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Evaluna Pereyra Eufrasio
¿Cuándo se comienza a ser escritor?
Evaluna Pereyra Eufrasio
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Hace unos meses, descubrí que cierta revista independiente me había otorgado el título de escritora; entonces, me reí, “¿Yo, escritora? ¡Por favor! Si decir que tengo más de cinco textos publicados es una exageración”. La pregunta retórica, a la que prosiguió un sinfín de descalificaciones y gestos absurdos, devino en una pequeña crisis identitaria, pues el título, al igual que una prenda demasiado grande, me resultaba incómodo, ridículo. Cuando le comenté la anécdota a mi mejor amiga, me respondió que, en efecto, yo sí podía ser considerada una escritora. La certeza de sus ojos al emitir tal declaración, como siempre, me llevó a hundirme en una de las cavilaciones tan usuales para mi carácter: escritora... escritor... ¿por qué ese título me resultaba ajeno? ¿Qué acaso el simple hecho de escribir de forma cotidiana no me convertía en una escritora? Pero, de ser así, ¿no todos escriben cada día al menos un post de Facebook, Instagram o un mensaje de WhatsApp? ¿Qué convertía a mis textos en algo diferente al contenido de una red social? ¿Podía considerarme una escritora? Debido a que escribía las últimas anotaciones de una tesis, cuya extensión parecía interminable, abandoné el proyecto de dar respuesta a tales preguntas y las dejé en algún rincón de mi mente donde no ocupasen un espacio inmediato. No volví a darle importancia a esos cuestionamientos hasta que fui galardonada con el primer lugar nacional de un certamen literario, entonces intenté probarme de nuevo el título de escritora, para mi sorpresa aún no resultaba adecuado a mi talle. Las interrogantes, por supuesto, regresaron: ¿soy escritora?, ¿redactora?, ¿quién soy yo? Incluso ahora, escuchar las palabras “escritora Evaluna” me eriza la piel, mientras en el rostro una risa nerviosa se asoma, el ceño se frunce, y desvío la mirada: respuesta natural a lo incomprensible, miedo primigenio. Soy licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas, lo sé; hube de esforzarme durante cuatro años para adquirir ese título, dediqué un lapso de mi vida a una formación específica: proceso de aprendizaje, desaprendizaje, dudas, llanto, desgasto físico en nudillos, espalda, vista. El hecho de que, además, hubiese una ceremonia o acto protocolario similar a cualquier ritual de paso, aseguran esa parte de mi identidad. No obstante, si hacemos la comparación, mi formación como escritora es paupérrima. Pienso que, tal vez, estudiar una licenciatura en creación literaria me haría sentir más conforme con el título de escritor, aunque de ser sincera y realista ¿quién de aquellos a quienes llamo escritores estudió creación literaria? Es más, ¿quién de ellos se dedicaba simple y llanamente a la escritura? La mayor parte fueron abogados, médicos, periodistas, docentes, religiosos, militares. ¿Acaso ellos habrán tenido mis mismas dudas? ¿O estarían lo suficientemente ocupados en sus otras labores para cuestionarse siquiera si eran escritores?
Un amigo tiende a bromear y decir que la literatura, mi ocupación, es la menos monetizable de las artes. Se trata de un chiste bastante agridulce por su nivel de realidad. Virginia Woolf ya ha hablado sobre la relación entre propiedad privada y escritura, no ahondaré mucho en el tema, pero todos sabemos que quien quiera escribir novelas habrá de contar con una habitación propia, es decir, la capacidad económica para mantener un estilo de vida que le permita dedicar unas horas a una tarea, por lo general, infecunda. Los escritores, al menos en su mayoría, no son únicamente escritores; desempeñan otras actividades de forma paralela a su ejercicio artístico. Podemos asegurar, entonces, que el escritor no es quien vive de la escritura, sin embargo, se puede establecer una interrelación entre el quehacer literario y la estructura económica. Con apenas veinticuatro años, mantengo que la persona que haya concebido a la literatura como un acto solitario creyó en un mito ingenuo; la literatura es una institución, o campo si adoptamos la clasificación de Pierre Bordieu (1992), en la cual interviene un grupo de participantes sociales que dan validez a los títulos —editores, críticos, académicos e incluso público consumidor son quienes cuentan con la autoridad para otorgar determinado valor simbólico a una obra (que, si se me permite atentar contra el romanticismo del arte, la literatura no es más que una pieza de papel con caracteres impresos). Es crucial tener en cuenta que uno de los condicionantes de nuestro campo es la producción mercantil: mercado editorial. Como establece Bourdieu (1992), el campo literario, a pesar contar con cierto grado de autonomía, no deja de estar “englobado al campo de poder” y subordinado por principios de provecho económico y político. El escritor será la persona a quien una instancia de autoridad, mercado, le haya entregado su título tras la producción de una obra, menor o mayormente, traducible a capital monetario. El “título” de escritora, a diferencia del de licenciada en letras, no se gana de manera tan sencilla. En primera instancia esto se debe, por supuesto, a que una carrera universitaria está regulada por principios legales; las instituciones académicas crean un plan de estudios, adecuados a una previa estandarización, la cual a su vez responde a la normativa vigente; el alumnado deberá demostrar que domina, al menos parcialmente, ese saber estándar para que un grupo de personas competentes y autorizadas le otorguen su título. En el mundo de las artes, en el de la literatura sucede diferente: por su cercanía a la esencia humana, siempre resulta más difícil de constreñir, escapa de las etiquetas y los moldes, asirlo es intentar capturar un haz de luz. ¿Cómo se aprende a escribir? Escribiendo, escribiendo y leyendo. Aunque a la fecha existen muchas academias para escritores y abundan los cursos de escritura creativa —algunos de los cuales te inclinan a pensar que puedes ser escritor en tan sólo seis horas—, lo cierto es que un escritor se constituye más en la praxis que en la teoría. Aprendemos gramática, el uso correcto de la lengua, aunque de manera paralela tendemos a coquetear con el incorrecto por su efectividad pragmática, entendemos fórmulas, analizamos modelos preconcebidos, adquirimos técnicas. Después de un tiempo, se procede al laboratorio literario donde, en el papel, se hace uso de todas las herramientas con las que se cuenta; no obstante, muchos experimentos tienden a ser fallidos,
poco sólidos, inestables. El escritor, entonces, debería recurrir a la teoría en busca de encontrar qué es aquello que ha fallado, pocas veces se halla respuesta. Curiosamente, mi formación como crítica literaria en la universidad y como escritora, de manera aleatoria, no dista mucho: en ambas me dediqué a leer, analizar y escribir. A pesar de ello, sólo cuento con un título legítimo. Muchos escritores coinciden en que la escritura parece más un oficio que una profesión — por supuesto, aunque la diferencia entre oficio y profesión también emana de concepciones políticas y económicas—. A grandes rasgos, se puede decir que en los oficios, artes manuales, existe menor intervención de la normativa; el saber por lo tanto se adquiere de manera informal y participa más la intuición que el sistema. ¿Cómo se aprende a escribir? Leyendo y escribiendo. Todos los escritores afirman haber tenido un proceso de formación similar: primero en una consciencia de lector, crean una carpeta con obras de otros autores —personas a quienes la institución ya ha reconocido—, éstos pueden ser modernos o antiguos, poetas, narradores, ensayistas, de diferentes latitudes, lenguas u orígenes, por lo regular la selección responde más a las inclinaciones y aficiones del novicio, que a la consagración del medio: canon. Los escritores renombrados y admirados por el recién iniciado se convierten en maestros en ausencia: la obra, el libro en cuestión, significa el espacio donde maestro y alumno conviven durante horas. El primero articula una demostración fecunda, nos entrega un producto, el aprendiz, entonces, deberá ser lo suficientemente perspicaz para captar aquellos procedimientos, hilos invisibles que mueven a los actores. Una vez aprehendido este proceso, si aún persiste una pizca de interés en el discípulo, éste comenzará la creación de sus primeras quimeras. Por experiencia puedo afirmar que, al principio, los frutos tienden a ser torpes, las costuras resultan poco sutiles, la imitación obvia; no obstante, en el ejercicio, el novicio adquiere maestría. De manera paulatina, se acostumbra al uso de sus herramientas, opta por las que le resultan más cómodas, las adapta a la forma de su mano: desarrolla un estilo propio. Cuando ha adquirido consciencia de su estilo, el escritor novato no podrá renunciar a él, entonces tendrá que comenzar un proceso de desaprendizaje. El artista no se constituye en el tiempo lineal del progreso, síndrome del hombre blanco tan ajeno a la esencia de los procesos; el artista se forma en una temporalidad cíclica, mítica, émulo de la divinidad: reconstruye la creación primigenia. Rilke mantenía que Dios, a veces, se avergonzaba de sus creaciones. Esto sucede un tanto similar en el mundo del arte: la obra nunca se concreta, se abandona. La literatura es un producto difícil de constreñir: escapa, muta, tiene constantes nacimientos, muertes y resurrecciones; al ser lenguaje articulado, producto esencial de la mente humana, siempre nos lleva a la pregunta ¿esto ha de ser catalogado como arte? Milenios de filosofía no han dado respuesta. El arte es un acto comunicativo, “comulgar y comunicare provienen de la misma raíz”. Principio de dispersión de los límites con la otredad, la obra es una forma que adopta la energía inaprehensible de la cognición y emoción del ser, común al artista, al receptor: espejo de los
tiempos. En la literatura y el arte nos reflejamos, reconocemos lo humano: rechazo, miedo, ira, euforia, tristeza son las emociones básicas que se evocan durante la experiencia estética. El artista se vierte en su obra, todo acto artístico significa una confesión: revelación.
Recurrí al papel con la finalidad de dar respuesta a una crisis; como siempre, planté una rosa y coseché un girasol. Aún no sé si soy una escritora, si me encuentro en medio de un proceso formativo o si abandonaré el proyecto antes de que la autoridad legitime mi título; sé, empero, que yo no escribo para ello. Por ser la menos monetizable de las artes, he renunciado a la idea de vivir de la escritura, para hacerlo tendría que adaptarme a los preceptos del provecho económico o político. No puedo. En cambio, soy honesta cuando digo que escribo para no morir. Mi esencia marcada por una tendencia natural al desbordamiento, debía encontrar un medio donde verter la borrasca emocional y mental, flagelo cotidiano. Durero mostró que a Melancolía no le interesan los laureles en la frente, se encuentra ensimismada en una búsqueda infecunda de la naturaleza humana.
Referencias
Bourdieu, P. (1992). Las Reglas del arte: génesis y estructura del campo literario. Anagrama.
Evaluna Pereyra Eufrasio (1997). “Prefiero los epitafios a las semblanzas”. Promotora cultural. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana, mención honorífica. Ganadora del Premio Nacional al Estudiante Universitario 2021, categoría “Carlos Fuentes” de ensayo. Estudiante de la Especialización en Promoción de la Lectura UV.
El cedro gris
Dalia Rodríguez de Leo
Personajes: Valeria, 16 años Esperanza, 31 años Tadeo, 53 años
Matuta
Habitación única de una casa pintada de gris. Tadeo duerme tendido en un sofá. Esperanza, sentada al fondo, mueve con prisa el pedal de su máquina de coser. Valeria observa atentamente a través de la ventana. Obscuro. Valeria enciende la vela que está sobre una mesita en la que hay tres tazas y una parrilla. Después va al frente y juega a la comidita con Matuta, su amiga imaginaria. Luego, corre a la ventana y mira caer las gotas de lluvia.
VALERIA: Llueve. ESPERANZA: Otra vez. VALERIA: ¿Podemos salir? ESPERANZA: No. VALERIA: Pero Matuta quiere salir… ESPERANZA: Qué lástima. VALERIA: Dice que por favor. ESPERANZA: No.
Valeria vuelve a jugar con Matuta. Se acerca suave a Esperanza.
VALERIA: ¿Jugamos? ESPERANZA: No. VALERIA: Por favor. ESPERANZA: No. VALERIA: Anda, nos falta una para jugar a las traes… ESPERANZA: Dos personas pueden jugar a las atrapadas. VALERIA: Pero así aburre, entre tres es mejor… ESPERANZA: No. VALERIA: Juega… ESPERANZA: No.
VALERIA: (Haciendo ruido) ¡Juega con nosotras! ESPERANZA: Shh… VALERIA: (Haciendo ruido) ¡Anda, juega…! ESPERANZA: Cállate. VALERIA: (Haciendo ruido) ¡Juega! ESPERANZA: Está bien. Termino y juego.
Valeria sonríe, le da un beso y vuelve con Matuta.
VALERIA: ¡Esperanza! ¡Mira! ¡Esperanza, mira! ¡Allá afuera! ¡Mira, mira, mira, mira!
Esperanza se levanta, va hacia la ventana y cierra la cortina de golpe. Vuelve a coser.
VALERIA: ¿Por qué? ESPERANZA: Duérmete. VALERIA: Era un búho, en el cedro del jardín. ESPERANZA: Ya no hay búhos. VALERIA: ¡Pues yo vi uno! ESPERANZA: Crece por favor. VALERIA: ¿Podemos salir? ESPERANZA: No. VALERIA: Antes salías a jugar conmigo… ESPERANZA: Antes no era obscuro.
Silencio
VALERIA: Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez… ESPERANZA: Cállate. VALERIA: (Hace ruido) ¡Once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis…! ESPERANZA: (Hace ruido) ¡Basta!
Tadeo se mueve. Ellas se congelan, lo miran en silencio hasta que vuelve a quedarse quieto. Suspiran aliviadas.
VALERIA: Matuta estaba contando las estrellas… ESPERANZA: Las estrellas son infinitas, ¿para qué quiere contarlas?
Silencio. Observan a Tadeo.
VALERIA: Está dormido... ESPERANZA: Sí. VALERIA: No te acerques a él cuando despierte… ESPERANZA: … VALERIA: Matuta me dijo el otro día que salió a la calle y que ya no vio cadáveres. A lo mejor podemos salir, aunque sea al cedro. Y si alguien nos ve, a lo mejor puede llamar a otro alguien para que venga por nosotras y… ESPERANZA: No tiene caso salir. VALERIA: Pero afuera hay muchas cosas… ESPERANZA: Sangre… VALERIA: Cedros… ESPERANZA: Bombas... VALERIA: Búhos… ESPERANZA: Armas... VALERIA: Estrellas… ESPERANZA: Ruinas… VALERIA: Bebés… ESPERANZA: Duérmete. VALERIA: ¡Juguetes, niños, flores, luz, agua, lodo, palomas, muñecas, canicas…! ESPERANZA: No. VALERIA: ¡Personas! ESPERANZA: Ya no. VALERIA: … ESPERANZA: Ya va a despertar… Trae su café.
Valeria va por una taza, sirve café y se lo da a Esperanza. Esperanza saca del cajón de su máquina un bote con pastillas para dormir, pone varias en el café de Tadeo y revuelve. Vuelve a coser.
VALERIA: ¡Esperanza! ¡Mira, mira, mira, mira, mira! ESPERANZA: ¿Qué? VALERIA: Una cucaracha… ESPERANZA: Déjala. VALERIA: ¡Qué bonita! Ayy, pero si está preciosa. ¿Puede ser mi mascota? ¡Se va a llamar Sara! ¡Sí, Sara! ¿Matuta, le ponemos Sara a la cucara…?
Esperanza aplasta a la cucaracha.
VALERIA: ¿Por qué?
Esperanza vuelve a coser.
VALERIA: ¿Podemos salir? ESPERANZA: Vete a dormir. VALERIA: Matuta no tiene sueño. ESPERANZA: Matuta se va a dormir, ¿verdad Matuta?
Matuta asiente.
VALERIA: Ella no tiene sueño, ¿verdad?
Matuta asiente.
ESPERANZA: Te dije: a dormir. VALERIA: ¿Por qué mataste a Sara?
Esperanza mira fijamente a Valeria. Vuelve a coser. Valeria va por una cajita que guarda bajo la ventana. Mete a Sara en un ataúd improvisado.
VALERIA: Sara… Tan chiquita… Tus ojitos… pareciera que todavía brillaran. Yo debí protegerte. Pero quiero que sepas que eres, fuiste y serás la mejor cucaracha del mundo. Matuta y yo te vamos a extrañar. Siempre estarás en nuestro corazón. Descanse en paz, Sara.
Esperanza sigue cosiendo.
VALERIA: ¿Ya casi terminas? ESPERANZA: Casi. VALERIA: Cuando termines vamos a jugar. ESPERANZA: No. VALERIA: ¡Pero tú me dijiste! ESPERANZA: Cuando haga sol.
Se miran y ríen tímidamente.
VALERIA: Qué chistosa eres, Esperanza…
VALERIA mira fotos viejas que guarda en su cajita.
VALERIA: Oye… ESPERANZA: ¿Sí? VALERIA: Matuta tiene novio… ESPERANZA: ¿Ah sí? ¿Y cómo es…? VALERIA: Pues, no es muy guapo pero, es fuerte, como Tadeo… ESPERANZA: O como un lobo. VALERIA: Ojalá algún día yo también pueda tener un novio… ¿Te imaginas…? Valeria y… ¡Matuto! ¡Sí! Y vamos a caminar debajo de los cedros… Y vamos a ir al museo, ése que está en la ciudad, en el que había muchas plantas. Y vamos a contar las estrellas juntos. Y cuando sea grande y nuestra relación haya pasado a la etapa dos… ¡nos vamos a casar! Yo voy a ponerme un vestido blanco, largo, con lentejuelas y zapatillas de cristal, como en los cuentos. Matuta puede ayudarme a hacerlo, lo podemos coser en tu máquina… si nos la prestas… Y vamos a tener un hijo con mis pecas y sus ojos. Y vamos a matar a la gente mala, por mala… ESPERANZA: Te está haciendo daño hablar tanto…
Esperanza toma una pastilla del bote y se la da a Valeria. Silencio.
VALERIA: ¿Cuando despierte Tadeo, va a jugar con nosotras? ESPERANZA: Tadeo va a salir… Tú vas a dormirte. VALERIA: ¿Y qué va a hacer contigo? ESPERANZA: Yo me quedo aquí. Ya sabes que a él no le gusta que salga. VALERIA: ¿Y va a tardarse? ESPERANZA: Con suerte sí. VALERIA: No dejes que se te acerque, Esperanza… ESPERANZA: ¿Tengo opción? VALERIA: ¿Ya terminaste de coser? ESPERANZA: No. VALERIA: Matuta te ayuda, para que tengas opción. ESPERANZA: Matuta no sabe coser a máquina. VALERIA: ¡Pero yo le enseñé! ESPERANZA: ¿Y quién te enseñó a ti? VALERIA: Matuta. ESPERANZA: Ah, menos mal... (Ríe tímidamente) VALERIA: ¿De qué te ríes Esperanza? ESPERANZA: De nada… ya duérmete. VALERIA: (Hace ruido) ¡Ya! ¡No te rías de mí!
Valeria rompe una taza. El café cae sobre la camisa que cosía Esperanza. Tadeo se mueve. Ellas se congelan, lo miran en silencio hasta que vuelve a quedarse quieto. Suspiran aliviadas. Valeria se burla.
ESPERANZA: No le hagas caso… deja de verlo.
Valeria se cubre los ojos, espía.
VALERIA: ¡Es Matuta! ESPERANZA: Valeria, basta. VALERIA: El otro día Matuta lo escuchó llorando... ESPERANZA: Él nunca llora. VALERIA: Estaba dormido, como siempre. Empezó a hablar quedito, como si tuviera miedo de que alguien lo escuchara… decía algo de su papá… ESPERANZA: Quizá recordó su muerte… VALERIA: ¿Cómo…? ESPERANZA: Junto al cedro. Lo arrodillaron, le apuntaron con escopetas y le dispararon hasta que sus huesos se hicieron polvo. VALERIA: ¿Tú viste? ESPERANZA: … No (Cierra la ventana). No.
Luego de un rato, Valeria va a su cajita y saca una hoja con un mensaje. Apaga la vela. Lleva el mensaje a Esperanza.
VALERIA: Matuta me dijo que el otro día salió a la calle y se encontró a un señor muy amable por las vías, llevaba puesto un uniforme azul y le dio esto. Matuta piensa que ya no deben tardar en venir por nosotras para llevarnos a la ciudad… ¡Nos van a sacar de aquí, Esperanza! ¡Más allá del cedro!
Esperanza lee, después mira al vacío. Acto seguido escoge algunas prendas de ropa de mujer del montón que está junto a su máquina. Se las da a Valeria.
ESPERANZA: Tendrás un buen viaje. VALERIA: ¿Tendré…? ESPERANZA: Y no quiero volver a verte. Ya sabes, es lo mejor. VALERIA: ¿Por qué? ESPERANZA: Él no puede vivir sin mí. VALERIA: Claro que puede.
ESPERANZA: No. VALERIA: ¿Y yo qué? ESPERANZA: Tienes a Matuta. VALERIA: Pero Matuta no es rea… ESPERANZA: En la ciudad vas a ser feliz, lejos de las balas. VALERIA: ¡Pero ya no hay balas…! ESPERANZA: Valeria, vete ahora que puedes, antes de que despierte. VALERIA: ¿Vas a dejarme? ESPERANZA: Es mi esposo. VALERIA: ¡Es tu papá! ESPERANZA: Valeria, basta. VALERIA: ¡Matuta me contó todo! ¡Me dijo todo, ya lo sé! ESPERANZA: Matuta miente. VALERIA: ¡Matuta no miente! Matuta sólo observa y me mira. ¡Ni siquiera hizo nada más que mirarme! Me dijo que Tadeo es tu papá… ESPERANZA: ¡No es cierto! VALERIA: Y que yo soy tu hija. ESPERANZA: ¡No! VALERIA: ¿Por qué mataste a Sara? ESPERANZA: Era una cucaracha. VALERIA: ¡Era tu hija, como yo! ESPERANZA: Duérmete. VALERIA: ¡Era mi hermana! ESPERANZA: Si te portas bien mañana voy a columpiarte, en el cedro. VALERIA: No quiero ir al cedro, quiero conocer el mundo, aunque sea obscuro. ESPERANZA: No sabes lo que dices, eres una… VALERIA: ¡Ya no soy una niña! ESPERANZA: Tienes nueve años. VALERIA: ¡Tengo dieciséis! ESPERANZA: ¡No! VALERIA: ¿Por qué no dejas de decir cosas que no son ciertas? Me dijiste que íbamos a salir a jugar y me engañaste. Me dijiste que Sara se había ido para siempre pero era mentira. Matuta vio cuando él se acercó a Sara. Cuando sus manos la atravesaron y la partieron en pedacitos. Luego Sara ya no podía contar las estrellas. Lloraba, lloraba. Tú la mirabas con lástima, como mira una a un perro agónico. Ni siquiera supe si murió de tristeza o de desesperación. Matuta vino porque quería recordarme que Sara estuvo triste y que tú no hiciste nada. Nos quedamos aquí porque dijiste que allá afuera era obscuro y que ya no hay búhos. Pero aquí adentro yo misma me siento obscuridad. Esperanza, ¡vámonos!
ESPERANZA: ¡No! VALERIA: ¿Y si un día él decide partirme en pedacitos a mí? ¿Qué es lo que vas a hacer? ESPERANZA: ¡No puedo hacer nada! (Arruga la hoja y la tira al piso) VALERIA: (Hace ruido) ¡Pues yo ya no quiero hacer nada!
Tadeo despierta abruptamente. Valeria y Esperanza se congelan, se alejan. Tadeo se levanta con dificultad. Camina tambaleante a la taza que está en la máquina de coser. Observa los pedazos rotos. Mira su camisa manchada. Tadeo se acerca a Esperanza, la toma de la cintura y le besa el cuello, con violencia.
ESPERANZA: Valeria, vete a dormir. VALERIA: No tengo sueño…
Tadeo levanta poco a poco la falda de Esperanza. La coloca de espaldas a él y comienza a tocarla bruscamente. Valeria se esconde atrás de la máquina.
VALERIA: (Cuenta estrellas) Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…
Tadeo lastima a Esperanza, sigue tocándola y comienza a desnudarla. Mientras Valeria cuenta, toma de la máquina unas tijeras de costura. Ella se acerca lentamente, tijeras en mano, a Tadeo, que al percatarse sólo ríe burlón y mira a la niña. Le quita las tijeras. Camina de vuelta hacia Esperanza, Valeria deja de contar y corre a tomar el papel arrugado. Tadeo la escucha, avienta a Esperanza al sofá y persigue a Valeria, que se escabulle y se esconde en la ventana. Tadeo recoge el papel, lo mira con atención. Tadeo, de pronto, comienza a llorar como un niño y a balbucear palabras inaudibles. Valeria, que toma la mano de Matuta, sale de su escondite y se acerca a Tadeo, pone su mano sobre el lomo de él, que abruptamente se levanta y la toma del cuello. Aprieta hasta que deja de respirar… Tadeo se percata de lo que hizo. Llora.
TADEO: Voy por más café. (Sale)
Esperanza se levanta con dificultad. Observa a Valeria, intenta despertarla. Valeria está muerta. Esperanza toma el frasco de somníferos, la hoja de papel y las tijeras. Coloca todo en su lugar. Agarra la camisa manchada de Tadeo, la huele, la abraza y la besa. Tapa a Valeria con la camisa.
ESPERANZA: Matuta déjala en paz. Sólo está durmiendo. Ya era hora de dormir…
ESPERANZA mira por la ventana. Arma una grulla con el papel. Lanza la grulla por la ventana. La lluvia la bota. Obscuro.
ESPERANZA: Llueve.
Dalia Rodríguez de Leo. Egresada de la Carrera Técnica en Teatro por la Escuela Concepción Quirós Pérez (2013-2015) y de la Licenciatura en Teatro de la UV (2015-2020). Actriz de puestas en escena como “Nuestra Señora de las Nubes” (2016), dirigida por Ricardo García; “Niños Perro” (2016), Benjamín Castro; “Fantoche” (2018), Edén Coronado; y “El Pájaro Azul” (2019), Karina Eguía. Es autora y directora de “Los Escondidos” (2014); “Mi Chupirul” (2015); y "El Cedro Gris" (2016). Ganadora del tercer premio a Mejor Puesta en Escena del XXV Festival de Teatro Universitario. Con el Colectivo Teatral Los Escondidos dirige “Limbo”, de Santiago Sanguinetti (2015); “Los Camaleones”, de Oscar Liera (2016); “Miércoles de Ceniza”, de Luis G. Basurto (2017); “Muerte Súbita”, de Sabina Berman y “Uz, el Pueblo”, de Gabriel Calderón (2018). En 2020, es seleccionada por el programa PECDA Veracruz XXIII, Grupos Artísticos Independientes, con “Adelaida” (20202021). Para 2021, debuta como tallerista en el Programa Contigo en la Distancia: Cultura desde Casa.
Nick Drake: el poeta del ocaso
Héctor M. Magaña
Nick Drake tuvo una existencia breve. Su vida en sus últimos años fue tímida y ermitaña. Los últimos años de Nick Drake nos recuerdan a los primeros años de madurez de Lovecraft: ambos cayeron una reclusión que los aisló del mundo moderno. Lo que hacían ambos a puertas cerradas es un misterio para los biógrafos de ambos creadores. Mientras para uno el encierro fue el inicio de su carrera literaria, para el otro fue el fin de su carrera musical. Lovecraft escribe al inicio de su cuento “El extraño”: “Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas.” Estas inquietantes palabras podrían incluso haber sido pensadas por Nick Drake, y es que los álbumes del cantautor son un recordatorio a las estaciones, al paisaje y a la naturaleza cambiante, solitaria y a veces amenazante. En las fotos de Nick Drake que han sido recuperadas lo podemos ver para frente a un muro de ladrillos; él mira a la calle, a la gente que transita, a los autos, a la ciudad. Es un extraño, un observador. Nick Drake parece participar poco en esta rocambolesca vida de los sesentas. Recientemente redescubierto, Nick Drake es ahora un compositor que ha servido de inspiración para grupos modernos como The Cure o para el cantante Elton John. Se puede decir que los tres álbumes que sacó en vida son un homenaje a la naturaleza inglesa y al ocaso que significa crecer. El álbum Five Leaves Left (1969) es el presagio del inicio del fin. La guitarra acompaña casi siempre todas las creaciones de Nick Drake. En “Day is Done” la guitarra es el instrumento donde Nick Drake nos presenta este fin: el fin de todas las cosas importantes en el desarrollo de una persona: la infancia, la juventud, la inocencia: todas las cosas que se perdieron y jamás podremos recuperar. Nick Drake comparte otra similitud con el autor de Providence: una timidez y un rechazo a presentarse en público como creadores. Para Lovecraft es una muestra de los principios del caballero, un rechazo a la mezquindad, y a los arribistas; para Nick Drake era escapar de los conciertos en vivo, de la presión discográfica e incluso de los estudios de grabación. El autor de Providence creó sus propios dioses, pero en Nick Drake hay una tendencia a buscar lo místico (a la manera de William Blake, autor que leyó mientras estudiaba literatura en la universidad) que yace en la naturaleza, en la visión romántica de los paisajes otoñales e invernales de Inglaterra. ¿Qué es
“River Man”? Es un poema romántico, muy a la manera de Wordsworth o Coleridge. Es Nick Drake en su estado romántico más puro. El álbum Bryter Layter (1970) es una obra que combina el folk con el jazz. La voz de Nick Drake es una mezcla entre inocencia y melancolía; un niño extraviado. “Poor Boy ” es un grito dulce y armónico sobre el crecer, la incomunicación y el ser un adulto incompleto. El álbum Pink Moon (1972) es su despedida, su testamento, tal como lo fue La corrupción de un ángel para Yukio Mishima o Indigno de ser humano para Osamu Dazai. En este álbum no hay acompañamiento, es sólo Nick Drake con su guitarra. La canción homónima es desgarradora, y más si pensamos en los días finales del compositor. La Luna Rosa puede ser la esperanza que sólo es visible para aquellos que yacen en la oscuridad. El álbum cierra con “The Tihng Behind The Sun”, que encierra una tétrica pregunta: ¿qué hay detrás de esa luz? Quizás sólo oscuridad, un horror cósmico, nihilista, nada. Una nulidad negra: “To win the earth just won't seem worth your night or your day/ Who'll hear what I say?” Hay algo más en común entre Lovecraft y Drake: sus obras reflejan poco de la época en que viven. “Pink Moon” podría ser la antítesis de “Here Comes The Sun”. Lo meditabundo y lo metafísico fueron temas en común en los setentas, pero en Nick Drake estos temas tienen un giro desesperanzador. Es este último álbum el que puede resumirse en los siguientes versos del poemario Configuración de la última orilla de Michel Houellebecq: “Cuando muere lo más puro/ cualquier gozo se invalida/ queda el pecho como hueco, / y hay sombras por donde mires. / Basta unos segundos/ para eliminar un mundo.” Donde todo el mundo canta al amor correspondido, a la juventud invencible, los sueños, el amor libre de los sesentas y setentas, y a ese mundo encantado o mágico, Nick Drake nos habla de las cosas siniestras que yacen en esas promesas, del mundo adulto como algo terrible para aquellos que aún somos niños en el fondo, de la inocencia frente al mundo (“Place to Be”), sobre el amor virginal (“Northern Sky”), de la invisibilidad que se sufre en la ciudad (“Parasite”), en fin, para todos aquellos que esperamos mucho de la vida y fuimos traicionados, para quienes deseamos ser felices y sin embargo fracasamos. Para todos aquellos que buscan la inocencia perdida, la música de Nick Drake es un consuelo agridulce. Las canciones del compositor inglés son al fin de cuentas para quienes el mundo fue un muro de piedra y sin puerta alguna, y ahí está Nick Drake quien nos toma de la mano y hace que nuestros gritos sean más sonoros, pero, ¿hay alguien que nos escuche del otro lado?
Héctor M. Magaña (Xalapa, Ver., 1998). Autor de relatos publicados en revistas (Los no letrados, Monolito, Noctunario, Revista Almiar, Elipsis, Diablo Negro, Tintero Blanco, Periódico Poético, Prosa Nostra Mx, Les Escribadores) y reseñas literarias en revistas como Criticismo. Tradujo a autores como el emperador Akihito, la emperatriz Michiko Shoda y a la poetisa Cora Coralina. Ha participado en el taller de creación literaria de Fernanda Melchor. Actualmente se encuentra estudiando en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana (UV).
La bohemia xalapeña: un viaje decimonónico por la ciudad de las flores. Entrevista a Francisco Jácome
Tania Rivera
¡Éste es Xalapa! Nunca te olvidaré, ¡oh delicioso vergel de mi país! ¿Qué importa que no tengas ni monumentos, ni pinturas, ni estatuas, si el señor al crear el mundo arrojó en tu suelo un puñado de flores que no se marchitan jamás?, Manuel Payno, 1843
1871 se ha descrito en los libros de historia de México como un año caótico en cuanto a la política del país. Benito Juárez y Porfirio Díaz se disputaban el poder; el primero se alzaba como ganador, hasta que la muerte (más avezada en dramas políticos que el joven general) le arrebató el triunfo, no sin que el militar se alzara en armas con un grito que olvidaría mucho tiempo después: “Muera la reelección”. Sin embargo, lo que poco se sabe y menos se documenta es que, mientras México se caía a pedazos y se derramaba sangre sin sentido (como siempre ha ocurrido), un grupo de jóvenes xalapeños se reunía para escribir, con la única intención de trascender, un deseo pueril pero a la vez tan genuino que merece estar escrito con las mismas letras doradas que cualquier héroe nacional. Otro dato que escapa al común de la gente es que Xalapa era una ciudad fuente de inspiración para los artistas durante el siglo XIX. Desde la visita de un tal Alexander Von Humboldt en 1804, que fue seducido por las montañas que rodean la ciudad y la esplendorosa vegetación que la adornaba, rebautizándola como “La Ciudad de las Flores”; hasta escritores de la talla de Manuel Payno o Manuel M. Flores. En ese sentido, el joven actor, dramaturgo y divulgador cultural, Francisco Jácome, se ha dedicado por al menos dos años a reunir los fragmentos desperdigados de una historia ignorada por los habitantes de Xalapa, preparando la primera antología de poesía de la llamada “Bohemia
xalapeña”, una asociación literaria de jóvenes escritores, que espera ver pronto la luz en la misma ciudad que antes llamara Payno “un delicioso vergel”.
TR: ¿Qué es la bohemia xalapeña?
FJ: En el año de 1871, existió aquí en Xalapa una asociación literaria de jóvenes que tenían entre 21 y 31 años de edad. Ellos eran: Josefina Pérez Silva, Clotilde Zárate Ferrer, María del Carmen Cortés de Santana, María Herrera, Vicente R. Casas, Ricardo Domínguez Mora, Pedro Guerra y Daniel Díaz. Este grupo de jóvenes publicaron en abril de 1871 un periódico literario, el cual era estrictamente de literatura, es decir, había artículos literarios, poemas, cuentos y probablemente teatro. Este periódico lamentablemente no tuvo mucha vida, aproximadamente tres meses. Estuvo solventado económicamente por un mecenas llamado Carlos M. Casas, médico aficionado a la literatura que cobijó a estos jóvenes para que pudieran escribir y publicar, y también estaban asesorados bajo la tutela de otro escritor importante: José María Esteva, uno de los mayores exponentes de la literatura mexicana del siglo XIX.
TR: ¿Cómo surge esta investigación? ¿Y cómo descubres este movimiento para empezar?
FJ: Hace un par de años encontré el libro Una historia de zozobra y desconcierto, una investigación de la doctora Leticia Romero Chumacero, quien ha trabajado mucho en el rescate de escritoras del siglo XIX. Adquiero este libro sin esperar que me encontraría todo un caso de estudio, porque ahí se mencionaba a una escritora xalapeña llamada María del Carmen Cortés y Santa Anna, nieta de Antonio López de Santa Anna, que fue dramaturga y poeta y se podría decir que, hasta ese momento, ella fue la primera mujer en publicar un poemario en esta región. Me llamó mucho la atención que fuera xalapeña y que no la conociera, que de hecho nadie la conoce. Fue ahí donde la empecé a investigar, encontré un poemario Ensayos poéticos dedicados a las jóvenes xalapeñas que publicó en Coatepec en 1866 y ahí viene una obra de teatro Escenas mexicanas, probablemente su única obra de teatro. Y bueno, investigando a esta escritora es que vi sus conexiones con otros escritores, conozco a su grupo de amigos y me dan ganas de investigar quiénes eran. Ahora con la pandemia fue el mejor momento para estar como ratón de biblioteca investigando y, ¿sabes?, fue como una bola de nieve, primero un dato y luego otro dato y al final, sin saberlo, terminé haciendo una antología [risas].
TR: ¿Por qué se perdió este círculo literario en la historia y ahora los xalapeños lo desconocemos?
FJ: Se va deshaciendo el grupo, sobre todo porque las mujeres se van a la Ciudad de México, pero cuando se van ya eran reconocidas como grandes escritoras, de hecho estas xalapeñas son de las primeras mujeres mexicanas en integrarse a asociaciones literarias que eran sólo para hombres, como por ejemplo en el Liceo Hidalgo, en donde estaban Ignacio Manuel Altamirano o Manuel
Payno. Luego, otro punto, la mayoría murió muy joven y su temprana muerte impidió que se desarrollaran más o que fallecieran justo en la cima de su trabajo literario, por ejemplo María del Carmen Cortés murió a los 31 años y María Herrera a los 35, así fallecieron fuera de Xalapa y, sumado a que había poca información sobre ellos, hizo que se fueran olvidando. Otro punto importante a finales del siglo XIX está entrando la corriente modernista, entonces la literatura romántica va pasando de moda, van entrando Manuel Gutiérrez Nájera y Amado Nervo. Y por último, muchos de ellos no publicaron libros, entonces su obra quedó desperdigada en periódicos de la época, solamente Ricardo Domínguez, Josefina Pérez Silva y María del Carmen Cortés publicaron libros completos.
TR: ¿Qué podría aportar a los jóvenes xalapeños conocer a la Bohemia xalapeña?
FJ: Creo que siempre necesitamos símbolos donde nos veamos reflejados, donde veamos que jóvenes xalapeños estaban intentando crear hace 150 años igual que ahora los jóvenes del siglo XXI. Seguimos anhelando lo mismo. Y podría ser un punto de partida para quien quiera estudiar el siglo XIX, sobre todo en esta región, así como darnos cuenta de que los xalapeños fuimos los primeros en muchas cosas: Roa Bárcena fue el primero en experimentar en cuentos fantásticos, tipo Edgar Allan Poe; Díaz Covarrubias en la novela histórica y de la Bohemia; María Herrera fue de las primeras en fundar escuelas para mujeres en Coatepec; y descubrimos hace poco que María del Carmen Cortés publicó una novela llamada Julia, que podría ser considerada como la primera novela publicada por una mujer, donde ella deja escrita una historia verídica de una amiga que fue abusada sexualmente y para no pasar vergüenza se fue a encerrar a una cueva. Entonces, nos permite saber qué era la búsqueda de estos años y cómo era Xalapa. De cierta forma, todo lo que ellos escriben son sus ojos, que nos dicen 150 años después cómo era Xalapa, qué sentían, cómo vivían.
Tania Viridiana Hernández Rivera (Xalapa, Veracruz 1997). Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha obtenido el primer lugar en el 11° Concurso de cuento infantil y juvenil de la Editora del Gobierno del Estado de Veracruz (2021) y mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario en la categoría relato Luis Arturo Ramos (2020). Actualmente dirige la revista digital Pérgola de Humo.