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Proart: una plataforma internacional para la danza

Entrevista con Estibaliz Moguel, primera bailarina en vivir su sueño en el Conservatorio Mariemma

Centro de Danza y Arte Proart se ha caracterizado, durante su historia como academia de danza, no solo por impulsar a sus alumnas a una mejor preparación física y mental, sino también por darles oportunidades a nivel internacional para desarrollar su talento y así poder llevarlas un paso más allá en su amor por el lenguaje de la danza.

Así lo cuenta Estibaliz Moguel, bailarina, maestra y una de las primeras alumnas de Proart en formarse dentro del Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma, en Madrid, España. Una inspiración de esfuerzo, creatividad, disciplina y amor al arte; así podemos describir a Estibaliz, quien nos contó su camino por la danza, su historia, los retos y las enormes alegrías que este arte le ha regalado en la vida.

Estibaliz, ¿cómo inicia tu historia con la danza?

Empecé a bailar muy chiquita, a los seis años, y fue en gran parte por una historia familiar.

Tengo tres hermanos mayores superfutboleros; entonces, siempre crecí entre niños jugando futbol. Mis tardes de niña era ir de un par- tido a otro de mis hermanos.

Me cuenta mi mamá que un día le dije “mamá, quiero hacer algo yo”, ella me dijo “¿qué quieres hacer?”, y, lo que era normal, respondí “quiero jugar futbol”. Claro que ella me dijo no: “Lo que quieras menos futbol; busca otra cosa”; entonces, yo tenía una vecina, Romelia, que sus hijos eran amigos míos y de mis hermanos. Rome bailaba y nos invitaba a verla bailar; entonces, yo le dije “bueno… quiero bailar como Rome”.

Mis abuelos eran españoles; entonces, yo ya tenía en mi historia un poco de este contexto de la danza española y el flamenco. Por eso, Rome nos recomendó Proart, que era aún muy pequeño con dos salones chiquitos, pero recuerdo que había lista de espera y tuve que esperar unos meses para poder ingresar.

Adri (directora general de Centro Proart) fue mi primera maestra de ‘ballet’ y Marigela, que es su hermana, fue mi primera maestra de danza española; es muy lindo porque yo hoy soy maestra de su nieta. Así empecé y nunca más me fui de la danza ni de Proart.

¿Qué te hacía no querer alejarte de la danza? Desde pequeña, era una niña sumamente tímida. Casi no hablaba e incluso mis maestras de la escuela llegaron a buscar a mi mamá porque estaban preocupadas, pero la realidad es que en el escenario me transformaba. No era para nada así; no tenía pánico escénico.

En los videos de los espectáculos del kínder, me veía dirigiendo a los niños y bailando. Lo mío siempre fue el escenario; ahí era feliz. Con la danza, esa timidez que tenía fuera del escenario cambió, me dio herramientas para atreverme, conocer gente, tener seguridad… y la realidad es que siempre fui muy feliz en Proart; tuve compañeras desde los seis años que hoy son mis amigas de vida.

Fue muy lindo, porque yo fui creciendo como niña que bailaba. Proart crecía a la par y me abrió miles de posibilidades.

Hace poco, Adri Covarrubias platicaba que su sueño, cuando formó Proart, era dar la mejor formación y oportunidades a niñas en el mundo de la danza y yo soy un ejemplo de eso. Ella y Proart se encargaron de darnos muchas oportunidades maravillosas. Por eso, siempre digo que Adri es como mi mamá de la danza.

Recuerdo mucho que, cuando tenía como 12 años, Proart tenía en verano intercambios a Cuba, que aún se dan, y me decían que tenía que ir, que me iba a encantar; yo me moría de ganas la verdad, pero era muy pequeña y a mis papás les daba un poco de miedo. Al final me fui con Adri y su sobrina, y me quedaba con ellas; era como si también fuera su sobrina, con todo el apoyo y el cuidado del mundo.

¿A dónde más pudiste viajar de la mano de la danza y con la ayuda de Proart?

También hubo un momento en donde surgió un curso a Sevilla y me invitaban a ir, pero yo no tenía la posibilidad económica; entonces, en verdad, hoy en día no sé cómo lo hicieron en Proart, pero de repente se abrió la oportunidad, nos pagaron el boleto como a tres alumnas para poder ir y fue una experiencia maravillosa. Así era ese tipo de apoyos en donde las cosas hacían que sucedieran, para ir más allá, para conocer otros sitios, otras formas… aprender de los mejores.

¿Cómo llegas al Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma?

Desde antes de que fuera Ibérica Contemporánea (festival de danza organizado por Centro

Proart), traían a maestros cubanos en el verano y, un año antes de irme en ese verano, trajeron al maestro Manuel Segovia. Todos nos enamoramos de su forma de enseñar y recuerdo que Adri le preguntaba cómo las alumnas de Proart podrían ir a su escuela; entonces, él nos contó que los bailarines que él tenía en su Compañía no eran de una escuela propia, sino eran del Conservatorio Mariemma.

Cuando fue el Festival Ibérica Contemporánea, se anunció que vendría el Conservatorio Mariemma a presentarse y ahí la idea era lograr que las alumnas pudieran ir un verano al Conservatorio de Mariemma. Propusieron a Proart que mejor fuera un año, pero la realidad es que no cualquier persona podía entrar; tenían que audicionar y entrarían las mejores alumnas.

Cuando yo me enteré de eso, tenía 16 años y me superpreparé en clases de ‘ballet’. Veníamos todo el día a Proart. Estaba con la Compañía de Proart, y cuando llega Ibérica y vamos una amiga y yo a ver el Conservatorio presentarse en el escenario, no podíamos creerlo; eran ¡espectaculares! Entonces, imagínate aún más ganas.

Bueno… pasaron los días del festival y no decían nada de la audición. Recuerdo el último día cuando terminó la clase de los talleres que se dan en el festival y nada… no decían nada. Yo lloraba porque pensé que no había sucedido la audición y me había quedado con las ganas de irme.

Fue hasta la noche, en un evento de Pedro Sierra, un guitarrista. Lo recuerdo perfecto porque fue un día muy importante en mi vida; estaban mis papás, Adri los buscó para hablar con ellos dos, y cuando regresaron, me dijeron que había sido seleccionada y que querían que fuera a Mariemma. Había pasado la audición que ni siquiera supe cuando se hizo; entonces, antes de decirme a mí, le dijeron a mis papás para ver si aceptaban, y mis papás dijeron que sí. Me dieron su apoyo total entre mi familia y Proart. El sueño se hizo realidad y para septiembre de ese mismo año me fui.

¿Cómo fue tu experiencia en el Conservatorio Mariemma?

Uy, fue muy retador. Una gran experiencia, sin duda, de mucho crecimiento en todos sentidos, pero fue un reto inmenso. De entrada, la forma de enseñanza de una academia a un conservatorio profesional es muy diferente; yo entré en segundo y mis compañeros eran chiquitos de 13 y 14 años; eran buenísimos y yo me sentía muy retada. Yo a mis 17 años nunca había vivido sola; me fui al otro lado del mundo con un choque cultural que me costó trabajo.

Además yo recuerdo esta sensación de que mi vida estaba en mis manos, de que no había nadie que me cuidara y que yo era responsable de mí misma; eso era un montón de estrés. Digamos que en mi primer semestre yo lloraba por los rincones; les lloraba a mis papás. Recuerdo que mis papás hablaron conmigo los primeros meses y me dijeron “así no te vas a regresar; frustrada, no, porque te vas a llevar toda tu vida eso. Supéralo y, si cuando estés bien quieres volver, te regresas, pero así, no”.

Entonces, tenía una ‘roomie’ y una amiga de ella daba clases de ‘ballet’ a niñas pequeñas; me pasó ese trabajo y eso fue uno de mis salvavidas. La academia estaba lejos de donde yo vivía; entonces, pasaba mucho tiempo en ir y venir, y eso me distraía por la tarde. Ganaba dinero y trabajaba con niños, que eso me ha encantado siempre; ahí empecé a aprender cómo darles clases a pequeños.

Después, conocí a unos mexicanos, empecé a entender mucho más las clases, y sentía que avanzaba más. Recuerdo que, para diciembre, mis papás fueron a visitarme, me dijeron “ahora sí, ¿te quieres regresar?”, y… pues claro; ya ahí no quería regresarme (risas).

Aprendí muchísimo de danza claramente, pero también crecí mucho a nivel personal. Entendí cosas de mi propio cuerpo, mi forma de bailar, mi madurez… Ya que terminé el año, me invitaron a quedarme; lo pensé muchísimo.

Amaba la danza, pero yo no quería que mi mundo total fuera la danza; extrañaba a mi familia, mi país, y estaba segura de que amaba bailar, que siempre iba a bailar, pero quería más cosas y me regresé. Fue duro, porque me criticaron mucho, pero mis razones eran más que suficientes para la decisión que tomé.

¿Cuándo volviste? ¿Qué pasó?

Regresé, terminé la prepa, y volví directo al mundo. Bueno… cuando volví, yo ya era maestra de danza y en ese tiempo trajeron a Proart a una maestra del INBA para dar cursos. Tuve la oportunidad de tener una larga plática con ella y me dijo “sí sabes que se puede vivir de la danza más allá de ser bailarina, ¿no?”. Me contó sobre toda la versatilidad de la danza, desde bailarina, coreógrafa, docencia, la investigación… y entonces yo dije “quiero ser coreógrafa”.

Sucedió que justo aquí, en Proart, cuando era más niña, participé en una actividad que se llama CreArte, que es una semana en donde los niños hacían sus coreografías y vestuarios. Este tema de hacer coreografías me encantaba.

Lo intenté en el INBA, pero necesitaba tener 21. Yo apenas tenía 19 y quería que no pasara más tiempo. Una amiga me contó que en Guadalajara, en la UDG, estaba la licenciatura en Danza Contemporánea con línea terminal en coreografía y me encantó.

Entré a la universidad, fui feliz en la carrera, conocí gente de todos lados, y desde ahí aprendí una parte de lo que es la producción de un espectáculo; si te querías presentar, tenías que resolverlo todo: el lugar, la coreografía, los boletos, el vestuario, los permisos… absolutamente todo, y eso es una gran escuela. Ahí empecé mis proyectos personales.

Iniciaste a trabajar en la creación de compañías ¿Cómo sucedió?

Empecé a bailar con dos amigas de la escuela, a montar algunas coreografías, algunos espectáculos en los cuales nos iba muy bien. Un día, tuve un sueño sobre un espectáculo basado en el mar, se los conté, diseñamos todo este proyecto artístico que se llamó ‘A la mar que te vayas’, y tuvimos apoyo con otra amiga que se unió y nos ayudó a darle más forma al proyecto; así se creó la Compañía Canela Fina.

Bailábamos en la calle con sombrero en el piso y Proart, a la distancia, seguía apoyándonos; nos mandaba vestuarios que ellos ya no usaban. En 2015, le dimos total forma al sueño que tuve años antes: ‘A la mar que te vayas’, lo presentamos, de repente fue un monstruo con 30 bailarines, 10 músicos y tuvimos la oportunidad de bailar; hicimos una pequeña gira y fue hermoso. Estuve con Canela Fina haciendo cosas hasta 2022. En este año estrenaste un nuevo espectáculo. Cuéntanos de él. En enero, empezamos un nuevo proyecto con algunos de los que estaban en Canela Fina y nació la Compañía Flamencorocho con Manu, un gran amigo con el que he hecho muchas cosas. Tuvimos una función aquí, en Proart, en enero de este año, con un proyecto que nació a la distancia, porque él está en Guadalajara; a esta función del flamenco y el son jarocho le sumamos, con una amiga más, Ana, un poco de ‘clown’; entonces, tiene mucho de teatral el espectáculo. Ha sido un reto trabajar a distancia, pero fue maravilloso; son de las grandes cosas que nos dejó la pandemia. Una sala llena aquí en Proart, con un público muy amoroso y con la idea de poder seguir adelante, ya presentamos en Guadalajara y se están abriendo nuevas funciones afortunadamente. Pero también espero que funcionemos, porque estar a la distancia implica aprender de estas nuevas formas de poder trabajar, que te autoexige mucho, pero también te permite hacer muchas cosas con gente de todas partes del mundo. Después de todo esto que has vivido, ¿a qué recuerdo regresas cuando las cosas se sienten difíciles?

Hay un recuerdo que tengo y atesoro mucho con el maestro Fernando Alonso. Él y Alicia Alonso son los creadores de la técnica cubana de ‘ballet’, unas eminencias.

Al maestro Fernando lo trajeron varias veces a Proart, a Ibérica, pero también a calificarnos en los exámenes de danza y era una persona con mucha sabiduría de la danza; ya era muy mayor y transmitía una paz y una calidez maravillosa. Siempre perfectamente arreglado, él se ejercitaba; entonces, aún con su edad te marcaba los ejercicios en barra perfectos. Una vez vio todos mis exámenes, se me acercó, y me dijo “tú naciste para bailar”. Para mí, ese momento fue ¡guau! Que el maestro Alonso me dijera eso fue magia pura. Es un tesoro que tengo en el corazón.

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