COMITÉ EDITORIAL PÉRGOLA DE HUMO Núm. 6 (enero-marzo 2021), Año II Directora Tania Rivera Relaciones públicas Alejandra Zuccolotto Editores y dictaminadores de poesía Edgar Humberto Paredes Ornelas Gerardo Ronzón Editoras y dictaminadoras de narrativa Alejandra Zuccolotto Tania Rivera Colaboradores externos Evaluna Pereyra Eufrasio Daniela de la Fuente Mtro. José Luis Martínez Suárez Portada Liliana Cortina REDES SOCIALES Facebook: @pergolaDhumo Instagram: @PérgolaDeHumo Canal de YouTube: Pérgola De Humo Correo electrónico: pergoladehumo@hotmail.com
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Sobre nuestros artistas invitados PORTADA E INTERIORES Liliana Cortina Mi nombre es Liliana Cortina Rosabal, vivo en La Habana, Cuba. Mi obra ha sido escogida para ilustrar libros y revistas de autores renombrados. He obtenido premios y reconocimientos en diferentes concursos internacionales, más de 40 exposiciones personales y más de 30 colectivas en diferentes países. Mi obra forma parte en colecciones privadas y estatales en varias partes del mundo.
INTERIORES Francisco Quintanar Es licenciado en Artes Visuales por la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM (1990-1994). Tiene más de 100 exposiciones colectivas en museos y espacios culturales de México y su obra se ha expuesto en diversos países, entre ellos España, Portugal, Francia, India, Perú, Japón, China y Taiwán. Ha recibido distinciones como el Bharat Bhavan Grand Prize Award, en Bhopal, India (1997); la Mención de Honor en el Salón Internacional de Arte, La Paz, Bolivia (2003); y el Segnalazione della Giuria. Concorso Internazionale Ex libristico “Il Bosco Stregato” (2006). Fue becario del FONCA en la categoría Jóvenes Creadores (1997-1998).
PRESENTACIÓN
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ARTÍCULO El estudio biopolítico de Michel Foucault: Un análisis discursivo de la democracia en México. El nacimiento de la société infectée. Eric Rodríguez Ochoa 5
NARRATIVA El sacrificio Paula Busseiners 11
Í N D I C
Marea Muerta Gabriela Herrera 14 Donald, el expresidente Hugo Chávez Mondragón 17 El espantapájaros J. R. Espinoza 22
E POESÍA Flashback/ Las olas Dylan Novalis Ramírez Muñoz 27 Exilio/ El juego Edgar Humberto Paredes 29
NOVELA El club de la lectura. Capítulo 1. Presidenta de un club de lectura Juan M. Fernández Chico 33
RESEÑA Hijas prestadas: reseña de Fragmentos de una mujer (2020) Tania Rivera 39
CRUCIGRAMA
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Í N D I C E
PRESENTACIÓN Queridos lectores:
publicadas por entregas (¿por qué no ponernos un poquito nostálgicos?). En esta ocasión le toca a Juan M. Fernández presentarnos el primer capítulo de El club de lectura, titulado “Presidenta de un club de lectura”.
Una vez superado el primer aniversario, nos orgullece decir que no hemos dejado de dar vida al proyecto tan entrañable que es Pérgola de Humo. Mucho menos podríamos dejar de hacerlo en un momento como el que vivimos, lleno de incertidumbres y aflicciones que sólo pueden sanar mediante el contacto con lo sublime. La sublimidad más próxima a muchos de nosotros es el arte de la palabra. Para ustedes, con esa finalidad curativa, va el sexto número de nuestra revista.
Y como estamos próximos al 8 de marzo, no podíamos dejar de lado la conmemoración de la literatura escrita por mujeres, aunque quisimos hacerlo de una manera diferente. Por eso, al final de estas páginas, encontrarás un crucigrama en el que probaremos tus conocimientos sobre las escritoras mexicanas más importantes. Te invitamos a seguir la dinámica y a divertirte un rato.
Nuestras autoras y autores son, como siempre, un lujo. El artículo de este trimestre está a cargo de Eric Rodríguez Ochoa; en narrativa nos complacen con sus textos Paula Busseiners, Gabriela Herrera, Hugo Chávez Mondragón y J.R. Espinoza; en poesía, Dylan Novalis y Edgar Humberto Paredes; y por último, en reseña, Tania Rivera. Por otra parte, las ilustraciones de Liliana Cortina y Francisco Quintanar le dan al número una gran belleza visual, razón por la que nos alegra muchísimo contar con su talento.
Como ya es costumbre, te damos las gracias a ti que formas parte de esta pequeña comunidad llamada Pérgola de Humo. Tu lectura es un granito de arena valiosísimo para que este trabajo siga teniendo una razón de ser. Y a quienes participan con sus textos e ilustraciones, qué podemos decirles. La confianza que nos brindan tiene un fruto constante: la democratización de la creatividad. Eso es lo que, a la larga, mantendrá viva y accesible nuestra capacidad de asombro. ¡Bienvenidos!
Para esta sexta edición, abrimos una nueva sección literaria, que es la de novela. La intención es dar un espacio a aquellos escritores de dicho género que, luego de pasar por el filtro de nuestra convocatoria, quieran compartirnos su obra por fragmentos, muy al estilo de aquellas novelas decimonónicas
Comité editorial Pérgola de Humo Xalapa, Veracruz, México
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El estudio biopolítico de Michel Foucault: un análisis discursivo de la democracia en México. El nacimiento de la société infectée. Eric Rodríguez Ochoa Universidad Autónoma de la Ciudad de México Eje: Teoría política El arte siempre tiene la intención de inspirar. Dulce Anahí Rivas
Resumen El estudio sobre la democracia en México y su relación con la noción de biopoder en el pensamiento de Michel Foucault es importante debido a que en los años 80 se introduce el tema de biopolítica, pero no es porque a Foucault sólo le interesen temas de filosofía política tradicional, sino porque él, en esos años, está explorando el surgimiento de un nuevo problema: ¿cómo es posible que el estado ahora se ocupe de la población, es decir, se ocupe de algo más que de lo que se ocupaba el mundo feudal? El presente ensayo tiene como objetivo analizar la relación sustancial entre el concepto de biopolítica y la democracia efectuando un recorrido teórico que posibilite futuras investigaciones Palabras clave: historia, legitimación, biopolítica, estado, democracia.
Algunas consideraciones introductorias al estudio político, así como del surgimiento del concepto biopolítica Cuando el estado interviene sobre el cuerpo individual, da origen a las disciplinas, y cuando es sobre el cuerpo social o comunitario da origen a la biopolítica que describe el pasaje del antiguo régimen monárquico absolutista al nuevo régimen industrial democrático liberal entre los siglos XVII y XIX. La biopolítica como noción fue elaborada (bajo ciertos criterios reelaborada, ya que los trabajos de Roberto Esposito atribuyen el concepto al filósofo Rudolf Kjllén) por Michel Foucault para describir ciertas coordenadas, estrategias o conductas en las que se ejerce un tipo de poder: el soberano. Este poder soberano tendrá una transformación en la manera en que se ejercen prácticas de 3
poder, pero que a la par del ejercicio, crea nuevas formas de relaciones políticas. En el análisis del biopoder, existían ciertas relaciones de un afuera entre lo que eran los imperios y los no imperios; ahora ha tomado un rumbo político importante a saber: las relaciones externas entre las configuraciones de un régimen político han pasado a ser internas. Las nuevas tecnologías relacionadas con el poder están inmersas en la construcción de los sujetos. Las prácticas de liberación en relación con un poder represivo han pasado a ser prácticas de libertad, pero ésta obedece a un paradigma biopolítico. Con la finalidad de dejar vivir y hacer morir. Los efectos de la pandemia han enfocado toda estrategia gubernamental en el cuidado de la vida y su reelaboración, paradójicamente, en contraste al miedo, a los índices de mortalidad y la incertidumbre. Cierto es que existen cada vez más estrategias vinculadas a la información sobre el virus, la articulación de diferentes órdenes del gobierno, así como una nueva reformulación instrumentalizada sobre el cuidado de la vida. ¿Cómo la democracia en México ayuda a la configuración de las políticas del cuidado de la vida? El sistema democrático pertenece a un sistema más general, al sistema político. Éste se encamina a una acción política. El resultado de ejercer una libertad colectiva es antiquísimo y complejo de acuerdo a contextos históricos emergentes (la democracia directa, la democracia representativa, la democracia mixta, etcétera). «Creo que un análisis teórico riguroso del modo de funcionamiento de las estructuras económicas, políticas e ideológicas es una de las condiciones necesarias de la acción política, en la medida en que la acción política constituye una manera de manipular y eventualmente de cambiar, de trastornar y de transformar las estructuras. No considero que el estructuralismo sea una actividad exclusivamente teórica para intelectuales de salón, creo que puede y debe articularse en unos modos de hacer […] La política no tiene por qué estar obligatoriamente condenada a la ignorancia». Foucault, citado en Eribon, 1992: 225. En la política contemporánea se emplea convencionalmente el nombre gobierno como sinónimo de dominación (legitimación, acto de someter, de ceder libertades a una voluntad mayor, etcétera). Pero el significado de la palabra dominar no es necesariamente peyorativo u opresor. Weber (1964) en su texto Economía y Sociedad considera: “La "legitimidad" de una dominación debe considerarse sólo como una probabilidad, la de ser tratada prácticamente como tal y mantenida en una proporción importante. Ni con mucho ocurre que la obediencia a una dominación esté orientada primariamente (ni siquiera siempre) por la creencia en su legitimidad” (Weber, 1964: p.170). La obra de Michel Foucault trata del sujeto como objeto de conocimiento, pero, además, del sujeto y los juegos de verdad. Heidegger planteaba la verdad como aletheia, es decir, como una 4
forma de des-ocultar lo oculto, con la idea de que no necesariamente el lenguaje tenía el carácter de hacer evidente todo lo que no está presente, pues Heráclito consideraba que el lenguaje humano no revela toda la verdad, ya que puede expresar falsedad. De allí que Gadamer (1988) mencione que la verdad depende de los juicios del razonamiento.
Análisis teórico respecto a la cuestión democrática y su relación con el concepto de la biopolítica. Examinaremos, pues, las cuestiones de la construcción política a la cual nos referimos como democracia. Con ello, las investigaciones de Michel Foucault pretenden explorar la problemática de la construcción política denominada como democracia, haciendo uso de la noción biopolítica. El objetivo de dicha exploración pretende dar cabida a preguntas que sitúen la problemática en un campo de análisis que reconoce la primordial relación de lo político con la noción de vida. La cartografía que analizaremos busca dar reflexiones sobre la disertación del biopoder dentro de la esfera política moderna, así como sus implicaciones en la formulación de enfoques vida y muerte. Analizaré ciertas propuestas que nos ayudarán a comprender la democracia y la biopolítica a saber. La democracia, que autoriza a los ciudadanos en la toma de decisiones del sistema político y que antiguamente excluía de dicho sistema a los esclavos y las mujeres, encontraba justificación en tratados de filósofos como Aristóteles (incluso Platón tomó partido en la democracia, distinguiéndola de otras formas de gobierno). Más adelante, la idea de democracia se conjuntó con el imaginario de la República y, en consecuencia, la democracia se instauró como parte consustancial del ideario de una forma de civilización que fue heredada siglos más tarde como referente obligado para el Estado-Nación occidental. Retomaremos algunos planteamientos formulados por Mouffe (1999, 2000) que nos permiten comprender dimensiones para la educación en democracia. Ella nos hace ver una diferencia conceptual y vivencial de dos categorías distintas pero complementarias: “la política” y “lo político”. La primera hace referencia a los mecanismos, a las formas mediante las cuales se establece un orden y se organiza la existencia humana que siempre se presenta en condiciones conflictivas; y la segunda se refiere a una cualidad de las relaciones entre las existencias humanas, y se expresa en la diversidad de las relaciones sociales: Con ese fin propone distinguir entre “lo político”, ligado a la dimensión de antagonismo y de hostilidad que existe en las relaciones humanas, antagonismo que se manifiesta como diversidad de las relaciones sociales, y “la política”, que apunta a establecer un orden, a organizar la coexistencia humana en condiciones que son siempre conflictivas, pues están atravesadas por “lo político”. (Mouffe, 1999, p. 14) 5
A finales de la edad media y principios del siglo XV, la organización política se institucionalizó, se conformó la noción de Estado y con ella, la democracia empezó a comprenderse bajo esta institucionalización como un poder que reside en el pueblo. También la democracia es asimilada como una forma de coexistencia social que busca propiciar formas colectivas de acción y participación que confluyen en el conjunto social. La democracia también puede ser entendida como un imaginario que orienta estructuralmente a los grupos de una sociedad a las prácticas de simulación incluyentes e igualitarias, con el fin de vivir un anhelo de un nuevo régimen político acompañado de bienestar. Al final me he dado cuenta de que el poder político no se ejerce exclusivamente sobre la ideología, como se tiene la costumbre de decirlo en las filas de un marxismo un tanto simplista. El poder político, antes incluso de actuar sobre la ideología, sobre la conciencia de las personas, se ejerce de manera mucho más física sobre su cuerpo. La manera como se le imponen gestos, actitudes, usos, reparticiones en el espacio, modalidades de alojamiento, esta distribución física, espacial, de la gente, me parece que pertenece a una tecnología política del cuerpo. (Foucault, 2014: 280) Un estado democrático es un régimen incluyente y legítimo que otras formas de gobierno donde se ejerce la política desde su legitimación1 como las dictaduras, las oligarquías y las monarquías, toda vez que supone que la soberanía del Estado recae sobre su pueblo. No obstante, el referente de inclusión que supone la democracia nunca ha sido universal, ya que requiere de principios de exclusión que determinan quién puede y quién no puede participar en la toma de decisiones.
La democracia y el gobierno de las vidas: Apuntes teóricos desde la reflexión filosófica. El análisis que hace Foucault visibiliza la antiquísima relación del poder con la vida y la muerte, al tiempo que se pregunta por el poder soberano (el gobierno supremo) que enuncia y decide aquella(s) vida(s) que puede(n) y deben ser sacrificada(s). Pero veamos: no es la vida que el gobierno supremo da y quita, la vida que hipotéticamente le pertenece; lo que está en juego es el 1En
Defender la Sociedad, Foucault efectúa, entre otros, el estudio comparativo de la fundación de las monarquías inglesa y francesa en el siglo XVII, y hará hincapié en que para el caso de Francia hay una reacción nobiliaria representada en Boulainvilliers, quien crítica el discurso histórico que canta las alabanzas del poder del rey, de tal suerte que dicha crítica hace saltar a la luz la maquinaria administrativo-burocrática que termina fabricando el poder y saber del rey. Pone al descubierto que el discurso que legitima el poder absoluto del monarca estalla y se fragmenta en pedazos, porque a la base de la ley o contrato social que entrega el poder absoluto al rey existen invasiones y conquistas calladas que lo explican. De esta manera, el autor de los cursos Defender la Sociedad ha acuñado lo que dio en llamar: "nuevo discurso histórico-político" o, desde otro ángulo, lo que él llama "contrahistoria". Dreyfus y Rabinow. (2001: 135)
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poder sobre lo viviente (res). A partir del siglo XVIII, la biopolítica se ejerció sobre la vida, como lo hemos estado revisando. Pero ¿de qué vida se habla? La vida que toma a su cargo la biopolítica no es igual a aquella en donde se perdona la misma. En la primera, se administra lo que se dejará vivir; en la segunda, lo que se dejará morir. La vida actúa como una herramienta al servicio del biopoder. En Vigilar y Castigar, Foucault, nos habla de la peste que se mantuvo en estado de previsión, he allí la prueba de la cual se puede definir idealmente el ejercicio del poder disciplinario, para ver funcionar las disciplinas perfectas; los gobernantes soñaban con el estado de peste, ciudad apestada y su control por tanto de confinamiento, separación y aislar al muerto a la ciudad de los muertos. En su curso Seguridad territorio y población, Foucault poco agrega el modelo lepra y al modelo peste que había estudiado en vigilar y castigar el análisis del tratamiento de la viruela. El primero es propiamente represivo: aísla y excluye el segundo es disciplinario encierra solamente con la finalidad de ordenar, analizar, cuadricular inspeccionar y enderezar. Se articula así una anatomopolítica. ¿Acaso la disciplina, el confinamiento y el encierro que se está teniendo a raíz de una pandemia mundial (SARS-COV2) tienen que ver con el control de los cuerpos y las vidas que mencionaba Foucault en la esencia de la biopolítica2? Así parece, pero hay una cuestión importante a resaltar: El interés de Foucault es hacer evidente cómo funcionan estas prácticas políticas y la regulación con la vida; no pretende juzgar si estas prácticas son buenas o malas. Sólo existen, y a la par con la crítica foucaultiana surge también la crítica y las nulas propuestas que el autor plantea.
Apuntes finales en torno al poder, biopolítica y gobierno: De la cuestión discursiva y sus aclaraciones. En el análisis del discurso político se esconde dentro de un antagonismo imperceptible que confronta y divide a una sociedad en dos clases: “nosotros” y “ellos”. La revisión de Foucault tiene como propósito ver que el discurso “se dice” desde el nivel del poder, para conformar a través del tiempo una legitimación que abarca incluso una nación. Una formación discursiva no es, pues, el texto ideal, continuo y sin asperezas, que corre bajo la multiplicidad de las contradicciones y las resuelve en la unidad serena de un pensamiento coherente; tampoco es la superficie a la que viene a reflejarse, bajo mil aspectos diferentes, una contradicción que se hallaría a la vez en segundo término, pero dominante por doquier. Es más bien un espacio de disensiones múltiples; es un Con todo ello, la muerte podría ser un punto de fuga a través del cual la vida se pone fuera de su alcance. Una muerte podría pensarse que escapa del poder político, reglado, y de relaciones intrínsecas que rigen dichas formas de cultura.
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conjunto de oposiciones diferentes cuyos niveles y cometidos es preciso describir. El análisis arqueológico suscita, pues, la primacía de una contradicción que tiene su modelo en la afirmación y la negación simultánea de una única y misma proposición. Pero no es para nivelar todas las oposiciones en formas generales de pensamiento y pacificarlas a la fuerza por medio del recurso a un a priori apremiante. Se trata por el contrario, de localizar, en una práctica discursiva determinada, el punto en que aquéllas se constituyen, de definir la forma que adoptan, las relaciones que tienen entre sí y el dominio que rigen. En suma, se trata de mantener el discurso en sus asperezas múltiples y de suprimir, en consecuencia, el tema de una contradicción uniformemente perdida y recobrada, resuelta y siempre renaciente, en el elemento indiferenciado del logos. (Foucault, 1970: 261-262). Desde el siglo XVIII entramos en lo que Foucault llama “la sociedad disciplinaria” (y en pleno siglo XXI, entramos a La société infectée. No estamos solamente ante un contagio, sino también en medio de una sociedad contagiada que tiene por resultado una pandemia que aquí mencionaré de manera general, ya que será una investigación posterior. Una sociedad contagiada de prácticas, formas de cultura, del imperativo del goce, de la desaparición de la prohibición, de la vigilancia y sus efectos de represión) y cuyo modelo es el que describe en su libro “Vigilar y castigar”. Se trata de disciplina de los cuerpos para hacerlos productivos. “se les hace vivir, se les deja morir”. Hay un conjunto de micropoderes que lo garantizan: la familia, la escuela, el ejército, la prisión, el hospital, la ley del poder soberano se le añade la norma. No se trata de una ley que se impone para obedecer sino de una norma que se impone para normalizar. Normalizar quiere decir ajustarse a los parámetros de lo que “es normal” y excluir lo anormal. Foucault se refiere a él como anatomopolítica: disciplinar los cuerpos en su anatomía. Es muy interesante ver cómo Foucault analiza el concepto de biopolítica y el discurso. Finalmente, obedece a ciertas reglas de formación que son aceptadas de manera general en la sociedad. Este trabajo pretendió analizar de manera general y desde dichos parámetros la idea de la biopolítica, más en una sociedad como la mexicana y su forma de cuidar no sólo la vida sino, implícitamente, los cuerpos que configuran el cuidado. En un ensayo posterior se ampliará y formulará una nueva investigación sobre el nacimiento de “La société infectée” donde se abordará dicho concepto a propósito de las Cartas de Voltaire (1755) a Jean Jaques Rousseau cuando el primero le cuestiona al segundo que la sociedad está infectada de malicia, crueldad, egoísmo del cual, la novela de Rousseau, es parte de esa sociedad infectada.
Bibliografía y obras de consulta: Beuchot, M. (2004). Historia de la filosofía en la posmodernidad. México: Torres y asociados. Berger, P. y Luckmann,T. (2003). La construcción social de la realidad. Argentina: Amorrortu. 8
Eribon, D. (1992) Michel Foucault. España: Anagrama. Foucault, M. (1970) La arqueología del saber. México: Siglo XXI. Foucault, M. (1995) Vigilar y Castigar, nacimiento de la prisión México: Siglo XXI. Foucault, M. (2014). “Volver a la historia”, en revista de Ciencias Sociales y Educación, Vol. 3, Nº 5, Enero-Junio de 2014. Colombia: pp. 267-278. Gadamer, G. (1988), “¿Qué es la verdad?”, en Verdad y Método, Vol. II, España: Sígueme. Habermas, J. (1986). Ciencia y técnica como ideología. México: Taurus.
Eric Rodríguez Ochoa. Se licenció en Filosofía e Historia de las Ideas con mención honorífica por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es miembro investigador de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política, miembro del Colegio Profesional de la Comunidad Mexicana de Estudiantes de Filosofía, escritor y colaborador del blog Filosofía en la red. Líneas de investigación: lenguaje, discurso, psicoanálisis, filosofía y teoría políticas. Desde 2010 ha participado en diversas conferencias nacionales e internacionales sobre Foucault y ha escrito diversos artículos en revistas especializadas digitales. Actualmente está estudiando un curso de metodología e investigación y un diplomado en teoría psicoanalítica para sus estudios próximos de posgrado. Dará una conferencia internacional en el VIII Congreso Internacional de la Asociación Mexicana de Ciencia Política.
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Sacrificio Paula Busseniers Los masai cuentan que cuando cazas a un animal, su espíritu entra a habitarte. Eres la muerte de esa criatura y la responsable de su poder. Le tienes que dar casa nueva a ese poder, darle parte de tu cuerpo. Mayra Santos-Febres, “La cazadora”
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fuera de la ciudad, a pocos kilómetros, había un tupido bosque con gran variedad de árboles, todos añejos. En medio de un claro se hallaba un cazador, totalmente inmóvil. Su mente registraba, igual que un cirujano a punto de abrir el pecho del paciente, todo lo que ocurría a su alrededor: una urraca que volaba de rama en rama, una racha de aire que súbitamente revoloteaba el polen, un débil crujir entre la maleza. Su corazón latía a prisa, emocionado por lo que creía que estaba por ocurrir: cazaría ese venadito que lo había llevado en su persecución por el bosque. Es muy listo, pensó, o muy travieso. Ambas posibilidades le importaban mucho, a él, un cazador experimentado. En su despacho de abogado tenía la prueba de su destreza: tres magníficas cabezas de ciervos machos, luciendo sus peligrosas astas. ¡Mira! Al lado del enorme encino de la izquierda apareció de nuevo el animal. Instintivamente el hombre se alistó a jalar el gatillo, pero no lo hizo, adivinando un ardid del bicho. Parecía que éste sabía que le quedaban únicamente tres balas en la recámara de su rifle. Si fallara otra vez, serían apenas dos. De sólo imaginarlo empezaba a brotarle el sudor. Él, que tenía siempre la sangre tan fría, se sentía ahora acobardado por su presa. Había que serenarse, a toda costa. ¡No debía fallar! Estiró lentamente el brazo, cerrando el ojo izquierdo para concentrarse mejor. A punto de tirar, algo lo distrajo. Sólo un leve crujir. ¿Lo había soñado? El venadito no dio señales de haberse inquietado. Seguro fue una tontería, un ratoncito, tal vez, o una ardilla. ¡No podía vacilar más! Entonces pasaron dos cosas: se escuchó un suave silbido, casi inaudible, y en el mismo instante, el venadito desapareció. “¿Quién hizo eso?” se preguntó el hombre sorprendido, maldiciendo al que le arruinó el tiro que sabía certero. ―A que tú no quieres a los animales, ¿verdad? ―le susurró una voz ronca. El cazador volteó con tal brusquedad y tan repentinamente, que al hacerlo descuidó su arma. Por poco se vuela el propio pie. ―Tranquilo, tranquilo, amigo ―le decía el desconocido―, aquí nadie va a hacer daño a nadie. Y silbó idéntico a lo que había escuchado unos momentos antes. De inmediato, el venadito venía trotando hacia ellos. El cazador se quedó atónito. ―¿Pero qué es eso? ―exclamó al fin―, ¡un venado que obedece, cual fuera una dócil mascota!
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―Esa es una larga historia ―dijo el hombre de la voz ronca―. ¿Quieres oírla? Te invito a tomar una sopa caliente en mi cabaña. Sin descuidar un instante al cazador, acariciaba la suave piel del venado. ―Ésta es Lola ―añadió―, nos hicimos amigos hace ya tiempo. Y tú, ¿cómo te llamas? Con disgusto, el cazador se identificó como Alberto, a secas. A él no le interesaba la sopa caliente; por curiosidad aceptó la invitación con un simple movimiento de cabeza. Caminaron uno tras otro el largo trecho hacia la cabaña sin cruzar palabra. El hombre se movía rápido y con seguridad entre la densa vegetación, pero a Alberto no le era tan fácil esquivar las ramas y los troncos de los árboles y perdió de vista al venadito. Su mente trató inútilmente de entender lo ocurrido. Era insólito, todo tan extraño. Jamás podría contar esta historia a sus amigos cazadores. Finalmente, los dos hombres llegaron a una pequeña cabaña de madera. ―No me he presentado ―dijo el amigo del venado, estirando la mano con la intención de estrechar la de Alberto―. Soy Ranulfo. Alberto notó que la piel de su anfitrión era áspera, muy diferente a la de él, que vivía en la ciudad y conversaba más de lo que trabajaba. Ranulfo calentó la sopa y dispuso dos platos en la mesa de madera, al tiempo que Alberto observaba con extrañeza el interior. Todo estaba en perfecto orden. ―Así que no eres realmente un cazador ―le interrumpió su anfitrión. Lo miró con el ojo entrecerrado, tratando de escudriñar su vida entera―. Vienes de la ciudad y no entiendes el campo, ni el bosque. Te voy a platicar de cuando Lola y yo llegamos a ser amigos. Mientras comían y Ranulfo contaba lo sucedido años atrás, Alberto se mantuvo en actitud esquiva. La sopa era sabrosa, muy diferente de los bocadillos en las reuniones con sus colegas. En cambio, la historia le resultó un cuento chino. ¡Quién en su sano juicio liberaría de una trampa a un venado para entablar amistad con él! Alberto se sentía burlado y quería irse de ahí lo antes posible. Ranulfo lo tuvo que acompañar hasta el lugar donde se conocieron: sin él se hubiera perdido irremediablemente. Una vez fuera del bosque, Alberto localizó su lujoso auto con su chofer. En el trayecto a la ciudad, no abrió la boca. Al igual que una espesa neblina, el mal humor se apoderó de él. Entre dientes maldijo al tal Ranulfo, que le frustró su triunfo de cazador. Con el pasar de los días, Alberto se volvió más hosco y ensimismado. Evitaba asistir a las reuniones con sus colegas abogados en las que recordaban historias de cacerías exitosas. Dejó de dormir a sus horas. A menudo tenía insomnio. Lola ya era una obsesión. La vida de Alberto se hizo aceleradamente caótica. Dejó de reunirse con sus amigos y visitaba los barrios bajos de la ciudad, donde nadie lo conocía. Se embriagaba con hombres rudos que oyeron su relato con algo de sorna. Cuando no estaba presente decían: “Ese hombre, ese Alberto, es un cobarde. No tiene agallas para matar a ese venadito”, y todos se reían a carcajadas. Al transcurrir el tiempo, también Alberto llegó a pensar que le había faltado valor y que era un fracasado. Cierta mañana, muy temprano, envalentonado por el alcohol, se vistió con su ropa de cazador, escogió el arma y la munición, y subió a su lujoso carro. En esta ocasión no necesitaría chofer. Enfiló por la carretera en dirección al bosque. El coche ronroneaba acelerado por el camino 12
sinuoso. Estacionó el auto en la entrada. Aferró su fusil y desapareció entre los árboles. Esta vez no fallaría. Con cautela buscó el lugar donde aquel día casi acabara con la Lola. Introdujo tranquilamente las balas en el rifle, y se dispuso a esperar. Pensó que podría esperar toda la vida si fuera necesario. El sol ya caía a plomo sobre el sendero entre los pinos. Alberto se lamentó de que no había llevado agua. Tenía mucha sed por la resaca, sudaba copiosamente y su lengua se adhería seca a su paladar. Iba perdiendo la concentración en el momento en que, ahí, junto al encino de la izquierda, vio surgir a Lola. Le sonreía, con su mirada dulce y tranquila, llena de confianza. ¿Sería él capaz de darle un tiro en medio de esos bellos ojos? Lola seguía inmóvil, como si le concediera a Alberto todo el tiempo en decidirse. Éste empezó a angustiarse. ¿Qué dirían sus compañeros de juerga si supieran que él, hecho un tonto mirando a un venado, dudaba en disparar? El sudor le brotaba por todos los poros de su cuerpo. Tenía que actuar pronto, antes de que se arrepintiera. Y desesperado por las dudas que revolotearon en su mente, sin pensarlo ni medir la consecuencia de lo que iba a hacer, Alberto apuntó a la cabeza de Lola. En el último segundo escuchó un leve crepitar. Una detonación rasgó el silencio del bosque. Lola había desaparecido. Alberto yacía inerte. Un hilillo de sangre escurría aprisa hacia el suelo cubierto de agujas de pino.
Autor: Jon Tyson
Paula Busseniers (Leuven, Bélgica, 1947). Co-traductora de Huesos de Jilguero, antología poética de Janet Frame, UV, 2015; publicó poemas en La Palabra y el Hombre, núm. 51, y en La Coyolxauhqui, núm. 0; traducción de poesía en Tintero Blanco, núm. 3 y Pérgola de Humo, núm. 3; cuentos en Tintero Blanco, Monolito, Campos de Plumas; haikús en Tema y Variaciones de Literatura, núm. 53 (UAM).
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Marea muerta Gabriela Herrera
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a sirenita, prendada de un príncipe humano al que observaba de lejos cada que él se acercaba con su barco al mar, nadó hacia la zona que, desde tiempos primigenios, estuvo prohibida. Ahí ya la estaban esperando: la bruja del océano la saludó escandalosamente, mostrando sus enormes colmillos, y el aroma a putrefacción de su aliento hizo que la sirenita se tragara el vómito que intentó subir por su garganta. Un par de hipocampos, preñados ambos, la guiaron a un asiento construido con algas y huesos, mientras la bruja comenzaba a hablar: ella ya sabía por qué la sirenita bajó a sus dominios, así que no tenía caso perder el tiempo. Respondió que la ayudaría a obtener el corazón del príncipe humano, pero a cambio pedía solamente una cosa: la bella voz de la sirenita. —Pero, sin mi voz, ¿cómo voy a hablar con él? — preguntó ella, y la bruja soltó una carcajada que hizo temblar las paredes de coral negro de la cueva. —Por eso no te preocupes, que yo te daré todo lo que necesitas —respondió, y uno de los hipocampos, nadando con dificultad por lo hinchado de su barriga, le acercó a la sirenita un pedazo de vidrio que tiempo atrás fue parte de una botella donde un náufrago introdujo un mensaje de auxilio que jamás llegó a su destino. —Hazlo —ordenó la bruja. La sirenita obedeció, dudosa, y se encajó el vidrio en la garganta. La sangre comenzó a manar de la herida en un delgado hilo que subió hasta la hechicera, quien rápidamente lo metió en una Autor: Bruce Cristianson concha donde, años después, nacería una bella perla rojiza y apestosa. —Es hora, pescadita, de que yo cumpla mi parte del trato —comenzó a decir la bruja —. Sin embargo, hay algo que debes saber: tienes dos días para lograr tu objetivo. Si no lo haces… ¡olvídate de un final feliz! —señaló. Elevó las aletas y la sirenita comenzó a transformarse. Primero, las escamas se le fueron despegando del cuerpo. Una a una, una a una… Las agallas se le cerraron como si estuvieran cosiendo los extremos de su piel con agujas al rojo vivo. Una a una, una a una… Pelos comenzaron a brotar de su nueva epidermis, atravesando sus virginales folículos. Uno a uno, uno a uno… 14
La Sirenita, con los ojos en blanco, se convulsionó entre espumarajos y no pudo soportarlo más: a los pocos minutos de aquella tortura, le sobrevino un piadoso desmayo. Despertó mucho después, todavía adolorida. Los hipocampos, bajo sus axilas, nadaban lo más rápido que podían mientras ella sentía el viento marino azotarle el, ahora, humano rostro. El olor a sal al que nunca le prestaba atención, de pronto se le figuró delicioso. Los animales la acercaron a la playa, entregándole un pedazo de coral de la cueva e indicándole que lo usara para darse un baño en algún río. Porque, como ya es bien sabido, a ningún príncipe le gustaría tener a su lado a una novia que apesta a pescado. La sirenita obedeció y, en una laguna cercana, de agua tan dulce que incluso la empalagó, se dio su primer baño humano, frotándose el coral contra la piel hasta que se sacó sangre. Observó su reflejo y se quedó más muda de lo que ya estaba: el cabello largo le bajaba por los hombros, en el blanco y ovalado rostro brillaban un par de ojos verdes y labios carnosos. Se habían mantenido lo puntiagudo de sus pechos y abajo, entre sus piernas, un negro vello mantenía secreta la única parte de su nuevo cuerpo que le recordaría a su hogar, por la humedad y el aroma. Así, desnuda, se presentó en el palacio, aunque cada paso dolía como si le clavaran agujas en aquellas torneadas piernas. Todos la dejaron pasar debido a su belleza, y el mismo príncipe solicitó verla, quedándose anonadado ante aquella mujer que le sonreía de forma casi beatifica, sin mostrar los dientes. —¿Quién eres, extranjera? ¿Una ninfa de los bosques? —preguntó, y al no poder ella responder, ordenó que le llevaran papel y pluma, aunque no supo usarlos. —No importa —dijo el príncipe—. Eres tan hermosa que me casaré contigo. Todo salió mejor de lo que pensaba. ¡Por fin los sueños de la sirenita se hacían realidad! ¡Bendita bruja! No importaba que el príncipe ni siquiera supiera quién era, ni que pudiera explicárselo. Al fin y al cabo, no podría entenderlo. Se casarían, estarían juntos para siempre. Serían felices, sobre todo ella. La boda fue rápida: simplemente le pusieron un vestido, la arreglaron y frente a un hombre de bata negra, el príncipe hizo los votos, que ella no pudo repetir. La noche de bodas fue en la cámara real y la sirenita se la pasó muy bien. Cansado, el príncipe se dejó caer a su lado y ella lo observó dormir mientras, por fin y después de mucho sufrimiento, sonrió mostrando aquellos bellos dientes, blancos como la espuma. A la mañana siguiente, uno de los ministros tocó a la puerta de la cámara real porque el príncipe era tan responsable que trabajaba incluso en su luna de miel. Al no obtener respuesta ni escuchar sonido alguno, llamó a uno de los guardias para que abriera. Cuando lo hicieron, no pudieron contener el vómito: una fuerte peste, como a pescado podrido, invadía la habitación. En la cama, entre plumas de almohadas desgarradas y sábanas manchadas de sangre, se encontraba el príncipe: dientes hambrientos y garras afiladas le habían abierto la caja torácica, deleitándose con los latentes órganos y la carne magra de aquel apuesto espécimen de hombre. Afuera, en la playa, la sirenita observaba el mar. De nuevo estaba desnuda, aunque la sangre coagulada que cubría su piel haría pensar a cualquiera que traía un entallado vestido oscuro. Seguía relamiéndose: el príncipe fue tal y como lo imaginó, delicioso. En especial ese 15
corazón con el que tanto fantaseaba allá, en su lecho marino. El dolor había valido la pena. Siempre le estaría agradecida al príncipe por tan magnífico festín. Pero, pensando seriamente, ¿todos los príncipes sabrían igual? Seguramente, y aquella reflexión la hizo soltar una risa muda. Aun sin voz, ya encontraría otro para averiguarlo. Poco después los hipocampos llegaron acompañados por millares de crías que royeron, golosas, el vestido de sangre de la sirenita. Ella sólo sonrió y se perdió en el abismo.
Gabriela Herrera González (México). Actual estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas. Ha participado en la antología Recreaciones: de la poesía al ensayo (2014) que construyó el Colectivo Literario de la ciudad de Poza Rica, Veracruz. Participaciones en la editorial Lit Ediciones, de la Ciudad de México con los cuentos Dicromacia (2014) y Resistencia (2015). Participante de la antología No voy a poder dormir esta noche (2015), organizado por la editorial colombiana La semilla amarilla. Ganadora del segundo lugar del Premio Nacional al Estudiante Universitario organizado por la Universidad Veracruzana (2020). Ganadora del XII Concurso Nacional de Narrativa Elena Poniatowska organizado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
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Donald, el expresidente Hugo Chávez Mondragón
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o lo entiendo. ¿Por qué ahora? Y en especial de esta forma. Repentinamente me siento con un cansancio que no tiene lógica. Tengo las manos sobre algunos documentos regados en el escritorio, al final, creo que no revisé nada de lo que se supone que haría estos últimos minutos. Se me cierran los ojos. Reviso el cajón de mis medicamentos para comprobar que he tomado el correspondiente. No debería sentirme tan cansado al punto que cuesta levantarme de la silla. Es domingo, hace una hora he recibido la determinante noticia de que no estaré en un segundo periodo de gobierno al frente de la República de Candyland. Personalmente no siento que hiciera tan mal trabajo como para merecer esta "sanción". En un recuerdo rápido puedo decir que se construyeron y remodelaron miles de kilómetros de carretera, también la conclusión de dos aeropuertos internacionales y cuando menos cien escuelas, varias políticas públicas que estaban obsoletas han sido actualizadas en beneficio de mujeres, niños y desempleados. Todo eso y mucho más ha estado rondando mi cabeza vuelta tras vuelta tratando de encontrar cuál fue el error, qué debí hacer o qué no hice, para esta sorpresiva interrupción. Yo ya tenía una agenda para mañana completamente saturada, reuniones con otros mandatarios y convenios que firmar. No sé si debería llamar a alguien. Paso una hora sentado sin hacer, ni pensar nada. No recuerdo cuándo fue la última vez que desperdicie tanto tiempo de esta manera. Como si de repente "yo" ya no fuera yo. Se gana y se pierde todos los días, no hay nada nuevo en ello. Cometimos errores y es momento de volver a organizarnos y emprender una vez más el camino a la silla presidencial. Mi país me necesita, están agradecidos conmigo y no puedo fallarles. Volveré en poco tiempo para un periodo más y luego otro y otro y otro. Para motivarme, Lorena, mi esposa, ha preparado una gorra color blanco porque ella dice que es el color de la esperanza. Lleva una frase en dorado que es contundente y me llena de orgullo al colocarme frente al espejo: "Volveremos, para seguir haciendo grande este país". Me respondo a mí mismo: "¡Así será!". El cansancio ha desaparecido, ahí está, frente al espejo, el gran líder que soy. Creo que debería tomarme unas vacaciones. Mis ciudadanos lo entenderán, incluso pudiera ser que esa sea su idea detrás de este resultado en las elecciones. Quieren que vuelva en cuatro años, para que gobierne por ocho más pues les ha gustado el servicio. Debe ser eso. ¡Por supuesto!
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Mirándolo de esta forma, no está nada mal cuatro años de descanso para regresar al frente de esta majestuosa nación. Miro la bandera, recojo mi libreta de apuntes especiales que me ha acompañado desde siempre, aunque no me queda del todo claro por qué la saqué de la alcoba al despertar, si no la he utilizado todavía. En ella anoto cosas importantes: contraseñas, claves militares, la fecha de cumpleaños de mis hijas, etcétera. Doy un largo suspiro y salgo por la puerta frontal con la frente en alto bajo esta gorra que se siente casi como un abrazo en mi cabeza.
Autor: Charles Deluvio
Estaba ya esperando la escolta presidencial, con el fiel Billi al frente quien me saluda militarmente como todas las mañanas, con alegre repuesta le digo: ―Buenos días capitán. Caminamos por el pasillo rumbo al estacionamiento y noto cuan largo es y todos los cuadros que adornan sus paredes, me siento como si fuera el primer día. En cuatro años nunca tuve el tiempo para ver esas pinturas detenidamente, pero a mi regreso será lo primero que haga. Un impulso me hace abrir mi libreta de apuntes especiales y en una hoja en blanco sin seguir el orden de lo ya escrito y sin detener la marcha, garabateo un recordatorio: "Ver las pinturas del pasillo rumbo al estacionamiento". A mitad de camino, la escolta parece recordar que tenemos prisa y aceleramos ligeramente el paso. De repente, llega a mí otra vez esa sensación parecida a estar en una película. Me doy cuenta de que Jessi (mi asistente y quien ya me hubiera dicho a dónde nos dirigimos) no está con nosotros. Afuera, se escucha una pequeña multitud, los gritos son distorsionados y algo suena diferente, como cuando una estación de radio no sintoniza de manera correcta y solo se pueden distinguir fragmentos de murmullos a un volumen un poco más alto de lo que debería. Al abrir la puerta, en
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un horario que no acostumbro, el sol me da de frente y nos ciega a todos. Los gritos se vuelven instantáneamente más fuertes, como si hubieran estado atrapados y yo mismo los liberé. Los rostros de esas personas detrás de la reja de contención son excesivamente feroces, están molestos, me gritan e insultan y ahora sé por qué sonaban diferente las voces. No sé cuánto estuve de pie mirándolos a unos 30 metros. Yo los sentí tan cerca que parecía me hubiera detenido frente a cada uno y revisado detenidamente las facciones distorsionadas producto de la ira. ―Señor ―es la voz de Billi, la reconocería con los ojos vendados. Giro la cabeza extrañado, procesando lo más rápido la información forzando las sinapsis neuronales. Siento que voy lento, muy lento, cuando me comparo con la velocidad de las cosas a mí alrededor. Y de repente una especie de sacudida; es la primera vez que escucho a Billi decir "Señor", no "Señor presidente". Creo que por cuatro años olvidé que son dos palabras. No hay sorpresa en el rostro de ninguno de los escoltas. Lo que para mí está siendo sumamente extraño, para ellos, es un día al parecer normal y esa se vuelve la parte más perturbadora, pues Billi... De repente, entiendo esta parte como si recibiera un golpe; Billi ha despedido con el mismo protocolo a tres o cuatro presidentes. Se ve frío como siempre, seguro como siempre, fuerte como siempre. Pero algo le hace ser otro Billi, es sutil, casi imperceptible y sin embargo opaca todo lo demás. No ha dicho "Señor" de una forma cariñosa. Lo hizo como si yo fuera cualquier "señor". Por alguna razón me siento pequeño, muy pequeño. No solo de tamaño sino también en la edad, al punto que incluso quiero llorar. No lo entiendo, ¿A dónde han ido todos? ¿Por qué me insultan de esta forma? ¿Quiénes son esas personas que gritan tan rabiosas insultos contra mí y solo a mí?... ¿En dónde está mi madre? ―Señor, su madre murió en 1996. ―Oh, perdón, no me di cuenta de que pensaba en voz alta. Su gesto es diferente, como si estuviera enfadado, como si yo fuera una molestia, una carga, su carga. Una basura anciana. Así deben sentirse los viejos que vi hace unos meses en el asilo, los que teniendo la misma o menor edad que yo, miré con lástima porque aquellas vidas ya no me parecían dignas de llevarse. Ahora soy uno de ellos, llegó mi momento de ser olvidado, pero no me siento listo. Es como si no me hubieran avisado que esto pasaría para darme una sorpresa, pues todos parecen conocer su papel a la perfección. Pero yo soy el presidente, bueno, expresidente. Un sabor agrio surge en mi boca. Se me va la vista, me recargo en el borde de la camioneta e inmediatamente un objeto pegajoso me impacta la mejilla. No duele, pero el aroma sí es instantáneo. Toco con calma y noto que son restos de una naranja excesivamente madura y por lo mismo, cargada de fragancia. Todavía no puedo creerlo, me han lanzado una fruta podrida a la cara. En ese instante, a la par y de manera brusca, Billi me baja la cabeza para protegerme. Siento que esta ocasión ha ido muy abajo, más de lo normal, tal vez el riesgo así lo amerite, no lo sé. En ese momento la intuición de 19
riesgo me hace olvidar mi cuaderno sobre el vehículo. Si debo responsabilizar a alguien por ello, diría que fue culpa de la naranja cuyo aroma llevaré conmigo hasta que me lave la cara y me cambie de ropa. Dentro de la enorme camioneta siento inmediatamente la seguridad que pagan diez millones convertidos en un vehículo. Me recorro lo más rápido posible para que ingrese Billi pero la puerta se cierra con un azote. ―¿Qué está pasando? ―le pregunto al chofer quien me mira por el retrovisor y sonríe. Sin más, solo me mira y sonríe. El copiloto queda completamente oculto desde este punto en los asientos traseros. Me doy cuenta que Billi ni siquiera se despidió. Me siento que soy una bolsa enorme de basura que ha sido lanzada en un contenedor con rastreo satelital y capaz de soportar un ataque con balas de alto calibre. Una parte de mí, la que se resiste aceptar que amanecí sin poder, piensa lo peor; debe ser un atentado terrorista, un secuestro. Billi puede estar muerto, pero por los gritos de la multitud no escuché la detonación. Sin embargo, esa teoría la descarto inmediatamente, porque de ser así los conductores no tendrían esta notoria calma. Momento. ¿Dónde está Jessi? Debería estar aquí dentro para que me respondiera las preguntas como hace siempre. Me asomo por la ventana con la seguridad de saber que es un vidrio blindado. Lo que observo no es algo para lo cual sirva este blindaje. No son balas, son señas, señas obscenas e insultos. Ahora siento que me falla el corazón, un ligero picoteo que niego me preocupa y que se ha ido incrementando durante estos dos últimos días de votaciones. Debería ir al médico, pero sin Jessi quién hará la cita. Colapso. Me estoy cayendo a pedazos, todo mi cuerpo y sus componentes comienzan a fallar, las piezas se van entre los dedos y cada una es tan importante que la desesperación incrementa mi torpeza. Me desarmo y necesito aire. Sin pensar dos veces, presiono el botón para bajar el vidrio y nuevamente recibo el golpe sonoro de esa multitud que me grita: "muérete", "eres una mierda", "al fin se acabó tu tiranía", "hijo de puta", "chingas a tu madre", "hijo de perra"... ¿Quiénes son estas personas? ¿Dónde están mis ciudadanos? ¿Qué está pasando? Todos parecen levantar el dedo medio de ambas manos, como si no bastara una y aunque tuvieran cien manos, todas tendrían la misma seña y aún sería insuficiente. Nunca vi tanta gente enojada. Me recuesto en los finos asientos de piel. Su olor me reconforta. Se mezcla con la naranja y me parece una combinación que debería comercializarse. Tal vez yo debería hacerlo. ―¿A dónde vamos? ―pregunto, y se me responde con indiferencia. ―A casa Señor. Lo llevaremos a casa. De alguna manera no entiendo de qué están hablando. Yo vivo en la casa presidencial y de ahí hemos partido. Me recuesto para evitar seguir viendo, así sea de reojo, los rostros y las señas de todas esas personas. Al hacerlo, la piel de los asientos se siente especial, creo que nunca había tocado piel tan agradable. Cierro los ojos para sentirme arrullado por La Danza Húngara que se reproduce en las 20
bocinas del vehículo y que compite con los gritos externos que no paran hacía mí. Debo haber hecho algo muy horrible, aunque no tengo idea qué pudo ser. Pero fue muy grande. No puedo contenerme más tiempo y me suelto a llorar. Como si esperara ese movimiento y en una muestra de piedad, el conductor sube el vidrio de mi ventana. Duermo casi al instante.
Hugo Chávez Mondragón (Querétaro, México, 1984) es psicólogo social y docente de posgrado en la Universidad Autónoma de Querétaro. Escribidor de ficción de frontera.
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Espantapájaros J.R. Espinosa
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uieres saber cómo terminé aquí? Fue a causa de los cuervos. ¡Vaya que son inteligentes! ¡No! ¡No me pongas esa cara! Esto sucedió antes de que nacieras… ¡Ven, pósate sobre mi hombro! Te contaré la historia. ¿Dónde estaba? Ah, sí… ¡Ustedes son muy listos! Una vez vi un documental acerca de una parvada como la tuya que imitaba el aullido de los lobos. ¿El motivo? Conseguir que un lobo real llegara a la zona y capturara a la presa. Lo que terminaba sucediendo. Luego de comer, el cánido dejaba un banquete para las aves. Los cuervos son omnívoros y oportunistas, comen de todo y, por eso, al llegar al rancho del abuelo Hermes, no me sorprendió que intentaran comerse el maíz. Lo que me pareció increíble fue que un viejo y descolorido espantapájaros los mantuviera a raya. Digo, se supone que son tan inteligentes como para recordar rostros y hacer funerales a sus muertos. ¿Acaso, no se dan cuenta que aquel muñeco clavado en la tierra no puede hacerles ningún daño? Eso mismo se lo pregunté un día al abuelo mientras veía por la ventana cómo uno de ustedes descendía en diagonal y frenó en el último momento, a pocos centímetros del espantapájaros. Las plumas negras se encresparon y pareció detener el viento. El cuervo hizo una elegante maniobra y dio media vuelta hasta posarse en un deshojado algarrobo, el más cercano al maizal y ahí se quedó… —Tal vez no sean tan listos, no creas todo lo que dicen en la televisión. Una Autor: Xianyu Hao cosa sí te digo, en ocasiones aparece uno muerto. Cuando eso sucede, los demás se reúnen alrededor del árbol, como si le estuvieran haciendo un velorio. —¿Y por qué se mueren? ¿Tienen algún depredador por los alrededores? —Ya te lo dije, chico, no son tan listos. Quien sí parece muy listo es el abuelo Hermes. Agricultor de maíz, tiene un rancho muy grande y tres camionetas: una para trabajo forzado, otra para ir a la ciudad y una muy lujosa que rentaba para las fiestas de las quinceañeras y las novias del pueblo. Habían pasado seis meses desde la muerte de mis padres, cinco desde que me había mudado con mi abuelo. De hecho, pasé un mes en el orfanato —un lugar donde viven los niños que no tienen familia—. Al parecer, el anciano tuvo que hacer mucho papeleo para poder tener mi 22
custodia, una custodia es… bueno, no importa, la cosa es que el abuelo tiene dinero, mucho dinero. Su casa es del tamaño de ocho casas de la ciudad y su televisor es más grande que una puerta. Un televisor es… bueno, no es tan importante, el punto es que vive bien. Era natural pensar que quería compartir su riqueza con su único familiar vivo. Antes de esto, me gustaba vivir en el rancho. En primer lugar, el abuelo no creía en la escuela, así que no me obligaba a ir. Inclusive, llegué a pensar que en un futuro me heredaría sus bienes, así que aprendía con gusto las labores del campo. Por la mañana revisaba las gallinas y tomaba algunos huevos frescos para el almuerzo. Después ordeñaba a Gertrudis, le ataba las patas, luego arrimaba un banquito y un par de baldes de metal. Por último, enjuagaba sus ubres y bombeaba. La primera vez me dio mucho asco, pero con el tiempo se hizo algo automático. El abuelo preparaba el almuerzo, casi siempre eran huevos con frijoles, aunque de vez en cuando desayunábamos cereal. Decía que debía comer bien para crecer muy alto y fuerte. Acostumbraba darme una segunda ración que aceptaba con gusto. Por la tarde podía jugar videojuegos o escuchar música en mi habitación. A veces, el abuelo se iba y me quedaba solo en la casa. No me daba miedo. A las seis era hora de recoger leña y se me había asignado, como parte de mis deberes, llenar dos carretas cada segundo día. Lo único que me molestaba un poco era la hora de dormir, el viejo era muy estricto con eso. A las 8:12 pm, momento en que caía la noche, debía estar en mi habitación y no bajar hasta el día siguiente. No había justificación alguna porque mi cuarto tenía baño, así que no necesitaba nada de abajo. La noche en que todo esto me pasó, yo estaba recostado en mi cama, con mi mano entre las piernas, pensando en Dove Cameron, cuando algo chocó contra mi ventana. Me levanté de golpe y corrí hacia ella. Un ave negra se aproximaba al suelo y justo antes de tocarlo, desapareció. Me tallé los ojos y miré nuevamente, no había error, el cuervo chocó con mi ventana, cayó y se esfumó, como si se lo hubiera tragado el mismo viento. Salí de mi habitación descalzo, poniendo especial cuidado de no hacer ruido al bajar las escaleras. Cuando estuve en el recibidor, tomé la llave del portallavero y abrí la puerta. La cerré lo más despacio que pude. El suelo estaba cubierto por una especie de niebla color negro que no dejaba ver el pasto. Apenas bajé el escalón que separaba la casa del patio, perdí los colores. Todo el mundo era blanco y negro. Temeroso, volví a subir. Debí haber entrado en la casa, debí haber subido las escaleras y debí hacer como si no hubiese visto nada, pero no fue lo que hice. Volví a bajar. Caminé por ese mundo sin color. Pronto me di cuenta que tampoco había sonido, no escuchaba el viento, ni el trinar de los grillos. Sólo… graznidos. Sobre mí, volaba una parvada de cuervos. Descendieron y, coordinados, volaron a mi lado, hasta llegar al espantapájaros. No parecían tenerle miedo. Incluso algunos se posaron en sus brazos. Me acerqué para verlos mejor. Descubrí que el maizal había desaparecido. No había nada, salvo la casa, los cuervos y el espantapájaros. 23
—¡Hola! —¿Quién ha dicho eso? —Soy yo — el espantapájaros acababa de mover su boca. —¿Tú…? —Mi nombre es Atlas, ¿quién eres tú? —Soy Pirítoo. —Es un extraño nombre, ¿acaso tus padres no te querían? —Mis padres murieron. —Lo siento mucho —dijo y noté que había sinceridad en la disculpa del espantapájaros, quien no podía mover los brazos, pero agachó la cabeza un poco. —Ahora vivo con el abuelo Hermes. —Ese no es tu abuelo, ni siquiera es un hombre. —¿A qué te refieres? —¡Libérame y te lo diré! —¿Liberarte? —Desata mis manos y pies. Obedecí. El espantapájaros bajó de la cruz. Me sonrió y comenzó a desvanecerse. —¡Corre! Viré. Un demonio gordo y gris, con garras en manos y pies, estaba junto a la casa. Corrí, corrí por última vez con todas mis fuerzas. —Pero te alcanzó. —Sí, me alcanzó. —¿Qué te hizo después? —Bueno, esa es una historia para otra ocasión. Amanecerá pronto. ¿Recuerdas qué pasa cuándo amanece? El pequeño Hugin abandonó mi hombro y voló hacia el algarrobo. —Algún día traerá otro niño y necesitaré tu ayuda.
J. R. Spinoza (H. Matamoros, Tamaulipas, México, 1990). Escritor y profesor mexicano. Licenciado en Educación Primaria, ejerce como docente en la Secretaría de Educación Pública desde 2013. Becario del PECDA, en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Coeditor en revista Delatripa: Narrativa y algo más. Asiste al Taller de Apreciación y Creación Literaria del Instituto Regional de Bellas Artes de Matamoros. Asiste al Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). Pacto Maldito (Pathbooks, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020).
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Dylan Novalis Ramírez Muñoz Flashback Cuando miro Hacia atrás, como en cámara lenta Pienso En el sudor y la sangre El sabor metálico del silencio escurriendo En la cama. La vergüenza atrapada en mi camisa Entre las sabanas Como en un ring Donde el boxeador besa la luna Y se coge de las cuerdas Para escribir un mensaje con la sonrisa Un saludo, un gesto de estoicismo Que se prolonga en tus ojos Para hacer del vértigo un tiempo Que ni siquiera el infinito puede. Siéntelo, brevemente Porque esta vez no habrá terror En las sabanas manchadas No habrá La trayectoria de los ojos extendiendo la mano Hacia el abismo. Cada golpe puede ser preciso Digámoslo: Para que el cuerpo pese poco Para que el mundo gire Lento Lento Antes de acariciar el grito.
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Las Olas las escuchas gritar saltar reventar estrellarse en las piedras tocando rasgando acariciando los pies los muslos el sexo que recuerda sueña piensa en el verano el primer amor los ojos cafés del tiempo la madre el cariño perdido olvidado arrebatado en la infancia la secundaria el tercer año de carrera en que decidiste deseaste lograste escapar salir abandonar las vacaciones en que te sentaste entre las rocas a mirar como azotaba el mar
Dylan Novalis Ramírez Muñoz. Egresado de la facultad de medicina UV Xalapa, el diplomado en creación literaria SOGEM Veracruz y el diplomado en literatura europea INBA. Publicaciones en La Piraña, Blanco Móvil, Metáforas al aire de UAEM y revista Diablo Negro. Miembro del colectivo literario Mangos Tristes en la ciudad de Xalapa Veracruz.
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Edgar Humberto Paredes Exilio Allá tuve una vida, un punto de tibieza en que miraba el vanidoso ramaje de las cosas, llevando siempre en el rabillo del ojo la oscura agitación que deposito en cada altisonancia. Es la añoranza del antiguo asombro infértil. Son mis rincones mudos bajo el peso del vacío, aquí donde no hay ventana hacia la carne, ni amistad certera, ni silencio que llene. 23 de enero de 2021
El juego Endurece corrientes en mis labios aquello que no digo, arroja una tenaza a lo que sueño, vuelve mi pecho un vértice irritado. El silencio enrojece ante tu imagen y es la red impaciente en la que apreso este juego solitario: buscar entre la miel de la garganta, con recurrencia de faro, la suavidad lunar que hay en tu nombre. 2020
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Edgar Humberto Paredes (Jalisco, 1996). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha publicado poesía en las revistas Metáforas al Aire, Tintero Blanco y Círculo de Poesía. Forma parte del comité editorial de Pérgola de Humo.
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El club de lectura Capítulo 1. Presidenta de un club de lectura Juan M. Fernández Chico
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eja caer la raqueta sobre un charco de sudor en el suelo. Su propio sudor. Mira por encima de la red a Claudio, su entrenador de tenis. Ha dado el mejor partido de su vida y, aun así, ha perdido. Sabe que aquello es meramente didáctico, pero le duele muy profundo en el orgullo. Tal vez porque el sueldo mensual de Claudio es lo que ella gasta en aceitunas sin hueso en una semana, y eso que odia las aceitunas. ―Jugaste bien ―Claudio golpea la raqueta con el puño cerrado―, has mejorado mucho, me da gusto. ―Pero no he ganado ―María Fernanda respira con dificultad, está agotada, echa el cuerpo hacia atrás para relajar los músculos de la espalda. Alguien espera para entrar a la cancha. Odio eso aquello de esa ciudad. Este es el mejor lugar para jugar tenis, y aun así tiene que apurarse para dejar la cancha libre porque alguien la quiere usar. Como si fuera un pony al que una niña se quiere subir. ―Es el dilema del maestro ―Dice Claudio. ―¿Qué es eso? ―Guarda sus cosas en la mochila lentamente. Sabe que la esperan, y eso la obliga a moverse más lento. ―Si te gano, es que soy bueno en lo que hago, pero soy un mal maestro; si me ganas, soy malo en lo que hago, pero soy un buen maestro. María Fernanda tuerce la cara. Tiene sentido, pero la verdad es que le importa poco. Aquello es sólo para hacer tiempo y mandar el mensaje que aquella cancha le pertenece, aunque no le pertenezca. ―No puedes ser las dos: o eres buen maestro o eres bueno en lo que haces. ―Pues yo creo que tú eres buen maestro, y eres bueno en lo que haces. ―Cuando me ganes, entonces seré buen maestro. Pero… ―Pero… - Contesta ella - ¿Pero? ―La derrota debe ser legítima. Claudio sonríe. “Verga”, piensa María Fernanda, esa sonrisa la desarma. No puede odiar a Claudio, es un buen tipo y es un buen maestro, y tiene una sonrisa que la distrae por dos horas al día, dos días a la semana. Se acerca para darle la mano por encima de la red. Es un juego, pero siempre hay que ser cortés. 33
―Vi en la entrada que habrá un torneo en octubre ―se pasa una toalla sobre la frente. ―Es para menores de 30 años ―aquello sale de boca de Claudio tan natural como cuando dice princesa o cariño. María Fernanda sonríe. Recoge su bolso Gucci. Su teléfono marca cuatro llamadas perdidas. Tres de Mario, su esposo, y una de Carlota, su mejor amiga. Se deja caer en la banca de madera que está junto a la cancha. Tiene clase de repostería en la tarde y una comida de despedida en la noche. Alicia se va a vivir a Italia, la acaban de hacer ejecutiva senior de Europa para la empresa en la que trabaja. Piensa en que debería buscarse un trabajo, pero lleva tantos fracasos que no soportaría otro. Podría pedirle a Mario que la ponga en alguna de sus empresas, o que la recomiende con algún socio o incluso crear una con alguna de sus amigas. Pero no sabe si eso basta para llenar ese hueco que tiene desde hace meses en el estómago, aunque sea algo fugaz, como todo lo que hace. Mientras maneja a toda velocidad, escucha una campanilla de su teléfono. Es un mensaje de texto de Jackie, una de sus compañeras del club de lectura de la que ella es la honorífica presidenta. Lo lee de reojo: “Me recomendaron Yo antes de ti, dicen que está súper romántica y que te la pases llore y llore”. “Verga”, piensa María Fernanda. Otro libro de amor. Otro libro de una mujer que se enamora de un hombre súper cute que, además de guapo, gracioso e inteligente, no existe. Tira el teléfono al asiento de atrás. Es la presidenta del club, pero no deja de ser una puta democracia. Jackie va a presentar el libro y todas van a votar por él, y ella se va a quedar con las ganas de leer El muñeco de nieve de Jo Nesbo. Otra vez. Recuerda que estuvo a punto de convencerlas cuando reseñó el libro. El título podía significar cualquier cosa y omitió lo del detective persiguiendo a un asesino serial que hace monos de nieve con las cabezas de sus víctimas. Pero Jackie lo googleó, y, al final, se decidieron por una novela de Isabel Allende. Sube el volumen para escuchar los consejos de Martha Debayle. Es sobre cuidado de la piel. O del cabello. O las uñas. Alguna de esas cosas que anota mentalmente para olvidar a la menor provocación. Abre la reja desde una aplicación del celular que su hijo le instaló. Mientras maneja por el camino que la lleva de la calle a la casa, va encendiendo las luces del jardín, la fuente y el sonido ambiente de jungla desde la misma aplicación. Ese juego de ser dios la ha agotado, y la emoción de tener un celular con el que puede hacerlo todo, se ha ido acabando poco a poco. En el curso de repostería preparó un croissant que quedó fatal. Confundió la sal con el azúcar, la masa salió tan dura que era imposible de masticar, y el relleno, que debía ser una mezcla de carne con verduras, sabía a comida de perro. No que haya probado la comida de perro, pero sabe que eso es una frase común. Es como decir que sabe a meados o a mierda. No es necesario haberlo probado antes para imaginarse el sabor. 34
Se pone un vestido que compró la última vez que fue a San Diego. Es un Oscar de la Renta. Le queda perfecto. Apretado de donde debe de apretar, y suelto de donde debe estar suelto. Como si Oscar de la Renta lo hubiera hecho especialmente para ella. Pero la despedida no fue mejor que las clases de tenis o de repostería. Saber que Alicia viviría en Milán mientras ella debía de conformarse con su casa en Campos Elíseos en Ciudad Juárez la hizo tomar de más. Cuando se terminó el vino que había comprado para la despedida, abrió las botellas que Mario coleccionaba en el sótano. Se tiró a la alberca con todo y vestido, y luego vomitó en el baño. ¿O fue al revés? ¿Vomitó en la alberca o se sumergió en la taza del baño? Mario estaba echo una fiera, pero ella flotaba en las nubes. Si aquella alberca se le podía llamar así. La levantó el dolor de cabeza. La luz del sol se le metía por el cráneo como un taladro. Se empujó unas aspirinas con un expreso hasta que poco a poco fue volviendo a la vida. Desayuna cualquier cosa, algo que le dé energía suficiente para salir al jardín y mover al servicio como piezas de ajedrez. Debes en cuando hace eso para sentirse útil, para hacer de aquella casa un lugar que le pertenezca. Mueve sillas de un lugar a otro, reacomoda mesas que había arrumbado en la bodega de la casa después de ver en una revista que el rojo ya no era cool. No acaba nunca con las macetas, tiene mil cuadros que ha ido acumulando y que ahora quiere obligarse a poner. Cada viaje es un recuerdo nuevo, un objeto al que debe de buscarle sitio en la casa. Está agotada, aunque ella sólo ha sido la mano que guía. Pero guiar es agotador. Se echa sobre uno de los sillones del jardín. Mandó hacer un túnel de enredaderas que copió de un restaurante muy mono al que fue en Rethymno, Creta, en el último viaje divertido que hizo con Mario. Se queda dormida unos minutos cuando la despierta la voz de Fortunato, uno de los encargados del jardín, para decirle que su hija Karla le habla. ―Gracias, Fortunato, estaba descansando los ojos ―se estira para despertar sus músculos―. Estuvo pesado el reacomodo de la mañana, ¿no? ―Sí, señora, pero le quedó muy bonito ―sonríe con tanta sinceridad que quisiera darle un abrazo. Ve a Karla, su hija, bajando con el estuche del violín en la mano. Le recuerda que debe llevarla a su clase. Tiene un recital a final de mes y ahora debe tomar ir toda la semana. La escuela de música está dentro de un centro comercial, lo que María Fernanda aprovecha para irse de compras. Pero últimamente eso tampoco la motiva. Pasa de un vestido a otro como si fuera el mismo: una pieza de tela monótona que no sabe ni cómo va a combinar. Nada que ver con los vestidos de Nueva York o de Los Ángeles. Estos se ven corrientes, como si los hubieran hecho en una máquina de cosera casera. Entra a una tienda de ropa y luego a una zapatería. Se detiene a ver el concierto de Juan Gabriel afuera del Sanborns. Se prueba unos zapatos, se echa de todos los perfumes que su nariz es capaz de soportar, incluso juega Street Fighter en un local que renta Play Station por hora. 35
Al salir del baño, se topa con una librería. Desde que está en el club de lectura, cada vez se interesa menos en buscar libros. Al final será la mayoría de sus cursis amigas las que van a decidir qué leer. Pero tiene que matar el tiempo, así que entra. La atiende una joven que lleva unas orejas de gato. Es menuda, como un pajarito, y va vestida con algo que María Fernanda piensa es un conjunto colegial. ―Bienvenida ―le dice la joven con una voz que es casi un suspiro, sobre el mostrador ve que dibuja a uno de esos personajes japoneses que ella y todas sus amigas han acordado en llamar, indistintamente, Dragon ball. María Fernanda sonríe. No es la mejor sonrisa, pero no se puede quejar. Es una sonrisa amigable. Se detiene en las novedades. Hay tantos libros que quisiera leer, pero no tiene la fuerza suficiente para decidirse por uno. Ahora no elige para sí, sino para un grupo de señoras con gustos particularmente distintos a los de ella. Ve unas columnas de libros amontonadas al final del pasillo. Todo ese desorden le llama la atención. ―¿Y esos libros del fondo? ―pregunta sin voltear a ver a la chica del uniforme de escuela. ―Son libros usados. También están a la venta, pero son viejos y algunos están dañados. De nuevo esa sonrisa que María Fernanda tiene bien entrenada. Pasa su mano por los lomos irregulares de los libros. De todos, uno la hace detenerse. Ladea la cabeza para poder leer el título: Una mariposa, una llave y un secreto. La portada es una mariposa parada sobre una llave con un atardecer de fondo. Le da vuelta. Lee. Una mariposa vuela y se detiene en tu dedo. Crees que es una casualidad que, de todos los objetos en el mundo, aquella mariposa se haya detenido en tu dedo. Pero nada es una casualidad. Ni siquiera la lluvia atípica que moja tu ropa recién lavada. Si algo inunda el mundo, son los misterios. Dentro, en blanco y negro, está la foto de un hombre de barba larga, un chongo hecho sin cuidado, con largos y pesados collares que cuelgan de su cuello. Si tuviera una enciclopedia, esa imagen vendría con la palabra gurú. Lo hojea para llenarse de palabras que elige al azar. Autor: Christine Keller La intriga es lo que la motiva a comprarlo. Tiene 20 minutos antes de la hora de salida de Karla para leer, por lo menos, las primeras diez páginas. El libro inicia así: Si lo que te trajo aquí es tu cansancio, entonces has llegado justo a tiempo. Saca su celular y busca el número de Jackie. Espera al mínimo sonido para hablar. Tiene que hacerlo rápido, o Jackie va a buscar la manera de sabotear su intento de proponer un libro. Espera en la línea hasta que surge una respiración. No da tiempo de que diga nada.
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―Acabo de encontrar un libro en el mall. Es viejito, pero está lleno de… ―María Fernanda mira por la venta del Sears como si allá afuera estuviera la palabra que busca― de sabiduría. El silencio desde el otro lado del auricular la hace dudar por un momento. ―Buenas tardes, la señora Jaqueline se está bañando. ―¿A esta hora? ―María Fernanda se separa de su teléfono para ver la hora― Es tardísimo, Carmen. ―Este… ―Dile que le hablé, por favor, que me regrese la llamada. ―Claro que sí. Llega a la casa y se acomoda en una de las sillas del jardín, bajo una pintura que trajo de San Miguel Allende para adornar el pórtico. Abre el libro y lo devora. Cada cierta página leída, regresa a la foto del autor, quien firma con un Dr. Al Ja, para ver los ojos del hombre que escribió esas palabras que le están cambiando la vida. Sonríe, como si el rostro del Dr. Al Ja le pudiera regresar la sonrisa.
Juan M. Fernández Chico. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Coautor del libro Correspondencias, cartas, figuras y personajes junto con Alfonso Herrera, y la novela La isla de los ancianos, publicados por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Guionista y director de los cortometrajes La venganza de Mauricio, El árbol y el tiburón, El duelo (mención honorífica Cine de lo invisible, Guadalajara, México), El camino de Felipe (mejor cortometraje mexicano en los festivales Todos somos otros y MIAX; premio del jurado Cine Alter’Natif en Francia), Complejo norte y Un mundo oculto, así como productor de la animación Hotcakes (mención honorífica del Festival Internacional de Cine para niños… (y no tan niños).
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Hijas prestadas: reseña de Fragmentos de una mujer (2020) Tania Rivera Ninguna madre sabe cuánto vivirán sus hijos. Existe incluso una expresión según la cual solo los tienen prestados, y el tiempo de ese préstamo puede durar desde unas horas hasta varias décadas. Guadalupe Nettel
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a muerte es probablemente una de las pocas certezas que nos quedan en esta pandemia. A pesar de ello, es claro que esta certeza nos gusta ceñirla a parámetros reconfortantes: nacemos, vivimos una vida larga y luego morimos, sin embargo, tal como nos revela Guadalupe Nettel en su novela La hija única (2020), no sabemos enfrentarnos a la pérdida de un bebé, “no existe una palabra para los padres que pierden a sus hijos. […] Es algo tan temido, tan inaceptable, que hemos decidido no nombrarlo” (p.42). No obstante, la película Fragmentos de una mujer (2020) nos obliga a recordar que aun en las vidas nuevas cabe la fragilidad y el dolor. En este drama dirigido por el húngaro Kornél Mundruczó, conocemos la historia de Martha (Vanessa Kirby) y Sean Carson (Shia LaBeouf), una pareja que espera con ansias el nacimiento de su bebé, el cual fallece ante complicaciones –aparentemente inexplicables—en un parto casero. El duelo y la fractura de la pareja se unen a la batalla legal contra la comadrona que los estaba auxiliando, para darnos un extenso estudio sobre la maternidad, haciendo énfasis diferentes aristas que en general suelen ocultarse, como la rabia y la tristeza. Fragmentos de una mujer también expone la imposibilidad de comunicación en las parejas. En ese sentido, destaco la disolución del vínculo entre Martha y Sean ante la pérdida de un proyecto de vida común, simbolizado en su hija. Los primeros minutos del film nos presentan un matrimonio feliz –aunque no ajeno a problemas externos, como la suegra—y dispuesto a formar una familia. Sin embargo, con la muerte prematura del bebé se evidencia que toda la relación estaba cimentada en la perspectiva de ser padres: no les queda nada en común que les haga estar juntos. Asimismo, la vivencia del dolor saca a relucir los aspectos más negativos de la personalidad del matrimonio Carson: Martha tiende al silencio, la apatía, la interiorización del dolor. Sean, en cambio es ruido, gritos, violencia y deseo. Este quebranto en la comunicación es presentado de manera paulatina, en oposición a la rapidez de la muerte. Es a partir de los detalles, las pequeñas acciones y el paso del tiempo que las 39
líneas divisorias entre la pareja se acrecentan y parece dejar como único vestigio de la unión la culpa ante el fracaso. Fragmentos de una mujer es además una exploración diversa sobre la maternidad, por ejemplo a nivel técnico, hay que destacar el gran plano secuencia que presenta en 23 minutos el parto de Martha, y no únicamente por el despliegue de producción necesario para realizarlo o las actuaciones, sino por retratar el alumbramiento de una manera natural, contrario a como estamos acostumbrados a verlos en otros medios visuales. Usualmente, en el cine solemos escenas con partos “cómicos” o “dramáticos”, o es todo el dolor del mundo o es un alivio divertido dentro de una comedia. El film también cuestiona hasta qué punto la maternidad es privada y pública. Solemos ver a las madres como centro de la convivencia social, ya que todos alrededor de la futura madre exigen ser parte de la crianza. Bajo este orden de ideas, la muerte de Yvette –así es como bautizan post mortem al bebé– se convierte en un acto público que “compete” a toda la familia, especialmente a la madre de Martha, quien insiste en llevar a juicio a la partera. No obstante, conforme avanza la película, se cuestiona el verdadero impacto en la familia ¿realmente le afecta tanto a la casi abuela la muerte de Yvette o es que insiste en acaparar un dolor que no es suyo? Por lo anterior, en esta película se explora además la relación con la madre y la percepción de la sociedad respecto a la maternidad. En un momento clave de la película, Martha grita a su madre que toda la molestia de este asunto es porque ha fallado como mujer al no poder cumplir con el rol materno esperado y explica cómo tiene que lidiar con la compasión y falso apoyo de desconocidos. Este enfrentamiento madre-hija es interpretado por Vanessa Kirby y Ellen Burstyn, interpretando espléndidamente, siendo las actuaciones uno de los puntos fuertes de esta cinta. No obstante, podría dar la impresión de que Fragmentos de una mujer está destinada al público femenino, situación ajena a la realidad. Si bien esta película da mayor foco a las mujeres, también expone los problemas del rol masculino. Sean no sabe cómo lidiar con el dolor y se precipita a tomar decisiones que buscan — ¿inconscientemente?—destruir la vida que había construido con Martha. La aparente deconstrucción y lucha por crear una vida socialmente satisfactoria se quiebra dando paso a la frustración. Nettel asegura que “cuanto más queremos a una persona, más frágiles y más inseguros nos sentimos a causa de esta” (pág. 18), pero parece que Sean es incapaz de aceptar su propia fragilidad e incertidumbre. 40
Sin embargo, si todo lo anterior aún no resulta suficientemente atractivo, hay que señalar que este film es ante todo un ensayo sobre la pérdida y lo difícil que es vivir con sus vestigios. Después del parto, Martha tiene que vivir con un cuerpo que le recuerda a través de sangre y leche que hubo un bebé y que ya no está. Así pasa con la muerte, en esos casos las palabras vacías que invitan a seguir adelante son sólo eso: palabras vacías. A pesar de ello, Fragmentos de una mujer desliza la esperanza al final, no a partir de la positividad tóxica; simplemente, como dice la madre de Martha, a veces lo único que hay que hacer es “levantar la cabeza y pelear por ti”.
Referencias Nettel, G. (2020). La hija única. España: Anagrama Scorsese, M. (productor) y Mundruczó, K. (director). (2020). Fragmentos de una mujer [cinta cinematográfica]. Canadá- Hungría: Bron Studios, Creative Wealth Media Finance.
Tania Hernández Rivera (Xalapa, Veracruz, 1997). Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Cuentos suyos han aparecido en revistas como La Sirena Varada, Tintero Blanco y Metáforas al Aire. Ha obtenido menciones honoríficas en el 7 Concurso de Cuento Infantil y Juvenil de la Editora del Gobierno del Estado de Veracruz (2017) y en el Premio Nacional al Estudiante Universitario en la categoría de relato Luis Arturo Ramos (2020). Actualmente es columnista en la revista Espora de la UDLAP y dirige la revista digital Pérgola de Humo.
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