espetó el Mosquito—. ¡Ni sueñes beber de mi agua!

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El Jaguar, exhausto por la distancia que había tenido que recorrer para encontrar agua, se acercó. —¡Tú ni siquiera eres de aquí, eres del Amazonas! No eres bienvenido. —Así que el Jaguar fue a tumbarse a la sombra, respirando lenta y penosamente.

Estos animales están hartos de la exclusión. Es algo que no deberíamos tolerar en nuestro mundo. Nadie debería ser discriminado por sus creencias culturales, su género, o su aspecto físico. ¿Qué tipos de discriminación existen? ¿Cómo protegemos los derechos humanos para todos? ¿Cómo reducimos la desigualdad?

Orejitas, de regreso de su expedición en busca de comida, vio lo que estaba pasando. Estaba indignado. Balanceando su enorme trompa, gritó con fuerza a todos los animales: —¡Nadie va a beber de mi agua! Ni siquiera tú, Mosquito. Se oyó retumbar la risa del Mosquito hasta que la pequeña criatura se situó justo en frente de los ojos de Orejitas. Mirando de reojo a Tortuga y sus tiesas patas, amenazó con quitar la vida a Orejitas. Orejitas, dándose cuenta de que su gran tamaño no era ninguna ventaja, declaró:

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—Tenemos que votar sobre esta cuestión —afirmó buscando la aprobación en la mirada de los demás animales. —¡No habrá ninguna votación! —ordenó el Mosquito. Sin los Tres Viejos Cerditos, el grupo de ancianos viajeros se había reducido de ocho a cinco. Todos los ancianos habían viajado por carreteras polvorientas llenas de baches para llegar a la única laguna que quedaba, salvo el Viejo Lad que planeaba disfrutando del confort de su cofre volador. La Reina Bambú tenía miedo de perder su dentadura. Frenó en seco. —¡No voy a conducir con estos baches! Todos estuvieron de acuerdo, excepto Colmillos, que disfrutaba de la brisa que refrescaba sus sudadas orejas. Para evitar conflictos en el grupo, Colmillos aparcó su escúter junto a los demás. El Viejo Lad, que incluso en los mejores momentos respiraba con dificultad, saltó del cofre llevando su bombona de oxígeno a la espalda y se acomodó encima del camión de Colmillos. Recorrieron a pie la distancia que faltaba en esa carretera polvorienta. El calor seguía siendo pesado y espeso. ¿Cree que votar es importante? Poder opinar sobre la manera de vivir la vida es significativo. Por eso, la democracia está relacionada con la paz y al respeto de los derechos humanos, desde la libertad de expresión hasta la elección del gobierno de un país. Son aspectos importantes de la paz y la justicia. Los que ya tienen el privilegio de votar, deben tomarse la votación en serio, con responsabilidad, ya que cada voto cuenta mucho.

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Oyeron unas voces que fueron haciéndose cada vez más fuertes y nítidas, hasta que se acercaron lo suficiente como para oír las conversaciones. Se escondieron tras unos arbustos y ramas secas para observar la situación. Estaban agachados, manteniendo el equilibrio sobre sus rótulas de plástico. No podían creer lo que tenían ante sus ojos: había muchos animales alrededor de una charca, algunos de ellos venidos de muy lejos. Parecía que un mosquito controlaba al grupo. Colmillos no recordaba que hubiera ningún mosquito controlador en sus tiempos. Se rascó la calva con la trompa. En aquella época, él era el problema. Él dijo a los animales que buscaran otra balsa de agua cuando desapareciera la lluvia, pero ahora un mosquito tenía el control. Los animales salvajes que rodeaban la laguna estaban deshidratados y sus vidas corrían peligro. El Viejo Lad dio un codazo a Colmillos: —¡Tú eres el más grande aquí! ¡Haz algo! Colmillos se acercó dando tumbos. —¡Ya basta! —Tuvo que pararse y quedarse quieto un momento porque sintió unas súbitas ganas de rascarse la cabeza. El Mosquito y los demás animales se dieron media vuelta para ver quién había hablado. —Alguien importante dijo un día que los derechos deben ser iguales para todos, sin privilegios especiales para nadie. —Colmillos no tenía ni idea de a quién estaba citando, pero estaba seguro de que esa era la verdad—. ¡Deja beber a todos los animales! Los jóvenes animales salvajes levantaron la cabeza esperanzados. El Mosquito, sintiéndose maltratado y despreciado, furioso porque Colmillos se había expresado libremente y sin pudor, dirigió su largo aguijón infectado de paludismo hacia el

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centro de la gran frente de Colmillos. La picadura, un grano rojo y abultado, se hizo visible inmediatamente. Colmillos regresó rápidamente junto a los ancianos, asustados. La picadura empezó a picar. Escarlata estaba furiosa. —¡Esto es una locura! —exclamó—. Agarró el tarro vacío del Cerdito Arborícola, y rápidamente trató de cerrar la tapa encima del mosquito. —¿Lo atrapaste? —gritó el Viejo Lad. Se agacharon para comprobarlo. —No. Se me escapó —gimió Escarlata. No habían atrapado al Mosquito y tampoco habían capturado al lobo de la Ciudad de los Cerditos. Sin embargo, se estaba desvaneciendo el vapor que emanaba del agua. Todo parecía en calma y no había señales de peligro. Todos los animales nómadas avanzaron para beber. No era la heroica victoria que hubieran deseado, pero se alegraron de que se pudiera acceder al agua. Bailaron, cantaron junto

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Cada vez hay más desplazamientos de personas. Muchas de ellas huyen de las guerras, pero otras buscan una vida mejor. Está comprobado que la mayoría de los inmigrantes contribuyen al desarrollo económico de los países a los que se trasladan. Aportan su competencia y sus tradiciones, que van enriqueciendo las culturas de todo el mundo. Se trata de un tema candente, debido especialmente a las ideas equivocadas sobre el impacto económico real de las migraciones.


con el Pájaro de la Canción Popular, y bebieron con libertad. Lo estaban celebrando cuando de repente, Colmillos se desplomó, en medio de sudores, temblores y escalofríos. Le dolían los músculos, tenía náuseas. Se agitaba, chillaba y lloraba de dolor. Todos los animales se agolparon a su alrededor. —¡Tiene zika! —gritó la Búfala. —¡No! ¡Tiene los síntomas del paludismo! Tenemos que darle agua para la fiebre e ir a buscar a un curandero. —¿Hay algún curandero? —preguntó Viejo Lad. —Quiere decir un doctor con poderes mágicos —explicó la Jirafa—, que ejecute un baile de curación. Corrieron todos juntos hacia el bebedero para recoger la mayor cantidad de agua posible para Colmillos. Orejitas aspiró con la trompa y retuvo toda el agua que pudo. Escarlata llenó de agua el tarro del Cerdito Arborícola. Los demás recogieron agua con las manos, que se les escurría entre los dedos. La Jirafa trataba en vano de recoger agua con sus pezuñas. Una vez recogida toda el agua que pudieron, se dieron media vuelta y vieron a Colmillos que levitaba en el aire, transportado por una multitud de mosquitos.

¡DETENEOS!

—gritaron—, pero sabían que era demasiado tarde. El Viejo Lad se dirigió al grupo de ancianos.

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—¡Debemos seguir! Me adelantaré con mi cofre volador para observar desde las alturas. Ustedes sigan con el plan hasta la próxima parada: la Ciudad Roja. Escarlata se opuso: —¡No! El malvado lobo ha atrapado a los Tres Ancianos Cerditos en la Ciudad de los Cerditos. Se han llevado a Colmillos de su propia tierra. Me niego a que el lobo me secuestre en mi ciudad. ¡Es hora de volver a casa! Esto es demasiado peligroso. —Dirigió una mirada llena de rabia al Viejo Lad, su rostro era del mismo color que su capucha. El Viejo Lad dijo tranquilamente: —¿Cómo vamos a evitar que la historia se siga repitiendo si no somos lo suficientemente valientes para salir de nuestras zonas de confort? Tú fuiste la valiente que empezó este viaje, algo que deberíamos haber hecho hace muchos años. No podemos rendirnos ahora. Recordemos para quién lo estamos haciendo. ¿Estamos todos juntos en esto o no? En silencio, regresaron a sus escúteres.

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CapĂ­tulo 4

La Caperucita Roja 53


H

abía una vez, en lo más profundo del bosque, una casita de madera, la casita de la abuela, rodeada de altos árboles frondosos por los que apenas podían pasar los rayos de luz. Era un bosque oscuro y frío, pero a la Abuelita Rosa no le importaba, porque allí había vivido siempre. Pasaba la mayor parte del tiempo en su casita, especialmente ahora, que padecía una diabetes de tipo 2. Muy cerca, a una corta distancia a pie de la Abuelita Rosa, vivía Caperucita Roja, su nieta preferida, y también la única. Caperucita Roja y su madre, Rubí, siempre habían vivido en la misma casa, la que fuera de la Abuelita Rosa, aunque en los últimos tiempos los alrededores habían cambiado mucho. El terreno había sido dividido en dos: el antiguo Bosque Rojo y la Ciudad Roja, de reciente construcción. En la zona de la ciudad se habían talado los árboles, que habían sido sustituidos por altos edificios, entre calles serpenteantes que se rodeaban y cruzaban entre ellas, iluminadas por una sucesión de farolas. Caperucita Roja era una auténtica urbanita.

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La Abuelita Rosa dependía de Caperucita Roja, que le lavaba el cabello y le traía comida todos los días. La comida no era muy saludable, porque no había mucho donde elegir. Todos los días, cuando Caperucita Roja iba a adentrarse en el bosque, Rubí le repetía las recomendaciones que ya conocía de memoria: —Ten cuidado donde pisas. No te apartes del camino y no te detengas a conversar con desconocidos. —Sí, Rubí —decía Caperucita Roja, quien, en ocasiones, a modo de broma, llamaba a su madre por su nombre de pila. No había extraños. El peligro estaba bajo tierra: eran las minas que aún quedaban de aquellos tiempos lejanos, cuando había lobos peligrosos merodeando por el bosque y amenazando a la gente que allí vivía. Cuando se resolvió el problema de los lobos, retiraron muchas de las minas, pero no encontraron todas. Por esa razón muchos vecinos tenían por mascota una Súper Rata, ratas entrenadas para detectar estos explosivos. Caperucita

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¿Sabía que en muchos países todavía hay minas terrestres enterradas? Cada día, las minas terrestres se cobran vidas, casi la mitad de ellas de niños. Las minas se enterraron en el suelo durante las guerras. Ahora, los países han acordado no usar nunca más minas terrestres, pero retirarlas costará cierto tiempo. En África, algunas organizaciones utilizan Super Ratas que son tan ligeras que pueden rastrear las minas terrestres sin detonarlas.


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Roja y Rubí tenían una. Hasta ahora, se había demostrado que era la manera más segura y fiable de atravesar el bosque. Una tarde, mientras esperaba la llegada de Caperucita Roja, la Abuelita Rosa abrió un paquete de caramelos. «Solo me tomaré uno», se dijo. La Abuelita sabía que Caperucita debía detenerse en la oficina de correos para retirar un paquete muy importante, lo que demoraría su visita. Se preguntaba qué contendría ese paquete y mientras reflexionaba, se acabó todo el paquete de caramelos. Luego se puso a pensar en la comida que Caperucita debía traerle y eso acrecentó su apetito. Pero viendo que Caperucita no llamaba a la puerta, el hambre de la Abuelita se convirtió en preocupación. Rubí estaba poniendo los restos de un guiso de carne cocida sobrante en un recipiente de carne cruda cuando sonó el teléfono. Era La Abuelita Rosa, preguntando por qué Caperucita Roja no le había traído su comida. Aterrada, Rubí soltó el teléfono y corrió hacia la ciudad preguntando a todos los vecinos si habían visto a la Caperucita. Su desesperación iba en aumento y su esperanza disminuía a medida que llamaba a las puertas de los vecinos. Habían pasado un par de días desde la desaparición de Caperucita Roja y el único signo de ella eran los carteles con su imagen pegados por toda la ciudad. Durante los dos primeros días de duelo, Rubí no recibió visitas ni salió de casa. La Abuelita Rosa la llamó para consolarla y recordarle amablemente que seguía necesitando comida. Aunque Rubí no se sentía con fuerzas para hacer la compra, sabía que la Abuelita Rosa no se podía valer por sí misma. También sabía que cualquier distracción sería buena, así que, a pesar de su tristeza, fue a la tienda más cercana, a una cuadra de su casa. Allí era donde Caperucita solía comprar. Era una tienda pequeña, pero tenía todo lo que necesitaban.

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Rubí se encontró con la tienda cerrada. Un peatón la vio mirando a través del cristal al oscuro interior del establecimiento y le dijo: —Cerraron ayer cuando se quedaron sin existencias; todas las tiendas de los alrededores tienen el mismo problema. Tendrá que ir a la ciudad vecina. —¿Cómo? ¿Por qué?

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—No se sabe. Nunca hubiera imaginado que aquí estaríamos desabastecidos. Tras tomar un tren y dos autobuses, Rubí llegó por fin a una tienda. Como había mayor variedad de productos de la que ella estaba acostumbrada, se detuvo en cada pasillo más tiempo de lo que le hubiera gustado, leyendo las etiquetas y comparando precios. Lo primero que la Abuelita había anotado en la lista era una docena de huevos. ¿Por qué hay tantos tipos de huevos si aparentemente todos son iguales, se preguntó Rubí? Había huevos de corral frescos, huevos de gallinas criadas en libertad y huevos ecológicos, y todos aseguraban ser la opción más saludable. Incluso vio huevos para veganos, que más bien parecían un racimo de bananas. Escogió los huevos orgánicos hasta que vio el precio y los reemplazó por los segundos más caros, haciendo caso omiso de todas las etiquetas. Siempre había creído que los productos más caros eran de mejor calidad, pero ahora se daba cuenta de que a veces, lo más caro era una estafa. Rubí, volviendo a mirar la larga lista de la compra, decidió que debía apurarse. ¡Ya sabía cómo se ponía la Abuelita cuando tenía hambre! Rubí se dirigió hacia la casita de la Abuelita siguiendo muy de cerca los pasos de su mascota Súper Rata. A cada rato, tenía que soltar las bolsas y detenerse a descansar; y en cada parada, la Súper Rata comenzaba a masticar ferozmente, a pesar de tener la boca vacía. Desde lejos, Rubí vio a la Abuelita Rosa hablando con dos amigos delante de la puerta de su casa. «Qué delgada y qué buen aspecto tiene Mamá», pensó. Cuando Rubí llegó donde estaban, saludó a la Abuelita Rosa con un beso en la mejilla y le dijo:

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Por primera vez en la historia, en el mundo hay un número desproporcionado de gente que padece desnutrición. Por un lado, son muchas las personas subalimentadas, y por el otro, hay mucha gente obesa o con sobrepeso. Es lo que la Organización Mundial de la Salud denomina la doble carga de la malnutrición. En 2015, más de 1900 millones de adultos tenían sobrepeso y más de 600 millones eran obesos. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Podemos fiarnos de todas las etiquetas de los alimentos? ¿Cómo saber qué alimento es realmente saludable y nutritivo?

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—¡Qué piel tan suave tienes mamá! —Es porque me protejo del sol, cielo. —¡Y qué buen porte tienes! —añadió Rubí. —Es por el yoga que practico todos los días. Rubí estaba desconcertada, esa no era la madre que ella conocía. —¡Qué fuerte te veo, mamá! —prosiguió. —Es porque como muy bien. —Tú no eres mi madre, ¿verdad? —Escarlata sacudió la cabeza. —No nos conocemos. Yo soy tu abuela y estos son mis dos amigos, la Reina Bambú y Quelin. Dentro de la casa de la Abuelita, Escarlata explicó el motivo de su viaje y todas las peripecias por las que habían pasado. —Nos sentimos derrotados y dudamos de nuestros esfuerzos. Fuimos estúpidos al creer que la vida sería tal como la habíamos dejado. La ciudad de los Cerditos, no muy lejos de aquí, fue nuestra primera parada. —Sí, sí, conozco a los Tres Cerditos —dijo Rubí asintiendo. —Habíamos planeado salvar a los cerditos de ser devorados por el lobo —continuó Escarlata—, pero en lugar de eso el lobo secuestró a nuestros amigos, los Tres Cerditos.

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Rubí permanecía inmóvil, parecía que no respiraba. Escarlata mencionó que la siguiente parada era la selva de la que procedía Colmillos. —Ahora comprenderán por qué estamos en el Bosque Rojo. Como el lobo siempre se ha comido a las abuelas más débiles y enfermas, hemos venido para hacer que la Abuelita sea fuerte y sana, y así él no se la coma también. —¿El lobo? —dijo Rubí riéndose— Hace décadas que no tenemos problemas con los lobos… desde que se colocaron las minas. —¿Minas? —preguntó Escarlata arqueando una ceja. —Sí, las colocaron para espantar a los lobos —explicó Rubí. —¿Y dónde está ahora Caperucita Roja? —preguntó Quelin. Lentamente, Rubí encogió los hombros y la cabeza. Las palmas de sus manos yacían inertes sobre su regazo. —Caperucita ha desaparecido. Y entonces… se oyó que alguien llamaba a la puerta:

TOC, TOC, TOC

. Todos se escondieron detrás de la puerta, armados con utensilios de cocina y el bastón de la Abuelita. La puerta se abrió lentamente y Rubí, que era la que más cerca estaba de la entrada, vio dos pequeñas pezuñas cruzando el umbral.

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—Perdonen que les moleste, soy el Cerdito Arborícola y vivo cerca de aquí. Me preguntaba si habían visto unas abejas —dijo sacudiendo un frasco vacío. —¡Cerdito Arborícola! ¿Por qué anda solo por el bosque? —preguntó Rubí. Los demás se dieron cuenta entonces que seguían conteniendo la respiración y exhalaron ruidosamente. El Cerdito Arborícola entró y esperó pacientemente, siguiendo las instrucciones de Rubí de no regresar solo. Primero Rubí tenía que preparar la comida para la Abuelita Rosa, pero después podría llevar al Cerdito Arborícola a su casa. Rubí comenzó a freír papas y después añadió pescado empanado al aceite. El aceite salpicaba por todos lados. La Abuelita Rosa consideraba que, para ser completa, una cena debía llevar salsa, sea cual fuere el plato. Escarlata, que observaba cómo Rubí preparaba esa comida aceitosa, pensó que podría enseñarle a cocinar de manera más sana. También pensó que Rubí tenía que recorrer largas distancias para obtener comida, así que Escarlata se dijo que sería una buena idea plantar un huerto sostenible en la entrada de la casa de la Abuelita Rosa. La Reina Bambú, miraba el mapa que estaba estudiando Quelin por encima de su hombro. Su próxima parada era el pueblo natal de Bambú. Se levantaron, dispuestos a irse, pero Escarlata dijo: —Me quedo para ayudar a Rubí a cuidar de la Abuelita Rosa. Me reuniré con ustedes después. —Ya sabes dónde encontrarnos —afirmó Quelin agitando el mapa en el aire. Y volviéndose hacia la Reina Bambú le dijo:

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—De los ocho del grupo, solo quedamos tú y yo —y, sonriendo, se enfundó su poncho rojo antes de salir junto con la Reina Bambú al frío exterior, dejando a los demás al calor de la casita de la Abuelita Rosa. El Cerdito Arborícola esperaba pacientemente a que la Abuelita terminara de cenar para que le acompañaran a casa. Esperaba que le dejara algunas sobras, pero no dejó nada en el plato. De hecho, solo se podía adivinar que había comido por la capa de aceite que tenía en sus labios, que parecía suficiente como para freír otra porción de papas. En ese momento el Cerdito Arborícola oyó a los otros dos cerditos, que corrían hacia la casa de la Abuelita gritándoles algo. El Cerdito Arborícola abrió la puerta y vio al Cerdito Subterráneo y al Cerdito Acuático corriendo por el bosque agitando un pedazo de papel en la mano. Los dos Cerditos, con las manos en las rodillas, intentaron retomar aliento. Soplaban y resoplaban. El Cerdito Subterráneo, agitando el cartel de «Caperucita Roja desaparecida» exclamó: —¡Acabamos de ver a Caperucita Roja! ¡Está al otro lado del bosque! Rubí agarró su abrigo. —Espera —dijo Escarlata— ¡llévate a la Súper Rata! —¿No vienes conmigo? —Me quedaré a cuidar de la Abuelita; además, quiero arreglar un poco el jardín. Vete con los Cerditos.

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Rubí agradecía mucho que Escarlata estuviera allí para ayudar, aunque no entendía qué quería decir con «arreglar un poco el jardín». Pero como no tenía tiempo para preguntas, se dirigió rápidamente hacia la puerta. Rubí, los Tres Cerditos y la Súper Rata salieron corriendo, cerrando la puerta de un portazo.

¡BUUUM! No fue el portazo el que les asustó, sino la explosión que se produjo en el exterior, que hizo temblar los árboles.

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Capítulo 5

La Princesa Bambú 71


E

n medio de unas plantaciones de bambú, vivían un próspero cortador de bambú y su esposa. A pesar de toda su riqueza, anhelaban tener sus propios hijos, que no llegaban. Un día, estando el cortador de bambú en su plantación, vio que una intensa luz salía del interior de un árbol de bambú. Cuanto más se acercaba, más brillaba. Cortó el bambú para ver de dónde venía la luz y al hacerlo, la luz se abrió como una flor y descubrió, sentada en el centro, a una pequeñísima niña. El cortador de bambú había oído que Pulgarcita había nacido de una flor, pero nunca había visto u oído hablar de bebés de bambúes. Colocó a la niña en la palma de su mano y admiró su resplandor. Luego la llevó a casa y la mostró a su esposa. La cuidaron y la quisieron como si fuera su propia hija. Le pusieron por nombre Princesa Bambú y le dieron el árbol de bambú en el que había nacido, para que recordara que la felicidad no está muy lejos. La Princesa Bambú creció y se convirtió en una dulce princesa. La relación con su padre, con el que pasaba largos momentos, creció y se hizo más fuerte que los bambúes que los rodeaban. Pasaban las jornadas de trabajo en las plantaciones de bambú. Ella repartía su tiempo libre entre su oso panda mascota, el kendo (que es un arte marcial) y la lectura, que practicaba en secreto. A la Princesa Bambú cada vez se le daban mejor las tres cosas. Sin embargo, no era de su talento de lo que se hablaba en todo el pueblo, sino de la fama y la fortuna de la que disponía por ser la hija de un próspero cortador de bambú. Cualquier príncipe que lograra enamorar a la Princesa Bambú, accedería a una vida acomodada. Cuando la Princesa Bambú cumplió 15 años, el cortador de bambúes envió una carta a cinco de los príncipes más ricos, invitándolos a sendos banquetes que celebraría en cinco noches consecutivas. Los príncipes sabían que era su oportunidad de seducir

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Millones de mujeres no tienen la oportunidad de convertirse en líderes en el ámbito profesional de su elección. Diversos factores como la cultura, la religión, la raza o la clase social en la que nacen, influyen en su trayectoria profesional. Muchas niñas y mujeres son obligadas a contraer matrimonio muy jóvenes o a realizar tareas asociadas con imágenes patriarcales de la condición femenina. Si se permite a las mujeres alcanzar todo su potencial en la sociedad, contribuirán al crecimiento económico de su país y esto significará igualdad de oportunidades, independientemente del género.

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a la princesa, pero, ante todo, era la oportunidad de obtener la aprobación de su padre. A fin de cuentas, el padre sería quien tomaría la decisión de emparejarla con el príncipe más adecuado. La Princesa Bambú sabía que, de acuerdo con la tradición familiar, ella se comprometería a una edad muy temprana, perdiendo así toda oportunidad de estudiar y avanzar en la escuela. Conforme avanzaba en edad, crecía su preocupación por esa ineludible tradición. El matrimonio debería ser el resultado una elección. Debería poder elegir el momento y el compañero para la vida. Ella se sentía demasiado joven, soñaba con viajar a lugares nuevos y formarse. Más concretamente, soñaba con convertirse en científica o ingeniera informática. Le encantaba desarrollar aplicaciones y participar en las redes sociales. Por otra parte, su padre recelaba de todo lo que fuese moderno y, en particular, de lo que él denominaba «los medios de comunicación muy

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poco seguros», como Internet. En su casa, estaban prohibidos los televisores, los teléfonos celulares y las computadoras… hasta el día en que su esposa le señaló que sus vecinos ahora parecían mucho más acomodados que ellos, ya que disponían de televisor y teléfono celular. La Princesa Bambú finalmente pudo tener el teléfono que tanto anhelaba, pero sin saldo ni un contrato de datos para poder usarlo como ella quería. Tenía que usar el wifi público, que no era fácil de encontrar. Llegó la primera noche de la serie de cinco banquetes. El Príncipe de las Nieves hizo su entrada en un tándem blanco, con el asiento de atrás libre. La Princesa Bambú pensaba que el Príncipe de las Nieves tendría la piel como su tatarabuela Blancanieves, blanca como la nieve, pero comprobó con agrado que no era el caso. Durante la cena, el Príncipe de las Nieves le preguntó a la Princesa Bambú cuáles eran sus gustos. Ella desveló su curiosidad por comprender el origen del universo, lo que alimentaba su deseo de estudiar física y convertirse en científica. También le contó que le interesaba la programación y la ingeniería. El Príncipe de la Nieves, mortificado, le dijo que una dama debe mostrar sus habilidades en la cocina y no en el aula. En su opinión, así es cómo una dama demuestra su feminidad: sirviendo y cuidando a su hombre.

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La Princesa Bambú respiró profundamente tratando de conservar la calma, mientras el Príncipe de las Nieves le explicaba el papel que, según él, deberían desempeñar las mujeres. El Príncipe de las Nieves continuó: —Fue mi tatarabuela, Blancanieves, la que encontró en el bosque una casa en la que vivían siete enanitos, un refugio seguro ya que la Reina de las Nieves quería que su vida… —Fuera más justa —interrumpió la Princesa Bambú impacientemente. —Para ganarse el derecho a vivir allí, Blancanieves fregaba los suelos, hacía las camas, remendaba la ropa que ellos usaban y cocinaba. Era un gran ejemplo para todas las mujeres. —El Príncipe de las Nieves no se percató de que la Princesa Bambú miraba por la ventana mientras tamborileaba la mesa con los dedos de la mano—. Por eso, yo quisiera honrar a mi tatarabuela teniendo siete hijos, y bautizándolos con los mismos nombres que los siete enanitos que ella tanto quiso. La Princesa Bambú se levantó y apretó su tallo de bambú con fuerza, hasta que sus dedos se pusieron blancos. Su padre, que observaba discretamente la situación, sintió que la cita no marchaba bien así que, antes de que el Príncipe de las Nieves se sintiera incómodo, lo despidió deseándole buenas noches, incluso antes de que sirvieran el postre. El Príncipe de las Nieves le agradeció a la Princesa Bambú la cena y se alejó en su tándem con el asiento de atrás todavía vacío. La segunda noche no podía ir peor que la primera. Loman, el famoso hijo del emperador estaba de camino. Tanto el emperador como su hijo eran conocidos en todos los lugares por su extraordinaria afición a la moda. El padre de Bambú imaginó

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que Loman y Bambú podrían hablar de diseños en seda y de las últimas tendencias. En el vestidor, la sirvienta de Bambú estaba fijando el último mechón de pelo de la princesa cuando sonó el timbre de la puerta. Había llegado a la hora establecida, ni un minuto antes, ni uno después. La Princesa Bambú, arrastrando los pies, avanzaba detrás del mayordomo hacia la puerta de entrada. La seguía muy de cerca su sirvienta, que iba acomodando su abombado vestido. Su padre notó el brilló de sus ojos, pero pronto se dio cuenta de que tan solo era la espesa y brillante capa de sombra de ojos de sus párpados. La puerta se abrió y la Princesa Bambú, dando un respingo, emitió un grito ahogado, horrorizada por lo que tenía ante sí. La sorpresa le impedía respirar. Loman entró rápidamente e, intentando ayudar, empezó a darle palmadas en la espalda, lo cual no hizo sino empeorar la situación de la Princesa Bambú. Esta se dio la vuelta, evitando su mirada. Loman no entendía su reacción. ¿No le habrá gustado mi atuendo? se preguntó. Una vez más, el cortador de bambú y su esposa, observaban la escena agazapados en lo alto de la escalera, para que la Princesa Bambú no les viera. Tardaron un tiempo en darse cuenta de lo que estaban viendo, antes de exclamar, con la voz entrecortada: ¡Pero si está desnudo! El padre de Bambú se precipitó escaleras abajo y con una túnica real ocultó el espectáculo, indigno para los ojos de su preciosa hija. Loman se resistía a vestir la túnica, pero el padre insistió en que se la pusiera si verdaderamente quería quedarse. Ya se habían servido dos platos de la cena y todavía faltaban tres más, pero la Princesa Bambú seguía aturdida tras el rudo despertar. Su padre le había enseñado que la primera impresión es la que cuenta, algo de lo que ahora, estaba más convencida que nunca. La aparición de Loman desnudo fue, de lejos, lo más

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emocionante que pasó esa noche. De hecho, su convicción sobre la belleza de su «traje» nuevo fue la única opinión que ella obtuvo de él en toda la noche. Cuando le preguntó por sus libros favoritos, se encogió de hombros. Cuando le preguntó por sus películas, actores o grupos musicales favoritos y cuáles serían sus vacaciones soñadas, él tan solo se encogió de hombros, se encogió de hombros y se encogió de hombros. Lo último que vio de él fue cómo se encogía de hombros al quitarse la túnica de su padre antes de dar las buenas noches. Una vez más, ella miró a otro lado, pero no podía olvidar lo que ya había visto. Cuando él le preguntó si se volverían a ver, ella se encogió de hombros. En la tercera noche, frente a ella se sentaron el Príncipe Rana y su rana. No parecía un príncipe. La piel le colgaba del cuello y, de frente, la Princesa Bambú sólo podía ver dos mechones canosos en las sienes, mientras su calva brillaba más intensamente que el sol. La rana no era mucho más atractiva, y el gato de

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Bambú, el Gato con Botas, inmediatamente mostró su desaprobación: saltó a la mesa y soltó un bufido a la rana que se encontraba en el hombro del Príncipe. El Príncipe echó al gato de la mesa, quizás un poco bruscamente y dijo: —Realmente no me gustan los gatos. Sé que este es tu segundo gato, pero también será el último una vez que nos hayamos casado. Bambú no recordaba haberle contado que este era su segundo gato, después de que el primero hubiera perdido sus siete vidas. Solo había compartido esa información en su perfil de las redes sociales, pero había configurado la cuenta en modo privado, de modo que solamente pudieran verla los amigos previamente autorizados por ella. ¿Así que, cómo la había podido ver? La Princesa Bambú estaba convencida de que había pirateado su cuenta de redes sociales y la había seguido. Poco después del postre, ya estaba fuera. Fuera de su vista y fuera de juego.

Es invasivo e inquietante saber que alguien ha pirateado nuestra cuenta de correo electrónico o que una persona desconocida ha tenido acceso a nuestra información privada. En la era digital actual, el derecho a la privacidad en línea es un derecho humano. Internet y las redes sociales están revolucionando la comunicación, pero si no se usan con precaución, pueden interferir con el derecho a la privacidad o a la libertad de expresión.

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Esa noche, en el vestidor, mientras su sirvienta la desmaquillaba, Bambú no pudo reprimir las lágrimas. Estaba harta y exhausta. —Apenas puedo aguantar cinco días recibiendo a estos «encantadores» príncipes; ¿cómo voy a pasar el resto de la vida con uno de ellos? Al día siguiente, la Princesa Bambú tenía que hacer compras en el pueblo. Aprovechó el viaje para tener acceso a wifi con su teléfono celular. Tras la noche anterior con el Príncipe Rana, había tenido la idea de investigar sobre el cuarto príncipe con el que cenaría esa noche. Aunque ella no iba a piratear su cuenta, solo vería la información que el príncipe había hecho pública. Y desde luego, la utilizaría con mucha más discreción en la conversación con el príncipe. En su café para gatos favorito, Bambú buscó información acerca del Príncipe Soñador en las redes sociales y se alegró al comprobar que sus álbumes de fotos eran públicos. Recorrió las fotos de los álbumes y se sorprendió agradablemente. Era atractivo, amante de su familia e incluso colaboraba en una organización de rescate de gatos. ¡Este sí! Era el caballero de la brillante armadura. La noche llegó y con ella, el Príncipe Soñador. Entre sorbo y sorbo de sopa, el Príncipe Soñador contó cada historia familiar con un nivel de detalle insoportable, ilustrándolas con álbumes de fotos, los mismos que ella ya había visto en su perfil de las redes sociales. Cada historia personal desembocaba en otra historia, y la noche fue transcurriendo como en cámara lenta. Su voz se fue alejando mientras su mente se concentraba exclusivamente en el helado de moka que estaba tomando. Delicioso. Tenía que acordarse de felicitar a los cocineros por otra cena excepcional.

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—En pocas palabras, ese soy yo. ¿Y tú, Bú? — dijo el Príncipe Soñador. A Bambú, perdida en sus ensoñaciones, le costó unos minutos darse cuenta, en primer lugar, de que le hacía una pregunta y, en segundo lugar, de que había utilizado un inquietante apodo para dirigirse a ella. Pero antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, exclamó: —¡Uy!, mira la hora que es. Es la hora de mi sueño reparador; por algo me llaman Príncipe Soñador. Adiós, buenas noches mi Bella Durmiente. Cuarto asalto. Subió las escaleras con desgana, le pesaban las piernas. Su padre, tratando de ser optimista, le preguntó cómo le había ido, pero ella le respondió cerrando la puerta del dormitorio de una patada. Quinta noche. El Príncipe número cinco. La Princesa Bambú estaba ya bastante decepcionada a estas alturas, y cansada de acicalarse todas las noches, así que decidió vestirse de manera informal. Su madre, desesperada al verla con pantalones le dijo que las señoritas no llevan pantalones. Perseguía a Bambú de habitación en habitación, cepillándole el pelo y rociándole el cuello con un perfume carísimo.

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Sonó el timbre y despertó la conciencia de Bambú que pensó que quizás hubiera debido esforzarse un poco más con su aspecto. Sin embargo, para no ceder ante la presión de su madre, y sin cambiarse los vaqueros, abrió la puerta con la cabeza bien alta. Probablemente excesivamente alta, ya que ante ella no había ningún príncipe encantador sino un gigantesco todoterreno que más parecía un camión militar que un vehículo ecológico para personas. Por el tubo de escape salía una humareda que parecía la de una fábrica quemando carbón. ¡El Príncipe ni siquiera estaba dentro! Una chispa por debajo de su campo de visión llamó la atención de la Princesa Bambú. Arrodillado, el quinto príncipe le invitó a probarse la zapatilla que tenía en las manos. Mandíbula cincelada, dentadura que brillaba en la oscuridad, pestañas de jirafa… Debió de quedarse paralizada un tiempo, hasta que él carraspeó:

Muchos animales están en peligro de extinción debido a actividades humanas como la caza furtiva, el tráfico y el desarrollo, lo que lleva a la pérdida de hábitat. Para ayudar, podemos no comprar productos confeccionados con animales en peligro de extinción o reciclar siempre los productos electrónicos. Es importante tomarse en serio todas las “pequeñas” acciones, ya que todo contribuye a salvar la existencia de las especies, como ha ocurrido recientemente con los osos panda, que ya no están en peligro.

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—¡Ejem! —La Princesa Bambú observó la zapatilla que tenía en la mano. Era de piel de serpiente, como los zapatos que llevaba, cuyos cordones estaban hechos de bigotes de bebé foca. Ella intentaba asimilar todo y dar algún sentido al resto de su vestimenta. Tenía un arpón atado a la espalda con un pescado colgando de un ojo. El Príncipe Zapatilla llevaba un chaleco de piel de visón dejando al descubierto sus brazos musculosos. En su estrecha cintura, un cinturón de piel de cocodrilo sujetaba un objeto extraño. ¡Era una pistola! ¿Pero qué príncipe lleva una pistola? El Príncipe Zapatilla creía ser lo que todas las mujeres deseaban; después de todo, las mujeres aman a los animales. La Princesa Bambú, por el contrario, pensó que el príncipe odiaba la naturaleza, puesto que vestía ropa confeccionada con animales en peligro de extinción. Dio un portazo y corrió a su habitación llorando. Es inútil, pensó. Nunca encontraré a nadie y, para mi padre, mi vida no tendrá sentido si no encuentro un príncipe. Quiero volver al lugar de donde vine. La Reina Bambú y Quelin llegaron a las plantaciones de bambú. Escondiéndose de la luz de la luna entre los altos tallos de bambú, avanzaban en dirección de la casa de Bambú. Todo estaba tal y como era cuando la Reina Bambú era niña. La misma mansión con el tejado en punta y el mismo puente de piedra sobre el estanque de carpas que ella y su padre construyeron. La única diferencia era que los árboles eran más frondosos y se inclinaban sobre el chorro de agua. La Reina Bambú rememoró los tiempos pasados allí, donde había crecido. Desafortunadamente, sus recuerdos no tenían un final feliz. Siendo muy joven, la Reina Bambú escogió la educación en lugar del matrimonio. Como consecuencia de ello, su padre la devolvió a la naturaleza donde, según él, aceptarían su visión de la vida. No veía ningún beneficio en su deseo de seguir aprendiendo, para él era una rebelde. Cortó sus lazos con ella tan bruscamente como cortaba bambúes para vivir y, para desgracia de la Reina, nunca conoció al príncipe

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con el que se acabó casando después de su graduación. Tampoco celebró con ella la subida del Príncipe al trono como rey de sus tierras, ni la apoyó en su dolor cuando lo perdió, víctima de a una enfermedad tropical. Fueron muchos años perdidos durante los que Bambú no tuvo padre. Ella no quería eso para la joven Princesa Bambú. Quería que su hija pudiera elegir su propio camino y tener a la vez el apoyo de su padre. Unos ruidos y movimientos en los alrededores sacaron a la Reina Bambú de su aturdimiento. No se movieron. Entonces apareció Baba Yaga. —¡Baba Yaga! ¡Viniste! ¡Casi me da un ataque al corazón! —dijo la Reina Bambú. —Pensé que podría venirte bien un poco de ayuda mágica —respondió Baba Yaga—. Y tenía razón, cualquier ayuda sería muy bienvenida.

Millones de niños, especialmente niñas, no van a la escuela por distintas razones. Porque no pueden permitírselo, porque quizás no hay una escuela cercana, o porque se les necesita para ayudar con los quehaceres diarios, como el cuidado de familiares, de la tierra o del ganado. Muchas veces, los que están escolarizados no reciben una buena educación, por falta de formación del profesorado . Si podemos ayudar a la escolarización o a la mejora de la educaciónde los niños, estos estarán capacitados y equipados para ayudar a otros en situaciones similares.

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—¡Ahí está! —exclamó Quelin. La Princesa Bambú se hallaba sentada frente a una chimenea, mirando fijamente las llamas, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. Mirando a la Princesa Bambú, Quelin sugirió que las dos mujeres fueran a hablar con ella. A él no se le daban bien las emociones, así que, para aprovechar el tiempo, empezaría a construir una balsa para ir a la Isla del Brujo. La Princesa Bambú estaba absorta viendo las llamas parpadear. Se preguntaba qué tiene el fuego que hipnotiza a las personas. Sus pensamientos le llevaron hasta la última conversación mantenida con su padre, después de que se fueran todos los príncipes. —Cualquiera de estos cinco príncipes es perfectamente adecuado para ti, ya que tu madre y yo seleccionamos sólo a los mejores. Si tú no escoges a uno, lo haremos nosotros —dijo al mismo tiempo que alimentaba el fuego lanzando a las llamas las cartas de aceptación de varias escuelas—. La Princesa Bambú se estaba planteando escapar. Era peligroso, pero el mal menor, pensaba. —¡Ejem! —carraspeó la Reina Bambú. La Princesa Bambú se dio la vuelta para ver quién estaba ahí. La Reina Bambú y Baba Yaga pasaron largo rato hablando y reconfortando a la joven Princesa Bambú. Después pasaron largo rato hablando con el cortador de bambú y su esposa sobre cómo debería ser el futuro de una joven. El cortador de bambú se resistía a cambiar, así que Baba Yaga hizo un movimiento con sus dedos mágicos en dirección de los padres, creando chispas y círculos de humo. Entonces el padre se dirigió a su hija:

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—Princesa Bambú, ha llegado el momento de que vueles con tus propias alas. Ve a explorar, ve a aprender nuevas cosas. ¡Hay tantas oportunidades para ti! La Princesa Bambú sollozó, aplaudió y abrazó con fuerza a su padre. Baba Yaga le guiñó el ojo a la Princesa Bambú. Por fin, el viaje de los ancianos daba sus primeros frutos. La Princesa Bambú sabía exactamente dónde quería estudiar: en la famosa escuela de física de la Ciudad Vieja. Sabía que tendría que irse con Baba Yaga y la Reina Bambú, que podrían llevarla allí una vez terminaran su viaje, ya que la escuela estaba muy cerca del Hogar Viejo. El cortador de bambú pensó que efectivamente, era un plan magnífico, y ofreció a las tres mujeres su barco para cruzar los mares. Desafortunadamente, tenían que pasar por la Isla del Brujo y recoger a Quelin antes de su última parada, en la Isla de Aladino.

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CapĂ­tulo 6

Caleuche

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E

n la Isla de las Gaviotas, en la parte inferior del globo, vivía la Familia Real del Mar. El rey, Millalobo, tenía cuerpo de león marino y la cabeza de hombre y de pez. Gobernaba sobre todas las criaturas vivas del mar. Su esposa Huenchula, la reina del océano, era mitad humana y mitad caballito de mar, porque había nacido de un bello unicornio y un robusto leñador. Huenchula conoció a Millalobo cuando vivía en tierra firme, donde pasaba el invierno. Estaba sacando agua de un pozo y, cuando miró en su interior, en lugar de ver su reflejo, descubrió el rostro de Millalobo que la observaba. Fue amor a primera vista. Se hicieron novios y después se casaron. Entonces, Huenchula se fue a vivir con Millalobo al fondo del mar, aunque visitaba a menudo a sus padres, y también regresaba a la superficie a tomar aire. Millalobo y Huenchula tuvieron tres lindos hijos: Pincoy, un tritón y príncipe de las plantas marinas, y dos princesas sirenas, Pincoya y Sirena. Los tres ayudaban a sus padres a cuidar el mar. La prioridad de Huenchula era la Isla de las Gaviotas, donde había nacido y crecido. Sus padres, la señora Unicornio y el señor Leñador, fundaron la primera familia en la isla después de la gran inundación, cuando el nivel del mar subió y la ciudad, que en el pasado había sido animada y muy poblada, quedó sumergida bajo las aguas. Nadie sobrevivió. Años después, cuando el agua bajó y la tierra resurgió, sólo volvieron las gaviotas… hasta el día en que la señora Unicornio y el señor Leñador descubrieron la isla mientras

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navegaban. Era una isla tan linda, con unos bosques tan frondosos, que decidieron quedarse.

La sobrepesca es un problema grave que no sólo amenaza a los peces, sino a millones de personas que dependen de la pesca y del pescado para vivir. El mundo necesita océanos saludables, con ecosistemas equilibrados, para preservar la vida en el planeta. ¿Sabe a cuántas especies afecta la sobrepesca?

El señor Leñador construyó palafitos, unas casas de madera de muchos colores construidas sobre pilotes, por encima de las peligrosas olas. Su casa se veía desde la tierra firme y, rápidamente, los habitantes de las ciudades costeras se trasladaron a la Isla de las Gaviotas, donde también construyeron casas sobre pilotes, creando un pueblecito muy animado. Gracias a los esfuerzos de la señora Unicornio por construir una comunidad sólida, se percibía una gran unión entre los habitantes de ese pedazo de tierra alejada. Después de haberlo logrado, decidieron que era el momento oportuno de tener familia y así fue como nació su primera y única hija, Huenchula. Desde niña, Huenchula siempre había amado y respetado el mar y, al convertirse en Reina de los Mares, su compromiso no hizo sino crecer. Siempre se empeñó en asegurar que el océano fuera sostenible, para que la gente pudiera sobrevivir. Y aunque era amable con todos, imponía

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castigos muy estrictos a los que no obedecían su ley: no pescar más de lo necesario para el consumo diario. Si un pescador pescaba demasiado, Huenchula limitaba su suministro. En cambio, si respetaba al océano, su próxima pesca sería abundante. Las hijas de Huenchula, las princesas Pincoya y Sirena, actuaban de mensajeras con los pescadores. Nadaban hasta la costa y notificaban a los pescadores si la pesca sería escasa o abundante. Pincoy siempre acompañaba a sus hermanas, y así vigilaba las plantaciones marinas. Una mañana en la que el sol se levantó un poco más tarde que el día anterior, Huenchula advirtió, al mirar el mar, que el agua era de color rojo como la sangre. No era el reflejo del sol que se levantaba a sus espaldas. —¡Están matando a los peces! —gritó Huenchula— Pero lo que no sabía era que no eran unos malvados humanos los que estaban golpeando a los peces como ella creía, sino algo mucho, mucho más peligroso. Los tres niños se acercaron para averiguar por qué gritaba su mamá. A Pincoy, experto en botánica marina, se le entrecortó la respiración. —¡Es una marea roja! Huenchula estaba furiosa, más aún, se sentía superada. Sabía cómo conciliar la vida marina y la actividad humana hasta cierto punto, pero no podía controlar el humor del sol y de otros elementos. La temperatura del agua era superior al normal, lo que aceleraba el crecimiento de algas y generaba toxinas dañinas. Por ese motivo el agua se había teñido de un color entre rojizo y marrón. Era el efecto de la marea roja lo que estaba contaminando y matando la vida marina, no los pescadores.

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La enfermedad del océano comenzaba a ser sumamente grave: había criaturas marinas muertas esparcidas por la playa, y los pescadores recogían los pequeños peces que quedaban para venderlos, aunque estuvieran contaminados. Sin dudarlo un instante, Pincoya, Sirena y Pincoy nadaron hacia la costa del continente. Justo antes de alcanzar la playa, vieron un bote surcando las aguas tranquilas. A bordo se encontraba, solo y llorando, un joven pescador. Era Cadin, el bisnieto de Quelin. —Entiendo que estés enfadado por la marea roja, pero tienes que escucharnos. No podemos dejarte vender pescado en el mercado, por ahora. Comerlo es demasiado peligroso —dijo Cadin sacudiendo la cabeza. —No se trata del pescado. Se trata de Sakin, mi única hermana. ¡El Brujo la ha raptado! Pincoya no sabía cuántas malas noticias más podía soportar. Primero la marea roja, y ahora ¡la noticia de la aterradora existencia del Brujo! El Brujo había raptado niños durante décadas, la mayoría de ellos niñas. Vivía en su isla misteriosa y oscura, llamada la Isla del Brujo. Aunque esa isla no se veía desde la Isla de las Gaviotas, ni siquiera con prismáticos de lentes superpotentes, allí estaba. Se pensaba que el Brujo vivía a la orilla del mar, en una cueva custodiada por varios monstruos cubiertos de pelo. Los monstruos, que tenían una pierna y dos manos, se alimentaban de leche de gatos negros y carne de cabra. Según la leyenda, estos monstruos eran los mutantes de los niños de la tierra firme que habían desaparecido. El Brujo llevaba una capa mágica que solo cubría su vientre, atada con correas que se cruzaban sobre su espalda desnuda. Cuando llevaba la capa, el Brujo tenía poderes extraordinarios que usaba para vengarse porque había sido maltratado en su niñez,

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aunque nadie lo sabía a ciencia cierta. Podía preparar pociones tóxicas y derramarlas en el océano, matando las criaturas del mar. Podía adormecer y controlar a la gente con sus poderes mágicos. Tenía un poncho con el que podía volar. Y podía transformar a los niños en monstruos. Últimamente, por efecto del cambio climático, las temperaturas del agua son más cálidas de lo normal. Estas altas temperaturas del agua provocan la proliferación de algas, que liberan toxinas en el agua, que adquiere un color marrón rojizo. Además, constituyen un riesgo para la salud de la vida marina y de todos aquellos que comen los peces contaminados.

—Tenemos que hacer algo, ¡y rápido! — dijo la Princesa Pincoya. —Tú te quedas aquí para ayudar a Cadin —ordenó el Príncipe Pincoy—. Yo explicaré a los otros pescadores el problema de las algas. —El Príncipe y su hermana Sirena se fueron nadando, dejando a Pincoya con Cadin. —¡Debemos salvar a tu hermana, no tenemos otra opción! —dijo Pincoya. Cadin hundió la cabeza entre las manos. Estaba asustado. Había oído historias de padres desesperados que habían perseguido al Brujo para salvar a sus niños y nunca habían vuelto. Después de reflexionar, Cadin levó el ancla y la puso en la barca. —De acuerdo. ¡Vamos! —dijo.

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Pincoya tiró de la barca de Cadin en dirección a la Isla del Brujo. Surcando las fuertes corrientes, formaba una estela de caballos blancos a ambos lados de la barca. Pincoya dejó la barca junto a la orilla de la Isla del Brujo. Había rorcuales norteños varados por todas partes. Pincoya no pudo evitar llorar, postrada sobre uno de los cetáceos. Sabía que todo eso era debido a los vertidos de petróleo y otros planes dañinos para destruir el océano y toda la vida que albergaba. —¿Cómo se puede ser tan malvado y cruel? ¿Por qué? —se preguntaba entre sollozos. Cadin se acercó a Pincoya quien, con un gesto, le indicó que había que ir a rescatar a Sakin. Cadin estaba impresionado por la belleza de la isla. La costa estaba rodeada de grandes acantilados rocosos que separaban la tierra de las gélidas aguas azules. Cadin caminó con valentía por la orilla, mientras Pincoya le esperaba en el agua. No veía la cueva del Brujo, pero, en un entrante detrás de las rocas, divisó los restos de un barco naufragado. «Es Caleuche... el barco fantasma», se dijo. Parecía abandonado. Se preguntó si podría subirse y obtener alguna pista sobre el paradero de su hermana. Cadin encontró un cabo suelto con el que logró subir a la cubierta del barco. Una vez a bordo del barco, sintió una sobrecogedora sensación. Algo le llamó la atención en la escalera que llevaba al camarote situado bajo la cubierta, por lo que decidió investigar con precaución. Se abrió camino a través de oscuros pasillos, tocando las paredes a ambos lados. Encontró un compartimento que estaba cerrado. Algo le empujaba a ver qué había allá dentro, así que abrió la puerta lentamente. Nada se movía. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y pudo distinguir muchos ataúdes apilados. Se inclinó sobre el ataúd que estaba junto a él y, forzando la cerradura, lo abrió. Estaba

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lleno de huesos secos, demasiado grandes para ser huesos humanos. Asustado, cerró la tapa rápidamente y pudo leer la palabra Mamut grabada en ella. Examinó todos los ataúdes, leyendo los nombres grabados en la tapa de cada uno de ellos: Dodo. Rinoceronte Negro de África Occidental. Sapo Dorado. ¡Era el cementerio de los animales desaparecidos del mundo entero! «No puede ser», pensó. Tenía miedo y se fue. Al salir, vio otra caja de huesos. Eran los habitantes de la Isla de las Gaviotas. Ahora estaba sudando de miedo. El Brujo no solamente rapta niños y contamina las aguas, también extingue especies de animales y mata a poblaciones enteras mediante bruscos cambios climáticos. Cadin salió de allí lo más rápidamente posible. Desde la cubierta vio una torre situada más o menos en el centro de la isla, en la que parecía vivir alguien. Rápidamente se dirigió en esa dirección, comprobando en todo momento si había algún peligro.

Muchos de nosotros podemos nombrar algunas especies extinguidas, como el dodo o el Tyrannosaurus rex. Pero, ¿sabía que el Fondo Mundial para la Naturaleza estima que cada año se extinguen alrededor de 10.000 especies? El motivo puede ser el cambio climático, la depredación excesiva, la caza furtiva, la falta de hábitat o alimentos u otros fenómenos como las erupciones volcánicas. ¿Qué especies están en peligro hoy en día? ¿Qué podemos hacer para salvarlas?

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Cuando estuvo más cerca, vio que la torre tenía cientos de ventanas subiendo en espiral, una para cada habitación. Algunas estaban bien abiertas y, en otras, las persianas estaban bajadas. Cadin rodeó la torre, guiado por la voz de una muchacha que cantaba. Cadin observó más de cerca a la joven de la hermosa voz y comprobó, asombrado, que era su amiga Rapunzella, que desapareció semanas antes del secuestro de su hermana. Rapunzella parecía distinta. A diferencia de su bisabuela Rapunzel, tenía el pelo corto. Cadin advirtió que todas las muchachas tenían el pelo corto, y se preguntó si el Brujo les habría cortado el pelo para impedirles soltar sus largas trenzas hasta el suelo, y así permitir a alguien que las rescatara. Cadin había examinado todas las ventanas abiertas, pero no veía a su hermana. Le asaltaban más preguntas que ventanas había, cuando oyó una voz detrás de él que le llamaba: —¡Cadin! Era Quelin, su bisabuelo. Cadin se emocionó al ver a alguien conocido, especialmente su bisabuelo. —Creía que el Brujo había raptado a mi hermana Sakin, pero no la veo por ninguna parte —dijo Cadin, desconsolado. Justo en ese momento, oyó que alguien volvía a gritar su nombre. Mirando hacia arriba, vio a Sakin asomada a una ventana que antes estaba cerrada. —¡Ayúdenme! —gritó. Cadin instintivamente empezó a correr hacia ella, pero su bisabuelo lo agarró del brazo. —¡Cuidado! Es peligroso...

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Y esas fueron las últimas palabras que pronunció antes de que una ola destructora se abatiera con fuerza sobre ellos. Al mismo tiempo, en el mismo mar y no muy lejos de allí, los Tres Cerditos, Rubí y Orejitas viajaban en la casa flotante del Cerdito Acuático, siguiendo el rastro de Caperucita Roja. Rubí y los Tres Cerditos encontraron a Orejitas llorando en el bosque después de haber oído la explosión de la mina en el Bosque Rojo. Dijo que su nombre era Orejitas y que estaba buscando a Colmillos, que se parecía a él pero en versión aumentada. —Ven con nosotros, Orejitas —insistió Rubí—. Estamos buscando a la Caperucita Roja y a los Viejos Cerditos que también han desaparecido. ¡Buscaremos a Colmillos también!

¿Sabía que la UNESCO ha creado una aplicación de juego para concienciar a los niños sobre la reducción del riesgo de desastres? ¿Qué otras maneras existen para estar mejor preparados ante eventos extremos, súbitos y de graves consecuencias, como maremotos, sequías, huracanes, incendios forestales y terremotos? ¿Cómo podemos ayudar a las personas que viven en las zonas afectadas?

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Así que Orejitas se sentó en la parte trasera de la casa flotante de Cerdito Acuático, que empujaron desde el lago seco hasta el océano. Usando focos sujetos al barco con correas, llamaban: —¡Caperucita! ¡Cerditos! ¡Colmillos! —pero sin resultados. Navegaban despacio, pero, de pronto, lo que pensaban que era una sencilla ola les hizo acelerar. No tardaron en descubrir que no era una pequeña corriente, sino una ola destructora.

¡AAAAAAAAAAAAAH!

—gritaron cerrando los ojos. La ola se estrelló sin esfuerzo contra la Isla del Brujo y siguió avanzando sin ellos, dejándolos varados en la isla, en medio de un paisaje desolador: árboles arrancados de raíz, farolas dobladas en ángulo recto, y jóvenes muchachas llorando; muchachas buscando desesperadamente algo o a alguien bajo los montones de escombros. El Cerdito Subterráneo, al que los huracanes le daban pavor, salió del barco de un salto, gritando sin parar, y hundió la cabeza bajo tierra. Sus dos patas posteriores y su cola quedaron levantadas hacia arriba. —¡Aquí está! ¡Aquí está Caperucita Roja! —dijo Rubí. El Cerdito Subterráneo miró hacia arriba, olvidando su miedo. Rubí se precipitó hacia su hija, que estaba con otras dos muchachas, ayudando a retirar escombros. Cuando Caperucita Roja se dio media vuelta hacia Rubí, esta quedó paralizada. No era Caperucita, sino el viejo Quelin con su capucha roja en la cabeza. Rubí se desmoronó y rompió a llorar.

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—¡Lo siento! —dijo Quelin, realmente afligido. —No es culpa tuya —dijo Rubí —. ¡Vi lo que deseaba ver desesperadamente! —Desgraciadamente, Caperucita Roja no está aquí. Todos ustedes tienen que irse; es demasiado peligroso —dijo Quelin—. Cadin, ve con los Cerditos y llévate a todas las muchachas en la casa flotante. Yo voy a reunir a las muchachas que quedan, y me voy a asegurar de llevar a tu hermana. Ahora ¡váyanse antes de que sea demasiado tarde! Cadin sabía que cumpliría con su palabra, y abrazó a su bisabuelo antes de irse. Este miró a Cadin subir al pequeño barco con los demás. Estaba lleno de gente, y no era muy seguro, pero aún así era más seguro que quedarse en la isla. Despidió a sus amigos con la mano hasta que se convirtieron en un simple punto sobre la superficie del océano. En ese momento vio en el horizonte otro barco que le pareció muy familiar. Quelin, que deseaba estar equivocado, agarró sus prismáticos y, efectivamente… «Es el Caleuche... el barco fantasma. Y el Brujo lleva el timón», se dijo. Mientras tanto, las damas de Bambú estaban realmente perdidas en el mar. No había ni rastro de tierra firme. Ni ayuda. No había cobertura. Desesperadas y cansadas, se tiraron en cubierta. Pero debió de pasar el tiempo, el barco se fue yendo a la deriva, y súbitamente la Reina Bambú oyó que alguien gritaba su nombre. Se levantó, dio media vuelta y vio a los Tres Cerditos, a Rubí y otras caras conocidas. Estaban todos muy emocionados de reencontrarse. Decidieron que compartirían sus aventuras por el camino, pero por ahora, debían seguir avanzando. Tenían que encontrar a sus amigos.

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Capítulo 7

La lámpara

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A

demás de que el pueblo del Viejo Lad era el más alejado, el cofre volador comenzaba a dar problemas. Mientras sobrevolaba en solitario las diferentes ciudades del camino, había tenido tiempo de reflexionar sobre su vida: el Viejo Lad nació en la pobreza. Siendo joven, aspiraba a una vida de riqueza, pero no estaba preparado para trabajar por ello. Un día, un mago malvado y embustero le llevó hasta un hoyo que había en la tierra y le pidió que sacara una lámpara que allí se encontraba. El Viejo Lad lo hizo, pero antes de darle la lámpara al mago y de salir del hoyo, la tierra se cerró sobre el Viejo Lad, que quedó atrapado con la lámpara. Fue entonces cuando descubrió al genio. Usando los poderes mágicos del genio, el Viejo Lad regresó a su pueblo, donde acumuló riquezas. Todo lo que había anhelado de joven se hizo realidad: tenía un palacio, fue coronado príncipe, se casó con la más bella de las princesas y todas las noches se sentaba a la mesa del rey. Pero el Viejo Lad se dio cuenta que sus deseos no

Eliminar la pobreza es la primera prioridad de la lista de objetivos globales, y sigue siendo uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos. Aunque mucha gente vive hoy mejor que antes, aún hay centenares de millones de personas en la extrema pobreza. El mundo se ha comprometido a eliminar la pobreza para el año 2030. Todos podemos contribuir a lograrlo.

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se cumplían de la misma manera si tenía la lámpara en las manos o si la ponía sobre una mesa cercana. Cuando tenía la lámpara en las manos, sus deseos eran egoístas y un tanto malvados. El Viejo Lad no quería que sus deseos se centraran en sí mismo o fuesen crueles, por lo que colocó la lámpara en una urna de vidrio y prometió cederla así a la siguiente generación. La riqueza del Viejo Lad siguió aumentando, pero él se aseguró de que su comunidad prosperara al mismo ritmo. Bajo su mandato, reinó la prosperidad en la economía y la sociedad. Algunos años más tarde, el mago localizó el palacio del Viejo Lad. Cuando la princesa se encontraba sola en casa, el mago la engañó y logró hacerse con la lámpara. Las consecuencias para la sociedad fueron casi inmediatas. El mago sacó la lámpara de la urna de cristal y la tomó en sus manos. Se apropió de las riquezas de otros. Se apropió del poder de otros. De su felicidad. Desplegó su autoridad sobre la tierra y todas las gentes que en ella vivían. Incluso sobre él. El Viejo Lad persiguió al mago para destruir la lámpara. Y esto último lo logró… O eso pensaba, hasta la siguiente generación, cuando su hijo se encontró con un mago que le llevó a una cueva para que recuperara la lámpara. La historia se repetía. La cueva se cerró sobre el hijo del Viejo Lad, que quedó atrapado en el interior y descubrió al genio. Siguiendo las instrucciones de su padre, el hijo utilizó la lámpara con cuidado, guardándola en una urna de cristal. Solo cuando el mismo mago engañó al hijo del Viejo Lad, su hijo también tiró la lámpara en la cueva subterránea. Se repitió generación tras generación. El titular en la primera plana del periódico fue lo que empujó al Viejo Lad a salir del Hogar Viejo, para evitar que la historia se repitiera.

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Por fin, el Viejo Lad se acercaba a su tierra. La degradación del paisaje lo alarmó. No era lo bastante fértil para la agricultura; mucho peor de lo que las fotos mostraban. El Viejo Lad se preparó mentalmente para contemplar el contraste entre el icónico palacio de Aladino y el decrépito paisaje que se extendía ante sus ojos. Cuando el Viejo Lad llegó al palacio de Aladino, algo terrible ya había pasado: el palacio no estaba allí. El rostro del joven príncipe Aladino descansaba sobre la tierra caliente, seca y polvorienta. Tras una jornada de trabajo cuidando de las ovejas, se había dormido bajo el sol ardiente. Trabajaba para un granjero que vivía no muy lejos del lugar donde antaño se levantaba su palacio. Tumbado en el suelo y desesperado, el Príncipe Aladino, no quería levantarse. Se sentía débil, llevaba varios días sin comer. De repente, notó que alguien le sacudía vigorosamente.

La realidad es que millones de personas en el mundo están desempleadas, sobre todo debido a su escasa educación o a la falta de habilidades requeridas. Y muchas personas que tienen trabajo son explotadas o trabajan en condiciones inseguras como por ejemplo los mineros, que a menudo sufren de afecciones pulmonares o pérdida de oído. Reducir la pobreza en el mundo permitiría a mucha gente ser más calificada y encontrar trabajos dignos. Y aumentando la cantidad de trabajos dignos, se reduce la pobreza.

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—Pero ¿qué pasa? ¿Dónde está tu palacio? ¿Dónde está la lámpara? —dijo un anciano frenéticamente. Pasaron algunos segundos hasta que el Príncipe Aladino se percató de que ese anciano era su bisabuelo, el Viejo Lad. —¡Bisabuelo! ¿Qué te trae por aquí? —preguntó. —Vine aquí a detener todo esto, Príncipe Aladino… detener la enorme brecha entre tu riqueza y la terrible pobreza de los otros, pero esperaba encontrarte jugando al cróquet en tus exuberantes jardines y no durmiendo en el suelo. —¿Dónde está la lámpara? —preguntó el Viejo Lad señalando el artículo en primera página del periódico que guardaba en su bolsillo. —¿La lámpara? ¿Te refieres a la salsera? La vendí. Vendí todo lo que tenía, salvo mi palacio y mi mascota, un león —dijo Aladino. — ¿Vendiste la lámpara? El Príncipe Aladino no comprendía por qué el Viejo Lad le miraba de esa manera, ni qué quería decir con «la lámpara». El príncipe Aladino se explicó: —Me gasté hasta el último céntimo de la herencia de mi rico padre. Compré propiedades, artilugios, juegos de azar y un león de mascota con el que podría ganar más dinero haciendo trucos. Nunca pensé que se me acabaría el dinero, pero así fue. Entonces, sumido en la desesperación, tuve que vender todas mis pertenencias para poder vivir.

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—Desafortunadamente, eso incluía la salsera que mi padre me dio en una urna de cristal. Dijo que nunca la sacara de allí y que la usara sabiamente. Pero ¿cómo iba a usarla sin sacarla de la urna? Aunque no me importó; de todos modos, no me gusta mucho la salsa. Puse la urna en un cajón y no la saqué de allí hasta el día que la vendí, tal y como la recibí. Tan pronto como la vendí, sucedió algo de lo más extraño. Mi palacio y mi león, que era mi única fuente de ingresos, desaparecieron. El Viejo Lad estaba mortificado. Pronunció las palabras deliberadamente despacio. —¿Estás diciendo que no sabes lo del genio que vive en el interior de la lámpara (o la «salsera», como tú la llamas) y que concede deseos? El príncipe Aladino se echó a reír. Si hubiera tenido tiempo, el Viejo Lad hubiera suspirado. —¿A quién se la vendiste? —preguntó. —Vendí mis bienes en Internet. Cuando recibí las transferencias de los interesados, envié los artículos a varias direcciones. Los periódicos hicieron creer al mundo que el príncipe Aladino tenía la lámpara en su poder y estaba despojando a otros de sus medios de vida. Pero quien la tenía era otro, y el Viejo Lad sabía exactamente quién había engañado al príncipe Aladino. El Viejo Lad se alejó, con el príncipe confundido pisándole los talones.

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Había ocho viajeros en camino, pero no eran los ocho que emprendieron el viaje originalmente, excepto la Reina Bambú. Completaban el grupo los enérgicos y entusiastas Tres Cerditos, Rubí, Orejitas, Cadin y la Princesa Bambú. Se orientaban gracias a la Súper Rata y a la aplicación móvil de navegación de la Princesa Bambú. Cadin le preguntó a los cansados cerditos si querían meterse en un saco para ser transportados en él. Después de recorrer varias millas en silencio, se encontraron con el Viejo Lad y el Príncipe Aladino, que volando hacia ellos a gran velocidad sobre el cofre volador. El cofre se detuvo a unos centímetros de los ojos de Orejitas, rozando prácticamente sus pestañas y obligándole a entrecerrar los ojos. El Príncipe Aladino y la Princesa Bambú cruzaron sus miradas. El príncipe Aladino apartó su largo flequillo hacia un lado y la Princesa Bambú retorció un largo mechón alrededor de su dedo. Todo el mundo advirtió la química. —¡El príncipe Aladino vendió la lámpara! —dijo bruscamente el Viejo Lad. —¿Cómo? —preguntó el Cerdito Subterráneo. Y el Cerdito Acuático añadió: —Y si el príncipe Aladino no tiene la lámpara, ¿quién la tiene? —Sea quien que sea, tenemos que encontrarlo y luego destruir la lámpara —dijo el Viejo Lad. Todos aceptaron el llamado del deber sin hacer preguntas y se lanzaron detrás del cofre volador, coreando: —Hay que encontrar la lámpara. Hay que encontrar la lámpara.

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La Súper Rata dirigía al grupo fuera de la ciudad, subiendo y bajando las ondulantes dunas. El cofre volador iba pegado a la cola del ratón y los demás lo seguían muy cerca. Rubí andaba detrás, respirando con dificultad, pero decidida a mantener el ritmo. La Princesa Bambú le dijo a Rubí: —Fuiste muy valiente al seguir buscando a Caperucita por el bosque tras la explosión de las minas terrestres. —Caperucita corre más peligro que yo. Además, teníamos a una Súper Rata de guía. —Todavía me pregunto quién pisó esa mina en el bosque —dijo la Princesa Bambú. —No lo sé, pero si el lobo ha vuelto, me gustaría pensar que fue él —dijo Rubí. Las dunas de arena dejaron paso a un paisaje rocoso. Fue entonces cuando el cofre volador comenzó a dar sacudidas y avanzar a trompicones, antes de detenerse completamente. El Viejo Lad dijo: —¡Otra vez no! ¡Este cofre no ha dejado de darme problemas! De todos modos, tenemos que seguir adelante. —Y saltó al suelo. —¡No puedes caminar, Viejo Lad! ¡Tus pulmones! —exclamó la Reina Bambú. —Estoy bien, ya no estamos lejos. ¡Vamos!

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El Viejo Lad, cargando con su bombona de oxígeno, siguió adelante. De repente, se detuvo y levantó la mano derecha, indicando a los demás que se detuvieran detrás de él. Era una excusa perfecta para que Rubí recuperara el aliento. Trataba de respirar silenciosamente junto a los enérgicos niños, pero no podía disimular el movimiento de su pecho. Rubí (y los demás) miraron al frente. Estaban de pie, al borde de una enorme grieta. Al otro lado había un cráter. Parecía como si un planeta se hubiera caído del sistema solar y hubiera aterrizado justo delante de ellos, dejando una enorme marca, perfectamente redonda, en la tierra. —¿Qué estamos mirando? —preguntó el Príncipe Aladino. —Ahí está la grieta del suelo en la que encontré la lámpara por primera vez y donde pensé que la había destruido —respondió el Viejo Lad. Cadin miró a través de sus prismáticos. —Hay una jaula con ... ¡no puede ser! —Cadin miró por encima de sus prismáticos, antes de volver a ponerlos ante sus ojos—.¡Colmillos! —Orejitas comenzó a sacudir furiosamente las orejas. —¡Y en otra jaula hay un león! —Ese es mi león —dijo el Príncipe Aladino. —Y en otra jaula... ¡Oh no! ¡Los cerditos!

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Rubí estalló: —¿Y mi Caperucita? —Cadin volvió a mirar y sacudió la cabeza. —Nada. —Rubí comenzó a llorar. —Espera... Hay una cueva en la roca y en su interior parpadea una luz. Lo único que veo es una gran sombra de alguien en la pared. ¡Se está levantando!

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CapĂ­tulo 8

La Sombra

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a Abuelita Rosa se sentía en forma y con fuerzas, por lo que Escarlata decidió que había llegado el momento de ir dónde su ayuda era más necesaria, al país de Aladino. Mientras paseaba por el bullicioso zoco notó unos golpecitos en la espalda. Para su sorpresa, era su querido Quelin, que acababa de llegar en su barca de la Isla del Brujo. —Ya sabía que, entre todos los lugares de la Ciudad de Viejo Lad, te encontraría comprando —dijo Quelin. Ambos rieron y se fueron en busca de los demás. Quelin estaba ansioso por contar a Escarlata la salvación de las muchachas de la torre y cómo Sakin estaba ya en casa, sana y salva. El Viejo Lad y los demás seguían junto al borde de la grieta. —No podemos cruzarla, es demasiado ancha —dijo el Viejo Lad. —¡Ejem! —dijo una voz detrás de ellos. Todos se dieron media vuelta y miraron a Escarlata y Quelin. —Empezamos este viaje con ustedes y lo terminaremos con ustedes —dijo Escarlata—. Antes de irnos del Hogar Viejo, Rapunzel me dio un regalo, y ha llegado el momento de usarlo. Se quitó la capucha roja, y abrió el gancho que sujetaba la larga trenza postiza de Rapunzel. Todos aplaudieron. Ahora podrían pasar al otro lado.

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Como si fuera un lazo, Cadin giró la trenza varias veces sobre de su cabeza, y con todas sus fuerzas, la lanzó por encima del hueco y la enganchó a un tronco que había en el otro lado. Confeccionaron así una cuerda floja, amarrándola a una roca que se encontraba junto a ellos. —Tenemos que cruzar uno por uno y luego escondernos detrás de esas rocas —dijo Cadin antes de dirigirse a todos los ancianos—. Si logran distraer al malvado, los demás podremos atraparlo por detrás. Nadie tenía una idea mejor, por lo que estuvieron de acuerdo. Uno tras otro, fueron cruzando el precipicio, avanzando sobre el pelo de Rapunzel, manteniendo el equilibro. Cadin encabezaba el grupo de los jóvenes. Cuando estaba a punto de llegar al otro lado, oyó a alguien silbando dentro de la cueva. Era una melodía dulce y alegre. Los demás también la oyeron a medida que se acercaban. La Sombra se levantó. Era enorme. —¿Será el famoso mago? —se preguntó en voz alta el Príncipe Aladino. La Sombra se deslizó por la cueva hacia la salida, hasta que apareció a plena luz del día. Tenía una pata de palo, llevaba una cesta y arrastraba un ataúd lleno de huesos. —No es el mago. ¡Es el Brujo! —dijo Cadin, horrorizado y confundido. —¡Le falta una pierna! —exclamó la Princesa Bambú—. ¡Fue él quien pisó la mina! —No tiene ningún sentido —repuso Cadin—. ¿Qué hacía paseando por el Bosque Rojo?

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Observaron al Brujo buscar algo bajo su poncho y sacar la lámpara. No estaba en la urna de vidrio. El Brujo empezó a frotarla, mientras le susurraba algo. El genio surgió de la boca de la lámpara y una nube de humo comenzó à formarse y extenderse alrededor del Brujo, era cada vez más espesa y poco a poco fue ocultando al Brujo de su vista.

¡PUF! Tras una explosión, el humo se desvaneció, y en el lugar donde estaba el Brujo apareció una Caperucita Roja transformada. Cadin y los demás estaban en estado de shock. ¿Podía la lámpara transformar al Brujo en Caperucita? Y de ser así, ¿por qué querría el Brujo convertirse en la inocente Caperucita? Siguieron observando. Caperucita, cojeando sobre su pierna de madera, se dirigía cantando alegremente y dando saltitos hacia el cráter. Colocó la cesta en el suelo, cerca de la jaula donde estaba encerrado Colmillos, y mirando al genio exclamó:

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—¡Ya estoy lista! —El genio suspiró. —Como quieras —dijo con voz autoritaria—. Con este hechizo, tu deseo se hará realidad: que la vida expire su último aliento cuando tú hayas eliminado todas las necesidades humanas. El genio se detuvo. —Ahora, Caperucita, pon en el cráter un símbolo de todas las necesidades humanas que reuniste, de acuerdo con la lista de ingredientes que te di. —¿Y entonces el planeta se destruirá? —preguntó Caperucita con maldad. —Sí, y también todos los seres que viven en él, excepto tú. Serás la dueña del mundo. Caperucita se frotó las manos, emocionada. Abrió la cesta y empezó a sacar, poco a poco, todo aquello que los seres humanos necesitan para sobrevivir. —Una colonia de abejas. Sin abejas, no hay polinización. Y sin polinización, no hay alimentos. —Caperucita Roja sacó la colmena de abejas que había quitado a los Tres Cerditos. —Listo. —Tiró la colmena al hoyo. —Tierra fértil —dijo Caperucita Roja, siguiendo con la lista de necesidades de los seres humanos. Tomó un puñado de tierra seca y polvorienta, que llevaba días sin regar, y la tiró.

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—Viviendas… —añadió acercándose a los Cerditos, que comenzaron a gritar. Caperucita no pudo atraparlos porque se retorcían y se movían, así que decidió dejarlos para el final y pasó al siguiente punto de la lista. —Estabilidad climática. —Caperucita Roja empujó el ataúd hasta el borde del precipicio, abrió la tapa y echó todos los huesos de los esqueletos. —Hubo que provocar una gran inundación para ahogar a todos los que vivían en la Isla de las Gaviotas —comentó. —Educación. —Tiró toda una biblioteca de libros de física quemados. —Aire limpio. —Y alcanzando la lámpara que estaba en el suelo, frente a ella, comenzó a frotarla diciendo—: Genio de la lámpara, haz humo para todos nosotros. El Genio salió de la lámpara y provocó tanto aire contaminado que le empezaron a llorar los ojos. Caperucita Roja y los animales de las jaulas no pudieron evitar empezar a toser. —Y, por último, recursos. Caperucita Roja, tras mirar al león y a los colmillos de Colmillos, les dijo: —Ahora tengo que echarles a ustedes dos a… ¡Genio!¡Necesito tu ayuda por aquí! —gritó. El Viejo Lad fue el último de los ancianos gruñones en cruzar el precipicio gracias al pelo de Rapunzel. Los demás lo esperaban ansiosos, alentándolo. Estaba a apenas un metro de distancia de lograrlo cuando, afectado por la irrupción de aire contaminado, empezó a toser. El Viejo Lad trató de amortiguar el ruido de su tos. Se tambaleó un poco.

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—¡No mires hacia abajo! —le ordenó Rubí tratando de ocultar su pánico. —¡Rápido, páseme la bombona de oxígeno! —pidió Quelin. El Viejo Lad le lanzó la bombona, que hubiera aterrizado justo en las manos de Quelin si no hubiese sido tan miope. Pero la bombona golpeó la superficie de una roca emitiendo un fuerte ruido metálico.

¡CLING, CLANG, BANG! Caperucita Roja se dio media vuelta de inmediato al oír el ruido. —¿Qué ha sido eso? Los ancianos se inmovilizaron. El Viejo Lad se aferró a la trenza. Sus manos y piernas empezaron a temblar. —¿Qué tenemos aquí? ¿Un puñado de rescatadores tratando de evitar la muerte de sus amigos? Y riendo entre dientes Caperucita Roja cortó en un segundo la trenza con una navaja. Inmediatamente, el Viejo Lad desapareció, como engullido por el precipicio. —¡NOOOOOOOOOOOO! —gritó Aladino desde detrás de una roca. El Príncipe Aladino corrió a agarrar la bombona de oxígeno, la rompió contra el borde de la roca y la arrastró hacia la lámpara humeante. La bombona de oxígeno se detuvo junto a la lámpara, soltando más oxígeno que la contaminación presente. En pocos segundos, el humo empezó a desvanecerse.

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Caperucita Roja estaba más roja que antes. Su rabia era más peligrosa que un incendio forestal si no se apaga en seguida. Los demás sabían que debían actuar rápidamente. La Princesa Bambú agarró su caña de bambú de la suerte, y la hizo girar sobre su cabeza como una espada de samurai como había aprendido en sus clases de kendo. Entonces, de un solo golpe, golpeó a Caperucita Roja, que perdió sus zapatos rojos cayendo de cara contra el suelo. El Príncipe Aladino estaba muy impresionado. Mientras tanto, el Cerdito Arborícola corrió hacia la colmena de abejas, que se estaban muriendo. —¡Sus vidas también cuentan! —gritó. El Cerdito Arborícola trató de agarrar la colmena de abejas heridas, mientras los otros dos Cerditos intentaban liberar a los Cerditos Ancianos, pero Caperucita Roja era mucho más rápida. —Genio, ¡mete a esos cerditos en la jaula y añádelos al caldo! Empezó a salir humo de lámpara, y el Genio comenzó a empujar la jaula de Colmillos y del León hacia la burbujeante mezcla. Cadin seguía escondido detrás de la roca observando todo. Estaba temblando. Quería quedarse escondido o escaparse. Sentía el mismo miedo que le invadió cuando Pincoya quiso llevarlo a la Isla del Brujo para encontrar a su hermana. Sabía que en su interior había valor. Sólo tenía que dar ese primer paso, y así lo hizo. Corrió a parar las dos jaulas, pero las propias jaulas le empujaban más y más cerca del cráter. —¿Qué estás haciendo, Cadin? ¡Muévete! —gritó Quelin.

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Caperucita Roja soltó una risa cruel. —Eso es, Genio. Un poquito más adelante. Orejitas embistió gritando: —¡YA BASTA! —Desplegó su trompita, agarró la lámpara en el aire y de un golpe la tiró dentro de la olla burbujeante. ¡Todos se quedaron inmóviles! De la olla salían sonidos de burbujas, chispazos y silbidos. Tras un corto silencio, una explosión. Surgió una nube en forma de hongo, que se paralizó en el aire, y luego fue absorbida de nuevo por el cráter, arrastrando al Genio al vacío. Todos, jóvenes y ancianos, se sentaron al borde del hoyo, mirando las dunas árabes que se extendían ante sus ojos. La Princesa Bambú dio un codazo al Príncipe Aladino señalando al cielo. Era el Viejo Lad que volaba hacia ellos en su cofre. El Príncipe Aladino corrió en su dirección. Antes de que el Viejo Lad aterrizara, el Príncipe Aladino le anunció la buena noticia. —¡La lámpara ha sido destruida! —¡Sííííí! —exclamó el Viejo Lad alzando el puño. Caperucita Roja hundió su rostro entre las manos. —¿Cómo he podido volverme tan destructiva? Todo empezó cuando fui a comprar un regalo a la Abuelita Rosa, a la que le gusta mucho la salsa. Cuando vi en Internet un anuncio de una salsera, no me pude resistir. Lo compré y fui a recogerlo a la oficina

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de correos al día siguiente. Venía en esa linda urna de cristal. Estaba fascinada. En el camino hacia la casa de mi abuela, la saqué de su urna para limpiarla un poco con mi capa y… —todos escuchaban con atención cada una de las palabras que Caperucita Roja pronunciaba— …y eso es lo último que recuerdo. El Viejo Lad dijo: —Esa es la triste maldición de la lámpara. En cuanto una persona la tiene entre sus manos, se vuelve egoísta y tiene deseos malvados. Así de sencillo; por eso le fue entregada al Príncipe Aladino en una urna de vidrio. El Príncipe Aladino dijo: —¡Qué estúpido fui! Mi padre estaba muy enfermo cuando me entregó la lámpara. En sus últimas horas, le fallaba la cabeza y hablaba con dificultad. Dijo que la lámpara era un instrumento poderoso, pero que había que usarlo con sabiduría y guardarlo en la urna de vidrio para que todos aprovecharan sus poderes. Yo pensé que había perdido la cabeza, porque siempre creí que era una salsera. Mientras estuvo a mi cargo —añadió tras reflexionar unos instantes—, no pasó nada malo, porque nunca la saqué de su cajita protectora. Ni nada bueno, por mi ignorancia. La Reina Bambú añadió: —Y Caperucita Roja, que al tocar la lámpara fue dominada por los poderes de la maldad, usó al Genio para transformarse en distintos malvados y así destruir la nación y ser la dueña del mundo. La leyenda era cierta. La lámpara efectivamente se volvió cada vez más rebelde. Estaba en la cumbre de toda la destrucción.

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Todos estaban profundamente absortos en sus reflexiones, procesándolo todo. Nadie habló durante un largo rato. Los seis cerditos colgaron la colmena en la rama de un árbol cercano. —Abejitas, ahora pueden vivir libres, sin ningún miedo —dijo el Cerdito Arborícola. El Cerdito Sabio se acarició el pelo de la barbilla antes de dirigirse a todos: —Hace unos días, emprendimos una misión. Decidimos que habíamos visto demasiados desastres de nuestros tiempos que seguían teniendo consecuencias hoy en día. Sabíamos que, si queríamos que nuestros nietos y bisnietos tuvieran un futuro mejor, debíamos actuar ya, porque la historia no solo se repite, sino que empeora. A lo largo de nuestro viaje hemos visto y vivido experiencias más aterradoras de las que habíamos previsto. Casi todos nuestros planes han fracasado y a menudo quisimos abandonar. Cuando nosotros, los ancianos, decidimos ponernos en marcha juntos, creíamos ser héroes. Veníamos a salvar a los jóvenes, a las generaciones futuras. Veníamos a salvarlos a ustedes —y entonces Cerdito Sabio miró a todos los bisnietos— pero son ustedes los que nos han salvado. Todos aplaudieron con entusiasmo y gritaron de alegría. La batalla había terminado. La malvada lámpara había sido destruida y todos estaban a salvo. Mientras celebraban su victoria, Colmillos y Orejitas miraron hacia el cielo y empezaron a corear en su propio idioma. Los demás no entendían qué estaban diciendo. De repente, el cielo se nubló ensombreciéndolo todo. Y una gota de lluvia cayó sobre la tierra. Luego cayó otra y otra, hasta que la lluvia fue continua. La alegría de todos, jóvenes y ancianos, por el regreso de la lluvia fue aún mayor. Los elefantes prometieron no volver a ser tan arrogantes ni creer que se puede vivir

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sin lluvia. Se acumuló el agua en el suelo. Hubo muchas risas. Y también muchas lágrimas de alegría. Baba Yaga dijo a todo el mundo: —¡Lo logramos! Hoy se ha escrito una página de la historia. Hoy es el inicio de un nuevo futuro. —Y en cuanto chascó los dedos, el Hogar Viejo se acercó hacia ellos, corriendo sobre unas patas de pollo. —Ya está aquí nuestro transporte de regreso a casa. —Y todos entraron en la casa junto con sus amigos y empezaron su viaje de regreso hacia la pequeña Ciudad Vieja.

La Agenda 2030 para el desarrollo sostenible plantea un futuro realista y prometedor. Ahora que conocemos los 17 objetivos de desarrollo sostenible, no solamente debemos contarlos a nuestros amigos, familiares y profesores, sino también decirles qué pueden cambiar para que podamos vivir nuestro futuro en un planeta próspero, saludable y seguro. Porque no tenemos otro.

www.sdgstories.com

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Acerca del Proyecto de Cambio de Percepción

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l Proyecto Cambio de Percepciones fue inaugurado a principios de 2014 por Michael Møller, Director General de la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra. Con este proyecto se quiere destacar la labor que realizan las organizaciones internacionales y las Naciones Unidas, así como las organizaciones no gubernamentales y otras instituciones con sede en Ginebra. Su objetivo es dar a conocer la importancia del trabajo realizado por la Ginebra Internacional, no solo en el ámbito de la asistencia humanitaria, el mantenimiento de la paz o la salud mundial, sino también en el día a día. Se trata de un proyecto especializado en esfuerzos colectivos de difusión que requieren cooperación innovadora y acciones concertadas entre las organizaciones. Muchas de las actividades del Proyecto se concentran en comunicar mejor lo que hace la Ginebra Internacional para ayudar al mundo a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El Proyecto se basa en tres grandes ejes: • Diseminación creativa y redefinición de las relaciones con los medios; • Cooperación con el mundo académico para examinar y poner de relieve el impacto colectivo del sistema internacional; • Modificación de la percepción individual, conectando con el público a niveles más emocionales, incluidos los cuentos.

A fecha de diciembre de 2016, se han unido al Proyecto 95 entidades, entre las que destacan numerosas agencias y oficinas de las Naciones Unidas, organizaciones internacionales, ONG y entidades gubernamentales.

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Agradecimientos Un agradecimiento especial a todos los que participaron en nuestras sesiones de tormentas de ideas, revisaron los borradores iniciales, nos aportaron sus ideas, comentarios y consejos, y creyeron en este proyecto. Louise Agersnap (Organización Mundial de la Salud), Abdulaziz Almuzaini (Organización de las Naciones Unidas, para la Educación, la Ciencia y la Cultura), Charles Avis (Secretaría de Estocolmo, , Rotterdam y Basilea), Salman Bal (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Sarah Bel (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), Christophe Barrull (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Jana Bauerova (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Jurgen Baumhoff (Hotel Intercontinental, Ginebra), Alejandro Bonilla (Greycells), Alison Bellwood (La Mayor Lección del Mundo/Proyecto Todos), Mark Boerrigter y su equipo (Universidad de Arte y Tecnología de Saxion (Países Bajos), Flore-Anne Bourgeois Prieur (Plan International), Daniella Bostrom (ONU-Agua), Esther Cappelli (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Paola Cerecetti (Misión de Suiza ante las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales en Ginebra), David Chikvaidze (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Xavier Cornut (Action pour la Genève Internationale et son rayonnement), Olivier Coutau (Estado y Cantón de Ginebra), Tatjana Darany (Fondation pour Genève), Ahmad Fawzi (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Kim Florence (Organización Internacional para las Migraciones), Raushana Garcia-Wickett (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Marie-Rose Gerard (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Valentina Goutet (estudiante), Fabio Goutet (estudiante), Gabriele Goutet (estudiante), Marina Goutet (estudiante), Natacha Guyot (Action pour la Genève Internationale et son rayonnement), Keith M. Harper (Representante Permanente de los Estados Unidos ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra), Barbara Hayden (Misión de los EE.UU. en Ginebra), Tereza Horejsova (Fundación Diplo), Sylvie Jacque (Greycells), René Kirszbaum (Greycells), Kira Kruglikova (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Luca Lamorte (Fundación Kofi Annan), Sarah Landelle (Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres), Brigitte Leoni (Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres), Rhéal LeBlanc (Servicio de Información de las Naciones Unidas), Anne-Sophie Lois (Plan International), Viviane Lowe (Traducción Comunicación), Daniela Morris (Correctora), Shannon O’Shea (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia Nueva York), Jemini Pandya (Unión Interparlamentaria), Sarah McConville

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(Estudiante), Irena Mihova (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Céline Molinière (Greycells), Corinne Momal (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Beatrice Montesi (Alianza Global para una Nutrición Mejorada), Naïs Mouret (Federación Mundial de Asociaciones de las Naciones Unidas), Gareth Paul (Corrector), Francesco Pisano (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Tom Peyre-Costa (Interpeace), Rachel Phillips (Organización de las Naciones, para la Educación, la Ciencia y la Cultura), Natalie Pierce (antigua becaria de la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Aziyadé Poltier-Mutal (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), Roxana Radu (Fundación Diplo), Céline Reyboubet (Convenio de Basilea, Rotterdam y Estocolmo), Jean Rodriguez (Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas), Mirta Roses Periago (antigua Directora de la Organización Panamericana de la Salud), Ségolène Samouiller (Universidad de Ginebra), John Scott (Centre for Public Service Communications), Edwin Schupman (Museo Nacional Smithsoniano del Indio Americano), Laura Schmid (Estado y Cantón de Ginebra), Markus Schmidt (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Xavier Seigneurin (Comisión económica para Europa de las Naciones Unidas), Alina Silborn (estudiante), Lila Silborn (estudiante), Mikael Simble (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), Pierre Sob (Greycells), Gabrielle Tayac (Museo Nacional Smithsoniano del Indio Americano), Marina Tejerina Ortega (Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas), Manuela Tortora (Greycells), Sandrine Tranchard (International Standards Organizations), Bobir Tukhtabayev (Organización de las Naciones Unidas, para la Educación, la Ciencia y la Cultura), Hester van der Ent (Escuela de Arte y Tecnología Saxion), Alessandra Vellucci (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra), Besa Veselaj (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), Marilena Viviani (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), Maria-Sabina Yeterian-Parisi (Greycells), Michele Zaccheo (Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra).

Información adicional Este libro reúne elementos de los cuentos de hadas y del folklore tradicional de varios lugares del mundo en una nueva historia. La trama principal ofrece puntos de partida de conversaciones y debates sobre los retos mundiales actuales, y más concretamente, los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Para la historia de este libro se han reformulado muchos cuentos y personajes tradicionales de historias muy conocidas. Algunos fragmentos de la historia proceden de cuentos tradicionales que pertenecen al dominio público.

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Los capítulos de este libro se inspiran o se basan parcialmente en los cuentos siguientes: • La Historia de los Tres Cerditos, de Joseph Jacobs, Cuentos de Hadas Ingleses, 1890. • El Elefante y la Tortuga, de James Honeÿ, South African Folk Tales, 1910. • Caperucita, de Jacob y Wilhelm Grimm, Cuentos de Grimm, 1812 (más conocido como La pequeña Caperucita Roja, según el título dado por Charles Perrault en el Siglo XVII). • El Cortador de Bambú y la Niña de la Luna, de Yei Theodora Ozaki (también conocido como el Cuento de la Princesa Kaguya), en los Cuentos Japoneses, 1908. • Caleuche, del folklore oral chileno con leyendas, creencias, elementos mitológicos y personajes de la Isla de Chiloe y el Sur de Chile. • Historia de Aladino o la Lámpara Maravillosa, de Antoine Galland, El libro de las Mil y Una Noches, Las noches árabes, 1704.

Con referencias menores a: • Blancanieves y los Siete Enanitos, de los Hermanos Grimm, 1812. • Pulgarcita, de Hans Christian Andersen, 1835. • La Princesa y el Guisante, de Hans Christian Andersen, 1835. • Rapunzel, de los Hermanos Grimm, 1812. • Baba Yaga, de la tradición eslava cuyas primeras referencias remontan a 1755. • El Príncipe Sapo, de los Hermanos Grimm, 1812. • El Pájaro de la Canción Popular, de Hans Christian Andersen, 1865. • La Sombra, de Hans Christian Andersen, 1847. • El Nuevo Traje del Emperador, de Hans Christian Andersen, 1837. • Hansel y Gretel, de los Hermanos Grimm, 1812. • Las Habichuelas Mágicas, de Joseph Jacobs, 1890. • La Sirenita, de Hans Christian Andersen, 1837. • Anansi la Araña, de William H. Baker, 1917. Algunos personajes de esta historia hacen referencia, indirectamente, a los príncipes de La Bella Durmiente de los Hermanos Grimm, 1812 (Príncipe Soñado), Cenicienta de Charles Perrault 1697 (el Príncipe de la Zapatilla), y Blancanieves y los Siete Enanitos de los Hermanos Grimm, 1812 (Príncipe de las Nieves).

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Historias de los ODS A lo largo del libro hay recuadros sobre temas específicos relacionados con uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Son puntos de partida para participar en conversaciones electrónicas estructuradas con líderes del mundo entero. Para saber qué se está comentando, se puede leer el código QR de cada tema o bien visitar www.sdgstories.com.

Conversación con Cerdito Sabio ¡Es hora de usar energía limpia! No llegaremos muy lejos si no encontramos mejores soluciones de fuentes de energía renovable. La energía sostenible es un tema importante y la conversación empieza contigo. ¿Son importantes tus decisiones? ¿Cómo podemos marcar la diferencia? ¿Y por qué optar por lo sostenible?

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Únete a la conversación A principios de 2017, el Proyecto de Cambio de Percepción reunirá a líderes y expertos de prestigio mundial en un debate electrónico global centrado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La conversación se estructurará de manera que sea intergeneracional. Se ha ideado para dirigirse a una variedad de públicos, de niños y adolescentes, a estudiantes universitarios y adultos. El objetivo consiste en comunicar estas cuestiones a un público más joven, con la esperanza de que, al explorar como padres, abuelos y tíos los ODS con los niños, ellos también conocerán la importancia de los retos a los que nos enfrentamos como comunidad global. Es un experimento audaz que combina la participación de líderes de alto perfil, embajadores, ejecutivos, famosos y personajes de cuentos ficticios. Le invitamos a unirse, como líder y experto, a esta aventura, ayudándonos a avivar la imaginación de jóvenes y mayores.

* Las conversaciones electrónicas son espontáneas y se están desarrollando en el momento de imprimir esta edición, por lo que no estarán todas disponibles de inmediato.

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Este libro quiere atraer a lectores de todas las edades a descubrir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Cuenta la historia de un viaje emprendida por varios conocidos personajes de cuentos de hadas y relatos populares, para evitar que la historia se repita y salvar el mundo. Estos personajes de todo el mundo con los que estamos tan encariñados —y que muchos de nosotros conocemos desde nuestra infancia— no solo forman parte de esta historia, sino que también mantienen conversaciones que tienen repercusiones en las vidas de las personas de todo el mundo, más allá del reino de los cuentos de hadas. Un elemento transmedia conecta este libro físico con las conversaciones electrónicas entre los personajes del libro y los especialistas, famosos y los propios lectores.

Para leer el libro en línea, visite:

www.sdgstorybook.com


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