Debates 70

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N. 70

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• ENERO/ABRIL/2015 • UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA CA

ISSN 1657-429X

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Ilustraciones: Juan Andrés Álvarez

Lecciones de dos maestros

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N. 70 • ENERO/ABRIL/2015 • UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

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Maestros a dos voces

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El vaivén permanente entre pasado y presente en la obra de María Teresa Uribe. Por Daniel Pécaut

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La dicha del regreso. Por Clara Inés Aramburo Siegert

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Para Carlos Gaviria. Por Clemencia Hoyos

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Defendió siempre la vida y la inteligencia, el pensamiento razonado, la discusión sin violencia y con argumentos. Por Héctor Abad Faciolince

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“Nada compararía yo en mis cabales al placer de un amigo”. Por Rodolfo Arango

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Carlos Gaviria encarna el símbolo de una nueva forma de concebir la política y la lucha democrática. Por William Restrepo Riaza

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La filosofía liberal del magistrado Carlos Gaviria. Por Iván Darío Arango

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Si hoy la sociedad colombiana es un poco más abierta y tolerante, se lo debe en buena medida a las acciones y al testimonio de Carlos Gaviria Díaz. Por Hora-

La profesora María Teresa ha sido y es un ejemplo para los científicos sociales Las ciencias sociales: un proyecto de vida. Por María Teresa Uribe de Hincapié Nos enseñó usted a leer el mundo social nuestro. Por Alberto Uribe Correa

Una invitación a la ciencia política. Por María Teresa Uribe de H. Cuando el sentido de la vida ha estado centrado en el amor, el resto fluye. Por Ana Cristina Gaviria Gómez

Improntas de transparencia y libertad. Por Eduardo Domínguez Gómez Su irrevocable postura intelectual de laico. Por Mario Yepes Londoño Yo no soy un político Reflexiones del maestro Carlos Gaviria Díaz en torno a la Universidad

cio Arango Arango, S. J.

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Tiempo. Por William Fredy Pérez Toro

Mauricio Alviar Ramírez, Rector • Roberth Uribe Álvarez, Secretario General Respuesta al anhelo de estudiantes y profesores de disponer de una publicación que sea canal de expresión de las disposiciones y puntos de vista de los universitarios.

Director: Heiner Castañeda Bustamante • Edición y correción de textos: Luis Javier Londoño Balbín • Ilustraciones: Juan Andrés Álvarez Castaño • Diseño: Carolina Ochoa Tenorio • Impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia

El contenido de los artículos que se publican en DEBATES es responsabilidad exclusiva de sus autores y el alcance de sus afirmaciones sólo a ellos compromete.

Departamento de Información y Prensa –Secretaría General– Ciudad Universitaria, Bloque 16 oficina 336. Medellín. • Teléfonos 2195023 y 2195026. •E-mail: almamater@udea.edu.co • http://almamater.udea.edu.co/debates


Maestros a dos voces

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s frecuente que por las páginas de Debates circulen cada cuatro meses múltiples autores con temas y puntos de vista diversos. No obstante, para esta, la edición número 70, por primera vez la revista rompe esa tradición para rendirle homenaje a dos de los más ilustres integrantes que ha tenido nuestra comunidad universitaria: María Teresa Uribe de Hincapié y Carlos Gaviria Díaz. Ante la talla y el reconocimiento de los dos profesores que honraron con su presencia las aulas de la Alma Máter, no sería necesario justificar el por qué la revista está dedicada exclusivamente a mostrar algunos trazos de su pensamiento, pero el Título Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales otorgado el pasado 26 de marzo por la Universidad de Antioquia a la maestra Uribe de Hincapié, y la muerte, cinco días después, del profesor Gaviria Díaz, son una excusa ineludible para

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ponerlos a conversar en las siguientes páginas, a partir de sus textos y pensamientos y desde quienes los describen como un faro infaltable en la institución universitaria. Se funden en este especial los estudios sociales; la incansable búsqueda de otras maneras de ver el mundo de la ciencia política; la reflexión continua acerca de los derechos humanos; la filosofía de las libertades individuales; la tolerancia y el respeto por las ideas de los demás; el compromiso con la enseñanza; el debate de las ideas y una suma sucesiva de tópicos que desde cada orilla representa el pensamiento de dos espíritus libres que nos honran como universitarios. Las ideas aquí resumidas son solo una invitación a retomar las reflexiones que nos han dejado los dos maestros en sus cátedras y textos, a volver sobre sus enseñanzas y a no olvidar que, gracias a sus posturas intelectuales, en la Universidad florece la universalidad y pluralidad del pensamiento.


Entre

otras cosas, esta sería una bella definición para la investigación, investigar es intentar ver en la oscuridad, poner los ojos en asuntos desconocidos o vistos desde otra perspectiva, descubrir lo que estaba oculto, aquello que parecía irrelevante y nombrar el mundo con palabras nuevas para lograr que otros las conozcan y actúen en consecuencia, es decir, sin investigación, los estudiosos de los temas de la política solo habrían hecho la mitad del viaje del conocimiento. 3


Especial Debates

La profesora María Teresa ha sido y es un ejemplo para los científicos sociales

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l Consejo Académica y el Consejo Superior Universitario acogieron la propuesta de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, del Instituto de Estudios Políticos y del Instituto de Estudios Regionales, INER, para otorgar a la profesora María Teresa Uribe de Hincapié el Título Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales, tras considerar que entre los académicos existe consenso sobre el hecho de que la propuesta analítica de la reconocida socióloga es radicalmente crítica y heterodoxa, que se ubica en una frontera interdisciplinar entre la historia, la sociología, la filosofía, la antropología, la teoría y la filosofía políticas, y que esta opción analítica le ha permitido concebir y proponer una aproximación politológica propia del proceso colombiano desde los últimos años del siglo XVIII a la época contemporánea. Su trabajo —dice la resolución superior 1967 del 28 de octubre de 2014— se reconoce por la construcción de categorías analíticas originales con evidentes desarrollos en el estudio de los fenómenos políticos y sociales en Colombia, lo cual da cuenta de la versatilidad teórica y metodológica de la investigadora, y de su extraordinaria agudeza intelectual. La profesora ha hecho una enorme contribución a las ciencias sociales al interrogar sus tradicionales formas de interpretación del Estado, la violencia, la guerra y el territorio. La profesora María Teresa —señala la resolución mediante la cual se le concedió el Título Honoris Causa— ha sido y es un ejemplo para los científicos sociales al conjugar un extraordinario desempeño académico, con sus compromisos éticos y políticos fundados en la preocupación constante por la suerte de unos pueblos, unas regiones y una nación con profundas rupturas, intensos olvidos y enormes desigualdades. 4

Y concluye que la cátedra y las enseñanzas de la profesora han permitido la formación de una escuela cuyos problemas de investigación y maneras de aproximación al conocimiento hoy practican y difunden sus alumnos y colegas, una escuela que enaltece el nombre de la Universidad de Antioquia. “Lo que a mi parecer distingue la obra de María Teresa Uribe es que está centrada en los procesos de composición, recomposición, descomposición de la sociedad misma, mucho más que sobre el llamado sistema político. En este aspecto, ella es quien mejor sacó la conclusión según la cual el caso colombiano no refleja un modelo estado-centrista. Las dinámicas societales se le escapan, la mayoría de las veces, a la autoridad del Estado. La temporalidad, que para ella cuenta, no es la de los gobiernos sucesivos sino la vinculada con los varios actores que interactúan en la sociedad”, dijo el colombianista Daniel Pécaut en el sentido homenaje que se le tributó a la maestra Uribe de Hincapié el 26 de marzo de 2015 en el teatro Camilo Torres Restrepo, cuando los amigos, la familia, los colegas académicos e investigadores, los estudiantes y en especial sus alumnos, coincidieron en la entrega del Título Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales que la Universidad de Antioquia le otorgó a la maestra. “Este acto, si bien honra una historia personal, sobre todo celebra advenimiento. Porque lo que usted ha construido con su ejemplo intelectual convertido en obra escrita y con su dedicación al magisterio hecha vida en sus alumnos, no es solo huella, sino también horizonte para la interpretación de la vida cotidiana y de las tramas sociales y políticas”, dijo el rector Alberto Uribe Correa. “En este momento de mi vida espero que los estudiantes que pasaron por mis aulas, los que me


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

Tu

compromiso y responsabilidad por leer y comprender este país te pusieron en el lugar de la voz que anuncia, descubre y denuncia la configuración histórica de los entramados en las alianzas y lealtades políticas; la estructuración de las identidades regionales, con el soporte de unos juegos de poder y resistencia; y la circulación de discursos hegemónicos y contrahegemónicos que sopesan la fuerza legal, moral y ética del Estado, los partidos políticos y los movimientos sociales.

escucharon en conferencias o leyeron mis textos hubiesen encontrado claves para seguir buscando alicientes para continuar este camino incierto de la investigación política y las ciencias sociales y humanas. Quiero también que la Universidad de Antioquia siga siendo pública, crítica, deliberante; que mantenga en alto el estandarte de la excelencia académica y de la participación en los despliegues de la democracia y la ciudadanía”, expresó la maestra al recibir el Título Honoris Causa. Aunque no estuvieron presentes, en la ceremonia se escucharon algunas voces de colegas y amigos, quienes celebraron el tributo que en buena hora la Alma Máter le rindió a la connotada maestra. Manifestaciones que recoge en este especial la revista DEBATES:

Referente que trasciende los tiempos generacionales Te habla María Cristina Palacios Otra vez el tiempo nos reúne. Con trayectorias propias pero con pasados compartidos, llega a mis ojos tu imagen, provocada desde la invitación de la Universidad de Antioquia para otorgarte un merecido honoris causa en ciencias sociales. Esta imagen me devolvió unos años atrás… Sí, quizás, muchos; después de encontrarnos en las aulas de la Universidad Pontificia Bolivariana, con el asombro de escuchar las palabras de un mundo atravesado por las rupturas necesarias, según algunas voces transgresoras, y por el miedo y el señalamiento de otras ante el desastre que provoca el derrumbe del orden establecido. Seguramente recuerdes… Caminamos tímidamente; paramos el ritmo y la rutina en la Facultad de Sociología de una universidad pontificia.

Teníamos el reto de una valentía que genera la transgresión. Comenzamos cantando en unas escaleras “a desalambrar, a desalambrar…”; salimos por la avenida La Playa; caminamos por la Primero de mayo; atravesamos Junín, con pancartas alusivas a una universidad privada que se emberracó. Llega a mi memoria mayo del 68: las asambleas en la Universidad de Antioquia y las movilizaciones por las calles de Medellín, con la fuerza necesaria para alimentar la esperanza de encontrar alternativas a una sociedad excluyente, desigual y discriminatoria, una fuerza que nos ha acompañado en nuestros propios caminos. Vivimos y compartimos un tiempo donde los discursos nos ponían en la contradicción dialéctica entre la burguesía y el proletariado, seguramente con las ambigüedades de ser consecuentes con la práctica y la conciencia social que reclamaba la lucha que descubríamos en nuestras lecturas sociológicas, respecto a nuestros anclajes familiares y sociales. Después de dejar las aulas de formación transitamos otros tiempos y lugares; hemos vivido en este país las complejas realidades violentas de finales del siglo pasado, las mutaciones del presente, pero con la esperanza de otros rumbos. Hiciste posible desentrañar su ordenamiento. La coherencia de una racionalidad que para algunas personas se constituyó y aún es argumento suficiente para justificar la venganza y la retaliación, con el disfraz de una democracia que pretende sostener un orden y una paz sin impunidad —un costo muy alto—, para un sentido de dignidad humana que la esperamos y la merecemos, y se interroga por la diversidad y la diferencia en contextos públicos y privados de convivencia ciudadana. 5


Especial Debates

Tu compromiso y responsabilidad por leer y comprender este país te pusieron en el lugar de la voz que anuncia, descubre y denuncia la configuración histórica de los entramados en las alianzas y lealtades políticas; la estructuración de las identidades regionales, con el soporte de unos juegos de poder y resistencia; y la circulación de discursos hegemónicos y contrahegemónicos que sopesan la fuerza legal, moral y ética del Estado, los partidos políticos y los movimientos sociales. Asuntos regionales y nacionales, puestos en los contextos históricos y globales, te han permitido transitar por las honduras de la vida social y política. Más allá de la mirada local, parroquial y, quizás, de la añoranza vecinal, pones la clave en las figuraciones y configuraciones de las dinámicas sociales, políticas y culturales, de los movimientos societales, del Estado y del lugar de la ciudadanía. Las tensiones en la estructuración del Estado moderno; las confrontaciones partidistas en la demarcación del Estado-nación; la construcción identitaria de los territorios; la expansión de las lógicas en las relaciones y prácticas violentas para la instalación de un orden político hegemónico; el desenclave institucional que produjo el desplazamiento forzado, como dispositivos de poder en el orden de las violencias, son algunas huellas de tu pensamiento, tu voz y tu pluma. Y aquí nos vuelve a reunir la vida, la historia compartida y la esperanza en un futuro. Héctor Abad Faciolince nos habla sobre el olvido que seremos; yo, desde el lugar que ocupas en mi trayectoria personal, profesional y académica, te nombro como referente que trasciende los tiempos generacionales. Un abrazo inmenso para ti.

Los honrados somos nosotros Querida María Teresa: Este es un honoris causa en el que los honrados somos nosotros, por tener la oportunidad de compartir este momento solemne de reconocimiento a toda una trayectoria profesional, humana y política. En lo que me concierne, honrado me siento yo por hacer parte del gremio de historiadores que ha enaltecido con su pluma y su magisterio María Teresa. Honrado me proclamo hoy por el privilegio de haber tenido a María Teresa como integrante del equipo fundacional de Memoria Histórica, hoy Centro Nacional de Memoria Histórica. María Teresa dejó una huella que sigue presente en nuestro trabajo. Cariñosamente la llamábamos dentro del grupo “Primera dama de las ciencias sociales”. Honrado me siento también por ser beneficiario, y con muchos otros en este país, heredero del legado y del reto que nos ha puesto María Teresa al combinar siempre creativamente la trama ética y política entre academia, derechos humanos y función pública. Este título es ciertamente un reconocimiento, pero es, ante todo, un abono a la enorme deuda que todos los integrantes del amplio y diverso campo de la memoria histórica tenemos con María Teresa. Vaya un afectuoso y emocionado abrazo. Gonzalo Sánchez Gómez Director general del Centro Nacional de Memoria Histórica

Las palabras de la guerra María Cristina Palacios Socióloga

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Quiero hacerme presente en el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Antioquia a María Te-

título es ciertamente un reconocimiento, pero es, ante todo, un abono a la enorme deuda que todos los integrantes del amplio y diverso campo de la memoria histórica tenemos con María Teresa 6


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MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

la guerra no es un puro hecho de armas, ni siquiera puro hecho político; es un hecho de entrecruce de discursos, de culturas, de visiones del mundo…

resa Uribe de Hincapié; y quiero hacerlo en primer lugar por la amistad, esa amistad que, aun cuando se ha visto interrumpida en términos presenciales por las enfermedades de María Teresa, sin embargo, ha continuado en mi reconocimiento a la osadía y la honestidad de su trabajo. Con osadía quiero nombrar la valentía de María Teresa Uribe de Hincapié en nombrar las guerras de este país con un libro que expresamente se llama “Las palabras de la guerra”. Este país ha construido una idea, una ideología y una mitología de la violencia, y yo he sentido siempre —ahora que ya he cumplido mis 50 años de colombiano—, que la palabra “violencia” es tan ancha, es tan genérica… de alguna manera, es tan ambigua; mientras que la guerra nombra lo que ha estado viviendo Colombia desde el siglo XIX y que había sido estudiado, ya, por María Teresa Uribe de Hincapié. Entonces, yo celebro la valentía con la que ella ha sabido escribir ese libro, poniéndole por título “Las palabras de la guerra”, porque “las palabras” significa que la guerra no es un puro hecho de armas, ni siquiera puro hecho político; es un hecho de entrecruce de discursos, de culturas, de visiones del mundo… Y la pregunta que nos hace, desde ese libro, María Teresa Uribe de Hincapié es: si no vamos a ser capaces ahora, que parece que estamos a un paso —por más grande, complejo y difícil que sea el paso de ir las Farc a la paz—, pero desde que estamos ahí, vamos a tener que saber y llamar a la guerra con su nombre y asumir esa densidad de lo que la guerra no es, únicamente guerra. En segundo lugar, la honestidad. La honestidad con la que ha sido capaz esta mujer, desde hace muchos años, de dirigirse a las izquierdas y de mostrarles la cantidad de lejanías que han abastado, importando unas categorías que —aunque no vinieran de Estados Unidos— venían de Francia o venían de Inglaterra, y de alguna manera sustituyeron a la propia capacidad de pensar el país. No estoy reclamando ningún encerramiento, nin-

gún nacionalismo y menos ningún provincianismo. Lo que estoy pensando es esa lucidez con la que ella nos alertó, desde sus primeros tiempos, de las ciudadanías mestizas de este país. Para entender lo denso de la política o para entender lo denso de la guerra, hay que pensar a las culturas políticas. No se pueden pensar solas. María Teresa, cómo me alegro de que la Universidad de Antioquia —a la que yo le debo también un Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales—, cómo me alegro de que el Alma Máter de esa región, que no es solo un departamento —es cultura antioqueña—, te dé el reconocimiento que mereces desde hace tantos años. Felicitaciones, de parte de tu amigo Jesús Martín Barbero. Jesús Martín Barbero Doctor en filosofía, experto en cultura y medios de comunicación

Reconocimiento merecido Este es un mensaje de salutación para la profesora María Teresa Uribe, para mostrarle mi reconocimiento profesional por su larga trayectoria académica y mi afecto personal por todos los momentos que pudimos compartir durante sus estancias en España, a veces en situaciones más felices que en otras. De aquel congreso que organicé en Valencia, salió un volumen colectivo en el cual la participación de la profesora fue tan significativa. Y tan solo desearle que disfrute de este día, de este reconocimiento tan merecido, junto a los colegas y a su familia. Un fuerte abrazo desde España. Francisco Colom González Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, Centro de Ciencias Humanas y Sociales de España. 7


Especial Debates

Las ciencias sociales: un proyecto de vida

Intervención de la profesora María Teresa Uribe de Hincapié al recibir el título Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales

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l destino de las personas no está marcado, se va tejiendo con materiales muy diversos, recuerdos, miedos, vivencias, esperanzas, desengaños, emociones de diverso signo; afectos e identificaciones: todos ellos van marcando sentidos en la ruta de la vida, no siempre lineales ni unívocos, casi nunca conscientes y no todos con la misma intensidad y significación; solo al final, en los tiempos largos de la soledad, es posible saber cuáles de ellos marcaron tu devenir y porqué escogiste unos caminos en lugar de otros en el amplio espectro de la vida de una mujer de mi generación. Hoy pienso que la relación con mi padre está en la raíz de mis preferencias intelectuales, de mis búsquedas incesantes, de mi vocación como maestra e investigadora; así como de la necesidad acuciante por desentrañar las razones y sin razones de la violencia y el terror; de las falencias de la democracia, de las desigualdades y las exclusiones. Cuando llegué a la Universidad de Antioquia como profesora de sociología en el año de 1973, supe que éste era mi lugar; que solo la universidad pública me permitiría encontrar el sentido de mi vida y el de la sociedad que me tocó vivir. Las ciencias sociales son risomáticas, es decir, sus vectores analíticos y sus aportes sustanciales no se circunscriben a los espacios que tradicionalmente les han sido asignados, si no que con frecuencia sus filamentos se entrecruzan, se confunden y son interpeladas por otras ciencias, penetran como raíces en otros campos analíticos tanto del mundo de lo social como en aquellas llamadas ciencias duras como las médicas y las medioambientales. Estas ciencias son como un poliedro, una y varias según se ponga la mirada. Por esta razón, hoy quiero hacer una historia sucinta de las ciencias sociales en Colombia, que están fuertemente imbricadas con la historia del país y como un reflejo a trasluz con mi propia vida.

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Esta historia, corta y difícil, está asociada con las diferentes coyunturas que ha vivido el país en el siglo XX, que vinieron de la mano de las profundas transformaciones sociales ocurridas en el país durante las décadas de 1920 a 1940 con el surgimiento de las primeras industrias, la expansión de la economía cafetera, el crecimiento de los centros urbanos, el despliegue de redes viales de comunicación y el advenimiento de un gobierno reformista empeñado en modernizar el país y en cumplir una función intervencionista en las esferas de la sociedad y de la economía. Estas transformaciones posibilitaron que se hiciesen visibles las masas en el espacio público con nuevos actores sociales: obreros, indígenas, empresarios, industriales y campesinos sin tierra y que se desplegaran nuevas formas de organización social como los sindicatos, las ligas campesinas y los gremios de la producción; nuevos partidos socialistas y comunistas; otras estrategias de acción colectiva como las huelgas, las ocupaciones de tierra y los movimientos indígenas y estudiantiles. La presencia de las masas en la política tuvo como correlato que la cuestión social, nombre con el que empezó a designarse ese cúmulo de asuntos relativamente novedoso, empezara a verse como un problema al cual debería dedicársele la mayor atención por parte de los gobiernos, pero también de grupos de intelectuales y académicos que asumieron como un reto el esclarecimiento de estos nuevos fenómenos sociales. La cuestión social tenía la virtud de darle un nombre común a situaciones novedosas y la de encerrar en una sola frase un cúmulo de asuntos muy diversos; el resultado fue el de situar en la agenda pública la preocupación por lo social y el de generar la necesidad de conocer estos fenómenos y de estudiarlos de manera científica y sistemática. En este contexto tiene ocurrencia la creación de la Escuela Normal Superior (1934) cuyo propósito fue el de formar profesionales y docentes y además construir un sistema de información y conocimientos que sirviese de apoyo a la toma de decisiones y al despliegue de proyectos orientados a la solución de los problemas sociales. La Escuela Normal Superior y más tarde el Instituto Etnológico Nacional contaron con un selecto grupo de profesores y científicos, muchos de ellos provenientes del exterior y llegados al país por las vías del exilio político, formados en universidades europeas y portadores de los nuevos desarrollos disciplinares y de los grandes debates sociales y culturales que se venían dando en sus países de procedencia; fue el caso de Paul Rivet, proveniente del París ocupado por los nazis, y de José Recasens, anarquista catalán derrotado en la guerra civil de su país.

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uando llegué a la Universidad de Antioquia como profesora de sociología en el año de 1973, supe que éste era mi lugar; que solo la universidad pública me permitiría encontrar el sentido de mi vida y el de la sociedad que me tocó vivir.

La cuestión social, referente cultural de una época y tema central del quehacer político y académico, había logrado situarse en el centro de la vida pública nacional; en su nombre se habían diseñado las estrategias políticas de la revolución en marcha con su cauda de reformas institucionales y legales; se había impregnado el trabajo de los intelectuales y pensadores nacionales; se habían diseñado nue vas instituciones educativas y por esa puerta llegaron las ciencias sociales para quedarse; no obstante, éste florecimiento inicial tuvo un significativo declive durante los gobiernos conservadores y la época de la violencia, pues dada la confrontación en los campos se hizo más difícil realizar los trabajos de campo y a su 9


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vez las nuevas ciencias sociales se volvieron sospechosas, muchos de los académicos fueron señalados de comunistas y gaitanistas, algunos abandonaron el país, otros se silenciaron y las instituciones educativas que habían construido los nichos privilegiados para la reflexión y la enseñanza de las ciencias sociales, languidecieron hasta desaparecer, asfixiadas por los problemas financieros que las llevaron a un declive definitivo.

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fue hasta finales de la década del los años 50 cuando hubo un nuevo despertar de las ciencias sociales en Colombia; el pacto frentenacionalista tendría una vigencia de 16 años, período en el cual suponían sus gestores que se curarían las heridas dejadas por la violencia, y sobre el olvido de las víctimas y el perdón a los victimarios se construyó un nuevo escenario donde la modernización y el desarrollo estuvieron al orden del día.

No fue hasta finales de la década del los años 50 cuando hubo un nuevo despertar de las ciencias sociales en Colombia; el pacto frentenacionalista tendría una vigencia de 16 años, período en el cual suponían sus gestores que se curarían las heridas dejadas por la violencia, y sobre el olvido de las víctimas y el perdón a los victimarios se construyó un nuevo escenario donde la modernización y el desarrollo estuvieron al orden del día. Aunque la barbarie de la violencia vivida en los años anteriores dejaba muchos interrogantes que invocaban respuestas de las ciencias sociales, se consideraba de muy mal recibo mencionar en público estos asuntos del pasado que se querían dejar atrás y se convocaba el futuro signado por la necesidad del cambio y de la modernización económica y social, cambios y modernizaciones sin política, marcados por un signo tecnocrático e instrumental. En este contexto, las ciencias sociales volvieron a ser requeridas para contribuir al gran propósito nacional; esto significaba formar profesionales para responder a esas demandas gubernamentales y desarrollar investigaciones orientadas hacia la consecución de la información necesaria para planificar el desarrollo. En 1959 se fundó el departamento de sociología en la Universidad Nacional y un poco después el de antropología; luego se crearían facultades similares en las universidades católicas: la Javeriana en Bogotá y la Bolivariana en Medellín, cuyo propósito era el de formar pensadores católicos que orientasen el cambio social desde las tesis doctrinarias de las encíclicas papales; así se fueron fundando por todo el país facultades de sociología, antropología, comunicaciones, economía e historia, muchas de ellas escindidas de las facultades de derecho y filosofía; de esta manera las carreras de las ciencias sociales vivieron un auge inusitado inducido en buena parte por las demandas gubernamentales de profesionales en estas disciplinas. Estas facultades y escuelas en ciencias sociales y humanas se nutrieron en buena parte con los aportes de los profesores formados en la normal superior y con profesionales venidos al país en la misma época; el propósito de esas escuelas era calificar recursos humanos para realizar proyectos de cambio a nivel regional, nacional y local y otorgarles habilidades para el diseño de estrategias de planificación social. Lo que se pretendía, dice Gonzalo Cataño, era comprometer a las disciplinas de lo social “en un proceso controlado de modernización de la economía, la asistencia social y la administración pública”; como era de esperarse, el énfasis en la formación académica estuvo puesto en lo instrumental y en las ciencias aplicadas, con un espíritu pragmático signado por la utilidad y la aplicación inmediata de los resultados obtenidos. No obstante, este pacto entre las ciencias sociales y el estado no duró mucho; para mediados de la década del 60 el optimismo reinante es-

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taba en pleno declive, ya no se veía tan clara la posibilidad del cambio social, las resistencias políticas de ciertas élites hacían difícil la modernización del campo, la economía develaba los problemas del desempleo, el aparato público en lugar de modernizarse se clientelizó, las ciudades se expandían sin control mediante las invasiones de tierra urbana y poco a poco los trabajadores de las ciencias sociales fueron retirados de las funciones públicas y las asesorías a los planes y programas de desarrollo pasaron de ser los grandes aliados de la propuesta reformista a situarse en el campo de la oposición al frente nacional. El desencanto de los intelectuales de las ciencias sociales coincidió con el incremento de la crítica estudiantil a los programas que se impartían, se debatieron los supuestos teóricos de las disciplinas, los enfoques metodológicos, el positivismo, el funcionalismo y el trabajo empírico y empezaron a mirar hacia las teorías latinoamericanas de la dependencia, el colonialismo interno, el desarrollo desigual de la economía, la marginalidad social y sobretodo hacia el pensamiento marxista. Las teorías del subdesarrollo con sus variantes giraban en torno a una tesis central que entraba en franca disputa con las teorías desarrollistas del período anterior; según este pensamiento, existía en estos países latinoamericanos una suerte de imposibilidad estructural para salir del atraso a causa de la debilidad en la obtención de bienes de producción, a los intercambios desiguales, a la estrechez del mercado interno, fenómenos ocasionados por la dependencia de los países centrales y desarrollados. Frente a estos desequilibrios estructurales no habría espacio para el optimismo y sólo parecían quedar en la escena pública estrategias de cambios radicales de tipo revolucionario. El ethos del reformismo daba paso al ethos de la revolución y la teoría marxista aparecía en el horizonte como la teoría científica que iluminaría el quehacer de las ciencias sociales en el país. Fueron los tiempos de los movimientos estudiantiles, del surgimiento del frente unido dirigido por el sociólogo Camilo Torres que convocó grupos importantes de las universidades colombianas, de la aparición de las organizaciones armadas Farc, ELN y EPL y de un clima de confrontación y conflicto muy agudo que sirvió para poner en guardia a los gobiernos que a su vez empezaron a desconfiar de las ciencias sociales, a verlas como peligrosas, subversivas y a excluirlas de sus planes de gobierno con el consecuente cierre de algunas carreras en el país; para principios de los años 70 la ruptura entre Estado y ciencias sociales estaba prácticamente definida; sin embrago, es importante señalar que durante el período de predominio de lo que aquí hemos llamado el etos de la revolución no todo fue dogmatismo, disputas internas y utopías como algunos afirman, pues se vivió un clima cultural e intelectual de mucha significación que modernizó las visiones y formas de vida tradicionales abriéndole horizontes nuevos a las ciencias sociales en el país.

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uiero también que la Universidad de Antioquia siga siendo pública, crítica y deliberante; que mantenga en alto el estandarte de la excelencia académica y de la participación en los despliegues de la democracia y la ciudadanía.

Los años 80 llegaron con otros aires y se vivió un lento despertar de la investigación social en el país; varios factores podrían explicarlo: la adopción de políticas públicas en el campo de la educación superior que situaba la investigación como una función central de estas instituciones poniéndola en el mismo nivel de la docencia y la extensión (decreto 80 11


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de 1980); un mayor fortalecimiento de Colciencias, entidad destinada a financiar y a orientar la investigación en el país y, por supuesto, una mayor madurez en la formación de los profesionales de las ciencias sociales después de casi tres décadas de desarrollo académico formal. Durante este período se renovaron los textos de lectura obligada en las carreras de ciencias sociales, abriéndole la puerta a corrientes tan importantes como el estructuralismo; se incursionó en campos nuevos como la ciencia política, la semiótica, la hermenéutica y la lingüística; se renovó la mirada sobre la historia desde la escuela de los anales y de la sociología con las escuelas de Frankfurt y Viena, se incorporó el psicoanálisis a las reflexiones de la psicología y todo ese acerbo de tradiciones intelectuales empezaría a reflejarse en el quehacer de los investigadores sociales unos años más tarde. Los años noventa y los albores del nuevo siglo trajeron un florecimiento de las ciencias sociales y humanas; además de las nuevas disciplinas otros objetos convocaron su interés como los estudios de género, la historia de las mentalidades, los temas regionales, locales y del territorio, y sobretodo los trabajos sobre la violencia y el conflicto, objetos complejos y difíciles de desentrañar desde perspectivas unidisci plinares; de allí que la multidisciplinariedad se hiciese patente; además se incorporaron nuevas metodologías cualitativas que resaltaban las subjetividades. A este giro en el devenir de las ciencias sociales y humanas corresponde la creación de institutos de investigación y de maestrías como fue el caso de estudios políticos y estudios regionales en la Universidad de Antioquia y más tarde los doctorados en ciencias sociales y humanas creados en las principales universidades del país; Universidad del Valle, Universidad de Antioquia y Universidad Nacional seguidas de la fundación de instituciones similares en universidades como Eafit y la Javeriana. Hoy la coyuntura nacional como antes, como siempre, vuelve a convocar el aporte de las ciencias sociales al proceso de paz y el devenir del posconflicto, acontecimientos inéditos y que muy pocos países han vivido, constituyen no sólo un laboratorio privilegiado para estas disciplinas sino que convocan a una participación activa que coadyuve al buen suceso de tan difíciles eventos; es una responsabilidad pública que ni la universidad ni sus estamentos pueden rehuir, porque los enemigos de la paz atrincherados en una justicia ortodoxa, conspiran contra este propósito largamente acariciado. Para finalizar quiero agradecer desde lo más profundo del corazón a la carrera de sociología y a los institutos de Estudios Políticos y Estudios Regionales que conspiraron para que este doctorado fuese posible; al consejo de Facultad de Ciencias Sociales, al Consejo Académico y al señor rector Alberto Uribe que la avalaron sin reservas y finalmente al Consejo Superior que la aprobó; agradezco también a mi familia que me apoyó en mi andadura académica, a mis estudiantes y compañeros profesores de todas las épocas y a los amigos todos que vinieron a acompañarme en esta tarde. En este momento de mi vida espero que los estudiantes que pasaron por mis aulas, los que me escucharon en las conferencias o leyeron mis textos hubiesen encontrado claves para seguir buscando alicientes para continuar este camino incierto de la investigación política y las ciencias sociales y humanas. Quiero también que la Universidad de Antioquia siga siendo pública, crítica y deliberante; que mantenga en alto el estandarte de la excelencia académica y de la participación en los despliegues de la democracia y la ciudadanía. Gracias. 12


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

Nos enseñó usted a leer el mundo social nuestro* Por Alberto Uribe Correa

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rofesora María Teresa, siento un inmenso regocijo al saludarla y un gran orgullo al servir hoy como mensajero de toda la comunidad del saber que es la Universidad de Antioquia, para entregarle personalmente el testimonio de que usted es el modelo de su virtud más preciada: la sabiduría basada en el conocimiento, en la nobleza intelectual y en la bondad personal. Este es uno de esos eventos en los que la Universidad se muestra en lo mejor de lo que es y de lo que debe ser y se exalta a sí misma al hacerlo con quien mejor la representa. Si la admiración por la sabiduría, la decencia y la bondad es una virtud, más virtuosa se hace la Universidad al honrar a quien las vivifica porque en quien admira esos valores está proyectado su mejor ideal. Usted representa el deber ser de nuestra Universidad por su obra escrita, por su legado magisterial y por su ejemplar ciudadanía. Si la Universidad pudiera otorgar ciudadanía no debería hacerlo porque usted se la ha otorgado a ella. Permítame decirle que usted es nuestro ideal de ciudadanía. Y es que este acto, si bien honra una historia personal, sobre todo celebra advenimiento. Porque lo que usted ha construido con su ejemplo intelectual

convertido en obra escrita y con su dedicación al magisterio hecha vida en sus alumnos, no es sólo huella si no también horizonte para la interpretación de la vida cotidiana y de las tramas sociales y políticas. La exquisitez conceptual con la que ha resignificado los hechos que para los insensibles son ramplonerías, nos ha despabilado. Nos enseñó usted a leer el mundo social nuestro sacudiendo el tapete, destejiendo los relatos para volverlos a tejer de otra manera, como Penélope o como Hannah Arendt. Y lo más admirable: con la racionalidad propia de una inteligencia cultivada con método y disciplina, con la sencillez de una maestra y con la dulzura y el donaire de una dama. Que aún como rector de la Universidad pueda reconocerle su valía a nombre de toda esta comunidad del saber, será orgullo para mi memoria que recordará estas palabras plenas de respeto y agradecimiento por la compañía intelectual y ética con la que usted nos prodiga. Honor a su familia a quien también agradecemos que la compartan con nosotros. iGracias por hacer de nuestra Alma Máter la expresión más digna del sentido de lo público!

*Texto leído por el rector Alberto Uribe Correa en la entrega del Título Honoris Causa a la maestra María Teresa Uribe de H.

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Especial Debates

El vaivén permanente entre pasado y presente en la obra de María Teresa Uribe*

Por Daniel Pécaut

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oincido con Jesús Martín-Barbero, quien considera que María Teresa Uribe ha hecho uno de los aportes más importantes a las ciencias sociales colombianas y se lamenta del provincianismo tan fuerte de la vida intelectual en este país, que ha hecho que sólo recientemente se empiece a tomar conciencia, fuera de Antioquia, de lo que representa la obra de esta socióloga. Como se sabe, la obra de María Teresa Uribe se refiere tanto al siglo xix como al presente. Las cuestiones que plantea sobre el pasado no dejan de tener una relación con las cuestiones que derivan del presente. Este

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vaivén es propio de los mejores historiadores, quienes saben poner de relieve los fenómenos de larga duración que están detrás de los fenómenos coyunturales. Esta fue la gran lección de Marc Bloch, a sabiendas de que, de esta manera, el historiador no se puede abstraer de los problemas éticos del presente. A lo que hay que añadir que la obra de la profesora María Teresa Uribe sobresale también por la manera como alcanza a mezclar los análisis eruditos y detallistas con ambiciosas síntesis, al combinar múltiples enfoques disciplinarios: la historia por supuesto, pero también la sociología, la ciencia política y la filosofía política. Ahora bien, la marca propia de su trabajo de investigación es que las referencias teóricas que en él abundan


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

no son “decorativas” ni artefactos salidos de su contexto: las pone al servicio de su propio trabajo, mejor dicho, de la construcción de su propia teoría. El hilo conductor que está en el trasfondo de su obra, lo constituye la reflexión sobre la violencia, desde aquella de las guerras civiles del siglo xix hasta la de los fenómenos recientes. Como se sabe, esta reflexión va a la par con sus análisis sobre la constitución de la nación y del territorio, sobre su fragmentación, sobre los “destiempos” que la caracterizan. Todos hemos aprendido de María Teresa Uribe la importancia que ha tenido la conformación de una “ciudadanía mestiza”, y de cómo esta ciudadanía se confundió durante tanto tiempo con identidades partidarias locales, así como con las relaciones de poder, legales o ilegales, que ahí prevalecen. Todos hemos aprendido cómo en todo momento prevaleció una dialéctica en función de la cual las relaciones de inclusión dentro de los mecanismos de poder, se asociaban con mecanismos de exclusión, los cuales a su turno desembocaban en el surgimiento de redes “de facto” de poder social. Ahora bien, lo que a mi parecer distingue la obra de María Teresa Uribe es que está centrada en los procesos de composición, recomposición, descomposición de la sociedad misma, mucho más que sobre el llamado sistema político. En este aspecto, ella es quien mejor sacó la conclusión según la cual el caso colombiano no refleja un modelo estadocentrista. Las dinámicas societales se le escapan, la mayoría de las veces, a la autoridad del Estado. La temporalidad, que para ella cuenta, no es la de los gobiernos sucesivos sino la vinculada con los varios actores que interactúan en la sociedad. Así fue como consiguió destacar la manera en que estas dinámicas societales iban construyendo sus propias formas institucionales y su propio contexto,

incluso su propia definición de lo político, mientras que tantos análisis se limitaban a describir estas dinámicas como si fuesen el producto de los cambios coyunturales del “sistema”. En consecuencia, le fue posible subrayar lo que pertenece a la larga duración; además, sin caer nunca en una visión teleológica, según la cual los procesos tenían que desembocar necesariamente en la conformación de un Estado considerado como clásico: el que consigue poco a poco el monopolio de la fuerza legítima y que define las reglas del estado de derecho. No por casualidad ella pone el énfasis sobre la incertidumbre que, de cierta manera, constituye el modo como Colombia se inserta en la modernidad. No se trata de oponer lo tradicional y lo moderno, lo tradicional se reinventa a medida que progresa la modernidad; la modernidad no existe en abstracto sino sobre el trasfondo de las experiencias pasadas. Como he dicho, el tema que recorre el conjunto de su obra es el de las guerras. El libro Las palabras de la guerra, escrito con Liliana López, constituye un hito en los análisis históricos colombianos. El libro, tan bien documentado, es una invitación a considerar las guerras del siglo xix no sólo sobre la base de los actos materiales que conllevan sino sobre la base de los argumentos, de las justificaciones, de los imaginarios que formulan los líderes de los bandos opuestos. Los líderes pelean pero lo hacen haciendo simultáneamente filosofía política. Las palabras constituyen una manera de conformar identidades colectivas, construir territorios, definir la dimensión de lo político. Como es bien conocido, el jurista Carl Schmitt plantea que el criterio de la política es el clivaje “amigo-enemigo”. Tal criterio es central en la política bélica del siglo xix. Ahora bien, cada una de las múltiples guerras manifiesta estilos diferentes, de

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lo que a mi parecer distingue la obra de María Teresa Uribe es que está centrada en los procesos de composición, recomposición, descomposición de la sociedad misma, mucho más que sobre el llamado sistema político. En este aspecto, ella es quien mejor sacó la conclusión según la cual el caso colombiano no refleja un modelo estado-centrista. 15


Especial Debates

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diferencia de las guerras pasadas, los conflictos del presente no son conflictos con palabras y con argumentaciones. Son más bien conflictos mudos en los cuales los actos de terror sustituyen las palabras. Al menos en los últimos años, las fronteras territoriales ya no están predefinidas: cambian permanente a medida que se difunde el terror. tal manera que el clivaje “amigo-enemigo” cambia cada vez de contenido y no llega siempre a tener un alcance general: las guerras son casi siempre locales, tanto o más que globales. La regionalización de las guerras implica que no se inserta siempre en la elaboración de un Estado nacional. Es más, contribuyen a que se mantenga la mezcla entre lo público y lo privado, las lealtades personales y las creencias abstractas. Favorecen el surgimiento de vínculos colectivos, pero que no siempre significan el acceso a la noción moderna de ciudadanía, la que comporta derechos universales. María Teresa Uribe nos muestra que la precariedad del Estado y precariedad de la ciudadanía van juntos. Lo sorprendente es que en muchos momentos las dinámicas bélicas coexisten con la prevalencia de visiones liberales en lo económico. Cuando Carl Schmitt afirma que el clivaje “amigo-enemigo” es el elemento distintivo de lo político, lo hace para desdibujar las ilusiones liberales. Al contrario, en muchos momentos de la historia colombiana la referencia al clivaje ha ido a la par con esquemas liberales o con el concepto católico de comunidad, como si esta última existiera como una realidad dada. Quiero mencionar el vaivén permanente entre presente y pasado que subyace en la obra de la autora, para contrastar su aporte sobre las guerras del siglo pasado con sus análisis de los conflictos actuales. Ahí están su libro sobre Urabá, sus múltiples artículos sobre los enfrentamientos entre los grupos armados y sobre la violencia urbana. Muchos de estos trabajos giran alrededor de la temática de las “soberanías en vilo”. Tal temática dibuja cierta continuidad con las guerras del pasado. Todavía son múltiples los actores que reivindican la soberanía sobre territorios, sin que el Estado esté en capacidad de contrarrestar sus acciones. 16

Sin embargo, a diferencia de las guerras pasadas, los conflictos del presente no son conflictos con palabras y con argumentaciones. Son más bien conflictos mudos en los cuales los actos de terror sustituyen las palabras. Al menos en los últimos años, las fronteras territoriales ya no están predefinidas: cambian permanente a medida que se difunde el terror. El terror, las masacres, se constituyen en instrumentos para marcar los territorios. Ya no se trata de conseguir lealtades duraderas, tampoco de conformar sujetos colectivos, sino de obtener obediencias mudas o de obligar a desplazamientos masivos. La misma indiferenciación entre los diversos grupos armados significa que, en muchos casos, el clivaje “amigoenemigo” se desdibuja y da lugar a cooperaciones ocasionales, cuando no a cambios de bando. Me parece que en varios de sus trabajos María Teresa Uribe apunta a una transformación radical que se ha dado en la sociedad. Las antiguas guerras tenían lugar dentro de estructuras sociales jerarquizadas y muy poco secularizadas. Los conflictos actuales se dan en un contexto en el cual las jerarquías sociales se han vuelto borrosas y la secularización una realidad fundamental. En el artículo Las soberanías en vilo ella dice que los actores de los conflictos “comparten un sustrato cultural similar”. La cultura del narcotráfico contribuyó a que se constituyera esta cultura similar. Una cultura es el producto de dinámicas sociales cuya dimensión política se vuelve siempre más incierta. Pero el último aporte de María Teresa Uribe es la forma como consigue combinar la problemática de la memoria y la problemática de la historia, sin confundir la una con la otra. Muy a menudo en Colombia lo que se llama historia es una memoria mítica y lo que se llama memoria es una historia no menos mítica. Al tomar como punto de partida las guerras del siglo xix,


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

ella nos obliga a pensar la historia como ciencia social que toma en cuenta tanto los hechos materiales como los imaginarios y las palabras. Esto le hace posible pensar también la memoria, tanto de los fenómenos lejanos como de los fenómenos recientes en su especificidad, en el trabajo de su elaboración.

Por las razones aquí expuestas, por la solidez de la obra de la profesora María Teresa Uribe a lo largo de su vida académica, considero que es merecedora del Doctorado Honoris Causa, por haber hecho contribuciones sustanciales al desarrollo de las ciencias sociales en Colombia.

* El texto corresponde al concepto presentado por el profesor Daniel Pécaut al Consejo Académico de la Universidad de Antioquia, en comunicación fechada el 29 de mayo de 2014, como parte del proceso de postulación de la profesora María Teresa Uribe al Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. El texto, titulado como aparece por los editores de Debates, fue leído en la entrega del título.

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Especial Debates

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o sé si la nostalgia es una cosa buena o un atavismo inmovilizador. Pero algunas veces el tiempo presente da la oportunidad para hacer de la añoranza una verdadera dicha. Eso sucedió en el teatro Camilo Torres el 26 de marzo, cuando la universidad le otorgó el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales a María Teresa Uribe de Hincapié, oportunidad que tuvimos para aplaudirla en la penumbra, entre el nutrido público, un aroma de flores y las notas gratas de la Banda Sinfónica.

La dicha del regreso

Por Clara Inés Aramburo Siegert*

El regreso de María Teresa a la Universidad trajo también de vuelta a sus viejos amigos y seguidores, que acudíamos a refrendar un título ganado tiempo atrás por mérito propio, pero ahora a celebrarlo en su compañía, la de su familia, sus amigos presentes y sus amigos virtuales convocados por Skype. Secundados por los rectores entrante y saliente, entre otras directivas que hicieron presencia, era nuestra manera de hacer del homenaje una fiesta con ella, a costa de ella y bastante ajena a ella, pero que así y todo aceptaba de buen grado. El objetivo era decirle que la queríamos, que la admirábamos, que nos había hecho falta durante su ausencia, que le agradecíamos tanto las invaluables lecciones en ciencia social como también las impartidas en su papel de maestra de vida. Me atrevo a asegurar que María Teresa no fue inmune a tan conmovedor, alegre y bonito homenaje, ni a ese sentimiento colectivo que ella comprende y valora tanto. Dice Albert Camus: “Los dioses habían condenado a Sísifo a hacer

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MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, donde la piedra volvía a caer por su propio peso… Veo cómo ese hombre vuelve a bajar con paso lento, pero igual, hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desgracia: es la hora de la conciencia”1. Esta imagen fue elegida por María Teresa para ilustrar uno de sus artículos, y ahora me socorre para caracterizar el talante de su vida académica: el incansable empeño de descender la montaña las veces necesarias para recoger nuevas interpretaciones de los viejos problemas, recursos originales para transformar realidades casi que inquebrantables y remontar con ellos a la cima, como quien carga un pesado fardo, más pesado en los tiempos aciagos del conflicto armado, esos años 80 y 90 del siglo pasado para los que se hacía necesaria la conciencia lúcida que imaginaba Camus para ese Sísifo que bajaba a la llanura. No quiero, sin embargo, igualar su vida a la tragedia de Sísifo, sino simplemente hablar de su pertinaz actitud investigativa, acompañada de la alegría y diversión con que impregnaba las inquietudes que discutía con sus colegas. Asumía la investigación con la misma coherencia que asumía su vida de mujer inquieta, rebelde y al mismo tiempo respetuosa y familiar, en todo caso siempre propositiva. ¿Cuáles de tantas lecciones aprendidas de María Teresa podría yo mencionar de improviso? Comenzaría por señalar la capacidad para sorprenderse, aún con ella misma, cuando daba cabida en su discurso a esas intuiciones que por caminos torcidos conducen a hallazgos correctos, aunque inesperados. María Teresa confiesa este autodescubrimiento en su libro Nación, ciudadano y soberano, cuando al fin advierte que un hilo misterioso se ha encargado de tejer las distintas preocupaciones trabajadas durante su trayectoria académica, de ligar temas aparentemente aislados y probablemente coyunturales, hasta el punto de lograr este que propongo como un enunciado supuestamente simple: que la guerra y la violencia se afincan en una política tradicional alejada de un Estado moderno, en uno que mejor sería llamar un Estado-Nación en construcción. Sus estudiantes y colegas luego sabríamos, porque nos lo hizo ver María Teresa, que en este que yo llamo enunciado cabían todos nuestros temas de estudio.

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medio de todo esto, absorbimos de María Teresa la enseñanza sutil y sencilla de indagar sin presunciones, de interrogarnos sin apego a fórmulas y rituales académicos que refrenaran el pensamiento, practicando una sana incertidumbre, más creadora que lo cierto y seguro, y sin campos o temas de indagación vedados.

Asimismo, nos advirtió sobre el desgaste del patrimonio teórico y analítico tradicional, por cuanto los viejos conceptos no servían para interpretar nuevas realidades y mucho menos eran capaces de darle salida a los nuevos y complejos entramados del conflicto. Nos estimuló entonces a buscar otros referentes conceptuales y a asumir al mismo tiempo nuestras obligaciones ciudadanas. Y es que, sin decirlo explícitamente, María Teresa “conspiró” y propició nuestro encuentro, o al menos cierta afinidad, con las ideas de Gramsci, quien reconocía la acción política como una acción intelectual acometida en los campos de la ética, la economía, la política propiamente dicha y la cultura, esa construcción colectiva de larga duración que perfila y redefine las condiciones del ser y el deber ser de las naciones y las sociedades2. Creo percibir en mis colegas generacionales de las disciplinas del derecho, la antropología, la sociología, la historia, la ciencia política, las 19


Especial Debates

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una de sus mejores lecciones académicas y de vida fue esa premisa esencial que descartaba la existencia de prototipos, ideas fijas, causas y consecuencias naturalizadas; condición de libertad que faculta para preguntar qué hay en lo que vemos, qué relaciones unen los hechos y las coyunturas, qué las hace funcionar, cuál es el orden del desorden, cómo se negocia la desobediencia, por qué es importante entender el malestar, además de un largo etcétera que apunta a considerar otras lógicas, concepciones y órdenes olvidados y excluidos.

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comunicaciones, en fin, que como yo se acercaron a ella, la aceptación de su invitación a esa convocatoria gramsciana, alentada con el interés y entusiasmo de una maestra que apreciaba nuestros temas de indagación como compromisos intelectuales, que nos hacía copartícipes de una obra colectiva que ella apenas se limitaba a esbozar e imaginar, pero que sabía materializar y orientar con claridad en nuestra práctica, encontrándole a cada uno de nuestros temas el lugar dentro del enunciado aquel; mientras que a nosotros, como hacen los chamanes, nos ayudaba a descubrir nuestro propio “lugar” en cuanto intelectuales y universitarios. En medio de todo esto, absorbimos de María Teresa la enseñanza sutil y sencilla de indagar sin presunciones, de interrogarnos sin apego a fórmulas y rituales académicos que refrenaran el pensamiento, practicando una sana incertidumbre, más creadora que lo cierto y seguro, y sin campos o temas de indagación vedados. Nos instaba a escuchar al entusiasta pensador y estudioso que llevamos por dentro, haciendo de nuestra vida académica y personal algo más esperanzador y apasionado, en cuanto nos permitía entender que los cambios de perspectiva no eran palos de ciego sino innovaciones y giros interpretativos, siempre y cuando estuvieran argumentados y fueran consistentes con los requerimientos de las condiciones sociales y políticas cambiantes. Por eso, una de sus mejores lecciones académicas y de vida fue esa premisa esencial que descartaba la existencia de prototipos, ideas fijas, causas y consecuencias naturalizadas; condición de libertad que faculta para preguntar qué hay en lo que vemos, qué relaciones unen los hechos y las coyunturas, qué las hace funcionar, cuál es el orden del desorden, cómo se negocia la desobediencia, por qué es importante entender el malestar, además de un largo etcétera que apunta a considerar otras lógicas, concepciones y órdenes olvidados y excluidos. Para entender cómo lo hacía es suficiente leer con cuidado cómo discute primero en sus textos los saberes recibidos o implícitos, los lugares comunes, lo que está “naturalizado”; acto seguido, qué es lo que interroga y cuál es el problema con lo que examina, y, finalmente, por qué elige y cuál es el otro camino de análisis que propone a cambio del habitual. De esta manera mantuvo siempre cautivados y animados a su alumnado, sus interlocutores, lectores, amigos y contertulios. En definitiva, María Teresa hizo de la investigación una tarea de autor con la que creó su propia obra siempre enriquecedora, la cual, como decía Proust de las rosas pintadas por Elstir “eran una variedad nueva con la que el pintor, como horticultor, había enriquecido la familia de las rosas”3. Pero también cabe el contraste de entender que en su devenir académico, la preocupación política fue su roca a cargar. En algún momento, como ella lo reconoce4, los dolores, el cansancio y agotamiento personal fueron tan inútiles como para Sísifo, cuando la violencia y la muerte la rondaron a ella y sus amigos. Sin embargo con esa conciencia que vio Albert Camus en la cara de Sísifo cuando bajaba a la llanura, María Teresa recobró en el llano la esperanza para rodar su roca, puesto que “el peso mismo de la roca hacia la cumbre basta para llenar el corazón de un hombre”5.


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

El homenaje de aquel día culminó con la alegría del reencuentro que nos había devuelto a María Teresa por un rato; pero para mí y con seguridad para otros muchos, es tan potente lo que vivimos y realizamos con ella en los dominios de lo intelectual y personal, que esta especial ocasión nos dio también la dicha de reencontrarnos en nuestro espacio, ese espacio sin límites ni distancias que conseguimos engendrar con ella, ese espacio metafórico que nos une sin necesidad de un lugar definido, pero que esa vez se materializaba con toda su fuerza y amor en el teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia.

Foto: Jesús Abad Colorado * Profesora Instituto de Estudios Regionales, INER. Notas 1. Camus, El mito de Sísifo 2. María Teresa Uribe de H. Nación, ciudadano y soberano, p. 12 3. Gastón Bachelard, La poética del espacio, p. 20. 4. María Teresa Uribe de H. Nación, ciudadano y soberano, p. 13 5. Albert Camus, El mito de Sísifo, p .2

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Especial Debates

Una invitación a la ciencia política* Por María Teresa Uribe de H. Julio de 2004

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stedes se internan hoy en los espacios analíticos de la ciencia política, un territorio nuevo que todos creen conocer, que les atrae y les inquieta y que como todo lo nuevo, entraña al mismo tiempo esperanzas y miedos, riesgos, aventura y quizá también incertidumbres. Mi propósito en el día de hoy no es, como pudiera pensarse, entregarles un mapa certero para internarse en ese fascinante mundo de la ciencia política, ni decirles cuál es la ruta que deben seguir para evitar trastornos y acceder más pronto a los secretos de la disciplina; eso, ya lo irán descubriendo por ustedes mismos, con el acompañamiento de los profesores y

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mediante las certezas, las dudas y las preguntas que les suscite ese transcurrir por la academia. Tampoco me interesa, como es de usanza en este tipo de conferencias, ocuparme del estatuto epistemológico de la ciencia política, trazar los límites de su campo analítico o establecer su lugar entre las ciencias sociales y humanas y las fronteras que la separan o la unen, según se mire, con disciplinas afines como la filosofía, el derecho, la sociología, la antropología o la historia entre otras. Prefiero hacer otra cosa, relatarles un mito o en palabras coloquiales contarles un cuento; mito o cuento que ha servido de andamiaje a toda la construcción teórica de la ciencia política, que ha orientado su quehacer desde hace siglos y


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

que de alguna manera constituye una puerta de entrada a la complejidad de las categorías que van a manejar y más especialmente al sentido de la acción de ustedes como profesionales de la disciplina en el mundo de hoy y más específicamente en la Colombia contemporánea. El mito con el cual pretendo invitarIos a internarse por ese territorio nunca bien definido de la ciencia política, es el de la caverna, escrito por Platón en la Grecia clásica pues, a mi juicio, ese mito permite dar una primera respuesta a esa pregunta aparentemente trivial sobre los alcances, posibilidades y futuros —así en plural— de la disciplina en un momento de la historia cuando, al decir de algunos, el mundo se despolitizó abriéndole al mismo tiempo el espacio al mercado para que con su lógica trace los meridianos y los paralelos de los órdenes sociales contemporáneos. Dice Platón que los hombres vivieron por mucho tiempo en un mundo de sombras, en una caverna protectora y complaciente que cual útero materno mantendría cierto clima de proximidad y de confianzas, mundo natural restringido por los meros afanes de la supervivencia biológica pero al mismo tiempo pobre, miserable y oscuro, donde los seres humanos permanecían encadenados, sentados en el suelo de la caverna y de espaldas a la única entrada por donde a veces se filtraba alguna luz e iluminándose con una pequeña hoguera situada al fondo, cuyos reflejos en las paredes proyectaba imágenes borrosas y engañosas que confundían realidad con apariencias y donde solo el eco les traía el sonido de las palabras en un murmullo sordo y repetitivo. Allí, de espaldas a la realidad sin capacidad para distinguir, diferenciar, conocer e interpretar, permanecían los seres humanos sumisos y serenos pero

incapaces de reconocer su propia situación de enclaustramiento y ceguera, así como de interrogarse sobre sí mismos, sobre la condición humana y sobre las alternativas posibles para construir aquello que llama Bobbio «la óptima república», o en otras palabras el orden ideal de lo social, representado en un modelo ideal de Estado, de ley, de polis que marcase el camino de la caverna a la ciudad, de la oscuridad a la luz, de la supervivencia cuasibiológica a la acción voluntaria y con sentido, es decir, el tránsito de la vida natural a la vida civil y política, y a la cultura. Finalmente, alguno o algunos deciden salir de la caverna, enfrentar la travesía por el desierto, arriesgarse en el universo de lo desconocido e impredecible, abandonando las certezas, las sombras familiares, los entornos conocidos que brindaban una apariencia de seguridad, los viejos hábitos y las orientaciones prácticas, para optar por esa lenta y difícil travesía en soledad, sin acompañamiento de otros, sin mapa, sin brújula u orientación alguna, con unos ojos que acostumbrados a la oscuridad, se deslumbraban con la intensidad de la luz solar y un cuerpo condenado a la inacción que se resistía a caminar, a subir a la cima de la montaña, a la ciudad de los dioses donde moraban las ideas y donde era posible, al menos, intuitivamente encontrar por fin el fundamento del bien o si se quiere la causa de todo lo justo, de todo lo bello y lo recto que hay en las cosas. Desde las cimas de este nuevo saber iluminado, desde sus claridades y transparencias, aquel que había podido salir de la caverna, arrostrando múltiples peligros y dificultades, podía acceder al conocimiento y comparar su suerte con la de aquellos que nunca se arriesgaron y que se mantuvieron en la prisión de las tinieblas, amarrados por las cadenas de una naturaleza agobiante que les negaba las bondades de la luz y del saber, situados por fuera

Allí

, de espaldas a la realidad sin capacidad para distinguir, diferenciar, conocer e interpretar, permanecían los seres humanos sumisos y serenos pero incapaces de reconocer su propia situación de enclaustramiento y ceguera, así como de interrogarse sobre sí mismos, sobre la condición humana y sobre las alternativas posibles para construir aquello que llama Bobbio «la óptima república» 23


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inalmente, alguno o algunos deciden salir de la caverna, enfrentar la travesía por el desierto, arriesgarse en el universo de lo desconocido e impredecible, abandonando las certezas, las sombras familiares, los entornos conocidos que brindaban una apariencia de seguridad, los viejos hábitos y las orientaciones prácticas, para optar por esa lenta y difícil travesía en soledad, sin acompañamiento de otros

de los muros de la polis sin acceso al ágora, a la plaza pública donde debía brillar la luz disipadora de las sombras, liberadora de las cadenas, lugar donde se reunirían los hombres libres para configurar por fin la óptima república. La primera parte del mito termina aquí, pero los que hace tiempo trasegamos por estos desiertos de la disciplina nos sentimos más atraídos por la segunda parte, o sea por el retorno de la ciudad de los dioses, por el regreso del mundo de las ideas a la vieja caverna, con el propósito, dice Platón, de hacer partícipes a quienes se quedaron sobre las bondades de las ideas, del conocimiento y del saber y de su necesidad para lograr por fin la utopía de la óptima república. El viaje de retorno, según Platón, es tan azaroso y tan difícil como el de ida, pues para quienes se atrevieron a abandonar el mundo de las sombras, resulta insufrible abandonar ese lugar armónico, coherente y perfecto donde reinan las ideas, donde se convive con la verdad, donde se respira el aire de la sabiduría, donde ninguna sombra parece inquietar esa vida contemplativa tan grata para aquellos espíritus que se acostumbraron a la luz y a mirar el mundo desde las alturas para tener que enfrentarse de nuevo con las miserias y las mezquindades de la vida natural. ¿Qué significa regresar cuando los ojos han visto la luz? ¿Cómo acostumbrar la mirada a esos entornos claroscuros poblados de sombras furtivas y de palabras inaudibles? ¿Cómo recuperar las destrezas perdidas para orientarse en los laberintos sinuosos de la vieja caverna? En suma, ¿para qué volver al mundo de los hombres corrientes después de haber conocido la morada de los dioses? Existiría pues un aparente sinsentido en este viaje de retorno; además, los simples mortales posiblemente no querrían 24

escuchar sobre lo que existe más allá de la boca de la cueva y si lo escuchaban no lo creerían, viendo la torpeza de los retornados para habitar de nuevo el mundo que dejaron. Es decir, el viaje de retorno solo entrañaría incomprensión, desdén y desesperanzas, pero dice Platón en su relato que a pesar de todo era necesario volver, arrostrar todos los peligros, las incomprensiones, los desvaríos e incluso el riesgo de perder la vida a manos de aquellos a quienes se intentaba despojar de sus cadenas. Sería más cómodo y placentero habitar en el mundo de las ideas, en la ciudad de los dioses, pero era imperativo volver para llevar la verdad a los otros o como dice Platón: “tenéis que ir bajando, uno tras otro a la vivienda de los demás y acostumbraros a ver en la oscuridad”1. Este doble imperativo de Platón, el de volver a la vivienda de los demás y el de ver en la oscuridad, le otorga al mito un sentido de actualidad que bien vale la pena explorar en sus múltiples direcciones. Volver, pensaba Platón, significa contribuir a la creación del mundo de los hombres, hacerlos partícipes a todos ellos del conocimiento y el saber, difundir las ideas de justicia y de bien, tarea asignada por el autor a los más sabios y a los mejores y, en lo fundamental, fundar el Estado y crear el espacio de la política; es decir inventar la polis y convertir a los hombres comunes y corrientes en ciudadanos que rigen sus relaciones a través de la ley. Sin retorno, el conocimiento adquirido sería estéril, vacuo, inútil, si con él no logran transformarse las condiciones oprobiosas de la caverna. Así, la tarea de quienes retornan del mundo de las ideas es fundar la polis, la óptima república. Enfrentarse al aparente caos de la vida social y establecer un orden que permitiese la convivencia y la


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

justicia mediante la ley y la acción política, o sea a través de la participación de los hombres, convertidos en ciudadanos, en los destinos comunes y colectivos; en la polis, así pensada, reinaría la armonía entre los ciudadanos y se unificaría el Estado a través del instrumento de la ley; como los hombres no son dioses ni se podía esperar de ellos que actuasen como tales —primer aprendizaje de quien regresa del mundo de las ideas— se hace absolutamente necesaria la ley; es mediante ese instrumento como se definen los entornos del orden de la sociedad, se establecen las condiciones de la ciudadanía, se determina el acceso a la polis, es decir, a la política y se prescriben los mandatos para los gobernantes. Por estas razones, el mito de la caverna es un mito fundador de la política, serían la política y la ley las que redimirían a los seres humanos del desorden y de las contingencias de la vida social, de allí la preocupación de los filósofos políticos por estos temas desde la Grecia clásica hasta hoy; a su vez, la óptima república continúa guiando los debates y aportaciones de la disciplina, algunos para criticar los enfoques idealistas y proponer otros puntos de partida y nuevos temas de análisis, otros para dudar de la bondad de la ley, de las posibilidades de acceder al reino de la armonía o para desarrollar nociones insinuadas en el mito y las más, porque continúan buscando el horizonte utópico de la paz perpetua, sin renunciar a la búsqueda del buen orden, la vida buena, la justicia y el bien que los filósofos políticos les prometieron a los seres humanos desde los albores de la civilización occidental. La salida de la caverna y el retorno a la polis ilustran el periplo y los avatares de un saber muy viejo y de una ciencia muy nueva, establecen también el sentido y el quehacer de aquellos que se acogen a este campo de análisis, llaman la atención sobre el peligro de quedarse fascinados por el mundo coherente y puro de las ideas, o de dejarse atrapar por las inconsistencias del mundo de los mortales; es en resumen un llamado al conocimiento y un retorno a la acción política con todo y lo azaroso que eso pueda llegar a ser. Pero además de fundar el orden de la política, la forma del Estado, el sentido de la ley y el de la ciudadanía, el mito logra también establecer distinciones, espacios y clasificaciones, traza líneas de separación y ámbitos distintos para las diversas actividades del quehacer humano, separando, por primera vez en la historia, el mundo privado e íntimo,

llamado también oikos, del espacio público o polis que es precisamente el que atañe a las relaciones políticas entre los sujetos de la acción. La nueva polis, aquella fundada por la acción de los hombres en sociedad y regida por la ley, es algo más que una ciudad formada por una aglomeración de viviendas y de seres que se encuentran en el mercado para vender y comprar, la polis es un espacio habitado con un centro real y simbólico desde el cual se dirige la vida colectiva de los ciudadanos. Existe un espacio periférico, para vivir, crecer, reproducirse e intercambiar productos y servicios; este es el espacio de lo privado, y un ámbito para la acción política separado del primero, opuesto a él y que se desarrolla en el centro, en el ágora o plaza pública donde se reúnen los ciudadanos para deliberar sobre los asuntos que les son comunes y que les atañen a todos. El oikos, o el espacio de lo privado, se corresponde con lo que ocurre en la viviendas, en los talleres de la economía doméstica y en el mercado; este espacio regido por las demandas de la naturaleza, por las necesidades sociales, es desigual y jerárquico, es un universo cerrado sobre sí mismo, oscuro y opaco, al cual no pueden acceder las miradas de los demás. A la vida privada se opone la vida pública, la vida civil, el ágora abierta y transparente, donde las cosas que ocurren pueden ser vistas y oídas por todos, lugar donde se desenvuelve la política, donde se discuten las leyes y las acciones de los gobiernos, donde se delibera y se decide y donde suceden, a juicio de los griegos, las cosas importantes, aquellas dignas de ser conocidas y expuestas al escrutinio de los ciudadanos; el mundo público es pues el de la libertad, y la disposición de la plaza pública no consagra un lugar superior a los demás, cualquier punto de la plaza es igualmente importante, todos los sujetos están a la misma altura y desde cualquier lugar se pueden oír o pronunciar palabras sin distinción alguna de jerarquía o superioridad. El ágora está hecha para llenarse de palabras y para expresar ideas y pensamientos, por eso ágora y logos parecen constituir una misma unidad. Esta primera distinción entre lo público y lo privado es la que traza los primeros rasgos del orden político, su ámbito de despliegue, su sentido, sus propósitos diferenciados y los asuntos de los cuales debería ocuparse el saber sobre la política. Mas el parteaguas de ambos mundos opuestos es pre25


Especial Debates

cisamente la ley. Según Hannah Arendt, en la antigüedad griega la ley no era una serie de asuntos permitidos y prohibidos tal como la conocemos hoy, era algo así como una valla, una muralla, una línea divisoria, una frontera entre los que estaban adentro y los que estaban afuera, y estar dentro de la ley era estar en la polis, dentro del orden construido, pertenecer a su espíritu y actuar en consecuencia como ciudadanos”2. Los desarrollos posteriores de la filosofía y de la ciencia política han formulado nuevas propuestas de distinción, han enfatizado en la necesidad de ampliar el ágora, de darles entrada a los excluidos, de universalizar derechos y libertades, o de reconocer diferencias, han indagado sobre los fundamentos de la legitimidad de los gobernantes y sobre las razones éticas y políticas de la obligación de obe-

decerles, han dudado de la bondad de la ley, de la intrascendencia del mundo privado y han propuesto modelos alternativos de orden político, donde el conflicto y la guerra pudiesen tener también su espacio para la reflexión. En fin, se ha caminado mucho en los contenidos de la ciencia política, en la definición sobre sus alcances y posibilidades, en sus retóricas, en sus temáticas y sus formas de medición y análisis, pero lo que pretendo rescatar acá es que el mito de la caverna de alguna manera es una invitación a la ciencia de la política, pues traza un primer esquema de conocimiento y le otorga un sentido práctico y referido a la realidad, al quehacer de quienes incursionan por estos terrenos. Más que el mito de la caverna, este texto debería llamarse el mito del viaje, el imperativo de ir por las

La maestra María Teresa Uribe de Hincapié en su sitio de trabajo, con el profesor Víctor Álvarez

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Foto: Luis Javier Londoño Balbín


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

El

viaje de retorno, según Platón, es tan azaroso y tan difícil como el de ida, pues para quienes se atrevieron a abandonar el mundo de las sombras, resulta insufrible abandonar ese lugar armónico, coherente y perfecto donde reinan las ideas, donde se convive con la verdad, donde se respira el aire de la sabiduría, donde ninguna sombra parece inquietar esa vida contemplativa tan grata para aquellos espíritus que se acostumbraron a la luz y a mirar el mundo desde las alturas para tener que enfrentarse de nuevo con las miserias y las mezquindades de la vida natural. ideas y traerlas para transformar el magma y el caos de la vida social en un orden predecible, que garantice regularidades, permanencias, estabilidades, minimizando las contingencias y señalando derroteros a seguir para conquistar la óptima república o, si se quiere, el buen orden soportado en la justicia, la verdad y la sabiduría. Este sería el sentido general del mito, pero como todo mito es susceptible de adaptarse y readaptarse, de transformarse y contarse de maneras distintas de acuerdo con los propósitos de quien narra la historia; como los mitos no son propiedad de nadie y son eternos e intemporales, yo me siento tentada a continuar el mito y a encontrarle una faceta distinta a esta historia que quizá nos permita completar esta invitación que hoy les hago al mundo maravilloso de la ciencia política. Existe en el texto de Platón un mandato para quienes retornan de la ciudad de los dioses con el propósito de fundar la polis de los hombres corrientes. Se les exige, como decíamos, saber y conocimiento, atravesar el desierto, llegar al mundo donde viven las ideas, las teorías, los conceptos abstractos, las metodologías científicas y todo ese saber acumulado por una ciencia que si bien es reciente tiene un pasado filosófico de gran trascendencia; se les demanda que vuelvan al mundo de los sujetos corrientes para ocuparse de la invención del orden político y de la creación de un espacio diferenciado y único para el despliegue del ser y el quehacer de la política, documentando de esta manera el tránsito de la periferia al centro, de la vida natural a la vida civil o cívica, del aislamiento y la inacción a la acción colectiva, reflexiva y dialógica o, en otras palabras; a la fundación de la polis; esto querría decir, en palabras de José Manuel Bermudo, la urgencia de lo pragmático, de vérselas con la realidad para transformarla, ade-

más de una intención pedagógica de difundir y hacer aceptar el nuevo orden enraizado en la ley.3 No obstante hay una frase en el relato platónico, en el mito de la caverna que me sigue pareciendo inquietante y que es precisamente la que me permitiría continuar la historia, prolongar el mito y encontrarle nuevas aristas a esa narración inagotable que ha fascinado desde siempre a la humanidad y es la siguiente: cuando Platón les dice a quienes han conocido el mundo de las ideas que deben retornar al melancólico mundo de las cuevas, añade un imperativo más, les demanda que deben “ver en la oscuridad”; y uno pudiera preguntarse por qué sería necesario hacerlo si allí no habría nada digno de ser conocido, si lo que ocurre por esos entorno es equívoco, miserable y triste, si las ideas serían precisamente las herramientas destinadas a derrotar las tinieblas y sacar a los seres humanos del encierro, de la ignorancia y aislamiento, si la caverna está destinada a desaparecer cuando se configure la polis, ¿qué es lo que habría que ver allí? ¿Qué querría decir el autor con eso de “ver en la oscuridad”? A mi juicio, acá hay una llamada para ocuparse también de ese magma aparentemente indeterminado, azaroso y contingente; de ese universo de quienes viven por fuera de la polis sin ley y por tanto en el desorden y en el caos de la vida social, y preocuparse por ver en la oscuridad significaría que dicha condición también puede ser objeto de conocimiento y reconocimiento, que es preciso indagar sobre el sentido del desorden, sobre las razones del caos, sobre sus lógicas y sus gramáticas; sobre lo que realmente ocurre y cómo transcurre la vida de aquellos que por diversas circunstancias estarían por fuera del orden creado por la ley o en 27


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la periferia de la polis, y preguntarse si así como el orden tiene reglas, las tiene también el desorden que solo sería tal si se lo compara con el primero pero que puede tener regularidades, permanencias, repeticiones y algunas certezas, sin cuyo conocimiento cualquier orden pensado desde lo alto, desde las cumbres del saber y del conocimiento, y por tanto luminoso y coherente, estaría condenado a fracasar, porque sus constructores nunca lograron “ver en la oscuridad”. ¿Qué significan esas sombras reflejadas en las paredes de la cueva? ¿Es que las apariencias, las ideologías, las representaciones y los imaginarios son solo engaños, fantasías, falsas aproximaciones a la verdad o es que ellas también son verdad y hacen parte de dicha realidad y para bien o para mal guían las acciones de los ciudadanos y de los gobiernos? ¿Qué significan esos murmullos que como ecos lejanos se oyen en las cavernas? ¿Son tan despreciables que no vale la pena ocuparse de ellos? ¿Son meras palabras sin sentido, desarticuladas y carentes de estructura lingüística, incoherentes e insulsas o es que mediante ellas se está contando otra historia, se están transmitiendo experiencias distintas, saberes ocultos y despreciados porque carecen de cientificidad y de reglas argumentales pero indispensables para entender e interpretar el mundo de los mortales? ¿Por qué las resistencias de muchos sujetos a incorporarse al orden definido por las estructuras legales y normativas? ¿Por qué la desobediencia, la delincuencia o la guerra? Platón pensaba que por ignorancia y por carecer de ojos acostumbrados a la luz, pero el imperativo de ver en la oscuridad puede estar significando que allí existen otras razones, que no se ven a simple vista y que es preciso encontrar para aproximarse a ese mundo de la condición humana tan distinto a la ciudad de los dioses y constatar que pueden existir distintas verdades, diferentes formas de concebir la vida buena, otras morales, éticas, estéticas y culturas y que los sujetos sociales, con más frecuencia de lo aceptado, configuran demandas sociales que desbordan la construcción normativa del buen orden, de la óptima república y llevan a cabo prácticas sociales que no se desarrollan propiamente en el ágora pero que tienen un claro sentido político, una relevante intención ciudadana y sobre todo propósitos evidentes de acción colectiva. Me parece, o creo ver en la narración platónica 28

que ese imperativo de ver en la oscuridad es un llamado a la investigación, a vérselas con las realidades de mundos imperfectos, con las complejidades, con las contingencias, con los hechos y las palabras de los seres comunes y corrientes: este imperativo y el sentido general del mito nos estaría diciendo que si bien las ideas, las teorías, las nociones y conceptos son condiciones absolutamente necesarias para acceder al campo de la ciencia política, se quedan cortas y no serían suficientes si no se retorna al mundo de los simples mortales con la intención de “ver en la oscuridad”. Nos estaría diciendo, además, que es necesario perder el miedo al desorden, a las masas soliviantadas, a los bárbaros y los ignorantes, a la chusma, a las multitudes y a esa plebe tan despreciada que estaría simbolizando el riesgo permanente del retorno al caos, pues ver en la oscuridad no es otra cosa que interpretar lo que existe por fuera del dominio de lo conocido y luminoso y vérselas cara a cara con lo que realmente ocurre en la vida social. Entre otras cosas, esta sería una bella definición para la investigación, investigar es intentar ver en la oscuridad, poner los ojos en asuntos desconocidos o vistos desde otra perspectiva, descubrir lo que estaba oculto, aquello que parecía irrelevante y nombrar el mundo con palabras nuevas para lograr que otros las conozcan y actúen en consecuencia, es decir, sin investigación, los estudiosos de los temas de la política solo habrían hecho la mitad del viaje del conocimiento. Esta orden de “ver en la oscuridad” es aún más imperativa para quienes nos ocupamos de estos asuntos de la política en América Latina y en el tercer mundo en general, pues con frecuencia nuestras historias y realidades se alejan agresivamente de los paradigmas, no somos lo que deberíamos ser, la óptima república no impera entre nosotros, el ágora pública con frecuencia es privatizada por los intereses del mercado nacional e internacional, los representados no se ven reflejados en las acciones de los representantes, los gobiernos no están regidos por los más sabios y los mejores y los ciudadanos virtuosos e ilustrados brillan por su ausencia. Esto querría decir que algunos analistas de la política en nuestro medio aprendieron muy bien sus lecciones en el mundo de las ideas, en la morada de los dioses, pero al comparar esos modelos perfectos y armónicos con lo que ocurre en estos universos de los simples mortales, el resultado no puede ser otro


MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

que la desesperanza, el ensayo fallido, el fracaso reiterado y la percepción de que la política es deficitaria, el Estado incompleto y la ciudadanía un simple remedo de lo que debería ser. En otras palabras, se estaría repitiendo ad infinitum esa sensación que ya describía Platón en el mito cuando nos narraba la resistencia de los sabios para volver y su sentido de superioridad al comparar su suerte con la de aquellos que no habían abandonado la caverna. Mas el imperativo de “ver en la oscuridad” estaría señalando precisamente que el exceso de luz, la prevalencia de modelos, el prurito de enfatizar en lo que nos falta para llegar a ser, está escatimando la posibilidad de ver la política tal como es y descubrir allí cómo es el Estado que se logró configurar en estos países, cómo funciona realmente, qué leyes lo rigen y hasta qué punto ellas definen el orden o contribuyen al desorden: cómo se adecúa o se distancia la política de la sociedades que la soportan; qué incidencia tienen las culturas y las historias en la configuración de las dimensiones políticas, qué estrategias de ciudadanía se están configurando en la lucha diaria por los viejos y los nuevos derechos, cómo se forman y se transforman las leyes y cómo se relaciona todo esto con las violencias y las guerras endémicas que cruzan estos territorios; en otras palabras, cuáles son los órdenes sociales que perviven y compiten entre sí por el dominio de las sociedades en estas latitudes. Para ver en la oscuridad se requiere de un mínimo de sensibilidad política, pero también entender que solo la crítica, el debate, la duda sobre los propios conocimientos y los ajenos puede contribuir a develar el ser de las sociedades, porque éstas se forman y se transforman precisamente en la confrontación, la colisión y el choque de prácticas e

ideas, y porque desde que Platón escribió su mito, el mundo está en discusión y pese a su afán y el de muchos por encontrar la verdad, el bien y las rectas acciones, existen posturas distintas que con buenas razones argumentan lo contrario. Ésta es, para algunos, la gran debilidad de las ciencias sociales en general y de la ciencia política en particular, su falta de precisión y de certezas sobre la verdad, el bien colectivo y la justicia que el Estado y la ley deberían garantizar, pero a mi juicio allí radica precisamente su gran virtud y las inmensas posibilidades de estas llamadas ciencias blandas, bajo la condición de abordar los asuntos que le atañen a esta disciplina desde un espíritu crítico, analítico, abierto, secularizado y polémico; solo del debate y la crítica puede surgir un conocimiento más enriquecido, un saber más aproximado, pero siempre inacabado en torno a las grandes temáticas, a los métodos, a las teorías y a los paradigmas que la conforman. El mundo está en discusión en todas partes; hoy más que antes se habla de la crisis de la política, del fracaso de los grandes relatos, de la muerte de las ideologías y de la lenta erosión de lo público, invadido y colonizado por lo privado e incluso por lo doméstico, es decir por ese universo oscuro y retraído de la mirada de los demás; sin embargo cabría la pregunta sobre si lo que está en crisis es la política o lo que sabemos sobre ella, si lo que ocurre es que estamos tratando de interpretar lo nuevo con los viejos modelos que quizá fueron útiles en ciertos momentos históricos, pero ahora desbordados por los cambios multilaterales y rápidos ocurridos en los últimos años. Y si fue que nos olvidamos de ese imperativo fundacional de ver en la oscuridad. Es muy probable que no tengamos los ojos acostumbrados a ver en la oscuridad de aquello que aún

Así

, la tarea de quienes retornan del mundo de las ideas es fundar la polis, la óptima república. Enfrentarse al aparente caos de la vida social y establecer un orden que permitiese la convivencia y la justicia mediante la ley y la acción política, o sea a través de la participación de los hombres, convertidos en ciudadanos, en los destinos comunes y colectivos 29


Especial Debates

A

la vida privada se opone la vida pública, la vida civil, el ágora abierta y transparente, donde las cosas que ocurren pueden ser vistas y oídas por todos, lugar donde se desenvuelve la política, donde se discuten las leyes y las acciones de los gobiernos, donde se delibera y se decide y donde suceden, a juicio de los griegos, las cosas importantes, aquellas dignas de ser conocidas y expuestas al escrutinio de los ciudadanos

no ha terminado de nacer, que no sepamos aproximarnos a otras maneras de hacer y representar la política, de pensar el Estado, de discurrir sobre sus límites y sus alcances, de entender el sentido de los nuevos poderes, la naturaleza de conflictos inéditos, las prácticas de actores tradicionalmente ausentes de los espacios públicos y que irrumpen para reivindicar derechos específicos que en la práctica desafían la generalidad y la universalidad de estos derechos; discutimos si están emergiendo nuevas ciudadanías y declinando viejas soberanías sobre las cuales se soportaba hasta hace muy poco el edificio del Estado-nación. Y si se transformaron las fronteras, los límites, los espacios y los territorios que enmarcaban tradicionalmente el viejo edificio de la ciencia política, y esta disciplina se ve abocada a nuevas travesías por el desierto para reconstruir maneras de entender el mundo y transformarlo. Por estas razones, podríamos afirmar que la ciencia política es una disciplina con un gran acervo de conocimientos que no se han acumulado como quien junta trastos viejos en un desván, sino que se han elaborado y desechado mediante la crítica y de acuerdo con las nuevas situaciones y cambios que exigieron maneras distintas de aproximarse a los temas, o la exploración de asuntos novedosos e inéditos, o la adopción de otros criterios metodológicos y analíticos y que permitieron el surgimiento y declive de paradigmas y teorías. El pensamiento, lo mismo que las sociedades y las acciones políticas, no progresan linealmente hacia posiciones mejores; por el contrario, avanzan retomando del pasado, desechándolo a veces, negándolo o reivindicándolo otras, ignorando con30

quistas significativas o reorientándolas en una dirección distinta o en varias al mismo tiempo, que no pueden ser juzgadas como superación o retroceso. Esto quiere decir que la disciplina tiene una historia muy larga y muy rica, pero dicha historia no es acumulativa ni sobre ella puede decirse necesariamente que lo nuevo supera lo viejo, pues todavía es posible encontrar en los clásicos claves de lectura para asuntos de palpitante actualidad que vuelven a tener significación pese al paso del tiempo; o rastrear la historia de viejas categorías que parecieron desaparecer del escenario público y que vuelven a convertirse en piedras angulares de los discursos más novedosos. Por eso cuando nos referimos a ese imperativo del mito de la caverna de ver en la oscuridad no nos referimos solamente al conocimiento sobre aquellos que habitan fuera de la polis o a lo que no ha terminado de nacer; nos referimos también a las destrezas para adquirir la capacidad de discernimiento, para hacer nuevas lecturas de los viejos textos, para interrogar y hacerles preguntas a los contemporáneos, para indagar sobre la pertinencia de asuntos que parecían no tenerla y a la necesidad de apoyarse en otros saberes distintos que permitan otros ángulos de mirada, quizá más reveladores que las del propio saber. Lo que quiero decir es que ver en la oscuridad no significa únicamente orientarse en el mundo de las sombras para entender su orden e interpretar sus dinámicas y sus gramáticas o, en otras palabras, lo que realmente acontece en el mundo de los hombres mortales, que no es deficitario, limitado o miserable, sino distinto a aquello intuido por los sabios que miran desde las alturas el acontecer de


los países pobres y que pregonan el deber ser de la política y el Estado sin inquietarse lo más mínimo por lo que acontece y cómo deviene la acción política en estas latitudes. Quiere decir también que se requiere un esfuerzo adicional para ver la política más allá del quehacer instrumental, referido a la gestión y la administración del mundo público y entenderla como conciencia de la historicidad, como el proceso de construcción de proyectos en el contexto de contradicciones sociales específicas, como la articulación dinámica entre sujetos, prácticas sociales, y proyectos, cuyo contenido es la lucha por dar una dirección a la realidad existente en el marco de varias opciones viables; lo que quiere decir que si bien el propósito último de la política es el de garantizar mínimos

niveles de coexistencia pacífica y de convivencia social, el imperativo de ver en la oscuridad estaría demandando la exigencia de mirar el aparente reverso de la medalla, es decir, el conflicto, la violencia, la guerra, el caos y el desorden, que vistos desde una perspectiva histórica, pueden ser esa confrontación sangrienta por cambiar la realidad existente o darle orientaciones distintas al orden imaginado. De allí que tan importante como conocer las regularidades, las permanencias, las repeticiones y lo que está reglamentado por normas vinculantes, sea el aproximarse a lo inesperado, a lo contingente, a lo aparentemente irracional, a los cambios abruptos que trastocan el orden y cambian viejos y aparentemente seguros referentes para el análisis, lo que significaría la necesidad de inventar o crear nuevas categorías, 31


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MARÍA TERESA URIBE DE HINCAPIÉ, Título Honoris Causa

otros métodos, distintos procesos de aproximación a esas realidades esquivas a dejarse mirar con los esquemas ya conocidos; en otras palabras, interrogarse por la potencialidad de lo real antes que quedarse atrapados en las estructuras que representan la cristalización de los procesos ya acabados. El debate teórico y la investigación empírica o hermenéutica reflejarían en parte ese imperativo de ver en la oscuridad, pero hay algo más; la política como toda ciencia se comunica mediante las palabras, los símbolos, las representaciones, los vocabularios; además, la acción de los sujetos en el mundo público es ante todo un proceso comunicativo mediante el cual gobernantes y gobernados expresan sus proyectos, sus demandas, sus argumentos de validez y legitimación, sus propósitos, sus disputas y consensos, pues la acción política no puede renunciar a la necesidad de convencer y persuadir a los públicos para que éstos actúen en consecuencia; de allí que la ciencia política se debata también en el engañoso mundo de la polisemia de las palabras y los conceptos. Esto quiere decir que no es suficiente el conocimiento de grandes paradigmas y métodos probados de investigación; se requiere también vérselas con los lenguajes políticos, entendidos como precipitados culturales de varias teorías afines, con las metáforas, con los relatos y las narraciones que convocan a la acción, con las retóricas y las poéticas mediante las cuales los sujetos de la política divulgan sus proyectos con el propósito de convencer o conmover a los auditorios; si el ágora estuvo en el origen de la política, si su sentido fue el de llenarse de palabras,

éstas no serán solamente una manera de entenderse sino también un objeto de preocupación de la ciencia política. No se trata solo de indagar por lo que se dice, por la traducción inmediata de su sentido transparente, sino cómo se dice, cómo se argumenta y se rebate al contradictor, de qué recursos semánticos se vale quien habla, cómo configura su discurso, qué menciona y qué calla, qué recuerda, qué intenta mantener en el olvido y qué imagina para un futuro promisorio: si la política como dice Hannah Arendt es acción y discurso, praxis y lexis, tendríamos que concluir que la política navega por entre las palabras, que éstas son parte significativa de su esencia, que ella se hace con esos materiales y que las palabras no son meros adornos estilísticos de los discursos, sino estructuras penetrantes que pueden torcer el curso de la historia, trastocar los órdenes existentes, darles vida a las utopías más fabulosas, sepultar verdades consideradas como eternas o sacar a la luz, al espacio público, y dar a conocer aquello que permanecía oculto y olvidado. Si la política es discurso, también es práctica social, y las prácticas no se desenvuelven en el vacío, no escriben su lógica en una hoja en blanco, no están guiadas únicamente por la elección racional; por el contrario, se desenvuelven en espacios específicos, históricamente construidos, culturalmente significados, políticamente apropiados, con formas tradicionales de pensar y hacer política, de relacionarse con los otros, de resistir o combatir, de hablar o de derramar la sangre del enemigo; de allí que las

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fin, se ha caminado mucho en los contenidos de la ciencia política, en la definición sobre sus alcances y posibilidades, en sus retóricas, en sus temáticas y sus formas de medición y análisis, pero lo que pretendo rescatar acá es que el mito de la caverna de alguna manera es una invitación a la ciencia de la política, pues traza un primer esquema de conocimiento y le otorga un sentido práctico y referido a la realidad, al quehacer de quienes incursionan por estos terrenos. 33


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Más

que el mito de la caverna, este texto debería llamarse el mito del viaje, el imperativo de ir por las ideas y traerlas para transformar el magma y el caos de la vida social en un orden predecible, que garantice regularidades, permanencias, estabilidades, minimizando las contingencias y señalando derroteros a seguir para conquistar la óptima república o, si se quiere, el buen orden soportado en la justicia, la verdad y la sabiduría

prácticas políticas en particular estén inmersas en ese magma de lo que llamamos cultura, signadas y en cierta medida orientadas por la conciencia y la memoria histórica y afectadas de diversa manera por los microprocesos locales, pero también por los macroprocesos mundiales. Por toda esta complejidad es que lo político no puede identificarse con un objeto real en particular, sino que constituye un campo problemático, que carece de fronteras precisas, pues estas se amplían o se restringen de acuerdo con las prácticas y las acciones discursivas de los actores en competencia, y siempre existirá un terreno indefinido, una zona gris susceptible de incorporarse o excluirse del ámbito de los análisis políticos, constituida precisamente por aquello que no se ve desde el centro de la polis, desde las estructuras cristalizadas, desde lo reglamentado por las leyes pero que pugna por ser reconocido y estudiado en la medida en que sea posible politizarlo; es decir, en la medida en que sea susceptible de ser transformado por medio de prácticas y acciones políticas desarrolladas en ese campo que definimos como problemático. Las fronteras y los límites entre lo público y lo privado, que fueron tan nítidas para Platón, han dejado de serlo precisamente por esa capacidad de los sujetos para politizar sus acciones y articular demandas específicas en espera de reconocimiento colectivo; de allí que con más frecuencia de lo aceptado aquello que era oscuro, privado e incomunicable se vuelva público, que lo que se ocultaba en las alcobas se ventile ahora en la plaza pública; es lo que ha pasado con los movimientos feminis34

tas y homosexuales; que lo que circulaba por las calles y las tertulias de las esquinas se trate ahora en asambleas con capacidad decisoria, como sucede con los diversos movimientos sociales y lo que acontecía en los barrios de las grandes ciudades o en las veredas campesinas; en fin, en el llamado mundo de la necesidad, llegue hasta el ágora de la democracia para volverse público y para que estos nuevos sujetos de la política, los movimientos sociales, interactúen con otros que de vieja data ocupan esos espacios como los partidos políticos. Pero también esa politización puede ser llevada en dirección contraria, de manera que las experiencias suscitadas en espacios más públicos se internalicen en otros más privados; la interiorización individual de las normas es un ejemplo bien conocido, pero también podría hablarse de la tolerancia, el respeto y el reconocimiento de las diferencias, entendidas como virtudes públicas pero susceptibles de ser practicadas también en los mundos de lo doméstico, en los espacios privados ocultos al escrutinio de los colectivos, pero donde se desarrolla buena parte de la vida de los sujetos sociales. Ese campo problemático de la política se define y redefine de acuerdo con las situaciones en las cuales se mueven los actores sociales, sus confrontaciones y alianzas, la competencia de sus proyectos, las iniciativas que impulsan o las acciones que impidan; surge entonces como evidente que el pensamiento político no puede solo estructurarse en el plano de la abstracción, donde las ideas alcanzan su mayor consistencia y coherencia; por el contrario, el imperativo de ver en la oscuridad parecie-


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ra sugerir que nos debemos situar en una realidad abigarrada de hechos, sucesos, palabras, propósitos y acciones difíciles de organizar en esquemas coherentes; realidad en gran medida impredecible en la que lo necesario, lo casual, lo posible y lo utópico se entremezclan, presentándole a la ciencia política retos nuevos y redefiniendo sus mapas conceptuales y sus fronteras disciplinares. Quiero entender que ese mandato de Platón a los que regresan al mundo oscuro de la caverna no se limita, como parece sugerirlo el mito, a enseñarles a los hombres corrientes sobre la necesidad de la polis y de la adopción de leyes para lograr el buen orden y la óptima república; no sería solamente un mandato pedagógico o una exigencia de divulgación de una cierta cultura política pensada como la única posible para derrotar la oscuridad y el caos; se trataría más bien de una convocatoria a la acción política de los sujetos corrientes; a politizar sus demandas, a desarrollar prácticas colectivas tendientes a modificar los entornos y los contextos históricos y culturales en los cuales desenvuelven su quehacer y a modificarse ellos mismos en ese encontrarse cotidiano con la pluralidad de actores, órdenes, ideas, propósitos y proyectos distintos. Si los diferentes perfiles de lo social e individual son susceptibles de ser politizados, eso querría decir que la ciencia política tendría temas propios que por tradición le corresponderían, estatutos epistemológicos que le habrían abierto las puertas de la ciencia, metodologías y técnicas probadas, pero no temas vedados; si es verdadero el aserto sobre la posibilidad de politizar aspectos muy distintos de la vida social, esto significaría que no podríamos aspirar a contar con un mapa definitivo y con coordenadas precisas sobre la ciencia política, pues el quehacer de esta disciplina no se refiere a seres inertes que están allí para ser observados sino al universo de las acciones, las voluntades de los

*Texto de la conferencia inaugural que dio la maestra María Teresa Uribe de Hincapié al iniciar labores académicas el pregrado de Ciencia Política de la Uni-

versidad de Antioquia. Fue publicada en un libro editado por la Universidad Eafit y el Instituto de Estudios Políticos, y por la Agenda Cultural en 2012.

sujetos, los discursos, la polisemia de las palabras, las culturas, las historias; en fin, a los procesos de cambio y transformación de los cuales este saber tiene que dar cuenta. Para lograrlo es necesario mantener el espíritu crítico, el permanente debate sobre sus paradigmas, metodologías, lenguajes y técnicas de investigación, el horizonte investigativo abierto, hacer las preguntas cada vez más precisas, entender que las verdades son solo provisionales y en permanente competencia con otras verdades y, sobre todo, aceptar con humildad ese imperativo que acompañó los orígenes remotos de la filosofía y la ciencia política, el de ver en la oscuridad. El mito de la caverna, releído a la luz de esta invitación inaugural, más que orientaciones disciplinares o fundamentos epistemológicos, pretendió ofrecerles un panorama amplio y abierto de campos y espacios por los cuales puede transcurrir el quehacer académico que hoy inician y, más que eso, la intención fue la de compartir con ustedes la pasión por el conocimiento y por los temas de la política; el interés por una disciplina cuyos aportes han sido de gran significación pero que todavía tiene muchos mundos por descubrir. Quería contarles también sobre la emoción que palpita detrás de los hallazgos y los aprendizajes que se van haciendo en esa travesía por el desierto y, sobre todo, alertarlos sobre la responsabilidad política que adquieren los estudiosos de estos temas en una universidad pública como la Universidad de Antioquia, comprometida con los propósitos de comprensión y mejoramiento de la sociedad en la cual ella está inscrita. Así, desde un espíritu crítico, secularizado y autónomo, el Instituto de Estudios Políticos y la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, les dan la bienvenida y quieren invitarlos al disfrute del conocimiento, pero sobre todo a involucrarse con el interés práctico y emancipatorio de la transformación de lo social.

Notas

ciones Seix Barral, 1974. P. 57

1. Platón, La República. Madrid. Centro de estudios constitucionales, 1997. Parte 1.

3. Bermudo, José Manuel. Filosofía política. Luces y sombras de la ciudad. Barcelona. Ediciones Seix Barral, 2001. P. 23

2. Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona. Edi-

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derechos obedecen a necesidades, a contingencias hist贸ricas que en la medida en que pasa el tiempo y se hace historia, se incrementan los anhelos de la humanidad, se incrementan las necesidades, los deseos; entonces la tabla de derechos se va aumentando, y de esa manera los derechos quedan incardinados en la historia y no sometidos a una legalidad distinta como la legalidad matem谩tica. Por eso pienso que los derechos apuntan hacia algo, hacia la plenitud de la persona.

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

Cuando el sentido de la vida ha estado centrado en el amor, el resto fluye Por Ana Cristina Gaviria Gómez

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olo tenemos claro que los sentimientos que nos embargan no se pueden expresar con palabras. Éstas no alcanzan, son realmente insuficientes para describir la hondura de nuestros recuerdos, de nuestros dolores, de nuestro orgullo.

Los escritos y las manifestaciones han abundado y nos han generado regocijo. Los calificativos que han reivindicado a nuestro padre como gran jurista, destacado intelectual, hombre coherente, estudioso, riguroso, pulcro, entre muchos otros, los compartimos cabalmente y agradecemos profundamente todas esas manifestaciones. En cada acto suyo la rectitud, la honestidad, la elegancia, el respeto por la autonomía y la dignidad, estuvieron presentes. Fue absolutamente coherente entre su vida pública y la privada. Sin embargo, hay, quizás una faceta que sólo quienes estuvimos muy cerca de él conocimos y disfrutamos: ésta es la del amor; la de las emociones; la de la profunda sensibilidad. Nuestro padre o “el papá”, como nosotros le decimos, era una persona con una sensibilidad increíble. Con una capacidad afectiva enorme. Reía y derramaba lágrimas por situaciones aparentemente simples de la vida. Se conmovía con la belleza de un poema, de una película; con la dulzura y autenticidad de los niños; con el dolor ajeno; con la injusticia. Y tal vez, como Maestro que fue, una de las grandes enseñanzas que nos ha dejado es que el amor, como la ética, no se predica, se aplica. Sus muestras permanentes de cariño con un te adoro, un beso, una caricia, estuvieron siempre presentes. Una llamada diaria a decir “te adoro, no me abandones”, dan muestra clara del afecto que nos profesaba. Las llamadas permanentes a la mamá a las 6 de la mañana, sin importar quién despertaba a quién, pues lo importante era saber que ahí estaban. Era un enamorado de su familia, de sus buenos amigos y obvio, de los libros y de la lectura: desde los más filosóficos, pasando por novelas de todo tipo y por la poesía, que no podía faltar, hasta una buena columna de periódico. Su amor por Wittgenstein y por Borges, signaron su vida. Enamorado de la música: desde lo más clásico, hasta un buen tango pasando por un bolero o una ranchera; con un agravante y era que conocía los autores de cada canción y la letra exacta de cada melodía…vaya uno a no sabérselo!! Enamorado de la comida de la mamá, siempre era la mejor!! Una buena comida, una mesa bien servida y 37


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acompañada de un buen vino y pan francés era el mejor programa. Siempre sostuvo que las cosas hermosas son para usarlas en el día a día, no para sacarlas cada que hay un evento extraordinario, pues éstos son pocos en la vida. El amor por un lindo atardecer, programa de rigor en la finca de Héctor Abad a eso de las 5 de la tarde y que Alejo el nieto menor compartía con él. Mínimo le tomaban 20 fotos iguales a cada atardecer, pero cada una de ellas era digna de alabanza. El amor por la soledad, pero también por el compartir. Espacios de soledad, que la mamá (nuestra mamá) siempre le acolitó, facilitándole pasar las tardes de domingo leyendo y oyendo música, sin que nadie lo molestara y liberándolo de la bulla de los niños. Concebía la experiencia intelectual como una aventura solitaria, individual, pero que luego transformaba en conversaciones profundas, pero también en las cotidianas. Igualmente, el amor por compartir un espacio con buena comida, buen licor, buena conversación y buena música estuvo siempre presente. Ni qué

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decir cuando se acercaba la navidad!! Si bien no era católico, era imperdonable que no estuviéramos juntos y que no se pensara desde agosto… “¿dónde vamos a pasar todos esta navidad?” “¿Si vamos a ir todos?”. Por su idealismo y su concepción estética de la vida, la desigualdad, la exclusión y el sufrimiento le causaban un dolor profundo y consideraba que la vida con estos aspectos no era vida; y hoy, por lo menos, nos queda la tranquilidad de que en sus últimos días no sufrió. Estuvo plácido, sedado, como quiso morir después de haber tenido la primera experiencia con la anestesia, cuando nos manifestó “si esto es morir, no le tengo miedo a la muerte”. Sabemos que en estas palabras quedan faltando infinidad de cosas por decir, pero en nuestro corazón siempre quedará el mejor recuerdo de un padre que fue un maestro y que, ante todo, nos mostró la ética, la estética y el amor. Las enseñanzas y el amor que él y la mamá nos han infundido constituyen una filosofía de vida que seguiremos llevando porque está en nuestra esencia. El papá siempre seguirá en nuestros corazones.


CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

G

avo: voy a hablarte desde el alma y por eso te llamo tal como lo hago hace más de 30 años: decirte Gaviria, como casi todo el mundo, me parecía impersonal, y Carlos se me antojaba un exceso de confianza.

Para Carlos Gaviria

Por Clemencia Hoyos

Estoy aquí, en el Paraninfo, frente a tus cenizas, porque María Cristina, Juan Carlos, Ana Cristina, Natalia y Ximena me honraron para que en mi calidad de discípula, amiga y persona muy allegada a la familia dijera unas palabras. Por eso —usando una expresión tuya— me arrogo la vocería de quienes fuimos tus discípulos en la cátedra de Introducción al estudio del derecho, en la que educaste a muchas generaciones que durante treinta años pasaron por los claustros de nuestra Facultad. En nombre de ellos, puedo decir sin temor a equivocarme: haber sido alumno tuyo imprimió carácter; ese solo hecho es motivo de orgullo: no se trataba de aprender contenidos, sino de ejercitarnos en el arte de pensar con rigor y claridad, a propósito de la heteronomía del derecho, la autonomía de la moral, los imperativos categórico e hipotético de Kant y la pirámide kelseniana con su famosa e ininteligible Constitución en el sentido lógico jurídico. Y cómo olvidar el capítulo relativo a la justicia y su aproximación desde el positivismo y el iusnaturalismo. Eras un positivista ‘beligerante’, posición que expusiste un martes en este mismo recinto. Muchos años después autorizaste su publicación en una revista. Posteriormente, vino tu cátedra de Filosofía del derecho, en la cual el autor de cabecera era Hart y su obra El concepto del derecho; a manera de chiste, decías que en esa cátedra enseñabas todo lo contrario de Introducción al estudio del derecho. Si mal no recuerdo, la antesala de la misma fue el seminario “El positivismo después de Kelsen”, que dictaste a través de la Asociación de Abogados y de la Librería Señal Editora, como curso de extensión, en 1990. Fue un deleite porque no existía el apremio del examen; nunca te animaste a publicarlo. También tomo la vocería de quienes fuimos tus amigos y “seguidores”, si así se puede de39


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cir. No los tengo que nombrar porque ellos saben quiénes son. Estábamos en los inicios de la década del 70 y acababas de llegar de Harvard; por ese motivo eras calificado, en el lenguaje de la época, como agente del imperialismo yanqui. Rápidamente, pasaste a ser llamado comunista, cuando la Asociación de Profesores emprendió luchas que eran simplemente democráticas. En ese entonces no faltaban aquellos que, conociendo mi cercanía con vos y con tu familia, te enviaban mensajes para que te apartaras de posiciones como la Presidencia de la Asociación; pensaban que si cambiabas de actitud podrías llegar a ocupar cargos como el de Ministro de Justicia. Los que te queríamos y conocíamos, sabíamos que tenías todas las cualidades y capacidades para serlo, pero que resultaría extraño que así ocurriera porque nunca actuarías en la forma que, generalmente, conduce a esos cargos. También te enviaban reclamos de por qué no escribías libros. Tus cercanos entendíamos perfectamente la renuencia y hoy, 40 años después, es muy claro que, acorde con tu método socrático, tu gran patrimonio intelectual es oral y por eso queda en tus múltiples conferencias académicas. De esa época no puedo dejar de mencionar el círculo de los que nos autodenominábamos “Gavirismo científico”. ¡Cómo nos divertíamos! Estamos aquí presentes, para darte un adiós. Cuando llegaste a la Corte Constitucional, empezaste a tener reconocimientos; los de siempre te molestábamos señalando cuántos seguidores y quizás oportunistas aparecían porque nosotros te conocíamos y queríamos desde que eras, en cierto modo, desconocido y vilipendiado. Es difícil no sentir nostalgia de las épocas en las cuales lo más extraordinario que hacíamos era tomar aguardiente y escuchar tangos, a sabiendas de que al día siguiente, mientras los demás a duras penas sobrevivíamos, vos ya te habías levantado a leer a Wittgenstein en alemán. Era la época en la que recitabas de memoria el Tractactus. Cuarenta y ocho horas después de tu muerte, fui capaz de escuchar tu última conferencia, dictada tres días antes de que te internaran y llegué a una conclusión: habías cerrado el círculo. Me parecía estar en la primera clase del curso de Introducción al estudio del derecho; hablaste y sostuviste lo mismo, salvo que enriquecido por nuevos autores como Adela Cortina, María Zambrano, y otros que no sé pronunciar, cumpliéndose lo que también te decíamos: afortunadamente llevás más de 40 años sosteniendo lo mismo; ¡qué tal que cambiaras el discurso! Y como si se tratase de una alegoría, este año, al final de las vacaciones, María Cristina y tus hijas te dieron la gabela de poner la última ficha de un gran rompecabezas. Nos quedan las fotos de ese momento y tu alegría casi infantil. Gavo: gracias por todo, especialmente por tu afecto; y, como me escribiste bellamente en un correo, éste es “un cariño mutuo que ni la muerte puede acabar.” Hasta siempre, Clema Medellín, abril 10 de 2015 40


CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

Defendió siempre la vida y la inteligencia, el pensamiento razonado, la discusión sin violencia y con argumentos

Por Héctor Abad Faciolince*

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l 26 de agosto de 1987, en el cementerio de Campos de Paz, con manos temblorosas, pero con voz muy firme, Carlos Gaviria habló ante el cuerpo abaleado de mi padre. De ahí en adelante, en los 28 años que siguieron, cada 25 de agosto, Carlos participó de alguna manera en la conmemoración de ese crimen y de esa injusticia. Yo nunca me imaginé que un día fuera a hablar en una ceremonia fúnebre por Carlos. Son esas cosas que uno nunca piensa, tal vez porque nunca las hubiera querido tener que hacer. Carlos era tan vital y tan radiante, que yo pude pensar en su muerte solo en los últimos meses de su vida. Carlos tenía 20 años más que yo, y lo que puedo decir es que si tengo la suerte de vivir también hasta los 77 años, y si tengo la fortuna de que mis neuronas no se atrofien del todo, en este futuro que me quede seguiré siem-

pre rememorando a Carlos como una presencia constante en mi vida, como una inspiración para mi pensamiento y para el sentido ético y justo que debo darle a mis acciones. Su ausencia real irreparable, pero su presencia dentro de mí, me dirá que nunca puedo traicionar su memoria. Su presencia viva será uno de los mayores tesoros de mi mente. En aquel año nefasto, 1987, a Carlos no lo mataron porque lo salvó la casualidad; por eso en la dedicatoria de El olvido que seremos yo lo llamé a él, y a mi otro amigo ya fallecido también, Alberto Aguirre, “supervivientes”. Carlos sobrevivió a la masacre de los profesores y los estudiantes de su muy amada Universidad de Antioquia para dar testimonio de esa horrible embestida del fascismo ordinario en nuestra realidad. Sobrevivió para oponerse a los paramilitares con toda la fuerza de su humanismo y su sensatez. La divisa de los asesinos, Carlos siempre 41


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aquel año nefasto, 1987, a Carlos no lo mataron porque lo salvó la casualidad; por eso en la dedicatoria de El olvido que seremos yo lo llamé a él, y a mi otro amigo ya fallecido también, Alberto Aguirre, “supervivientes”. Carlos sobrevivió a la masacre de los profesores y los estudiantes de su muy amada Universidad de Antioquia para dar testimonio de esa horrible embestida del fascismo ordinario en nuestra realidad.


CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

lo dijo, era “¡viva la muerte, abajo la inteligencia!”. Carlos se opuso con la fuerza de su pensamiento riguroso, con la vitalidad de su espíritu romántico, y con las virtudes de su hombría ejemplar, a que las fuerzas de la oscuridad se impusieran para siempre en nuestra sociedad. Defendió siempre la vida y la inteligencia, el pensamiento razonado, la discusión sin violencia y con argumentos. Si hoy hay alguna luz aquí, y no todo es tiniebla, esto se lo debemos en buena medida a la voz valiente de Carlos, a las sentencias heréticas de Carlos, a su labor pedagógica paciente, rigurosa, constante, amorosa, tolerante. A su trabajo político limpio, sincero y radical. Él, como su gran maestro liberal, Gerardo Molina, fueron quizá las únicas figuras históricas colombianas capaces de unir a la izquierda en propósitos de ilusión por la justicia, sin fanatismo y sin sectarismo. Creo que Carlos, de alguna manera, me quiso adoptar en el peor momento de mi vida, y yo acepté esa adopción simbólica como un gran privilegio. Me ayudó, me animó, me protegió. Leyó, corrigió y presentó casi todos mis libros; fue un crítico agudo de mis escritos periodísticos, siempre sincero y honesto, en el acuerdo y en el desacuerdo. Para mí su palabra, su concepto, era fundamental para seguir adelante, para rectificar, o incluso para insistir en lo que a él le parecía erróneo. Nunca nos distanciamos por un desacuerdo: la divisa de Carlos era la tolerancia, si en el desacuerdo había argumentos sólidos de parte y parte.

otros creaban. El cuadro de un expresionista alemán; la sonata de un austríaco; el poema de un español… Un poeta de derecha, Jorge Luis Borges, siempre nos conmovió por la fuerza de sus palabras, por la ironía sin fin, y por la luminosa inteligencia. Cuando fui a ver a Carlos en el hospital, la última vez, pensé que podía estar mirándolo por última vez. Ya he contado que en vez de rezar le recité un poema que él, una vez, le recitó a mi padre en una reunión del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos, “Los justos”. Hoy quisiera terminar con otro poema de ese mismo libro, La cifra, un poema en que se nos aconseja mirar bien las cosas, y una cosa en particular: la luna. En diciembre del año pasado Carlos me llamó desde La Ceja, simplemente a contarme que estaba viendo un atardecer con muchos tonos de blanco, azul y rojo, precioso, y que ese atardecer le producía una honda emoción. Al mismo tiempo, me dijo, por el lado opuesto al que el sol se ocultaba, salía una luna llena. Carlos me hacía llamadas así: con el único fin de transmitir un goce. Pues bien, tal vez él, al mirar con tanta intensidad ese anochecer en La Ceja, estuviera pensando en este poema en que Borges nos recomienda mirar con mucho cuidado. Dice así: La amistad silenciosa de la luna (cito mal a Virgilio) te acompaña desde aquella perdida hoy en el tiempo noche o atardecer en que tus vagos

Teníamos un proyecto que se quedó trunco: yo le haría una larga entrevista de su trayectoria vital e intelectual para publicarla en forma de libro. Era una especie de testamento de una vida de contemplación y de acción: contemplación por la belleza, el arte, la música, la poesía, la naturaleza, la novela, la filosofía, y el sacrificio de la acción política, que para Carlos no fue una dicha, sino un deber con Colombia, que no pudo eludir. De ese proyecto solo queda una sesión de pocas horas, que espero rescatar algún día.

ojos la descifraron para siempre

Nuestra amistad, lo he dicho varias veces, se nutrió sobre todo de experiencias y lecturas compartidas. Gozamos muchas veces, juntos, por la belleza que

Vivimos descubriendo y olvidando

en un jardín o un patio que son polvo. ¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día, podrá decirte verdaderamente: No volverás a ver la clara luna. Has agotado ya la inalterable suma de veces que te da el destino. Inútil abrir todas las ventanas del mundo. Es tarde. No darás con ella. esa dulce costumbre de la noche. Hay que mirarla bien. Puede ser última.

*Intervención del escritor Héctor Abad Faciolince en el acto homenaje a la vida y memoria del maestro Carlos Gaviria Díaz realizado el 10 de abril en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia.

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“Nada compararía yo en mis cabales al placer de un amigo” Por Rodolfo Arango*

A

gradezco a la familia Gaviria Gómez por invitarme a dirigir unas palabras en este hermoso homenaje a la vida del gran ser humano que fue Carlos Gaviria Díaz.

Mi testimonio es de quien fue premiado con su amistad por más de veinte años, que se intensificó en los últimos diez. Quisiera compartirles el recuerdo que me deja la última visita al maestro en su apartamento de Bogotá. Nuestras charlas transcurrían en cierto orden, casi ritual. Recorríamos primero la actualidad, repasábamos luego la situación política y a veces también la del partido, para terminar hablando de lo que a Carlos le apasionaba: literatura, filosofía, música, cine. Pero aquel jueves recibí una llamada inesperada hacia el mediodía. Carlos quería compartirme lo que había averiguado sobre el escándalo Pretelt y la situación de la justicia. Fui a las tres y media de la tarde a su casa. Allí se refirió, afectado y triste, a la corrupción que corroe la administración de justicia. Pero, queriendo esquivar las malas noticias, pronto derivamos en referencias a lo que estaba leyendo. El romanticismo. Una odisea del pensamiento alemán, de Rüdiger Safranski, lo traía fascinado hace días. No me sorprendía. Carlos, pese a su respeto y profundo conocimiento de Kant, había confesado hace tiempo su debilidad por Schopenhauer, incli-

nación que venía a reafirmarse con la lectura gozosa del escrito sobre el romanticismo alemán. Casi premonitoriamente se me ocurrió preguntarle qué libros de literatura consideraba debía uno haber leído en la vida. Aquí les trasmito su respuesta, excluyendo la Decadencia de Occidente de Oswald Spengler, uno de sus preferidos. Mencionó espontáneamente tres títulos: Hadjí Murat, de Lev Tolstói, Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetze, y Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, de Stefan Zweig. En esta ocasión y como símbolo de cariño con las personas que él más amaba, su entrañable familia extensa, quisiera regalarle a María Cristina el libro del que expresara mayor admiración: Hadjí Murat, de Tolstói. Sobre este comenta Harold Bloom: “La extraordinaria facultad de Shakespeare a la hora de dotar de una existencia exuberante incluso a los personajes más secundarios, a la hora de henchirlos de vida, es inteligentemente absorbida por Tolstói. Todo el mundo en Hadjí Murat posee una vívida individualidad.” Y es que Carlos, como ningún otro, supo apreciar la individualidad y respetar la singularidad de sus seres queridos, amigos y conocidos. Por mi parte, conservaré la alegría de haber compartido su generosa amistad. Como dijera Horacio, citado por Montaigne al recordar a Étienne de la Boétie: “Nada compararía yo en mis cabales al placer de un amigo” (sat. 1,5,44).

*Intervención del profesor Arango en el homenaje al maestro Carlos Gaviria Díaz el 10 de abril en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, Medellín.

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

Carlos Gaviria encarna el símbolo de una nueva forma de concebir la política y la lucha democrática*

Por William Restrepo Riaza

H

ablar de Carlos Gaviria es tarea que me supera en mucho y para lo cual no tengo sino la energía afectiva y un reconocimiento al hombre que con su ejemplo de vida abrió el camino a las curiosidades intelectuales de nuestra generación y de aquellas por venir.

Quiero enfatizar el valor de los aportes que él desarrolló dentro de un orden jurídico que también defendió y supo interpretar, para ir más lejos y tocar la médula de la tradición y el atraso, objetos de todo su esfuerzo y producción académica y profesional. La capacidad de elaboración conceptual en su disciplina, tomada como eje y motivo de su concepción filosófica y epistémica, fueron las bases de una construcción e interpretación axiológica y heurística de la norma y de la Constitución, que le permitieron abrir el campo hacia el

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futuro y el cambio de una disciplina por naturaleza lenta y con muy poca dinámica transformadora. Así, defendiendo el derecho y la Constitución, nos mostró a todos el camino de ruptura y sin salirse de los principios más puros que cultivó y defendió con inteligencia superior, marcó un hito que solo el futuro sabrá apreciar porque su visión amplia y de ruptura con todos los órdenes cerrados y autoritarios, fue y es causa de un temor naturalmente violento, en un país que apenas ahora apunta en dirección de una nueva búsqueda del horizonte de transformación y avance en sentido civilizatorio que Carlos Gaviria desde hace rato ha contribuido a forjar y a estimular. Se instaló, pero además se apropió del marco normativo y constitucional para elaborar propuestas de cambios radicales sobre todo por el contexto de atraso, limitaciones y ausencia de una cultura moderna de la política y del mismo derecho. Planteó y sacó adelante posiciones y decisiones de carácter social y humano que rompieron con lo establecido y que valen por su contenido, trascendencia académica, por su valor histórico y por su referencia a los derechos y la dignidad del hombre, punto central de la crisis histórica y humanitaria que vive este país y cuya comprensión y búsqueda de superación, tuvieron en él, referencia y símbolo del esfuerzo de una generación que busca la salida en la dirección que él marcó, o sea, el compromiso académico con soporte político y bases éticas y racionales en el pensamiento crítico, forma y esencia del centro y espacio de vivencia intelectual y ética del profesor Carlos Gaviria. Aportes que causaron y causan hoy con su partida, escozor y temor a los adalides del combate por conservar o volver al pasado. Defensores de una visión anquilosada, estática y ajena a la realidad dura

Planteó

que exige, como él lo entendió y practicó, una reflexión que le permitió reproducir de manera crítica la realidad y superar la abstracción vacua que defiende por defender el statu quo social, disfrazada de una valoración escolástica de la norma, de la ley y de la ética, para esconder todos los males propios de una sociedad que muchos quieren defender aunque sea a capa y espada. Al contrario es necesario valorar a Carlos Gaviria como un símbolo de la libertad que vuela sin límites y construye de la realidad presente el futuro ajeno para esos que lo ven como un peligro para sus ideas, cargadas de temores y alimentadas por los odios ancestrales que no permiten que este país se apoye en una concepción que marca la línea de destino abierto y de transformaciones necesarias para una sociedad que avanza a empujones y se detiene y encierra, ante quienes la piensan y la ven distinta y con la lupa del futuro en cambio y transformación radical y superior, hacia el ideal de la democracia buscada en sentido civilizatorio. Esa fue una de sus virtudes de pensador y filósofo del derecho, de la ética y de la política. También valoro la entereza para jugarse su representación dentro del marco formal de la academia pura, que construyó desde su propia concepción unida a la cultura más refinada pero que manejaba a su manera, en identidad con la base social, desde su amor al arte y a la música, a “todas las músicas mientras tengan un significado, un sentido”, como decía retomando las palabras de uno de sus símbolos intelectuales, Wittgenstein. La fusión construida entre la vivencia afectiva con la causas sociales y su posición ideológica y política, sustentadas en la democracia y la libertad, liberales en sus orígenes y que son parte de la complejidad contemporánea, fueron sus armas de com-

y sacó adelante posiciones y decisiones de carácter social y humano que rompieron con lo establecido y que valen por su contenido, trascendencia académica, por su valor histórico y por su referencia a los derechos y la dignidad del hombre, punto central de la crisis histórica y humanitaria que vive este país

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La

fusión construida entre la vivencia afectiva con la causas sociales y su posición ideológica y política, sustentadas en la democracia y la libertad, liberales en sus orígenes y que son parte de la complejidad contemporánea, fueron sus armas de combate para la práctica de la profesión o de su corta pero fructífera y ejemplarizante experiencia en la política. bate para la práctica de la profesión o de su corta pero fructífera y ejemplarizante experiencia en la política. Su salida a la calle y a la política constituyó la mejor prueba de responsabilidad ética frente a la clase intelectual del país, encerrada en las aulas, escondida en la investigación o tras las bambalinas de las asesorías sin compromiso con los políticos y con los usufructuarios del poder, sin importar causas o principios.

Destacar el valor de la ética como ideal de su proyecto de vida, el compromiso y el sentimiento instrumentalizados por la racionalidad y complejidad de un conocimiento enriquecido por la capacidad de interpretación, sea de la norma, la Constitución o de los paradigmas filosóficos de los clásicos, pero también de los modernos y posmodernos, hicieron de su erudición una figura extraña a la intelectualidad formal del país.

Mucho más cómodo y estoy seguro más fructífero para su carrera en el país, recoger los logros de su magistral papel y liderazgo para darle sentido y valor a la Corte Constitucional y a la Constitución, si en lugar de salir a luchar por la democracia, desde una postura alternativa, hubiera decidido arrimarse a cualquiera de los símbolos del establecimiento, incluyendo sus mayores enemigos, para así alcanzar, estoy seguro, los puestos gubernamentales más altos de este país. En lugar de tal postura, contraria a su causa y a sus principios éticos, prefirió recibir el apoyo y aval de un grupo importante de colombianos que consideramos que él siempre fue y será un ideal para la juventud de este país.

Aquellos que lo conocimos en la Universidad valoramos su relación con el conocimiento del derecho constitucional y la filosofía del derecho, ejes y centros de su preocupación profesional, pero pensados diría yo, constructiva y críticamente, con la combatividad discursiva de que hizo gala y dio ejemplo a las pasadas, actuales y futuras generaciones del país.

Carlos Gaviria encarnaba y encarna el símbolo de una nueva forma de concebir la política y la lucha democrática. Al mismo tiempo prefirió ese apoyo afectivo, simbólico y real por un nuevo país, a costa de ser objeto de las agresiones de un proyecto perverso y mentiroso para enlodar su figura y su valor, símbolo de probidad, decencia y defensor de las causas de una sociedad más justa, libre, responsable y solidaria. Una sociedad ciudadana que fue el ideal filosófico y humano que desde siempre pregonó y que demostró en su validez con su energía y compromiso.

Su mente poderosa le permitía con facilidad que escondía la complejidad del ejercicio, producir, elaborar y reelaborar conceptos propios de su erudición y manifiestos por el don de un discurso siempre profundo, argumentado y conclusivo, a la manera simbólica de los grandes maestros y pensadores clásicos. Capacidad racional y erudita para elaborar conceptos y proyectar visiones e interpretaciones transformadoras que producían impacto, que tocaban puntos nodales y cruciales respecto del ordenamiento jurídico, filosófico, social o político del país, pero también avanzaba mucho más lejos cuando tocaba las fibras de los temas sustanciales del hombre contemporáneo o cuando se trataba de tomar decisiones sobre las conductas o sobre la vida misma. 47


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Se comprometió con sus ideas más valiosas en relación con la dignidad humana y con la libertad filosófica que siempre lo encontró seguro para confrontar las fuerzas nefastas que han dominado hasta el periodo contemporáneo, un país que se debate entre el atraso y la miseria, de los cuales se aprovechan las mentes que reproducen el mal, la violencia y la negación de los valores y principios que Carlos Gaviria supo elevar con su compromiso, su palabra y su obra. Me imagino finalmente el espacio en que ahora vuela Carlos Gaviria buscando su ubicación en el nuevo cosmos, figurando entre el realismo mágico y el pensamiento crítico, un rincón ocupado entre opaco y cristal y en el fondo la novena sinfonía; en frente, en la pared imaginada, un cuadro que Botero no ha podido diseñar para alcanzar el ideal de perfección que buscó Gaviria y en el centro de ese espacio metafísico, el texto de la mayéutica tampoco terminado por Sócrates, el más grande pilar del pensamiento occidental que se apoya en dos líneas figuradas pero nítidas, bases del estatuto histórico, filosófico, político y ético, “La Política” de Aristóteles y “La República” imaginada por Platón pero también real y definitiva. Líneas abstractas, ideas que vuelan de hace mucho, y toman asiento en su erudición y apoyo mayor en la política de Juan Jacobo Rosseau, para llegar en ese rincón figurado y encontrar la episteme y la lógica del positivismo, como guías de un trabajo originario que fue girando en espiral para llegar al culmen de su trabajo, haciendo erudición fina, segura, reflexiva y crítica, al encontrar a Wittgenstein y a otro grupo de pensadores contemporáneos del arte, la literatura, la poesía, la filosofía y los demás creadores que hizo propios y que son desconocidos para muchos de nosotros, los más, que vamos muy detrás. En este espacio todo se dibuja con una peculiar forma de construir y desarrollar una visión totalizante que hacía del arte una forma de vivencia particular, guardando el contexto reflexivo para dar cabida a la sensibilidad profunda y apostolar, como forma única de simbolizar un humanismo manifiesto en todos los frentes de su actividad y mucho más en el contexto imaginado. Y así el espacio se vuelve realidad y se concreta proyectando el rescate de la filosofía moderna, integrando la complejidad contemporánea y delineando

el proyecto de futuro que todavía valida, tal vez más que nunca, las bases de la democracia y de los fundamentos no superados de la libertad y el respeto de los valores y derechos del ciudadano moderno. Y en este ciclo que ahora inicia, todo vuelve finalmente a integrar en uno solo el espacio original imaginado que ubica en el rincón extremo —aquel en que se fusionó su elaborado y cuidadoso pensamiento— para colocar del lado de su vida cotidiana, el rumor grave, lento, cortado, del bandoneón de Pichuco que le escapó lágrimas en las noches siempre ordenadas de su bohemia, con la voz profunda y llena de decir el tango, Goyeneche, un eco espacioso y brillante que abre el compás y marca la sublime expresión del tango gavirista, y que también hace parte, mucho más a partir de ahora, de ese espacio imaginado cuyo mito real es sublimado en un hombre que viene desde antes y en su última curda dice su último tango… Lastima bandoneón, Mi corazón Tu ronca maldición maleva. Tu lágrima de ron Me lleva Hasta el hondo bajo fondo Donde el barro se subleva. ¡Ya sé, no me digás¡ ¡tenés razón¡ La vida es una herida absurda y es todo tan fugaz Que es una curda, ¡nada más¡ Mi confesión.

Pero es el viejo amor Que tiembla, bandoneón, Y busca en el licor que aturde, La cura que al final Termine la función Corriéndole un telón al corazón. Universidad de Antioquia - Paraninfo Abril 10 de 2015

*El título original es “Carlos Gaviria Díaz, un recuerdo todavía vivo”

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

E Hay comportamientos que sólo al individuo atañen y sobre los cuales cada persona es dueña de decidir.

La filosofía liberal del magistrado Carlos Gaviria*

Por Iván Darío Arango

n Colombia tenemos un partido liberal, pero no una mentalidad liberal, por esta razón, las intervenciones y las ponencias del magistrado Carlos Gaviria han causado tanta sorpresa en nuestra sociedad y hasta en algunos círculos intelectuales. La nuestra es una sociedad tradicional que todavía encuentra inmensos obstáculos para entender los principios de convivencia propios de la cultura moderna: principios que, por una parte, corresponden a la filosofía liberal pero que, por la otra, constituyen la base de la democracia. En varios de sus textos, el magistrado Gaviria ha logrado expresar con una claridad y una precisión extraordinarias los principios básicos de la filosofía liberal, y lo ha logrado en unos términos que hacen de su liberalismo una variante novedosa frente al legado de los autores clásicos. Para entender la pertinencia de su pensamiento, es necesario afirmar de entrada que él consigue avanzar sus argumentos apoyado en evidencias empíricas y en una conceptualización filosófica presentada en el estilo directo, sin rodeos, de quien tiene algo para decir, razón por la cual encuentra el lenguaje apropiado para que el lector no se pierda en palabras ni en tecnicismos y pueda ocuparse de las solas ideas.

La realidad de las diferencias La filosofía del magistrado Gaviria, como toda la tradición liberal, parte de la realidad empírica que tienen las diferencias de creencia y de opinión: desde el siglo XVII, a raíz de las guerras de religión; quedó plenamente claro que la diversidad es inevitable, que las diferencias de criterio y de 49


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convicción se presentan como se presentan los hechos más inmediatos, lo cual permitió entender por fin que no eran resultado del egoísmo o de la mala voluntad de algunos que estaban empeñados en contrariar a quienes aseguraban haber encontrado el único camino de salvación: “lo que cada persona puede hacer es reclamar del Estado un ámbito de libertad que le permita vivir su vida moral plena, pero no exigirle que imponga a todos como deber jurídico lo que ella vive como obligación moral”1. Sobre la base incontrovertible de la diversidad empírica de creencias y de opiniones, las cuales determinan las diversas formas de vida de las personas, nuestro autor insiste en que “hay comportamientos que sólo al individuo atañen y sobre los cuales cada persona es dueña de decidir”2. Se trata de una esfera de actividad que al derecho le corresponde proteger ante cualquier interferencia, venga de donde viniere, ya provenga de los particulares, de la sociedad o del Estado. Queda entonces establecido que el objeto del derecho, del orden jurídico, consiste ante todo en la protección de una esfera personal de actividad, por lo cual la libertad es entendida, esencialmente, como la seguridad que ofrece o garantiza la ley ante la eventualidad de cualquier arbitrariedad que pretenda influir o intervenir en el ámbito privado. En sus argumentos, el ilustre jurista acude a diferentes autores, especialmente a Hart y Kelsen, a Kant y Rorty, pero sus ponencias insisten

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

con mejores razones en la existencia de un ámbito propio que merece ser sustraído de todo control. La pregunta que se impone ahora consiste en saber cuáles son las consideraciones que él hace para justificar la protección por parte de la ley de actividades que habría que aceptar como eminentemente personales, aun cuando toda una tradición nos lleve a creer que son asunto de la comunidad y que es preciso intervenir, olvidando que esos controles exteriores por lo general carecen de crédito, ni siquiera son persuasivos, para quien tiene otros motivos a la hora de elegir. Ya no basta decir que las diferencias son obvias porque encontramos, de hecho, las más diversas formas de vida o las más diversas culturas, religiones, partidos, asociaciones o intereses, como si habláramos de simples preferencias y como si elegir o decidir fueran cuestiones de gusto, acciones fáciles, similares a la actitud de un consumidor que frente a un artículo cualquiera, lo toma o lo deja. No es la idea que aparece en los textos del magistrado Gaviria, ya que él tiene una concepción más compleja de todo lo que conlleva una elección o una decisión. No hay nada que permita acercar su filosofía liberal al neoliberalismo o a los clásicos del liberalismo económico: sus presupuestos morales son otros, puesto que se ocupa de aclarar el derecho de las personas en situaciones límites, dramáticas, donde el sujeto elige en forma muy radical, no mediante un mero cálculo, sobre su salud o sobre su vida.

La verdad del pluralismo Hasta ahora nos hemos movido dentro de los principios básicos del liberalismo político: dentro de la tolerancia o del respeto a las diferencias, un concepto que nos provoca dudas, aunque haya sido una verdadera conquista de la civilización. Generalmente, nos parece que un respeto apenas formal corresponde a una actitud indiferente frente a diferencias que carecerían de relevancia y que por lo mismo se considera que son asunto privado, sería como decir: “allá cada uno con la elección que mejor le parezca”. Esta no es la posición que encontramos en las ponencias sobre la despenalización del consumo de la dosis personal de estupefacientes o sobre los fundamentos ético-jurídicos para despenalizar el homicidio piadoso consentido. El respeto que encontramos en esos textos no es sólo formal, vacío de consideraciones morales. Todo lo contrario, es un respeto actitudinal que busca comprender la situación de la persona y que por lo mismo se niega a idealizar el concepto básico de la libertad de acción, puesto que con esa idealización se desconocen las diferentes opciones que se presentan de hecho ante el sujeto moral, opciones que llegan hasta el límite donde “yo puedo libremente elegir entre la vida y la muerte, del mismo modo que optar por quedarme quieto es una manera de ejercitar mi libertad de movimiento”3.

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la fuerza de sus argumentos consiste en la concepción franca y lúdica que tiene el magistrado Gaviria sobre el concepto de libertad, el concepto moral que más fácilmente se presta para retorcimientos y manipulaciones, pero que sin duda alguna es el concepto rector de la razón práctica o de la filosofía moral, es como una brújula cada vez que se trata de hacer juicios de valor, y una brújula es algo que se tiene o que no se tiene.

Pienso que la fuerza de sus argumentos consiste en la concepción franca y lúdica que tiene el magistrado Gaviria sobre el concepto de libertad, el concepto moral que más fácilmente se presta para retor51


Especial Debates

cimientos y manipulaciones, pero que sin duda alguna es el concepto rector de la razón práctica o de la filosofía moral, es como una brújula cada vez que se trata de hacer juicios de valor, y una brújula es algo que se tiene o que no se tiene. No tenerla es forjarse una idea falsa de 1o que es la libertad, es creer que la libertad es lo mismo que la razón y el conocimiento, que la igualdad, la virtud o cualquier otro valor.

El

acierto filosófico del magistrado Gaviria está en haber entendido que la libertad es ante todo libertad de elección, y que la elección se da entre diferentes opciones y que cuando se dice que las opciones son diferentes es porque de verdad son diferentes, pero no en el sentido caprichoso de las simples preferencias, que se toman o se dejan.

Ahora bien, no hay duda de que existe un presupuesto individualista propio de la filosofía liberal. Pero se trata de un presupuesto que se expresa en la pluralidad de los valores y de los fines de la acción humana: toda la dificultad reside en entender que los propósitos de la vida no tienen que coincidir, y que es inútil tratar de hacerlos coincidir por la fuerza, lo cual no implica que no sea posible llegar a acuerdos. Habría que afirmar, como lo hizo Koyré, que la democracia sólo se construye a partir del reconocimiento de la independencia individual. La base del argumento ya no es empírica sino conceptual: si hasta los propósitos más elevados de la vida, los valores morales, no coinciden y en ocasiones no son siquiera compatibles y pueden llegar a chocares sencillamente porque la persona, con toda su singularidad, es en sí misma fuente de tales propósitos y fines, y por lo mismo merece consideración y respeto cada vez que sus decisiones no causen daño a los demás: “El deber del Estado de proteger la vida debe ser entonces compatible con el respeto a la dignidad humana y al libre desarrollo de la personalidad. Por ello la Corte considera que frente a los enfermos terminales que experimentan intensos sufrimientos, este deber estatal cede frente al consentimiento informado del paciente que desea morir en forma digna”4. El respeto a la dignidad humana es el respeto a la capacidad de elegir que tiene cada uno, en función de lo que es y de lo que conoce, de sus deseos y de sus ideales, y no en función de lo que quieren los demás o de la opinión de la mayoría. Pero elegir con responsabilidad, con la conciencia clara de que los actos tienen consecuencias que es preciso asumir, constituye todo un peso que quisiéramos poder descargar: “Por eso se busca el amparo de la colectividad, en cualquiera de sus modalidades: del partido, soy militante político porque las decisiones que allí se toman no son mías sino del partido; de la Iglesia, si soy creyente de secta, porque allí se me indica qué debo creer y se me libera entonces de esa enorme carga de decidirlo yo mismo; del gremio, porque detrás de la solidaridad gremial se escamotea mi responsabilidad personal, y así en todos los demás casos”5. Es cierto que toda una tradición filosófica cree poder resolver la dificultad de la libertad, la dificultad de decidir, asimilándola a la razón. También es cierto que nuestro autor reconoce el valor de la filosofía que sostiene que la libertad requiere del conocimiento: “Se trata de que cada persona elija su forma de vida responsablemente, y para lograr ese objetivo, es preciso remover el obstáculo mayor y definitivo: la ignorancia”6. Sin embargo, encuentro que lo más propio de su pensamiento, lo que nos causa sorpresa y admiración, reside en que él entiende que la elección puede ser radical, esto es, cuando los motivos son enteramente propios, es decir, personales. El acierto filosófico del magistrado Gaviria está en haber entendido que la libertad es

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ante todo libertad de elección, y que la elección se da entre diferentes opciones y que cuando se dice que las opciones son diferentes es porque de verdad son diferentes, pero no en el sentido caprichoso de las simples preferencias, que se toman o se dejan. Las opciones son diferentes porque implican diferentes modos de vida, y porque diferentes modos de vida merecen la pena, como lo dijo Isaiah Berlín. A mi modo de ver, este es un autor bastante próximo a la posición de nuestro magistrado, pues ambos logran una defensa de la libertad que por no ser abstracta o académica, consulta el sentir y las necesidades del hombre común: ninguno de los dos cree que todos debamos ser filósofos para poder ser libres, aunque le asignan a la filosofía la tarea primordial de penetrar los malos argumentos y de develar toda clase de engaños y encubrimientos. Para ambos la filosofía está al servicio de la dignidad y la libertad de la persona. Ahora bien, si aquellos modos de vida, con sus concepciones del bien y de la felicidad, nos parecen raros, extraños o chocantes, aunque sea de mala gana, estamos obligados a respetarlos. Quienes los adoptan, deberán por su parte entender que las diferencias no son distinciones, y que a propósito de las mismas, cabe esperar y exigir el respeto, pero no la admiración. Una confusión en este punto sería fuente de conflictos y de malentendidos.

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Un intelectual de verdad Cada nación es tanto más civilizada y culta cuanto mejor filosofan los hombres en ella. Descartes

El

empeño del magistrado Gaviria está cifrado en destacar y preservar el sentido exacto de las ideas de libertad, igualdad y dignidad de la persona, tal como fueron adoptadas por la nueva Constitución, por lo tanto puede decirse que se trata de un intelectual de verdad, de alguien que sabe filosofar y consigue que sus argumentos sean coherentes, lúcidos y de una gran pertinencia y actualidad.

Para apreciar la coherencia y la lucidez del magistrado Gaviria, quien se ocupa de cuestiones de principio, es necesario hacer un paréntesis y considerar la importancia del artículo primero de la Constitución, donde se establece que el Estado colombiano está fundado en el respeto a la dignidad de la persona humana. ¿Cómo habría que entender el respeto a la dignidad de la persona para poder entender el derecho al libre desarrollo de la personalidad? Desde los inicios de la cultura moderna, cuando Descartes elevó la duda a la categoría de método de conocimiento, ningún filósofo ha logrado una defensa y una fundamentación racional más convincentes de la moralidad que las conseguidas por Kant. Después de dos siglos de dudas sobre la moral que terminaron por reducirla a las costumbres, a los prejuicios y a las meras conveniencias, Rousseau planteó una polémica con los materialistas, quienes sostenían que el hombre es un ser más de la naturaleza, al alegar que la libertad es la verdadera distinción del ser humano, el rasgo definitivo que lo hace digno de respeto. Sobre esta base, Kant sostuvo que la mera razón permite establecer la existencia de un mandato universal, el imperativo categórico, que consiste en el respeto que merece la persona, por el hecho de ser sujeto moral, es decir, por ser un “yo” capaz de fijarse propósitos y capaz de aceptar la necesidad de las normas. El respeto es igual para todos, sólo por ser personas, independientemente de cualquier distinción social, incluso de la educación y de la cultura. Es evidente que es un respeto igual hacia una dignidad igual, la cual corresponde a la libertad de elegir y de decidir. Se trata de un concepto abstracto, porque se refiere a cualquier persona, con abstracción de su pertenencia a un determinado grupo o comunidad, lo que significa el reconocimiento del individuo entendido como una entidad moral, en cierta forma como un ser independiente de la sociedad: “ser individuo significa, ni más ni menos, no poder endosar esa temible carga que llamamos responsabilidad; porque ni la Iglesia, ni la corporación, ni el sindicato, ni el partido, pueden dispensamos de ella”7. Ahora bien, verdaderos rigoristas como lo fueron Rousseau y Kant entendieron que no todos los fines son públicos, que existen excelencias que no son morales y fines particulares que sólo conciernen a cada uno. Kant entendió la legitimidad de la búsqueda de la felicidad y agregó que el concepto de felicidad es indeterminado hasta el extremo en que nadie puede decir de una manera definida lo que quiere y desea, por tratarse de una búsqueda enteramente personal y porque, según Kant, “todos los elementos que pertenecen al concepto de felicidad son empíricos, es decir, tienen que derivarse de la experiencia”. Esto implica también el reconocimiento del individuo, de su dignidad y su derecho al libre desarrollo de la personalidad. Aunque, moralmente por encima del individuo independiente, para Kant está el

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sujeto autónomo, como para Rousseau está el ciudadano. De premisas liberales, ambos obtuvieron conclusiones dramáticas, lo que constituye finalmente la vigencia del proyecto moderno tal como lo dejó la filosofía de la Ilustración. Según Koyré: “la filosofía de las Luces ha formulado un ideal humano y social que todavía es la única esperanza de la humanidad”. Entre las tareas que corresponden a los intelectuales, quizás las de mayor importancia consistan en ocuparse de cuestiones de principio y en evitar que las grandes ideas sean escamoteadas o retorcidas y cambiadas por ilusiones. Sin ninguna duda, puede afirmarse que el empeño del magistrado Gaviria está cifrado en destacar y preservar el sentido exacto de las ideas de libertad, igualdad y dignidad de la persona, tal como fueron adoptadas por la nueva Constitución, por lo tanto puede decirse que se trata de un intelectual de verdad, de alguien que sabe filosofar y consigue que sus argumentos sean coherentes, lúcidos y de una gran pertinencia y actualidad. Sus argumentos comienzan por reconocer la independencia individual pues, como se dijo, él se apoya en el carácter empírico de las diferencias y en la verdad del pluralismo de los valores. Sin embargo, las premisas de su filosofía liberal alcanzan conclusiones democráticas. Ya Rousseau había demostrado la validez de dicho razonamiento y ahí está su Contrato social para corregir la interpretación trillada, en la cual cae el propio Berlín al seguir a Constant, que pretende presentar la filosofía política del ginebrino como un despotismo democrático. En el capítulo IV, “De los límites del poder soberano”, del libro segundo del Contrato, se encuentra lo siguiente: además de la persona pública, tenemos que tener en cuenta a las personas privadas que la componen, y cuya vida y libertad son naturalmente independientes de ella. Se trata, pues, de distinguir claramente los derechos respectivos que tienen los ciudadanos y el soberano, así como los deberes que tienen que cumplir los primeros en su condición de súbditos, y el derecho natural del que deben gozar por el hecho de ser hombres.

Es común encontrar que los autores liberales se muestren prevenidos frente a la filosofía de la democracia, ellos sostienen que la idea de la voluntad general, o del interés común, anula las libertades individuales en favor de la participación en la soberanía colectiva. Benjamín Constant señaló que una cosa es la libertad y otra la democracia; como si Rousseau hubiera sostenido que es la multitud reunida la indicada para gobernar, cuando la verdad es otra: él repitió una y otra vez que una cosa es la soberanía, cuya esfera de influencia es la actividad legislativa, y otra cosa es el gobierno.

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margen de la despenalización de la dosis personal o del homicidio piadoso consentido, independientemente de sus observaciones sobre el liberalismo, sobre la democracia o sobre el carácter vinculante de las normas y de los valores, los textos del magistrado Gaviria constituyen auténticas lecciones de razonamiento lógico, imprescindibles para nosotros tan acostumbrados a la verbosidad ya encubrir con palabras pomposas la carencia de luz y la falta de análisis.

La filosofía liberal del magistrado Carlos Gaviria no tiene prejuicios frente al proyecto democrático moderno, tal como puede apreciarse en el siguiente texto: cuando el Constituyente incluye dentro de los derechos fundamentales el libre desarrollo de la personalidad, lo que pretende es conformar una comunidad de hombres libres, y tal propósito no se persigue solamente en beneficio de éste o aquel individuo, sino en beneficio de todos, es decir, en función del interés común (en el lenguaje de Rousseau) al que nuestra norma fundamental alude en su artículo l° como interés general8.

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Se aprecia con claridad que en este texto la comunidad no está concebida en términos orgánicos, como una entidad misteriosa que abarca, comprende y resuelve a los individuos negando su libertad, con el pretexto de reencontrarla transfigurada en el cielo de la participación comunitaria. De allí se infiere que la voluntad general está entendida en términos jurídicos, como la entendió Rousseau, es decir, como una garantía procedimental de la rectitud de la deliberación pública. En su artículo “La tutela como instrumento de paz”, se notan mejor las conclusiones democráticas que él obtiene de sus presupuestos liberales. En este texto, afirma con toda franqueza lo siguiente: “de nada sirve el enriquecimiento del catálogo de derechos y libertades sin un mecanismo que permita hacerlos efectivos cada vez que una instancia oficial (u homóloga) los desconozca. Es decir, que garantice un alto grado de coincidencia entre los derechos enunciados en abstracto, y los que en concreto se le adjudican a su titular”9. Es cierto que en primer término se está refiriendo a la tutela, consagrada en el artículo 86 de la Cons56

titución, pero también es cierto que él destaca allí mismo otros “mecanismos propios de la democracia directa” que llega a considerar como “la mejor garantía de la vigencia de las libertades”. Lo más interesante del ensayo, lo que permite entender la epistemología racionalista del filósofo Gaviria, consiste en su refutación del realismo jurídico, el cual “considera la norma como un hecho más, al lado de otros de carácter social, psicológico, ideológico y económico, cuya virtualidad de incidencia en el fallo no debe sobrestimarse, so pena de distorsionar la forma como el control jurídico tiene lugar”10. Nuestro célebre jurista entiende de tal manera la superioridad de los principios y las normas, que a continuación defiende “la convicción de que las reglas generales sí tienen fuerza motivante sobre los funcionarios que actúan el derecho en casos específicos”, posición que recuerda de nuevo a Rousseau y a Kant cuando sostuvieron que el derecho no se fundamenta en los hechos y que lo que se debe hacer no depende para nada de lo que se ha hecho: es claro que dicha postura mantiene la trascendencia de lo normativo, lo que no ocurre dentro del liberalismo


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económico, cuya base moral consiste en consagrar el interés egoísta y en pretender obtener el bien común con la intervención de una supuesta “mano invisible”. Al margen de la despenalización de la dosis personal o del homicidio piadoso consentido, independientemente de sus observaciones sobre el liberalismo, sobre la democracia o sobre el carácter vinculante de las normas y de los valores, los textos del magistrado Gaviria constituyen auténticas lecciones de razonamiento lógico, imprescindibles para nosotros tan acostumbrados a la verbosidad ya encubrir con palabras pomposas la carencia de luz y la falta de análisis.

* Este texto del profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia Iván Darío Arango inicialmente fue publicado como epílogo del libro Sentencias. Herejías constitucionales, de Carlos Gaviria Díaz, Fondo de Cultura Económica, y como un capítulo del libro El enigma del espíritu moderno, de Iván Darío Arango, Editorial Universidad de Antioquia.

Notas 1. Carlos Gaviria. “Fundamentos ético-jurídicos para despenalizar el homicidio piadoso consentido”, Texto inédito, p. 3. 2. Carlos Gaviria. (Magistrado ponente). “Despenalización del consumo de la dosis personal de estupefacientes”. Revista Universidad de Antioquia, Medellín, N°. 252, p.·49. 3. Carlos Gaviria. “Funda-

Ninguna de las jergas de moda aparecen en sus textos, los autores citados vienen después de haber interiorizado y mejorado algunos de sus conceptos. No hay en sus ponencias un afán distinto al de comprender la acción humana sin disfraces y sin máscaras, pero con el profundo convencimiento de su dignidad: tolerancia y democracia no son allí las palabras vacías, gastadas en tantas predicaciones, son más bien conceptos fundados en razones sólidas. Él no entiende la comunidad como un cuerpo místico, o un altar, ante el cual deban sacrificarse los sueños y los ideales de los hombres.

mentos ético-jurídicos para despenalizar el homicidio piadoso consentido”, Ídem.

del ‘como si’ “. Revista Universidad de Antioquia, Medellín, N°. 227,1992, p. 19.

4. Carlos Gaviria. (Magistrado ponente). “Despenalización del homicidio piadoso consentido”. Sentencia N°. C-239/97), p. 17.

8. Carlos Gaviria. “Consumo de droga y régimen de libertades”. Revista Universidad de Antioquia, Medellín, N°. 241, 1995, p. 10.

5. Carlos Gaviria. “Despenalización del consumo de la dosis personal de estupefacientes”, Op. cit., p. 55. 6. Idem.

9. Carlos Gaviria. “La tutela corno instrumento de paz”. Revista Universidad de Antioquia, Medellín, N°. 246, 1996, p. 34.

7. Carlos Gaviria. “La ética

10. Idem.

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Especial Debates

Por Eduardo Domínguez Gómez1

Improntas de transparencia y libertad

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os hechos coinciden en este 2015: los cuarenta años del Pregrado en Historia, en la Universidad de Antioquia, y la muerte, el 27 de marzo, del profesor emérito Carlos Gaviria Díaz. Hasta ahora solo las personas cercanas al Dr. Gaviria saben lo que significaron sus asesorías, opiniones, sugerencias y recomendaciones para configurar el nuevo programa profesional diferente de las licenciaturas. Las orientaciones bibliográficas, temáticas y metodológicas llegaron a los diseñadores y forjadores del pregrado a través de quien entusiasmó y reunió al conjunto de sus creadores: El Dr. Félix de Bedout Gaviria, su primo hermano, con quien compartía oficina en el cuarto piso del bloque 14, la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. Allí se configuró parte de las propuestas que luego el gestor conversaba, en largas jornadas de reflexión, unas calmadas y otras de diversión creativa, con los otros artífices: los profesores y compañeros de juergas Jaime Henao, Jairo Salazar y Alberto González. Luego fortalecieron los contenidos curriculares historiadores como Víctor Álvarez Morales y Beatriz Patiño Millán. El programa obtuvo su registro calificado el 12 de septiembre e inició con estudiantes en el año siguiente, en medio de las convulsiones políticas provocadas por la masificación universitaria, decretada por el gobierno de Alfonso López Michelsen; por la efervescencia revolucionaria de los distintos grupos de izquierda, y las agudas crisis políticas del Frente Nacional. Fue el tiempo en que escasamente se estudiaba un semestre por año, los rectores permanecían en su cargo según la voluntad de los gobernadores, la de los ministros o las presiones de los movimientos gremiales y políticos en la universidad. En 1977, la agitación ideológica estaba en su máxima expresión; los tiempos para el diálogo y los debates sobre el acontecer nacional e internacional eran amplios. Así, los estudiantes de Historia y los de Derecho tuvimos la oportunidad de conocer a los doctores Gaviria y De Bedout y, profundizar sobre aspectos de la historia universal que los ocupaban casi hasta los detalles mínimos: la Revolución Francesa (1789 – 1804), la Campaña Libertadora en Hispanoamérica, con Simón Bolívar al frente (1804 – 1830); la guerra Civil Española (1936 – 1939) y la Segunda Guerra mundial (1939 – 1945). En estos diálogos fue posible identificar la enorme talla intelectual de estos dos profesores que nos abrieron el panorama universal a quienes llegábamos a la Universidad queriendo 58


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espués vinieron las cuentas de cobro de las mafias y los sectores temerosos de las ideas sociales y políticas de avanzada para la equidad y la justicia social y se hizo particularmente dura la década de los ochenta, con el saldo de paros, cierres, expulsiones y muertos que ya registran las crónicas.

ver más allá de las circunstancias paisas y colombianas. Con ellos conocimos la importancia de liberar el pensamiento y no anclarse en posturas ideológicas sin más fundamentos que el fervor y la fe militantes. En la última conversación con el Dr. Gaviria, el 12 de julio de 2014, para el nuevo video con la Historia de la Universidad de Antioquia que acaba de presentarse al público, afirmó lo relativo a aquella época: Era un momento de ideologización profunda de la universidad y de un enfrentamiento grande entre los sectores más democráticos de la universidad con las directivas (…) que eran bastante autoritarias y bastante conservadoras2.

Después vinieron las cuentas de cobro de las mafias y los sectores temerosos de las ideas sociales y políticas de avanzada para la equidad y la justicia social y se hizo particularmente dura la década de los ochenta, con el saldo de paros, cierres, expulsiones y muertos que ya registran las crónicas.

La Revolución Francesa en imágenes y textos Como un acto de supervivencia por la vía intelectual, finalizando la década, por convocatoria del profesor de Bedout, nos reunimos, ya como profesores, en el recién creado Instituto de Estudios Políticos, con su primer director Carlos Gaviria, para conmemorar los doscientos años de la Revolución Francesa, de un modo bibliográfico. Los tres formamos un grupo de compiladores con los compañeros de docencia Rosángela Calle Vásquez, Raúl Ochoa Carvajal, Jorge Restrepo Morales y Óscar Sánchez Giraldo. Inolvidables sesiones de polémica y disentimientos amistosos, llenos de humor y de sarcasmo, siempre dispuestos a configurar una obra digna de la conmemoración.

Con la ayuda de la entonces directora de la biblioteca central, Gloria Bermúdez, y con el mayor cuidado técnico, seleccionamos las imágenes provenientes del libro de Louis Blanc, ilustrado con grabados de los mejores artistas franceses del siglo XIX, bajo la dirección de M. H. de la Charlerie3. Y la elección de textos, tomados de una amplia bibliografía, casi toda de la biblioteca personal del Dr. de Bedout, se convirtió en la oportunidad de hacer real lo que la misma Revolución pregonó en relación con la libertad, la igualdad y la fraternidad, que Gaviria dejó plasmado en sus “Dos palabras a un libro inusitado”: Algo como eso (la confrontación de puntos de vista) es lo que nos hemos propuesto al publicar este libro: mostrar las actitudes más diversas -y aún contradictorias- dentro de un heterogéneo “collage” que registra opiniones no solo de historiadores e ideólogos sino de filósofos de todos los rangos y procedencias, escritores políticos y novelistas –cuya diferenciación no siempre es fácil- analistas rigurosos y cronistas intencionados; (…) Creemos que esta es una manera digna de vincularse la Universidad –sin desdecir de su misión- a la conmemoración de un suceso altamente controvertible pero de significación indisputable en el terreno de la historia, a secas, y en ese otro que en ciertas ocasiones se presenta como guía demiúrgico y en otras como subproducto vergonzante: el de la historia de las ideas4.

Cuando escribió estos párrafos, ya el Director del IEP había pasado a ser Vicerrector General. En ese cargo ni en su carrera judicial o luego la carrera política, jamás se le vio vacilar siquiera frente a la apertura intelectual de visión universal. Sin veleidades ante el poder y las jerarquías adquiridas, mantuvo claros sus puntos de vista liberales, democráticos y 59


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participativos ante los problemas cruciales de la vida, el género, la libertad, la información y la expresión.

Contra los mitos de las comunicaciones Hay contribuciones del Dr. Gaviria a la nueva cultura política en Colombia, de las que poco se ocupan quienes no son comunicadores de profesión. Tuvieron que ver con temas diabolizados por la sociedad: el papel de los medios masivos de comunicación, entre ellos los impresos y los audiovisuales. Al son de los prejuicios puestos en circulación por las élites de la política, las religiones, las empresas o las mafias, desde la proclamación de la primera República y hasta la última década del siglo XX, en Colombia se mantuvo triunfante una “teoría” que afirmaba cómo los medios inyectan concepciones, principios y valores en la población hasta hacerla actuar como los propietarios se proponían. La “manipulación” no estaba en duda, y a pesar de los avances de la Psicología, la Psiquiatría, la Antropología, la Medicina y las Neurociencias, esas “verdades” estaban fuera de duda. Copaban la confianza hasta de profesores y estudiantes en las propias facultades de comunicación5. Dos oportunidades de cambiar el panorama en la legislación colombiana respectiva las tuvo el Dr. Gaviria en su paso por la Corte Constitucional: la vali-

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dez o no de la tarjeta profesional para los periodistas, y la posibilidad de condicionar las transmisiones televisivas de programas con temas de sexo o violencia.

La tarjeta profesional La ingenuidad de quienes piensan que todo se resuelve por vía de una autoridad fuerte que diga cómo es que son las cosas de verdad, llevó a exigir tarjeta profesional a los periodistas, como ocurría con los ingenieros, los médicos o los abogados. Nació la Ley 51 de 1975 que, en vez de mejorar el desempeño de los periodistas lo que hizo fue levantar una barrera para el ejercicio de la opinión libre y el derecho a la información. Con una argumentación transparente acerca de la diferencia entre información, opinión y conocimiento, la ponencia del Dr. Gaviria dio la razón a quienes demandaron tal ley6. Con base en sustentaciones provenientes de “Los Diálogos” de Platón, la Carta Universal de los Derechos Humanos, los principios filosóficos de Ortega y Gasset, y la Constitución Nacional de 1991, explica que si el conocimiento para ser aceptado como tal requiere las evidencias empíricas y está en el campo de la investigación y de las ciencias, la opinión y las informaciones acerca de lo que sucede en cualquier actividad humana es una elaboración compartida entre distintas personas que analizan, aún sin la posibilidad de pruebas de labo-


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ratorio. Y por ser acciones promovidas por el sentido común de indagación y respuesta, no es posible prohibir su libre ejercicio por cualquier persona que se sienta motivada a hacerlas. Cayó la Ley 51 del 75.

Contra la censura en medios audio visuales Decisiva fue también la explicación de por qué no es viable una acción de tutela para restringir la libertad de emitir programas de TV con temas de violencia o sexo7 aunque sus demandantes afirmaran que a los niños (en este caso Vargas Porto) se les hacía daño psicológico y transformaban sus conductas como efecto de su exposición a ese tipo de programación. Después de dejar en claro los aspectos jurídicos, la ponencia aborda el problema en sí: En este punto del análisis, la pregunta que debe absolverse es la siguiente: ¿En qué consiste, concretamente el daño que se les ha ocasionado a los niños Vargas Porto? ¿Ha variado significativamente su comportamiento desde que son asiduos televidentes de los programas reseñados? ¿En qué consiste ese cambio? ¿Quién puede verificarlo seriamente e identificar como causa inequívoca de su deterioro la circunstancia de ser permanentes espectadores de los programas en cuestión?

Sostiene el texto, al mejor estilo de la libertad de expresión, que los demandantes dan por verdad científica demostrada lo que apenas es una opinión tan respetable como su contraria. Y siguiendo el principio de responsabilidad con el conocimiento -diferenciado de la opinión desde hace más de veinticinco siglos, entendida como ese punto intermedio entre la ignorancia y la ciencia- buscan a los especialistas para que aclaren hasta dónde llega la influencia de los medios. En esa fecha no habían ocurrido las involuciones ideológicas que se presentaron en la primera década del siglo XXI, cuando la Seguridad Democrática logró cambiar la mente de varios líderes de opinión que proclamaban la libertad, el cariño y la persuasión antes que la autoridad y la violencia, entre los cuales se destacaba un Psiquiatra que todos conocemos. El Dr. Luis Carlos Restrepo, respondió así al interrogante de la Corte Constitucional acerca del impacto de la imagen televisiva entre los espectadores: En cuanto al carácter significativo o la estabilidad de los cambios producidos en el espectador, valga aclarar que es el con-

texto cotidiano el que influye para que se torne pertinente o no la influencia de estos modelos de identificación ofrecidos por la televisión. No basta la simple presencia de una imagen en la pantalla para que ésta determine la constitución de una pauta de comportamiento. La estimulación viso-auditiva de la televisión se integra con la experiencia táctil y kinestésica que es brindada por la relación cuerpo a cuerpo del entorno familiar y cotidiano. Tales experiencias pueden ser convergentes o divergentes, determinándose el carácter significativo de la vivencia del espectador por la posibilidad de encontrar en las escenas televisadas la expresión a los conflictos que vive en su rutina diaria. La estabilidad de los cambios comportamentales depende igualmente del sinergismo que se establezca entre la imagen proyectada en la pantalla y la propia vivencia emocional del televidente. (…) (Subrayado por la Corte)

No hay posibilidad de demostrar hoy si el autor sigue sosteniendo desde su exilio fugitivo la validez de su tesis, pero fue apoyado entonces por otros psiquiatras – psicoanalistas. Hoy sabemos, por las demostraciones de los estudios de la creación de signos, significados y símbolos (la Semiología), las disciplinas del lenguaje (Lingüística y Filología), las Neurociencias y la Historia de las ideas y de las mentalidades, que tal tesis tiene completa vigencia. Los miedos generados por la “teoría” hipodérmica o de la inyección son infundados. La Corte procedió en consecuencia: negó la solicitud de prohibir a Inravisión que transmitiera sus programas y le recomendó a la familia de los niños un acompañamiento y asesoría contantes para hacer de la actividad televidente una oportunidad formativa de ciudadanos de bien.

Rastros filosóficos Es posible decir que el Dr. Gaviria se movió con comodidad entre los estudios de la historia y del Derecho, y ya sería un merecido reconocimiento. Pero sus propuestas a la Corte sobre otros temas trascendentales demuestran su formación y fortaleza filosóficas. No se dejó intimidar por el prestigio de las tesis tradicionales acerca de la familia, la mujer, la niñez, la muerte digna o la creación del mundo, ni por el peso de las instituciones políticas o religiosas que las promovían. De modo prístino expuso siempre la diferencia entre los libros sagrados y los libros profanos; entre 61


Especial Debates

las escrituras inspiradas por los dioses y las constituciones nacionales provenientes de la humanidad misma. Las primeras para regir el mundo espiritual de quienes son devotos y viven felices con su convicciones metafísicas. Las segundas para regir el comportamiento de los humanos en sociedad y hacer entre todos un mundo amable y tranquilo, hasta donde nos es posible como especie. A aquellas se les respeta su derecho a existir y ser practicadas por los feligreses, a estas se les acata por el bien común para aprender a convivir como ciudadanos libres, partidarios de la autodeterminación, capaces de entender las distintas formas de pensamiento y acción, entre ellas la religiosa misma. Aquellas pertenecen al mundo de la libertad de conciencia, estas al de la libertad política, y ambas pueden o no confluir para el libre desarrollo de la personalidad.

Agnóstico sin ateísmo Un tópico con el que el Dr. Gaviria no hizo proselitismo ni frecuentaba en sus conversaciones fue el de la creación a no del universo. Por la respuesta que dio para el Manual de Ateología8, se deduce que no tiene intención de debatir acerca de lo que no pueda comprobar. En consecuencia, se declara agnóstico, impedido para conocer en tanto carece de evidencias para afirmar la existencia o no de Dios: Soy agnóstico, que no es lo mismo que ser ateo. Ateo es quien asume una posición metafísica idéntica a la del teísta, pero de signo contrario. Este último afirma la existencia de Dios, pero es incapaz de probar su aserto mediante la experiencia o la razón que son las únicas fuentes del conocimiento intersubjetivo, es decir, compartido.

1. Historiador, Profesor Titular, Universidad de Antioquia, Facultad de Comunicaciones. 2. Entrevista en el estudio de televisión U de A, noviembre de 2014, por Juan David Velásquez, con cuestionario acordado por el comité académico, compuesto por Eduardo Domínguez Gómez, Fredy Suárez Gaviria, Paula Andrea Arredondo, Heiner Castañeda, Gisela

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Posada y Luquegi Gil Neira. 3. De Bedout Gaviria (Director) (1989) . La Revolución Francesa en Imágenes y textos. Medellín: Universidad de Antioquia. Instituto de Estudios políticos. 500 pp. 4. Ob cit. Pág. 5. El paréntesis es mío 5. Todavía hay vestigios de estas “teorías” que ponen a los futuros profesionales de los medios en angustia exis-

Solo la fe, que no es fuente de conocimiento, le permite afirmar la existencia de un Ser Supremo, absoluto. El ateo la niega, sin que tal negación la pueda respaldar por medios racionales o empíricos. (…) Es claro que nadie ha comprobado la existencia de esas deidades vengadoras, pero tampoco nadie ha podido comprobar su inexistencia. La agnosis es la actitud socrática de no saber nada y específicamente sobre los asuntos a los que no puede accederse por los medios que conducen al conocimiento compartido, a saber, la razón y la experiencia9.

Su punto de vista lo separa de la convicción atea, curiosamente, por las mismas razones: no es posible demostrar la existencia de Dios por los argumentos razonables ni por las evidencias empíricas, sin recurrir a la fe. Pero coincide con una gran mayoría de los ateos en no promover el ateísmo como práctica social proselitista, en cuanto este tipo de campañas se mueve por el fervor, el entusiasmo y la confianza irreflexiva, creando una nueva iglesia, tal como lo diagnosticó en su visita a Medellín Michel Onfray, este sí un ateo sin ateísmo10. Así era nuestro profesor, líder gremial, orientador intelectual, docto, solidario y amigo, caballero y lúdico, a quien una gran parte de los colombianos agradecemos hoy y la historia de Colombia sabrá reconocer, sus contribuciones para que la nación diera los pasos indispensables en el tránsito del siglo XIX al siglo XXI, apoyados en la Constitución de 1991. Medellín, 17 de abril de 20015

tencial cuando saben que como estudiantes luchan “contra la manipulación y la alienación” por parte de las casas editoriales, y al graduarse no tienen otra opción que “vender su alma al diablo” porque “uno no se puede morir de hambre”

nalidad C- 404 de 1998

6. La ponencia fue adoptada por toda la Corte como la Sentencia de Constitucionalidad C-87 de 1998.

9. Ob.cit. pgs 91 y 92

7. Sentencia de Constitucio-

8. VELEZ, Antonio y otros (2009). Manual de Ateología. 16 personalidades colombianas explican por qué no creen en Dios. 2° ed. Bogotá: Editorial Tierra Firme. 192 pp. 10. ONFRAY, Michel (2006). Tratado de ateología. 4° ed. Trad. Luz Freire. Barcelona: Anagrama, 249 pp.


CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

Por Mario Yepes Londoño

Su irrevocable postura intelectual de laico

D

ecía alguna vez Carlos Gaviria, en una entrevista, que él no se contaba entre los intelectuales que, en tratándose del asunto de la muerte, como reacción casi instintiva citaban las “Coplas a la muerte de su padre” de Don Jorge Manrique.

La próxima vez que me encontré con él le expresé mi desconcierto: ¿su contradicción tenía que ver con esa rutinaria recurrencia a una cita única, o era un rechazo a lo que proponía el propio texto del poema? De paso establecí no sólo mi admiración sino mi amor por esa poesía, para mí una de las más grandes no sólo del Siglo de Oro sino de toda la herencia poética, más allá de cualquier fe religiosa o creencia metafísica, lo mismo que me ocurría, por ejemplo, con la poesía mística (por ejemplo los sonetos a Cristo de Lope de Vega) o la música religiosa del Renacimiento o de cualquier época: admiración por la factura de la pieza artística, así como podía distinguir la excelencia de una realización cinematográfica de su argumento de violencia o de crimen. Carlos Gaviria me respondió: tienes toda la razón en ese argumento, que comparto; pero es verdad que me molestan esas rutinas intelectuales de recurrir a los mismos ejemplos de la literatura o del arte para apoyar una idea o para ilustrarla; la educación que tenemos conduce a fijar unos cánones de escasas referencias y ello esteriliza y empobrece el discurso intelectual; a todos nos pasa en una medida o en otra, pero hay que sacudirse y ampliar el horizonte. Hasta aquí, sin proponerse personalizar el argumento, ya a mí mismo Carlos me estaba poniendo un espejo por delante y, como era frecuente con el diálogo que con él se sostenía, yo estaba recibiendo una lección razonable y útil para quien, como yo, debe responder por su oficio de docente; lección que en estos casos era dicha cordialmente, sin el énfasis y aún la pasión que Carlos Gaviria ponía en otros casos como aquellos en los que defendía cuestiones de principio, los derechos inalienables, el imperio de la justicia y de la equidad. Pero vuelvo a nuestra conversación: Carlos se quedó por un momento en silencio, sonrió y me dijo con una obstinación muy suya: sí, vos tenés razón en que las Coplas de Jorge Manrique son un gran poema, 63


con sus consideraciones sobre la fragilidad de la vida en versos perfectos, pero a mí no deja de molestarme esa creencia en la eternidad y otras ideas que allí encuentran perfecta justificación, como esa de la validez de la guerra santa contra los moros para alcanzar del rey de Castilla tierras y vasallos y castillos y títulos nobiliarios en la vida, y del rey del cielo la gloria eterna. Lo más importante que revela la anécdota, ya no su actitud discursiva sino el fondo de la misma, es su irrevocable postura intelectual de laico, opuesta a la confesional que anima el poema de marras y, por otro extremo remoto de la escala intelectual, la que padece nuestra pobre nación hoy, en el siglo XXI, cuando ya deberíamos estar siquiera en los umbrales de la modernidad, por obra de procuradores y golillas más dignos de presidir autos de fe que instituciones republicanas de un Estado laico social de derecho. Pero la anécdota revela también, aparte de la actitud pedagógica que mencioné, varias cosas del carácter de Carlos: el espíritu de contradicción, empezando por sí mismo, como la actitud de análisis crítico para poner en cuestión toda verdad de autoridad; la capacidad dialéctica para reconocer en un fenómeno muy diversos aspectos; la agudeza para penetrar en la obra estudiada, producto de su cultura; la exigencia que con su propia conducta le creaba a su interlocutor para que él mismo fuera crí-

tico. Hasta aquí, y quiero resaltar esto, cuánto valor del diálogo entre amigos de verdad que pueden enfrentarse en debates de verdadero interés, en notorio contraste con la alternación inane y frívola sobre asuntos insignificantes o la que implica sumisión de uno de los dialogantes. Carlos tenía muy clara, sin expresarlo así, pero en su clara conducta, esa diferencia esencial entre poder y autoridad, que en el campo de la pedagogía se impone como actitud ética. Por eso, creo que todos sus amigos reconocemos en los encuentros con Carlos Gaviria, siempre, incluso en dura contradicción, encuentros fecundos; y, si se me permite la rima, encuentros jocundos por la infaltable presencia del humor entre nosotros, humor que es fama que a veces era arrasador y ácido por parte suya, bien correspondida. Si a eso se agregaba el compartir placeres refinados de la literatura, de la música de muy distintas procedencias, y de todas las artes; del buen comer y el buen beber. Si agregamos la infinita solicitud de Carlos para indagar diariamente por la salud del amigo enfermo, para enviar abrazos con nombre propio a la larga lista de los parientes de uno; la generosidad para respaldar lo que consideraba razonable, desde un derecho hasta una obra intelectual, tendríamos un retrato incompleto pero justo del sentido de la amistad de Carlos Gaviria.

*Intervención del profesor Yepes Londoño en el homenaje póstumo a Carlos Gaviria Díaz, en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, el 10 de abril de 2015.

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

Yo no soy un político

DEBATES reproduce el programa radial Diálogos, que el profesor Carlos Vásquez Tamayo dirige en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia. En esta oportunidad el diálogo, trasmitido el 22 de septiembre de 2013 a las 10:00 de la mañana por la frecuencia 101.9 fm, es con el maestro Carlos Gaviria Díaz.

Si se lleva a cabo seriamente, el estudio del poder conlleva enormes peligros. Aceptamos metas erróneas en cuanto han sido alcanzadas y superadas hace tiempo. La magnanimidad y la dignidad nos llevan a disculpar allí donde menos deberíamos hacerlo. Los poderosos y los que aspiran a serlo, en todos sus disfraces, utilizan al mundo, y el mundo es para ellos todo lo que encuentran por delante. No les queda tiempo para cuestionar seriamente nada. Aquello que alguna vez engendró masas deberá ayudarlos a generar sus propias masas. Revisan, pues, la historia buscando fértiles campos de pastoreo y se instalan al punto donde quiera que encuentren la posibilidad de engordar nuevamente. Imperios antiguos o Dios, guerra o paz, todo se ofrece a ellos, que eligen lo que más hábilmente puedan manipular. No existe ninguna diferencia real entre los poderosos; y esto resulta de pronto evidente cuando las guerras han durado ya un buen tiempo y los contrincantes tienen que equiparse entre sí por mor de su victoria. Todo es éxito, y el éxito es lo mismo en todas partes. Tan sólo ha cambiado una cosa: el número cada vez mayor de gente ha llevado a la formación de masas cada vez más grandes. 65


Especial Debates

Aquello que se descarga en algún lugar de la Tierra se descarga en todas partes; ningún exterminio tiene ya límites. Sin embargo, los poderosos, con sus viejos objetivos, siguen viviendo en su antiguo mundo limitado. Ellos son los verdaderos provincianos y aldeanos de esta época y no hay nada más ajeno al mundo que el realismo de los ministros y los gabinetes ministeriales, con excepción del realismo de los dictadores, que se consideran más realistas todavía. En su lucha contra las formas esclerotizadas de la fe, los ilustrados dejaron intacta una religión, la más delirante de todas: la religión del poder. Ha habido dos actitudes en relación con ella: una, a largo plazo la más peligrosa de ambas, prefería no hablar de ella y seguir practicándola tácitamente de modo tradicional, fortalecida por los modelos inagotables y, por desgracia, inmortales de la historia. La otra, mucho más agresiva, se glorificó a sí misma primero antes de entrar en acción, presentándose públicamente como religión en lugar de las moribundas religiones del amor, a las que escarneció con violencia y malicia. Anunció: Dios es poder y todo el que puede es su profeta”. Carlos Vásquez Tamayo —CVT—. Con este apunte del año 1943, tomado del libro La provincia del hombre, le doy la bienvenida al doctor Carlos Gaviria Díaz. Doctor Gaviria, hay en este apunte de Elías Canetti un particular desprecio por el poder, una mirada absolutamente descarnada sobre él; lo que se traduce en una noción sobre el poder como el mal absoluto. Y en esto, el autor no parece tener reticencias ni matices. Querría consultar su opinión acerca de esta postura, según la cual todo lo que el poder toca se envenena; del poder, dice Canetti, no se pueden esperar si no dolores, violaciones, vejaciones, y le tocaría al hombre recordar épocas en que, quizá, las formaciones sociales o los grupos humanos, apelaban a relaciones en que el poder no era determinante. Su idea del poder, doctor Carlos Gaviria. Carlos Gaviria Díaz —CGD—. Carlos, cómo me agrada que me plantee el tema porque usted puede encontrar en mí un ejemplo paradójico. ¿En qué sentido? En el sentido que hay mucha gente que me identifica como un político porque yo he estado en el campo de la política. Pero yo no soy un político. Mi vocación ha sido bastante ajena al poder. La paradoja consiste en que a pesar de que se me puede identificar con un político yo me siento identificado completamente con ese texto de Elías Canetti que usted ha leído. Yo tengo la misma idea del poder. No solo eso sino que el poder siempre crea esa especie de contradicción. Talmon, un profesor alemán, en un libro titulado Mesianismo político, dice que el poder es tan absorbente, tan abrumador, que incluso quienes escriben sobre el poder con una perspectiva democrática y con propósitos democráticos, dejan espacios como para que en esos espacios vacíos se construya una doctrina totalitaria; por ejemplo se refiere a El contrato social de Rousseau que es, a mi juicio, la obra precursora del pensamiento democrático moderno, y muestra cómo, a pesar de eso, ha habido interpretaciones posrousseanas bastante plausibles que construyen teorías autoritarias, dictatoriales, sobre las propuestas de Rousseau. De modo que, infortunadamente, el poder es un mal inevitable porque yo descreo de la posibilidad utópica, tan bella, de una sociedad donde 66


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el estado y el derecho no fueran necesarios; pero creo, eso sí, que como utopía es impecable. Me parece hermosa esa utopía que las personas se puedan gobernar a sí mismas y no necesiten quién las gobierne y, por tanto, prescindir de ese fenómeno tan oscuro que es el poder. CVT. Carlos, cuando nos conocimos y entramos en relación fue muy satisfactorio descubrir su amor por Elías Canetti, y me hizo usted entonces unas reflexiones sobre un tema subsidiario del poder que es el de las masas, tema absolutamente capital, sobre todo en este siglo que dejamos. Un siglo que dejó, como este, una ruina de exterminio espantosa vinculada precisamente a esa manipulación de las masas por líderes carismáticos y tiránicos a la vez. Quisiera abusar de su generosidad preguntándole, ¿cuál recuerda usted como su primera experiencia de masa, en su formación como niño, en su formación escolar, en su formación como ciudadano? Todo niño en algún momento tuvo una experiencia fuerte de masas. Usted me expresó ahora su amor por la autobiografía de Canetti. Y Canetti cuenta que le interesaron las masas porque tuvo de niño y de joven experiencias de masas. ¿Cuál fue la experiencia de Carlos Gaviria al respecto? CGD. Mi primera experiencia de masas fue una experiencia religiosa. Era la asistencia a misa. En mi hogar eran muy católicos. Yo de niño fui

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Especial Debates

muy católico y bastante religioso, tuve una fe auténtica pero me costaba asistir al rito por la cantidad de gente que concurría. Yo me sentía perdido entre ese mundo de gente. Desde eso creo que tengo una cierta fobia a la multitud; paradójicamente, una buena parte de mi vida, y especialmente en los últimos años, he tenido que vivir en medio de la multitud. Esa se podría decir que fue mi primera experiencia de masa. CVT. Esa, se podría decir en mi opinión, es una experiencia inolvidable porque tiene un elemento que en Elías Canetti es definitivo: la pérdida del miedo a ser tocado. Así empieza Masa y poder. Canetti dice que la masa es fascinante porque rompe con eso: con esa especie de individualismo encapsulado que no se atreve a dejarse contagiar por los otros y se mantiene recogido en su propia estrechez individual. La misa es eso: un estado de comunión, de comunicación efervescente; por eso me llamó mucho la atención que en las notas biográficas que se dedican a usted se hable de su madre, que fue maestra; el que para mí es el oficio más noble, más bello, más santo que uno podría imaginar en este mundo. Yo quisiera que evocáramos esa figura materna de la maestra en la vida de Carlos Gaviria. CGD. Mi madre era maestra. Su padre era un abogado empírico, autodidacta, que ejerció el derecho por un tiempo. Viví con mi madre, mi abuela materna y mi abuelo materno, por la circunstancia de que mis padres se separaron. Mi padre abandonó el hogar y se suicidó muy pronto, siendo muy joven, pero esa es otra historia, muy bella y muy humana, por cierto. Entonces mi madre, que se había graduado como maestra jardinera del Colegio María Auxiliadora tuvo que tomar las riendas del hogar. Fue maestra rural y yo creo que desde eso a mí me fascinó la enseñanza. Es muy posible, aunque no lo he analizado racionalmente, que mi pasión por la enseñanza provenga del ejercicio de la pedagogía, de la educación de mi madre que influyó en mí mucho más allá de lo que soy consciente. CVT. No puedo dejar pasar la mención que usted hace —y sigo invitándolo con discreción pero con decisión a entrar en ese mundo suyo— de esa historia bella y humana del suicidio de su padre. CGD. Yo era muy niño. Tenía exactamente siete años cuando supe que mi padre era un periodista empírico que había trabajado en los periódicos El Colombiano y El Pacífico y que estaba en el Valle del Cauca y, además, que había muerto. A mí me pareció sospechosa la forma en que trataban de ocultar la muerte de mi padre porque, se nos decía a mí y a dos hermanas mayores, que mi padre había muerto pero no se nos decía la causa específica de su muerte. Hasta que naturalmente se fue haciendo evidente que algo se ocultaba y que lo que se ocultaba era, al parecer, una conducta que ha sido y sigue siendo considerada vergonzosa todavía en la sociedad colombiana —que yo nunca la consideré así— que es el suicido. Me ha interesado mucho en el suicidio la posibilidad legítima y el derecho que la persona tiene a disponer de su propia vida. Siempre he pensado —incluso este pensamiento lo afiné mucho más cuando estudié mi profesión— que cuando se trata de un derecho el derecho es una opción. Y por tanto que si se tiene el derecho a la vida es porque también se tiene el derecho a la muerte. Y, también, que no es muy difícil desde 68


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el punto de vista jurídico justificar el suicidio, y mucho menos lo es desde una visión filosófica y humanística. Pienso que en torno al suicidio se han tejido muchas fábulas, muchos tabúes, por ejemplo: que el suicida es un cobarde, cosa que yo no juzgo de esa manera; claro, es muy posible que algunas personas incurran en ese acto por cobardía, pero hay muchas otras que no lo hacen por eso sino incluso en un acto de valor, de dignidad, de afirmación del dominio del propio destino, como lo pone de presente Camus en El hombre rebelde; de modo que ese tema, para mí, nunca ha sido tabú y me parece muy pertinente e incluso muy bello que usted me lo suscite como tema de reflexión. CVT. Y lo que despierta en mí su respuesta es gratitud. Con toda seguridad las personas que descubran esta historia irán extendiendo su mente por la generosidad de su palabra y conversación. Qué buena esa mención, tan precisa, a Camus, Carlos, con esa idea tan suya, del derecho a la vida, del carácter sagrado de ella y, al mismo tiempo, del derecho a morir, a tomar opciones, a tomar decisiones; contrario al no derecho a condenar a otro a la muerte, por ejemplo, por violencia, o por la imposición de la pena de muerte. CGD. Correcto. Yo siempre he creído que el peor crimen, y así se ha considerado en todas las legislaciones, es arrebatarle a otro la vida en contra de su voluntad. Pero un crimen de igual naturaleza y categoría es obligarlo a vivir cuando no juzga él que se den las condiciones para hacerlo. Especialmente para seguir viviendo dignamente. Recuerdo alguna vez, hace muchos años, que un profesor de derecho de la Universidad de Antioquia, más o menos en la década de los 60, y estando Jorge Luis Borges en Medellín, en una entrevista en el Hotel Nutibara, dijo que para él las dos grandes figuras de la humanidad eran un par de suicidas, Cristo y Sócrates. Le dijeron: “¿pero cómo así que fueron suicidas?”. Claro, dijo Borges: ambos parecieron muerte voluntaria, ambos murieron porque quisieron. Cristo hubiera podido evitar su muerte por la humanidad y Sócrates hubiera podido evitar beber la cicuta porque el mismo tribunal de los 500 le propuso varias alternativas. Por eso Borges decía que tanto Cristo como Sócrates, en la medida que habían vivido muerte voluntaria, eran dos suicidas. CVT. Hay un rasgo de su palabra, Carlos, que yo califico de autenticidad por una cosa canettiana que comentamos hace un momento: esa idea de que uno no tiene ningún derecho a tener convicciones si no ha tenido vivencias, experiencias en las que esas convicciones se arraiguen. Hace poco hablamos del suicidio, de su concepto, de su visión ante él, anclado en una posición íntima y personal. Apelando a esa unidad entre vivencia y pensamiento, quiero pedirle que evoque para nosotros su infancia, la escuela, el primer ambiente, las penas, los dolores, la felicidad, el descubrimiento, el conocimiento, los primeros amigos, las primeras lecturas. CGD. Fue una infancia un tanto singular. Mi vida preescolar y escolar de los primeros años fue en mi casa. Como mi madre era maestra yo llegué tarde a la escuela. Y llegué tarde porque aprendí a leer rápidamente y mi madre consideraba que no era necesario que asistiera a un establecimiento público donde me iban a enseñar algo que ya yo sabía. 69


Especial Debates

El primer curso que hice fue cuarto de primaria, en un colegio privado de Itagüí que se llamaba el Colegio del Rosario y de ahí pasé a quinto de primaria en la Bolivariana. Allí cursé el resto de mis estudios de secundaria. Pero cuando digo que la experiencia escolar no era la de convivencia con otros niños salvo hasta el nivel cuarto de primaria, es por esto: no solo encontraba en mi madre a la maestra, sino además en mi casa también se vivía un ambiente bastante intelectual. A pesar de ser un hogar pobre y aunque no faltaba nada, había carencias, algunas veces; pero lo que sí había y en abundancia eran libros. Y cuando a mí me preguntan cuál fue el primer libro que leí, hago memoria y creo que fue “Príncipe y mendigo” de Mark Twain. Pero antes de leer este libro, había escuchado la lectura de muchos de ellos; entre otros, recuerdo, El jorobado de Enrique de Lagardère, La panadera de Xavier de Montépin, porque en mi casa existía la costumbre de leer libros en voz alta, en sesiones nocturnas. Tal vez el libro que más me impresionó fue Los miserables de Víctor Hugo. Mi abuelo, este abogado empírico del que le hablé, muy inteligente y con una gran pasión por los libros y la cultura, en esos pocos años que conviví con él, recuerdo muy bien que se levantaba en las mañanas, y cuando se dirigía a la ducha iba siempre recitando en voz alta versos, a menudo de Quevedo, de Lope de Vega, y además recitando párrafos enteros de Víctor Hugo. De manera que mi amor por los libros y la literatura se originó allí.

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CVT. Qué homenaje más hermoso le hace usted a la figura del abuelo materno. Y me hace recordar con un poco de humor que a mis estudiantes de la Universidad cada vez con más frecuencia les exhorto el amor por los abuelos. Pienso que es una línea de fraternidad muy especial porque de algún modo los abuelos logran anteponer los intereses de la educación, la vigilancia, las normas como a cierta afirmación del libre pensamiento, de la libertad, del hacer de acuerdo a lo que uno quiere; los abuelo ya no tienen esa responsabilidad tan en línea directa como los padres. CGD. ¡Cómo no! Y eso que usted únicamente solo me ha oído hablar de mi abuelo materno, porque cuando yo nací ya mi abuelo paterno había muerto, al igual que mi abuela paterna. Mis abuelos maternos, con los que conviví muchos años más, en especial con mi abuela, fueron figuras importantísimas para mí. Si usted me pregunta cuál fue la figura más importante en mi infancia, y tal vez en mi vida, fue mi abuela materna. No le he hablado de ella, la esposa de mi abuelo Fernando, pero era una persona excepcional, una persona de primeras letras, con un talento, con una intuición, con una capacidad incluso para versificar, con una ironía vital, con una facultad de análisis poco común; además con una generosidad, con un amor para sus nietos extraordinario. Yo creo que el personaje de mi vida ha sido mi abuela materna. CVT. Yo quedo agradecido, Carlos, porque a la hora de hacer la genealogía de las almas y de la nobleza de los pueblos, esa línea de los abuelos hay que reivindicarla en la historia de los individuos, pero también en la historia colectiva. Hay una cosa que a mí me cautiva —perdón la palabra, Carlos, la empleo a sabiendas de su personalidad— y es su capacidad de acción intuitiva e inmediata ante la injusticia, y quisiera entonces saber desde ese punto de vista cuál es el primer recuerdo de una reacción por injusticia que usted haya contemplado, que le haya hecho tomar conciencia del carácter desigual, terrible, desequilibrado de la relación entre los hombres y de la necesidad de introducir una especie de antídoto contra la crueldad. CGD. ¡Qué pregunta tan importante!, Carlos. También me obliga a remontarme a mi infancia y a recordar cosas. Y ahora cuando usted me dice de una manera tan bella que le parece cautivante la capacidad que yo tengo para reaccionar ante la injusticia, debo decirle esto: usted me lo atribuye como un mérito pero no es un mérito, porque en mí es una reacción instintiva, y uno no es dueño de sus instintos. Uno no controla las reacciones instintivas. Por tanto, no es que esa actitud yo la haya cultivado, al menos no totalmente, porque en mí se daba de una manera original. Y cuando usted me hace esta pregunta, creo que la respuesta más acertada que le puedo dar es esta: mis primeras reacciones de indignación, de dolor, de molestia grande, de ira frente a la injusticia era cuando niños vecinos eran castigados. Recibían correazos, golpes, y lloraban, y el padre o la madre los seguían azotando aún más fuerte; yo, ahí, sentía una indignación que superaba mi capacidad de control. Yo pienso que en esos episodios de los padres azotando a los niños, al niño débil, está el embrión de todo el carácter abrumador del poder que ejerce quien lo tiene, en especial contra el débil, contra el que no 71


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lo tiene. Yo creo que esa es ya la prefiguración de lo que ocurre luego en el Estado, especialmente en los estados totalitarios. Yo quedé muy frustrado con la Corte Constitucional cuando fui magistrado y propuse una sentencia que fue derrotada por un voto. Obtuvimos cuatro votos por el sí y cinco por el no. Infortunadamente un magistrado que se había manifestado a favor de la sentencia finalmente desistió y fuimos derrotados y era una ponencia en la que yo proponía que se declarara inconstitucional el castigo a los niños. Era una ponencia con mucho fundamento. Porque me parece que la Constitución de 1991 establece en los artículos 46 y siguientes que las relaciones familiares deben estar absolutamente libres de violencia y que éstas, en su composición, deben ser relaciones simétricas, iguales, donde no puede haber espacio para este tipo de actos. Naturalmente que mis compañeros de sala, algunos de los que no compartieron la sentencia, argüían que allí no quedaba el castigo; desde luego: el castigo es una forma de violencia por más que se le trate de morigerar la presentación. Cuando un niño comete una falta y es castigado, naturalmente hay violencia. ¿Cómo hay que educar a los niños, a los hijos? Es un problema que surge de allí, de episodios de ese tipo. Ese tema nos daría para otra conversación extensa que tuviera como objetivo esa visión de la crianza. Igual lo que yo he percibido que se hace es que ordinariamente se sustituye el proceso educativo, que siempre es más penoso, más demandante hacia los padres de familia pero mucho más eficaz, por el castigo que produce efectos inmediatos, pero que para mí, indiferente de eso, sigue siendo irritante, indignante y completamente contrario a lo que es la concepción de la dignidad humana. CVT. Elías Canetti habla de lo importante que sería que el poder, en lugar de estar obsesionado con la prohibición y el castigo, se aplicara a ser preventivo, y emplea la palabra prevención con la convicción de que él debería potenciar esa capacidad de predecir el futuro, de anticiparse un poco, de ser paliativo y evitar males mayores. La prohibición siempre es una reacción; mientras que la prevención es la capacidad de crear condiciones de visión tales que podamos evitarnos cosas pueriles, innecesarias y terribles. Yo quiero entrar con usted, Carlos Gaviria, en el tema de su pasión por el derecho. CGD. Pero quiero decir algo antes. A mí me parece que esa concepción tan bella que usted expone sobre el poder es también utópica. En el sentido que yo desearía que las cosas fueran así, pero descreo que puedan ser así. Creo que donde hay poder hay prohibición. Que la primera manifestación del poder es justamente la prohibición. Por eso le decía al comienzo que a pesar de que yo he estado en la actividad política y desde luego la actividad política se desarrolla entorno a la búsqueda del poder, yo no he tenido ninguna vocación por el poder, y he visto más en el poder un fenómeno desechable, un fenómeno que ojalá pudiera desaparecer. Para mí el poder no constituye un atractivo. Para una persona que tenga una educación similar el poder tiene que ser visto de la misma manera, más como un mal necesario y, naturalmente, cuando se trata de paliar todas las dificultades o todos los aspectos odiosos que el poder trae, lo estamos desvirtuando; por tanto sería muy bella esa posibilidad del poder meramente preventivo, pero descreo, yo creo que la manifes72


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tación originaria y casi necesaria del poder es la prohibición. CVT. Eso me da pié, con la debida prudencia en el manejo de los argumentos a los que usted me invita, que considero sano y rico introducir un siguiente aspecto, y es lo referente a su amor por el derecho, por el carácter virtuoso de la ley, el asunto de que la ley más que prohibir encamina positivamente posibilidades de desarrollo, por ejemplo, de formas nobles de convivencia, el estímulo de lo bueno, lo bello y lo verdadero. CGD. Esa ley de la que usted me habla es la única ley noble y digna que conozco. Esas normas que son consentidas, que son convenidas y por lo tanto autónomas. Yo pienso que la única forma de la normatividad digna es la autonomía. Que la propia persona elige las normas que han de regir su conducta. Fíjese usted que pensar esas circunstancias hasta sus últimas consecuencias nos lleva es a la democracia. Porque justamente la democracia se trata de que la comunidad elija, ella misma, las normas que han de regirla y que no sea un factor o un hecho externo el que vaya a regir la vida de dicha comunidad. Hay dos pensadores modernos que están muy próximos el uno al otro y que yo creo que no se puede pensar el uno sin el otro, que son Rousseau y Kant. Rousseau piensa en la democracia a partir de una pregunta que a mí me parece maravillosa, y es esta: ¿cómo es posible obedecer sin perder la dignidad? Porque cuando uno obedece tiene la sensación de que la dignidad disminuye; pero él mismo da una respuesta magistral: “Cuando las leyes que yo obedezco son las leyes que yo he hecho”. Y de allí es donde va a extraer su concepto de interés común y voluntad general. Luego Kant dice que el carácter autónomo le confiere a la normatividad moral su esencia, en

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el sentido de que la norma solo vale para mí en la medida en que mi conciencia la acepta como tal y la desea para los demás miembros de la comunidad universal. CVT. Está ese asunto que usted invoca con un magisterio inocultable en todas sus intervenciones, en sus escritos: el de los derechos del hombre, el de los derechos fundamentales. Hay una frase que a mí siempre me encanta evocar, que es del poeta francés Charles Baudelaire, quien decía que él agregaría, en esa declaración de los derechos del hombre, otros dos: el derecho a contradecirse y el derecho a marcharse… CGD. ¡Qué bello! ¿Dónde dice eso Baudelaire para leerlo? CVT. Muy seguramente en los ensayos sobre Edgar Allan Poe. CGD. ¡Qué lindo, qué lindo! Bellísimo. CVT. Son derechos que casi nunca se reconocen. Como si uno tuviera que ser coherente siempre consigo mismo, unilateral, y privarse de esa riqueza que genera el espíritu de la contradicción. CGD. Claro que si eso hiciera parte de la tabla de los derechos del hombre en Colombia muchísima gente lo invocaría permanentemente. CVT. Qué sentido del humor el suyo, Carlos. Y muy cierta la acotación. Esas son las contradicciones que están fundadas más sobre intereses personales que en la capacidad del alma para estarse trasformando. CGD. Exactamente. Estamos pensando lo mismo. CVT. Doctor Gaviria, hablemos de su amor por los derechos fundamentales del ser humano. Usted ha sido —y no es asunto de elogiarlo vanamente— un adalid de los derechos fundamentales en el país. Ahora nos relató un momento precioso de su presencia en la Corte Constitucional, que es una de las instituciones más queridas y necesarias del país, y en buena hora creada por la Constitución del 91. Entonces, siguiendo esa línea personal que usted ha manejado con respecto a este asunto, le pregunto: ¿cómo es esa concepción suya, actual de los derechos fundamentales? ¿Qué derechos agregaría usted? Hay un capítulo precioso en estos derechos que es el de los niños, tan ignorados y vejados tradicionalmente. CGD. Sí, justamente una de las cosas más importantes de un fenómeno del que yo he hablado mucho últimamente, que es el nuevo constitucionalismo latinoamericano, es que se nos ha revelado una tabla de derechos que era ignorada. Y cuando digo que se nos ha revelado hablo posiblemente de una manera impropia, porque no es que los derechos se nos revelen. Yo creo que el racionalismo del siglo XVIII llegó a presentar los derechos del hombre y del ciudadano como verdades eternas, universales, más o menos del mismo rango del Teorema de Pitágoras y de las demás verdades matemáticas, pero yo lo que creo es que los derechos obedecen a necesidades, a contingencias históricas que en la medida en que pasa el tiempo y se hace historia, se incrementan los anhelos de la humanidad, se incrementan las necesidades, los deseos; entonces la tabla de derechos se va aumentando, y de esa manera los derechos quedan incardinados en la historia y no sometidos a una le74


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galidad distinta como la legalidad matemática. Por eso pienso que los derechos apuntan hacia algo, hacia la plenitud de la persona, que la persona pueda vivir y ser lo que es plenamente, como individuo. Aunque es difícil pensarlo como individuo, porque el ser humano es un ser sociable que siempre estará con el otro, y por eso mismo yo prefiero hablar de personas, que es ya el individuo en la sociedad y no aislado, y cómo la persona mantiene su propio hábito a pesar de vivir en un medio social como en el que vive, y gracias a esto, también, cómo se van percibiendo nuevas necesidades, anhelos cada vez mayores y esos anhelos se van plasmando en nuevos derechos. Esto es lo que ha llevado a hablar de derechos de primera, de segunda y de tercera generación. Y yo prefiero hablar de esa manera, pero aclaro antes que esta terminología no es mía sino que se la leí a Angelo Papacchini, un profesor de filosofía de la Universidad del Valle, en un libro muy bello que se llama “Los derechos humanos un desafío a la violencia”. Papacchini habla de una terminología que yo he adoptado, citándolo a él, desde luego, y es la que dice que no se trata de derechos de primera, segunda y tercera generación que darían lugar a una jerarquización, a unos derechos de mayor jerarquía y menor jerarquía, sino más bien a derechos que son propios de distintos paradigmas de la dignidad humana; como quien dice, si en 1789 uno preguntaba cuál debe ser el tratamiento que la persona reciba para que ese tratamiento sea acorde con su dignidad, se respondería: la libertad de pensamiento, la libertad de locomoción, la libertad de religión, el debido proceso, etcétera, pero en ese momento eso sería completamente insatisfactorio, porque es posible que a una persona se le reconozca esos derechos y esas libertades y sin embargo que el trato que se acuerde para ella no sea un trato digno. Cuando el Estado permite que haya personas que no tengan un techo donde guarecerse, que no tengan un alimento qué tomar en el día, no está acordando un trato digno para la persona; y por tanto, estos derechos económicos, sociales, culturales, o nuevos como el derecho al ocio, el derecho a disfrutar del tiempo libre, y que más que disfrutar del tiempo libre es tener tiempo para disfrutar cosas liberados del yugo del trabajo, porque el trabajo es y será siempre en gran medida un yugo. Yo lo veo así mucho más que como le muestran a uno en una sociedad como la antioqueña donde el trabajo enaltece, dignifica; esos son estímulos, claro, porque el trabajo es necesario, pero yo creo que un derecho muy bello es el derecho al ocio, de hacer en ese tiempo lo que me venga en gana, lo que más me satisfaga, lo que más me gratifique; entonces estos nuevos derechos corresponden a un nuevo concepto mucho más ampliado, mucho más comprensivo, mucho más generoso de lo que es la dignidad humana. CVT. Yo de buena gana celebraría la inclusión de ese derecho, incluso empleando esa expresión cruda y agresiva: el derecho a perder el tiempo. Sobre esa idea preciosa de que el ocio no es tanto un espíritu acumulativo de riqueza o un camino hacia el éxito, sino la idea del juego, la vida como juego, la vida como apuesta, el riesgo, la aventura, el homo ludens. CGD. Robert Louis Stevenson tiene un ensayito pequeño y bellísimo llamado “Apología del ocio”, y que va exactamente en esa misma direc75


ción. Es curioso que cuando uno ha acumulado tantas lecturas en la vida muchas veces no sabe cuándo está citando o cuándo está repitiendo lo que otro dijo o cuándo se le está ocurriendo un pensamiento propio. Pero en este momento recuerdo ese ensayito de Stevenson. CVT. Hay una cosa que he querido preguntarle, y como hay un clima tal de apertura y al mismo tiempo de penetración y agudeza que crea las condiciones para ello, tiene que ver con el asunto del pueblo, de la palabra pueblo. La valoración que usted tiene de esa palabra. A mí me gusta decir la gente, o a veces el pueblo, y siento que la palabra pueblo, y pienso en una definición de Maurice Blanchot, que es uno de los testigos franceses de Mayo del 68, reivindicaba esta palabra, el hecho de que ahí cabemos todos, sin distingo de clases, de intereses, de formación, de privilegios o de ausencia de privilegios, que el pueblo es lo diverso, lo indistinto, es como la utopía de la igualdad. ¿Qué idea tiene Carlos Gaviria del pueblo? CGD. Muy próxima a lo que usted ha dicho. Pero como me propone que haga una distinción del pueblo y la gente, yo prefiero hablar del pueblo y no de la gente. Porque cuando hablo del pueblo hablo de una comunidad, y cuando digo una comunidad quiero decir un mundo de gente pero constituyendo una comunidad. Pienso que Rousseau utilizó en ese sentido la palabra pueblo cuando dijo que en el pueblo radicaba la soberanía, sin distinciones de nacionalidad, de raza o de sexo. Por eso yo tengo del pueblo una cierta idea orgánica; en cambio la gente es un 76


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concepto más inorgánico. José Ortega y Gasset tiene un ensayo que se llama El hombre y la gente; y dice que cuando se habla de la gente se hace así: “eso dice la gente”, o sea como sujeto indeterminado; cuando uno se refiere a pueblo se refiere a algo determinado, más concreto, más unitario. Lo que ocurre es que el término puede ser utilizado en un sentido peyorativo, especialmente por quienes están alejados de una concepción democrática del Estado; entonces cuando se refieren al pueblo se refieren a él de una manera derogatoria, peyorativa. Para mí el pueblo es una unidad, una unidad que se caracteriza precisamente por esto: porque obedece a una misma normatividad autónoma; mientras que la gente es cualquiera, todo lo que no es uno. “¿Quién lo dijo?” “Lo dice por ahí la gente”, responden. De manera que a pesar de que el término gente puede utilizarse en un sentido distinto, yo los distingo el uno del otro. Veo en el pueblo una noción más orgánica que la noción de gente. CVT. Hace rato usted empleó una palabra que a mí me parece completamente sugestiva, que es la palabra indignación. Y que yo vinculo de inmediato a la idea y a la palabra pueblo. Esa idea de la lucidez para levantarse y decir no; la capacidad de resistirse ante lo intolerable; la injusticia, la explotación, la inteligencia de un pueblo para decir no y proponer algo alternativo, hasta imponerlo, si se me permite la palabra. En el sentido del derecho legítimo del pueblo a corregir lo que está mal y a salvarse de lo terrible, lo espantoso que aparece contra el pueblo de muchas maneras. Yo quisiera saber cómo ve usted los rasgos de indignación del pueblo colombiano, es decir, ¿cuál es su manera de entender y captar las virtudes más significativas del pueblo colombiano? CGD. Yo creo esto: lo digo mucho hasta el punto que me vuelvo reiterativo y cantaletoso, cuando digo que el sujeto de la democracia en Colombia está por construirse. Fíjese: el sujeto de la democracia es el pueblo. Con lo cual le estoy diciendo que el pueblo en Colombia está por construirse, que apenas hay un proyecto. Porque el pueblo no puede ser una masa amorfa que es convocada a que vote cada cuatro años, o que realice ciertos actos rituales como propios de una democracia y nada más. Yo estoy pensando en un ensayo bellísimo de Adela Cortina que se llama “Los fundamentos éticos de la democracia”, donde dice precisamente que el sujeto de la democracia debe ser una comunidad conviviente, consciente; cuando yo como sujeto tengo plena conciencia de que mi vecino puede compartir conmigo ideales, necesidades de donde se deduce incluso la idea de solidaridad, lo que a él lo afecte me debe afectar a mí recíprocamente; y que lo que yo haga afecte mi vecino; y entonces de ahí se desprende el cómo debo yo ordenar mi conducta de tal manera que si el vecino va a ser afectado por ella lo sea de una manera positiva y no de una manera negativa. Construir esa comunidad consciente me parece que es el primer reto; y para eso, ¿qué se requiere? Muchas cosas, pero una esencial: educación. Yo pienso que el primer derecho del pueblo en una democracia es la educación. Y esto no es mío, esto lo dijo Benjamin Erhard cuando le formularon la misma pregunta que a Kant: “¿En qué consiste la ilustración?”, y la bella respuesta que dio Kant fue: “La ilustración consiste en salir del estado de inconsciencia, de ignorancia culpable en que se encuentra la persona por no 77


Especial Debates

atreverse a pensar”. Se podría decir que el eslogan es: atrévete a pensar. Benjamin Erhard, que era un jacobino alemán, dijo esto de la ilustración: “Es el primer derecho del pueblo en una democracia”. CVT. Coincidirán todos conmigo que esta conversación, esta palabra de Carlos Gaviria es totalmente coleccionable. Porque a medida que discurre, profundiza, entra con una sapiencia a ratos aforística y con una precisión ejemplar en temas supremamente complejos, pero que tendrían que ser más sencillos que complejos y su palabra en ese sentido da magisterio. Carlos Gaviria, yo soy fan suyo, y qué pena decirlo, pero en nuestra historia ha habido líderes que han participado en la política y en las cosas de lo público con cultivo intelectual y demás, pero yo creo que usted es uno de los poquísimos casos donde hay una confluencia entre ese amor por la sabiduría y el conocimiento, esa reivindicación del derecho a saber, y también de esa idea de abrirse a lo público y estar en relación con los ciudadanos. ¿Qué hizo que usted aspirara legítimamente, como pasa en una democracia, a la prescindencia de este país? CGD. Carlos, lo que sucede es que en su pregunta está aclarado todo. Porque el afán mío por lo público es esto: yo llegué a la política impulsado más por un bien ciudadano que por la ambición de poder. Hay muchos bienes en la vida que yo he deseado, y usted muy bien lo ha señalado: el conocimiento. Para mí la felicidad se cifra en el conocimiento.

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

El poder para mí no ha sido algo que me haya seducido. Llegué como cumpliendo un deber ciudadano. Hubo personas que me persuadieron de que debería entrar en la política. Primero a una lista al Senado de la República, lo que no quería hacer. Y luego que fuera candidato a la presidencia de la República, lo que tampoco quería hacer; hasta el punto que yo he dicho muchas veces medio en broma, pero en el fondo hay un gran sentido de la realidad, cuando me dice “usted es más bien alérgico al poder”, “si son otros los bienes que usted ha apetecido, ¿por qué se metió en la política?”. Y yo me he dicho que debería contestar honestamente: por falta de carácter. Porque mucha gente me convenció de que yo debí estar ahí. Caí en la persuasión de esas personas. Y viví la política de esa manera: como un deber cívico, como un deber ciudadano; si mis conciudadanos me dicen que yo puedo contribuir a que la vida en Colombia sea menos infeliz, yo no puedo negarme a esa solicitud. CVT. Respuesta que acrecienta ese sentimiento de admiración que ya le expresé. Carlos, esa pasión por el conocimiento, que es la más legítima (en Aristóteles ya está planteada: el derecho a saber es el más verdadero y más gratificante, el que nunca lo decepciona a uno) sigue vigente en usted y en constante crecimiento. Elías Canetti lo dice de una manera hermosa: quien cree en realidad que las grandes preguntas neurálgicas llegan después que uno ha perdido la impaciencia y es capaz de esperar lo suficiente para enfrentarse a ellas. ¿Cuáles son en Carlos Gaviria los enigmas y las preguntas de hoy? CGD. No es fácil responder esa pregunta. Pero todos esos enigmas tienen que ver con el sujeto: en qué consiste la felicidad, cómo logra una persona conseguir la felicidad. Para qué sirve el conocimiento —si es que siquiera es legítimamente la pregunta de si el conocimiento debe servir para algo—. Yo quiero decirle lo siguiente: el personaje mío de la historia es Sócrates. Y me parece que la pasión de Sócrates es una pasión que yo comparto. La pasión de Sócrates se desdoblaba de esta manera: la pasión por la claridad, que es la pasión por el conocimiento. Cuando uno quiere conocer algo es que quiere verlo claro, es que quiere descifrar ese enigma que no está resuelto. La otra es la integridad. La integridad consiste en que la persona construya una unidad que no esté desvertebrada. Esto me parece brillante, y por eso considero a Sócrates el primer humanista de la historia. CVT. Queda claro de esta conversación, Carlos Gaviria, que la relación con los abuelos está marcada por la gratitud, y como dije: hay en sus palabras una expresión de gratitud para esos cimientos esenciales de su ser que fueron sus abuelos, sus nietos. ¿Quisiera saber cómo es Carlos Gaviria como abuelo? CGD. Los nietos me han hecho muy feliz. Tengo seis nietos varones y lo que más me gustaría ahora sería tener una nieta, una niña. Yo no tengo ninguna dificultad en revelarle mis debilidades: soy muy tierno. CVT. Tierno, elogio de la ternura. A mi ver, la ternura, después de compartir esta conversación con Carlos Gaviria, el antídoto contra el poder, porque el poder no es tierno. Muchas gracias, doctor Carlos Gaviria. CGD. Muchas gracias a usted, Carlos. 79


Especial Debates

“La universidad ha sido un centro de convergencias y divergencias”*

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rofesor Carlos Gaviria Díaz, ¿cuáles fueron las razones primordiales por las que se fundó la Universidad de Antioquia?

—Yo creo que se percibía la necesidad de fundar un instituto de altos estudios. Claro que sobre la fundación hay todavía una polémica acerca de si fue en 1803 o fue el General Santander durante su gobierno, pero independientemente de esa circunstancia, en uno y otro caso, esa era la percepción que se tenía. ¿Qué representa la Universidad de Antioquia para el país? —Es un tanto difícil responder de una manera ecuánime por uno estar tan vinculado a la Universidad. Yo personalmente nunca me he sentido desvinculado y por tanto hay un sesgo en la opinión. La Universidad de Antioquia es sin duda alguna, desde mi perspectiva, el centro de cultura más importante de una inmensa zona del país. ¿Cuáles son las características que la diferencian de otras instituciones educativas?

—Yo pienso que fundamentalmente la pluralidad. La Universidad está muy a tono con la Constitución de 1991, le tocó atravesar por muchas épocas de hegemonía liberal o conservadora, de sectarismo, y a pesar de que necesariamente fue permeada por los vientos que prevalecían en el país, se supo mantener como un instituto con vocación científica, con vocación por la cultura, más allá de esas rencillas partidistas que no dejan de afectar a un instituto como la universidad. 80


CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

¿Cuáles son las razones a las que la Universidad debe su vigencia? —En las respuestas anteriores hay elementos que dan cuenta de esa vigencia. Creo que se ha ido consolidando en el campo de la investigación, en el campo de la docencia y de la extensión, que la hacen, de lejos, el instituto más importante de la región. ¿Qué debe conocer todo ciudadano acerca de la Universidad? —Yo creo que debe conocer su origen, las circunstancias históricas que prevalecían en ese origen, y lo que ha sido la Universidad a través del tiempo, qué es lo que la Universidad ha preservado, por qué se ha mantenido como un instituto de gran significación en una zona muy amplia del país, y yo diría que en todo el país. Mirando hacia el futuro, ¿cuál es la característica que garantiza la continuidad de la institución? —Creo que la Universidad de Antioquia tiene un espíritu grande de proyección al futuro, por una

razón: es una universidad autocrítica, ella misma se critica, hace un balance permanente de qué es lo que falta. Ha empezado a distinguirse, por ejemplo, en un campo en el que hubo un receso por un tiempo como es la investigación, hasta llegar por un tiempo a ser el primer centro investigativo del país, y en este momento la investigación tiene una gran importancia. Y teniendo gran importancia la investigación, no ha olvidado la docencia que es uno de sus fines. Ud. ha dicho que la Universidad ha sido un gran centro de convergencia de las distintas ideologías. —La Universidad ha sido un centro de convergencias y divergencias. Porque, naturalmente, cuando se habla de que aquí convergieron liberales y conservadores, partidarios de la corona e independentistas, etc., no era porque abandonaran sus creencias los unos en beneficio de los otros, sino porque esas polémicas, esas controversias se mantenían vivas y la Universidad las avivaba, porque uno de sus fines es eso: ser centro de controversia civilizada, estar permanentemente en el centro de las discusiones y de las polémicas del momento. 81


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¿De qué manera la revolución de los estudiantes de Córdoba (Argentina) en 1919 influyó en los movimientos profesorales y estudiantiles de la época? —Creo que la Revolución de Córdoba —que fue una verdadera revolución— influyó en toda la filosofía universitaria del continente porque empezaron a agitarse con mucho vigor las ideas de autonomía universitaria y esas ideas no solo no han periclitado sino que se renuevan permanentemente. Córdoba es un punto de referencia obligado siempre que se piensa, se reflexiona, sobre la universidad en general, en todo el continente. ¿Cuáles fueron las características principales de la masificación universitaria cuando se abrió a distintos sectores sociales y dejó de ser para las élites? —Hay una paradoja muy bella en esto: uno de los propulsores más importantes de la masificación de la universidad fue Ignacio Vélez Escobar, un hombre de mentalidad elitista, de mentalidad conservadora —y con eso no quiero desconceptuarlo, ni mucho menos—, pero con una mentalidad simultáneamente moderna. Creo que fue un buen representante de lo que ha sido Antioquia, un departamento muy apegado a las tradiciones y en ese sentido muy conservador, pero, simultáneamente, la zona industrial más importante del país. De manera que hacer compatibles dos tendencias que parecen irreconciliables ha sido una característica. La masificación de la Universidad, que, desde luego, tuvo también efectos negativos, fue sumamente importante porque era el sentido de la democratización de la Universidad para que hubiera acceso de más personas de las clases menos favorecidas a un instituto como la Universidad de Antioquia. A propósito de Ignacio Vélez, ¿cuál fue el contexto en el que vivía la recién abierta ciudad universitaria? —Fue uno de los momentos más importantes de la Universidad y de las polémicas más vigorosas que se dieron porque había un rechazo a todo lo que fuera norteamericanización y es un hecho que el campus obedece a una concepción de la universidad norteamericana. Este mismo campus tan bello pertenece a esa concepción: no más facultades aisladas, la universidad es ante todo una sola, un centro de enseñanza, de investigación, de encuentros ideológicos. Hubo un cambio rotundo al pasar de que los estudiantes y profesores de Derecho se comunicaran úni82

camente entre sí, cuando la Facultad estaba situada en Ayacucho con Girardot [hoy calle 49 (Ayacucho) por carrea 43 (Girardot), en el centro, de Medellín] a llegar al campus donde alternaban con estudiantes y profesores de filosofía, de antropología, de ingenierías o de matemáticas, etc. fue un momento de vigorización extraordinario. Volviendo a las paradojas, tuve muchos deseos de hablar con el doctor Vélez Escobar en una época bastante posterior a la inauguración del campus, para preguntarle qué pensaba de una especie de contradicción que se dio en su vida y en su pensamiento, porque en sus últimos años pensaba que lo mejor era que se volviera a las facultades aisladas. Justamente porque tenía una mentalidad conservadora, se dio cuenta de que esta reunión de profesores y estudiantes procedentes de distintas disciplinas y portadores de distintas ideologías iba en contravía de lo que él pensaba. Era una persona contradictoria en ese sentido. Recuerdo que el doctor Ignacio Vélez era enemigo completo de que en la Universidad hubiera una marcación del territorio y, por tanto, que hubiera una verja que separara a la Universidad de la ciudad. Una concepción muy bella: que la Universidad esté integrada a la ciudad y que cualquier ciudadano pueda ingresar a la Universidad. La práctica demostró que eso era imposible, infortunadamente. Él fue ideólogo de reformas muy importantes que posiblemente se volvieron incluso en contra de su pensamiento. Al poco tiempo de inaugurada la ciudad universitaria ocurrieron dos hechos trágicos: el incendio del tercer piso del bloque administrativo y la muerte de Luis Fernando Barrientos. ¿Cree que ese fue el punto de partida para esos polémicos “años rojos”? —Ese fue, pero hubiera podido ser otro. Era un momento de ideologización profunda de la Universidad y de un enfrentamiento grande de los sectores más democráticos de la Universidad con las directivas. En ese momento el rector era el doctor Luis Fernando Duque y había un enfrentamiento grande de la Asociación de Profesores y del Consejo Superior Estudiantil con las directivas universitarias, que eran bastante autoritarias y bastante conservadoras. Había un choque tan radical que en el momento en que ocurrió la muerte del estudiante Fernando Barrientos se dio un conflicto de unas proporciones inconmensurables, con consecuencias realmente deplorables. Yo era presidente de la Asociación de


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Profesores y expedí un comunicado donde lamentaba el incendio del edificio de la Universidad, donde ponía de relieve y le daba más importancia a la muerte del estudiante. Y eso me lo cobraron diciendo que yo había hecho la apología del delito, cuando está lejos de mí hacer eso. Pero posiblemente sí puse demasiada tinta en resaltarla. * En la preparación de un video con la historia de la Universidad de Antioquia, el maestro Carlos Gaviria Díaz en 2014 respondió al realizador Juan David Zuluaga el siguiente cuestionario

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Si hoy la sociedad colombiana es un poco más abierta y tolerante, se lo debe en buena medida a las acciones y al testimonio de Carlos Gaviria Díaz*

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uenos días, querida comunidad académica de la Universidad de Antioquia, queridos amigos y amigas.

Saludo con entrañable afecto a María Cristina, a sus hijos Natalia, Ximena, Ana Cristina y Juan Carlos y a mis queridas Liliam y Alba, hermanas de Carlos, así como a sus nietos y demás familiares, a quienes hoy me une un sentimiento mezclado de tristeza, admiración y de profunda comunión familiar!

Por Horacio Arango Arango, S. J.

Me siento muy honrado por haber recibido de María Cristina y sus hijos el encargo de pronunciar unas palabras en homenaje a nuestro querido Carlos, ante ustedes que son sus amigos, discípulos o familiares. Lo acepté con respeto, porque sé que muchos de ustedes tendrían más méritos para hablar en este momento; pero lo asumo con una inmensa alegría, pues es la oportunidad de dar testimonio de los años de amistad que me regaló este hombre formidable y del conocimiento íntimo que me ofreció en la amena sencillez de su conversación. Carlos y yo tenemos un parentesco de esos que se sabe que

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existen en el árbol genealógico, pero que solo se convierten en una relación efectiva cuando se dan las circunstancias apropiadas. Yo sabía que Carlos era nieto de una hermana de mis abuelos y sabía que tenía una relación cercana con la casa de mi abuelo paterno; pero pasaron muchos años antes de que yo pudiera cruzar una palabra con él. Conocí, pues, a este primo en el año 93, cuando ya era magistrado de la Corte Constitucional. Yo dirigía el Programa por la paz que adelantaba la Compañía de Jesús en Colombia y en cierta ocasión le pedí a este magistrado reconocido por su tenacidad en la defensa de los derechos humanos, que dictara una conferencia en uno de nuestros eventos. Ese encuentro fortuito marcó el inicio de una amistad profunda que hoy me sigue regocijando. Me visitaba con frecuencia allá en los sitios en donde yo realizaba mis tareas y misiones. En algunas ocasiones María Cristina solía esperarlo en el carro con amorosa paciencia, mientras nuestros encuentros se extendían. Conversábamos sobre la familia algunas veces, pero sobre todo intercambiábamos nuestras apreciaciones acerca de la realidad nacional, especialmente sobre aquellas coyunturas densas por las que ha atravesado la sociedad colombiana y de las que hemos sido testigos y protagonistas en las últimas décadas. Él no tenía reparos en llegar a la Curia Provincial de los jesuitas o en visitar el Centro de Fe y Culturas o el Colegio San Ignacio para sostener conmigo esos diálogos que él llenaba de erudición y calidez. Encontrábamos que los dos teníamos una profunda comunión de propósitos, él desde el horizonte humanista, jurídico y político, y yo desde mi opción de fe. Nos uníamos en nuestras preocupaciones por la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos y en nuestra opción radical por defender la igual dignidad de todos los seres humanos, sin excepción. En esas conversaciones descubría en Carlos un ser humano extraordinario, respetuoso del pensamiento diferente, honesto, celoso de las libertades civiles, apasionado por la defensa de la vida en su máxima hondura.

Era

bienintencionado en todo lo que emprendía. Era un demócrata radical y por convicción, muy crítico frente a todos los fanatismos políticos o religiosos. Y hacía gala de una libertad admirable, que no hipotecaba a los comentarios o expectativas de los demás.

En aquellos diálogos afloraba su profundo sentido de la vida junto a su sensibilidad por los valores más elevados del ser humano: la pasión por la verdad, el arte, la libertad, la democracia, la justicia, la paz... Me consta que él mismo se empeñaba por encarnar esos valores. Tenía una preocupación constante por ser fiel a la verdad, ligada a su honestidad personal y a una pulcritud y rectitud a toda prueba. Era bienintencionado en todo lo que emprendía. Era un demócrata radical y por convicción, muy crítico frente a todos los fanatismos políticos o religiosos. Y hacía gala de una libertad admirable, que no hipotecaba a los comentarios o expectativas de los demás. Siempre me llamó la atención su altísima valoración de la amistad y de la familia. Sabía cultivar las amistades con una solidez y seriedad inusitadas, entregándose de lleno en la conversación, como si cada uno de sus amigos fuera el único. 85


Especial Debates

No faltaban sus visitas o llamadas ni sus regalos en las fechas especiales, sin importar dónde estuviera, y cuando algún familiar estaba enfermo Carlos era de los primeros en llamar a preguntar por su salud o expresar su solidaridad. Me admiró siempre la calidez de la relación que tenía con su esposa, sus hijos, sus nietos y sus hermanas. Me impactaba de Carlos la inexpugnable coherencia entre sus ideas y sus acciones, entre sus principios personales y sus posiciones políticas, entre su vida privada y sus luchas en la esfera pública. Su amor por la libertad y la dignidad humana puede verse reflejado incluso en sentencias tan polémicas como la que admitió la eutanasia y la que despenalizó la dosis mínima.

Su

amor por la libertad y la dignidad humana puede verse reflejado incluso en sentencias tan polémicas como la que admitió la eutanasia y la que despenalizó la dosis mínima.

Su altísima valoración de la democracia lo motivó a hacer sacrificios ingentes. Por ejemplo, cuando tomó la difícil decisión de lanzar su candidatura a las elecciones presidenciales de 2006 —asunto del que conversamos largamente— no lo hizo porque predominara en él la vena política o el interés personal, sino porque se sentía impelido a prestarle un servicio a la democracia y al estado social de derecho, y puedo afirmar, porque fui testigo de ello, que su permanencia al frente del Polo Democrático en tiempos de gran turbulencia política fue una expresión de su fidelidad a los valores democráticos. En nuestras conversaciones hablábamos, con los pies en la tierra, de la sociedad posible que buscábamos, en la que la centralidad del bien común y el respeto por la verdad fueran sus principios rectores. En esos diálogos pude constatar cuánto le dolía la corrupción del país y cómo lamentaba la deshumanización que veía crecer en la sociedad occidental al dejar que el mercado se convirtiera en la estructura determinante de las relaciones sociales. Por eso, luchó por todos los medios posibles como profesor, intelectual, magistrado y político, por humanizar esta sociedad enfrentándose a las condiciones generadoras de inequidad y exclusión, que eran, a nuestro juicio, el peor veneno para la democracia. Hoy siento que mis conversaciones con este ser humano extraordinario abrían mi propio horizonte religioso, me enseñaban que podía convivir con posiciones distintas enriqueciéndome de ellas, me llenaban de esperanza y me convencían de que vale la pena seguir luchando, pues una tierra en la que florecen hombres como Carlos Gaviria aún tiene reservas para cultivar un futuro en el que todos puedan vivir con conciencia su propia dignidad. Cuando pienso en el legado que nos deja Carlos no puedo dejar de sentirme honrado de haber sido su pariente pero especialmente su amigo. Como magistrado, él le mostró al país cuál era el lugar que debía ocupar la Corte Constitucional y cuál tendría que ser su altura ética (altura que hoy le exigimos recuperar). Desde allí, con la finura de sus sentencias, contribuyó a que la Constitución Política de 1991 fuera pasando de ser un texto valioso a convertirse en la carta de navegación que rija nuestras prácticas como sociedad.

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

Viendo la manera como él actuaba podemos formarnos una idea de cómo debería ser la justicia en Colombia: puesta al servicio de la verdad, la inclusión y la equidad. Como senador, candidato y dirigente político, él nos deja una seria interpelación sobre el modo de hacer política en nuestro contexto, mostrando que se pueden desarrollar y proponer campañas con base en las ideas y la controversia respetuosa en lugar de recurrir a los ataques personales y a la descalificación del oponente. Si hoy la sociedad colombiana es un poco más abierta y tolerante, se lo debe en buena medida a las acciones y al testimonio de Carlos Gaviria Díaz, quien, desde su absoluto respeto por la igual dignidad de todo ser humano y con su amor por el derecho y la Constitución, fue uno de los grandes modernizadores de nuestro país. Por eso, hoy imagino a Carlos como un sembrador, que fue plantando su buena simiente a cada paso, como esposo y padre, en los corazones de María Cristina, sus hijos y nietos y en su grupo familiar más cercano; como maestro, en las mentes de sus alumnos; como magistrado, en el horizonte que deja abierto con su jurisprudencia de profundo contenido democrático; como intelectual y político, en todos los colombianos que fuimos testigos de su honestidad y perseverancia. Y la semilla que sembraba no era de plantas rastreras sino de árboles frondosos, de esos cuyo tiempo se mide en décadas y en siglos; por eso Carlos sabía que no le tocaría a él ver el bosque verdeante, sabía que entregaba su vida a una misión mucho mayor que él: el cometido de construir una sociedad más humana, justa y pacífica, en la que cada ser humano pudiera desplegar la altura de su dignidad y por ende de su libertad. Ahora, nos corresponde a nosotros cultivar esa semilla que dejó plantada. Honrar su memoria será seguir haciendo que en nuestras tareas cotidianas, en nuestras relaciones y en nuestro compromiso con esta sociedad, brillen los valores y principios que Carlos nos legó. Que la memoria de Carlos Gaviria, como la posta que un atleta entrega al otro, siga uniéndonos como familia y como país en torno a los nobles propósitos a los que él dedicó su vida.

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omo magistrado, él le mostró al país cuál era el lugar que debía ocupar la Corte Constitucional y cuál tendría que ser su altura ética (altura que hoy le exigimos recuperar)

*“Homenaje a la memoria de Carlos Gaviria Díaz”, es el título original de la intervención del sacerdote jesuita en el tributo que los familiares, amigos y universitarios le tributaron al maestro en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia el 10 de abril de 2015.

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Especial Debates

Por William Fredy Pérez Toro

Tiempo Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio... Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana... J. Cortazar (El Perseguidor)

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asa mucho esto cuando la noticia nos causa impacto. Un flash. En cinco minutos, un montón de historias; en una hora, la vida.

“El viejo Gaviria acaba de morir”, decía el mensaje de texto… Así que inmediatamente nos estaba presentando a Clemencia, la profesora que sería su relevo en el curso de Introducción al derecho. Tiene buen ojo para sus legatarios. De hecho hay otros discípulos suyos por ahí. Hay que oírlos o leerlos para confirmarlo: tiene talento para eso. Además aprovecha plenamente una época en la que la excelencia de esos relevos no se acredita todavía con un certificado de segunda lengua o no se mide con baremos diseñados por empresas multinacionales. Y eso que él mismo se ha batido recientemente por la modernización de los estudios jurídicos, por la búsqueda de la excelencia en los procesos de enseñanza y aprendizaje del derecho. Pero es una cosa menos simple que la institucionalización de esos trucos. Hace cinco minutos que “acaba de morir”, y sin embargo desfiló ya su explicación de las explicaciones de Don José Ortega y Gasset sobre las dos grandes metáforas. Siete minutos, y seguimos asustados con las conclusiones del maestro sobre las conclusiones de Alf N. C. Ross con respecto a la cercanía estructural de nuestras normas jurídicas y la situación “tû-tû” del “primitivo” pueblo Aisat-naf. Diez minutos, y ya estamos llenos de alcohol en el barcito de la señora Ofelia repasando las diferencias entre los diez mandamientos y las doce tablas; tratando de

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CARLOS GAVIRIA DÍAZ in memoriam

establecer la distancia entre una banda de ladrones y el Estado; esforzándonos por entender el sentido del reproche solo en la plena libertad para la transgresión; procurando mantener nuestras verdades en medio del susto relativista con el que salimos de la clase del viejo Gaviria. Veinte minutos, y todo está consumado. Hans Kelsen no solo valía la pena, sino que era El jurista. No porque hacía un derecho puro, sino porque trataba de depurar la teoría del derecho. Pero había que leerlo, saber qué pensó y contra qué “cosa” lo hizo. ¡De oídas no, sin leer no existe la menor posibilidad!, dijo el maestro veinticinco minutos después de que “acaba de morir”, y abandonó molesto, muy molesto, el salón de clase. Habrá algún caso, pero por lo que vemos es francamente imposible persuadirlo con divagaciones o habiendo leído apenas el “sumario”. Treinta minutos desde que “acaba de morir”, y ya salimos de la primera sesión de su otro curso, Filosofía del derecho. Desconcertados con la fascinación del maestro con Rudolf F. A. Laun, quien remitía el derecho a la moral. Como una regresión. Pero después un paseo por las huellas de la primera guerra mundial, por el contexto terrible de aquella “idea bella” del rector de la universidad de Hamburgo. Y un minuto más tarde, de memoria repite el poema del cuarto elemento de Borges, y nos bañamos también nosotros en el Ganges; nos enganchamos con una línea de Umberto Eco, y otra vez a temblar nuestras pobres verdades. Treinta y cinco minutos hace de la noticia de su muerte, y ya leemos a los Carrió, Cossio y Nino de su Argentina. Pero treinta segundos después, estamos seducidos por los “amenazantes” realistas jurídicos norteamericanos y escandinavos. Cuarenta

minutos, y vuelven la justicia, la moral y la ética. Pero ahora Herbert L. A. Hart se ha dado a la tarea de reordenar todo eso. Cuarenta y dos minutos hace que “el viejo Gaviria acaba de morir”. Es sorprendente lo que logran las palabras de un juez en un país tan injusto. Se siente como una primaverita al fin cuando él, tan activista como los demás, prescinde del simple argumento de autoridad y dice por qué sentencia lo que sentencia. Cuando él, tan militante como los de antes, lo hace ahora en favor de lo que es “indecidible” aún para las mayorías coyunturales. Cuando este magistrado, tan político como sus colegas de hoy y de antes, expone sin embargo en qué consiste el poder que regenta: el poder de dirimir controversias en un estado de derecho, y en el marco de una constitución con fuerza vinculante. A cincuenta minutos desde que “acaba de morir”, ha concitado un montón de esperanzas alrededor de una idea según la cual este país no es, pero puede llegar a ser democrático y justo. Este hombre que ha dedicado su vida al saber, a la explicación del sentido de la libertad y a la defensa de los derechos humanos, está juntando escépticos y arrogantes. Este de exilios, pérdidas y tangos, ha logrado renovar un sueño. Una hora hace que “el viejo Gaviria acaba de morir”, según el mensaje de texto. Pero apenas comienza su intervención en un conversatorio que se celebra en la Universidad de Antioquia. Se está refiriendo a las cuestiones de la democracia, el pluralismo y la libertad en Colombia. Estoy seguro de que permanecerá ahí una, dos, tres horas más; el tiempo que sea necesario. Gracias por quedarse maestro.

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